Capítulo 3


Bella despertó cuando todas las luces del Hold se encendieron.

Parpadeando, trató de adaptarse al brillo repentino, sintiendo una punzada de dolor entre sus piernas y la pegajosidad de no haberse lavado después de que él eyaculara dos veces dentro de ella.

Se sentía dolorida y agotada, y su estómago se sentía como una pesada piedra en su vientre.

Pero al menos estaba viva. Y sana.

Cuando todas las apuestas habían estado en contra suya.

Edward aún estaba en la cama, pero sus ojos estaban abiertos, mirando fijamente al techo. Sus brazos estaban cruzados detrás de su cabeza y las mantas estaban empujadas hacia abajo alrededor de su vientre.

No podía creer que hubiera follado con él. Dos veces. Y corriéndose la segunda vez.

Empezó a decir algo, solo algún comentario trivial para romper el silencio, pero luego se detuvo. Él no parecía estar de un humor para conversar, y lo último que quería hacer era molestarlo.

Después de unos minutos, la miró y le sostuvo la mirada con la suya.

Sin embargo, todavía no habló, y Bella estaba poniéndose ansiosa por el prolongado silencio.

¿Estaba planeando decirle que ya se había cansado de ella?

Ella no era la mejor follada del mundo, pero una vez que se calentara sería mejor. Al menos podría darle más oportunidades.

Realmente jadeó cuando él finalmente se movió, estaba preparada para manejar cualquier crisis que surgiera en su cabeza, pero él simplemente caminó de vuelta al baño.

Cuando oyó un repentino rugido de ruido desde el exterior de la celda, se sentó derecha en la cama con el corazón palpitando de terror. Parecía que un disturbio había explotado de la nada. Había escuchado ruidos, sonidos inquietantes toda la noche: voces crudas, gruñidos y gritos desencadenados Dios sabría por qué… pero no había sido nada como esto.

Edward salió del baño y notó su actitud congelada.

—Es la hora de la comida —explicó bruscamente—. No es agradable. —Después de lavarse rápidamente la cara y las manos en el lavabo, se sacudió como un perro y continuó—: Volveré. Tú querrás quedarte aquí.

Bella no había comido en veinticuatro horas, y de pronto se sintió desmayada de hambre. Pero el sonido de la locura desencadenada por la llegada de alimentos, como gatos salvajes peleando sobre un cadáver, le impidieron quejarse sobre sus planes.

—¿Puedes… puedes dejarme encerrada?

—Por supuesto. ¿Algo más?

Se sonrojó ante su respuesta impaciente y no dijo más mientras él recogía un cuenco grande, una botella y una cuchara de la mesa, desbloqueaba la puerta de barras, salía y la bloqueaba de nuevo de él. Solo debía haber una llave, que mantenía con él todo el tiempo.

Usó el baño mientras él estuvo ausente y se sintió aliviada de que no hubiera asquerosos acechadores por fuera de los barrotes mirándola o intimidándola. La hora de la comida debía tener la atención de todos.

Edward regresó en menos de diez minutos. Tenía el gran cuenco lleno con algo que olía a estofado, un pedazo de pan y dos botellas. Debía haber encontrado otra.

Le arrojó a ella una de las botellas, que aceptó con agrado, tragando el agua que había dentro, aunque habría sido agradable si también hubiera traído algo de comida.

No se le ocurriría quejarse por temor a molestarlo aún más, pero iba a tener que alimentarla finalmente si quería que se mantuviera viva para follarla.

Él dejó el recipiente y el pan sobre la mesa y, a continuación, dejó algo que tenía escondido bajo su brazo.

Era otro cuenco. Uno más pequeño y vacío.

Bella se limitó a mirar fijamente mientras él servía una cucharada de estofado del cuenco grande al pequeño.

—¿Cuánto quieres?

Casi sin palabras por la sorpresa y alivio, Bella se ahogó.

