Nota de autora:
Hola Elena! Thanks for your reviews, I appreciate the support and the little things you make me realise I should be doing a bit better. In order to improve that, I have rewritten the summary and changed the rating, given that there won't be any M content in this first part. (Of course you got it right, this is before the Battle of New York, Steve has just came back and is dealing with that). I hope you enjoy it!
Como lo había prometido el agente Coulson, ya había un mail en mi bandeja de entrada con instrucciones muy detalladas de lo que debía hacer cada día de la semana, así que al día siguiente me levanté a la hora indicada para tomar el desayuno indicado, que no estaba nada mal, pero era mucho más de lo que solía ingerir por las mañanas. Cada actividad de la lista tenía una hora específica que debía respetar al pie de la letra, por lo que después de los cuarenta minutos que tenía para desayunar desde que despertaba, me cambié rápidamente y salí a encontrarme con el auto que debía llevarme al Triskelion. El conductor, George, un joven alto de rostro serio que llevaba traje negro y lentes de sol, se presentó y abrió la puerta para que pudiera entrar, procediendo de la misma manera cuando llegamos al edificio central. Caminé nerviosa hacia la recepción, temiendo que mi pase no funcionara o que hubiera algún error que me impidiera llegar a tiempo al piso veintidós, pero, afortunadamente, nada de eso sucedió. En recepción no hubo ningún inconveniente y al apoyar mi pase sobre el lector del elevador, éste deslizó sus puertas fácilmente. Suspiré satisfecha.
La agente Hill me estaba esperando afuera del primer laboratorio que me había enseñado el día anterior, mirando su reloj de mano y luego viéndome caminar sin apuro por el pasillo. Estaba llegando a tiempo. Sonreí para mis adentros.
Hill abrió la puerta con la huella de su pulgar y accedimos al laboratorio por donde la seguí torpemente hasta la planta baja. La luz era tenue y ya había un equipo esperándonos.
- Me he enterado de que pasaremos juntos una temporada, así que vengo a presentarme. Soy el Dr. Streiten- me saludó jovialmente un hombre mayor, de piel oscura y canas en el cabello que le quedaba, llevaba una bata blanca con el logo aguilado de SHIELD y una sonrisa cordial. Lo saludé con un apretón de manos y luego de darme un vistazo general de otros científicos del equipo me explicó el procedimiento correspondiente.
Así fue como estuve postrada en un sillón reclinable durante toda la mañana y un rato más pasado el mediodía, con electrodos en la cabeza y el rostro, conectada a distintas máquinas, respondiendo distintas preguntas (sobre mi familia, mis gustos, sobre recuerdos específicos), reconociendo objetos con los ojos cerrados y dibujando según la consigna que me dieran. Varios científicos se quedaron en la planta baja conmigo mientras que Hill subió a una de las plataformas para trabajar en varias computadoras a la vez. El Dr. Streiten iba y venía de un lugar a otro.
Ni una sola parte del procedimiento requirió de esfuerzo alguno de mi parte. Sí existió un momento particularmente tenso, en donde una científica comenzó a hacerme preguntas acerca de los Cullen y, naturalmente, me puse notablemente nerviosa, tanto, que la agente Hill ordenó que pasen a otra categoría. Aparentemente mi nerviosismo estaba interfiriendo con los resultados. Quise disculparme, pero la verdad era que María Hill me daba mucho miedo, así que reprimí las ganas de complacerla muy fácilmente.
No podía ingerir nada más que agua durante las pruebas, así que para la hora a la que fui liberada, me encontraba famélica. Por suerte existía Phil Coulson.
Me costó un poco verlo con claridad, la brillante luz del pasillo que entraba por los altos ventanales de cristal, se metió con fuerza en mis retinas acostumbradas a la oscuridad del interior del laboratorio, cegándome brevemente.
