Capítulo 9: Nuevas impresiones.
N/A: ¡Disfruten el fanfic!
Cuando Luna llegó a su mesa y se sentó, sucedió algo que jamás hubiera llegado a pensar que sería posible. Joe Cline, el muchacho que la molestaba, se sentó junto a ella; pero no sólo eso sino que, además, le habló amistosamente.
—¡¿Luna?! ¡Vaya! Así que es verdad: en serio volviste. Ya sabía yo que no podrías dejar Hogwarts por mucho tiempo —dijo Cline.
—Uh, sí, supongo que es verdad —contestó Luna, tratando de sonar lo más natural posible.
—Me alegro mucho de que no hayas cometido lo que…bueno, ya lo sabes —dijo Cline, pareciendo un poco más serio—. Probablemente te hubiéramos perdido —agregó.
Luna estaba ahora más confundida, si eso era posible. No quiso darle más vueltas al asunto y se dispuso a comer. Todos sus compañeros ahora eran, de algún modo, totalmente distintos. Harry no tenía una cicatriz, Ginny parecía ser más sentimental, Hermione no tenía los dientes tan largos, y Neville era casi tan alto como Ron. Hablando del pelirrojo, Luna le vio, al principio, un poco diferente a la hora de la cena. Parecía como disgustado con algo o con alguien. Cuando estaba en la mitad de su cena, a Luna se le vino algo a la cabeza: ahora que lo pensaba, no sabía qué habían hecho Ron y Luna de ese mundo.
Lo único que sabía era que habían decidido abandonar el colegio y, hasta ese momento, no habían regresado. Aunque claro, los chicos que retornaron fueron otros. Luna alzó la vista de su plato y vio hacia la mesa de los profesores. Todos lucían casi igual a como Luna los había conocido. Sólo algunos pequeños cambios. Pero hubo algo que llamó especialmente su atención: Umbridge no estaba entre los profesores. A razón de esto, su lugar estaba ocupado por Snape y, a su lado, había otro profesor que Luna jamás había visto. Quien estaba junto a Snape era viejo, con un prominente bigote y una barriga realmente grande.
—Ey, Cline —llamó Luna—,¿quién es el hombre que está al lado de Snape?
—Oh, ¿lo has olvidado? —preguntó Cline, medio confundido—. Pues para refrescar tu memoria, te recuerdo que ese hombre es Horace Slughorn. Nuestro profesor de Pociones. ¿Y por qué me llamas por mi apellido? ¿Acaso ya no somos amigos? —inquirió, haciéndose el ofendido.
—…eh, no, nada de eso, lo siento, Joe —dijo Luna como respuesta rápida, pues no se podía proyectar a Cline y a ella como amigos—. Es sólo que han pasado ciertas cosas que hoy me desconciertan.
—No te preocupes, Luna; supongo que tiene sentido el hecho de que ahora hayas decidido volver así, sin más, y tus ideas no estén muy claras y llegues a confundir todo.
Luna se limitó a asentir y se dio cuenta de que ya había terminado de cenar. Miró hacia la mesa de Gryffindor y, en efecto, Ron también había concluido su cena. Entonces se preguntó qué estaba pasando en su mente. Lo más probable es que estuviera, al igual que Luna, tratando de comprender lo que les estaba sucediendo. Fue en ese entonces, cuando Luna sintió el codazo de alguien. Cline la estaba llamando.
—¿Aún te gusta Weasley?
—¿Qué? ¿Gustarme Ron?
—Claro, bueno, al menos a él sí le gustas. Y creo que lo sabes perfectamente —añadió, viéndola fijamente—: pues él mismo decidió acompañarte a ese viaje donde estuviste fuera por casi un mes.
—¿Él hizo eso por mí? —murmuró Luna, casi para ella misma que para Cline.
—¿Qué dijiste?
—Uh, no, nada, quiero decir, puede que sí…pero también puede que no.
—Ya, como sea, yo ya me voy. Que pases buena noche —hizo ademán de despedirse y se marchó.
Todos, de hecho, en el Gran Comedor, se estaban levantando y dirigiéndose a sus salas comunes. Rápidamente, Luna, se levantó de su asiento y fue a alcanzar a Ron, quien también se acababa de levantar.
—¿Viste al profesor de Pociones? —le preguntó la rubia al pelirrojo.
Ron dio una ojeada a la mesa de profesores, y luego volvió la mirada a Luna.
—Sí, Hermione me contó que su nombre es Horace Slughorn. ¿Qué hay con eso?
Luna se aseguró de que nadie estuviese oyendo o viendo antes de hablar.
—Que eso nos deja la posibilidad de que Snape sea el profesor de Defensa Contra Las Artes Oscuras. Quiero decir, ¿desde cuándo Snape tiene ese puesto?
Ron pareció haber recibido una descarga y, de pronto, pareció sorprendido.
—Es verdad…rayos, si como profesor de Pociones era difícil, ahora imagínate como profesor de Defensa Contra Las Artes Oscuras.
—Y eso hace cuestionarme por qué Dumbledore le daría ese puesto a Snape.
