Ya rondaban las 3:40am cuando Marco y Mikasa pisaron la acera de la casa de Reiner, el taxi estacionado allí los esperaría. Apenas echando un vistazo se podía apreciar como vibraban los cristales de las ventanas debido al excesivo volumen de la música y aun desde su posición se podía ver adentro un grupo bailando, otro haciendo juegos de bebidas, otros besándose, y todo lo que pudieran esperar en una fiesta de esas. Antes de que se dispusieran a aproximarse hacia la puerta de la casa para llamar, alguien desnudo pasó corriendo a toda velocidad frente a ellos. Seguramente ebrio y un poco drogado también. Ambos se miraron y comenzaron a reír, parecía una fiesta divertida y desenfrenada.
Mikasa nunca había sido invitada a una de esas y en el fondo le dolía admitir que le hubiera gustado aunque fuera una vez para vivir la experiencia. Pero su grupo social simplemente no compaginaba con el de ellos, en gran parte desde ahí surgía algo del rechazo que sentía por Jean. A sus ojos él se creía mejor que ella y sus amigos, y solo la asediaba para diversión de su grupo, eso es lo que se había hecho creer.
Emprendieron sus pasos por el pequeño sendero y timbraron. La puerta se abrió, era Historia con ese aire de dueña del mundo que solo la Queen B puede tener, en un ajustado y corto vestido color negro que dejaba muy pocas cosas a la imaginación. Sostenía un vaso de lo que parecía ser cerveza, la rubia arqueó su ceja y les lanzó una mirada entre intrigada y desconcertada.
—¿Se perdieron de camino a una convención de frikis o qué? —dijo llevando su vaso hacia su boca para darle un breve sorbo.
Marco rascó su nuca un poco dudoso de saber cómo responder ante la figura algo intimidante de la chica. Mikasa con tan solo verlo percibió cuan incómodo se sentía, por lo que tomó la iniciativa.
—No venimos a molestar su fiesta ni nada, estamos aquí por Jean para llevarlo a su casa. ¿Dónde está?
La cara de Historia manifestó aun más curiosidad y sonrió algo maliciosa.
—Creí que ese tonto no te gustaba Mikasa, supongo tu gusto en chicos es igual de malo que tu gusto para vestir.
—Seguramente mi gusto en chicos no podría ser peor que el tuyo. —Al emitir esa frase se sintió muy extraña, ¿no hubiera sido mejor que dijera que no le gustaba y ya? ¿Por qué no lo hizo?
Sin embargo, la respuesta de Mikasa fue del agrado de Historia. No era de las que se dejaba intimidar lo cual en secreto le hacía sentir cierta admiración por ella dibujándole una poco perceptible sonrisa que cualquiera pensaría que indicaba algo de orgullo. Abrió la puerta y retrocedió para dejarles espacio para pasar.
—Está en la cocina, segunda puerta a la derecha.
Los dos ingresaron sin decir más y al entrar lo vieron tumbado sobre la isla de la cocina, dormía profundamente.
—Estuvo bebiendo y cantando durante gran parte de la noche pero de repente comenzó a llorar y a maldecir hasta que cayó rendido —comentó Hitch acercándose—. Parecía muy triste por alguna razón, nunca lo vi beber tanto. —Clavó sus ojos directo en Mikasa—. Qué amable de tu parte venir también pero yo pude haber ayudado a Marco de igual forma.
—Solo estoy aquí porque él —inclinó su cabeza señalando a su amigo— , me lo pidió.
—No te preocupes Hitch, nos aseguraremos de que llegue bien a casa. —Objetó Marco a modo de alivianar el ambiente.
Hitch asintió de mala gana y solo se dedicó a observarlos.
Marco le indicó a Mikasa de que se dirigiera por el lado derecho y tomara su brazo colocándolo sobre su hombro rodeando su cuello, él haría lo mismo con su otro brazo. Levantarlo fue más difícil de lo que esperaban pero tras algunos tropiezos y esfuerzos lograron sacarlo de allí.
Al llegar al vehículo Marco insistió en que ella subiera primero y se posicionara junto a la ventana para que posterior a eso él pudiera meter a Jean y recostarlo a su lado por si se caía durante el viaje. Mikasa no pudo protestar y tampoco quiso hacerlo ya que veía la buena fe y preocupación en el rostro de su amigo. Así lo hicieron, Jean quedó recostado con la cabeza sobre su falda.
