Miércoles

Dormitorio de Slytherin

Me desperté temprano. Solía despertarme antes que todas mis compañeras, las tres que ahora había. Me levanté de la cama con cuidado para ir directa al baño, y cerrar la puerta con cerrojo. Me quité el pijama y la ropa interior lentamente hasta quedar completamente desnuda. Necesitaba tomar un baño caliente muy largo y poder relajarme. Quería olvidar todo lo que había pasado estas últimas semanas, pues era lo más horrible que había experimentado jamás. El odio de mi hermana, el pacto con Snape y ahora estas chicas que habían sido maltratadas por quien sabe... Me sentía demasiado insegura. El agua caliente atravesaba mi cuerpo, cada parte de piel que tocaba la quemaba. Pero dentro del agua me sentía bien, me sentía a salvo.

Ayer noche Hagrid irrumpió en la cena como si se hubiese vuelto loco. Pero no, lo que le había pasado era que había descubierto el cuerpo de Amy McClean cerca de su casa. Estaba muy lastimada, más que Brenda. Pero no la habían violado, solo la habían utilizado cómo un saco de boxeo, estaba hecha trizas. Ayer todo el colegio se enteró de que un grupo de tres estaba secuestrando chicas Slytherin para violarlas y golpearlas. Algunos dijeron que es un castigo para nosotros por todas las maldades de nuestra casa; yo creo que nadie se merece esa clase de castigos por muy puta o zorra que sea...

La hermana de McClean, Stacey, estuvo toda la noche con ella en la enfermería. Hoy las envían a casa, igual que a Brenda. Pero creo que casi todos seguiremos sus pasos, pues se rumorea que el director está pensando en cerrar el colegio si no se cogía a los responsables de esto. No podía pasar de hoy que fuese a la biblioteca a investigar en la sección prohibida.

La espuma descendía por mi brazo húmedo, preciosas burbujas de colores volaban alrededor de la bañera llena de agua caliente. Buenos días mundo mágico, ¿a quién te llevarás hoy? No podía dejar de pensarlo, ¿quién sería la próxima víctima?¿Y si fuera yo? Salí de la bañera, me envolví en mi toalla celeste y me miré al espejo. Ahí estaba Isobel, a salvo de todo peligro que pudiese lastimarla. Mis ojos derramaron algunas lágrimas con rabia. El odio acumulado tras años de peleas encarnizadas me estaba destruyendo por completo, pero el amor que había brotado en mí me estaba aplastando el pecho con tal fuerza que no podía respirar, oprimiéndolo un poco más cada día. Sentía que me ahogaba en dolor...

Las dos primeras horas las tenemos en clase de pociones con la serpiente de Snape, que cómo siempre nos espera con una poción escrita de difícil elaboración. Pero hoy no estaba allí como siempre. La profesora McGonagall nos esperaba en el aula para darnos la noticia de que teníamos dos horas libres hoy, aunque Snape nos había dejado unos deberes para que no perdiéramos el tiempo. La profesora no dijo el motivo de su ausencia, a pesar de que algunos alumnos de mi casa estuvieron preguntando con insistencia. Bueno la verdad es que no me importaba el motivo por el cual Snape no estuviera allí, me alegraba. Por una parte tenía dos horas para ir a la biblioteca y buscar con tiempo en la sección prohibida todo lo que pudiese encontrar sobre los rituales de magia negra y por otra parte me alegraba en exceso de no tener que ver su cara durante dos horas interminables. Cogí mis cosas decidida a aprovechar las escasas dos horas que nos había dejado mi querido profesor Snape para ir corriendo a la biblioteca en busca de respuestas. Ya me encargaría luego de los deberes, aunque sabía que me iba a arrepentir porque siempre eran pociones complejas y con ingredientes difíciles de encontrar. Como siempre...

Yo estaba sumamente empecinada en mi misión de la mañana, nada podría detenerme hoy. Subí las escaleras acelerada por la emoción, cada paso me parecía un minuto perdido. Más de un chico me miró subir corriendo y se giro a mirar. Podía ser la chica más rara del mundo a sus ojos, pero hoy quería ser la que pudiera salvar sus vidas.

Llegué al cuarto piso y casi me tiro al suelo del cansancio, es un largo trayecto desde las mazmorras hasta aquí arriba. Pero ya estaba en la biblioteca y podría por fin dedicarme a investigar. O al menos eso pensaba yo en aquel instante.

En cuanto entre por las puertas y vi el rostro de amargura de Madame Pince recordé que solamente los alumnos con una autorización especial firmada por un profesor podían pasar a la sección prohibida. Menuda mierda... yo no tenía autorización alguna, y no creo que ningún profesor me la diese para buscar rituales negros... menuda mierda.