—Eso es suficiente. Gracias.

Le pasó el estofado y partió la mitad del pan para ella. También traía una cuchara extra. Asumió que debía haberla reclamado de alguno de los otros prisioneros.

Comió vorazmente. No estaba muy bueno, el estofado era espeso y soso, y el pan estaba seco, pero estaba demasiado hambrienta como para preocuparse.

Cuando rebañó el fondo del tazón, Edward ya había terminado.

Él levantó una ceja inquisitivamente.

—¿Quieres más?

Los sonidos desenfrenados del exterior disminuían.

—Parece que la comida ya ha desaparecido.

—Puedo conseguir más.

Había algo peligroso, casi depredador sobre la forma en que dijo las palabras. Bella tragó saliva.

—Estoy bien. Gracias.

No queriendo ser una inútil, se levantó de la cama y fue a lavar los cuencos y las cucharas.

Edward no dijo nada más. En cambio, hizo algunos estiramientos y luego comenzó a hacer algunas flexiones en una de las barras horizontales de la celda.

Observó mientras hacía un largo ejercicio de rutina de flexiones, abdominales, flexiones, y otras varias rutinas de fortalecimiento.

Su cuerpo era precioso. Afilado y poderoso como un caballo de carreras, pero aún elegante, sin los poco atractivos músculos desmesurados que había visto a varios hombres de la prisión.

Era fuerte y eficiente, y más peligroso por eso.

Se puso la camisa sobre la camisola y arregló la cama, pero luego no supo qué hacer.

Edward no fue de ayuda en ese departamento. Cuando terminó su trabajo, él abrió la puerta.

—Volveré enseguida.

Entonces cerró la puerta por detrás de él.

Le vio lanzarse a una carrera y pensó que quizás él corría en torno al Hold cada mañana para hacer ejercicio. Y por algo que hacer.

Eso era bueno para él. Ser capaz de hacer algo. Ella no podía hacer nada.

Finalmente, se movió a la esquina más alejada de la celda y corrió sin moverse del sitio durante un tiempo. Luego hizo algunos saltos, y algunos estiramientos de yoga.

Mientras se inclinaba y se estiraba con las manos en el suelo, notó las voces detrás de ella.

Había comenzado a bloquear los sonidos constantes del Hold, difuminándolos en un vago murmullo, pero estas voces estaban cerca.

Y podía escuchar las palabras.

—Mira ese culo. Me hace querer meterle el pene hasta que grite.

—La haría gritar bien.

Bella se levantó bruscamente y se giró en redondo, viendo a Dimitri parado con otro prisionero. Estaban justo en los barrotes, mirándola con malicia.

Y sus expresiones ofensivas y convirtiéndola en un objeto la hicieron sentirse repentinamente enferma.

Sin embargo, no iba a mostrarle que le habían hecho daño.

—Vete a la mierda— dijo con una fría mirada

Dimitri cacareó maliciosamente

—La zorra quiere pelea.

—Uno pensaría que una puta conocería su lugar.

—Ella conoce su lugar. Sobre su espalda y con las piernas abiertas.

La visión de Bella se volvió borrosa. No había pasado su vida siendo mimada y sabía cómo manejarse a sí misma en la mayoría de las circunstancias. Pasó su adolescencia básicamente independiente, dado que su abuela no tenía mucha autoridad, por lo que pensó que era mucho más dura que un montón de mujeres.

Pero nunca se había enfrentado a este tipo de objetivación grosera y degradante. Sus mejillas ardieron de ira y mortificación, y les dio la espalda.

Eso fue un error.

El segundo hombre la bombardeó con una risa burlona.

—Parece que lo prefiere desde atrás. Me encanta ese culo.

Sabía que no debía echarse atrás, pero no podía soportar mucho más de esto. Volver a hablar con ellos solo alentaría su ataque verbal, pero estaba atrapada en esta celda, incapaz de alejarse.