—Luna, ¿no estarás sugiriendo que Dumbledore fue engañado por Snape y El-que-no-debe-ser-nombrado? —cuestionó Ron, en un tono bajo y un poco más pálido.
—Este Dumbledore no se ve tan tonto, Ron, apostaría que es casi o igual de astuto e inteligente como el Dumbledore que conocemos. Debe haber otra razón para que le haya confiado el puesto.
—Sólo espero que no haya algo malo detrás de todo esto —dijo Ron, nervioso.
Luna le dirigió una mirada tranquilizadora y entonces ambos chicos salieron del Gran Comedor. Durante su trayecto hacia las distintas torres (la de Ravenclaw y Gryffindor), se toparon con Hermione tomada de la mano con Neville. Luna, que por dentro estaba que quería preguntar mil y un cosas, trató de mantenerse tranquila y no sacar conclusiones apresuradas. Pero Ron, que no pudo contenerse, dijo con clara sorpresa:
—¿Ustedes dos están saliendo?
Neville y Hermione se miraron, y luego, volviendo la vista a ellos, sonrieron y afirmaron con la cabeza.
—Nos atraparon —dijo Hermione, aún sonriendo.
—Pensábamos que no se darían cuenta nunca —dijo divertido, Neville.
La mente de Luna seguía procesando: sabía que ellos dos se gustaban mutuamente, pero, al parecer, estos habían decidido, por fin, confesarse su amor. Por otro lado, Ron parecía estar pensando lo mismo que Luna: ya era hora.
—Bueno… —empezó Luna— espero que todo vaya bien para ambos, ¿no, Ron?
El muchacho de pecas asintió furtivamente y dijo:
—Por cierto, ¿a dónde se dirigen? La sala común no queda por aquí.
—íbamos a revisar qué día tenemos fin de semana libre para poder ir a dar una vuelta por la ciudad —respondió Hermione.
—Si quieren —dijo Neville— podemos decirles el día para que nos acompañen.
Luna y Ron asintieron, se despidieron y retomaron su camino. Cuando fue momento de separarse, tomaron la dirección a sus respectivas torres. Cuando Luna cruzó la puerta de su dormitorio, al llegar a su sala común, vio a Nádba entrando por la ventana de la habitación.
—Hola, madre —dijo Nádba, en un tono tranquilo y sereno—, acabo de llegar de hacer un par de investigaciones.
—¿Investigaciones? —se extrañó Luna—. Pero si apenas sabemos nada de la ciudad. No te has perdido, ¿verdad?
—Claro que no —aseguró Nádba, haciendo ademán de restarle importancia—. Con el mapa fue muy fácil localizar las zonas. He intentado saber más acerca del lugar donde estamos y el mundo en general. Tome asiento, madre, que tengo algo que seguramente resultará interesante.
La habitación estaba vacía, pero aún así Luna se aseguró de que no estuviese nadie para escuchar lo que fuera que Nádba le quería contar. Se sentó en el borde de su cama, y Nádba se sentó en la mesita de noche que estaba allí, junto a la cama. El pequeño lodoso se aclaró la garganta y empezó:
—Bien, pues, cuando usted se fue, decidí aprovechar para saber más acerca de todo esto. Al no querer ser descubierto por ningún alumno o profesor, traté de bajar por los muros exteriores, saliendo de la ventana. Como no hallaba forma de bajar sin el riesgo de resbalar, acepté la realidad y corrí aquel riesgo. Sin embargo, al poner un pie y una mano sobre el muro exterior, algo ocurrió. Mi mano se alargó al punto de parecer un fideo; al igual que mi brazo entero. Ramitas marrones y hojitas verdes salieron de mi alargado brazo y lograron mantenerme suspendido contra el muro. Como una pata de araña. Luego, lo mismo le ocurrió a mi otro brazo y pie —hizo una pausa dramática, y continuó—. Así que, en ese momento, parecía un arácnido de cuatro patas que estaba descendiendo la torre hasta llegar al suelo. Y cuando regresé para acá, logré hacerlo nuevamente. Es fácil, de hecho.
Ante esto dicho, el pequeño de barro hizo que su brazo izquierdo se alargase tanto al punto de que la punta tocara la pared opuesta. Había algunas hojas verdes saliendo del brazo.
—¡Guau! —exclamó Luna, al ver aquello—. Nunca me hubiese imaginado que tuvieras esta habilidad tan…peculiar.
—Y probablemente tenga más —añadió Nádba, mientras volvía a encoger su brazo.
—¿Pero qué fue lo que lograste averiguar? —cuestionó la chica.
