Y yo que pensaba, que había conocido el infierno...
Que había sentido arder sus llamas en cada centímetro de mi piel. Que había conocido los demonios que habitan en el interior de las personas, preparados para morder. Que había sido torturada bajo el yugo de mi propia hermana. No...
Todavía no sabía lo que significaba la palabra infierno.
El profesor Snape golpeó su mesa con las palmas de sus manos, acto seguido se levantó rápidamente de su silla y recorrió los pocos metros que nos distanciaban en unos segundos. Ante aquello yo me había quedado petrificada, mis músculos se habían quedado en tensión por el miedo y las manos me sudaban en mis puños apretados. La mirada de Snape era indescriptible, pero por la violencia de su acto sabía que había cometido un error en preguntar, esta vez me había pasado de la raya. Me cogió por ambos brazos con mucha fuerza, zarandeándome con suma violencia de delante hacia atrás. Lo había enfadado de verdad pues nunca le había visto en ese estado.
―¡¿Tiene idea de lo que esta diciendo Rosenberg?! ―casi le oía chirriar los dientes mientras lo decía, pues mantenía la boca bien apretada ―¿Quién le ha dicho tal cosa? ¡Quiero saber inmediatamente todos los nombres!
―¡Profesor Snape basta!¡Me esta haciendo daño!¡No sé quien lo dice, solo sé que se comenta en Slytherin que usted fue uno!
Él paró de moverme y me soltó, claro que, yo no pude evitar marearme, caí sobre la puerta hasta resbalar y caer al suelo. No tenía ningún derecho a tratarme así, ¿qué pensaba que era yo? ¿un muñeco al que poder maltratar? Pero debía contenerme si quería que me ayudase de alguna forma. Estaba muy mareada, no confiaba en levantarme del suelo, la cabeza me daba vueltas. Snape permanecía de pie, de espaldas a mí. No sé en que momento se había dado la vuelta aquella escoria de hombre. Ni siquiera miró si estaba bien. Supongo que también estaría intentando controlar su furia y no matarme allí mismo como a una traidora insolente según decía él.
―¿Lo fue? ―tenía que seguir intentándolo...
―Señorita Rosenberg, si vuelve a abrir la boca será expulsada de Hogwarts.
Maldito no me lo decía. Tenía que saberlo, tenía que pedírselo, tenía que salvar a Izzie, hermana... ¿En qué momento soltaste mi mano? Con una mano sobre la puerta y otra en el frío suelo, pude levantarme y mirar la negra túnica de mi profesor de pociones. No sabía si debía pronunciar alguna frase, en realidad no sabía que hacer, porque él seguía de espaldas a mí, seguía callado y pensativo. ¿Qué estaría pensando? Cada segundo que pasaba se me hacían horas, estaba allí de pie cómo una idiota sin hacer nada más que mirarlo. No pude aguantar más y cometí una imprudencia...
―¡Por favor profesor Snape, tiene que ayudarme! ―dije soltando toda mi desesperación.
Él se giró ante mi suplica, pero sus ojos seguían fríos y severos, su ceño se había fruncido hasta el punto que sus cejas casi se ía, pues ahora sabía de su carácter y quizá llegara a ponerme la mano encima.
―No tengo ninguna razón para ayudarla en nada, y menos ahora que va a ser expulsada señorita Rosenberg.
Se dio media vuelta y corrió a su escritorio a redactar mi expulsión. Ya esta, me había ganado la expulsión de Hogwarts, lo que mi hermana no había conseguido en años, me lo había hecho yo sola por intentar ayudarla a ella. Pero esto no podía terminar aquí, estaba muy cerca de conseguirlo, no podía rendirme ahora.
Me acerqué a su mesa hasta caer de rodillas ante su escritorio y su mirada inquisidora. Ya no podía reprimir mis lágrimas, iba a perderlo todo por culpa de esa insensata. Sentía las pequeñas lágrimas caer sobre mis sonrojadas mejillas con rapidez. No encontraba mi voz, había desaparecido de mi garganta, estaba temblando de miedo, no sabía como salir de ésta... Con un poco de esfuerzo encontré el valor dentro de mí, y pronuncié con la poca y débil voz que me quedaba. Parecía un perro lastimado.
―Profesor Snape, mi hermana Isobel pretende unirse a los mortífagos una vez finalice este curso, temo por su vida porque sé que la matarán o le harán algo mucho peor... Por eso le pregunté, estoy segura de que usted fue mortífago, y por lo tanto puede ayudar a mi hermana a desviarse de ese camino...
