Capítulo 38

Ross se sentó en los escalones que daban al patio trasero con un gruñido. Los niños dormían, Demelza acababa de irse. La cabeza le explotaba.

No había sido su intención decirle eso, que ella no tenía derechos sobre sus hijos… '¿Quién rayos era?' ¿De verdad eso había dicho? Dios. Si alguien tenía la mejor intención para con los niños era ella. Los amaba, y él lo sabía. Se le había escapado porque era un completo idiota. Porque estaba molesto, más que molesto, estaba frustrado, furioso. Pero no con ella. Ella se había convertido en su objetivo porque estaba allí, porque esa maldita foto estaba allí. Y en esos dos días que estuvo en Londres toda su historia con Regina había vuelto a perseguirlo. Aquella noche…

Allí sentado esperó el tiempo suficiente para asegurarse que Demelza llegara al campus e intentó llamarla. Una vez. Y otra. Pero ella no le contestó.

"Demelza. Siento lo que te dije. Por favor responde el teléfono, tengo que hablar contigo."

Era cierto, necesitaba hablar con ella. Necesitaba contarle lo que había sucedido, de seguro entendería por qué estaba tan enojado. Ross estiró su espalda apoyando las palmas de sus manos en el piso detrás de sus caderas. Cerró los ojos. Hace solo unos días atrás todo era perfecto. Los niños, ellos. Ross recordó aquella noche, cuando los dos se sentaron allí y se besaron desesperadamente después de meses de desearse mutuamente… parecía que habían pasado años desde entonces pero apenas habían sido dos semanas. Las dos semanas más felices de toda su vida. Felicidad era una sensación poco habitual en él hasta que ella había aparecido en su vida. Pero era lo que sentía cuando estaba cerca de ella, era lo que los niños sentían también. La idea de volver a Londres, a la gris y fría Londres, a una Londres sin Demelza, lo atormentaba.

El teléfono vibró a su lado. Ross abrió los ojos, tenía la espalda contracturada.

"Es tarde, Ross. Hablamos mañana."


"¿En dónde está? Clowie, estaba ahí arriba ¿Adónde está?... ¿Papá?"

Jeremy entró en su habitación, el aún no se había levantado.

"¿Qué ocurre, Jer?"

"¿No viste la foto de ma…? ¡Ah, aquí está!" – El niño tomó la fotografía que él había dejado la noche anterior sobre el mueble. Fue entonces que notó que Demelza no se había llevado la pintura de las manos.

"Jeremy… deja eso en donde estaba."

El niño lo miró mientras él se sentaba en el borde de la cama, abrazando la fotografía sobre su pecho.

"Pero… la quería poner en mi habitación. Demelza dijo que podía quedármela."

"Jeremy… harás que tu hermana se ponga triste."

"Ella no está triste... Tal vez cuando la vio por primera vez, pero Demelza la animó enseguida." - le contó su hijo.

"Haz lo que te digo, Jeremy." - insistió testarudamente. Pero su hijo era muy parecido a él y no iba a dar el brazo a torcer tan fácilmente.

"Pero esto era de la abuela, entonces ahora es nuestro. No es tuyo. Tú ni siquiera tienes fotos con mamá..."

"¡Jeremy!" - el niño lo miró de una manera que no podía describir como otra cosa que decepción. Sin apartar los ojos de los suyos se acercó y dejó la fotografía sobre la cama luego de darle una última mirada. - "Jer... debes entender..." - intentó razonar con él.

"La abuela me contó como murió mamá..." - dijo el niño interrumpiéndolo. "Me dijo acerca del accidente."

A Ross se le cerró la boca del estómago.

"Me dijo que tú intentaste salvarla, que te lastimaste también..." - continuó.

Ross no pudo más que asentir. Jeremy caminó lentamente hasta detenerse junto a él. Extendió su mano y colocó un dedo sobre su mejilla.

"¿Así te hiciste la cicatriz?"

"Sí." - susurró Ross.

"Te pone triste hablar de ella, ¿verdad?" - Él volvió a asentir.

"Está bien, papá. Tú puedes quedarte con la foto si quieres..." - Era un cobarde. Un maldito gallina que tenía miedo de hablar a su propio hijo. A su pequeño que parecía ser más maduro y más sensible que él. - "Le diré a Demelza que subamos de vuelta al ático. Quizás haya otras fotografías..."

