Capítulo 4
Demelza decidió que podrían caminar por el parque en el camino de vuelta a Nampara Hotel, o sea a casa. Era extraño vivir arriba de un hotel, aunque solamente hubiera sido un día. A todos les vendría bien tomar algo de aire, especialmente luego de que la llamaran a la oficina de la directora. Bueno, no a ella. Pero no había sido agradable de todas formas. En todos sus años escolares, jamás le habían llamado la atención y solo había visitado la dirección en una ocasión, pero por otros motivos. La conversación con la Señorita Leigh la había puesto algo nerviosa, más el hecho de pensar que tendría que hablar con su jefe, al que aún no conocía, sobre esos temas tan delicados. De forma que había optado por decirle al chofer, Jud, que volviera al hotel y ellos irían a pie.
Jeremy no estuvo para nada entusiasmado al verla esperándolos a la salida del colegio y quiso llamar a Jud inmediatamente para volver a casa, pero no tuvo más remedio que ceder ya que su hermana se entusiasmó cuando Demelza les dijo que podrían tomar un helado en el parque. Realmente, la imagen que la directora dijo tener de Clowance no encajaba para nada con la de esa niñita fácil de persuadir.
Jeremy caminó las pocas cuadras hasta el parque de St. James delante de ellas y rehusándose a darle la mano para cruzar las calles. Clowance, por otro lado, sabía que tenía que tomar la mano de un adulto cuando cruzaba calles e intentó convencer a su hermano de que sujetara la mano de ella. Todo lo que consiguió fue que el niño se acercara lo suficiente para poder tomarlo de la mochila. Fue refunfuñando todo el camino, aunque cerca de su hermana. Demelza les preguntó cómo les había ido en la escuela y Clowance pareció a punto de contestar, pero Jeremy la interrumpió diciendo que ese no era asunto suyo así que la niña no dijo nada. Pero Demelza no perdía las esperanzas, después de todo recién estaba empezando, y para cuando llegaron a la Cabaña de la Isla del Pato que estaba en medio del lago, Clowance corrió entusiasmada a ver a las aves y el jardín de alrededor. A todos los niños les gustaba la naturaleza, aunque lo negaran. Jeremy se acercó a su hermana y le señaló las diferentes aves y le dijo sus nombres. Algo era seguro, aunque el niño no la quisiera a ella, de verdad quería mucho a su hermana. Había pelicanos, gansos, patos, palomas. La cabaña en sí no estaba en muy buen estado, pero eso le daba un aspecto peculiar y algo encantador.
"Dice aquí que esta era la casa del cuidador de aves del parque." – dijo Demelza leyendo un cartel. – "Y que la Sociedad de Ornitología de Londres se solía reunir aquí."
"¿La qué?" – preguntó la niña.
"Ornitología. Estudian las aves." – acotó Jeremy. Realmente era un niño listo.
"Así es. En el lugar de donde yo vengo hay muchos ornitólogos, porque hay muchas aves."
"¿Y de dónde vienes?" – preguntó Clowance.
"De un lugar llamado Illugan, en Cornwall."
"¿Cornwall? Mi papá es de…"
"¡Clowance!" – Jeremy silenció a su hermana antes que dijera nada más.
Siguieron caminando, bordeando el lago y las pequeñas flores que parecían flotar sobre el agua hasta que llegaron a la cafetería. Le sorprendía que a pesar de la rebeldía que habían mostrado esa mañana, y luego de lo que había dicho la directora, ambos se comportaban muy bien e hicieron la fila sin enojarse y debatiendo que gusto de helado pediría cada uno. Jeremy estaba entusiasmado también. Un rato después, y los tres salieron con un cono de delicioso helado de vuelta al parque. Caminando entre la gente, Demelza les dijo que se despidieran de los patos y cisnes, pues debían tomar un camino que los alejaría del lago para volver a casa. Jeremy la miró como si estuviera loca, pero Clowance alzó su manito y les dijo adiós en voz alta.
"¿Podemos volver otro día a verlos, Señorita Demelza?" – Preguntó la niña mientras lamía su helado.
