Capítulo 52

"… Nada." Le respondió con apenas un hilo de voz.

"¿Nada?" – insistió Demelza.

"No sé a qué se refería." – le mintió.

Ross nunca le había mentido a Demelza y cuando volvió los ojos hacia ella supo que ella sabía que le estaba ocultando algo.

La visita de Elizabeth había sido como un huracán que llegó de imprevisto, arrolló todo a su paso y se fue tan rápido como vino, dejando solo destrucción. O así le parecía a él.

Todavía estaba de pie en el living de esa casita de Cornwall. Como un árbol que soporta la fuerza del viento y es sostenido por sus raíces, pero queda partido al medio, sin ramas ni hojas.

Demelza se acercó lentamente, se detuvo frente a él. Apoyó una mano en su pecho y la otra en su mejilla, mirándolo desde debajo de sus pestañas con esos ojos verdes que parecían poder ver a través de su alma.

"Cariño… ¿Estás bien?" - Su rostro estaba lleno de preocupación. Él solo hizo un único y leve asentimiento con la cabeza. El pitido en sus oídos se había convertido en un furioso palpitar en su pecho.

Quería abrazarla. Quería rodearla con sus brazos y hundir el rostro en su cuello y que ella lo contuviera. Quería ir a abrazar a Clowie, tomarla en sus brazos y acunarla en su pecho y esconderla del mundo.

Demelza lo tomó de la mano y lo guio hacia la cocina. Pronto se vio con una taza de café entre sus dedos, sentado en una banqueta en la isla. La bebida caliente lo reconfortó e hizo recobrar algo de sus sentidos, lo despejó un poco.

"Ross… ¿Qué quiso decir con eso que le contará a George? ¿Qué le va a contar?"

Él no respondió. Levantó un poco los hombros para indicar que no sabía. No quería mentirle, pero tampoco quería decirle la verdad. ¿Qué iba a pensar de él? Era un monstruo. Lo que dijo Elizabeth, que había llevado a su esposa a la muerte, era verdad. Él siempre lo creyó así.

"Hay… hay algo que no me has dicho ¿no es así? ¿Ross?"

"No es nada, Demelza."

"¿Es algo acerca de… Regina?... Ross. Sabes que puedes decirme lo que sea. Yo… te amo y te apoyaré, estaré a tu lado, pero debes decirme."

Pero él permaneció en silencio. Podía sentir las lágrimas humedeciendo sus ojos. Y a Demelza tan solemne a su lado. Ni siquiera podía mirarla.

"No me dirás… ya veo." Se rindió al fin.

Permanecieron en silencio durante un rato. Él se terminó su café pero ella no tocó el suyo, solo daba vueltas a la taza entre sus dedos.

Cuando se enderezó y él la miró dijo: "Creo que me iré a dormir al campus."

Ross le pidió que se quedara, pero ella no quiso y él no insistió. Estaba seguro de que sí se quedaba seguiría preguntando, querría saber lo que estaba callando.

Jinny estaba aún despierta y vigilaría la casa por un momento. No era la primera vez que lo hacía mientras él llevaba a Demelza al campus. El viaje hacia Truro fue en silencio. Ambos absortos en sus propios pensamientos.

"Por favor, no hagas esto…" – murmuró cuando Demelza abrió la puerta del auto sin decirle adiós ni darle un beso.

"No, Ross. Tú no hagas esto."

La puerta se volvió a cerrar de un portazo.

"No te encierres en ti mismo. No me ocultes lo que sea que es que te come por dentro. Puedo ver cuan doloroso es para ti… no tienes que cargar con eso tu solo. Yo estoy aquí, ¿sino qué sentido tiene todo esto?" - Exclamó, señalándose a sí misma y a él… a ellos.

"No puedo, Demelza…"

"¡Pero si pudiste decírselo a Elizabeth!"

"¡No! No. Yo no le conté nada…"

"Entonces… no entiendo. No entiendo nada. ¿Cómo lo sabe entonces? Lo que sea que es…"

"Ella… debe sospecharlo."

