Capítulo 10: Sonrisa desagradable.
N/A: ¡Disfruten el fanfic!
La luz que proyectaba la luna inundaba la habitación de Luna, dónde ésta dormía plácidamente; dándole un aspecto blanquecino y azulado. Entonces, en medio de la oscuridad más allá de lo que se veía en los oscuros árboles, una figura encapuchada apareció. Luego, desapareció. Silencio. Sonidos de ramas partirse y piedra estrujadas retumbaron en el ambiente. La misma figura se volvió a proyectar, recta, entrando por la ventana. Se detuvo al pie de la cama de la rubia. Sacó su varita mágica y apuntó con ella a las otras chicas que descansaban.
— Desmaius —pronunció y dejó inconscientes, una por una, a cada una.
La figura hizo un «toc, toc» en la cama con los nudillos. Dos o tres veces.
Luna despertó, desconcertada, tras un breve repique bastante alto. Al abrir los ojos se topó con una figura encapuchada al pie de su cama. La complexión, la altura, la máscara, la varita; todo aquello le recordaba a…
—¿C-Clave?
La voz con la que lo dijo detonaba desconfianza y cierto temor. Si bien Luna no podía sentir dolor, sí podía asustarse o sentirse amenazada. Se volvió hacia su derecha. Woolf y el resto de compañeras parecían seguir durmiendo sin la menor preocupación. De pronto, volvió a mirar al encapuchado. El sujeto se levantó la máscara, no toda, al menos para mostrar su boca y nariz. Al levantar su mano, Luna vio que ésta era casi esquelética y blanca, como cadavérica. La figura levantó su máscara y, al hacerlo, Luna se llevó ambas manos a la boca y soltó un grito ahogado. Lo que estaba presenciando no era nada normal. Su piel era blanquecina a tal punto de marcar ciertas venas. Parecía demacrado. Su nariz era, dentro del contexto, bastante normal. Pero la boca, eso, sin duda, fue lo que más sorprendió a Luna. Sus labios formaron una horripilante sonrisa con forma de «D» volteada hacia la derecha. Los dientes estaban mórbidamente alineados a la perfección, a la par que eran extremadamente blancos. Pero no un blanco atractivo, sino uno opaco y que podría iluminar la mayor oscuridad.
—Qué honor que me haya reconocido, señorita Lovegood. Sí, ya lo creo. Espléndido. El mismo Clave. No lo dude —respondió con su fría voz, tan tranquila, que inquietaba. Lo peor fue que, cuando dejaba de hablar, la sonrisa no desaparecía.
Luna, para ese momento, no sabía cómo era el método para formular palabras. Se quedó estática. Luego, recordó que tenía su varita dentro de la túnica que colgaba en la cabecera de su cama. Debía actuar rápido y tomarla con la mayor sutileza.
—¿Qué pasa, Lovegood? ¿Te comió la lengua el dugbog? —Dijo Clave, sin dejar la sonrisa de lado.
Era aún más inquietante ver cómo parecía balancearse, como flotando. Finalmente, Luna recuperó un poco más su valor.
—Nada de eso —trató de sonar lo más tranquila y serena posible, como haría siempre—. Sólo estoy analizando la situación. Sí, eso. Te apareces de la nada después de empujarnos por ese portal.
—Ah, sí, lo recuerdo. Fue un buen viaje, ¿verdad? Yo espero que sí lo haya sido.
¿Qué estaba pretendiendo ese sujeto? Fue una de las incógnitas que se planteó Luna en aquel momento.
—Pues la valoración del viaje es lo de menos —dijo la chica—; lo que importa es el destino. ¿Dónde estamos?
—¡Me alegro de que lo preguntes! —Exclamó Clave. Sin embargo, nada de emoción positiva ni alegría se asomaba en aquella exclamación. Sólo entusiasmo, y uno no muy bueno—. ¡Estamos en otro universo! ¡Uno donde los magos vivimos como lo que somos: personas! ¡¿No te parece como muy gratificante estar aquí?! —Al decir esto, en ese punto, se iba acercando poco a poco al cuerpo de Luna. Pronto, la chica estuvo casi cara a cara con aquella espantosa sonrisa. Se acercó silenciosamente, deslizándose como una serpiente.
