Capítulo 49: La charla


Por alguna razón, y sin importar cuán agotado hubiera quedado después de un día de paseo y el gran banquete de Halloween, Harry no pudo conciliar el sueño aquella noche.

Y no era precisamente porque le hubiera gustado ir a la "casa de los gritos" que todos mencionaban una vez regresaron de Hogsmeade, en la cual decían que se escuchaban gruñidos, gritos y destrucción proviniendo de su interior, estando muy por sobre las expectativas de los rumores. Tampoco era porque, durante el banquete, Padma se sentó a su lado y comenzó a interrogarlo por qué permitió que Hermione lo arrastrara deliberadamente para ir solo ellos dos, lo que le causó no sólo mucha vergüenza, sino que también una extraña sensación de estar metido en un complejo problema. Cómo Luna le observaba con su "supuestamente" inexpresiva mirada mientras todos relataban lo que habían hecho y vivido en su paseo al pueblo, tampoco era la razón por la que le costó dormir. Ni siquiera comer más de la cuenta, entre las golosinas de Honeydukes o la variedad de platos del banquete de Halloween, parecía darle alguna complicación.

No, nada de eso era lo que realmente le causó problemas para dormir.

Esa noche, por alguna razón, se sentía ansioso. Algo en él le hacía sentir presionado, incómodo, con una urgencia que no podía identificar… y su cuerpo se lo estaba reclamando. Era algo que había comenzado a sentir de hace unos meses, pero se había esforzado por ignorarlo, especialmente por no saber qué era lo que necesitaba.

Sin embargo, aquella noche no podía soportarlo… sea lo que fuere. No dejaba de darse vueltas entre las sábanas; a veces se detenía a mirar el brillo de la Luna Llena que alcanzaba a colarse entre las cortinas, y otras veces simplemente se quedaba mirando hacia el techo o a la profunda obscuridad del cuarto de chicos de la Torre Ravenclaw. Pasó horas en las que no sabía definir si estaba realmente muy cansado o con demasiada energía.

Finalmente, tras una última vuelta, dio un gran bostezo y se arropó… para al fin quedarse dormido.

Pero no pasó mucho hasta que cayó en un sueño muy vívido. Podía ver el interior del carruaje en que salieron de paseo tan nítidamente como lo hizo en la mañana, percibiendo todos los colores que había a su alrededor… con la excepción de que no sentía el paso del tiempo.

Un sutil cosquilleo en su nariz le hizo recordar el perfume de Hermione, el cual rápidamente lo embriagó… pero, a diferencia de lo que pudo creer, no era por el recuerdo en sí mismo, sino porque tenía a Hermione allí mismo, a su lado. Sus ojos cafés brillaban pícaramente mientras le sonreía con dulzura, viéndose tan hermosa como en aquella mañana.

Ella tomó su mano y la acarició suavemente. Harry, nervioso, le devolvió la sonrisa… pero, entonces, la chica hizo algo que no esperaba.

Con suavidad, se levantó del asiento y se puso directamente frente a Harry, mirando fijamente a los ojos esmeraldas del chico. Con cuidado, y sin agitar demasiado el carruaje, apoyó una rodilla sobre el asiento, a un costado de él, para luego subir la otra y terminar sentándose sobre los muslos de Harry.

Su corazón martillaba con fuerza en su pecho. Ella no decía palabra alguna, pero aun así sentía la calidez de su respiración y la fragancia de su perfume. No podía moverse… no atrevía a moverse; apenas si tenía la consciencia suficiente para mantener sus manos apoyadas en el asiento y evitar cualquier malinterpretación del momento.

Pero Hermione no se detuvo allí, con sus labios a sólo centímetros de los suyos. Con total tranquilidad comenzó a desabrocharse su túnica para luego abrirla de par en par, revelando la hermosa blusa amarilla que ella lucía en la foto que le envió para su cumpleaños, además de una elegante minifalda blanca que lucía perfectamente sus delgadas y tersas piernas.

