Y entonces la luna se volvió roja...
Sabía exactamente a dónde tenía que ir, y lo que debía hacer. Me levanté en silencio dispuesta a marcharme de allí, solo esperaba que nadie se percatase de mi salida. Las chicas mantenían sus miradas alarmadas ante lo que nos acababa de desvelar Alice. Esto debía de ser muy impactante para ellas, ya que seguramente nunca les había pasado algo así, ¿yo? Bueno desde que entré aquí viví siempre con el terror de que mi hermana me matase cuando dormía, casi siempre escuchaba ruidos en mi alcoba y una vez la vi sobre la puerta, observándome. Hasta que en tercero fui a su cuarto por la noche y la amenace en cuanto sintió mi varita sobre su cuello. A partir de entonces dejamos claro que había tregua a la hora de dormir.
Podía estar impactada, pero no asustada cómo esas chicas de ahí, yo me había hecho más fuerte que ellas.
Dejé mi asiento y salí corriendo del comedor. Dejando atrás a mi anaranjado zumo sin beber y el buen humor con el que me había despertado.
―¿Dónde va Rosenberg?
―No sé, supongo que va a esconderse. Su hermana dice que es una traidora cobarde...
―Pues hace bien en esconderse, yo creo que voy a hacer lo mismo... ―dijo Alice con un hilo de voz.
Seguía corriendo por el pasillo, recordando las palabras de Alice para no olvidar ningún detalle importante. Mi cabello marrón saltaba en todas direcciones, enredándose. Mis pies parecían frágiles al tocar el suelo, pero ahora no podía caerme, tenía que investigar cuanto pudiese. Los que lo hubiesen hecho podría volver a hacerlo y quien sabe si esta vez le tocase a Isobel.
Estúpida, estúpida zorra prepotente, ojalá te hubieses muerto tú al nacer. Así no tendría que defender dos vidas hoy.
Subí un poco cansada las escaleras hasta el primer piso. Nunca me acostumbraría a esas escaleras, siempre lograban hacerme tropezar. Pero ya casi había llegado a mi destino, no me importaban las estúpidas escaleras. Sólo esperaba no encontrar a nadie que me sacase a patadas de allí.
Enfermería.
Llegué a la enfermería siguiendo el rastro de luz que dejaba salir al pasillo su puerta de entrada. Pasé a través del arco de la puerta mirando la luminosa sala. Había camillas de varas de hierro a ambos lados para los ingresados, cubiertas con unas sábanas blancas y separadas unas de otras mediante unas cortinas de color verde menta. Las camillas con sábanas blancas estaban vacías, todas salvo una. Sobre una de las últimas camillas estaba recostaba Brenda Gordon mi compañera de cuarto. Pobre chica... Fui despacio hasta su lado, vigilando en todas direcciones por si aparecía Madame Pomfrey para echarme, pero no estaba por allí por suerte, demasiada suerte había tenido colándome.
Brenda estaba despierta, pero no se parecía a la Brenda que yo había conocido. Esta Brenda tenía magullada toda la cara, tenía su nariz torcida y uno de sus ojos estaba encharcado en sangre, parecía asustada y muy débil. Creo que podría ser el cadáver de Brenda después de una pelea. Entrecerró un poco los ojos pero no me reconocía, no sé si porque no había prestado atención en mí o porque estaba muy lastimada. Aquel débil ser debió de haberlo pasado terriblemente mal. No puede haber sido una persona, los responsables de esto eran unos monstruos.
―Hola Brenda... Soy Elinor Rosenberg, ¿sabes quien soy?
Hasta yo misma dudaba si seguía siendo yo, pues me miraba como la que mira una pared sin ver nada en ella. Parpadeó muy pausadamente un par de veces hasta abrir sus ojos profundos de nuevo por el asombro.
―¿Qué haces tú aquí Rosenberg? ―dijo muy débilmente, apenas estaba consciente.
―He venido a verte en cuanto Alice nos ha dicho lo que te ha pasado.
Mentí un poco, en realidad y por muy frívola que parezca sólo quería información para salvar mi pellejo y el de Izzie. Ya sabía que eso era cruel y despiadado pero ya me conocía bien y por eso no sentía repulsión de mí misma.
―¿Alice?... Le dijeron que no debía decir ... ―estaba tan débil que apenas podía terminar las frase sin que se le volvieran los ojos, pero debía seguir hablando.
―Brenda tienes que contarme todo lo que te pasó, no te duermas. ¿Cómo eran esos encapuchados? ―debía de reunir información como fuese.
―Altos... Vestían de negro... Y me preguntaron cosas extrañas...
―¿Cosas extrañas?¿Qué clase de cosas Brenda?
