Capítulo 5
Todavía estaba oscuro en el Hold. Luces apagadas. Un tono negro. Nunca se hacía más ligero que eso durante las impuestas horas nocturnas.
No podía ver a Edward pero podía sentirlo. Sentir cada parte de él.
Sus largos dedos abarcaban sus costillas, sosteniendo la parte inferior de su cuerpo hacia arriba fuera de la cama. Estaba arrodillado entre sus piernas, forzando sus muslos separados, abriéndola de par en par para él. Con sus pies rebotando torpemente y los músculos de su estómago tensándose, no era la más cómoda de las posiciones.
A Bella no le importó.
Se aferraba a las sábanas desgastadas por encima de su cabeza e inútilmente luchaba para liberarse de su agarre, como un torno, para poder bombear sus caderas contra el duro y rápido empuje de su pene. Su impotencia solo intensificó la frenética presión en su centro, y los gemidos que había estado haciendo antes se transformaron en pequeños sollozos de placer.
Edward emitió un sonido gutural en la oscuridad, pero no había luz suficiente para ver su expresión. La había despertado unos minutos atrás frotando su erección contra su trasero.
Después de un mes de compartir esta celda con él, su cuerpo respondía de inmediato a la silenciosa invitación.
Ahora estaba desnuda sobre su espalda, su trasero a varios centímetros del colchón, su coño mojado y dolorido por un agudo y profundo deseo por él.
—¡Oh, oh, Dios! —Su voz era estridente y sin aliento, y más fuerte de lo que había esperado. Pero la urgencia de su creciente clímax le impedía sofocar sus respuestas vocales.
Edward gruñó en respuesta, el sonido de la aceleración de su respiración cuando sus dedos se apretaron en sus costillas. Casi nunca hablaba mientras la follaba, pero para ahora, podía leer sus gruñidos como unos de aprobación.
Le gustaba cuando ella era ruidosa, cuando el placer era demasiado para que se controlara.
Bella arañó el colchón y se mordió con fuerza el labio inferior, pero no sirvió de nada. Sus gritos ahogados crecieron más fuertes, haciéndose eco en la completa oscuridad, y casi ahogando el sonido de la succión húmeda de su pene dentro de ella y el tempo agitado del sonido de palmadas de sus ingles al juntarse.
—Tan bueno. ¡Oh, joder!
Edward hizo otro gruñido áspero, ajustando su agarre sobre ella para poder empujar aún más rápido y más duro.
Estaba bañada en calor y sudor, y su ceguera en la oscuridad solo aumentaba su impotencia ante las abrumadoras sensaciones.
—Haz que me corra. —Arqueó la espalda desesperadamente en un intento de apretar su vagina contra el bombeo.
—Sí —dijo Edward, las inesperadas palabras formadas sin previo aviso, su voz baja y densa fue la cosa más erótica que había escuchado jamás—. Córrete para mí duro.
Se corrió. Duro. El clímax la atravesó con tanta fuerza que casi gritó mientras tembló y se estremecía con los espasmos.
Siguió jodiéndola a través de su coño apretado, empujando en ella con varios ásperos gemidos mientras su cuerpo se apretaba palpablemente.
—Una vez más —exigió en un tono estrangulado, manteniendo el cuerpo rígidamente en su lugar.
No sabía si era la áspera e irresistible autoridad de su voz, o la intensidad de las sensaciones carnales. Pero volvió a hacerlo otra vez, el segundo orgasmo se levantó sobre los talones del primero, haciéndola gritar aún más fuerte cuando el placer estalló una vez más.
Edward no gritó cuando llegó. Pero forzó una exclamación ahogada que reconoció como la que él hacía cuando se corría particularmente fuerte. Luego, su cuerpo se sacudió y palpitó con su clímax, y sus manos finalmente se relajaron sobre sus costillas.
—¡Callaros! —gritó alguien desde fuera de la celda. En la desorientación de la completa oscuridad, ni siquiera podía decir de qué dirección había venido el molesto grito.
Bella soltó una risita cuando Edward la liberó, y se estiró para intentar aliviar sus músculos tensos. Se había acostumbrado a la falta de intimidad mucho más rápidamente de lo que hubiera esperado. A veces golpeaba su auto-consciencia si uno de los otros presos la atrapaba en una posición singular. El otro día había estado follando a Edward mientras él estaba sentado en el borde de la cama, apoyándose en sus brazos. Ella estaba en su regazo, de espaldas a él, sus piernas dobladas junto a sus muslos, sujetándose a sí misma sobre sus rodillas y saltando sobre su pene tan frenéticamente como pudo. Había estado desnuda, sus pechos rebotando salvajemente, mientras que Edward se había mantenido perfectamente quieto. Se había corrido tres veces, montándole con un afán desvergonzado. Por alguna razón, cuando se había dado cuenta que tenían una audiencia de presos embobados, había ardido por la mortificación, aunque se había corrido una cuarta vez, sabiendo que estaba siendo observada.