La chica le sonrió, en especial porque podía ver cómo Harry estaba completamente anonadado y perdido en el momento. Con una mano, acarició la mejilla del chico, mientras que con la otra tomó la mano de Harry y se la llevó a su muslo… permitiendo que sintiera la calidez de su piel y que acariciara lentamente bajo su minifalda, subiendo temerosamente por su muslo.

Aún perplejo, Harry apenas si logró percatarse de que Hermione comenzó a acercar su rostro a él para besarlo y…

Despertó.

Estaba arropado y envuelto, casi como un capullo. Sus ojos se abrieron de golpe, y se quedó estático en su lugar mientras sentía su cuerpo petrificado por el sueño que tuvo, con el corazón aún martillando salvajemente en su pecho… sin mencionar algo que parecía fuera de lugar, como si tuviera una piedra pegada al cuerpo.

Pese a que sus compañeros ya estaban levantándose rápidamente para desayunar antes de iniciar el lunes, prefirió quedarse unos momentos y asegurarse de que estaría completamente calmado y así evitar pasar alguna vergüenza indecorosa.

Por culpa de aquel sueño, Harry pasó el resto de la semana sintiéndose muy incómodo. Su mente se distraía bastante en clases, y comenzó a sentir vergüenza alrededor de sus amigas.

Comenzó a recordar de otra manera los cuerpos femeninos de sus libros de arte. Los místicos ojos de Padma parecían ser mucho más llamativos y cautivadores. Los cabellos de Ginny y de Luna se veían mucho más hermosos ante sus ojos. Podía imaginar inconscientemente la figura de algunas chicas y sentir un extraño vacío en la boca del estómago por culpa de ellos. De repente trataba de imaginar qué emociones podrían expresar la siempre "perdida" mirada de Luna… Un sinfín de cosas.

Sin embargo, se sentía especialmente avergonzado junto a Hermione y por eso, aunque intentando hacerlo de la manera más furtiva posible, comenzó a alejarse y evitar pasar mucho tiempo a su lado. Su memoria todavía le hacía sentir la fragancia de su perfume y la suavidad de su piel, sin importar que fuera por culpa del sueño.

Sólo pudo encontrar tranquilidad dentro de las clases de duelo que tenía con el Profesor Flitwick. La cantidad de concentración aplicada y el agotamiento físico que sentía le permitían tener aunque fuera una tarde con su mente despejada y ajeno a todas esas extrañas sensaciones.

No obstante, aun así tuvo que lidiar con esto toda la semana. Solamente en la mañana del sábado pudo volver a tener una nueva distracción que pudiera ayudarle a concentrarse en otras cosas: el primer partido de quidditch del año.

Como de costumbre, los estudiantes del castillo se levantaron muy animados aquella mañana, y había mucha expectativa del partido durante el desayuno. En el último par de años, el equipo de Gryffindor había comenzado a remontar y hacer encuentros mucho más reñidos, en especial contra Slytherin, y este año Oliver Wood, el capitán del equipo bermellón, estaba determinado a ganar la Copa de Quidditch para la Casa Gryffindor.

Mas, cuando los jóvenes comenzaron a salir del Gran Comedor para esperar un poco antes de ir a las gradas, un estallido de murmullos y conversaciones varias llenaron los pasillos al tiempo que Sirius Black nuevamente se hacía presente en Hogwarts, dirigiéndose hacia las compuertas del Gran Comedor con rostro animado y una gran bandera de Gryffindor ondeando con cada paso que daba tanto como lo hacía su larga gabardina negra.

— Sirius, ¿qué hace aquí? — le saludó Harry, topándoselo en el camino.

— Pues vine a ver el primer partido de quidditch del año, ¿qué más? — respondió el hombre, con una amplia sonrisa. — Le envié una lechuza a Dumbledore pidiendo autorización, me dijo que no había problemas, y aquí estoy.

El chico lo quedó mirando unos instantes, con un poco de incredulidad, pero aun así no era capaz de evitar sonreír, especialmente porque los altos ánimos del hombre eran bastante contagiosos.

Sin embargo, cuando Sirius miró con algo más de detenimiento a Harry, su sonrisa se deshizo un poco.

