Capítulo 34

DEMELZA

Otra vez estaba empezando a sentir ese nudo de angustia en el estómago que ya le era familiar. Esa pizca de ansiedad, está bien, un tarro lleno de ansiedad por la separación que se aproximaba. No sabía exactamente cuándo ocurriría, Ross aparentemente no quería pensar en ello, pero el día se acercaba rápidamente, una vez más. Sus dos semanas de vacaciones habían pasado en un abrir y cerrar de ojos y al mismo tiempo parecía que había transcurrido una vida entera desde que había regresado a Cornwall. Habían sido los días más felices de los que tuviera memoria. Sólo ellos cuatro, en esa antigua casita, paseando con los niños, jugando, riendo, y por las noches… bueno, las noches habían sido interesantes también. Más que interesantes… increíbles. Ahora estaba más segura que nunca de que estaba arruinada de por vida, porque ninguna otra relación podría llegar siquiera a hacerle sombra a lo que habían compartido durante esos días. ¡Judas! Ni aunque el mismísimo Brad Pitt la invitara a salir, no creía que pudiera ser tan asombroso como con Ross. Ella y Ross...

Antes, cuando se fue de su casa de Londres, se había convencido de que era lo mejor. Él estaba a punto de casarse y cualquier tipo de relación entre ellos quedaba fuera de discusión. Pero ahora las cosas eran diferentes y ellos… ellos se estaban conociendo. En todo sentido, y él le gustaba. Le gustaba más que cualquier otro hombre que hubiera conocido antes. Sentía una conexión con él, algo que en un momento pensó que sería fácil de romper, fácil de dejar atrás, pero ahora no tanto. Y que temía. Temía lo fuerte que podría ser si seguía creciendo como lo hacía cada día que pasaban juntos. Aún más en días como el que habían compartido esa jornada.

Ross aún estaba lleno de sorpresas. No sólo era sexo, aunque de ello se ocupaban apenas se quedaban solos. Lo que compartía con ella, cosas que creía que no le había contado nunca a nadie... Que él pintara, fue toda una revelación. Especialmente porque lo hacía muy bien. Demelza había colocado el cuadro que le regaló en su habitación, apoyado sobre la cajonera. Luego se lo llevaría al campus. La hacía sonreír cada vez que lo miraba. Le había causado gracia que él se ruborizara ante sus cumplidos. No era habitual que sucediera, generalmente era ella la que se ponía colorada.

Los niños habían estado bien cuidados por Jinny. No hubo ningún contratiempo, les informó la joven cuando llegaron. Clowie había estado jugando toda la tarde con su nuevo amigo, pero apenas se fueron se había prendido a Demelza. "Upa. Upa." – había lloriqueado. Y no la dejó ni bañarse. Ross se las tuvo que arreglar solo con la cena, pero no había estado tan mal. Él estaba muy orgulloso. Luego habían visto un par de episodios de Los Simpsons, y Clowie había insistido en que se acostara con ella a leerle un cuento.

"Demelza…" – Demelza sintió la mano de Ross en su hombro. Se había quedado dormida junto a Clowie. – "... ya está dormida." – le susurró. Ross los arropó mientras ella se desperezaba en el pasillo. ¿Qué hora sería? Luego entrecerró la puerta, dejaban la luz del pasillo encendida, tomó su mano y se dirigieron a la habitación principal sin apuro. Eso era algo nuevo, tomarse de las manos de esa forma, con sus dedos apretados.

"A Clowie no le gustó que la dejáramos." – dijo ella cuando estuvieron en la pieza.

"Pero estuvieron bien con Jinny ¿no es así?"

"Sí. Parece una joven responsable. Le agradó quedarse con ellos." - Eso le había dicho Jinny, además de que podía llamarla cuando quisiera que los cuidara. Tenía tiempo y con su pequeño hijo le costaba encontrar un trabajo. Demelza no sabía cómo sentirse al respecto. Le había gustado salir sola con Ross, no lo hacían desde que salían a correr en Londres, pero dejar a los niños con una extraña no le había complacido mucho por más que confiara en la joven. Clowie se había prendido a ella, sí, pero ella tampoco la había soltado. Sabía que si la abrazaba y la besaba y le decía que debía acostarse sola como la niña buena y grande que era, ella le haría caso. Pero Demelza empezaba a sentir la nostalgia de la separación, y prefirió darle el gusto.