Brenda se estaba apagando por momentos, estaba muy cansada y en ese estado no sacaría nada de aquella chica. Solo lograría darle más dolor. Debería de volver más tarde si podía, ahora estábamos todas en peligro por culpa de unos desalmados. ¿Cómo habrá tomado todo esto el director?
―Rosenberg, ¿por qué no te largas y la dejas en paz?
Una voz masculina me sorprendió por la espalda, pero no sabía de quien era, no la conocía.
Me di la vuelta enseguida para averiguar quien era aquel desconocido que me estaba echando del lugar. Al girarme pude ver un chico alto y fornido, de unos 17 años de edad. Era rubio, de ojos azules, un chico bastante guapo. Lo suficientemente guapo cómo para engatusar a cualquier chica.
―¿Cómo te atreves a hablarme así?¿Tus padres no te enseñaron educación?¿O es que creciste con una familia de sangre sucia? ―les daba dónde más les dolía, en el orgullo.
―Mira quien va a hablar, Rosenberg será mejor que no te vuelva a ver por aquí, traidora de...
―¿Derek eres tú?... ―dijo Brenda apenas consciente.
El chico rubio que al parecer se llamaba Derek, se arrodilló a su lado. Tomó la mano de Brenda
entre sus grandes manos, la besó y susurró ''Aquí estoy'' con unos ojos súper tiernos.
Salí de allí enseguida antes de que me dieran más arcadas. Al final no había conseguido más información, sólo conocer al desagradable novio de Brenda que la mimaba en exceso.
Estaba como antes sin ninguna pista. Bueno habían sido tres hombres, altos que vestían con unas túnicas negras. La habían golpeado, violado y dejado en medio del bosque... y le habían dicho cosas extrañas... ¿Cosas extrañas?
Tres encapuchados, vestidos con túnicas para la ocasión, habían derramado sangre pura, ¿pura? Supuestamente pura y la habían mancillado, no sé pero me huele a ritual de magia negra. Creo que hay que hacer una visita a la sección prohibida. Lo antes posible.
Volví a las escaleras del pasillo, dispuesta a resolver mis exasperantes dudas y comencé a subir los escalones. Pero justo cuando iba a llegar a la tercera planta del edificio choqué estrepitosamente contra una túnica negra... muy familiar. Me agarré como pude a la barandilla para no caer rodando hacia abajo, incluso me había lastimado al golpearme contra aquel cuerpo que parecía estar hecho de mármol macizo. El profesor Snape también se agarró, pero por menos tiempo que yo, supongo que después de tantos años aquí se habría acostumbrado a estas odiosas escaleras tan terriblemente traicioneras.
Enseguida se mostró terriblemente irritado por el golpe que le acababa de propinar.
―¡Maldita sea Rosenberg! ¿¡A dónde demonios va con tanta prisa!? ¿¡Es que no ha tenido suficiente con el castigo de la semana pasada!? ―estaba que echaba fuego por los ojos.
―Profesor Snape... disculpe no era mi intención...
Como odiaba a ese hombre, siempre estaba en medio de todo.
―¡Estoy más que harto de usted Rosenberg! ¿¡De dónde viene con tanta prisa!?
Sus ojos eran negros como la misma noche, igual de destructivos que una noche de tormenta. Su pelo tenía muy mal aspecto hoy, parecía no haber dormido muy bien.
―Vengo... de la enfermería... ―dije lo más bajo posible, temiendo su ira.
Al decir esto Snape cambió su postura y la hizo más amenazante. Vi cómo poco a poco se iba tensando su cuerpo hasta quedar totalmente inmóvil ante mí. Se presentaba cómo la imagen de un buitre observando los últimos instantes de vida de su comida antes de bajar a por ella.
―¿De la enfermería? ¿Por qué, sufre de alguna molestia?
Incluso había sosegado su voz dándole un toque dulce y suave, él ya temía que yo supiera de Brenda y no se equivocaba. Pero ninguna lisonja me haría hablar, y menos diciendo mi fuente de información, Alice. Snape la castigaría si se enteraba de que se había ido de la lengua, eso no lo podía permitir ya que ella me había defendido antes, le debía ese favor.
―Sí, es que el zumo de calabaza no me ha sentado bien... ―ni lo había probado.
Se mantenía firme aún con mi respuesta dada, creo que no me creía nada. Pero me hacía creer que sí, para sacarme la información que quería, se mostraba manso y suave.
―¿Y a dónde iba ahora si se puede saber? ―decía con una voz increíblemente sedosa. Para ser un murciélago sabía engatusar muy bien, pero no le iba funcionar.