Coulson llevaba puesto un traje gris claro, corbata roja, lentes de sol y una expresión amable. En una de sus manos, un recipiente transparente con lo que pude ver que era la vianda de comida que debía almorzar. Le dediqué una amplia sonrisa antes de saludarlo y nos dirigimos a su oficina para almorzar tranquilos. No debía estar en el gimnasio del complejo hasta las tres, así que tenía un poco de tiempo para almorzar relajadamente. Su oficina quedaba en el décimo piso, un cuarto mediano con escasos muebles y los mismos ventanales inmensos que cubrían todo el edificio, por los que podías ver la maravillosa extensión de la ciudad. Me paré frente a ellos, ensimismada por un momento.
- ¿Cómo estuvo?- quiso saber Coulson mientras se sentaba en su escritorio y me indicaba que tomara asiento en la silla enfrentada. Me senté y ubiqué el recipiente en la superficie libre mientras él me alcanzaba cubiertos descartables y le sacaba el envoltorio a un sándwich que se veía muy bien. Mi comida tenía un buen aspecto también, pero hubiese preferido un sandwich como el de Phil en vez de bistec con ensalada y semillas.
- Muy bien. En realidad no tuve que hacer mucho- dije comenzando a cortar la carne.
- Por ahora lo tienes fácil- coincidió.
Mientras masticaba mi comida miraba distraídamente la oficina, viendo pocos efectos personales o decoración. Un cuadro con una medalla llamó mi atención.
- ¿Hace cuánto tiempo trabajas aquí?- pregunté curiosa.
- Desde principios de los noventa- contestó antes de darle una mordida a su sándwich.
- ¿Siempre quisiste dedicarte a esto?
Coulson sonrió, divertido.
- En realidad quería trabajar en la CIA. Pero aquí entre nosotros- dijo susurrando teatralmente- son pura propaganda, no hay nada de acción.
Reí alegremente. Era fácil hablar con él, en cada conversación que habíamos entablado hasta el momento, siempre había adoptado una postura tranquila, impasible, que inexorablemente destilaba calma a su alrededor.
Bueno, casi siempre. Recordé el incidente en el pasillo del complejo y entrecerré los ojos, queriendo molestarlo un poco.
- ¿Qué fue exactamente lo que sucedió ayer?
- ¿Hablas de cuando te tropezaste en una superficie plana arrastrándome contigo en el proceso?- preguntó imperturbable, dándole una mordida a su sándwich.
Sabía exactamente a qué me refería, sólo quería ganar tiempo.
A pesar del fuego que sentía en las mejillas, continué.
- Hablo del… ¿Capitán América? creo que lo llamaste.
Siguió ignorándome.
- Parecías Bambi frente a su padre- le dije haciendo una mueca.
Phil rió sonoramente primero, para indignarse después.
- Debería terminar esta conversación aquí sólo porque no sabes quién es el Capitán América.
- Claro que sé. Es un dibujo animado- repliqué. Abrió los ojos, sin poder creer lo que escuchaba.
- Sólo te perdonaré porque eres extremadamente joven- dijo apuntándome con un dedo. - El Capitán América fue el primer súper soldado de la historia, de ahí que se lo pinte como un superhéroe en la actualidad- siguió; el tono de admiración en su voz era inconfundible.
Intenté contener la sorpresa.
- ¿Súper soldado? ¿Cómo? ¿Arañas radiactivas y esas cosas?- reprimí dolorosamente el recuerdo de una conversación similar.
- Una araña radiactiva hubiese sido más fácil- dijo mostrándose reacio. De repente parecía ¿nervioso? o al menos no tan calmo como cuando lo halagaba en mi mente.
Abandonar la conversación más interesante de mi vida dolió hasta físicamente, pero respetaba mucho al agente Coulson como para insistir con esto. Su comentario había sido bastante tajante a decir verdad.
Contemplé mi comida un segundo antes de volver a llevarme un bocado, mastiqué lentamente intentando recordar cómo iba mi pregunta habitual. Lo recordé un momento más tarde.
Si existían hombres lobo, vampiros y súper espías gubernamentales, ¿por qué no podían existir también los superhéroes? ¡Qué rápido había tenido que modificar esa pregunta esta vez! Me pregunté cuántas veces más debería rehacerla antes de terminar la investigación. Me encogí de hombros y continué almorzando como si nada mientras Coulson se carcajeaba.
