EL PRÍNCIPE OSCURO
Disclaimer: Esta historia no me pertenece, es una saga para el fandom Inuyasha, espero que les guste y apoyen a la escritora.
Christine Feehan © El príncipe oscuro
Inuyasha Rumiko Takahashi
Adaptación © FandomMLB
.
Advertencia/Aclaración: Puede que la adaptación, tenga violencia, recuerden que es de vampiro van aparecer algunos personajes de mi creación, porque en el anime/manga ay personajes que la mayoría son demonios sin rostro, y lo peor que algunos asustan, así que para que se acoplaran, tuve que crear algunos de mi loca imaginación.
Character x OC.
Los personajes no me pertenecen, ósea los del anime/manga.
CAPITULO 3
Rin se despertó poco a poco, se sentía incapaz de abrir los ojos, el sueño se apoderaba de ella y la arrastraba. De alguna forma sabía que no debía despertar, aunque era esencial que lo hiciera. Abrió los ojos a la fuerza y volvió la cabeza hacia la ventana. El sol entraba a raudales. Se obligó a sentarse y al hacerlo, las sábanas se deslizaron dejando a la vista su cuerpo desnudo.
- Sesshomaru – susurró - te tomas demasiadas libertades - Intentó conectar con él automáticamente, sentía una necesidad imperiosa de hacerlo. Al notar que dormía, se retiró de su mente. El ligero contacto fue suficiente. Él estaba a salvo.
Rin se sentía diferente, feliz incluso. Podía hablar con cualquiera, tocar a cualquiera sin importarle esa sensación de peligro. La libertad de relajarse en presencia de otro ser era una alegría enorme.
Sesshomaru tenía grandes responsabilidades. Ella no sabía quién era él, solo que era alguien importante. Era obvio que se sentía muy a gusto con sus poderes, no como ella, que aún se sentía como una especie de monstruo. Quería ser como él, tener confianza en sí misma y no importarle la opinión de los demás.
No conocía apenas nada de la vida en Rumanía. Las poblaciones rurales eran pobres y supersticiosas. No obstante eran personas amables y con una bonita artesanía. Sesshomaru era diferente. Había oído hablar de la gente de los Cárpatos; no de los gitanos, sino de unas personas bien educadas, con dinero y que vivían por decisión propia en el corazón del bosque, en plena montaña.
¿Sesshomaru era su líder? ¿Era esa la razón de su arrogancia y de su carácter reservado?
La ducha le sentó bien a su cuerpo, librándolo de aquella sensación de somnolencia. Se vistió con sumo cuidado, se puso unos vaqueros, un jersey de cuello de cisne y una sudadera. Aunque hiciera sol, hacía mucho frío en las montañas, y tenía pensado ir a explorar. Por un momento sintió un dolor agudo y una quemazón en el cuello. Se retiró el jersey para examinar la herida.
Era una marca extraña, parecía el mordisco de un adolescente enamorado, pero aún más intenso.
Se ruborizó al recordar la imagen de Sesshomaru en el momento de dejarle la marca. ¿Por encima de todo tenía que ser tan extremadamente provocativo?
Podía aprender mucho de él. Se había dado cuenta de que él era capaz de estar siempre protegido del constante bombardeo de emociones. Para ella, ser capaz simplemente de sentarse en medio de una habitación atestada de gente y no sentir nada más que sus propias emociones, sería un enorme milagro
Rin se calzó sus botas de montaña. ¡Un asesinato en este lugar! Era un sacrilegio. Los habitantes del pueblo debían estar aterrorizados. Al salir de la habitación sintió un extraño movimiento del aire. Como si tuviera que empujar contra una fuerza invisible. ¿Sesshomaru otra vez? ¿Intentaba mantenerla encerrada? No. Si había sido capaz de tal cosa, aquellas barreras invisibles la habrían detenido. Aquello era una especie de protección para mantener a cualquiera lejos de su habitación. Aún destrozado por el dolor y la rabia de aquel asesinato sin sentido y tan horrendo, la había ayudado a dormir.
La imagen de Sesshomaru preocupándose de protegerla y ayudarla la hizo sentirse querida.
Eran las tres de la tarde – demasiado tarde para almorzar y excesivamente temprano para cenar – y Rin tenía hambre. La dueña de la pensión le preparó muy amablemente una cesta con comida para que cenara de camino.
Ni una sola vez mencionó que se hubiera producido un asesinato. De hecho, parecía ignorar por completo esta noticia. Rin no se sentía con ganas de sacar el tema. Era raro; la señora fue tan amable y simpática – incluso habló de Sesshomaru, para ella era un viejo amigo, muy querido – pero Rin no pudo decir ni una sola palabra del asesinato ni de lo que había supuesto para él.
Una vez fuera, se colocó la mochila en la espalda. No pudo percibir el horror del asesinato en ningún sitio. Ni en la pensión ni en la calle parecían excesivamente perturbados. Pero no podía estar equivocada; las imágenes habían sido claras y fuertes, y el dolor agudo y muy real. Había percibido tantos detalles que no podía ser obra de su imaginación.
- ¡Señorita Ross! Su apellido es Ross, ¿verdad? - dijo una voz femenina unos pasos detrás de ella. La Sr Kakudoshi acercaba deprisa, su rostro reflejada ansiedad, nerviosismo. Era una señora próxima a los setenta años, de aspecto frágil, cabello gris y una forma de vestir acorde con su edad - Querida, está muy pálida esta mañana. Todos estábamos muy preocupados por usted. Ese joven, llevándosela de la manera que lo hizo, nos dejó muy asustados.
A Rin le hizo gracia.
- Su presencia intimida un poco ¿no es así? Es un viejo amigo que se preocupa en exceso por mi salud. Créame, Sra. me cuida muy bien. Es un importante hombre de negocios; puede preguntarle a cualquiera del pueblo.
- ¿Está enferma querida? - Preguntó Kakodoshi de forma solícita, acercándose tanto que Rin se sintió amenazada.
- Me estoy recuperando - contestó sin dejar lugar a dudas, deseando que fuese cierto.
- ¡Yo la he visto antes! - exclamó Kakodoshi - Usted es la extraordinaria joven que ayudó a la policía a capturar a aquel demonio que asesinaba en San Diego hace más o menos un mes. ¿Qué puede estar haciendo usted aquí, en este lugar?
Rin se frotó la frente.
- Este tipo de trabajo es muy extenuante, Sra... A veces enfermo. Fue una persecución larga y necesitaba alejarme de todo aquello. Quería visitar algún hermoso lugar remoto, un lugar saturado de historia, donde nadie me reconociera y me señalara con el dedo como a un monstruo. Los Cárpatos son muy hermosos. Puedo caminar, sentarme tranquilamente y dejar que el viento se lleve los recuerdos de aquella mente depravada.
- ¡Oh, querida! - Kakodoshi alargó la mano con preocupación, intentando tocarla.
Rápidamente, Rin se apartó hacia un lado.
- Lo siento mucho; me molesta mucho tocar a cualquier persona después de impregnarme de la mente de un loco. Por favor, entiéndalo.
Kakodoshi asintió con la cabeza.