"Te preparé un baño." – dijo Ross. "Pensé que aún estarías cansada y querrías relajarte."

Demelza espió por la puerta del baño, la luz estaba encendida. La bañera estaba llena y salía un incitante vapor, también había un par de velas encendidas. Su cuerpo se estremeció con anticipación, que considerado.

"Gracias." – Demelza dio un pequeño apretón a su mano. – "Eres muy dulce." Le dijo. Y tal vez era porque la casa estaba en silencio y ella aún estaba media dormida, pero su voz salió como un ronroneo. Él le sonrió tímido, y puso su mano en su cintura. No como en un gesto sensual, si no familiar. Íntimo. Era muy reconfortante.

"No recuerdo que me hayan acusado de ser dulce alguna vez."

"Pues lo eres."

"De nosotros, tu eres la más dulce."

Nosotros. Había un nosotros ahora...

"Y tú el más talentoso." - El mostró sus dientes con una sonrisa. Era terrible recibiendo cumplidos.

"Tienes tanto sueño que estas diciendo incoherencias. Ya entra al baño y luego a dormir." - Ordenó después de que ella lo besara.

"¿Vienes conmigo?"

Ross sonrió de nuevo. "No te preparé el baño por eso." - Le aclaró.

"Lo sé. Lo hiciste porque eres muy dulce… pero tu también debes estar cansado."

Ross apagó la luz del baño y cerró la puerta tras él. Bajo la luz de las dos velas, ayudó a Demelza a quitarse la ropa y a entrar en el agua. Suspiró cuando su cuerpo se hundió en el líquido caliente.

"¿Esta muy caliente?"

"No. Esta perfecta." Respondió ella, estirando sus brazos y piernas bajo el agua. Estaba bastante caliente, pero así duraría más.

"Compré esto también." Ross tomó una botellita con sales marinas que enseñó a Demelza. "No sabía si te gustarían."

Demelza flotó un momento en el agua, sus pechos sobresaliendo como dos montañas en la superficie. Él se lamió los labios.

"Eso sería encantador. Gracias."

Ross abrió la botella y colocó las sales en su mano que luego echó lentamente al agua todo alrededor del cuerpo de Demelza. La bañera se llenó de pequeñas burbujas que acariciaron su cuerpo y salieron a la superficie llenando el pequeño baño de olor a lavanda. Se sentía maravilloso. Había cerrado los ojos un momento para disfrutar la sensación, su cuerpo comenzó a relajarse. Cuando los abrió de nuevo vio que Ross se estaba quitando la ropa. Estupendo, ahora sería perfecto. Su cuerpo parecía como un espectro en la penumbra. El baño ya se había llenado de vapor y las velas titilaban, creando un ambiente surrealista, como un sueño. Quizás todavía estaba dormida junto a Clowie…

Ross se acercó a la bañera, su miembro colgando muy cerca de su cara. Se le hizo agua la boca. Recordó su sabor cuando lo tuvo en ella esa mañana. El toque salado del mar, su calor. Sus gemidos sin contenerse mientras ella lamía cada centímetro, tomándolo profundo hasta el tope de su garganta.

"¿En qué piensas?" – Ross sonrió. Sabiendo perfectamente bien en lo que estaba pensando. – "Vamos, hazme lugar."

Demelza dobló sus piernas para hacerle lugar tras ella. Ross se sentó, gimiendo también cuando su cuerpo se sumergió en el agua caliente.

"Esta hirviendo…"

"Esta divina." – Lo corrigió, recostándose sobre su pecho. Sus piernas al costado de las de ella, sus manos entrelazadas. Ross la besó sobre sus cabellos y la abrazó sin soltarla. Así estuvieron un largo rato. Solo sentados, abrazados. Demelza con los ojos cerrados y él acariciando su mejilla con la nariz. De tanto en tanto apretaba sus dedos para indicarle que no estaba dormida, y él le daba un pequeño beso adonde podía. Se suponía que esas dos semanas serían unas vacaciones, algo sin compromiso. Pero allí, metida en una bañera con aquel hombre, Demelza sabía que no podría ser eso nada más. Lo quería, lo necesitaba con ella. Demelza sintió que ya no estaba sola y eso la asustaba más que cualquier otra cosa.