―Le vuelvo a repetir que yo no tengo nada que ver con sus problemas, ¿no es usted una valerosa e imponente Gryffindor? Se basta usted solita para entorpecer su destino, no necesita de nadie.
Su sarcasmo apenas me lastimaba en esta situación, pero no hallaba consuelo y mis lágrimas salían de mis ojos sin control. Ese hombre no tenía piedad de nadie, no sentía compasión al verme de rodillas pidiéndole desesperada su ayuda. Iba a perderlo todo. Me había humillado ante Snape para nada...había demostrado que era una chica débil, cuando siempre había aparentado ser fuerte, pero era débil...
―¡Por favor, haré lo que sea! Ha de haber algo que pueda hacer por usted a cambio de lo que le pido ―ya no sabía que más decirle, de un momento a otro me echaría de su despacho y al día siguiente estaría fuera de Hogwarts.
―No quiero nada de usted señorita Rosenberg, salga de mi despacho.
Me puse en pie, dispuesta a salir de allí, había fracasado pero lo intentaría una última vez. Ya no podía perder nada más.
―Haré lo que sea, por muy duro o asqueroso que sea, cualquier cosa que me pida profesor Snape.
Él dejó el pergamino para mirarme directamente sin reservas. Hincó los codos sobre la mesa, entrelazó sus dedos y posó ligeramente su barbilla sobre ellos. Al fin me sentí aliviada, se había interesado, o eso me parecía.
―Así que, cualquier cosa...
―Sí, lo que usted desee. Prometo no decir nada a nadie y no quejarme sea lo que sea.
He de decir que se lo estaba pensando, claro porque yo misma se lo estaba poniendo en bandeja de plata y no creo que ahora se fuese a arrepentir de haberme prestado atención. Se levantó de su silla, dio la vuelta a su mesa y quedó a unos pasos de mí. Pero se acercó un poco más hasta alcanzar con su pálida mano uno de los mechones de mi castaño cabello. Quizás pensaba en pedirme que me cortara el pelo, ¡oh no me quería dejar calva! Espero que no, porque no lo soportaría, eso si que sería humillante. Ahora estaba tan cerca de mí que podía escucharlo respirar, incluso sentía el calor de su cuerpo.
―¿Q-Qué?¿Por qué me toca el...? ―no me dejó terminar.
―Señorita Rosenberg, usted es virgen ¿cierto?
―¿Cómo dice?
Me quedé en blanco, aquello me cogió por sorpresa, sin embargo era una pregunta muy grosera, claro que no podía esperar nada bueno de él. Soltó mi mechón de pelo y se colocó tras de mí, tan silencioso fue que apenas me di cuenta.
―Sólo conteste a la pregunta Rosenberg y recuerde que ha prometido hacer lo que fuera sin replicar.
En eso llevaba razón, lo había dicho. Me tragué como pude mi orgullo y respondí sincera pero a la vez temerosa, pues aún no sabía sus intenciones conmigo.
―Yo... lo soy.
―Bien, a cambio de ayudar a su hermana para no terminar muerta a manos de los mortífagos, quiero que me dé su virginidad Rosenberg.
No puede ser. He debido de escuchar mal. No, había escuchado perfectamente lo que quería aquel hombre de mí, que ahora además de despreciable era un miserable pervertido. Pero claro el hombre es así, todos los hombres son animales y tienen esa ''necesidad''. Lo que no tenía tan claro es si aceptaría que aquel canalla me llegase a tocar, si quiera a rozarme. Ahora solo podía sentir asco, ni miedo ni desprecio, solamente asco. ¿Cuántos años tendría? ¿Treinta, treinta y uno? Y yo solo era una cría, maldito bastardo pervertido...
Pero no tenía otra opción, si la rechazaba me expulsaría de inmediato y mi hermana moriría. Izzie no me escucharía ni por asomo, y Snape había sido un mortífago. De todas formas mi alma estaba podrida, había hecho cosas que prefería olvidar. Quería más a mi hermana que a mi misma. Mancillar mi cuerpo por ella sería un consuelo, porque valdría para salvarle la vida...
―¿Y bien?
Estaba tras de mí impaciente por la respuesta que daría, sentí su aliento en mi oreja. No tengo elección, debo hacerlo.
―Trato hecho.
Y yo que pensaba que había conocido el infierno, que ingenua...
Ahora si que empezaría el verdadero infierno para mí.