—No, no me parece justo lo que hacen aquí con los muggles —dijo la rubia con varita en mano, mostrándosela a Clave.
Mientras el encapuchado se iba acercando, Luna aprovechó la total concentración de Clave en el rostro de la rubia para agarrar su varita. Un brazo marrón oscuro le alcanzó la varita más rápido. Aunque su rostro se mostraba inmóvil, Luna pudo percibir que aquella asquerosa sonrisa se intensificaba más.
—Yo también tengo una de esas —murmuró Clave poniéndola (su varita) en la frente de Luna.
La rubia trató lo mejor que pudo no mostrar signos de nerviosismo tan obvios.
—¿Por qué a nosotros? —le preguntó. Era la principal duda.
—No, Lovegood, sólo a ti. Tu amigo sólo se coló —respondió Clave en un tono muy bajito—. Y el por qué, bueno, no te lo diré por el momento. Llevas muy poco tiempo aquí y no quisiera arruinarte el espectáculo. No, no sería lo mejor. Eso sí, Lovegood, cuida tus espaldas. Mi intención contigo es —se colocó en el oído de Luna— hacerte sufrir .
Y con esas inquietantes palabras dichas, Clave se alejó sin dejar de tener la mirada clavada en Luna. Salió por la ventana, pero no como alguien lo haría normalmente: debajo de su túnica negra salían unos extraños tentáculos que despedían un aura verdoso y amarillento. Aquellos tentáculos transportaron a Clave desde el pie de la cama de Luna hasta el alféizar de la ventana, donde el encapuchado le dirigió una última mirada, intensificando su sonrisa. Los tentáculos lo llevaron torre abajo.
Luna no podía sacarse eso último dicho por Clave. «Te haré sufrir». Le costó mucho conciliar el sueño aquella madrugada.
Los primeros rayos del sol manchaban la habitación de Ron, que se tornaba de un tono amarillento. El pelirrojo dormía muy gustosamente. Sin duda era una cama muy cómoda.
—…Ron, despierta, vamos.
El susodicho abrió los ojos y la imagen de Harry apareció frente a él. A su lado, Neville estaba ahí. Ambos miraban a Ron como impacientes o algo.
—Hasta que despiertas —dijo Neville, entre aliviado y molesto—. Vamos, vístete, que tenemos que bajar a desayunar y que no se nos haga tarde para la clase de Herbología.
—Claro, Neville, como eres el que más la espera, normal que te impacientes.
—Pues sí —admitió—. Aún así date prisa.
Y el chico salió de la habitación. Ron y Harry se dirigieron miradas y el pelirrojo se echó a reír.
—Parece que salir con Hermione le ha pegado ciertos hábitos —dijo Ron divertido mientras se dirigía al baño—. No me extrañaría nada que nos presionen ambos por los deberes.
—Así que ya lo sabes, ¿eh? —Comentó Harry alzando una ceja.
—Bueno, sí, pero no es como la gran cosa. Eran bastante obvios, a mi parecer.
—¿Y con Luna ya van viendo cómo están las cosas o qué?
—Lamento decepcionarte, colega, pero no estamos viendo cómo va nada —dijo Ron y cerró la puerta del baño dejando a Harry afuera.
Cuando Ron se vistió y salió de la sala común, vio un detalle que le llamó la atención. El pelirrojo, mientras caminaba, veía por las ventanas el mar de edificios que flanqueaban el colegio; pero ese paisaje estaba a muchas millas de distancia. Antes de eso, un gigantesco campo de Quidditch, cuyos pósteres eran dorados, se extendía por todo el perímetro y exhibía todo su esplendor. Simplemente, a Ron le pareció como el mejor campo de Quidditch de la historia.
Al llegar al vestíbulo, inspeccionó el reloj de arena que contaba los puntos de las casas. Ravenclaw estaba llevándole la delantera a Slytherin por sesenta puntos, que estaba en segundo lugar. Suspiró pero al menos le reconfortó que la casa que iba ganando era la de Luna. Y hablando de la chica, ella venía bajando acompañada del chico desconocido de la noche anterior. El muchacho iba hablando, pero Luna parecía estar en otro mundo. Ron se acercó a ellos.
