Irresistible

Un día me empaparé en ti cereza negra

Jueves

Dormitorio de Slytherin

Había tenido un horrible sueño esta noche. Más que un sueño había sido una horrible pesadilla. Y toda la noche dando vueltas en la cama sin poder dormir bien. No había forma posible de expresar la noche que pase, solo recuerdo que en el sueño iba corriendo por el bosque prohibido. El bosque en mi sueño estaba teñido de un color turquesa oscuro, las ramas de los árboles era muy largas y no veía nada en el, todo era negro. Y lo peor del asunto es que huía aterrada de algo, el suelo bajo mis pies resbalaba y la humedad cortaba la piel de mi cara. Tenía la sensación de haber estado corriendo toda la noche sin apenas haberme movido del dormitorio de Slytherin, mi corazón estaba muy acelerado parecía que iba a estallar.

Me desperté sola en el cuarto y me asusté. Sobresaltada como estaba no recordé que todos estaban en el gran comedor durmiendo. Bueno o quizás ya estuvieran despiertos pues eran las nueve de la mañana, seguro ya estaban despiertos y provocando una pelea de almohadas. Era divertido imaginar algo así, me relajaba, porque estaba ovillada en la cama, paralizada y muerta de miedo. Aquella pesadilla me había parecido muy real.

Hoy tenía que salir de la cama, era imprescindible que hoy fuese a la sección prohibida por mucho que me doliese la nalga derecha.

Con un poco de trabajo y esfuerzo logré incorporarme en la cama, me dejé caer sobre el lado izquierdo de mi cuerpo y con ayuda del cabecero me puse de pie. No tengo palabras para expresar lo mucho que odio a Snape, la herida ya estaba mejor pero aún dolía, me estaba quemando lento pero intensamente la piel. Me mordí el labio para no soltar unos quejidos en alto. Esto no se lo iba a perdonar jamás.

Fui despacio al baño para asearme, cuando salí ya arreglada y lista busqué la falda de ayer dónde había guardado en el bolsillo interior el permiso de Snape. Había pagado sangre por ese permiso, y no debía de perderlo.

Encontré con suerte la autorización y la guardé dentro de mi túnica negra. Aquel pequeño trozo de pergamino amarillo era una posible salvación para mi curso en la escuela, una salvación para las chicas de mi curso que seguían vivas y una salvación para Isobel.

En ese momento se abrió la puerta de la habitación, y me hizo dar un salto de narices. Por ella pasaron Sarah y Vanessa Cooper todavía en pijama y con cara de sueño. El pelo de Sarah parecía un nido de cuervos, había pasado mala noche notaba sus ojeras bajo esos ojos cansados que siempre parecían vivaces. Vanessa me miró sin mucho entusiasmo, pasó a mi vera sin rozarme y se dirigió a su baúl. La pobre Sarah acababa de convertirse en otra muerta viviente, como lo era Isobel. Se abrazaba a sí misma en un intento desesperado para no caerse al suelo de piedra, su pijama verde de satén le daba a su cara un aspecto mucho más enfermizo de lo que ya estaba. Aquella imagen me daba realmente mucha pena. Había perdido a una amiga de la manera más horrible, me hacía sentir compasión de su situación.

—¿Cómo estás Sarah? —pregunté acercándome cuidadosamente a ella.

—Bien. —dijo secándose unas lágrimas con el puño del pijama verde.

—Ya verás como cogen pronto a los que lo hicieron Sarah —dije en voz baja

Coloqué mi mano sobre su hombro. Ella me miró e hizo el leve gesto de querer hacer una sonrisa pero no lo consiguió, estaba bastante triste. Sus ojos me lo decían en todos los idiomas.

Su mirada se deposito por un instante sobre mi uniforme. Volvió a mirar el suelo ausente, estaba pensando en algo y siguió hablándome.

—Hoy no habrá clases Elinor, el profesor Dumbledore ha declarado día de luto. Luego sobre las doce nos va a dar un discurso de despedida para Alice. Espero que vengas. —y cerró sus ojos.

Miré mis prendas, la falda de tablas gris, la camisa blanca, la corbata verde y la túnica larga negra. Ahora comprendía sus pensamientos, tenía que volver a cambiarme.

—Sarah ven aquí, te ayudaré a vestirte. —dijo Vanessa al otro lado de la fría habitación.