— Cierto… Había olvidado que eres Ravenclaw… — dijo, dubitativo. — No importa, ¡lo pasaremos bien de todas formas!

Sin más, puso una mano sobre el hombro de Harry y ambos comenzaron a caminar lentamente hacia el estadio de quidditch que había en los terrenos de Hogwarts.

Sirius no dudó en preguntar respecto a sus clases, y si ya habían salido a su primer paseo a Hogsmeade, contando sus propias historias y hablando animadamente respecto a los misterios de la "casa de los gritos". También relataba recuerdos de algunos momentos que pasó junto a su mejor amigo, James, hace más de una década atrás.

No obstante, cuando ya estaban cerca del estadio, Sirius no dudó en hacer una pregunta muy puntual:

— Supongo que juegas quidditch, ¿cierto? — preguntó, frunciendo el ceño.

Harry parpadeó, mirándolo con extrañeza.

— Para nada. Ni siquiera he hecho las pruebas para el equipo — le respondió, secamente.

— ¿Es broma?

— Para nada. ¿Por qué lo dice? — cuestionó el chico.

— Harry, cuando tenías sólo un año de edad no solamente tuviste tus primeras muestras de magia, sino que tuvimos que soportar las quejas de tu madre y comprar una escoba a medida para poder quitarte la escoba de James de las manos — le dijo Sirius. — ¡Volar te es tan natural como respirar!

— Bueno, tal vez… pero yo preferí orientar mis habilidades a otras cosas…

— ¿Sí? ¿Y a qué te dedicas entonces?

— ¿No se acuerda? Duelo mágico, bajo la guía del Profesor Flitwick — respondió el de lentes, un poco molesto.

— Oh, así que va en serio, ¿no? — sonrió el hombre, de manera un poco presumida. — Entonces supongo que eres capaz de combatir bastante bien.

— Eso dice el Profesor Flitwick… pero yo creo que aún me falta aprender y perfeccionar mucho…

— Jajaja, ¡no te darás cuenta cuando finalmente hayas tenido tu primera gran victoria! — le dijo el otro, mientras le daba una amistosa palmada en la espalda.

Subieron a las gradas de la Casa Gryffindor, donde los pocos que ya habían llegado los recibieron amistosamente. Todavía faltaba algo de tiempo antes del partido, pero la ansiedad ya comenzaba a ser palpable en el ambiente.

Aunque el partido casi tuvo que ser cancelado debido a la presencia de los dementores, quienes se acercaron descriteriadamente al estadio y fueron rápidamente expulsados por el Director y algunos profesores, los ánimos todavía se mantenían en alto debido a lo apasionante que fue el encuentro, especialmente porque la victoria de Gryffindor sobre Slytherin fue por muy poco.

Después del almuerzo, los estudiantes aún conversaban apasionadamente sobre el partido, en especial Sirius Black, quien se había quedado con los jóvenes de la Casa Gryffindor y les contaba de los apasionantes partidos de su generación. Ron estaba anonadado, poniendo atención a cada palabra, casi olvidándose que sólo unos momentos antes su rata se escabulló aterrorizada de su bolsillo para perderse de nuevo.

Harry no se percató en absoluto de lo rápido que había pasado el día cuando finalmente había llegado la hora de cenar, poco después de que Sirius finalmente volviera a Londres tras un divertido día de contar historias y bromear con los gemelos Weasley.

Sin embargo, a diferencia de lo que esperaba de aquella noche, el Director Dumbledore se levantó de su asiento y llamó la atención de los estudiantes.

— Jóvenes —comenzó a decir. — Quisiera pedirles amablemente a todos los estudiantes de tercer año que permanezcan aquí, en el Gran Comedor, para una charla especial que dará inicio aproximadamente en media hora más. Todos los demás, recuerden dormir a una hora adecuada y tengan una muy grata noche.

Sin más que decir, el Director volvió a acomodarse en su asiento y conversar con los demás profesores, permitiendo que el Gran Comedor nuevamente se llenara de conversaciones.

— Cierto, los de tercero siempre tienen una charla "especial" por estas fechas — dijo Hermione a Harry. — Se me había olvidado… ¡al fin sabremos de qué se trata!