Resistió su constante maldad tanto como pudo, pero aumentó progresivamente a algo peor.

Cuando comenzaron a describir lo que harían cuando Edward se cansara del coño y les entregara a ellos a Bella, entró en el cuarto de baño del rincón.

No era particularmente un sitio agradable para pasar el rato, pero había una pared donde podía ocultarse.

Se sentía como una blandengue y cobarde y, sin embargo, podía ponerse las manos sobre los oídos y no mirar. Permaneció así durante varios minutos, temblando y deseando no ponerse enferma. Cuando bajó las manos de los oídos, se sintió aliviada porque sus voces ya no estuvieran agrediéndola.

No obstante, no quería regresar a la celda sola, como un animal enjaulado para su asqueroso entretenimiento.

¿Dónde infiernos había ido Edward? Egoísta bastardo. Dando una carrera y dejándola allí por cuenta propia.

—¿Bella?

Escuchó el sonido de su voz antes de oír la puerta desbloqueare y abrirse.

Se apresuró de vuelta a la celda, sonrojándose de nuevo por la mortificación, ante la posibilidad de que Edward se diera cuenta de su cobardía.

Estaba empapado de sudor, su camiseta sudada se pegaba a su pecho y el sudor corría por los lados de su rostro.

—¿Qué estabas haciendo?

—Nada.

Suponía que no había ninguna posibilidad que creyera que había ido al baño. Había estado en el lado contrario del rincón de baño para eso.

Entró en el baño y miró alrededor como si sospechara que estaba escondiendo algo.

—¿Qué está pasando? —Sus rasgos estoicos se tensaron, y se dio cuenta del comienzo del enojo en su rostro.

—Solo estaba… —Estalló, dándose cuenta de que era mejor que le dijera la verdad o él pensaría algo peor—. Había unos tipos que estaban… solo estaba escondiéndome.

Para su alivio, su rostro se aclaró.

—Ya veo. —Abrió el agua y comenzó a salpicar algo en su cara y brazos—. Tienes que endurecerte.

—Lo sé.

Tragó saliva y se alejó de él, tratando de luchar contra su automática ira y resentimiento.

¿Quién diablos pensaba que era él? Diciéndole que se endureciera.

Ella no era una criminal. No estaba acostumbrada a este tipo de comportamiento animal.

Era una arqueóloga inofensiva a la que siempre le habían importado sus propios asuntos.

No era culpa suya que la arrojaran a este agujero del infierno con un grupo de bestias. Y con un arrogante, egocéntrico gilipollas que la trataba como a una idiota.

Cuando él se terminó de lavar, se secó su rostro con una toalla tan fina como el hilo. Entonces la miró, y pareció notar todo, desde sus rígidos hombros hasta su mentón ligeramente levantado.

Por primera vez desde que lo conoció, vio que la esquina de su boca se contraía, como si estuviera divirtiéndose.

Era la única señal que había visto de que realmente poseyera un sentido del humor.

Un exasperante sentido del humor. Puesto que solo aparecía para burlarse de ella.

Reprimió un agudo comentario que había estado a punto de decirle.

No podía hacerlo enojarse. Estaba en una situación demasiado precaria.

Apartándose de él, miró hacia el suelo. Cuando notó que había dejado de mirarla, hizo todo lo posible para poner el tono de su voz muy agradable.

—Entonces, ¿qué hacemos exactamente aquí?

—Nada.

—¿Quieres decir que no hay nada que hacer en absoluto? Edward miró fuera de los barrotes de la celda.

—Puedes salir a jugar, si así lo deseas.

Bella no perdió la mordacidad en su tono, y eso hizo que su corazón se sacudiera.

—No estaba quejándome —dijo rápidamente—. Solo estaba…

—No hay nada que hacer —dijo, su voz más suave, como en respuesta a su angustia—. Esta es la vida aquí.