Madame Pince ya me miraba con aire severo tras su escritorio, estaba convencida de que estaría pensando en como echarme de allí. Me acerqué sin esperanzas a su mesa para pedirle algo sumamente imposible e irrealizable para ella, pero si había sacado la parte más oscura de Snape ¿qué podía perder con ella?

―Buenos días Madame Pince.

―Buen día Rosenberg, ¿qué libro necesita? ―me dijo escrutando mis atuendos de arriba a abajo.

―Pues verá, necesito entrar un momento en la sección prohibida...―dije mordiendo mi labio inferior.

―¿Tiene la autorización de un profesor Rosenberg? ―dijo examinando su lista de libros prestados.

―Pues es que yo pensaba que podría pasar un momento, porque solo se trata de un vistazo rápido a un libro y...

Me miró de inmediato como si me hubiese vuelto completamente loca de remate. Aquello que había dicho la estaba quemando por dentro. Pero se relajó y volvió a su lista.

―En la sección prohibida de la biblioteca sólo pueden entrar alumnos autorizados Rosenberg, usted debe de saberlo de sobra. Vuelva por aquí sólo si trae la autorización. Buenos días.

Maldita sea, de nuevo había fracasado. Me retiré de su lado con la poca dignidad que me quedaba en pie. ¿Ahora que más podía hacer? Ya sabía que Madame Pince no me dejaría entrar ni muerta en su amada sección prohibida, y ningún profesor me daría autorización para esto. Piensa Elinor, piensa. Cómo puedes entrar en la sección prohibida...Pero por más que quisiera no había respuestas a mi pregunta. No había forma de penetrar en la biblioteca que estuviese a mi alcance, así que la otra forma era la de engañar a un profesor para que me diese su aprobación. ¿Hay algún profesor tonto en el colegio? No, ninguno se tragaría mi farsa. Pero si conocía a un profesor corrupto, que me cambiaría la autorización por algo que él quisiera de mí... Sólo de pensarlo me ponía enferma, pero si no quedaba otra, dejaría que me tocase. Aunque si me mandaba otra cosa sería mucho mejor.

Volví a coger mis cosas con pesadez, tenía que volver al punto de partida y dejar que el lobo me comiese. Baje las interminables escaleras hasta el primer piso, y de ahí otras escaleras que me conducían directamente a los pasillos de las oscuras y húmedas mazmorras. Allí abajo siempre estaba oscuro, una vez no hace muchos años imaginé como debe de ser ir a la sala común de Gryffindor y no tener que pasar este horrible frío siempre que vas a dormir. Aunque ser Slytherin me había enseñado muchas cosas a lo largo de los años, cosas que los Gryffindor jamás llegarían a comprender.

Ya estaba justo en frente de la boca del lobo, osea frente a la puerta del despacho de Snape. Su negra y oscura puerta hacía que se me revolviera el estómago del asco, había pasado mucha vergüenza allí dentro. Respiré hondo antes de llamar con los nudillos a su puerta dos veces. Escuche su voz tras la puerta indicándome que entrase. Abrí la fría y pesada puerta con lentitud, todavía estaba a tiempo de echarme atrás en mi descabellada idea. Pero era la única salida fácil y rápida. Prostituirme al profesor. Dios que mal sonaba eso, pero era lo que muy a mi pesar iba a hacer.

El profesor Snape se encontraba en su despacho observando la estantería de pociones que tenía junto a una pared. Escondió algo que tenía entre sus manos y se giró bruscamente para observarme allí cual pajarito asustado. Cerré la puerta con delicadeza, no por él, si no porque tenía miedo por mí.

―¿Rosenberg?¿Qué hace aquí?¿Qué quiere? ―dijo secamente.

―Vengo para hacer negocios con usted profesor Snape. ―dije sacando tanto pecho como pude y así intentar quitarme el miedo que revoloteaba en mi estómago.

―¿De verdad?¿Y de qué se trata esta vez?¿Algún otro pariente suyo se encuentra en grave peligro? ―dijo haciendo muestra de todo su sarcasmo.

―Necesito una autorización para entrar en la sección prohibida de la biblioteca profesor.

Snape entrecerró sus profundos ojos negros intentando adivinar por qué necesitaba entrar en la sección prohibida. Se acercó algunos pasos a mí y sentí que mi respiración se aceleraba por momentos. A cada paso suyo mi corazón latía desesperado pensando en que tramaría hoy para humillarme.

―¿Y qué pretende darme a cambio esta vez? ―dijo caminando hacia a mí, rodeándome y colocándose a mi espalda.

―Dejaré que usted… ―no quería decirlo, era humillante.

―Continué Rosenberg... ―decía con tono sensual en mi extasiado oído.

El sonido de su voz hacia que me fuese más difícil decírselo. Ya estaba temblando cómo una hoja al viento. Otra vez sentía su túnica pegada a la mía, demasiado cerca de mí. Le gustaba ver cómo temblaba y sudaba su pequeña conejita indefensa.