"Sí, podemos venir por aquí de nuevo mañana. Y otro día quizás podemos dar toda la vuelta y acercarnos al Palacio a ver si podemos ver a la reina. Y puedes llamarme simplemente Demelza, Clowance."
"La reina me recuerda a la abuelita…" – dijo distraída.
"¿De verdad? ¿Cómo se llama?"
"Se murió."
"Oh… lo siento."
"Por eso es que papá cree que necesitamos una "niñera"" – acotó Jeremy, que había estado callado por un buen rato.
"Ella nos cuidaba antes..." – dijo Clawance y justo en ese momento un adolescente en monopatín pasó a toda velocidad cerca de la niña haciéndola tambalear. No llegó a caerse, pero su helado terminó sobre su pecho, en la camisa blanca de su uniforme.
"¡Ey! ¡Mira por dónde vas, idiota!" – Gritó Demelza al joven que se alejaba, al tiempo que el cono del helado de la niña caía al piso y Clowance fruncía sus labios y luego de un esfuerzo por no hacerlo, comenzó a llorar. Demelza estuvo arrodillada a su lado en un instante.
"Clowance, no llores, no pasa nada…" – pero la niña continuó llorando desconsoladamente al ver su cono en el piso y su camisa manchada de líquido rosa, pues había pedido helado de fresa. Demelza se encontró un poco fuera de su elemento, pues sí, había crecido con hermanos más pequeños, pero todos eran varones. Con la lagartija sabía qué hacer, pero con esto…
"Mira, no es problema." – dijo, y se clavó su propio helado en el pecho y tiró el cono al piso. Sintió el frío a través de su remera al instante. – "No pasa nada, no es motivo para llorar."
La niña la miró con extrañeza y frotándose los ojos con sus manitos. "¿Lo ves? Ahora las dos estamos cubiertas de helado." – dijo estirando su remera para mostrarle su mancha. Clowance sonrió entre las lágrimas y dejó de llorar.
"Puedes tomar mi helado, Clowance." – ofreció Jeremy, que había estado de pie junto a ellas mirando todo el intercambio con curiosidad. Y luego de que Demelza limpiara la carita de Clowance, su camisa y su remera lo mejor que pudo con unos pañuelos descartables que tenía en la cartera, Jeremy estiró su mano para darle a su hermanita su helado.
"Eres muy amable, Jeremy. ¿No le vas a decir nada Clowance?"
"Gracias, Jer." – le dijo con voz entrecortada, mientras ella juntaba del piso los dos conos para tirarlos en un tacho de basura que había cerca.
Terminaron el helado entre los dos sentados en un banco del parque. Demelza creyó que era la mejor opción, no sea cosa que tuvieran otro incidente.
"Dijiste una grosería." – la acusó Jeremy cuando se ponían en marcha de nuevo.
"Pero no te acusaremos." – añadió la niña mirando de reojo a su hermano.
La tarde había sido ajetreada. Entre revisar los cuadernos de los niños, tratar de que hagan la tarea, darles la merienda, insistir en que hagan la tarea, darles un baño al que ninguno de los dos quería entrar, pero tampoco querían que ella entrara con ellos – "¡¿WTF?!" había exclamado Jeremy – secar el pelo de Clowance que no dejaba de moverse, amenazarlos para que hagan la tarea, sentarlos a la mesa para que comieran la cena que el Chef Loui había enviado… y encima, la mancha de la camisa blanca de la niña no había salido. Había sido un primer día agotador. Pero al menos ahora estaban en su habitación, Jeremy jugando con la PlayStation y Clowance dibujando, así que Demelza aprovechó el momento de tranquilidad para ir al laundry e intentar sacar la mancha. Habría que dejarla en remojo con algún quitamanchas, iría a ver que marca utilizaban, si tan solo pudiera encontrar el bendito lavadero. La cocinera le dijo que estaba en la tercera planta, pero más que la salida a la terraza, el gym, al parecer un spa, no lo encontraba. El lugar era enorme, y un laberinto. Iba distraída inspeccionando la mancha cuando abrió otra puerta y se encontró con una piscina. Demelza titubeó y dio un paso dentro, más por curiosidad que por otra cosa. El lugar era espectacular. Parecía… bien, parecía la pileta climatizada de un hotel cinco estrellas y probablemente lo era, aunque dudaba que los huéspedes usaran esa piscina. El techo era alto, y la pileta estaba rodeada por ventanales transparentes desde los que se veía el skyline de la ciudad. El agua parecía celeste por el recubrimiento de venecitas en tonos azules y había una pequeña neblina sobre ella pues debía estar caliente y… ¡Judas!