"Gracias por llevarme a conocer tu casa." – dijo para distraerse de sus pensamientos. – "Me encantó. De verdad."

"Mhmm… sabía que te gustaría." - Dijo con una voz áspera junto a su oído.

"¿Te dormiste?"

"No, solo estaba…" Ross hundió su cara en el hueco de su cuello, sus dedos se abrieron sobre su abdomen y empezaron a acariciarla lentamente.

"Y gracias por la pintura…"

"De nada. Son todos tuyos, ya te lo dije."

Deberían ser exhibidos, pensó ella. Los paisajes de Cornwall y algunos de lo cuadros de Regina también eran muy interesantes. Sería muy lindo que los niños pudieran verlos, saber que los había hecho su madre. Le gustaría volver a revisarlos todos, había cajas que no habían abierto.

"Tu padre hizo un buen trabajo guardándolos allí, se conservaron a la perfección… oh." - Demelza suspiró, había movido su cuerpo y notó el miembro duro de Ross apoyarse en su trasero. Sus manos seguían acariciándola, ahora con más firmeza. Ella perdió completamente el hilo de sus pensamientos y apoyó sus manos sobre sus piernas, apretando sus muslos mientras sus dedos encontraban el camino hacia sus pechos. "Awww…" – jadeó de nuevo cuando Ross tiró de sus pezones y comenzó una pequeña rutina tortuosa con sus manos y su boca en su cuello. Apretando y masajeando sus senos, tirando suavemente de sus pezones, besando y lamiendo su cuello debajo de su oreja. Esto era mucho más relajante que estar sentada sola en la bañera.

Demelza arqueó su espalda, ofreciendo sus pechos y frotando su trasero torpemente sobre su miembro. En el agua no podía sujetarse bien y era todo lo que podía hacer, pero a él parecía gustarle porque apretó sus pechos con más fuerza y mordisqueo el lóbulo de su oreja. Un sonido gutural nació de su garganta… "Dios, cariño. Eres tan hermosa." – susurró junto a su oído. Y sus palabras le llegaron al alma.

A veces, cuando estaban sumergidos en el calor de la pasión, a Ross se le escapaban ciertas palabras afectuosas que hacían aletear mariposas en su estómago. Era algo completamente inconsciente estaba segura, porque no ocurría en otro momento del día, pero aun así provocaban en ella una reacción que no podía controlar.

Con el afán de tener mejor agarre para frotarse contra él, Demelza apoyó los pies en la bañera, abriendo ligeramente sus piernas. Una de sus manos descendió de inmediato a su entrepierna, encontrando el camino bajo el agua directo a sus labios.

"Ross…" - gimoteó ella de nuevo. No era lo que pretendía, pero sus piernas ya estaban abiertas para recibir el placer que le ofrecía. Él entrelazó sus pies en el interior de sus tobillos, llevándolos contra las paredes de la bañera, dejándola completamente a su merced. "… Ross." – gimió de nuevo…

"Me encanta la forma en que dices mi nombre cuando hacemos el amor… Demelza… me encanta todo de ti…" - susurró él.

Pero Demelza no podía registrar muy bien lo que decía. No cuando estaba perdida en el mar de sensaciones que sus astutos dedos creaban dentro de ella. Demelza soltó sus piernas y se sujetó del borde de la bañera, salpicando agua fuera. Era implacable. Sus dedos restregándose en su clítoris, su coño húmedo y no por el agua en la que estaban sumergidos.

"¿Te gusta esto?" – murmuró. Pero ella no podía formar palabras.

Asintió frenéticamente.

"¿Y esto?"

Ross estiró su brazo un poco más, e introdujo un dedo dentro de ella.

"¡Judas! Ross…"

Demelza se retorció, prendida como estaba al borde de la bañera, hasta que sus labios encontraron los suyos, mientras él bombeaba su dedo dentro y fuera de ella.