—Cuídate Elinor. —dijo para mí en voz baja, caminando medio ida.

Al mismo tiempo que ellas se vestían yo rebusqué en mi baúl alguna prenda negra que poder ponerme. Encontré una blusa negra con transparencias en las mangas y unos vaqueros grises oscuro para hoy. Acompañada de mis botas negras de cordón cortas, hoy sería la primera vez que me vestiría para un día de luto.

Me metí al baño para volver a vestirme, aproveche la ocasión para cambiar el vendaje por uno limpio y cuando estuve lista salí pitando de la habitación o por lo menos todo lo rápido que mi herida me dejó.

Luego de un rato de sufrimiento andando por la vacía casa de Slytherin llegué a las escaleras de las mazmorras en un tiempo récord y ni siquiera pensé en mirar la puerta de Snape. Pero hoy, las escaleras me parecían más largas que nunca; sabía de sobra que cada escalón que subiera sería un suplicio para mi cuerpo. Y se suponía que quería llegar al cuarto piso... y después bajar al gran comedor antes de las doce. Se me hizo un nudo en la boca del estómago, tenía miedo. Intenté poner el pie derecho sobre el escalón, hasta ahí todo iba bien pero cuando quise subir la fuerza se volvió en mi contra y la nalga me dolió. Apreté mis labios con fuerza nadie debía escucharme ni verme así. Probé con el pie izquierdo para subir, el cambio dio un resultado positivo, podía subir apoyada sobre la parte izquierda de mi cuerpo aunque parecía la mujer robot subiendo la escalera.

Pasaron más de tres cuartos de hora intentando subir cómo podía los cuatro pisos que tenía la maldita escuela. A cada escalón mi furia hacia Snape aumentaba, cada paso era una espina más en su rostro marchito y deforme. Al final conseguí subir al cuarto piso aunque las consecuencias fueron desastrosas para mi herida la cual estaba apretada por los vaqueros. Tuve que pararme cinco minutos más antes de seguir caminando, Madame Pince ya me estaba mirando desde la lejanía. Aunque hoy estuviésemos de luto ella seguía en su puesto, esa mujer era imbatible, pero no creo que fuese inhumana pues también vestía de negro cómo yo.

Pasados cinco minutos descansando sobre la pared retome mi marcha caminando lo más normal posible. Agarré mi permiso dentro del bolsillo del pantalón y al llegar al escritorio de Madame Pince, dónde ella estaba sentada, lo puse ante su lista de libros prestados, delante de sus narices. Ahora me sentía súper poderosa al tener esa autorización, el plan iba bien, demasiado bien.

—Aquí traigo la autorización Madame Pince. —dije sin aliento.

Esperaba su respuesta mientras miraba su rostro desgastado por la edad, tan arrugado como una pasa. Ella desplegó el papel amarillento despacio, y lentamente leyó el contenido de la nota. Luego lo volvió a doblar con delicadeza y abriendo un cajón que tenía a su derecha dejo el trozo de papel sobre unos sobres sin utilizar. Se levantó de su pesada silla de caoba y sacó un manojo de llaves un poco oxidado, junto con su varita del interior de uno de sus bolsillos.

La seguí bajando las escaleras hasta el tercer piso dónde según tenía entendido al final de la extensa biblioteca se encontraba la sección restringida que era protegida por una cuerda encantada. Madame Pince aligero su paso por la biblioteca, algunos alumnos estaban por allí sentados en los pupitres pero no leían nada, se miraban unos a otros con caras tristes. Me vieron seguirla por el pasillo unos de otros cursos, en especial un Gryffindor de mi misma edad que me había gustado desde la primera vez que le vi en el tren y creo que mi cara ya estaba roja de vergüenza.

Se llamaba Edward Watson, era un chico de sexto curso de la casa Gryffindor. Era lo que toda madre deseaba para sus hijas, un chico hábil, bueno y talentoso. Tenía los cabellos dorados como el sol, sus ojos eran de un azul brillante y su boca era de fresa. Sacaba buenas notas en todas las asignaturas sin ser un empollón, practicaba siempre que podía el quidditch y era amigo de sus amigos. Sabía que más de una suspiraba por él dentro y fuera de su casa. Él era uno de los chicos más populares del colegio, y aunque a mí me gustaba no podía quererle puesto que él también me odiaba por ser quien era.