―Dejaré que usted me toque cuando quiera... ―me ahogue en mi propia voz.

Lo había dicho y ya no había vuelta atrás. Mantenía la vista sobre el suelo esperando las primeras humillaciones por su parte, pero nada ocurría, sólo le oía respirar regularmente.

Estaba disfrutando de su momento de gloria, y yo saboreaba la humillación.

―De acuerdo pues Rosenberg. ―dijo al fin.

No sabía que hacer, estaba petrificada en mi sitio junto a la puerta negra. Snape seguía detrás de mí observándome. ¿Por qué no me decía nada?

Pero entonces sentí un ligero roce alrededor de mi cintura, eran sus manos que me estaban rodeando. Cerré los ojos con fuerza, rezando por que todo sucediera muy rápido y apenas lo notase. Pero no fue así.

Snape apretaba mi cintura con sus grandes manos, y hacía que mi garganta se pusiera al rojo vivo. Hundió su rostro con precisión y sin pudor en mi castaño cabello, mi respiración se podía escuchar en cualquier punto de su despacho, estaba demasiado agitada. El pecho me ardía en llamas incandescentes, todo mi interior estaba en llamas y mi cintura era el foco de dónde provenía todo ese incendio interior.

―Por favor... profesor...Aah ―ya no podía soportarlo, y apenas había hecho nada.

¿Por qué cada vez que me tocaba temblaba? ¿Por qué ardía en llamas mi interior?

De repente el profesor Snape me giro por la cintura haciendo que me quedase mirando su cara, y esto si que me daba autentico pánico, pues podía ver lo que me pasaba cada vez que sus lujuriosos dedos tocaban mi piel. Sin mover sus manos de mi cintura me atrajo hasta su cuerpo y me aprisionó entre sus brazos, ahora si que estábamos frente por frente, o mucho más que eso.

Estaba encarcelada bajo sus brazos de cuervo y a punto de ver las fauces del lobo. Mis mejillas ardían de un color rojo chillón, sentía mucho calor en ese momento y seguro el profesor Snape sentía mi corazón latir cómo si fuera sus últimos instantes de vida.

Me miró como nunca antes lo había hecho, quiero decir que, jamás nos habíamos tenido tan cerca cómo para mirarnos así. El calor que desprendía su cuerpo era agradable, me hacía sentir bien. Sus ojos negros y profundos iban a tragarme hoy, no había cavidad para la luz en esos impenetrables ojos negros cómo el azabache, me había atrapado en ellos.

Se acercó un poco más a mí. Su arqueada nariz rozaba con suavidad la mía, aquel gesto tierno me pareció fuera de lugar. Me estaba dejando engatusar con su aroma a menta que embriagaba mis sentidos...

Y en ese momento él se acercó más a mí, hasta que el filo de sus labios tocó los míos con suavidad. Volvió un instante atrás esperando mi reacción pero no hice nada... Así que volvió a acercarse y depositar sus labios secos sobre los míos. Nuestras bocas tomaron contacto por primera vez. Fue por un segundo tan solo que nuestros labios estuvieron levemente apretados el uno junto a el otro. Volvimos a despegarnos suavemente, yo intentaba no despegar mis labios pero la excitación me obligo a respirar a bocanadas. Esta vez fui yo quien se acercó. Agarré su negra túnica con mis manos hasta meter la tela en un puño apretado y presioné sutil mis labios con los suyos. Entreabrí mi boca para darle más juego al beso, ahora la saliva caliente que provenía de mi boca excitaba a mi profesor de pociones. Metió su lengua impaciente dentro de mi boca, su lengua bordeaba todo mi labio y jugueteaba con la mía que era inexperta. En sus ojos negros ahora podía ver relucir el deseo. Mi cara seguramente en aquel momento no tendría precio. Era lo más placentero que había sentido jamás.

Pero de pronto sin aviso, él me soltó bruscamente volviéndome la cara. Se fue a su escritorio mientras yo miraba cuando cogió un papel y escribió en él algo. Luego sin volver a mirar se dirigió de nuevo a su estantería de pociones y se quedó allí de espaldas.

―Ya tienes tu autorización, cógela y vete. Sal de mi despacho Rosenberg.

¿Cómo? Me había dado aquel beso y ahora me echaba de allí, pero parecía triste... Supongo que sólo serían imaginaciones mías.

―Gracias profesor Snape.

No dijo nada, ni se movió. Sólo cogí el trozo de pergamino y me fui por dónde vine. Todo había terminado, por suerte...

Ya fuera en el pasillo las piernas todavía me temblaban de la excitación, y mis labios aún notaban los suyos. No es que hubiera sido mi primer beso, pero había sido el mejor beso que había tenido en mi mera existencia. Todavía estaba caliente por su culpa, quería... volver a entrar con él.