"Pero yo no puedo saberlo…"

Demelza se apoyó en el respaldo del asiento visiblemente disgustada. Con él.

Si la dejaba ir, si dejaba que saliera del auto así, sabía que la perdería. Ella no pedía mucho, solo la verdad. Honestidad entre ellos. No había habido mucha honestidad en sus relaciones previas. Y ella… ella no soportaría estar con él sabiendo que le ocultaba algo.

"Nunca se lo dije a nadie… no podía… no puedo…" - su voz era casi un lamento. En la oscuridad del auto, vio la mano de Demelza tomar la suya. Sus dedos entrelazados sobre su pierna. Él la apretó con todas sus fuerzas.

"Como no sé de qué se trata, no puedo entender porque no quieres decirme. Pero si me dices, lo que sea, yo estaré a tu lado. Y no te juzgaré, ni volveré a repetir lo que me digas aquí esta noche, lo prometo. Pero es tu decisión, y yo… yo la respetaré si no quieres contarme." – Dijo, lentamente y muy bajo, con la voz llena de afecto y cariño y comprensión.

Ross tomó aire. Una vez y otra. Sentía su corazón latir en sus oídos. Demelza apretó sus dedos en los de él de nuevo, y sin levantar la mirada de sus manos entrelazadas, Ross murmuró:

"Creo que Clowie no es mi hija."


4 AÑOS ANTES

Sentía el latir de su corazón en los oídos. Ese sexto sentido, como una premonición difícil de racionalizar, de explicar por qué… Regina le había dicho que irían a pasar el fin de semana en Cornwall a casa de su madre como lo hacían habitualmente. Él tenía que trabajar y se quedaría en Londres, como era habitual también. ¿Por qué había decidido ir ese sábado a Cornwall también? No sabría decirlo. Hacía mucho tiempo que Ross no pasaba un fin de semana con su familia, aunque estuvieran en la ciudad. Él siempre estaba ocupado en la empresa, tratando se llenar el vacío que había dejado su padre y cubrir las espaldas de Francis que se la pasaba de juerga. Pero ese sábado al mediodía por algún motivo había querido ir a verlos. La había dejado a Elizabeth con todo lo que tenían que preparar para una reunión que tenían a principio de semana, él tomó el auto y se dirigió al sur.

Clowance cumpliría su primer año pronto. Su primer año de vida había sido totalmente distinto al de su hermano. La novedad y los temores del primer hijo los había acercado, a él y a su esposa, pero no así el nacimiento de su segunda hija. Y, siendo sincero, apenas si había pasado tiempo con ella. Y era solo su culpa. Debería hablar con Regina, aclarar las cosas, decidir que iban a hacer… o eso creyó recordar Ross que eran sus pensamientos cuando conducía camino a Cornwall. Por supuesto, eso no fue lo que hizo.

Después de horas de viaje, dobló calle arriba en dirección a la casa de su suegra. Aparcó en frente porque supuso que no habría espacio para otro vehículo con los autos de su suegra y de Regina en el lugar para estacionar junto a la casa. Pero cuando se bajó notó que el auto de su esposa no estaba allí.

Le pareció extraño. ¿Quizás habría decidido ir a su casa? Pero mientras se dirigía a la puerta Ross escuchó la voz de un niño. Jeremy. A partir de allí empezó a moverse con cautela, para que no lo oyeran. Sigilosamente se asomó por la ventana. Efectivamente allí estaba Jeremy y su suegra con la pequeña Clowie en brazos. Pero no había señal de Regina. Luego de esperar un momento Ross decidió que su mujer no estaba allí y que probablemente estaba en su casa, a unos kilómetros al norte. Quizás fuera una buena oportunidad para hablar solos, pensó, así que Ross se volvió a subir a su auto.

No. No había querido que su suegra supiera que estaba allí. ¿No quería que le avisara a Regina que estaba yendo rumbo a su casa? Tal vez, pero no podía decir exactamente que pensaba en ese momento.