Sí, desde que entré en Slytherin mi vida se convirtió en un infierno. Sobre todo por que tuve que dejar de querer al chico que me gustaba y al que ahora tenía que odiar. En fin... así era mi vida, todo giraba entorno al odio.

Madame Pince me condujo hasta el final del pasillo donde quedaba la cuerda, con un toque de varita la cuerda cedió, empuñó una única llave y la metió por el ojo de la cerradura de la gran puerta que separaba la sala de otra sección. Abrió la puerta entera y me miró muy seria con esa cara de amargura tan suya.

—Tiene siete minutos Rosenberg. —dijo con cara de asco.

—Pero... Sí, bien. —sería mejor no protestar o me quedaría sin esos siete preciados minutos.

Entré en la sección sin mucho entusiasmo, pues Madame Pince me observaba al otro lado de la puerta, esperando a que mi tiempo se agotase. La herida ya me estaba empezando a doler de nuevo, mientras caminaba no la notaba mucho pero al estar quieta era cuando más me dolía. Me desvié de la vista de Madame Pince entrando entre dos estanterías llenas de libros, no soportaba que me observaran de esa manera, me intimidaba. Los dos estantes estaba repletos de libros muy pero que muy viejos, estoy segura que algunos tendrían el doble de edad que Dumbledore. Sus tapas eran negras y algunas azul oscuro, incluso muchos de ellos no tenían un título visible. No tenía ni idea de cual escoger, solo miraba cómo una tonta de un estante a otro, de fila en fila, de libro en libro.

Hubo uno que me llamó la atención, porque su cubierta era roja. Tomé aquel libro que estaba a la altura de mis ojos, era bastante pesado por no decir polvoriento, no creo que nadie lo hubiese cogido en siglos. '' Plantas venenosas y subespecies'' decía su título, vaya un libro de herbología maligna, aquello tenía su gracia. Abrí el libro incrédula y curiosa temiendo encontrarme alguna ilustración espantosa, pero nada de eso, sólo era una guía para encontrar las plantas mas mortíferas de mundo mágico. Plantas que hacen que te mueras en unos segundos, plantas carnívoras, venenosas, tóxicas... etc. Encontré una que me gustó y su descripción decía así:

Dracumiana Verde

La Dracumiana Verde es una planta perteneciente a la familia de las Dracoras. Es una de las plantas más venenosas en el mundo mágico, bien conocida por el peculiar color rojizo de sus hojas y tallo.

Comúnmente llamada ''muerte roja'' por el color que tiene su fruto al madurar, este fruto es tan pequeño cómo una avellana pero letal para todo ser vivo que lo ingiera. En caso de ingesta acuda al hospital más cercano. Esta planta necesita poca luz solar para sobrevivir, no soporta estar a menos de diez grados y necesita ser trasplantada el primer año en primavera.

Pero antes de que pudiese seguir leyendo tan interesante planta, Madame Pince me advirtió que me quedaban unos escasos cuatro minutos para salir de allí. Tuve que soltar aquel libro y ponerme a buscar cómo una posesa cualquier libro sobre rituales. Pasaba mi dedo índice por la rasgada madera del estante buscando algún título que pudiera servirme, pero sobre todo buscaba algún libro que no estuviese cubierto de polvo, pues si había sido alguien de dentro también podría haber cogido un libro de aquí dentro para sacar ideas; ''Criaturas de la noche'', ''Duendes del SXV'', ''Espectros y conjuros''... y por fin encontré algo que podía salvar el día, ''Rituales oscuros en la noche de Saint Meh''.

No tenía la más remota idea de quien diantres era Saint Meh, pero si estaba aquí muy bueno no podría ser. Me daba lo mismo quien fuese, sólo cogí ese libro y lo examiné muy detenidamente. Su tapa en negro carbón me daba escalofríos y además estaba más limpia que la de los demás, mis teorías eran exactas. Alguien había estado aquí antes que yo.

Abrí aquel viejo libro con cuidado no se fuese a romper y me quedase sin saber nada. Era un libro muy grueso y sus páginas ya no estaba amarillentas si no más bien eran de un color verdoso, verdaderamente muy asqueroso. Me senté en el suelo para mayor comodidad, pues aquel libro de rituales pesaba más que yo. Escruté sus paginas en busca de alguna pista más, pero nada encontraba. Me fui al índice del libro que estaba en las primeras páginas, esperanzada de encontrar dónde se podría haber fijado la anterior persona que lo tuvo entre sus manos. Pero el índice era demasiado extenso como para buscar en todos los temas que tenía.