—…y como te decía, Luna, además de Charlie Weasley también vendrá Osmoc y…
Ron se detuvo al oír el nombre de su hermano. ¿Por qué lo había mencionado? Apresuró su paso.
—Luna, buenos días —saludó a la rubia y luego se giró hacia el otro chico—. ¿Y tú eres…?
—Oh, claro, te he visto antes, muchas veces con Luna, pero jamás nos presentamos —alargó una mano a Ron para estrecharla—. Soy Joe Edward Cline.
—Ron Bilius Weasley —le estrechó la mano.
—¿Emocionado por la participación de tu hermano este fin?
Ron no sabía cómo reaccionar a eso. Intentó actuar de la primera forma que se le vino a la mente.
—Eh…claro, claro, cómo no —se cruzó de brazos—. Pero no sé muy bien de qué va.
—¿Me estás tomando el pelo? —Dijo Cline como si acabara de decir lo más obvio del mundo. Que probablemente era así, pero Ron no lo sabía—. La convención de dragones más esperada del año. Tienes que estar viéndome la cara de tonto porque sino, enserio, no me creo que no lo supieras.
—Oh, bueno, no estoy muy metido en ese tema de la convención y tal. Y Charlie no me comentó nada.
—Pues qué pena, chico —dijo Cline y alguien pareció llamarle la atención—. Oigan, ¿ese de ahí no es Cleveland? Iré a verlo, si me disculpan. ¡Oye, Cleveland!
Y Cline se fue hacia el Gran Comedor. Entonces Ron se fijó más en Luna y notó que no había dormido bien debido a las ojeras que tenía.
—Buenos días, Ron —le devolvió el saludo cuando se percató de que el pelirrojo la miraba.
—¿Todo bien? No te ves en las mejores condiciones como normalmente.
—Sí, sólo he pasado una mala noche. Una pesadilla —dijo Luna, aunque no sonaba como muy convencida de sí misma. Pero parecía querer estarlo —¿Y tu noche qué tal estuvo?
—Sólo dormir y dormir. No hice nada emocionante, en realidad.
—Pues Nádba sí logró recopilar algo durante la cena.
El pequeño lodoso se asomó un poco y le guiñó un ojo a Ron. Después, volvió dentro.
—¿Y qué logró recopilar? —Preguntó Ron, curioso.
Entonces Luna le empezó a contar sobre lo que Nádba le había contado y , además, sobre su extraño pero útil poder para alargar sus extremidades. Ron estaba muy sorprendido sobre saber un poco más de esta nueva historia de los magos. Hasta lo del Señor Tenebroso le dejó pensando.
—¿Qué opinas? —Le preguntó Luna cuando hubo acabado de contar los hechos.
—Pues sólo puedo tratar de imaginar que algo así sea algo real. Cuesta un poco, la verdad.
—Pues así es, Ron. Así es.
En ese instante, una voz, o mejor dicho, voces, les llamaron desde las escaleras del vestíbulo. Eran Fred y George. Los gemelos bajaron para darle un amistoso abrazo a Ron y Luna.
—De verdad, ¿dónde han estado? —Dijo George, separándose del abrazo.
—Sí, ¿por qué se fueron? —Fred los escaneó con la mirada —. ¿Saben qué? Creo que lo mejor será ir a desayunar. Vamos, que el tiempo vuela.
Los cinco (incluyendo a Nádba) entraron a la habitación conjunta y se fueron a sus mesas. Justo cuando Ron se sentó, un segundo después, su plato se llenó de su desayuno. Mientras comía, unos aleteos y ululares lo distrajeron. Las lechuzas venían entrando y saliendo del Gran Comedor entregando paquetes y cartas. Una cayó en el plato de Ron y éste la recogió, leyendo el destinatario. Eran sus padres. Por suerte, no era un vociferador. Eso lo habría puesto súper nervioso. Abrió la carta para ver qué decía. Era lo siguiente:
Querido Ron,
¿En qué estabas pensando al irte del colegio? ¿Qué acaso no te pusiste a pensar sobre lo preocupados que estaríamos tu padre y yo? ¡Pues parece que te arrepentiste un mes después! Menos mal que regresaste sano y salvo, según nos notificaron. Tendremos alguna charla después del evento de Charlie y veremos qué hacer. No estamos molestos, Ron, pero sí confundidos y un poco decepcionados por la decisión tan repentina de huir. Por lo pronto, cuídate y cuida de tus hermanos. Te queremos,
Tus padres.