No fue hasta que nos encontrábamos en el elevador que se animó a regañarme.
- Bella, la agente Hill se comunicó esta mañana conmigo, preocupada por tu comportamiento en relación a los Cullen.
Miré mis manos entrelazadas mientras sentía el rubor cubrir mi rostro, esquivando su mirada.
- No puedo creer que me haya delatado- murmuré.
Escuché la sonrisa en su voz cuando volvió a hablar.
- La agente Hill es una perfeccionista, sólo quiere hacer bien su trabajo. Ya hemos hablado de esto. Nadie va a causarle problemas a los Cullen. Son vampiros. Gran novedad. Hay cosas peores allá afuera y para eso necesitamos que esto salga bien.
Mis ojos estaban muy abiertos al escucharlo decir la palabra, aún evitando mirarlo. Ambos habíamos estado jugando al mismo juego de evasión cada vez que se tocaban temas delicados y entendía perfectamente que él no estaba perdiendo, era muy conciente de que estaba haciendo una concesión, una tregua. Mi respeto hacia él aumentó considerablemente. Suspiró y volvió a hablar.
- Tu lealtad es la última cosa que cuestionaría, Bella. Sólo estoy pidiendo que confíes en mí.
Finalmente levanté la vista para encontrarme con sus ojos francos. Asentí con firmeza.
- Por supuesto- le prometí y sonrió complacido.
Abandonó el elevador en el piso cinco y yo continué para encontrarme con George a la salida del edificio, con el auto ya preparado para llevarme de vuelta al complejo. Era extraño tener una especie de… chofer. La palabra se sentía fuera de lugar en mi mente. Era ridículo, yo sabía conducir, ¿por qué necesitaba depender de alguien cada vez que quisiera abandonar el departamento? Aunque pensándolo bien, George sólo estaba allí para hacer el camino de ida y vuelta desde el complejo hasta el Triskelion. La idea de contar con un poco de libertad para conocer la ciudad me puso de buen humor. Pero se esfumó al llegar al departamento y revisar el mail una vez más, sería un milagro encontrar tiempo libre para deambular por las calles de Nueva York en mi aparentemente ajustado cronograma de actividades.
Me cambié la ropa que llevaba puesta por un conjunto deportivo que encontré en el segundo cajón del gran armario, compuesto por mallas largas y un top, un poco incómoda por lo revelador del atuendo. Me puse una remera blanca de algodón por encima y abandoné el departamento, caminando pesadamente hacia el gimnasio. Llegué a tiempo y Vivian, mi entrenadora personal, se presentó educadamente. Era una mujer de unos cuarenta años, de rostro curtido y sonrisa amable que generaba una constante confusión en mi mente. Procedió a explicarme cómo íbamos a trabajar y fue muy paciente en cada ejercicio. Como todos en SHIELD, tenía el resumen de toda mi vida, o por lo menos el correspondiente a mis habilidades físicas.
El entrenamiento no fue doloroso, lo que si dolió fueron los golpes que me generé intentando hacerlos. Por suerte Vivian tenía ejercicios para mí falta de equilibrio.
Fue un alivio que el gimnasio estuviera casi vacío, solo una chica corriendo en una cinta y un hombre que se dedicó a golpear una bolsa de boxeo las tres horas que pasamos allí. No fue hasta que me estaba retirando acompañada de Vivian (que seguía dándome indicaciones sobre ejercicios de elongación) que me di cuenta que se trataba del Capitán Rogers. La curiosidad picó con fuerza así que a pesar del cansancio que cargaba, lo primero que hice al volver al departamento fue buscar su nombre en Google. ¿En qué mundo vivía? ¿Cómo era posible que toda esta información estuviera en Google y yo no no estaba enterada de nada? ¡Rogers tenía hasta películas en su honor!
El título "Suero de Súper Soldados durante la Segunda Guerra Mundial" sólo disparó más preguntas.