Resoplé agobiada.

—¡Le queda un minuto Rosenberg! —dijo Madame Pince en voz alta para que la escuchase.

Genial ya no tenía tiempo y no podría encontrar nada más acerca de esto, y Madame Pince sospecharía de mí si me llevaba este libro con la muerte de Alice en la tarde de ayer.

Elinor tienes que mantener la calma, si fueras a hacer un ritual con una virgen y no supieras hacerlo o te faltase algo para realizarlo, ¿a qué parte del libro te irías?

Miré de nuevo el índice leyendo tan rápido como pude cada punto y encontré justo el que estaba buscando ''Realización e ingredientes''. Un tema de cuatro hojas cada una explicando el proceso de elaboración, en la página 482.

Cogí un puñado de hojas y las pasé de inmediato buscando el número en el pie de página. Intentando por todos los medios tratar bien el libro pero apenas podía pasar las páginas bien con la euforia que sentía, al final el libro me golpearía en la cara por maltratarlo. Leí 479, 480, 481 y... 486 ¿Eh? Había dado un salto de números ¿Eso era posible?

Estaba confusa, no podía ser que hubiese un error gráfico al escribirlo. Y entonces lo vi, en mitad de las dos páginas había cuatro trozos de papel en vertical que parecían ser... lo que quedaba después de arrancar las páginas de un libro. Aquí se acababa la aventura del día, en cuatro páginas arrancadas de un misterioso libro. Que mala suerte había tenido... Me sentía muy mal. Tanto esfuerzo no había servido de nada, tanto dolor había sido en vano, y la sangre que había derramado también había sido por nada.

—¿Qué se supone que está buscando Rosenberg?

Aquella pregunta me dejó helada, Madame Pince no debía de conocer lo que andaba buscando o ahora si que me la iba a cargar de verdad. Pero lo extraño fue que aquella irritante voz no era la de Madame Pince, era la voz de mi sanguinario profesor Snape. Estaba en lo que fuera a ser la entrada de las dos estanterías, observándome con su severo rostro lleno de irritación, y la causa de esa irritación supongo que sería yo. De eso me alegraba.

—La pregunta exacta profesor es: ¿Qué hace usted aquí?

Le respondí con arrogancia arrastrando la palabra usted para que percibiera que no me era grato verlo por aquí. Snape se las gastaba muy mal conmigo y yo no tenía por que ser cortés con él. De hecho ser grosera me aliviaba mucho el dolor que me hacía sentir cuando lo tenía cerca. Me levanté del suelo haciendo equilibrio con el libro en una mano, aquel libro pesaba una tonelada y no exageraba. El profesor se acercó más a mí pero esta vez me previne de su jugarreta. Desenfunde mi varita y le apunté.

—Mejor quédese donde está profesor. —dije frunciendo el ceño.

Snape hizo una mohín impropio de él al ver mi reacción tan inesperada. Me encantaba verle enfadado, me era muy divertido y apenas podía esconder la sonrisa de satisfacción. Pero volvió a calmarse enseguida, él tenía algún plan para mí y yo hoy no estaba de buenas.

—Madame Pince le concede cinco minutos más Rosenberg, porque yo estoy aquí con usted mientras ella va al cuarto piso. Así que debería agradecérmelo ¿no le parece?

—Deje de hacerse la víctima profesor, me dan arcadas. Los dos sabemos de que pasta esta hecho usted, de la más sucia que hay. —respondí con furia. —De todas formas había acabado, lo que estaba buscando se lo han llevado.

—¿De qué me está hablando Rosenberg? —dijo torciendo la cabeza y entrecruzando los brazos.

Tiré el libro al suelo, cosa de la que me arrepentí pues hizo un gran estruendo al caer. Sin comprender Snape miró el grueso y pesado libro en el suelo. Y cuando estuvo a punto de reñirme por dejarlo caer, sus ojos se abrieron cómo platos.

—Saint Meh... —dijo casi en un susurro.

Luego volvió a mirarme con cara de pocos amigos. De nuevo había hecho algo que para él era malo. Sorteo con habilidad el libro y se acercó más a mí. He de decir que temía su mano, pues ahora que estábamos a solas se le podían ocurrir muchas cosas que hacerme.