Demelza jadeó en su boca. Ya estaba cerca, muy cerca. Hasta que todo su ser pareció estremecerse y la mitad de su cuerpo salió del agua como una sirena por la misma fuerza de su orgasmo. Ross la sostenía, acompañando con el movimiento de sus dedos en su clítoris la ola de placer que la invadía hasta que cayó rendida sobre sus piernas de nuevo.

Con la poca fuerza que le quedaba se dio vuelta, el agua rebalsando sobre el borde de la bañera y mojando las baldosas del pequeño baño. El agua ya no estaba tan caliente pero el vapor había quedado en el aire, como si estuvieran en medio de una nube. La luz de las velas se reflejaba en los ojos de Ross que la miraban extasiados. Ella lo besó sin decir nada, aún medio aturdida por el reciente clímax. Ross acarició su cabello, desde su frente hasta su hombro y descendió por su brazo, dejando piel de gallina en su recorrido.

"Hazlo despacio." – murmuró cuando ella se levantó en sus rodillas y tomó su miembro entre sus dedos para guiarlo dentro de ella. Él no se movía, era ella quien subía y bajaba perezosamente, su verga dura como una roca perforándola. Pero se sentía tan bien… Ross la miraba hipnotizado, sus ojos clavados en los de ella. La mandíbula apretada, sus fosas nasales de contraían y dilataban al tomar aire. Ella tiró la cabeza hacia atrás…

"¡Mierda, Demelza!" - lo escuchó maldecir y sus ojos volvieron a los suyos. – "Los preservativos…" – murmuró en dirección a la puerta detrás de donde estaban guardados en el cajón de su mesita de luz.

"Oh…" Entre la neblina de placer que nublaba su mente, Demelza recordó que ese día había sonado la notificación en el teléfono de que faltaban dos días para el comienzo de su período. – "Es-estaremos bien. No te preocupes."

"¿Estás segura?" - Demelza lo volvió a besar para ahuyentar sus dudas, hundiendo sus dedos entre su pelo húmedo.

"Sí." – dijo, y comenzó a moverse de nuevo. Sus manos cayeron sobre sus hombros, pronto sus pechos golpeaban frenéticamente la superficie del agua y sus movimientos se volvieron erráticos. Ross, cuyas manos hasta entonces habían estado ligeramente apoyadas en su cintura, la tomó por el trasero, ayudándola a subir y bajar sobre él. Hubo un movimiento tan brusco que el agua salpicada apagó una de las velas dejándolos casi en completa oscuridad.

"¡Oh, Judas!" - gimió ella al mismo tiempo que Ross emitía un jadeo gutural desde el fondo de su garganta. Lo sintió explotar dentro de ella, llenarla con su semilla por primera vez. Allí, los dos sumergidos en el agua en casi una completa oscuridad, jadeando al unísono y unidos en la cúspide del placer, la intimidad del momento era mayor a cualquiera que hubieran compartido antes.

Un rato después, Ross movía a Demelza a su antojo. La había ayudado a levantarse y se habían dado un rápido baño bajo el agua de la ducha, mientras la bañera se vaciaba a sus pies. Él había enjabonado su espalda y sus hombros, ella apenas había atinado a masajearse el pelo con shampoo mientras él frotaba delicadamente su cuerpo con la esponja. Cuando estuvieron fuera la secó con una toalla, de abajo hacia arriba, sin pasar por alto ni un rincón de su cuerpo distendido. Cuando llegó a su cabello lo sacudió con vigor y la hizo reír de lo concentrado que estaba en la tarea. Después de darle un beso en la punta de la nariz la cubrió con una de sus remeras, le cepilló el pelo y la llevó de la mano de nuevo a la habitación. Demelza se apresuró a meterse debajo de las sábanas. Eran casi las tres de la madrugada, pero extrañamente el sueño se le había ido y esperó a Ross en su lado de la cama para que estuviera tibia mientras él secaba el lío que habían hecho en el baño.

"No estoy dormida." – le dijo cuando lo escuchó acercarse en puntas de pie, y le hizo lugar para que se acostara junto a ella.

"¿Relajada?"

"Sip." - Murmuró a la vez que refregaba la mejilla en su pecho.