La casa en que habían vivido cuando recién se casaron quedaban a veinte minutos de Portwenn hacia el norte. Ross hacía meses que no iba. No desde que se habían mudado a Londres. Jamás se olvidaría la sensación de llegar aquel día a aquel pueblo en medio de los páramos, cuando luego de doblar por una calle vio el auto de su esposa estacionado en frente, y otro auto también. Fue la última vez que estuvo allí.

Otra vez, dejó su vehículo calle abajo y se movió con sigilo. Era de noche, la luz de la entrada estaba apagada, las cortinas corridas. Pero había una luz, tenue, en la planta alta, en la habitación principal. Decidió rodear la casa y entrar por la puerta de servicio. El ruido palpitaba fuerte en sus oídos. Entró por la lavandería, luego a la cocina. El lugar se veía deshabitado en la penumbra. Por la escalera de atrás comenzó a subir. Parecía que flotaba sobre los escalones, como si no tocara el piso. ¿Había cerrado la puerta al entrar? De pronto…

¡Bang!

No la había cerrado, y el viento la hizo estallar contra el marco.

De prisa, terminó de subir los últimos escalones. Cuando llegó al pasillo de la planta alta lo vio salir de su habitación. A George. En pantalones con el botón desabrochado, pero sin remera y en medias, salió a ver que había sido ese ruido.

El pitido que era constante en sus oídos se apagó cuando alguien exclamó "¡Ross!"

Era Regina, su esposa, la madre de sus hijos, que se asomaba en la puerta de la habitación detrás de George con el pelo revuelto, un babydoll de seda muy corto y las piernas desnudas. Lo que sucedía no podía haber sido más obvio.

Quiso abalanzarse sobre George, aunque en ese momento no sabía que se llamaba así. Sólo lo supo cuando ella exclamó "¡No, George!" y se interpuso entre ellos. Lo quería matar. En ese momento quería matarla a ella también.

Forcejearon un poco, Regina metida entre ellos queriendo separarlos y él gritando insultos a ese hombre. "¡¿Cómo te atreves a tocar a mí esposa?!"

"¡¿Y a ti que te importa?!" – gritó ella a su vez y cuando él se quedó quieto lo urgió a George a que se fuera. – "Vete, George. Vete." Y el muy cobarde se fue.

Lo peor sucedió después.

"¿Cómo pudiste?" – preguntó con un dedo acusatorio cuando el hombre todavía estaba en las escaleras.

"¡¿Cómo pudiste tú?!" – retruco ella, sus ojos llenándose de lágrimas. – "¡Tú me abandonaste!"

"¿Qué es lo que dices?" – estaba diciendo incoherencias. Y como en un ataque de locura, Regina comenzó a empujar su pecho, una y otra vez. Le quiso dar una cachetada, pero él la tomó de la muñeca justo a tiempo. – "¡Estás loca!... ¿A esto vienes los fines de semana? ¡¿Dejas a los niños con tu madre y vienes aquí a revolcarte con tu amante?!..."

"¿Qué haces tú los fines de semana? Y en la semana también. ¡Estás todo el tiempo con ella! ¿Crees que no lo sé?" – Dijo mientras se retorcía en sus manos queriendo liberarse de su agarre, pero él la sostenía con fuerza de las dos muñecas. – "¿Que soy el hazmerreír de todos? ¿Crees que me quedaré esperándote mientras tu estas con esa puta que anda atrás de tu fortuna? ¡Suéltame, Ross!"

"¡La única puta aquí eres tú!" – gritó. Y fue como si de verdad la hubiera golpeado. Regina volvió su cabeza y su cabello cubrió su rostro por un momento. Ross la soltó y dio un paso atrás. Vio las lágrimas caer de sus pestañas sobre sus mejillas coloradas. Su pelo negro más desordenado aún por las sacudidas que le había dado. Tragó saliva antes de preguntar – "¿Desde cuándo – desde cuándo ocurre esto?" – su voz un poco más baja pero aun así acusatoria.

Regina no respondió, al menos no en voz alta. Murmuró algo entre dientes que al principio no llegó a comprender. Lo dijo una y otra vez, cada vez más fuerte.

"Te odio. Te odio. Te odio. ¡Te odio! ¡Me arruinaste la vida!" – Dijo entre sollozos, pero en lugar de sentir lástima por ella eso no hizo más que acrecentar su ira.