—A ese libro le faltan las cuatro páginas del tema ''Realización e ingredientes'' profesor Snape, sospecho que quien se las llevó tiene algo que ver con lo que está pasando en el colegio.

Quería abrazarlo, lo tenía tan cerca que casi podía tocarle. Soy una chica repulsiva y sin dignidad. Pero quería que me besara, mi corazón le deseaba fervientemente. Con un poco de suerte él también se sentiría solo hoy y necesitara sentir piel humana. O eso esperaba porque yo no me atrevía a hacer nada...

Recogió el libro del suelo intentando parecer que no le pesaba pero aquel libro era enorme. Estuvo ojeando el glosario y luego fue a ver las páginas que faltaban. Me miró de soslayo mientras sujetaba el libro, su mirada a veces me asustaba. No conocía mucho de él, ni siquiera sabía dónde vivía o de que le gustaba hablar. ¿Cómo podía gustarme tanto? ¿Cómo podía gustarme sabiendo que a él le gustaba mi hermana? Eso si me que hacía daño, que solo me quisiera cómo si yo fuera un reflejo sin vida de mi hermana. Era un miserable sin corazón.

Finalmente cerró el viejo libro y lo cogió con ambas manos.

—A mí despacho, de inmediato Rosenberg. —me dijo con su barbilla erguida.

Ni siquiera proteste. Solo le puse mala cara y salí de allí deprisa rodeándole. Madame Pince ya estaba de vuelta, le di las gracias y seguí caminando hasta el final del pasillo, dónde me esperaba mi tortuosa escalera. Espero que Snape no pensara que había sido yo la que le había hecho eso al libro, sería muy idiota si lo pensara.

Mazmorras

Despacho de Snape

—¡Cállese Rosenberg! Ni siquiera sabe lo grave que es la situación.

Snape estaba furioso, desde que llegamos aquí abajo no hacía más que callarme y decirme que yo no sabía nada. Me estaba empezando a enfadar de verdad. Para mí bajar las escaleras no había sido tan malo como subirlas, eso si fue un verdadero calvario. Snape había traído el libro de Saint Meh consigo para investigar, aunque por esa reacción tan escandalosa él ya sabía a lo que nos enfrentábamos y parecía algo bastante gordo.

—Seguramente no sepa quien es Saint Meh... —dijo en tono despectivo.

No le respondí, en lugar de eso desvié la vista hacia otro lugar en el oscuro despacho. Como las velas encendidas, el estante de las pociones, el escritorio... cualquier objeto me era más interesante que él. Snape se llevo la mano izquierda a la cara pensativo, me dio la espalda y cruzó la puerta que estaba detrás de su escritorio dejándome allí sola.

Siempre que venía a este lugar pensaba en las cuevas dónde habitan los murciélagos, desde el primer año. Ahora que recuerdo, una vez durante el curso de primero, Snape nos castigo a Izzie y a mí limpiando la sala de trofeos. Todavía recuerdo su risa al burlarse de Snape mientras limpiábamos. Esos eran los mejores recuerdos que tenía junto a mi hermana en el colegio, realmente no recuerdo cuando empezó a torcerse nuestra relación. La echaba mucho de menos...

Snape regresó del otro lado de la puerta de madera. Traía en sus manos un libro pequeño y parecía muy corto, de lectura ligera. Se acercó a mí y me lo entregó. En unas estrafalarias letras doradas su título decía: Ensayo sobre Saint Meh. Creo que puse mala cara al verlo pues Snape hizo una mueca de disgusto.

—No lo hago por gusto Rosenberg. Es para saldar su ignorancia, cómo bien usted dijo antes me dan arcadas de la gente ignorante. —dijo intentado hacer una sonrisa.

—¡Si cree que voy a tolerar sus insultos está muy equivocado! —estaba muy enfadada, aquella fue la gota que colmó el vaso.