Pero normalmente podía ignorar la falta de privacidad. Era increíble lo que la familiaridad podía conseguir.
Edward se derrumbó junto a ella, respirando con fuerza y estirándose a su lado. No llegó a tirar de ella contra él. No era un tipo de caricias. Pero sentía sus ojos en ella en la oscuridad.
—Supongo que estás muy orgulloso de ti mismo —dijo con una voz seca.
Él gruñó. Un sonido que entendió como acuerdo.
—Simplemente grito para alimenta tu enorme ego —mintió—. Pensé que necesitabas algún estímulo.
Él gruñó de nuevo. Este sonó divertido.
—No fue tan bueno —continuó, satisfecha con su éxito. Edward no era un hombre abierto, ni fácil, y siempre le emocionaba cuando lograba conectar con él de una forma distinta al sexo—. Pero estás haciendo buenos progresos. Mantente igual, y estoy segura de que conseguirás mejorar.
Su burla dio una reacción más dramática de la que esperaba. Edward se subió en parte encima de ella… caliente, pesado y húmedo con la transpiración. Podía sentir su cálido aliento contra su mejilla enrojecida, y aunque todavía no era capaz de ver su expresión a solo unos centímetros de ella, podía sentir su sonrisa depredadora en la oscuridad.
Él se ajustó hasta que pudo deslizar una mano hacia abajo entre sus muslos. Sus dedos exploraron su ingle, acariciando la carne hinchada y caliente, y su coño, descuidado y mojado por sus fluidos y los de ella.
—¿Es eso cierto? —dijo, la grava en su voz la hizo temblar.
—Sí. —Se tensó cuando sintió su pulgar cerca de su sensibilizado clítoris, pero logró decir con cierta ironía en su voz—. No te desanimes. Todavía estás aprendiendo.
Él bajó su rostro hasta que pudo murmurar en su oído.
—¿Ya que esto es una lección?
Luego comenzó a rozar su clítoris en círculos firmes con su pulgar.
Trató de resistirse, deseosa de mantener el control de sus reacciones, para poder mantener la mano ganadora en las burlas en su conversación.
Pero fue inútil. Su cuerpo ya estaba demasiado estimulado, y ahora estaba preparado y listo para su toque.
Le tomó menos de un minuto de su masaje para que otro clímax se enrollara y soltara dentro de ella. Mordió sobre el hombro de él para evitar ahogarse con el placer que latía a través de ella.
—Cuarenta y siete segundos —dijo él, arrastrando las palabras, acariciando su coño mientras los espasmos persistentes cedían.
—Bastardo arrogante —respondió sin ningún calor—. Ese fue uno falso.
Realmente se rio… un sonido grave y ronco que casi nunca oía en él.
Experimentó una descarga de placer ante el sonido.
Era tan difícil de entender, y no tenía ni idea de cómo se sentía por ella.
Sabía que le encantaba follarla, tenía abundantes pruebas de ello, pero eso podría ser porque era la única mujer dispuesta y disponible en sus circunstancias actuales. La follaba mucho, a veces tres o cuatro veces al día. Pero no tenían gran cosa que hacer, y al menos era una forma agradable de pasar el tiempo.
Sabía que la toleraba bastante bien. Hizo lo mejor que pudo para acomodarse a la situación, incluso cuando él estaba en silencio y de mal humor. Trató de ser útil e interesante, e hizo todo lo posible por ser una buena compañera.
Pero no sabía si realmente le gustaba a él. Si tenía sentimientos por ella más allá de la lujuria y la fácil tolerancia.
Y quería gustarle a Edward. Desesperadamente.
Tanto que se emocionaba con cualquier pequeña señal de que él podría hacerlo.
Supuso que no era del todo cuerdo. Se había aferrado a él con una necesidad antinatural, ya que no había absolutamente nadie con quién relacionarse en el infierno donde vivía. En circunstancias normales, es posible que ni siquiera le hubiera gustado y mucho menos hubiera desarrollado un apego tan fuerte a este áspero y silencioso solitario.
Pero pasaba una buena parte de sus interminables días cavilando sobre Edward, preguntándose por lo que le hacía tic-tac, diseccionando cada comentario que hacía de ella, y con la esperanza de que estuviera creciendo en él también.
A veces soñaba despierta sobre escapar de la prisión, y en esas ensoñaciones, ella y Edward siempre salían juntos.
Y permanecían juntos incluso después de haber sido liberados.
