Estaba recostada sobre un campo de flores coloridas que la envolvían en su dulce fragancia. Las aves cantaban en las ramas de los árboles y el sol en lo alto la acariciaba con cálidas pinceladas. Yacía de costado, con el codo derecho clavado en la tierra y la cabeza reclinada en el dorso de la mano. Con la izquierda mecía los pétalos para que el aroma siguiera elevándose hasta alcanzarla.

Se sentía tranquila como no lo había estado en mucho tiempo. Ninguna prisa la forzaba a dejar su reposo. Solo quería permanecer allí un poco más. Ni siquiera sentía el peso de la armadura o la espada y sabía que no las necesitaba. No allí.

"¿Qué lugar es este?" pensó alzando la cabeza para sentir el sol en su frente. "No, eso no importa. Me gusta aquí. Quisiera quedarme un poco más.". Se inclinó para oler las flores de nuevo a la vez que las rosaba con sus dedos. Eran tan suaves y delicadas que podrían haberse deshecho ante el contacto. Acercó un poco más el rostro e inhaló con más profundidad ese perfume. Tan cálido y placentero. Atisbó días más inocentes y lejanos Su curiosidad la hizo abrir los ojos para descubrir la naturaleza de esas flores.

Pero lo que encontró fue un rostro dormido de piel trigueña y cabellos castaños entre los cuales se había enredado su mano. El rubor se manifestó en las mejillas de Clare. Desvió la mirada tratando de encontrarle un sentido a todo eso. Estaba anocheciendo y se encontraban rodeados por manzanos que exhibían radiantes frutos.

Recordó que habían decidido pasar un día tranquilo para que Raki se recuperara de la resaca de la noche anterior. Melissa, con bastante timidez, les pidió si podían traer algunas frutas del manzanar que estaba a un kilómetro de la granja. Parecía una buena idea. Pasaron algunas horas tranquilas recolectando o sentándose en silencio a la sombra de los árboles, sobre colchones de hojas. Admirando ese paisaje, algo que usualmente no hacía, no pudo evitar pensar que a Helen le habría encantado estar allí. El joven había llevado su espada por si acaso, pues sacar la claymore de su escondite sin llamar la atención hubiera sido imposible. Pero todo estaba bien.

Por primera vez en días no tuvo que preocuparse de la píldora supresora. El lugar estaba apartado de la aldea y no había nadie allí a excepción de ellos. Mordió una de las jugosas manzanas y mientras se deshacía entre sus dientes le comentó a Raki el alivió que suponía no tener que pensar en eso. Recordando algo de repente, él buscó algo entre sus ropas y se lo entregó con una sonrisa.

—Quería darte esto antes. Pero con todo lo que paso no tuve tiempo.

Clare examinó el pequeño estuche rojo en forma de concha. Sus uñas palparon una hendidura que rodeaba el objeto y al ejercer un poco de presión este se abrió. En la parte de arriba había un pequeño espejo con un marco de plata que combinaba con los ojos allí reflejados. La parte de abajo se encontraba vacía pero era espaciosa.

—Para tus píldoras. Creí que te serviría para controlar tus ojos y ya que puedes guardarlas ahí no sería tan sospechoso —se sonrojó, rascándose la nuca con vergüenza —. Creo que… Bueno, dicho en voz alta no suena tan bien… Mejor dámelo. Tal vez pueda…

Los dedos de Clare se cerraron sobre el estuche como una trampa, evitando que el joven lo recuperara. Por reflejo, también había apartado la mano para acercar a ella el sencillo obsequio. Su voz fue suave y temblorosa.

—Me gusta. Gracias.

Raki sonrió de nuevo.

—No es nada.

—Estás mejorando en el asunto de infiltrarse —dijo ella algo divertida—. Tal vez la próxima vez tú debas inventar la coartada.

—El vestido de señora no me quedaría tan bien como a ti —dijo para continuar con el chiste.

Clare sonrió y miró el pequeño estuche en su mano.

—Gracias.

Luego de eso Raki bostezó y dijo que se sentía cansado. Se recostó sobre un montón de hojas y se quedó dormido al instante. Clare lo contempló sintiendo que el cansancio se adueñaba de ella también. Después de todo no había dormido durante la noche anterior. "¿Qué daño podría hacer?". Eso fue lo último que pensó antes de recostarse a buena distancia de Raki. Las manos cruzadas sobre el estómago y sujetando el pequeño estuche, los ojos en la verde bóveda por la que el sol trataba de abrirse paso creando una telaraña dorada. Algunos gorriones pasaron volando sobre ellos y una suave brisa traía el aroma primaveral. Fue así que se quedó dormida.

Y mientras dormía, se había abierto paso en sueños hasta colocarse junto a Raki. No solo eso, sino que su mano izquierda se había dedicado a acariciar el rostro del joven durante quién sabía cuánto tiempo. Incluso ahora, mientras reflexionaba en lo sucedido, su índice describía pequeños círculos en la mejilla curtida por el sol.

"No se dará cuenta", se dijo a si misma antes de inclinarse hacia Raki y depositar un tímido beso en su frente. Fue rápido, pero ese momento desató un nuevo estremecimiento en su pecho junto con el deseo de extenderlo lo más posible. Pero se hacía tarde y había que regresar a la posada. Su mano se deslizó hasta el hombro del joven a la vez que ella se incorporaba a medias. Lo sacudió con suavidad.

—Raki. Raki, es hora de irnos.