—Ya vuelvo, olvidé pedirle a Hitch las llaves de su motocicleta. Me matará si cuando despierte no las tiene.
Mikasa asintió y este trotó por el sendero para ingresar, esta vez sin tocar la puerta.
Ella volvió su vista al rostro de Jean, pensó que callado se veía tal vez un poco más tolerable aunque en el fondo le resultaba ocurrente su personalidad chabacana, pero claro que jamás lo admitiría. Su rostro se veía tan sereno y a la vez tan indefenso, como el de un pequeño corderito recién nacido. Una sensación extraña le llenó el pecho, culpa quizás, nunca ni en sus sueños o pesadillas más raras se pudo haber imaginado en una situación similar. Sobre su regazo lo vio mover la cabeza hacia un lado y hacia el otro, comenzó a emitir sonidos inentendibles. Le causó algo de gracia y rió para sus adentros.
—Mi... Mi... Mikasa...
La chica quedó helada, siguió mirándolo esta vez con más atención.
—¿Por qué...? —Su voz de repente adquirió un tono melancólico. —¿Por qué no ves lo que siento? —Aquello se transformó en un quejido lloroso mientras continuaba moviendo su cabeza y volteando hacia un lado y hacia otro. —Soy tan estúpido, estúpido, estúpido, estúpido... —Movió sus manos como buscando algo y al encontrar la de ella la tomó y la jaló para aferrarla a su pecho. —No me dejes solo... no te vayas.
Sobra decir que para ese momento el rostro de Mikasa era rojo fuego y miraba expectante hacia la puerta de la casa rogando que su amigo volviera pronto para acabar con eso.
—Lamento la tardanza, ya podemos irnos —dijo Marco al tiempo que cerró fuerte la puerta del automóvil, giró hacia el asiento de atrás. —¿Todo b... —se sorprendió al ver el rostro de la chica en tanto ella disimulaba su mano atrapada ocultándola bajo su ropa. —¿Estás bien Mikasa? ¿Te agitaste con tanto esfuerzo? Estás roja.
—Sí, es que este tonto en verdad pesa —forzó un tono bromista para esconder su desconcierto. —Ya mejor nos vamos.
—Podrías abrir un poco la ventanilla si quieres. —Esta vez dirigiéndose al conductor. —A la zona de New Gables por favor.
El conductor arrancó el motor y pasados los primeros minutos Mikasa sintió un gran alivio de que ya Jean pareciera nuevamente dormido aunque sin soltar su mano. Trató de librarla ahora que Marco miraba hacia el frente, lejos de lograrlo.
—Mikasa... No... No te vayas... —Volvió a balbucear.
El sonrojo en sus mejillas regresó más estrepitoso que antes. Marco en el asiento de adelante simuló que no había oído y se giró hacia la ventanilla cubriendo su cara para no dejar ver la sonrisa que se le asomó. Imaginó la reacción divertida de Jean al siguiente día cuando le contara lo que hizo.
—En esa casa azul. —Señaló Marco.
El automóvil se detuvo y el chico le pidió al taxista una vez más esperarlos para regresar. Bajó primero para ayudar a Mikasa y aunque esta no lo quiso pudo ver cómo su amigo se aferraba a la mano de la chica. Pero al levantarlo logró librarla de ello y tal como antes lo cargaron con dificultad para llegar hasta la entrada. Llamó a la puerta y unos minutos después la madre de Jean los recibió muy exaltada.
—Oh mi pequeño Jeanbo, ¿qué le sucedió? —Miró preocupada a Marco.
A Mikasa se le quedó grabado ese "Jeanbo" y le vino a la mente la imagen de cuando estaba dormido sobre su falda. Si no se tratara de él pensaría que el sobrenombre Jeanbo era lo más tierno que había escuchado. La señora les abrió paso para que lo subieran por las escaleras y les indicó su habitación.
—Tranquila señora Kirstein, solo bebió un poco de más en la fiesta así que fuimos por él para que regresara bien. —Explicó el chico.
—No saben cuánto se los agradezco Marco y... —Quedó mirando a la bonita pelinegra esperando saber su nombre.
—Mikasa.
—Gracias por traer a mi niño, él es lo único que tengo, no sabría que hacer si le sucediera algo.