- Aunque he notado que a su joven amigo no le importó tocarla.
Rin sonrió.
- Es muy mandón, y le encanta especialmente representar escenas melodramáticas, pero es muy bueno conmigo. Hace tiempo que nos conocimos. Sesshomaru viaja muchísimo, ¿sabe? - Sus labios soltaron toda la sarta de mentiras sin ninguna dificultad. Se odió por ello - No quiero que nadie sepa nada de mí, Sra. Odio la publicidad y en este momento necesito estar apartada de todo. Por favor, no le diga a nadie quién soy.
- Por supuesto que no, querida, pero ¿cree que es seguro que ande vagando por ahí, sola? Hay muchos animales salvajes merodeando por esta zona.
- Sesshomaru me acompaña en mis pequeñas excursiones, y obviamente no voy a curiosear por el bosque cuando anochece.
- ¡Oh! - Kakodoshi pareció calmarse - ¿Sesshomaru? Aquí todos hablan de él.
- Ya se lo dije, me cuida en exceso. Y en verdad, le encantan los platos de la dueña de la pensión - le confió con una sonrisa, alzando la cesta con comida -
Mejor me marcho o llegaré tarde.
Kakodashi la dejó pasar.
- Tenga mucho cuidado, querida.
Rin se despidió agitando la mano y se alejó dando un paseo despacio y tranquilo por el camino que se internaba en el bosque y subía hacia la montaña. ¿Por qué se había visto obligada a mentir? Le gustaba estar sola y jamás se había tenido que justificar por lo que hacía. Por algún motivo que no acababa de entender, no quería hablar de la vida de Sesshomaru con nadie, menos aún con Kakodashi. La mujer parecía excesivamente interesada en él.
Se le notaba en la mirada y en la voz, aunque no hizo ningún tipo de comentario al respecto. Podía sentir a Kakodashi estudiándola cuidadosamente, hasta que el camino giró bruscamente y los árboles la ocultaron.
Rin movió la cabeza con tristeza. Se estaba convirtiendo en una especie de presa, al evitar que cualquiera se le acercara, incluso una dulce viejecita preocupada por su seguridad.
- ¡Rin! ¡Espera!
Cerró los ojos, molesta por la intromisión. Se las arregló para componer una sonrisa en cuanto Owen la alcanzó.
- Owen, me alegra que te hayas recuperado, te atragantaste, ¿verdad? Fue una suerte que el camarero conociera la maniobra de Heimlich.
Owen frunció el ceño.
- No me atraganté - dijo a la defensiva, no quería que ella lo acusara de no saber comportarse en la mesa - Todos lo creen, pero no me atraganté con un trozo de carne.
- ¿De verdad? La forma en la que te agarró el camarero... - no acabó la frase.
- Bueno, no te quedaste el tiempo suficiente para darte cuenta - la acusó de mala gana, totalmente ceñudo - Dejaste simplemente que ese... Neandertal te sacara en brazos de allí.
- Owen - dijo amablemente - no me conoces, no sabes nada de mí ni de mi vida privada. Por lo poco que conoces, ese hombre podía ser mi marido. Me encontraba muy mal anoche. Siento mucho no haberme quedado, pero en cuanto vi que te recuperabas, no creí apropiado vomitar en el comedor.
- ¿Cómo es que conoces a ese hombre? - preguntó Owen celoso - Los vecinos del pueblo dicen que es el hombre más poderoso de esta zona. Es rico, es el dueño de todos los negocios petrolíferos. El típico hombre de negocios con mucho poder. ¿Cómo pudiste conocer a un hombre así?
Se estaba acercando a Rin cada vez más, y de repente, cayó en la cuenta de lo solos que se encontraban y de lo retirados del pueblo que estaban. Tenía una mirada de niño consentido que estropeaba su rostro infantil. También pudo percibir otra cosa, una especie de excitación, que lo hacía sentir culpable. Percibió que ella era una parte importante de sus fantasías más perversas. Owen era un niño rico acostumbrado a conseguir cualquier nuevo juguete que se le antojara.
Rin percibió un pequeño movimiento en su mente.
- ¿Rin? Temes por tu seguridad -Sesshomaru estaba profundamente dormido, pero luchaba por despertarse.
Ahora empezó a preocuparse. Sesshomaru era una especie de interrogación en su cabeza. No sabía qué iba a hacer él, solo que la protegería. Por ella misma, por Sesshomaru y por Owen, este último tenía que entender que no quería nada con él.
Puedo manejar esto, le contestó para tranquilizarlo.
- Owen - dijo pacientemente - creo que deberías marcharte; vuelve a la pensión. No soy una mujer fácil de intimidar. Me estás acosando y no tendré ningún problema en exponer una denuncia en la policía local, o como se llamen - Contuvo la respiración al notar que Owen esperaba.
- ¡Muy bien, Rin! ¡Véndete al mejor postor! ¡A ver si consigues un marido rico! Él te usará y luego te dejará tirada; ¡Eso es lo que hacen los hombres como Sesshomaru! - gritó Owen. Escupió algunos insultos más y se marchó dando zancadas.
Rin dejó escapar el aire de sus pulmones muy despacio, dando gracias.
- ¿Ves?- Dijo obligándose a reírse en sus pensamientos- Manejé yo misma la situación, y eso que soy una insignificante mujer. Sorprendente ¿no?
Desde el otro lado de la densa arboleda, imposible de ver desde donde ella estaba, se oyó el grito de terror de Owen y después un débil gemido. Mezclado con su segundo chillido, pudo oírse el rugido de un oso enfurecido. Algo pesado cayó al suelo entre los arbustos, detrás de Rin. Ella oyó la risa de Sesshomaru, muy masculina, se estaba divirtiendo de lo lindo.
- Muy divertido, Sesshomaru. -Owen emanaba miedo pero no se había hecho año- Tienes un sentido del humor bastante dudoso.
- Necesito dormir. Deja de meterte en problemas, mujer.
- Si no te quedaras despierto toda la noche, no pasarías todo el día durmiendo, le regañó. ¿Cuándo trabajas?
- Los ordenadores trabajan solos.
La imagen de Sesshomaru con un ordenador la hizo reír. A él no le pegaban los coches ni los ordenadores.
- Vuelve a dormir grandullón. Muchísimas gracias, puedo manejarme yo sola sin un enorme machote que me proteja.
- Preferiría, en realidad, que volvieras a la pensión hasta que yo me levante.
No hubo ni el más ligero asomo de orden en su voz. Estaba intentando suavizar su forma de ser y sus esfuerzos la hicieron sonreír.
- No lo haré, aprende a vivir con mi forma de ser.
- Las americanas sois realmente difíciles.
Siguió subiendo la montaña, la risa de Sesshomaru todavía resonaba en su cabeza. Dejó que la quietud de la naturaleza inundara su mente. Los pájaros cantaban suavemente; el viento susurraba entre los árboles. El prado estaba cubierto de flores de intensos colores que se mecían con la brisa.
Rin no se detuvo, se sentía en paz en aquella soledad. Se encaramó a una roca escarpada, en la parte alta de una pradera rodeada de espesos grupos de árboles. Comió y se tumbó de espaldas, recreándose en el paisaje.