Desde el extremo de la piscina más cercano a ella emergió la figura de un hombre que al parecer estaba nadando, pero al que ella no había notado porque estaba muy ocupada contemplando el lugar. El hombre subió las escaleras lentamente. Primero apareció su cabeza, su cabello negro, largo. Su cuello dio paso a sus anchos hombros que acentuaban su estrecha cintura. Su cuerpo estaba cubierto por abundante vello oscuro, aunque su piel era color oliváceo. Sus piernas fuertes y velludas también y muy expuestas, ya que su traje de baño era pequeño y color oscuro y lo marcaba justo en la forma correcta.
"¿Quién eres?" – su voz grave resonó alrededor y accionó algo en su memoria. Quizás fue el timbre de su voz, porque Demelza lo reconoció entonces. O tal vez su cuerpo desnudo, pues ella lo había recorrido con sus dedos, era el hombre de Año Nuevo. Su hombre misterioso. – "¡Ey! No puedes estar aquí, esta parte del edificio es propiedad privada…" dijo.
Demelza pareció recobrar el don de la comunicación, aunque su voz sonaba balbuceante – "No, no soy un huésped del hotel. Soy… soy…" – vaciló. Incapaz de terminar la frase. El hombre ya había salido de la pileta y había tomado una toalla que envolvió alrededor de su cintura, aunque no cubría su torso que brillaba chorreando agua. Demelza se aclaró la garganta y acomodó un mechón de pelo que había escapado detrás de su oreja. Lo miró a los ojos y se paró derecha, encuadrando los hombros, pero el hombre no la reconoció. Continuaba mirándola con ese aire de sospecha. – "Soy la nueva niñera, de Jeremy y Clowance Poldark."
Recién entonces el hombre pareció relajarse un poco, y buscó una nueva toalla con la que sacudió su pelo y se la colgó detrás de cuello, completamente ignorante del hecho que Demelza estaba admirando cada centímetro de su cuerpo.
"Ah, sí. Recuerdo que Prudie me mencionó que buscaría otra niñera para los niños. Ross Poldark." – Ross extendió la mano hacia ella y solo entonces las piezas encajaron en su distraída cabeza. Él era el padre de los niños. Otra vez, Demelza se quedó helada, con la boca medio abierta. Tanto así que el tiempo que pasó desde que el hombre alzó la mano se convirtió en incómodo. – "Señorita…?"
"¡Oh! Demelza, Demelza Carne." Dijo al fin, estrechando su mano y sintiendo una corriente que la recorría desde donde se estaban tocando. Lo miró de nuevo, a ver si ahora sí, las piezas encajaban para él también y la reconocía. Pero no. Nada.
"Aun así, este no es un sector para el staff." Dijo con aire de superioridad y la corriente se cortó en el acto. – "Así que…" y señaló la puerta tras ella.
"Lo… lo siento." – Diablos, ¿acaso iba a balbucear cada frase que saliera de sus labios? – "No quise fisgonear. Estaba buscando la lavandería y me perdí. Hoy fue mi primer día y…"
"Pues aquí no está. De seguro Prudie le mostrará el lugar, y asegúrese de que le recuerde que lugares están permitidos a los empleados y cuáles no. Ahora si me disculpa…" Sintió las mejillas ponerse coloradas, y no por buenas razones. Ross se dio media vuelta para dirigirse a las duchas y ella estuvo a punto de deshacer su camino, pero antes…
"Disculpe, uhmmm… Señor Poldark. Tal vez tendría un momento para que pudiéramos hablar luego." – El señor Poldark se volvió para mirarla de nuevo con cara de pocos amigos…
"Prudie…" – empezó a decir.