—No es nada —respondieron los dos al unísono cuando acababan de recostarlo en su cama.
El cuarto de Jean, Mikasa echó una breve mirada a su alrededor. El tamaño y los muebles eran normales, paredes azul marino, con la cama en el centro, un armario, escritorio, lo usual. Pero lo que llamó su atención fue lo que parecía ser una figura de legos terminada de una estrella de la muerte y algunos posters de las películas. Con que Star Wars eh, pensó y recordó las palabras del chico hace unos días "no me gustan esas películas de frikis". Como si hubiera algo más friki que eso, ni siquiera ella a quien todos consideraban una rara las había visto.
Volteó hacia el otro lado, en la pared habían algunas fotos colgadas, se quedó viendo una de Jean a una edad aproximada de 7, quizás 8 años abrazado a un hombre que sin dudas debía ser su padre, ambos posaban muy sonrientes. Habían muchas más fotos, incluso tenía una con Marco un poco más crecido que la anterior y otras varias más pero ninguna resaltaba como la primera, seguro era especial para él. Debía admitirlo, si es que alguna vez lo hubiera hecho, el cuarto de Jean no era como lo imaginaba. Aunque ni ella misma sabía que era lo que esperaba.
La señora miró la hora, las 4:20am.
—Por favor quedénse a dormir. Después de tomarse el trabajo de traer a mi Jeanbo no puedo permitir que se vayan a esta hora. Podría ser peligroso para ustedes y no quiero imaginar si sus madres supieran que están a esta hora de aquí para allá en un taxi.
Marco miró a Mikasa, para ser sincero si se sentía responsable por ella y después de prestarle su ayuda no sabía qué hacer. Sin dudas aceptar la invitación era lo mejor pero no quería incomodarla por lo que trató de leer su expresión. Apoyó su mano sobre su brazo.
—Lamento haber arruinado los planes hoy pidiéndote el favor Mikasa pero la señora tiene razón. Si algo sucediera tu madre me mataría, mucho más teniendo en cuenta todas esas advertencias que nos dio antes de salir. Creo que será mejor quedarse.
—Marco puede dormir con Jeanbo y tu estarías cómoda en la habitación de huéspedes.
Mikasa ni siquiera sabía que decir pero no quería despreciar ni la preocupación de Marco ni la de aquella amable señora.
—Está bien, gracias —dijo mirando a la madre de Jean.
Marco salió un momento a pagarle al taxista mientras la señora Kirstein guiaba a Mikasa hasta la habitación de huéspedes. Era una habitación de igual forma normal y con pocos muebles pero estaba increíblemente limpia y olía muy bien. La mujer ingresó trayéndole una almohada más y una camiseta grande básica color azul.
—Imagino que no tienes ropa para dormir y aunque pensé en prestarte uno de mis camisones no creo que te agrade algo de anciana. —Bromeó amable. —Ahí está el baño y si necesitas algo más mi habitación es la de al lado.
—Es todo lo que necesito, no se preocupe.
—Buenas noches querida.
Marco se asomó por la puerta.
—¿Estás bien? No puedo dejar de sentirme culpable por arrastrarte conmigo.
—No negaré que hubiera preferido terminar la maratón con los chicos pero no me retracto de haberte ayudado. Aunque fuera por el tonto de Jean.
Marco sonrió.
—Cuando sepa que también lo ayudaste le gustarás más todavía. Claro, si es que eso se puede —dijo molestándola.
Mikasa le arrojó una almohada.
—Ya vete a dormir.
—Solo digo la verdad —rió en voz baja. —Buenas noches y gracias por auxiliarme. —Cerró la puerta.
Recogió la almohada que había lanzado e inspeccionó la camiseta, se veía amplia y cómoda, seguro era del tonto. Cambió su ropa y entró a la cama finalmente, no sin antes enviar un mensaje al chat grupal que tenía con Eren y Armin. Les contó lo que había pasado y que para su tristeza no terminarían la noche de películas. La respuesta de Eren fueron muchos stickers burlándose de su mala suerte mientras Armin solo dijo que se alegraba de que estuviera bien. Dejó su celular en la mesa de noche y se volteó de costado en la posición que siempre usaba para dormir.
«Vaya día tan extraño.» Se dijo y cerró los ojos.