Sesshomaru se movió, permitiendo a sus sentidos explorar su entorno. Yacía en la tierra poco profunda, sin que nadie lo molestara. Ningún humano se había acercado a su guarida. Quedaba poco menos de una hora para el anochecer.
Emergió de la tierra, saliendo al sótano húmedo y frío. Mientras se duchaba, imitando la manera humana de proceder a la limpieza – aunque realmente no era necesario -, tocó la mente de Rin. Estaba amodorrada en la montaña, desprotegida y empezaba a oscurecer. Frunció el ceño. La mujer no tenía ni idea de cómo tomar medidas de protección. Le urgía darle una buena sacudida, no, más aún, quería levantarla de donde estaba tumbada y mantenerla segura en sus brazos para siempre.
Se puso en marcha bajo el pálido sol, subiendo por los caminos de la montaña con la rapidez de los suyos. El sol acariciaba su piel, calentándola, haciéndole sentir vivo. Las gafas oscuras, realizadas especialmente para él, le protegían los ojos ultrasensibles; no obstante, le molestaban unos pequeños pinchazos. Al acercarse a la roca donde Rin dormía, captó el olor de otro de los suyos, de un hombre.
- Miroku.
Sesshomaru enseñó los dientes. El sol se hundió tras la montaña, alargando las sombras de las colinas y bañando el bosque con tenebrosos secretos. Sesshomaru salió al claro, con los brazos extendidos a ambos lados. Su cuerpo emanaba poder, se movía de forma fluida, como si volara. Era un demonio que acechaba, silencioso y letal.
Miroku estaba de espaldas a él, acercándose a Rin. Al sentir la fuerza en el aire, se giró. Sus facciones estaban desfiguradas por el dolor y la ira.
- Sesshomaru... - le falló la voz, cerró los ojos - Sé que jamás me perdonarás.
Sabías que no era un verdadero compañero para Sango. Aun así, ella no hubiera permitido que yo me marchara. Me amenazó con quitarse la vida si la dejaba, si yo intentaba buscar a otra. Permanecí junto a ella como un cobarde.
- ¿Por qué te encuentro agazapado al lado de mi mujer? - gruño Sesshomaru, mientras la furia lo invadía. Las excusas de Miroku le asqueaban, aunque fueran ciertas. Si Sango había amenazado con morir bajo el sol, él tendría que haberlo sabido. Sesshomaru tenía el suficiente poder para detener el comportamiento auto-destructivo de Sesshomaru. Miroku sabía muy bien que él era su príncipe, su líder, y aunque nunca había compartido su sangre con el compañero de su hermana, podía leer en su mente el placer perverso que le proporcionaba esta relación, su dominio sobre ella y la obsesión que Miroku sentía.
A sus espaldas, Rin se movió, se sentó y se echó el pelo hacia atrás, ese pequeño gesto tan suyo. Se veía soñolienta, provocativa, era una sirena esperando a su amante. Miroku giró la cabeza para mirarla y una expresión taimada y astuta cruzó por su rostro. Ella sintió la inmediata orden de Sesshomaru para que guardara silencio, y percibió el dolor no reprimido de Miroku, sus celos y el odio que sentía hacia Sesshomaru, la tensión palpable entre los dos hombres.
- Kohaku y Ares me dijeron que ella estaba bajo tu protección. No podía dormir y sabía que estaba sola sin ningún hechizo que la protegiera. Tenía que hacer algo o habría elegido unirme a Sango - Era un ruego, buscaba comprensión, no el perdón.
No obstante, Rin no creyó nada de lo que Miroku dijo. No supo por qué ya que su dolor era real. Quizás estaba desesperado por conseguir el respeto de Sesshomaru y sabía en el fondo que no iba a lograrlo
-Entonces, estoy en deuda contigo - dijo Sesshomaru solemnemente, le costaba un enorme esfuerzo ocultar el asco que sentía por un hombre que dejaba a su mujer desprotegida, habiendo dado a luz hacía tan poco tiempo, para atormentarla con el olor que otra mujer dejaría sobre él.
Rin bajó de la roca, era una menuda mujer de mirada compasiva en sus grandes ojos marrón.
-Siento muchísimo la muerte de su esposa - dijo en un susurro, cuidando de mantener la distancia. Era el marido de la mujer asesinada. Su dolor y culpabilidad llegaban hasta el cuerpo de Rin con dolorosa intensidad, pero ella estaba preocupada por Sesshomaru. Algo iba mal con Miroku. Su mente estaba desequilibrada, no era malvado, pero había algo extraño en él.
- Gracias - dijo Miroku escuetamente - Necesito a mi hijo, Sesshomaru.
- Necesitas que la tierra te cure - le contestó Sesshomaru como respuesta, era una decisión irrevocable y estaba firmemente decidido a que se cumpliera su voluntad. No entregaría un precioso bebé indefenso a este hombre en su actual estado mental.
El estómago de Rin se contrajo de dolor, igual que su corazón, al oír la crueldad de las palabras de Sesshomaru. Apenas comprendía lo que encerraba la orden de Sesshomaru. Este hombre, rebosante de dolor por el asesinato de su esposa, iba a ser privado de la presencia de su hijo, y aceptaba la palabra de
Sesshomaru como una ley absoluta. Sintió su profundo dolor como si fuera propio, y no estaba de acuerdo con la decisión de Sesshomaru.
- Por favor, Sesshomaru. Yo amaba a Sango - De forma instintiva Rin supo que no estaba rogando para quedarse con el bebé.
La furia oscureció el rostro de Sesshomaru, dejó un atisbo de crueldad en su boca y enrojeció sus ojos dorados.
- No me hables de amor, Miroku. Entiérrate; cúrate. Encontraré al asesino y vengaré la muerte de mi hermana. Jamás volveré a dejarme arrastrar por el sentimentalismo. Si no hubiera escuchado sus súplicas, ahora estaría viva.
- Soy incapaz de dormir. Tengo el derecho de cazar a los asesinos - La voz de Miroku sonaba resentida, desafiante, buscando el respeto y la igualdad como lo hace un niño, aun sabiendo que no podía conseguirlos.
La impaciencia y la amenaza brillaron en los pensativos ojos de Sesshomaru.
- Entonces te obligaré a que lo hagas, te daré la orden para que descanses, puesto que tu mente y tu cuerpo lo necesitan - Dijo con el tono más neutral que Rin le había escuchado. Si no hubiera sido por la furia que ardía en sus ojos dorados, habría creído que se comportaba de forma amable y que cuidaba realmente de la salud del hombre.
- No podemos permitirnos que desaparezcas, Miroku - Su voz se suavizó, usó un tono aterciopelado que seducía y ordenaba implacablemente.
- Vas a dormir, Miroku. Irás con Inuyasha y dejarás que te prepare y te cuide. Permanecerás dormido hasta que no representes un peligro ni para ti, ni para los demás.