No fue hasta que el peso de mis párpados hiciera imposible el continuar leyendo que apagué la computadora, un poco paranoica con que SHIELD estuviera viendo mis búsquedas (lo que probablemente fuera cierto de todas maneras).
Preparé la cena y comí muy cansada como para pensar en otra cosa que no fuera evitar ahogarme.
Me metí a la ducha y el día me pasó factura tan pronto como el agua caliente tocó la desnudez de mi cuerpo. Atiné a ponerme una remera vieja de camino a la cama y apenas apoyé la cabeza en la almohada, caí dormida en un sueño profundo, protagonizado por bosques verdes, lentes de sol negro y un unos atormentados ojos azules detrás de un escudo redondo y brillante.
Las semanas fueron pasando sin que pudiera notarlo realmente, replicando ese primer día una y otra vez. Me despertaba todos los días a la misma hora, desayunaba, George me llevaba a SHIELD, en donde pasaba aproximadamente ocho horas siendo un conejillo de indias voluntario. Los primeros días habían sido fáciles, demasiado fáciles para ser verdad. Resultaba que eran pruebas de rutina, estaban estudiando mi desenvolvimiento normal para poder establecer parámetros para el futuro. Y el futuro dolía..
Las primeras pruebas que califiqué como dolorosas incluian electrochoques en distintos puntos de mi cuerpo, cuya intensidad fue aumentando con el transcurso de los días.
Otras pruebas eran dolorosas en un sentido distinto del vocablo, mil veces más punzantes. Me preguntaron sobre la relación que tenía con Edward, me pidieron que lo describiera, que contara cómo lo había conocido, cómo me había enamorado de él, qué había sentido cuando había descubierto su secreto, que hable del tiempo que estuvimos separados, que describiera la conversación en la que me dejó, el viaje a Italia, la experiencia con los Vulturis. Indagaron sobre mis motivaciones para convertirme en inmortal y hasta me preguntaron por qué había rechazado la propuesta de matrimonio de Edward.
A mi también me hubiese gustado tener la respuesta a todas esas preguntas.
Pude contestar la mayoría de ellas calmada y de una manera ordenada, pero ante algunos interrogantes más crudos la voz se me quebraba y me costaba respirar. A pesar de eso no paré en ningún momento, pero tuve que admitir que no tenía una respuesta para algunas de sus preguntas.
Mi relación con Hill había… progresado. Llegué a comprender que su frialdad no era personal y que su trabajo era su prioridad. No era una mujer de muchas palabras, así que apreciaba las veces que me ofrecía un café antes de comenzar o cuando detenía ciertas entrevistas, muy conciente de mi incomodidad.
Había dos momentos del día que esperaba con ansias cada vez que abría los ojos. Uno era el habitual almuerzo con Coulson, que había comenzado a tener lugar en distintos restaurantes y cafés de la ciudad (un gesto del agente al escucharme reflexionar en voz alta sobre no poder conocer la ciudad), en donde yo le hacía muchísimas preguntas y él contestaba las que podía, evadiendo muy diplomáticamente las demás. Natasha solía sumarse cuando no estaba en alguna misión de la que yo no tenía idea y no era tan diplomática a la hora de evadir preguntas. O de hacerlas.
El otro momento era cuando entrenaba en el gimnasio. Claramente no se debía a que de repente le había tomado cariño al ejercicio, aunque sí que había mejorado notablemente en el último tiempo, sino que porque era el lugar en el que podía ver al Capitán de cerca.
Esa era otra cosa que se había hecho cotidiana en mi vida también: estar obsesionada con Steve Rogers. Cada día después de entrenar me inmiscuía en lo más profundo de la web para intentar recopilar toda la información que estuviera disponible. Y cada vez que lo hacía, se abrían cientos de puertas con más enigmas alrededor de SHIELD. Por supuesto, nada de lo realmente importante podría estar colgado en la red, pero sí que engordaba el arsenal de preguntas que tenía para Coulson. Sorprendentemente, las contestó a todas. Sospechaba que era más su fanatismo por el capitán Rogers que por mis recursos persuasivos, pero nadie me podía evitar soñar con eso.