Ron guardó la carta y recordó lo mucho que necesitaba conseguir información sobre por qué hicieron lo sucedido. Se volvió hacia su lado izquierdo y Harry también leía una carta. Cuando terminó de leerla, la guardó de nuevo en su sobre.
—¿Una carta de tus padres? —Preguntó Harry sin mirar a Ron.
—Sí, de hecho, ¿y tú? ¿Una carta de Sirius? ¿De los Dursley?
—¿Los Dursley? No, hace tiempo que no los veo y mejor así. Tío Vernon no parece muy buen sujeto. No. Es de mi madre.
—¿Tu…tu…m-madre? —cuestionó Ron, sintiendo cómo palidecía.
—Sí, vendrá el sábado por lo del festival.
—¿Festival?
—Claro, ya lo sabes, el festival para conmemorar los setecientos años de La Guerra del Cielo Encantado. El 18 de octubre.
Ron recordó lo que le había contado Luna y le fue fácil entender al menos algo. Con razón Harry no tenía cicatriz: sus padres no murieron o, al menos, no su madre, por lo que, haciéndolo aún más probable, el Señor Tenebroso no existía.
Las clases fueron casi lo mismo que en el otro mundo. Eso hasta que llegaron al miércoles cuando les tocó Defensa Contra Las Artes Oscuras con nadie más ni menos que…Snape.
—Buenos días, muchachos —saludó el profesor cuando todos hubieron entrado a la mazmorra donde se impartía la clase.
Primera impresión. Snape nunca, pero nunca, saludaría a nadie con tal tono tan relajado y poco burlón. Pero no sólo su voz era diferente: sus facciones y sus miradas que dedicaba eran más cálidas y con brillo. Parecía casi como si fuese un hombre ¿feliz?. Eso para cualquier estudiante de Hogwarts sería el chiste del año. Ron casi vomita su desayuno después de que el profesor pasara por cierto nombre en el pase de lista matutino.
—Harry Snape.
Al escuchar ese nombre, automáticamente, Ron se volvió hacia su amigo y, para su gran sorpresa, Harry respondió alzando la mano y con un «presente». ¿Qué estaba pasando? ¿Había oído mal? Trató de controlarse, pero aparentemente no lo consiguió; pues Snape le miró extrañado y dijo:
—¿Pasa algo, señor Weasley? —El tono con el que lo preguntó era más…humano. Como si de verdad se preocupase por sus alumnos.
—…no, profesor, no pasa nada —respondió Ron, siendo lo más convincente posible.
El profesor prosiguió con el pase de lista y la clase comenzó. Las asesorías de aquel Snape eran un balance entre teoría y práctica. Primero, daba una explicación de algún hechizo de defensa y los alumnos debían tomar nota. Luego, daba una demostración de cómo se debía emplear. Aunque el pelirrojo no quisiera admitirlo, las clases de Snape eran interesantes. Cuando la clase terminó, Ron salió lo más rápido que pudo a tomar aire fresco.
Salió de las mazmorras y se quedó parado en el vestíbulo. Estaba divagando cuando sintió una mano en su hombro. Era Harry.
—Ron, ¿estás bien? —Preguntó evidentemente preocupado—. Estuviste muy raro durante la clase.
Ron no encontraba la forma de explicarse para justificar su comportamiento. Estaba atrapado. Más bien, quería saber el por qué su apellido era el del profesor. Tenía que confesarle la verdad, ¿no? Casi soltaba la verdad cuando cayó en cuenta de que no tenía pruebas para confirmarlo. Pero, de todas formas, ¿eso qué más daba? Abrió la boca para hablar cuando una voz lo interrumpió.
—Harry, tu padre te habla —era Neville quien se estaba acercando a ellos—. Creo que olvidaste algo en su aula.