Rin estaba asombrada y alarmada por el absoluto poder de su voz, él ostentaba ese poder como si fuera su deber. La voz de Sesshomaru por sí sola podía inducir a un profundo trance hipnótico. Nadie discutía sus decisiones, ni siquiera en un asunto tan grave como era decidir quién cuida a un bebé. Se mordió el labio inferior, estaba muy confundida. Sesshomaru tenía razón en lo del bebé. Ella percibía algo malo en Rand, pero que un hombre maduro obedeciera su orden – tuviera que obedecer su orden – la aterrorizó. Nadie debería poseer esa voz, ese don. Algo tan poderoso podía emplearse de la forma equivocada, podía corromper a aquel que lo poseía.
Se quedaron de pie, uno en frente del otro, mirándose, mientras Miroku se alejaba entre la creciente oscuridad. Rin sentía el enfado de Sesshomaru, estaba disgustado con ella. Desafiante, alzó la barbilla. Él se acercó, deslizándose increíblemente rápido, sus dedos se cerraron alrededor de su garganta, como si quisiera estrangularla.
- No volverás nunca a cometer una tontería como esta.
Ella parpadeó, mientras mantenía su mirada.
- No intentes intimidarme, Sesshomaru; no funcionará. Nadie me dice lo que tengo que hacer, ni dónde puedo ir.
Bajó las manos hasta sus muñecas, apresándolas, amenazando con romper sus frágiles huesos.
- No toleraré ninguna tontería que pueda poner en riesgo tu vida. Ya hemos perdido a una de nuestras mujeres. No voy a perderte.
Había dicho que era su hermana. La compasión luchó con su instinto de protección. La base de esta discusión era el miedo que él sentía a que ella desapareciera.
- Sesshomaru, no puedes guardarme dentro de una caja y ponerme en un rincón seguro - Habló tan tiernamente como pudo.
- No voy a discutir sobre tu seguridad. Hace un rato estabas sola con un hombre que estaba planeando tomarte a la fuerza. Cualquier animal salvaje podía haberte atacado, y si no hubieras estado bajo mi protección, Miroku podría haberte hecho daño en su actual estado.
- Nada de eso ha ocurrido, Sesshomaru - Tocó dulcemente su mentón en una tierna caricia - Tienes suficientes preocupaciones, suficientes responsabilidades como para que me añadas a la lista. Puedo ayudarte. Sabes que soy capaz de hacerlo.
Tiró de su muñeca para que cayera sobre él.
- Vas a volverme loco, Rin - La estrechó contra su cuerpo. Su voz bajó de tono, hasta convertirse en una caricia hipnótica, en pura magia negra - Eres la única persona a la que ansío proteger, y aun así no me obedeces. Insistes en mantener tu independencia. Todos los demás se apoyan en mi fuerza, pero tú buscas ayudarme, compartir mis obligaciones - Bajó la boca hacia la suya.
De nuevo Rin sintió que la tierra retumbaba bajo sus pies, sintió el estallido eléctrico en el aire, a su alrededor. Era algo curioso. La temperatura de su piel subió hasta hacerla arder. En su cabeza giraban miles de puntitos de colores. La boca de Sesshomaru reclamaba la suya, posesiva, agresiva, dominante, borrando cualquier intento de resistencia. Ella separó los labios, permitiendo su ardiente y dulce asalto.
Rin posó sus manos sobre los anchos hombros, y después le rodeó el cuello. Sentía como su cuerpo se derretía. Sesshomaru quería tumbarla sobre la suave hierba, arrancarle esas ofensivas prendas del cuerpo y hacerla irremediablemente suya. Sabía a pura inocencia. Nadie, nunca, le había pedido compartir sus pesadas obligaciones. Nadie, hasta que llegó esta muchachita mortal, había pensado en el precio que él pagaba. Una humana. Tenía el coraje necesario para plantarse ante él, y él no podía más que respetarla por ello.
Sesshomaru tenía los ojos cerrados, deleitándose en la sensación del cuerpo de Rin pegado al suyo, en el hecho de quererla con aquella intensidad. Estaba consumido por un deseo ardiente. De mala gana alzó la cabeza, le dolía todo el cuerpo, de forma atroz.
- Vámonos a casa, Rin - Su voz era pura seducción.
La boca de Rin se curvó en una sonrisa.
- No creo que tu casa sea un lugar seguro. Eres de la clase de hombre contra la que me previno mi madre.
Sesshomaru la abrazó de forma posesiva, atrapándola contra su cuerpo. No tenía ni la más ligera intención de apartarse de ella, de dejar que se marchara. Le indicó con su cuerpo el camino a seguir, por donde él quería. Caminaron juntos en un agradable silencio.
- Owen no tenía intención de hacerme daño - negó de repente - Lo habría percibido.
- Tú no tenías intención de tocarlo, pequeña, y eso lo salvó.
- Realmente creo que es capaz de cometer actos violentos. Siempre es duro evitar la violencia - Le dirigió una traviesa sonrisa - Va pegada a ti como una segunda piel.
Le tiró de la gruesa trenza en venganza por la broma.
- Quiero que vengas a vivir a mi casa. Por lo menos hasta que encontremos a los asesinos y nos hagamos cargo de ellos.
Rin caminó en silencio. Sesshomaru había dicho hagamos, como si fueran un equipo. Eso le gustó.
- ¿Sabes, Sesshomaru? Es de lo más extraño. Nadie en el pueblo, ni en la pensión, parecía saber nada del asesinato hoy.
Sus dedos rozaron levemente sus delicados pómulos.
- Y tú no dijiste nada.
Le dirigió una mirada calmada, por debajo de sus largas pestañas.
- Por supuesto. No me divierto cotilleando.
- Sango murió cruelmente, su muerte no tiene ningún sentido. Ella era la compañera de Miroku...
- Ya dijiste eso antes, ¿qué significa "compañera"?
- Ese término es igual al de marido o esposa – explicó - Sango había dado a luz a un niño hace sólo dos meses. Yo era el responsable de ellos. Sango no será tema de cotilleo. Nosotros mismos encontraremos a sus asesinos.
- ¿No crees que si hubiera un asesino en serie suelto en pueblo tan pequeño, la gente tendría derecho a saberlo?
Sesshomaru escogió las palabras con sumo cuidado.
- Los rumanos no están en peligro. Y esto no es obra de una sola persona. Los asesinos desean acabar con nuestra gente. La verdadera raza de los Cárpatos está casi extinguida. Tenemos enemigos implacables que estarían felices de vernos muertos a todos.
- ¿Por qué?
Sesshomaru se encogió de hombros.
- Somos diferentes; tenemos ciertos dones, ciertos talentos. La gente teme aquello que es diferente. Deberías saberlo.
- Quizás por mis venas corra una versión diluida de vuestra sangre – dijo Rin con una pizca de tristeza. Era agradable pensar que tenía antepasados con su mismo don.
El corazón de Sesshomaru voló hacia el de Rin. Su vida debía haber sido terriblemente solitaria. Sesshomaru quería arroparla entre sus brazos, protegerla de las cosas desagradables de la vida. La suya era una soledad auto-impuesta;
Rin no había tenido elección.
- Nuestros negocios con el petróleo y los minerales, en un país donde la mayoría apenas tiene nada, provocan odio y celos. Yo soy la ley para mi gente. Me enfrento con aquello que amenaza nuestra posición y nuestras vidas. Fue mi desacertada decisión la que colocó a Sango en peligro; debo atrapar a sus asesinos y hacer justicia.