"Verá, es que hoy hablé con la directora del colegio de los niños. Me dijo que intentó comunicarse con usted y como no pudo hacerlo me pidió que…" El hombre suspiró, tan fuerte que obligó a Demelza a callarse.
"¿Señorita…?"
"Carne."
"Señorita Carne, entiendo que hoy es su primer día, pero cualquier duda que tenga tiene que comunicársela a la Señora Paynter."
"Sí, pero se trata de Clowance. La Señorita Leigh me pidió…"
"Usted es la niñera. Eso dijo ¿verdad?"
"S-sí."
"Pues los niños son su trabajo. Cuidar de ellos, encargarse de sus cosas y lo que sea que hagan y también solucionar los problemas que tengan. Para eso se le paga. Si no…" Ross hizo un ademán y señaló la puerta de nuevo. "Tenga buenas noches, Señorita Carne."
Era un grosero. Un grosero con buenos modales. Pensó mientras bajaba apresurada las escaleras. Recordó aquella noche, la primera impresión que aquel hombre le había causado, al parecer esa era la correcta después de todo. Y pensar que había pasado meses soñando despierta con aquel hombre misterioso, con quien había pasado la mejor noche de su vida, y resulta que era un idiota engreído. No le importaba que tuviera hijos, pero ¡que no quisiera saber lo que ocurría con ellos! Y… Ross Poldark. "Mi nombre es Ross, por cierto." – recordó. Su mente era un torbellino intentado recordar lo que le había dicho aquella noche. Jamás relacionó ese nombre con quien ahora era su nuevo empleador. Jamás se le ocurrió que podían ser la misma persona. Y… ¿Qué era lo que había dicho Prudie? Que él estaba por casarse… ¡Judas! ¡Se había acostado con un hombre comprometido! Era su culpa, sabía que era una pésima idea y ella no había hecho preguntas. Por supuesto que no era soltero. Solo cosa de una noche, él había estado rápidamente de acuerdo. Demelza sentía repulsión por lo que había hecho. Por su puesto que no la recordaría ¿Por qué habría de hacerlo? De seguro ella era solo una más de una larga lista, de seguro era un mujeriego que conquistaba chicas en fiestas costosas y luego tenía sexo con ellas, un sexo increíble, y nunca más las llamaba pues él estaba comprometido. ¿Y qué haría ahora?
¿Se quedaría?
Tenía que hablar con Caroline. Nunca le había dicho el nombre de aquel hombre a su amiga, pues de seguro ella comenzaría a investigar entre sus amistades y de seguro hubiera terminado dando con él. Así de lista era. Y ella no quería volver a verlo, o sí. No, y tenía razón. Dos hijos, comprometido y un idiota. Demelza echaba humos. Tendría que decirle a Prudie que renunciaba.
Cuando estuvo en su habitación y tomó su celular había un mensaje de Hugh preguntándole como le había ido en su primer día. ¿Solo un día? Podrían haber sido semanas. Mientras escribía un mensaje a su amiga, escuchó unos ligeros golpes en la puerta. Era Clowance.
"Hice esto para ti." – le dijo y extendió un papel hacia ella. Era un dibujo, una niña con pelo colorado junto a un lago con patos y un cono de helado en su mano. Era muy bueno para una niña de su edad.
"¿Tu hiciste esto… sola?" – la niña asintió. – "Pues… es muy lindo. Mira esos patos… ¿y dónde estás tú?"
Clowance levantó los hombros.
"¿Me prometes que en el próximo dibujo estarás tú también?… Gracias, Clowance. Me encanta. ¿Puedo darte un abrazo?" La niña asintió de nuevo y luego levantó sus bracitos y rodeó sus hombros cuando Demelza se agachó frente a ella y la abrazó. Un instante después, la niña susurró en su oído: "Jeremy cambió el azúcar de tu azucarera por sal. No lo pongas en tu té." – dio un beso en su mejilla y se fue corriendo por el pasillo.
Maldición. Iba a tener que quedarse por esa niña.