—Nev, ya les he dicho que durante horario escolar no lo llamen así —dijo Harry como si ya lo hubiera explicado muchas veces antes—. Es nuestro profesor, ¿de acuerdo?
—Oh, claro, lo siento, Harry —dijo Neville haciendo ademán de disculparse—. Se me ha escapado.
—No hay problema —aseguró Harry—. Ahora, si me disculpan, debo irme.
Y se marchó.
—Vamos, Ron, debemos ir a Transformación —dijo Neville.
Ron asintió y ambos fueron al aula. Nada más destacable ocurrió durante las clases posteriores. Ahora sus sospechas eran ciertas: Harry era hijo de Snape. Sin embargo, lo único que no le cuadraba era que la apariencia de Harry era prácticamente la misma que la del Harry del otro mundo. Sólo que éste tenía el pelo más corto. Pero sus ojos, su nariz, su cara, en fin, todo, era igual. Iba a seguir especulando cuando, durante la cena, Luna se acercó a su mesa.
—Ey, Ron.
—¿Qué tal, Luna? —le saludó Ron.
Luna parecía un poco más animada pero su mirada seguía teniendo un ligero temor o preocupación. Tardó casi un minuto en hablar.
—¿Cómo te fue en tus clases? ¿Todo normal? Las mías sí —aunque sonaba tranquila, era claro que sólo estaba disimulando.
—Pues… —y Ron le contó lo que había pasado con Snape.
Luna abrió los ojos y se mostró, al igual que Ron, sorprendida.
—Vaya, quién lo hubiera dicho. Harry Potter siendo el hijo de Severus Snape.
—Ahora, Luna, ¿qué te tiene tan preocupada?
La chica fijó su mirada directamente en los ojos del pecoso. Parecía estar pensándoselo con mucho detenimiento. Finalmente, Luna soltó un largo y pronunciado silbido. Fueron al vestíbulo y fueron al salón de enfrente, que estaba vacío, para mayor privacidad.
—Verás —comenzó—, Clave se apareció en mi dormitorio hoy en la madrugada.
Ron había estado esperando el momento en que ese tipo se apareciera. Pero no pensó que lo haría tan pronto ni mucho menos en la madrugada en el dormitorio de Luna.
—Dime, Luna, ¿te hizo daño?
—No, sólo me dio un aviso.
—¿Un aviso? —Repitió Ron—. ¿Qué te dijo?
Luna parecía inexpresiva pero, de cierto modo, triste. Pero no daba la impresión de poder manifestarlo. Después de un breve momento, Luna pronunció estas palabras:
—Me dijo que —se acomodó en la silla y le susurró a Ron— me haría sufrir. Y que sólo yo era su objetivo. Tú te colaste, según él, pero me da la impresión de que no fue así.
Ron se quedó paralizado ante la confesión. ¿Hacer sufrir a Luna? ¿Y eso qué significaba? No quería que ella ni nadie de sus amigos sufriera. Era algo que no se le pasaba por la cabeza. Pero herir a Luna…era algo que él no iba a consentir. Esa chica era una representación de la más pura luz e inteligencia. ¿Cómo alguien como Luna tendría el derecho de sufrir? Era injusto. A Ron le carcomía la sola idea. No lo iba a permitir. Definitivamente no. Miró a Luna, más cerca, la tomó por los hombros y le abrazó fuertemente. En aquel abrazo, Ron quería transmitirle seguridad y confianza.
—No lo permitiré —dijo Ron, mientras seguía abrazándola—. Clave no lo hará.
Se separaron y el pelirrojo miró el rostro de la rubia. Lucía como si hubiera llorado, pero ni una lágrima se asomaba por sus mejillas. Seguía inexpresiva. Pero sus ojos reflejaban que estaba insegura. Insegura, probablemente, por lo que les deparara.
—Gracias, Ron —dijo Luna, al fin—. Aprecio tu apoyo y ayuda —esbozó una pequeña sonrisa.
Ron devolvió el gesto y se quedaron ahí unos minutos más. Luego, salieron para ir al Gran Comedor. El pelirrojo procuró que, a partir de ese momento, estaría más al pendiente de Luna.
N/A: ¡Hasta la próxima!