"No lo hice por eso, ¿sabes?"

"Lo sé. Lo hiciste porque eres muy dulce."

"Eso no fue dulce…"

"Lo fue para mi…"

"Mhmm…" - Demelza levantó la vista de su pecho para mirarlo. Quizás estaba siendo algo pesada con eso de que Ross era dulce, tal vez a él no le gustaba. Quizás él no quería ternura. Tal vez solo quería pasión, y así eran sus encuentros cada vez que estaban juntos, llenos de fervor. Pero para ella había algo más que el mero hecho de tener sexo increíble, de hacer cosas que nunca había hecho antes. Algo se apoderaba de ella, le hacía arder el pecho, la llenaba de una forma que nada tenía que ver con lo carnal. Pero quizás no era lo mismo para él. Ella le gustaba, de eso no había dudas, pero tal vez estaba leyendo mal sus sentimientos y esto era, al fin y al cabo, sólo diversión. Vacaciones, la relación rebote después de haber estado cuatro años con alguien. – "¿Estás bien?" Ross le preguntó de repente. Demelza se maldijo por sobre pensar tanto todo. Sólo disfruta el momento, eso fue lo que dijiste qué harías.

Ross acomodó sus cuerpos para que los dos quedaran de costado mirándose. Así solían conversar noche tras noche hasta quedarse dormidos.

"¿No es demasiado para ti?" - le preguntó acariciando su mejilla con el dorso de sus dedos, acomodando un mechón de pelo húmedo detrás de su oreja.

Ella quería decir que nunca sería demasiado con él. Era cierto, no creía poder saciarse nunca de sus caricias, de sus besos, del placer que compartían. Pero prefirió no decírselo. Solo un "Estoy bien." – para dejarlo tranquilo. Ross se acercó y besó su nariz dulcemente. Él hacía esas cosas, ¡no podía llamarlo de otra forma que no fuera ternura!

"¿Porqué no me dijiste que pintabas?"

Lo vio alzar los hombros.

"Fue hace mucho tiempo."

"¿No creíste que algo así me podría interesar? ¿Qué sería un detalle importante para mi?"

"Casi que lo había olvidado. La persona que hacía eso, ya no existe. Fue en otra vida prácticamente."

"¡Pero eres tan talentoso! No deberías haberlo dejado, podrías retomar…"

"Siempre pareces saber lo que tengo que hacer ¿no es así?" – dijo él, y su comentario le sonó a reproche. Ella levantó la cabeza en un gesto inconsciente, acomodándose sobre la almohada. No era que quisiera ordenarle lo que tenía que hacer con su vida, ella solo trataba de ayudar… le parecía una pena que ya no pintara porque era realmente bueno, ¿Acaso le resultaba cargosa su actitud?

¿No era él quien siempre le pedía su ayuda?

Pero tal vez estaba pensando tonterías. Especialmente cuando Ross siguió su rostro con el suyo, acomodándose a milímetros de ella y la miraba a los ojos con tanta intensidad que parecía que podía sumergirse en ellos.

"Solía hacerlo con mi esposa." – susurró tan bajo que Demelza no estaba segura de haberlo escuchado bien. - "Cuando era adolescente hacía dibujos, sketches, siempre me gustó y tenía buena mano, pero no mucho más que eso. Fue cuando conocí a Regina que empecé a pintar porque ella lo hacía. Solíamos pasar tardes enteras así, cuando solo éramos amigos, o ya cuando salíamos. Era tonto en realidad, naive. Pero era algo que compartíamos. Luego, no se porqué pero dejamos de hacerlo después de casarnos. Y cuando llegó Jeremy ya no había tanto tiempo, ese retrato de ella fue lo último que pinté…"

Demelza lo escuchaba en silencio, era muy raro que Ross mencionara a su esposa por su propia voluntad. Mucho más que hablara de ella.

"Ella solía llevar los óleos adonde fuera que íbamos. Aunque fuera solo a dar una vuelta por la costa, nos sentábamos en el césped sobre los acantilados a pintar… no hablábamos mucho, solo… no sé, disfrutábamos de nuestra compañía así. Los dos éramos tan jóvenes… tan verdes. ¿Cómo… como pudo ella terminar así?"