- ¿Por qué no has llamado a las autoridades locales? - Se esforzaba por entender, pero tenía que ir despacio.
- Yo soy la autoridad para mi gente. Soy la ley.
- ¿Tú solo?
- Tengo otros que ejecutan mis órdenes, que persiguen y cazan; son muchos, de hecho. Pero todas las decisiones son responsabilidad mía.
- Eres juez, jurado y ¿también verdugo? - apuntó ella, conteniendo la respiración mientras esperaba la respuesta. Sus percepciones no podían mentir. Ella habría sentido la mancha del mal en él, sin importar lo buena que fuera la protección que él hubiera intentando interponer. Nadie era tan poderoso como para que sus sentidos no detectaran una pequeña brecha. No se percató de que había dejado de andar hasta que Sesshomaru le acarició los brazos arriba y abajo, calentándola porque empezaba a tiritar.
- Ahora me temes - Dijo con cansancio, pero muy suavemente, como si se sintiera herido. Y en realidad la idea le hacía daño. Había intentado que ella le temiera; había provocado su miedo deliberadamente, y ahora que conseguía su objetivo, entendía que no era lo que pretendía de ella.
Rin sintió la voz suave de Sesshomaru en el fondo del alma.
- No te tengo miedo, Sesshomaru - negó dulcemente, ladeando la cabeza para estudiar sus facciones a la luz de la luna - Tengo miedo por ti. Tanto poder acaba por corromper a quien lo posee. Tanta responsabilidad lleva a la destrucción. Tomas decisiones de vida o muerte que sólo están en manos de Dios.
Las manos de Sesshomaru acariciaron su sedosa piel, hasta posarse en sus labios.
Sus ojos eran enormes en su pequeño rostro, sus sentimientos estaban desnudos ante los hipnóticos ojos de Sesshomaru. Había preocupación, compasión, un amor que empezaba a nacer y una dulce, muy dulce inocencia que agitaba sus entrañas. Ella se preocupaba por él. Estaba preocupada.
Sesshomaru emitió un gemido. Rin no tenía ni idea de lo que estaba ofreciendo a alguien como él. No se sentía con fuerzas suficientes para resistirse, y se odiaba a él mismo por su egoísmo.
- Sesshomaru - Rin le acarició el brazo enviando oleadas de calor por su piel, haciendo hervir su sangre. No se había alimentado y la mezcla de amor, deseo y hambre era explosiva, embriagadora y muy, muy peligrosa. ¿Cómo no iba a amarla cuando conocía sus pensamientos y su mente? Era la luz que iluminaba su oscuridad, su otra mitad. Aunque debía estar prohibido y probablemente fuese un error de la naturaleza, no podía evitar amarla.
- Deja que te ayude. Comparte esto conmigo. No te alejes de mí - El simple roce de su mano, la preocupación de sus ojos, la pureza y la sinceridad de su voz le llenaron de una dulzura desconocida hasta entonces para él.
La atrajo hacia él, demasiado consciente de las urgentes demandas de su cuerpo. Con un ronco gruñido animal la levantó, le susurró una orden muy suave y se movió con toda la rapidez de la que era capaz.
(…)
Rin parpadeó y se encontró en la cálida biblioteca de Sesshomaru, el fuego arrojaba sombras sobre la pared, y ella no estaba muy segura de cómo había llegado hasta allí. No recordaba haber ido caminando, pero aun así, estaban en el interior de la casa. Sesshomaru tenía la camisa desabrochada, dejando a la vista los fuertes músculos de su pecho. Sus ojos negros estaban fijos en su rostro, observándola con la quietud y la atenta vigilancia de un depredador. No intentaba ocultar que la deseaba.
- Te daré una última oportunidad, pequeña - Las palabras le salieron bruscas y roncas, como si le rasgaran dolorosamente la garganta - Encontraré la fuerza necesaria para dejarte marchar si quieres hacerlo. Ahora. En este momento.
Estaba al otro lado de la habitación. El aire pareció detenerse. Si viviera hasta llegar a los cien años, jamás borraría este momento de su memoria.
Sesshomaru estaba de pie, esperando su decisión de unirse a él o condenarlo a la soledad eterna. Tenía la cabeza orgullosamente levantada; su cuerpo, vibrante de masculina agresividad, estaba tenso; sus ojos ardían de deseo.
Su imagen borraba todo pensamiento cabal de la mente de Rin. Si lo condenaba, ¿no se condenaría ella misma a sufrir el mismo destino? Alguien necesitaba amar a este hombre, cuidarlo aunque fuera un poquito. ¿Cómo podía seguir tan solo? Él estaba esperando. Sin órdenes, sin seducciones, solo con sus ojos, su necesidad, su absoluta soledad. Los otros confiaban en su fuerza, le exigían que utilizara sus habilidades, no obstante, no le mostraban ningún afecto ni le agradecían su incesante vigilancia. Ella podía saciar su hambre como los otros no podían. Lo supo instintivamente. No habría otra mujer para él. La quería a ella. La necesitaba a ella. Era incapaz de alejarse de él.
- Quítate la sudadera - Dijo suavemente. Ya no había vuelta atrás. Sesshomaru había leído la decisión en sus ojos, en el suave temblor de sus labios.
Rin dio un paso atrás, sus ojos marrones se agrandaron. Muy despacio, casi de mala gana, se quitó la prenda, de alguna forma, en su interior, sabía que le estaba dando mucho más que su inocencia. Sabía que le estaba dando su vida.
- El jersey.
Rin se pasó la lengua por los labios, humedeciéndolos. Una salvaje sacudida, casi primitiva traspasó el cuerpo de Sesshomaru en respuesta. Mientras ella se quitaba el jersey de cuello de cisne, sus manos bajaron a los botones del pantalón. Se sentía aprisionado, la tela se tensaba haciéndole daño. Tuvo cuidado de utilizar la forma humana de desvestirse para no asustarla más.
El cuerpo desnudo de Rin brillaba a la luz del fuego. Las sombras rozaban los contornos de su figura. Su talle era estrecho y su cintura pequeña, acentuando la generosidad de sus pechos. El hombre que había en él inspiró bruscamente, el animal rugió exigiendo ser liberado.
Sesshomaru dejó caer su camisa sobre el suelo, incapaz de soportar por más tiempo el roce de la tela sobre su piel. De lo profundo de su garganta surgió un sonido animal, una salvaje llamada. En el exterior de la casa el viento empezó a soplar y unas nubes oscuras ocultaron la luna. Apartó todos los adornos humanos que quedaban sobre su cuerpo, dejándolo a la vista, sus músculos estaban bien formados y estaban tensos por la necesidad.
Rin tragó saliva con dificultad mientras se bajaba los tirantes de encaje del sujetador, dejando que cayera al suelo. Sus pechos quedaron a la vista, incitantes, los rosados pezones endurecidos por el deseo.