— No sé por qué estás tan emocionada… quizás sea sólo una charla… — le dijo Padma, algo aburrida por la idea.

— Quizás, pero para mí siempre ha sido intrigante… ¿y si tiene que ver con las asignaturas o el avance de los estudios en Hogwarts? — insistió Hermione, con una sonrisa.

— Si fuera así, supongo que el Director habría hablado con todos por igual, y no separando un grupo… — pensó en voz alta Harry. — De cualquier manera, estamos citados y no hay mucho que podamos hacer al respecto.

De esa forma, los de tercer año permanecieron un tiempo más dentro del Gran Comedor mientras los demás estudiantes se retiraban. Los de cursos superiores parecían murmurar algunas cosas, pero muy pocos lograban entender lo que decían, y aun así para ellos sus palabras carecían de sentido, especialmente para los hijos de familias de magos.

Así, sólo quedaron los cincuenta y un estudiantes de la generación de 1991. Algo avergonzados de ser tan notorios ahora que el Gran Comedor estaba tan vacío, se mantuvieron en silencio mientras esperaban a que comenzara la charla.

Sin embargo, no pasó mucho más tiempo cuando los profesores comenzaron a levantarse de su mesa y comenzaron a salir del lugar, quedando allí únicamente Snape, Lupin y Sprout.

— Muy bien, jóvenes, por favor acérquense — llamó Lupin, mientras avanzaba con los demás adultos hacia el centro del Gran Comedor.

— Aprovechen de separarse entre varones y damas, ya que se están moviendo — indicó Snape, con un tono tan molesto como parsimonioso.

Los estudiantes de tercer año de las cuatro casas rápidamente se movieron entre las mesas hasta llegar donde los esperaban los profesores, separándose en los grupos indicados.

— Muy bien. Los varones con nosotros — zanjó el Profesor de Pociones, comenzando su marcha sin dar más indicaciones y con Lupin saliendo rápidamente tras él.

— Bien, las damas conmigo — dijo la Profesora Sprout, con un tono más amable, asegurándose de que las chicas le seguían antes de avanzar con paso seguro por los pasillos del castillo.

Hermione se volteó a mirar cómo Harry se alejaba antes de seguir a las Profesora de Herbología. Harry, en cambio, seguía lo más rápido posible las resonantes zancadas de Snape. Los jóvenes murmuraban entre ellos sobre la extraña situación, pero la velocidad de la marcha apenas si les daba respiro para hablar con tranquilidad.

Bajaron por las escaleras hasta un punto no habitual de las mazmorras, y avanzaron algo más allá del Salón de Alquimia del castillo, hasta doblar por una esquina y llegar a una sólida y obscura puerta de roble, donde las antorchas apenas si lograban dar la luz suficiente como para que pudieran ver dónde estaban. Snape sacó una vieja llave de cobre y abrió la puerta.

Contrario a lo que algunos esperaban, el salón que había al otro lado de la puerta no tenía en absoluto olor a humedad, sino más bien el penetrante olor del formol. El lugar era amplio y de aspecto tétrico… y, claro, no podía ser menos, si acababan de ingresar al laboratorio de biología del castillo. Las paredes tenían una gran cantidad de estantes, llenos de libros gruesos y frascos con distintas muestras: fetos, cadáveres, animales, partes de criaturas, cerebros, etc.

A más de alguno de los jóvenes le causó un terrible escalofrío mientras se adentraban hacia el centro del laboratorio, hasta donde había unas amplias mesas de madera tan obscura que apenas eran visibles pese a ser bien iluminadas por la intensidad de unas lámparas mágicas que flotaban sobre ellas.

— Este laboratorio no se utiliza habitualmente, pero es el ideal para ambientar la conversación que debemos tener en este momento — dijo Snape, apoyándose en una de las mesas, mirando hacia donde los estudiantes se habían sentado. — Para esto, le he pedido al Profesor Lupin que me acompañe y me ayude en esta ocasión, pues alguien más… carismático puede tocar un tema delicado como este de una manera más… amable — explicó, como si midiera bien sus palabras con tal de sonar amigable, pese a que pareciera estar haciéndolo a regañadientes. — Claramente esto es algo que ustedes deberían conversarlo con sus padres… pero, debido a que pasan el tiempo en el castillo, es necesario que se los digamos antes de que hagan un desastre.