Demelza no respondió, pues no creía que le estuviera preguntando a ella. Pero no pudo evitar el nudo en su estómago ni las lágrimas que amenazaron y hacían arder sus ojos. Ross continuó como en un trance. Se había vuelto ligeramente, mirando ausente algún punto sobre la pared detrás de ella.

"Esa joven… tan llena de vida. Llena de sueños y proyectos…" Parecía que podía verla, a esa mujer del cuadro, con el pelo azabache y sus ojos grandes y marrones sentada sobre el césped. De seguro él la estaba viendo también. – "¿Y adonde está ahora? Pudriéndose en un cajón seis pies debajo de la tierra porque se cruzó con un maldito que la hizo miserable…" prácticamente gruñó entre dientes. Podía ver las lágrimas en sus ojos, la angustia, todo el dolor. Jamás lo había visto así. Demelza llevó su mano a su pecho, sobre su corazón, pero él no pareció percatarse. Estaba ahí junto a ella, pero parecía que estaba muy lejos. Podía sentir su corazón latir agitado bajo la palma de su mano y quería borrar todo ese dolor. Todo ese sufrimiento que aún estaba allí, aunque él lo negara, solo que no sabía cómo.

"No fue tu culpa…" - murmuró ella. Pero él no se giró para mirarla. Mirando el perfil de su rostro, podía ver su labio inferior temblar, igual que Clowie antes de ponerse a llorar. "Amabas a esa joven. Allí sobre el acantilado, en ese momento, la amabas. No te lo niegues. A veces… podemos lastimar a las personas que más queremos porque son las que tenemos más cerca. No porque queramos hacerlo, solo… sucede. Te sucedió a ti, y le sucedió a ella. Debes perdonarte y debes perdonarla a ella también…" - dijo Demelza, inintencionadamente dando una orden de nuevo. Ross permaneció un momento en silencio, quieto y mirando al techo. Ella sabía que estaba luchando con las lágrimas. Debería dejarlas caer, debería llorar por su esposa. Se preguntó si alguna vez lo había hecho. Demelza se apoyó contra su pecho, hundiendo su cara de modo que él supiera que no lo estaba viendo. Acarició su pecho. "Todo está bien, Ross. Puedes llorar por ella." - murmuró, abrazándolo más fuerte. Sentía el subir y bajar de su pecho agitado. De tanto en tanto un gemido escapaba de su garganta. Quería darle espacio, privacidad, pero también quería que supiera que no estaba solo, que ella estaba allí, así que nunca dejó de estrecharse sobre su pecho.

Unos minutos después lo sintió mover sus brazos, llevando sus manos a su cara para secar sus mejillas. Él la tocó ligeramente y ella se levantó de donde estaba, girando su cabeza para mirarlo. Tenía los ojos rojos, había llorado bastante. Como no sabía que decir, solo se acercó a su rostro y apoyó sus labios en los suyos. Con sus manos apartó unos rulos que caían en su frente. Él le sonrió, mirándola con ternura. No había otra manera de explicar su expresión. Ella le sonrió también.

Así como estaban, la mitad de su cuerpo sobre él, los latidos de sus corazones se mezclaban. Ambos latían con fuerza, pero Demelza no podía identificar cuál era el de ella y cuál el de él. Ross la rodeó con sus brazos y besó su frente. En realidad, jamás le molestaba cuando hablaba de Regina. Al contrario. Siempre le parecía extraño que no lo hiciera, especialmente a los niños. También le parecía extraño que negara su amor por ella. Como si quisiera convencerse a sí mismo de que no lo había hecho. Y eso le causaba temor. Él se lo había dicho alguna vez, que no creía en el amor o algo así. Pero eran puras patrañas. Estaba tan dolido aún, que eso era lo que quería creer. Pero luego de lo que acababa de pasar, a ella no le quedaban dudas. Que Ross Poldark era capaz de amar, y eso la atemorizaba aún más.

"¿En qué piensas?" - preguntó con los labios en su temple.

Ella se volvió de nuevo para mirarlo a los ojos.

"En qué… ella era tu inspiración."