Cruzó la distancia que los separaba de un solo salto, sin importarle las explicaciones que tendría que dar más tarde. El instinto de un milenio de edad tomó el control de su cuerpo. Rasgó los ofensivos vaqueros y se los arrancó de un solo tirón, arrojándolos a un lado. Rin gritó, el miedo ante su fuerza añadió una tonalidad gris a sus ojos azules. Sesshomaru la calmó con una caricia, pasando sus manos por su cuerpo, guardando cada línea del mismo en su memoria.
- No temas mi deseo, pequeña - susurró dulcemente - Jamás te haría daño. Sería incapaz.
Rin tenía una estructura pequeña y delicada, y su piel era seda ardiente.
Las manos de Sesshomaru la tocaban por todos lados, le dejó suelto el pelo y se lo cepilló con los dedos, su tacto enviaba dardos ardientes a su ingle. Su cuerpo se tensó, dolorido. Dios, la necesitaba tanto. Tanto.
Sesshomaru atrapó la nuca de Rin de forma que ella no pudiera escapar; con el pulgar, le echó la cabeza hacia atrás, hasta dejar expuesta su garganta y los pechos a su alcance. Movió la mano muy lentamente, siguiendo la curva de su hombro hasta dejarla, por un momento, sobre la marca que le dejó en el cuello que con el contacto, se tornó ardiente y palpitante. De allí tomó un camino descendente, para acariciar la suavidad de su pecho. Siguió con los dedos cada marca de sus costillas, alimentando su deseo, y acallando el miedo de Rin.
Se recreó en su vientre, y en la curva de sus caderas hasta reposar la mano sobre el triángulo de suaves rizos sobre sus piernas.
Rin ya había sentido sus caricias con anterioridad, pero esto era mil veces más fuerte. Sus manos despertaban en ella una desesperada necesidad y tenía la sensación de estar hundiéndose en un mundo de puro placer. Sesshomaru gruñó algo por lo bajo, en su propia lengua y la tomó en sus brazos para dejarla en el suelo frente al fuego. Su cuerpo se movía con agresividad, atrapando a Rin bajo él, en el suelo. Por un momento a ella le recordó un animal salvaje que intentaba someter a su compañera. Sesshomaru ni siquiera se había dado cuenta, hasta ese momento, de lo cerca que había estado de transformarse en un vampiro. Las emociones, la pasión y la lujuria formaban en su interior un torbellino que le hacía temer por Rin y por él mismo.
La luz del fuego arrojó una sombra diabólica sobre él. Parecía un enorme e invencible animal agazapado junto a ella de forma peligrosa.
- Sesshomaru - Pronunció su nombre tiernamente, en un intento de que suavizara la expresión salvaje de su rostro. Necesitaba que fuera más despacio.
Le agarró las muñecas con las dos manos, uniéndolas por encima de la cabeza de Rin y manteniéndola así inmovilizada.
- Necesito que confíes en mí, pequeña - En su voz se mezclaban la orden imperante y esa magia negra que sólo él conjuraba - Dame tu confianza. Por favor, dámela.
Ella estaba aterrada, era tan vulnerable, allí, atrapada en el suelo como en un sacrificio pagano, en una especie de ofrenda a un dios desaparecido hace siglos. Los ojos de Sesshomaru devoraban su cuerpo haciéndola arder allí donde posaba su brillante mirada. Rin yacía inmóvil bajo su despiadada fuerza, sintiendo que había tomado una decisión implacable, consciente de la terrible lucha interior que se desarrollaba en su mente. Su mirada dorada vagó sin rumbo por las líneas de su rostro; su boca, tan sensual, también era capaz de demostrar crueldad; sus ojos, que brillaban con ardiente fiereza. Rin se movió para comprobar la fuerza del cuerpo masculino, sabiendo que sería imposible detenerlo. Temía su unión porque no se sentía segura, no sabía qué esperar, pero confiaba en él, creía en él.
La sensación de su suave cuerpo desnudo retorciéndose bajo él lo inflamó aún más. Sesshomaru pronunció su nombre en un gemido mientras su mano se deslizaba por el muslo de Rin, hasta encontrar el cálido lugar entre sus piernas.
- Confía en mí, Rin. Necesito tu confianza - Sus dedos recorrieron la suavidad de Rin, reclamándola, provocando un flujo de cálida humedad.
Inclinó la cabeza sobre ella para probar su sabor, su textura, su aroma.
Rin gritó cuando sintió la boca de Sesshomaru sobre un pezón, cuando sus dedos se introdujeron aún más en ella. Oleadas de placer recorrían su cuerpo.
Él se movió más despacio, recorriendo con la lengua el camino abierto por sus dedos. Con cada caricia, su cuerpo se tensaba aún más, su corazón se abría a
Rin y el animal que él mantenía enjaulado se hacía más y más fuerte. Una compañera. Su compañera. Suya. Inhaló su aroma hasta guardarlo en lo más profundo de su alma; su lengua la recorría lentamente, en una prolongada caricia.
Rin volvió a moverse bajo él, aún insegura, pero se calmó cuando vio que él levantaba la cabeza y que en sus ojos ardía el firme propósito de ser su dueño. De forma deliberada, le separó las rodillas, dejándola totalmente vulnerable. Le sostuvo la mirada, advirtiéndola, inclinó la cabeza entre sus piernas y bebió.
Sesshomaru sabía, en el fondo de su mente, que Rin era demasiado inocente para hacer el amor de forma tan salvaje, pero estaba decidido a que ella conociera lo que era el placer, el placer que él podía proporcionarle, muy distinto del placer que obtuvo con su sugestión hipnótica. Había esperado demasiado que apareciera su compañera, habían sido interminables siglos de hambre, oscuridad e infinita soledad. No podía ser tierno y considerado cuando su cuerpo entero le exigía que la hiciera totalmente suya para siempre.
Sabía que su confianza en él significaba todo. Su fe en él sería lo único que la protegería.
El cuerpo de Rin se convulsionó en una serie de espasmos mientras gritaba. Sesshomaru pasó la lengua muy despacio sobre ella, saboreando su piel, su suavidad y lo exquisito de su cuerpo. Cada detalle, hasta el más mínimo, quedó grabado en su mente, formando parte del salvaje placer al que estaba abandonándose.
Le soltó los brazos y se inclinó para besarla sobre los ojos, en la boca.
- Eres tan hermosa, Rin. Sé mía. Sólo mía - Apretaba su cuerpo contra el de ella, los músculos totalmente tensos, increíblemente fuerte, temblando de necesidad.
- No podría haber nadie más, Sesshomaru - contestó dulcemente mientras pasaba los dedos por la piel ardiente de su espalda. Acarició su rostro, contraído por la desesperación, se deleitó en el tacto de su pelo - Confío en ti, sólo en ti.
Sesshomaru la agarró por las caderas.
- Seré tan delicado como pueda, pequeña. No cierres los ojos, quédate conmigo.
Estaba preparada para él, húmeda, caliente, pero al entrar en ella sintió la barrera. Ella jadeó tensando el cuerpo.
- Sesshomaru - Había pánico en su voz.
- Será sólo un instante, pequeña, y después te llevaré al cielo - Esperó su aprobación con mortal agonía.
Lo miró con ojos trémulos, confiando plenamente en él. Nadie de los suyos ni ningún humano lo había mirado de esta forma a lo largo de los siglos.