Ese era otro tema importante, los sueños. Cada vez eran más complicados y se llevaban gran parte de mi energía. Para evitar pensar en las posibles explicaciones, solía adjudicárselo a los procedimientos de la investigación. Pero no siempre funcionaba.
Los sueños con Edward eran los más dolorosos. Habíamos hablado varias veces desde que me había mudado a Nueva York, a veces varias horas, haciendo que fuera a la cama más tarde y más cansada. No habíamos hablado de la situación en el bosque, y apenas habíamos tocado el tema de mi decisión de participar de la investigación, pero jamás hablamos de lo que implicaba para los dos. Mi mundo se expandía a cada día que pasaba, y ya no estaba tan segura de algunas decisiones que creía inamovibles en el pasado. Por supuesto que seguía amándolo, no creía posible dejar de hacerlo en algún momento, pero no podía evitar pensar que quizás era a esto a lo que Edward se refería cuando hablaba de que debería conocer el mundo antes de tomar alguna decisión precipitada. Sacudí la cabeza, intentando eliminar esos pensamientos desagradables. Primero, el jamás hubiese contemplado esta situación tan… extraordinaria a la hora de hacer esa declaración, y segundo, no podía tener esos pensamientos justo hoy.
Casi desde el inicio el Dr Streiten y la agente Hill me habían dejado en claro que toda las pruebas, tanto físicas como mentales, habían sido pensadas para preparame adecuadamente para la Prueba Beta, el primer procedimiento en donde registrarían la actividad de mi mente para poder replicar lo que encontraran en un dispositivo que ampliaba cualquier respuesta, por más pequeña que fuera.
Aquel día salí del edificio como todos los días, saludando a Jeff, el portero, con familiaridad. Me sorprendí gratamente cuando vi que no era George el que estaba esperándome con la puerta del auto abierta, sino Coulson.
- ¿A qué debo el honor?- le pregunté sonriendo mientras me deslizaba dentro del auto.
- No todos los días invierten millones de dólares en una.
Me sobresalté al escuchar la voz seductora de Natasha viniendo del asiento copiloto.
Coulson se ubicó a mi lado, cerró la puerta y le indicó a George que conduciera
- ¿Qué haces aquí?- pregunté sonriendo, emocionada. Un segundo más tarde fruncí el ceño y le repliqué- ¿qué quieres decir con lo de millones de dólares?
Romanoff batió sus pestañas y desvió la mirada hacia el frente, dándome la espalda. Coulson resopló a mi lado.
- Sabe que hoy es la Prueba Beta y no quería dejar de saludarte.
- Casi como el primer día de preescolar- agregó Natasha, aún sin voltearse. George rió por lo bajo.
- No le hagas caso- me instó Coulson- además tiene mal la información, todos los días se invierten millones en tí- finalizó con una amplia sonrisa.
- No estás ayudando- le dije entre dientes, súbitamente sintiendo todo el peso de los cinco meses pasados.
- Bella, tranquila. Saldrá todo bien. Hace casi medio año que vienes preparándote para esto. Has hecho cosas más difíciles que esto.
- Como el récord de tres meses sin tropezarte- gritó Romanoff por sobre el sonido de un camión que pasaba a nuestro lado.
-Ella es la que no está ayudando- dijo Coulson reprobatoriamente.
- ¡No tengo idea de para lo que me he estado preparando!- medio grité, ignorando el comentario de Natasha.
Coulson me tomó de los hombros con suavidad.
- Bella, tranquilízate. Sé que lo harás bien. Y si por alguna extraordinaria excepción no sale como lo esperábamos, nosotros te cubrimos- prometió con una sonrisa.
- Ahora sabes a qué vine- me dijo Nat volteándose para guiñarme un ojo.
Comencé a contar en mi mente en un intento de controlar mi respiración agitada.
