Hora de la comida

Mesa de Slytherin

Mi ansiedad y furia no dejan de aumentar por momentos; con el paso de los años crece y crece. Es terrible cómo la ira me destroza por dentro. Es una llama incandescente que te va quemando lentamente, hasta arder como un demonio sediento de sangre. Todo, absolutamente todo es culpa de Isobel. Nunca debí renunciar a Gryffindor. Aquel fue el mayor error de toda mi vida y lo estaré pagando el resto de mis días. No suelo hablar con nadie cuando estoy comiendo, sobre todo porque, en todos estos años, ningún Slytherin ha hecho amistad conmigo. Porque claro, en realidad soy una Gryffindor, así que todos me odian. Lo bueno es que es un odio mutuo. Me he convertido en un pequeño monstruo, mi objetivo durante estos últimos años ha sido hacerle la vida imposible a mi hermana.

¿Qué por qué? Porque es una estúpida desagradecida. Nunca valoró el sacrificio que hice solo por ella. Es una egoísta, siempre se trata de ella. Miradla allí, entre esas zorras falsas de Slytherin. Pensará que son sus amigas, menuda ingenua. He oído que una de ellas, la está criticando a sus espaldas y está diciendo cosas bastante fuertes sobre su sexualidad. Al oírlo tengo que decir, que se me escapó una sonrisa de satisfacción. Aquellas idiotas me estaban ahorrando me apetece comer nada, hoy estoy totalmente insulsa. Para colmo, mi hermana no para de reír con sus... vamos a llamarlas arpías, sí, esa es la palabra exacta para esa panda de asquerosas lame suelas. Odiaba estar allí; odiaba ser Slytherin, odiaba a mi hermana por ser una maldita traidora. Odiaba a todos los Gryffindor que me miraban mal, sin saber que lo que hice fue por un acto de amor. Me odiaba a mí misma.

No sabía que haría al final de todo esto, pero casi siempre la única idea que tenía era la de matar a mi propia hermana, para que este dolor parara de una maldita vez. Sí, había llegado al borde de mi propia locura con Isobel.

― ¿Qué carajo estás mirando, traidora?

Izzie se había dado cuenta de que la miraba descaradamente. Su gesto amenazador no me transmitía ningún miedo. De hecho, lo único que hacía era enfadarme. Sentía como sus palabras me quemaban por dentro, la cara me ardía de ira. Volví a mirar hacia mi plato con desgana pasando de ella e intentando mantener la cabeza fría y mis pensamientos en su sitio. Me estaba costando la misma vida.

― ¡Eh! ¡Rosenberg, te estamos hablando!

―No sé cómo puedes tener una hermana así de idiota, Izzie.

―Yo tampoco lo sé Susan, debió haber muerto cuando nació.

Tuve que levantarme de la mesa y salir de allí corriendo. No quería terminar en la prisión de Azkaban por homicidio. Maldita seas, es lo único que podía pensar para Isobel. No quería verla nunca más. Ojalá hubiera muerto en ese preciso instante. Quería que todo se terminase de una vez.