Nada que hacer salvo luchar por la comida, territorio y compañeros. Las circunstancias perfectas para convertir a los seres humanos en animales.

Se acurrucó en la cama e intentó no sollozar consternada. ¿Cómo diablos iba a pasar la próxima semana? ¿Y mucho menos el resto de su vida?

Edward le dio la espalda y se sentó en el suelo. Retiró la sábana del objeto que había en el suelo, y vio lo que parecía ser una pila de piezas de repuesto de metal y plástico.

Pensó en preguntar qué era, pero sospechó que no iba a decirle nada.

Así que simplemente miró mientras lo retocaba y, finalmente, se dio cuenta de que aproximadamente en medio del montón se agrupaba algún tipo de dispositivo.

Tal vez era algún burdo motor de algún tipo. Parecía demasiado extraño y difícil para que pudiera decirlo.

Observó durante una hora mientras lograba encajar en la masa un trozo de cable que sacó de su bolsillo. Debía haber encontrado el cable en su carrera. ¿Quién sabía de dónde había sacado todas las piezas de repuesto?

Finalmente se aburrió tanto viéndolo trabajar en eso, que se quedó dormida.

Soñó que él había creado un pequeño motor sumergible y que lo usó para escapar de la prisión. Luego el sumergible se transformó en una nave espacial y los disparó fuera del planeta.

Y habían aterrizado en algún tipo de planeta paradisiaco con sol, playas, plantas tropicales… cuando se despertó por un chasquido.

Salió bruscamente hacia la consciencia y vio de inmediato que él había dejado el improvisado destornillador que estaba usando.

Miró hacia ella mientras se ponía él mismo de pie y se estiraba como un gran gato.

—¿Quieres dar un paseo?

Parpadeó ante su voz áspera, intentando procesar la pregunta.

—¿Qué?

—Voy a salir. —Asintió hacia los barrotes de la celda para especificar qué quería decir—. ¿Quieres venir también o prefieres quedarte aquí? Pensaba que podrías empezar a tener la Fiebre de Celda.

Eso era cierto, pero todavía estaba nerviosa sobre ser una molestia.

—Quiero. Mientras pienses que estaría bien.

Su columna vertebral se endureció casi imperceptiblemente.

—Suponiendo que creas que puedo manejarlo para mantenerte a salvo durante unos minutos.

Enderezándose y frotando la cara, dijo:

—Por supuesto que puedes mantener mi seguridad. —Estaba desconcertada porque pensara que ella tenía dudas—. Quería decir, que yo fuera demasiado problema. Si no puedo seguir el ritmo de tu maratón o lo que sea.

Su expresión se aclaró y sus hombros se relajaron.

—Solo corro por las mañanas. Por la tarde, voy de caza.

Su tono no era particularmente amenazante, pero la boca de Bella se abrió con sorpresa. ¿De caza? ¿Para qué? Era como si se hubiera transformado en un poderoso animal, y pudo verle de repente desgarrando extremidades y devorando a su presa.

Como un león. Excepto que no era precisamente eso. Los leones eran demasiado coloridos y despreocupados, tumbados en la hierba la mayor parte del tiempo. Un oso estaría más cerca de capturar el estado de ánimo adecuado, pero Edward no era lo suficiente torpe para ser un oso.

Era elegante, oscuro y peligroso. Como un lobo con ojos verdes.

Pero los lobos eran animales de manada, y Edward no corría en manada.

Era un cazador solitario. Como un leopardo. Ágil, grácil y mortal, con poderes ocultos en sus extremidades.

Edward se aclaró la garganta y la miró perplejo.

Las mejillas de Bella se sonrojaron cuando se dio cuenta de que lo había estado mirando con la boca abierta, por quién sabe cuánto tiempo, tratando de encontrar al animal adecuado para compararlo.

—¿Cazar qué? —jadeó. Luego se sonrojó más ardientemente cuando escuchó el sonido aterrado y trémulo de su propia voz.