—Bueno, después de buscar por un momento en el mapa, encontré un museo que tenía registrado casi todos los sucesos importantes que sucedieron luego de la llamada "Revolución Mágica" —explicó Nádba, y Luna puso cara de confusión. El pequeño explicó—: se refiere al proceso que se llevó a cabo durante la época en la que, tanto magos como brujas, lucharon contra los muggles para determinar cuál sería la sociedad dominante. Eso fue hace más de siete siglos. Pero no fue una lucha con varitas o armas muggles, bueno, en parte sí, pero también emplearon una estrategia en la que los magos conseguían gobernar territorios y, poco a poco, lograron expandirse hasta que, finalmente, estallaron en una verdadera guerra conocida como "La Guerra del Cielo Encantado". Los magos ganaron y sometieron a los muggles a su dominio. Pero tiempo después se dejó de hacer esto y empezaron a ser más flexibles. Así que, mi querida madre, Londres está así porque es un territorio mágico. De hecho, casi todas las ciudades y países del mundo son mágicos. Afortunadamente, algunos artefactos muggles como los trenes o radios, sí fueron inventados. Otros no, como los teléfonos o la televisión. El punto es, madre —dijo, abriendo más sus rasgados ojos—, que como los magos dominan el mundo, no hay razón para que El Señor Tenebroso existiese; y tuve razón, vaya que sí lo creo, he buscado en algunos libros de sucesos importantes del siglo XX y no, no encontré nada sobre La Guerra Mágica ni nada parecido. Ni siquiera Grindelwald figuraba en ningún lado…
Luna estaba analizando la información, hasta que, al final, una conclusión llegó a su mente.
—…eso quiere decir que, no puede ser, significa que… ¿Quién-tú-sabes no existe?—inquirió la muchacha, muy sorprendida—. Aun así, el humano que alguna vez fue, puede que esté vivo, entre nosotros; pero no como un genocida, sino como un mago más, tal vez.
—Es probable —corroboró Nádba.
Los dos estuvieron en silencio, cada quien pensando en lo que se acababa de revelar. Al menos por parte de Luna. Después, se dio cuenta de que ya había anochecido completamente. Escuchó susurros entre las paredes y supo entonces que sus compañeras de habitación se acercaban. Nádba, sin perder ni un segundo, entró en el baúl de Luna, que tenía algunos agujeros. Las chicas entraron, eran todas de sangre pura o mestiza. Pero de inteligencia parecía que no lo demostraban abiertamente; pues Luna no comprendía cómo el Sombrero Seleccionador las colocó en Ravenclaw.
—Lovegood —dijo la cabecilla del grupo—, ¿por qué has decidido volver? No me digas, viste algún extraño ser con poderes extraordinarios pero, como lo poco competente que eres, te has acobardado y elegiste volver, ¿verdad?
Las demás rieron tontamente.
—Lo que dices no es verdad —comentó Luna, parándose de la cama y caminando hasta quedar frente a ella—. Es tonto, piérdete —dijo y salió de la habitación.
Cuando Luna estuvo a punto de bajar los escalones, oyó un ruido sordo y volvió a la habitación. Woolf, como se apellidaba la chica que le había hablado antes, estaba tendida en el suelo y, por un segundo, Luna vio a una especie de cosa larga marrón deslizándose al interior de debajo de la cama. Por supuesto, ya sabía qué había pasado y quién lo hizo. Dejó a Woolf reincorporándose, y Luna bajó a la sala común.
Al llegar, vio a Cline llamándole desde una butaca y, al lado, tenía otra vacía. El muchacho alzaba una mano al aire y la agitaba. Luna vaciló un momento, pero decidió acceder. Se sentó al lado de Cline.
—Luna —dijo éste—, he visto a Woolf subir a su habitación, no te ha hecho nada, ¿verdad?
—¿Ella? Qué va, si sólo ha entrado sin decir una sola palabra —respondió la chica.
—¿En serio? Pues de seguro que ha estado más tonta de lo usual hoy.
Luna sonrió. Al parecer, la Luna de aquél mundo se había hecho amiga de Cline. Y, la verdad, no era un chico tan malo después de todo. El muchacho estaba anotando, aparentemente, algunas fechas en un pequeño trozo de pergamino. Cline le dijo que una de esas fechas eran el día en que les dejarían salir del colegio para recorrer la ciudad. Era el siguiente fin de semana, el sábado.
—¿Irás? —preguntó Cline.
—Es lo más probable —respondió Luna.
—Bram y yo iremos a la convención de dragones de Charlie Weasley.
Luna abrió los ojos como platos al oír eso.
—¿Charlie Weasley? —repitió la chica—. ¿El hermano de Ron?
—Sí, él mismo. Lo sé, a mí también me sorprende que uno de los más famosos criadores de dragones venga a dar una convención. Generalmente anda más por Europa Oriental o Asia.
Cline siguió hablando un rato más sobre dragones y tal. Pero Luna estaba preparándose mentalmente para más sorpresas. Cuando se hizo más tarde, Luna y Cline se despidieron y la rubia subió a su habitación. Después de todo, al día siguiente tendría que llegar puntual y bien despierta a sus clases.
N/A: ¡Chicos! ¿Qué tal? Después de ocho capítulos, hasta ahora, me he dado cuenta de que he estado usando mal el guion para los diálogos. Afortunadamente, me enteré de mi error y ya uso correctamente el diálogo-narración. Espero que les esté gustando el fanfic. Comenten. ¡Hasta la próxima!