"Papi," - Clowie se asomó a la puerta de la habitación también. - "¿Dónde está Demelza?"

Jeremy fue quien le envió un mensaje a Demelza. Le respondió enseguida, diciendo que ese día tenía que cursar después del mediodía y tenía que preparar un trabajo, por eso no había ido. Pero que iría por la tarde. Pero Ross no quería esperar tanto. Ella estaba en el campus según Jeremy, así que luego de desayunar se acercó a lo de los Martins a preguntar si Jinny podría quedarse con los niños por un rato.

No le avisó que iba, en caso de que le dijera que no quería verlo. La iba a llamar cuando estuviera en la Universidad, pero no hizo falta. Alrededor de la Universidad y cruzando el estacionamiento en donde acababa de aparcar, había un parque. Había grupos de estudiantes sentados sobre el césped aquí y allá, a diferencia de la última vez que había estado allí cuando no había casi nadie. Había sacado el celular para enviarle un mensaje, cuando vio un movimiento que le llamó la atención. Un rostro que se giraba para verlo, o para ver su auto. Era Demelza. Ese joven, su amigo, había señalado en su dirección. Ella se puso de pie, los otros jóvenes que estaban con ellos también se dieron vuelta para mirarlo mientras ella se dirigía en su dirección. Ross bajó del auto, la esperó junto a la puerta abierta.

"Hola..." - dijo cuando estuvo lo suficientemente cerca para oírlo. Detrás de ella podía ver a sus compañeras observándolos.

"Ross, ¿qué haces aquí? ¿Con quién están los niños?"

"Están con Jinny. Quería hablar contigo. Dijiste que hablaríamos hoy. Pensé... pensé que tal vez podríamos ir a almorzar y..."

"No... uhm, estoy en medio de algo..." - dijo señalando al grupo tras ella.

"Ok... ¿tienes aunque sea un momento?"

Demelza asintió. Insegura, rodeó el auto y se subió en el asiento del acompañante. Las dos puertas se cerraron al mismo tiempo. El grupito sentado en el césped pareció continuar con sus asuntos.

"Acerca de lo de anoche..." - comenzó.

"Ya me dijiste que lo sentías. Ya te disculpaste por lo que dijiste. Si es por eso está bien, Ross."

"No parece que estemos bien..."

Ella lo miró, hasta entonces había estado mirando al frente fuera del auto.

"Supongo - supongo que la reunión no salió bien ¿no es así? Estabas... enojado."

"Eso es poco decir..."

"¿La fusión no se llevará a cabo entonces?"

"No."

"Pero sabías que eso era lo más probable, ¿qué más sucedió?"

"Los Chynoweth, Elizabeth, fueron con sus abogados y con... George Warleggan." - dijo, apretando la mandíbula al pronunciar su nombre. Ella notó su incomodidad al mencionar a ese hombre.

"¿Quién es George... Warleggan?"

"Él era – era el amante de Regina. Con quien..."

"¡Judas!... ¿Y qué hacía con los Chynoweth?"

"Es un banquero. Su familia es dueña de un banco. Les darán un crédito a los Chynoweth para que sigan adelante con los proyectos que estábamos desarrollando ellos solos…"

"¿Cómo… cómo una inversión?" – preguntó Demelza qué no entendía demasiado.

"Algo así. No solo no habrá fusión, sino que nos quieren apartar de los tres proyectos en los que ya estábamos trabajando. Yo lideraba dos de ellos. Apenas terminó la reunión nos tuvimos que poner en contacto con los clientes, tuvimos reuniones, hubo que esperar que los representantes fueran a la oficina. Armamos un plan con mis primos y tratamos de convencerlos de que continúen trabajando con nosotros, pero fue en vano… aun quieren trabajar con los Chynoweth... y eso sí que representa una pérdida para la empresa de mi familia. Invertimos en esos proyectos, trabajamos en ellos, pero Warleggan dice que no tenemos derecho de reclamar nada." – continuó Ross, explicando los pormenores de las reuniones que había tenido durante esos dos días. Demelza lo escuchaba en silencio.

"… Pero lo peor de todo fue volver a ver a ese hombre… su estúpido rostro, su arrogancia al presentarse allí. Y Elizabeth… ella se aseguró que yo iba a estar allí…"

"¿Cómo?"