Sesshomaru se movió hacia delante penetrando en su estrecha funda, enterrándose allí. Rin emitió un pequeño quejido, y él la besó para borrar el dolor con su lengua. Se obligó a permanecer quieto, a sentir como sus corazones latían al unísono, y a escuchar el murmullo de la sangre por sus venas. Rin acomodó su cuerpo al suyo.
La besó dulcemente, con ternura, abriendo su mente para compartirlo todo con ella. Su amor era salvaje, obsesivo, protector y ciertamente no lo daba fácilmente, pero su entrega a Rin era total y absoluta. Se movió despacio y con mucho cuidado en un principio, esperando la reacción en sus expresivos ojos.
Las demandas del cuerpo de Sesshomaru empezaron a imponerse sobre ellos mismos. Su piel ardía en llamaradas y sus entrañas rugían. Pequeñas gotas de sudor perlaron sus músculos, tensos. Empezó a moverse sobre ella muy lentamente, reclamándola como suya, enterrando su cuerpo en el de ella una y otra vez, con un hambre insaciable.
Rin le empujó ligeramente en el pecho con las manos, en una especie de protesta. Sesshomaru gruñó una advertencia mientras bajaba la cabeza hacia el pecho izquierdo. Ella era pura seda, estrecha y ardiente.
Su ritmo se hizo más rápido, buscando el único alivio que conocía para saciar su desesperación. Era un solo ser; ella era su otra mitad. Rin se movió de nuevo, alejándose ligeramente de él, y su boca dibujó un grito silencioso que evidenciaba su temor a las oleadas de increíble placer que la consumían. Sesshomaru gruñó otra vez, era la protesta del animal que habitaba en él. Hundió los dientes en la curva de su hombro, aplastándola contra el suelo.
La leña que ardía en la chimenea estalló. Retumbó el trueno y la casa tembló mientras los relámpagos caían uno tras otro en el bosque. Sesshomaru rugió, gritó al cielo mientras se elevaban por encima de la tierra. El placer continuó mezclado con el dolor. Necesitaba más y más. Al introducirse con fiereza en ella desencadenó un deseo tal que la bestia despertó por completo en su interior.
La boca de Sesshomaru se deslizó desde el hombro hasta encontrar el loco latido del corazón de Rin bajo sus apetitosos pechos. Su lengua acarició un pezón endurecido y trazó sendas de placer a su alrededor. Clavó profundamente los dientes y bebió, se alimentó de ella, la hizo suya de nuevo en un frenesí sexual que era totalmente incapaz de saciar.
Su sabor era dulce, limpio y muy adictivo. Anhelaba todavía más y más, su cuerpo empujaba una y otra vez, cada vez más profundo, poderoso y fuerte, llevándola de nuevo a sentir aquella explosión de placer.
Rin luchó consigo misma porque era incapaz de reconocer a Sesshomaru en aquel animal sensual y voraz. Su cuerpo respondía a sus demandas, incapaz de sentirse saciado. Sesshomaru torturaba la piel de su pecho, la hacía arder y le enviaba espirales de placer que parecían no tener fin. Sentía como se iba debilitando mientras una euforia totalmente desconocida la dejaba lánguida bajo él. Tomó la cabeza de Sesshomaru entre sus manos y la acunó, entregándose por completo para que saciara su hambre mientras su cuerpo se convulsionaba una y otra vez.
Fue su entrega lo que le devolvió la cordura. Esta mujer no estaba hipnotizada; se ofrecía libremente porque era capaz de sentir la necesidad que habitaba en él, porque confiaba en que él no sería capaz de hacerle daño, porque sabía que él se detendría antes de matarla.
Cerró la herida del pecho lamiéndola con la lengua. Elevó la cabeza, en sus ojos oscuros aún se podía ver el ansia, en su boca llevaba el sabor de su sangre. Soltó una maldición en voz baja, odiándose a sí mismo por lo que había hecho. Ella estaba bajo su protección. Jamás había experimentado por nadie el asco que sintió en ese momento hacia él. Rin se había entregado voluntariamente, y él la había tomado de modo egoísta, había dejado que imperara la bestia de su interior para sentir el éxtasis de unirse a su compañera.
Cogió su cuerpo inerte entre sus brazos.
- No morirás, Rin - Estaba furioso consigo mismo. ¿Lo había hecho a propósito? ¿Lo había buscado en algún lugar remoto de su mente? Buscaría la respuesta más tarde. En este momento ella necesitaba sangre urgentemente.
- Quédate conmigo, pequeña. Me quedé en este mundo por ti. Tienes que ser fuerte por los dos. ¿Me oyes Rin? No me dejes. Puedo hacerte feliz. Sé que puedo.
Se abrió una herida en el pecho y apretó la boca de Rin contra el torrente carmesí que salió de la brecha.
- Vas a beber; obedéceme.
Sabía que era mejor darle su sangre en un vaso, pero quería sentir su boca sobre su piel, necesitaba abrazarla mientras ella tomaba su sangre, mientras le devolvía la vida a su famélico cuerpo.
Obedeció a la fuerza, casi rechazando su sangre. Intentó apartar la cabeza.
Pero él la agarró, impidiendo que se alejara.
- Vivirás, pequeña. Bebe más.
Rin tenía una voluntad de acero. Ni siquiera su gente necesitaba una orden tan fuerte para conseguir que le obedecieran. Por supuesto, ellos confiaban en él, y querían obedecer. Aunque Rin no era siquiera consciente de que él la estaba obligando, algún remoto sentido de supervivencia luchaba contra su orden. No importaba. Impondría su voluntad. Siempre la imponía.
Sesshomaru la llevó en brazos hasta sus aposentos. Estrujó las hierbas curativas y un aroma dulzón impregnó la habitación. Las extendió alrededor de la cama y sobre su pequeño e inmóvil cuerpo. La sumió en un profundo sueño. La obligaría a beber dentro de una hora. Por un momento, se quedó de pie, observándola, mientras un profundo grito le subía por la garganta. Era tan hermosa, un extraño y valioso tesoro que él había tratado de forma tan cruel en lugar de cuidarla y mimarla, apartándola de su otro yo salvaje. Los hombres de los Cárpatos no eran humanos. Su forma de hacer el amor era extremadamente salvaje. Rin era joven, era humana y virgen. Y él no había sido capaz de enterrar sus recién adquiridas emociones en el torbellino de pasión.
La tocó con temblorosos dedos, dejando una ligera caricia sobre su rostro mientras se inclinaba para besar su boca. Con un juramento, se dio la vuelta, y salió de la habitación. Los hechizos de protección eran los más fuertes que conocía, ella no podría salir y nadie podría entrar.
En el exterior rugía la tormenta, con la misma furia e intensidad que había en su alma. Dio tres pasos y saltó hacia el cielo, cruzándolo como un rayo hacia el pueblo. El viento gemía y formaba remolinos a su alrededor. La casa que buscaba no era más que una pequeña cabaña. Se quedó de pie en la puerta, su rostro reflejaba el tormento que sufría.
Inu no Taishō abrió en silencio la puerta, apartándose hacia un lado para dejarle pasar.
