Dicen que el silencio es el mayor don que posee el hombre...
Sofocado, mi corazón seguía sofocado por el calor que emitía mi cuerpo desde que Snape volvió a tocarme sin previo aviso. Respiraba bocanadas de aire con ansiedad intentado apagar la llama interna, que me consumía como la pólvora. Solo podía sentir la electricidad de mi cuerpo, transformada en escalofríos al recordar su tacto.
Otra vez lo había hecho y encima le gustaba ver como yo me resistía, esto era inaudito...
El seno que había tenido en sus manos me ardía, aún notaba sus dedos de serpiente sobre mi pequeño pezón...
Me quedaba sin aliento... esto era superior a mí. Otra vez había quedado como la puta del profesor de pociones.
―¡Joder! ¡Maldito seas Severus! Maldito seas...
Me quedé arrodillada en el suelo, a unos pasillos del gran comedor dónde estaban el resto de alumnos. Quizá debería de comer algo, pero no sé si con estos nervios revueltos mi estómago acepte algo de comida. Desde aquí podía oler el apetitoso aroma de la comida sobre las mesas. Me estaba llamando aunque no quisiera ir.
Me levanté con desgana del húmedo suelo, me había manchado las medias pero casi ni me importaba. Iba andando directa al comedor, tenía que olvidar este asunto y seguir con lo mío, no podía dejar que me afectase tanto, debía de mentalizarme que algún día muy cercano Snape tendría que... desnudarme, meterme en su cama y...
No, no quería ni imaginármelo, preferiría que me arrancase uno a uno todos los dientes antes que eso. Pero ya no podía ser.
Termine llegando al comedor, había un gran alboroto, todos estaban hablando a la vez. Me dirigí a mi mesa, vi mi sitio de siempre libre y mi plato vacío, esperándome.
Ya estaba más calmada, sentía mis nervios sosegarse y mi hambre aumentaba por momentos. Tomé lo primero que vi sobre la mesa, un bol lleno de fruta del que tomé una manzana con un color rojo delicioso. La mordí impaciente por tragar.
―¡¿Se puede saber que carajo te pasa ahora Isobel?! ―oí unos asientos más allá.
Rápidamente miré en su dirección sabiendo quienes eran las que montaban el alboroto. Unos asientos más allá Izzie estaba de brazos cruzados sobre la mesa y Susan la miraba llena de irritación.
―¡Déjame en paz Susan! ―gritó enfadada mi gemela.
―¡Sólo quiero saber que te ha dicho Snape para que te pongas hecha una furia!
Casi me atraganto al oír esto, hablaban de algo que me interesaba mucho. Tenía que enterarme como fuese de la conversación.
Pero Isobel se quedo callada, no quería responder, mantenía la vista al frente perdida en alguna parte y ya me estaba preocupando como una idiota masoquista. Mi hermana también era muy testaruda, sabía cuidarse bien aunque uno de sus defectos es que era muy impulsiva a veces. Quizá había insultado a Snape y la había castigado, que ridículo pensamiento, es algo peor se lo notaba en la cara, la conocía muy bien.
¿Y si la había amenazado?
Los métodos de enseñanza del profesor Snape siempre habían sido famosos entre los alumnos por ser crueles y ofensivos. Esta vez había hecho lo mismo con mi hermana, y lo peor sería sus consecuencias, quizás en su retorcida mente, Izzie planeaba su venganza.
―Hablaremos de ello más tarde Susan. ―al fin concluyo mi hermana.
Susan y Darla se miraban extrañadas ante aquella respuesta, tan fuera de la costumbre de Isobel, pues siempre había dicho todo lo que sentía. Seguro también sabían que era algo grave.
Cuando terminó la hora de la comida, los alumnos tenía un pequeño descanso antes de seguir con sus clases. Mi hermana no desaprovechó la oportunidad e indicó con disimulo a sus dos arpías predilectas para que la siguieran fuera del colegio. Por supuesto yo también iba detrás, a una distancia considerable de ellas.
Salieron fuera del colegio, bajando la colina verde, yo iba escondiéndome a cada oportunidad que podía. Iban bajando a prisa por la colina, en fila sin apenas mirar a ninguna parte. Izzie las conducía al bosque prohibido...
Dude en si debía entrar, pero si les pasaba algo mi ayuda les vendría bien, mi hermana me preocupaba demasiado como para dejarla allí sola.
Dentro del bosque me era mucho más fácil esconderme, pero también más difícil poder seguirlas. Seguían adentrándose en él más y más, hasta que mi hermana estuvo segura de que ya no la podía oír nadie, y desenfundó su varita.
―Snape sabe mi plan para últimos de este año Susan, y nadie más que tú sabía de eso.
Isobel apuntó con su varita a Susan. Esta puso los ojos en blanco.
―¿De qué estás hablando loca?¡Yo no le he dicho nada a ese idiota de Snape! ―Susan desenfundó su varita también.
―Claaaro, entonces cómo explicas que lo sabía si nadie más estaba enterado de esto, a menos que tú se lo contases a Darla... ―acto seguido mi hermana la apuntó a está última, que ya había sacado su varita con prudencia.
―Ella no lo sabía Isobel, nadie más lo sabía.
―No te creo Susan Wells...
―No seas idiota Rosenberg, ¿de qué me serviría contárselo a Snape? Sospecho que hay alguien que sabía de tus planes, y se lo ha dicho pero no sé quién.
Estaba peligrosamente cerca de ser descubierta, y posiblemente maldecida por mi hermana Isobel, Snape le había dicho las cosas claras y seguramente le habría amenazado.
Mi hermana bajo lentamente su varita, las otras dos hicieron lo mismo al ver su reacción pasiva. Pero aún estaba alerta por si acaso...
―Así que tenemos un soplón en nuestras filas...
―Eso es Isobel ―dijo Susan convencida, aquella mentirosa había salido victoriosa de nuevo.
―Bien, pues no os preocupéis, se acordara del día en que nació y para Snape le reservo algo mejor...
―¿Qué fue lo que te dijo? ―pregunto Darla, que había permanecido callada hasta ahora.
Mi hermana se lo pensó antes de contestar, todas aguardábamos ante su respuesta.
―Me dijo que en el caso de que llegase a cumplir mi destino sería la vergüenza de los mortífagos y que seguramente por mi ingenuidad terminaría muerta. Aquello me enfureció, yo lo tenía en alta estima pero... se arrepentirá de lo que me dijo, lo juro por el señor tenebroso...
A partir de ese día mi hermana cada día estaba más ensimismada en clase, y apenas la veía con las arpías. Yo cumplí mi castigo con Snape con tranquilidad pues no volvió a tocarme pero tampoco me confeso su charla con Isobel. Las últimas semanas pasaron cómo un suspiro, y mi hermana apenas parecía ella. Se pasaba los días como una muerta viviente.
En su pequeña cabeza retorcida sólo existía el tiempo para tramar su plan de venganza contra Snape y sin saberlo todavía, contra mí.
Dicen que el silencio es el mayor don que posee el hombre,
pero a veces el silencio solo augura tempestad...