Pese a que estaban confundidos, ninguno de los chicos cuestionó las palabras del Profesor Snape ni dijo algo al respecto. Parecían atentos y expectantes a saber de una vez por todas de qué se trataba todo esto.

— Quizás más de alguno se habrá comenzado a dar cuenta, o tal vez uno que otro de ustedes ya lo está viviendo — comenzó a decir Lupin, con un tono mucho más cercano y parental. — Ya están en plena pubertad y adentrándose en la adolescencia: están creciendo más, tienen algo más de pelo, y el tono de voz está comenzando a cambiar a lo que será su voz definitiva… pero, por sobre todo, las hormonas que trabajan en estos cambios están comenzando a manifestarse. Tienen decisiones más locas, quieren ser ustedes mismos y definir lo que desean ser o hacer… y las chicas ya no se ven tan "iguales".

— Bueno, eso dependiendo del gusto, claro está — zanjó Snape, con una mueca burlona. — Pero lo que importa es que sepan que los cambios de sus cuerpos comenzarán a nublar sus débiles mentes para que se centren en sus patéticos instintos carnales… y es por eso que deben entender qué funciones tienen aquellas partes que siempre han ignorado y cuidarse como corresponde para no arruinar sus vidas ni quedar atrapados en una vergüenza innecesaria.

— A lo que se refiere el Profesor Snape es que les hablaremos de sexualidad, y de lo importante que es que se cuiden, ya sea para evitar malentendidos como vergüenzas… o, en el peor de los casos, enfermedades que podrían arruinar sus vidas — trató de resumir Lupin, con una expresión agotada pese a que sonreía con amabilidad.

Con un mero movimiento de su varita, el Profesor de Pociones hizo que una larga tela se extendiera detrás suyo, mientras que Lupin sacaba lo que parecía ser una piedra transparente como cristal, la que brillaba con sutileza mientras la ponía sobre la mesa.

Entre ambos profesores comenzaron a revisar unas hojas de pergamino que tenían distintos bocetos e ilustraciones, muchos de los cuales tenían apuntes y definiciones de estudios biológicos. Con calma, extendían una a una de estas ilustraciones sobre la mesa y ponían la piedra transparente sobre éstas, el cual hacía la labor de proyectarlas claramente sobre la tela que flotaba tensamente detrás de ellos.

Mientras Snape explicaba con terminologías densamente científicas, Lupin trataba de explicarlo de una manera más coloquial y cercana para los jóvenes… y comenzaron a explicarles respecto a los genitales, masculinos y femeninos, y la función que estos cumplían. Cómo las hormonas trabajan en el cuerpo y la mente para interactuar en la posible relación, y cómo éstas causaban una atracción más explosiva y apasionada de lo que podría ser sólo por la razón.

Entonces, ya zanjando la superficie, pasaron a lo que era el proceso de la reproducción en sí, de cómo se crean los gametos y cómo al unirse estos dan paso al milagro biológico que es la creación de nueva vida, la conformación de un feto que llevaría al posterior nacimiento de un bebé. En este último punto, Snape enfatizó respecto al periodo de ovulación de las mujeres, y la importancia de reconocer las fechas y su proceso de renovación menstrual, especialmente a la hora de desear la progenie o bien evitarla.

Sin embargo, no se detuvieron allí. Pese a las quejas de asco casi generalizadas, mostraron ilustraciones de los efectos que causaban las enfermedades de transmisión sexual, o incluso lo que significaba quedar expuesto a maldiciones de carácter sexual.

— Es por eso que, entre magos, éste es un acto que representa no sólo un tema afectivo, sino el máximo nivel de confianza e intimidad — dijo Lupin, en tono serio. — Como vieron, las ETS son un problema muy serio, pero las maldiciones pueden llegar a ser tan malas o peor.