Sus finos labios se crisparon de nuevo, ese leve signo de su sentido del humor, una vez más dirigido a ella.

—Nada sangriento —dijo, como si acabara de leer su mente.

Dirigió una mirada hacia la pila de sus piezas de repuesto, y se dio cuenta que debía estar buscando algo para su dispositivo.

—Oh. —Se levantó y enderezó la camisa y cabello. Su pelo estaba enredado, y se dio cuenta que solo empeoraría a medida que pasaran los días—. Iré contigo. Gracias.

Al principio, fue agradable salir de la celda y estirar las piernas un poco. Ahora que sabía qué esperar, el Hold no se sentía tan monstruoso y cavernoso. Y, aunque se sentía pequeña y vulnerable, no se sentía amenazada por todas partes porque Edward estaba a su lado.

No estaba ciega a la forma en que los prisioneros más débiles, muchos desdentados y casi desnudos, se apartaban del camino cuando se acercaban. Tampoco se perdió la forma en que los hombres más fuertes se erizaban y le lanzaban miradas disimuladas pero no se atrevían a enfrentarlo directamente.

Edward no era un macho alfa como lo era James, que exigía sumisión descaradamente, reclamaba poder por el poder y cultivaba un séquito de lacayos y aspirantes.

Pero eso no significaba que la gente no reconociera la amenaza que implicaba.

Especialmente después de vencer a James ayer.

Se quedó tan cerca del lado de Edward como pudo, en un momento encogiéndose en él cuando un hombre con una cara macilenta y costrosa hizo un flamante manoseo hacia ella.

Edward le dio un fuerte golpe al hombre, en un movimiento que fue más eficiente que enojado, pero envió al hombre hacia atrás y a desplomarse contra la pared.

Nadie se acercó después de eso. Nadie trató de hablar con ellos. Bella hubiera preferido que los hubieran ignorado, pero obviamente eso no era lo que estaba sucediendo aquí.

Todo el mundo era consciente de ellos, y Bella se sentía dolorosamente expuesta.

Edward no le dijo nada en absoluto. No había mentido cuando dijo que iba de caza. Sus ojos nunca que quedaron quietos, buscando constantemente en las celdas, en los prisioneros, cada objeto en el Hold, mientras daban dos vueltas alrededor del perímetro.

La única distracción de la búsqueda fue cuando el vehículo blindado apareció detrás de ellos. La hubiera atropellado si Edward no hubiera tirado de ella fuera del camino.

Despreció débilmente el vehículo que descendía hacia las celdas del otro extremo.

—¿Un nuevo preso? —preguntó, sintiéndose algo enferma cuando recordó el día anterior. Había estado segura de que sería violada, torturada y asesinada.

Fue un milagro que no lo hubiera sido.

—No. Una comprobación.

Habló como si ella supiera lo que eso significaba, y Bella sintió un parpadeo de disgusto cuando tuvo que presionar para que se lo explicara.

—¿Quieres decirme sobre eso?

—Parte de las concesiones públicas de la Coalición a los planetas prisión se basan en que la salud de los prisioneros se evalúe regularmente.

Bella lo estudió de cerca, un poco sorprendida por la redacción de su respuesta y la inteligencia en su tono seco. Él había parecido tan puramente físico como una fuerza primigenia, gruñona, primitiva… no había esperado ese tono.

Sus ojos se desviaron de su mirada fija, pero no pudo distinguir si era por aburrimiento o de molestia.

—¿Es una broma?—dijo, respondiendo a lo que él había dicho—. Los humanos son tratados peor que los animales en su agujero. Me sorprende que simplemente no nos maten en lugar de mantenernos encerrados a todos aquí. Sería más barato de esa manera, y ¿quién se enteraría?

—Demasiados grupos de activistas. Alguien lo descubriría.