"Me escribió un mail hace unos días…"

"Oh… ¿Ella – ella sabía quién es él?"

Ross negó con la cabeza.

"No por mí. Aunque… tal vez él le haya dicho. Ellos… parecía que estaban juntos…"

"¡¿Qué?!"

"De todos los hombres en esta tierra, tenía que ser él…"

"¡Judas! Pero… ¿desde cuándo? No puede ser algo reciente, no si él va a invertir en la empresa de su familia…" – Ross volvió a sacudir la cabeza, frustrado. Levantó los hombros para indicar que no sabía desde cuándo su ex prometida lo había estado engañando con el mismo hombre con quien lo había hecho su esposa.

"Y la soberbia de presentarse allí como si nada… no fue al funeral ¿sabes? No apareció, después de lo que hizo…" – Demelza frunció las cejas algo desconcertada por el cambio de tema.

"¿Hubieras preferido que lo hiciera?" – murmuró.

"Sí, así lo hubiera matado entonces. Nadie hubiera podido culparme, no en ese momento… así no habría tenido que soportar ver su rostro otra vez. Verlo mofarse de mí, haber tenido que escucharlo…"

"¿Te dijo algo… sobre Regina?" – El asintió, pero las palabras se le quedaron atrancadas en la garganta. Ahora era él quien miraba perdido hacia afuera. Era como si lo pudiera ver frente a sus ojos. Aquella noche… ese hombre y su mujer metidos en la cama. La expresión de horror de Regina cuando entró en la habitación, y la de ese hombre, que casi sonreía. Su mujer lo había detenido antes de que se abalanzara sobre él…

"¿Ross?"

"Me dijo que ella me odiaba. Que era infeliz… que yo la hacía infeliz. Que ella sabía que yo tenía otra mujer, estaba segura de ello. Y que ellos… habían sido amantes durante mucho tiempo…"

El muy maldito. George se había acercado a Ross al terminar la reunión, lo encontró en su oficina, solo. Intentando asimilar el desastre y la rabia que sentía al verlo allí. Tenía las mismas ganas de estrangularlo que había tenido aquel día hace años. Golpeó la puerta abierta de su oficina antes de entrar. Él se había puesto de pie de un salto.

"De verdad tienes descaro al venir aquí…" – dijo, estrellando sus puños apretados sobre el escritorio.

"Vine a hacer negocios, eso es todo. No es nada personal, Ross…"

"Todo es personal entre nosotros, ¡tú destruiste mi matrimonio!"

"¿Lo hice? No lo creo. Al contrario. Yo fui la razón por la que tu matrimonio continuó a flote. La única razón por la que ella siguió tolerando un matrimonio que la hacía miserable. Y tú lo sabes…"

"¿Por cuánto tiempo… durante cuánto tiempo te acostaste con ella?" – había preguntado. Nunca había tenido la oportunidad de hacerlo. Esa noche cuando discutió con Regina, él no había hecho muchas preguntas solo disparado acusaciones. Blasfemias.

Warleggan se lo había quedado mirando desde el otro lado de su escritorio.

"Meses... Desde que ella comenzó a sospechar que tenías una amante…"

"Yo no tenía una amante..."

"Vamos, Ross. Ella ya no está aquí para que le mientas. Eres de ese tipo, lo entiendo. Yo soy así también. ¿Acaso no plantaste a Elizabeth porque tienes otra mujer por ahí? Es extraño como tus mujeres se encuentran conmigo cuando tú las desechas, te concedo eso…"

"Yo no deseché a mi esposa…"

"Hiciste que te odiara. No sé qué es peor…"

"¡¿Qué haces aquí, George?! Porque de verdad te arriesgas a que te parta la cara…"

"Oh, pero no lo harás. No lo harás porque en el fondo sabes que el culpable de todo eres tú. Tú fuiste quien se alejó de tu esposa dándole pie a que ella buscara consuelo en otro lado. Tú eres quien hecho por la borda la fusión entre estas dos empresas por acostarse con una empleada… sí, Elizabeth me lo contó. Te crees que eres un gran señor, con un gran apellido y una gran familia, pero no eres más que escoria, Ross Poldark. Y tu esposa lo sabía y no puedes lidiar con ello…"

"¡Judas!" – la exclamación de Demelza a su lado lo volvió a la realidad. "Que hombre horrible. Decir esas cosas después de todo este tiempo ¿con que necesidad?"