— Sin embargo, también sabemos que existe un virus que ha estado expandiéndose en las últimas décadas de manera muy violenta, y cuyos efectos podrían definirse como una mezcla de ambos temas: el virus de inmunodeficiencia humana, y mediante éste el padecimiento del SIDA — dijo Snape, en un tono tan siniestro que incluso los de Slytherin sintieron algo de temor.

Entonces, ambos profesores gastaron la siguiente media hora en la explicación de lo que se sabe del virus y de sus efectos. Pese a las expresiones de preocupación, o incluso de miedo en algunos casos, sabían que era necesario que los jóvenes lo supieran lo antes posible y que quedara debidamente grabado en sus mentes. El virus no discrimina por condición ni sangre, por lo que nadie estaba libre del riesgo que éste implica.

— Increíblemente, para estos casos, podemos decir que estamos un tanto atrasados comparado a los muggles — comenzó a decir Snape, con una mueca de disgusto. — Mientras que las pociones que se han intentado crear para los magos son invasivas y con diversos efectos adversos, ellos han creado un elemento genérico ideal para este fin.

— Los muggles, especialmente para el caso de los hombres, han ideado un elemento de protección bastante adecuado y simple de usar: el condón — explicó Lupin. — Sin embargo, es un elemento delicado y de un único uso; no debe ser dañado, ni cortado ni pinchado, y debe ser siempre desechado al concluirse su uso.

Entonces, con unas fotografías sacadas de algunas revistas muggle, mostraron lo que representaba el pequeño plástico y cuál era su uso correcto. Para la sorpresa de varios, ese elemento de apariencia insignificante representaba una de las defensas más fuertes contra las ETS y el VIH, sin mencionar que además ayudaba para evitar un embarazo no deseado.

— No obstante, respecto a las mujeres, irónicamente nuestras pociones son mucho más efectivas — añadió Snape, con una ligera mueca de superioridad. — En donde ellos han ideado fármacos de que deben tomarse todos los días y que tienen algunos efectos indeseados en las jóvenes, como lo es la ganancia de algo de masa corporal o el aumento de la vellosidad corporal, nosotros logramos crear pociones que hacen el mismo efecto en un consumo más agradable, e incluso ideamos pociones que ayudan contra los malestares menstruales y permitirles tener un día hormonalmente normal. Incluso nuestro manejo de Herbología permite mejores resultados que algunos de sus avances farmacéuticos.

Eso último le pareció conocido a Harry… como si tuviera la impresión de haber visto algo así desde el año anterior.

No obstante, Snape y Lupin dieron los últimos detalles respecto a todo el tema y dejaron la clara indicación de que cualquier duda adicional podrían hacerlo mediante lechuzas al Profesor Snape o a la señora Pompfrey, quien en ese momento estaba dando la misma charla con la Profesora Sprout a las chicas.

Entonces, sin querer ahondar en muchos más detalles, el Profesor de Defensa contra las Artes Obscuras les indicó a todos que la charla había concluido y que ya debían volver a sus camas.

— Pero, por favor, si alguno de ustedes siente la urgencia de liberar sus demonios carnales, hágalo de manera privada en alguno de los baños y deje limpio — zanjó Snape, con una mirada cargada de disgusto. — Y, por todo lo que es sagrado, lávense las manos después de terminar el acto.

Algunos se rieron de manera nerviosa al entender a lo que se refería, otros simplemente se sintieron algo avergonzados al entender el tema. Los pocos que todavía no habían sentido aquella urgencia, ahora sabían perfectamente a lo que se refería gracias a esta charla… Harry incluyéndose, en especial si quería volver a tener una noche tranquila sin sueños extraños.


Notas (rápidas de autor)

Holis!

Bien, como vieron, fue un capítulo bastante diferente a lo tradicional, que no niega su importancia porque, ya sabemos, chicos y chicas en un mismo castillo, sin padres, con pocos profesores...

Además, Sieg disfrutó bastante hacer la diferencia entre Snape y Lupin para tratar el tema. No se preocupen, no estará la versión para chicas xD

¿Comentarios? ¿Dudas? De cualquier manera nos vemos el próximo capítulo. Saludos!