Pensó que probablemente tenía razón. El Consejo de la Coalición mantenía su poder en un delicado equilibrio que podría ser alterado por cualquier error político. El costo del mantenimiento de las prisiones no era nada en comparación con la posible reacción política.

—¿Dices que evalúan periódicamente nuestra salud?

—Lo hacen. Y lo justifican llevando a cada preso a un chequeo una vez al año.

Cuando él no dijo nada, solo miró lo que a Bella le pareció ser una gran garra mecanizada que se extendía desde el vehículo blindado y se abrazaba alrededor de un sucio hombre barbudo que había estado encorvándose contra una pared. Una vez que agarró al hombre, el vehículo se retiró de nuevo fuera del Hold.

—¿Quiero saber? —preguntó, una ola de terror pasando sobre ella cuando se imaginó las posibilidades del chequeo médico.

—No.

Eso fue suficiente para Bella. No continuó con el tema, y trató de no pensar en ello.

En su lugar, vio cómo Edward continuaba con su búsqueda, su poderoso cuerpo moviéndose en un elegante paseo mientras caminaba alrededor del perímetro de nuevo. Hizo todo lo posible para mantenerse a su paso.

Estaba empezando a cansarse, y su aliento salía en pequeños jadeos mientras trataba de igualar su paso sin quejarse.

—¿Encontraste lo que necesitabas? —dijo, finalmente.

—Sí. —Edward no dijo nada más que eso, pero dirigió su dirección hacia el espacio abierto en medio del Hold, donde había maltratadas sillas y mesas, algunas piezas destartaladas de equipos de gimnasia y un vertedero de basura.

Bella había notado que muchos presos tendían a mezclarse en esa zona… haciendo lo que fuera que se hacía para matar el tiempo.

Se ruborizó y contuvo la respiración cuando vio a un hombre canoso con un parche en un ojo follando a una mujer que estaba sobre sus manos y rodillas. La mujer debía tener unos sesenta años y era la mujer menos atractiva que Bella había visto jamás. Algunos prisioneros miraban el acoplamiento con un poco de aburrida diversión.

¿Qué tipo de vida debía llevar esa mujer? La idea repugnó a Bella incluso mientras intentaba olvidar esa imagen.

Edward ni siquiera les echó un vistazo, y se preguntó si siempre había sido tan insensible o si vivir en este lugar lo había hecho de esa manera.

Él se dirigió a una pequeña reunión de hombres que parecían estar haciendo apuestas sobre si una rata podía salir fuera del vertedero de basura y con qué rapidez.

Pensó por un momento que Edward iba a hablar con ellos, pero no lo hizo. Pasó golpeando a uno de ellos con su hombro.

No pudo haber sido accidental. Bella lo vio apuntar con su hombro. El hombre al que había golpeado tropezó hacia el vertedero. Él apenas se contuvo a tiempo antes de que su pie quedara atrapado en la rampa. Pero su tropiezo había asustado a la rata, que hizo una rápida retirada y desapareció.

Uno de sus compañeros no apreció este abrupto final de su apuesta. Atacó al hombre que había tropezado y le golpeó la mandíbula con un puño.

La víctima contraatacó, y la pelea llamó la atención de varios hombres cercanos, muchos de los cuales se habían estado comiendo con la mirada a Bella.

Simplemente se quedó boquiabierta con la pelea. Y boquiabierta cuando Edward la giró casualmente, y la impulsó hacia la celda con su mano en la parte baja de la espalda.

A medida que pasaban la pandilla de curiosos, casualmente se inclinó y recogió algo del suelo, depositándolo discretamente en su bolsillo.

Bella no habló hasta que regresaron a su celda y él cerró y bloqueó la puerta por detrás de ellos.

Entonces jadeó.

—¿Qué conseguiste?

Sacó un destrozado tenedor de su bolsillo y lo arrojó cerca de la pila de sus tesoros rescatados.

—¿Un tenedor?