Ross curvó sus labios con tristeza. No le contó todo lo que Warleggan le había dicho, no podía. Estaba avergonzado, lo había estado desde entonces porque sabía, sabía que ese maldito tenía razón. Que todo era su culpa… y era culpa de Regina también. Ella se había involucrado con ese hombre. Ella era quien lo había engañado, quien había plantado esa duda en su cabeza de la que no podía escapar y tenía que enfrentar día tras día. Demelza no podía saberlo, no podía decírselo. Nadie podía saberlo. Sólo decirlo en voz alta podría matarlo. Tan solo que Elizabeth lo insinuara le había revuelto el estómago. ¿Le diría sus sospechas a George? ¿Sabía ella que George había sido el amante de Regina?

"Siento que hayas tenido que pasar por eso… volver a ver a ese hombre."

"¿Ahora entiendes porque no quiero fotos de Regina en la casa?" – De reojo, vio como Demelza se acomodó en el asiento junto a él. Ross levantó su rostro para mirarla después de un momento en que ella no dijo nada.

"Se que quieres escuchar otra cosa, pero no. No lo entiendo…"

"Pero te acabo de contar… ese hombre…"

"Lo sé. Sé porque estás molesto. Entiendo que haber visto a ese hombre de nuevo, y con Elizabeth nada menos, te haya disgustado. Y hasta puedo entender lo que me dijiste anoche…"

"Yo no quise…"

"Ya llegaremos a eso… pero todo eso, tu enojo con ese hombre, con ella, contigo mismo, no tiene nada que ver con tus hijos."

"Sí lo tiene…" – retrucó el sin pensar.

"¿Cómo?... No, no tiene nada que ver con Jeremy y con Clowie. Ella era su mamá, y ellos tienen derecho a saber de ella. Lo que sea que te haya hecho, si te lastimó, si no te quería, si tú no la querías a ella, eso no importa. Ella amaba a sus hijos, estoy segura…"

"¿Cómo puedes estar segura? Tu no la conociste…" – dijo él. La mirada de Demelza se endureció y se alejó un poco sobre su asiento, se había acercado a él mientras hablaba.

"No, pero conozco a sus hijos. Y es imposible no amarlos. ¿Qué persona no lo haría?" – dijo ella. Y sabía que se estaba refiriendo a Elizabeth. Al hecho de que por años él estuvo con una mujer que no quiso a sus hijos. A que él no había querido a sus hijos.

Ross resopló. "Eres tan naive, Demelza…"

"Tal vez. Tal vez fui inocente al pensar…" – pero ella no terminó la frase. "Respecto de lo de anoche, lo que dijiste. Que quien diablos soy yo y que derecho tengo en opinar…"

"No quise decir eso…"

"Lo sé. Pero, es verdad ¿no es así? Yo no soy nadie…"

"Eso no es cierto…"

"Oh, si lo es. Yo… soy solo la niñera. Como diría Elizabeth, la empleada que se acuesta con su jefe…"

"Eres mucho más que eso. Y lo sabes. Los niños te adoran, son felices contigo. Yo soy feliz contigo, yo…"

"Tú… ni siquiera te acordaste de que yo tenía que empezar las clases. De que era un día importante para mí. Nunca te pedí nada ¿sabes? Lo que dijo tu tío… yo no estoy atrás de ti. No me interesa tu dinero, ni tu apellido, ni tu empresa. No quiero nada de ti, ni de ningún hombre. Quiero ser dueña de mi vida, no deberle nada a nadie… Me encantó estar contigo ¿sabes?" – dijo ella luego de un breve silencio en que pareció tomar coraje para decir esas palabras. Y él se dio cuenta de lo que hacía.

"¿Estás rompiendo conmigo?"