- Sesshomaru.
Su voz era amable. Inu no Taishō era un hombre de 3000 años de edad. La mayoría de ellos los había pasado al servicio del Señor. Consideraba un enorme privilegio ser uno de los escasos amigos de Sesshomaru Taishō.
Sesshomaru invadió la habitación con su sola presencia, con el poder que emanaba de su cuerpo. Estaba nervioso, profundamente molesto. Caminaba de un lado a otro sin descanso mientras la tormenta aumentaba en el exterior.
Inu no se sentó en su sillón, encendió la pipa y esperó. Para él, Sesshomaru era un hombre tranquilo, que no demostraba ningún tipo de emoción. Este era, sin embargo, un hombre peligroso, un hombre que Inu no jamás había vislumbrado en Sesshomaru.
Sesshomaru golpeó con el puño la chimenea y resquebrajó algunas piedras.
- Esta noche estuve a punto de matar a una mujer - Confesó de forma súbita y dolorida - Me dijiste que Dios nos creó con un propósito, que fuimos creados por Él. Soy más animal que hombre, Inu no, no puedo continuar engañándome.
Buscaría el descanso eterno, pero incluso eso se me niega. Los asesinos acechan a mi gente. No tengo derecho a abandonarles hasta que sepa que están protegidos. Ahora, mi mujer está en peligro, no solo por mi parte, sino también por parte de mis enemigos.
Inu no dio una calada a su pipa tranquilamente.
- Has dicho 'mi mujer'. ¿Amas a esta mujer?
Sesshomaru agitó la mano obviando el tema.
- Ella es mía - Era una afirmación, un decreto. ¿Cómo podía él usar la palabra amor? Era tan insípida para los sentimientos que él albergaba por
Rin. Ella era la encarnación de la pureza, la bondad, la compasión. Todo lo que él no era.
Inu no asintió con la cabeza.
- Estás enamorado de ella.
Sesshomaru frunció el entrecejo de forma amenazadora.
- Yo necesito. Yo ansío. Yo quiero. Esa es mi vida - Lo dijo atormentado, intentando que fuera verdad.
- Entonces, ¿Por qué sientes ese dolor, Sesshomaru? Tú la querías, quizás la necesitaras y me imagino que la tomaste. Tú estabas hambriento, supongo que te alimentaste de su sangre. ¿Por qué deberías sentir dolor?
- Sabes que no es correcto que tomemos la sangre de las mujeres por las que sentimos otros apetitos.
- Has dicho muchas veces que no has sentido apetitos sexuales desde hace siglos. Que eres incapaz de sentir - le recordó con voz calmada.
- Ella me hace sentir - confesó Sesshomaru, con un vivo dolor en los ojos – La quiero a mi lado cada momento del día. La necesito. Dios, debo tenerla. No sólo su cuerpo, también su sangre. Soy adicto a su sabor. Lo ansío todo de ella, pero está prohibido.
- Pero ¿lo hiciste de todas formas?
- Estuve a punto de matarla.
- Pero no lo hiciste. Todavía vive. Ella no puede ser la primera de la que te alimentas hasta este extremo. ¿Te causaron las otras este dolor?
Sesshomaru se dio la vuelta.
- No lo entiendes. Fue la manera en la que sucedió, lo que hice con posterioridad. Me lo temía desde la primera vez que escuché su voz.
- Si nunca había sucedido antes, ¿Por qué lo temías?
Sesshomaru dejó caer la cabeza apretando los puños a ambos lados del cuerpo.
- Porque la quería, no podía soportar la idea de dejarla. Quería que ella supiera cómo soy, que conociera lo peor de mí. Que viera todo lo que soy.
Quería unirla a mí, atarla a mí para que nunca se marche de mi lado.
- Ella es humana.
- Sí. Tiene habilidades, tiene un vínculo mental conmigo. Tiene compasión, es hermosa. Me dije a mí mismo que no podía hacer esto, que estaba mal. Pero en el fondo, sabía que lo haría.
- Y aún sabiendo que ibas a hacer algo incorrecto, lo hiciste. Debías tener una buena razón.
- Egoísmo. ¿No me has escuchado? Yo, yo, yo. Todo para mí. Encontré una razón para continuar con mi existencia y tomé lo que no era para mí, y aún ahora, mientras hablo contigo, sé que no la dejaré marchar.
- Acepta tu forma de ser, Sesshomaru. Acepta tu verdadera naturaleza.
Sesshomaru soltó una amarga carcajada.
- Todo está tan claro para ti. Dices que soy uno de los hijos de Dios. Que tengo una razón de ser. Que debo aceptar mi naturaleza. Mi naturaleza es tomar lo que creo que es mío, guardarlo y protegerlo. Encadenarlo a mí si es necesario. No puedo dejar que se marche. No puedo. Ella es libre como el viento. Si encerrara al viento en una jaula, ¿moriría?
- Entonces no lo encierres, Sesshomaru. Confía en que permanecerá a tu lado.
- ¿Cómo puedo proteger al viento, Inu no?
- Sesshomaru, has dicho que no puedes. No puedes dejarla marchar. No lo harías, no lo harás. Dijiste que no puedes, en presente, hay una diferencia.
- Para mí. ¿Y ella qué? ¿Qué opción le estoy dando a ella?
- Siempre he creído en ti, en tu bondad y en tu fuerza. Es bastante posible que la chica te necesite también. Has estado escuchando las leyendas y mentiras asociadas a los de tu especie durante tantos años que estás empezando a creer esas tonterías. Para un vegetariano, alguien que come carne puede resultar repulsivo. El tigre necesita al ciervo para sobrevivir. Una planta necesita agua. Todos necesitamos algo. Tú sólo tomas lo que necesitas. Arrodíllate, recibe la bendición de Dios y vuelve con tu mujer. Encontrarás la manera de proteger al viento.
Sesshomaru se arrodilló obedientemente, inclinó la cabeza dejando que la paz que emanaba del hombre penetrara en él y le reconfortara. En el exterior, la furiosa tormenta cesó de repente, como si hubiese desgastado toda su furia.
- Gracias, Padre - susurró Sesshomaru.
- Haz lo que debas para proteger a los tuyos. A los ojos de Dios, sois sus hijos.
Bueno que hasta que por fin pude terminar de escribir este capítulo, bueno perdón por no haber subido nada de nada eh estado muy ocupada terminando mis otras adaptaciones.
Bueno ahora vamos con el capítulo, se puede decir que Rin casi muere vemos a un Sesshomaru, muy culpable por lo que acababa de pasar, será que Rin se pondrá bien lo sabremos en el próximo capítulo.
Se los traeré lo más pronto posible, pero no cumplo nada porque yo quedaría como mentirosa, y eso es lo que no quiero.
Sin nada más que decir, nos leemos y por favor comente su parte favorita y que fue lo que más les impacto de todo el escrito.
PD: Gracias por los, 12 Followers y 11 Favorites se los agradezco muchísimo aunque no eh actualizado la historia ha llegado a muchas personas.
Bueno ahora sí sin nada más que decir comente su parte favorita y no se olviden de compartir :3
Nos leemos en el próximo capitulo.