Levanté mi mano derecha para propinar a Snape un buen bofetón muy merecido, pero él era más rápido que yo y cogió mi mano al instante con fuerza. Lo que no esperaba es que al cogerla lamiese la palma de mi mano. Estaba en peligro, de que mi corazón explotara. Estaba tan indignada que subí mi mano izquierda para golpearlo pero tampoco funcionó, él soltó el libro y me atrapó con fuerza entre sus grandes manos. Estiró mis brazos hacia arriba y me agarro ambas muñecas con una sola mano. Estaba a su merced. Me condujo hacia una pared que estaba al lado de una estantería de libros sobre pociones, y allí me dejó apoyada. Me miraba lascivo apretando sus labios mientras sus ojos recorrían mi cuerpo tembloroso. Mi corazón palpitaba alocadamente por su culpa, mantenía mis ojos alejados de su mirada que me observaba sin ninguna clase de pudor, aquel era el Severus que yo nunca había visto antes.

Pero a él no le bastaba con eso. Sujetando mis brazos con su mano, hundió la cabeza en mi desprotegido cuello. Chupaba como un poseso mi cuello, cada lametón era una corriente eléctrica que pasaba por cada recoveco de mi pecho. La mano que tenía libre tomó mi pierna izquierda y la subió hasta su cadera, apretaba con fuerza mis nalgas.

—Por favor para... ''No, no te detengas''—pensé. —¡Me estás haciendo daño! ''Sí por favor, lame justo ahí''

¡Severus por favor aparta! ''Severus por favor no me sueltes'' —dije mientras pensaba lo contrario.

¿Es amor lo que siento en los genitales o deseo sexual? Por favor, dulce y azucarado dolor Severus. Dame dolor hasta que no pueda dormir, así nunca te olvidaré nuevamente.

Se apartó de mi, limpiándose con los dedos la saliva que sobresalía de su labio inferior. Estaba extasiado de placer y su boca no paraba de inhalar aire. En verdad cuando quería era un hombre muy sexy. Miró con excitación mi boca pero no me llegó a besar, lo que hizo fue mucho peor. Siguiendo cómo antes me arrastró por las manos hasta su escritorio de madera fina negra, tiró todas las cosas que tenía sobre ella con un torpe movimiento con el brazo libre y me tumbó sobre ella.

—No es coincidencia que tu silueta humedezca mi fruta Rosenberg, sabes a fresas. —dijo soltando mis manos y colocándolas las suyas en mi cintura.

Mi cara enrojeció, lo sé, pude sentir como ardía mi cuerpo en llamas. Lo único que sabía en ese momento es que le deseaba como a nadie. Una y otra vez, toca este cuerpo con la punta de tu lengua. Comenzó a quitarme el pantalón, y ahora que estaba libre no sabía si resistirme o dejarme llevar.

Pero entonces me retorcí de dolor, y él pudo ver lo que pasaba. Con tanta excitación los dos habíamos olvidado el asunto de la herida y yo volví a a recordar cuanto lo despreciaba. Puse mala cara y no volví a mirarle. Snape dejó mi pantalón en su sitio, se apartó de mi con rapidez y se volvió a meter en su puerta tras el escritorio. Aquello nunca funcionaría...

Me puse de pie en el suelo libre por fin, tomé el libro que me dejó Snape del suelo pero cuando quise salir de ahí el me detuvo tocándome el hombro con suavidad.

—Un minuto más Rosenberg, no la entretendré demasiado. —decía con su deliciosa voz.

Me di la vuelta quedándome frente a él, pero sin mirarle a los ojos. Era bochornoso estar en esta situación. Trajo un frasco pequeño que contenía un liquido color azul cielo y... mi preciado libro de poesía.

—Diluya una gota de esta poción en medio vaso de agua y déselo de beber a su hermana, recuperará enseguida el color. Y aquí tiene su libro muggle.

Cogí ambas cosas con mucha rudeza. Di media vuelta y abrí la puerta del despacho.

—Rosenberg... para su herida también le irá bien la poción.

Y cerré la puerta.

No me quedé mucho tiempo allí frente a su puerta, tenía que soltar todo esto y volver arriba a la ''misa'' de Alice. Así que con los ojos inundados en lágrimas me dirigía veloz a mi sala común cuando del libro de poesía cayó una nota. La miré un par de segundos, la recogí y la desplegué.

''Manténgase alejada de su hermana Rosenberg.''

¿Qué querría decir con eso? Me había dado una poción para salvar su salud y ahora me decía esto...

¿Por qué sentía tanto dolor? ¿Por qué tenía que quererle? ¿Por qué este odio no me dejaba amar?

Severus... más que simplemente amarte, quiero sentirte de una forma que destroza mi mente.