"No. Porque no hay nada que romper. Dijimos que pasaríamos las vacaciones juntos y eso hicimos. Amo a tus hijos, amo estar con ellos y me parte el corazón tener que separarme de ellos…" – dijo con una lágrima cayendo por su mejilla y su voz quebrada. Quería abrazarla, quería rodearla con sus brazos y estrecharla contra él. Pero cuando atinó a hacerlo ella lo apartó. Se secó las lágrimas con sus dedos y se aclaró la garganta. – "Y de ti también. Pero tienes tanto, tanto en tu cabeza, que no te das cuenta cuando lastimas a los demás… cuando me lastimas a mí. Yo no quería ser tu niñera, Ross. Yo no quería que me pagues un sueldo. Te habría ayudado a cuidar de los niños solo por el hecho de que me gusta estar con ellos, porque soy tu amiga. Y porque soy tu amiga y me importas y me preocupo por ti, entiendo cómo te sientes por todo lo que pasó en Londres…"

"¿Solo mi amiga?"

"¿Qué más? ¿Soy tu amante? Exactamente lo que Elizabeth dice que soy... ¿lo que piensa tu tío? ¿Lo que crees tú? Que me hablas de trabajo cuando estoy en tu cama, pero no te acuerdas lo que es importante para mí. Solo diste por sentado que yo cuidaría de los niños, de la misma forma en que diste por sentado que Elizabeth se encargaría de ellos cuando se casaran o cuando los dejaste con su abuela cuando su madre acababa de morir?!... Ross… creo que te das cuenta a lo que me refiero. Tienes – tienes mil cosas en tus manos. Y de verdad, creo que debes soltar algunas. El pasado… ella ya no está ¿Qué sentido tiene que sigas enojado con ella?... así que entiendo que lo último en lo que pienses sea en mis… cosas. Pero yo tengo mi vida también, y… tengo que enfocarme en ella…"

Ross se había quedado sin palabras. Sus manos apretaban el volante del auto. Las lágrimas de Demelza bailaban detrás de sus pestañas, aunque se notaba el esfuerzo que hacía por mantenerlas a raya. Él tragó saliva, de repente el espacio adentro del auto se había vuelto agobiante, las manos le sudaban.

"Tú no eres en lo último en lo que pienso..." - dijo entre dientes. Desvió su mirada porque sus ojos le habían empezado a arder. Afuera, el grupo de jóvenes con los que Demelza estaba sentada hasta hace un momento reían despreocupadamente. Mientras ella estaba allí, intentando no llorar y sintiéndose miserable porque él cargaba todos sus problemas en ella. Lo entendió entonces. Entendió que ella quería, se merecía más de lo que él le había ofrecido hasta entonces... "Pero entiendo si tu no quieres... si no quieres lo que hay entre nosotros. Te lo dije alguna vez, siempre será tu decisión. Solo – solo quiero que sepas que me gustas… más que gustarme…" – dijo en un susurro. "… y que estas últimas semanas fueron las más felices que viví en, bueno, en mucho tiempo."

"Ross... por favor." – murmuró ella. Él no la estaba mirando, así que cuando escuchó su voz quebrada y levantó la vista hacia ella se sorprendió al ver que las lágrimas la habían vencido y ahora caían por sus mejillas. Ella trató de secarlas con la manga de su sweater, él no intentó acercarse de nuevo.

"Siento... siento haberme olvidado de que el lunes empezabas las clases. Tienes razón, estaba demasiado ocupado, debería haberte avisado... Pero no es porque te tome por sentado. Yo nunca..."

"Está bien. No te preocupes por eso, Ross. Entiendo... Debería volver, tengo clase en unos minutos..."

"¿Así que… nosotros…?"

Demelza terminó de secar sus lágrimas y lo miró. Trató de sonreír.

"Nosotros somos amigos… me gustaría que sigamos siendo amigos. Cuando se vayan a Londres…"

"¿Amigos?" – repitió él para sí mismo.

"Cuando vuelvan a Londres y yo me quedé aquí… ¿Qué más podemos ser?" – dijo ella, de nuevo intentando forzar una sonrisa y sonar decidida. Él la miró por un momento, tanto así que hizo flaquear su falsa sonrisa y vio humedecer sus ojos otra vez. Tal vez tenía razón, era una pregunta justa. ¿Qué más podían ser si ellos debían irse?

"¿Iras a casa... a ver a los niños más tarde?" – preguntó luego de un momento.

"Iré apenas salga... Iré a verlos mientras estén aquí. ¿Le dijiste – le dijiste a Prudie que vaya al colegio?"

Oh, mierda.