"¿Yo te arruine la vida? ¡Te di todo! Me casé contigo ¿no es así? ¿Y me acusas a mí de arruinarte la vida cuando tú eres la que tiene un amante?"

"Sí, un amante. ¡Porque soy muy feliz en mi maldito matrimonio! Con un esposo al que casi no veo porque pasa todo el tiempo con esa mujer, con el que no hago más que discutir, que casi no ve a sus hijos porque lo único que le interesa es esa maldita empresa… Sí, Ross. ¿Como pude hacerte esto? ¿verdad?" - soltó ella alzando la voz de nuevo y sin respirar.

"¿De qué diablos estás hablando?" - Pero él sabía a qué se refería. Era exactamente en lo que venía pensando que debían hablar camino a Cornwall. Pero de pronto ya no quería hablar. Ahora él era miserable también y el hazmerreír. Ella y ese maldito estúpido se habían reído de él a sus espaldas quien sabe por cuanto tiempo.

Regina resopló entre dientes.

"Es tan típico de ti..."

"Esto no es acerca de mí, es acerca de ti y el hecho de que me estabas engañando... ¡en mi propia casa! Espero que haya valido la pena," - continuó mordazmente - "...porque esto se acabó. ¡No voy a tolerarlo! Este comportamiento... ya no te conozco, Regina. No sé quién eres..."

"¡Lo sabrías si pasaras más tiempo con nosotros!" - gritó ella otra vez.

"¿Por qué querría hacerlo?" - dijo y la miró casi con asco.

Los ojos de Regina que ya estaban rojos se volvieron a llenar de lágrimas.

"Claro..." - entre lágrimas, asintió. - "¿Por qué quedarte si puedes estar con ella? Está bien. Se terminó. ¡Se terminó! Los niños ni siquiera van a notar la diferencia..."

"Los niños se quedarán conmigo..." - La vio palidecer. Si lo odiaba hasta ese momento, ahora estaba enfurecida, como una perra rabiosa...

"¡No te atreverías!" - exhaló.

"Cualquier juez me dará la tenencia luego de esto..."

"Ross..."

"Son mis hijos. Con una madre como tú, es mejor que estén conmigo..." - dijo. Sus palabras salieron llenas de odio, su objetivo era lastimarla y así lo hizo. No creía que Regina fuera una mala madre, no de verdad. Pero estaba tan enojado, dolido... y en ese momento él la odiaba también.

La vio apretar los dientes, su mandíbula se endureció. Ya no lloraba...

"¿Estás seguro de eso? ¿Qué es tu hija…? ¿No soy una puta después de todo?" - Dijo ella con voz clara y firme. Y él le creyó.


"Y yo le creí... Me fui. Si me hubiera quedado no sé qué hubiera hecho. Pero al final lo hice de todos modos. Yo la maté... Ella salió atrás mío... El resto ya lo sabes."

Veía todo rojo. Como aquel día. Como si la sangre nublara su vista. El zumbido latiendo en su cabeza. Clowance no era su hija, eso es lo que había querido decir. Lo último que le había dicho antes de morir…

Sintió la mano de Demelza soltar la suya y recién entonces se atrevió a levantar la vista hacia ella. Estaba llorando, limpiándose las lágrimas con ambas manos. Su pecho subía y bajaba agitado, respirando con dificultad. Se dio cuenta que el de él también. Sentía un dolor en su pecho, como si alguien hubiera metido la mano a través de su piel y sus costillas y le estuviera apretando el corazón con todas las fuerzas. No podía… parecía que las paredes del auto se cernían sobre él, que lo iban a aplastar. Necesitaba aire, necesitaba respirar.

Ross abrió la puerta de golpe y salió del BMW. En unos pasos estuvo sobre el césped, allí adonde había estado sentada Demelza con sus compañeros aquel día que vino a hablar con ella. Lágrimas le caían por las mejillas. Las limpió, pero otras las siguieron. Jadeó. Un gemido nacido desde el fondo de su ser que pareció golpearlo con su fuerza y lo hizo tambalear y terminó por apoyar las manos en las rodillas.