Estando conectada a máquinas nuevas en una cámara de Geisser detrás de la que sabía que encontraban Fury, Coulson y agentes directivos que no conocía, me hizo extrañar la seguridad que el antiguo piso veintidós me ofrecía. Me sentía expuesta de mil maneras distintas, pero sobretodo comenzando por el sostén deportivo y los pequeños shorts, también deportivos, que llevaba puestos. Tenía varios reflectores apuntándome y las manos atadas con correas.
Cerré los ojos con fuerza cuando un reflector ubicado encima mío me cegó. Podía escuchar mi corazón en los oídos y lo sentía golpeando fuertemente contra mi pecho. Una suave mano sostuvo la mía con fuerza por un segundo. Me giré y entorné los ojos para ver quién era.
-Ya vamos a comenzar Bella. ¿Cómo te sientes?
Así que debía estar así de vulnerable para que María Hill se comportara como una humana conmigo. Sonreí apenas.
- Absolutamente desconcertada- dije. Comprendió enseguida y vi las comisuras de sus labios levantarse.
- ¡Está perfecta, comencemos!- me puso unas gafas muy parecidas a la de realidad virtual y la escuché salir de la cámara, dejándome completamente sola.
Esperé el flujo de imágenes que me dijeron que debía esperar. Pero jamás habían dicho qué imágenes esperar.
Una corriente incontrolada de imágenes me inundaron la conciencia, dejando una estela de escozor a su paso y secuestrándome el aire. Apreté las manos en un puño.
Charlie siendo cazado por Victoria, enteramente indefenso, perdiendo una batalla que jamás tuvo otro desenlace. Podía oler el bosque, escuchar los torpes pasos de Charlie, su respiración agitada, las manos empuñando un arma que de nada serviría. Grité en desesperación cuando Victoria lo alcanzó.
De repente pasé a estar en una habitación sin ventanas, con piso de madera desgastado y humedad en las paredes. La puerta se abrió para dejar entrar a dos hombres vestidos de blanco arrastrando una pesada máquina. Escuché el susurro agonizante de una pequeña mujer en la camilla del fondo, los ojos azules perdidos volvían a la realidad para observar con espanto su alrededor. La reconocí enseguida y corrí para ayudarla, pero alguien me estaba sosteniendo las manos, obligándome a mirar.
Alice gritaba desgarradoramente cada vez que aumentaban el voltaje, pidiendo entre lágrimas que la dejen morir. Mi grito era un eco del suyo, hasta que sentí que me desgarraban las cuerdas vocales y me llevaban a otro lugar.
Vislumbré a Edward a lo lejos y corrí hacia él para pedirle que me ayude a rescatar a Alice, pero comenzó a hablar sombríamente, ajeno a mi desesperación. Una y otra vez repitió las palabras que me habían destruído una vez en el pasado, haciéndome presa de un bucle infernal. Mientras caía de rodillas en el suelo vi cambiar la escena. Ahora estaba desplomada sobre frío mármol blanco, con Edward en la misma posición que yo, con el rostro demacrado de dolor. Tenía los ojos cerrados y no parecía registrar mi presencia.
Sentí mi cuerpo entero desgarrarse cuando Aro lo desmembró. Luego Cayo le arrancó la cabeza mirándome directo a los ojos, sonriendo con cinismo. El vacío en mi pecho tembló con agonía y algo más, algo que no podía describir y que me quemaba de una forma que jamás había experimentado.
No sabría decir si fueron treinta segundos o un siglo entero de sufrimiento, pero no pude aguantarlo más y cedí ante el creciente fuego de mi pecho, sintiendo cómo se expandía por todo mi cuerpo al segundo de haberlo aceptado. Pude escuchar a lo lejos el sonido de cristales, alarmas y voces dando órdenes, pero estaba comenzando a luchar contra el ardor de la oscuridad que se abría paso dentro mío.
Una última imagen se coló en mis párpados, un hombre de cabello claro y ojos azules que me observaban inseguros. Steve Rogers estaba sentado en un rincón, y se encogía en derrota frente a una sombra amenazante. Levantó la vista hacia mí y pude ver las lágrimas corriendo por su rostro desfigurado y ensangrentado. Grité una última vez y me dejé consumir por la brasa que brotaba de mi pecho.