―Eso a usted no le incumbe profesor Snape. ―oh oh, ¿de verdad le había dicho eso? Le había respondido en un tono muy grosero y eso no me lo iba a tolerar.
Snape arqueó una ceja sorprendido y acto seguido apretó sus finos labios con fuerza. Odiaba que los alumnos quisieran hacerse los listos con él. Sus ojos volvieron a encenderse y todo quedó en un mar de llamas.
―Pero... ¿Cómo se atreve a hablarme así? No olvide que puedo mandarla a casa con una sola orden. ¡Va a estar castigada hasta que sus nietos se gradúen Rosenberg!
Bajó hasta mi escalón, me tomó del brazo con fuerza y me arrastró con él escaleras abajo, con su ondeante capa negra. Adiós biblioteca, adiós libros, adiós investigación. Menuda bocazas había sido, ojalá me hubiera tragado la lengua en aquel momento.
Martes siguiente
Hora de la cena
Mesa de Slytherin
Ya hace dos días de lo que pasó con Brenda en el bosque y todavía no he podido buscar nada al respecto. Snape me ha tenido limpiando en suelo de los calabozos con un cepillo de dientes, y con mis estudios y demás apenas saco tiempo para mí. Las chicas de mi casa siguen revueltas por lo ocurrido, ya lo saben muchas más y pronto lo sabrá toda la casa.
El director no ha dicho nada del asunto, ninguno de los profesores. Sobre Brenda dijeron que estaba mala con gripe en la enfermería, un buen embuste. Creo que la van a llevar a casa, sus padres quieren que este a salvo por lo que he oído en los cotilleos de las chicas mayores de mi casa.
Pero todas estamos angustiadas, esperamos cada día una nueva noticia de los agresores, pero pareciera que se los hubiera tragado la tierra. Había unas chicas que apuntaban a chicos de otras casas, principalmente los chicos Gryffindor, eso era una verdadera gilipollez. Aquellas cabezas de chorlito pensarían que se trataba de un alumno de Hogwarts con ganas de diversión, pero no era así y mucho menos un Gryffindor. Había sido alguien de fuera con intenciones muy oscuras y creo que esto no había terminado aquí.
Fuera de todo esto, mi hermana seguía en su particular trance zombie. No creo que supiera lo que había ocurrido pues sus arpías ya no hablaban con ella, estaba muy sola últimamente y me asustaba porque al estar sola era un blanco fácil para los violadores. No es que ella no supiera defenderse bien, pero ellos eran tres...
La noche transcurría tranquila, las cuatro mesas junto a los profesores cenaban en armonía. Pero la mesa de mi casa cenaba en un tenebroso silencio, solo algunos chicos hablaban desconociendo la verdad de los hechos. Las chicas Slytherin a penas probaban bocado, yo estaba de esa misma guisa, mi muslo de pollo seguía intacto en el plato. Entonces escuché unas chicas cerca de mí, casi siempre tenía puesta la atención sobre los grupos de chicas que se sentaban cerca de mí, pues eran siempre las primeras en enterarse de lo que pasaba en la escuela.
―¿De verdad que Kevin te dijo eso? Que chico tan desagradable. ―Comentaba Sarah entre sus amigas.
―¿Habéis visto a Amy chicas? ―preguntó una niña que parecía de segundo año.
―¿A quién?
―Amy McClean, soy su hermana Stacey de segundo año. ―dijo con cara preocupada
Sarah frunció el ceño extrañada, y miró a las demás con preocupación.
―No he visto a Amy desde hace bastante rato, ¿y vosotras?
―No... ―dijeron al unísono cada vez más tensas.
Se podía empezar a oler el miedo que rondaba en sus cabecillas. Amy McClean orgullosa y atolondrada, no estaba en mi cuarto estaba en el grupo de Isobel y por lo visto se había esfumado repentinamente. Probablemente apareciera en cualquier momento... si no hubiese un grupo de violadores sádicos rondando por Hogwarts que era el temor de todas nosotras.
Stacey puso una sonrisa forzada para disimular su frustración, y las demás siguieron hablando pero ya no sonreían parecían nerviosas.
Al cabo de un rato el ambiente en la mesa volvió a ser el mismo y ya casi estábamos terminando de cenar, bueno algunos porque mi plato seguía igual, al final tendría que ingresar en el hospital por anoréxica que vergüenza...
Hagrid entró por las puertas en ese momento, dándonos a todos un susto de muerte pues sus pisadas eran como las de un elefante en plena estampida. Llegó a mitad del pasillo corriendo muy asustado, jamás lo había visto así.
―¡Profesor Dumbledore tiene que venir enseguida! ―dijo sin apenas aliento.
Y entonces la luna se volvió roja, y pude ver como el agua se volvió sangre.