¿Qué haría si George se enteraba que Clowance podía ser su hija?

Eso era lo que tanto temía. El motivo por el que mantenía los recuerdos a raya, por el que no quería recordar. Tan solo pensarlo lo aterrorizaba, mucho más decirlo. E imaginar que alguien más, que George, pudiera descubrir la verdad… lo mataría.

"Ross…" No la había escuchado bajar del auto ni acercarse. Su mano se sintió tibia cuando la apoyó en su hombro. Cálida, él estaba muy frío, helado de miedo. – "Oh, Ross…" susurró y en un instante se vio rodeado por sus brazos. Tan delgados y delicados pero que parecían poder contener cualquier ataque que embistiera sobre ellos. Él la abrazó también.

"Soy… soy un monstruo." – tartamudeó luego de un rato. Tragando el sollozo de angustia que había en su garganta y sin poder mirarla todavía. Demelza se separó unos centímetros y pasó sus dedos por su cara. Luego llevó sus manos a la suya e intentó limpiar su llanto también. No le pasó desapercibido que no lo contradijo.

"Todo este tiempo… mantuviste esto en secreto todo este tiempo. Te debió haber comido por dentro, Ross…" – susurró sosteniendo sus mejillas y levantando su rostro para que la mirara.

"No podía decirlo… no puedo volver a repetirlo. Por favor, no me hagas decirlo de nuevo…"

"No lo haré, Ross… Pero…" – Demelza se detuvo, pensando bien sus próximas palabras. "Ella es igual a ti…"

"Pelo oscuro, ojos avellana, nariz recta… es igual a su madre." – Dijo él abruptamente.

"No, no es solo eso."

"Es lo que ella dijo."

"Quizás mintió…" – Ross dio vuelta la cara mirando hacia el cielo. Regina… siempre Regina… - "Y tú … hay formas de saberlo. Pudiste haber hecho un ADN, hoy en día es sencillo…"

Ross comenzó a negar con la cabeza a medida que ella hablaba.

"No…"

"¡¿Por qué no?!"

"¡Por qué no quiero saber! No quiero ni pensar en ello. Clowie es mi hija, no importa lo que diga un maldito estudio de ADN y sé que he sido un mal padre, que los abandoné. Que verla en sus caritas me hacía odiarla aún más y odiarme a mí, porque yo se las quité. Pero aprendí a vivir con ello, a no pensar. A no recordar sus palabras a cada minuto de mi vida a pesar de que siempre está ahí… la duda." – Demelza comenzó a llorar de nuevo. – "¿Qué sucederá si me hago el examen y resulta que estaba diciendo la verdad?" – preguntó con algo más de calma y esperando una respuesta.

"La amarás de todos modos." – respondió ella entre lágrimas.

"Exacto. Así que… por favor, Demelza. No insistas con eso. Si me amas… no me hagas pasar por esto."

Ella asintió. Sus mejillas estaban coloradas, y algunos cabellos se le habían pegado a las mejillas. Frunció los labios, allí en medio del campo que rodeaba la universidad, estaba blanca como un fantasma. Quizás los dos lo eran, perseguidos por espíritus del pasado…

"¿Crees que soy un monstruo?" - repitió otra vez. Ella se volvió a secar las lágrimas, esta vez con la manga de su sweater. "Porque yo creo que lo soy…lo que le dije, fue horrible…"

"No, Ross. No eres un monstruo. Estabas herido, y dijiste cosas que no sentías en verdad… O al menos, eso es lo que quiero pensar."

"No quiero perderte…" - su voz se escuchó ronca y entrecortada. De repente la distancia que había entre ellos parecía un abismo. Ella se acercó.

"No lo harás… Todavía te amo, Ross. Solo – solo me duele verte sufrir y saber que has sufrido en silencio todos estos años…"

"Demelza…"

"Shhh… lo sé. Lo sé, Ross. Espérame aquí. Subiré a buscar ropa y volveremos a casa y mañana iremos a Londres para que arregles todo esto."