La noche ya se había adueñado de la tierra de nuevo y bajo su oscuro manto percibió las pequeñas formas que saltaban en el estanque. Se movió hacia ellas con una velocidad inigualable para los pequeños seres y atrapó a dos en el aire. Clare contempló las ranas que se sacudían en sus manos tratando de liberarse. No necesitaba tanta carne, por lo que devolvía una a las oscuras aguas. Con los dedos índice y medio dio un certero golpe en el cuello del anfibio matándolo al instante.
Regresó a su pequeño campamento, que solo consistía en una pequeña fogata, y se sentó junto a las llamas. Ensartó la rana en una rama y la colocó sobre el fuego para que se cocinará. No tenía hambre, pero era mejor comer cuando había comida cerca y no perder tiempo buscándola luego.
Se quitó la armadura mientras esperaba y se reclinó contra su espada de brazos cruzados. Los ojos fijos en la danza de las llamas, pero su mente perdida en contar los días que habían pasado desde que ella y Raki se separaron. Un mes. Un mes entero de búsqueda y seguía sin tener resultados, ni una pista de dónde encontrar al niño. Niño. No. Ya no podía verlo así. Había sido cortado por una espada y no había derramado ni una lagrima. No hasta el momento en que se apartó de su lado.
No se había dado cuenta mientras estaban juntos, pero había crecido mucho. Ahora no le tenía miedo a la muerte, sino a la posibilidad de nunca verla de nuevo. Una extraña sensación se adueñó de ella al recordar su determinación por estar a su lado hasta el final. Pero él no podía estar a su lado hasta el final. Ahora lo sabía. Si seguía con ella cuando llegará la hora de enfrentarse a Priscilla, Raki no dudaría en arriesgar su vida por ella. Y el resultado sería que vería obstruida su venganza por proteger al humano. No podía permitir eso. No era justo para ninguno de los dos.
La carne estuvo lista y la retiró del fuego. Comió sin mucho interés. En algunos lugares eso era considerado un manjar, pero ella no sabía cómo elaborarlo. De cualquier forma, no necesitaba disfrutar de la comida, solo necesitaba los nutrientes. No pudo evitar recordar esa noche en la que comieron un reptil del desierto. Tampoco era una delicia, pero la presencia de Raki había vuelto de la experiencia algo muy diferente. Él comía con mucho entusiasmo y no dejaba de hablar. Por oposición, ahora solo la acompañaba el canto de los grillos. Las noches eran mucho más vivas si él estaba cerca.
Y después de Rabona las cosas fueron incluso más comprometedoras. Una noche tan solo sintió el deseo de sentarse junto a Raki mientras dormía. Sin darse cuenta empezó a acariciar su cabello. Y desde entonces había estado haciendo lo mismo cada vez más seguido. No era por el bien de él, dormido como estaba no se percataba de lo que sucedía, sino por el de ella. Lo hacía en esos momentos en los que necesitaba sentir el contacto de alguien. Sus momentos de debilidad, cuando el peso de las numerosas pérdidas caía sobre sus hombros. Un consuelo que no podía pedir, él malinterpretaría las cosas.
Pero ¿Había algo que malinterpretar?
Hacía lo que hacía porque él realmente se había vuelto alguien muy cercano a ella. En cierta forma, contaba con él para que siguiera existiendo a su lado. Una posición desventajosa en la que no ganaba nada y solo lo aguardaba un gran dolor. Porque tarde o temprano, ella iría tras Priscilla y ya sabía que tendría que dejarlo.
Pese a eso, ahí estaba ahora. Buscándolo. No había dudado en desertar de la Organización para buscar a Raki. Incluso si al hacerlo se arriesgaba a que fueran por su cabeza. Y ahí estaba lo peligroso, el chico, sin saberlo, ya estaba complicando su venganza.
Tenía que cortar el asunto de raíz. Dejarlo definitivamente.
Pero para eso, primero tenía que encontrarlo.