Otras veces, tenía pesadillas sobre un extraño accidente ocurrido y de Edward muerto. Su horror en esos sueños no era solamente sobre lo que podría sucederle a ella. Era también por la pérdida de Edward.
La mayor parte del tiempo trataba de no pensar en cualquiera de esas cosas. Trataba de vivir el momento, pues cualquier otra cosa era casi insoportable.
Ahora, quería darse la vuelta y acurrucarse con Edward. Quería que pusiera sus brazos alrededor de ella y la mantuviera abrazada. Aunque no haría ningún movimiento. La última cosa que quería hacer era hacer sentir incómodo a Edward sobre todo lo relacionado con el sexo.
El sexo era todo lo que tenía, y era la única cosa que podía mantenerla segura.
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Cuando las luces volvieron al Hold, Edward rodó fuera de la cama y se dirigió hacia el baño, tal y como hacía siempre. Ella permaneció bajo las mantas. Otros prisioneros a menudo paseaban por la celda de Edward a primera hora de la mañana, con la esperanza de verla aseándose o vistiéndose. A causa de esto, siempre esperaba hasta que era la hora de la comida, cuando Edward se iba para conseguir los alimentos, para limpiarse lo mejor que podía.
Solo estaba tan limpia como podía llegar a estarlo aquí, pero hizo lo que pudo… agradecida por tener al menos el uso de un lavabo.
Lavó su ropa tan a menudo como era posible, aunque había que tener cuidado, dado que ya estaban volviéndose raídas y descoloridas. A pesar de sus intentos por permanecer limpia, sabía que debía oler hacía mucho tiempo. Después de las primeras semanas, sin embargo, había dejado de molestarse por eso.
Sus propios sentidos se habían acostumbrado al olor del Hold. Tanto era así que apenas lo notaba ya, a menos que se acercara a un hombre particularmente apestoso. Edward tenía un olor característico. Uno que realmente le gustaba, ahora que ya se había hecho tan familiar para ella.
Esperaba que sintiera lo mismo sobre cómo olía ella. Tenían relaciones sexuales tan a menudo que a veces se preguntaba si la mayoría de las veces ella olía a Edward de todos modos.
Su cabello básicamente no tenía esperanza. Edward había encontrado algo que parecía un peine, y pasó horas tratando de pasarlo a través de su enredada masa de pelo. A veces se lo lavaba en el lavabo, pero no había jabón o champú. Había renunciado a la esperanza de que su cabello pareciera atractivo otra vez.
Edward se había ofrecido a afeitárselo de la manera que se afeitaba su cuero cabelludo con una cuchilla que mantenía oculta detrás del inodoro, pero Bella todavía no podía obligarse a renunciar simplemente a su cabello por completo.
Quizás más tarde llegaría a eso.
Había dejado que Edward afeitara su coño. Hacía dos semanas. Inicialmente, había sido por razones puramente prácticas, pero el acto había terminado siendo intensamente erótico. Y cuando terminó el delicado procedimiento, la obligó a abrirse íntimamente para poder darle placer con los labios, lengua y dientes.
Se había corrido tres veces, la última gritando. Solo el recuerdo de eso todavía la hacía mojarse.
Desde que Edward se iba a la hora de la comida por la mañana, Bella se levantaba para ir al baño y lavarse.
Nunca había visto en realidad la locura de la hora de la comida, ya que sucedía más allá de la visión desde la celda, y no tenía ningún deseo de hacerlo. En cambio, había cogido como rutina observar a las personas durante los tiempos de inactividad, más de lo que había hecho al principio, siempre que no hubiera hombres merodeando por los barrotes para comérsela con los ojos.
Nunca se había acostumbrado completamente a la violencia, por lo que había algunas cosas que simplemente no podía mirar, pero en ocasiones estaba lo suficientemente tranquilo como para que mirara a través de las rejas y observara la vida en el Hold.
Llegó a reconocer a ciertas personas… a pesar de que nunca supo sus nombres. Había un anciano que parecía pasar todo el día dando lentas vueltas alrededor de la prisión, apartándose fuera del camino de cualquiera que pareciera una amenaza. Debía vivir de los restos, ya que nunca participaba en la carrera hacia las comidas. Mentalmente lo bautizó como Tortoise (1). Otro tipo debía haber sido un cleptómano, ya que a menudo lo veía arrebatando cosas que pertenecían a otros, no con la fuerza bruta como lo hacían los alfas, sino con movimientos rápidos y encubiertos, como si no pudiera evitarlo. A veces, lo golpeaban, pero nunca robó nada lo suficientemente importante para que lo mataran. Lo llamó Snatcher (2).
Luego estaba Player (3). Había llegado hace poco más de una semana. Lo había notado inmediatamente porque era muy guapo. Vestía ropa cara, y caminaba con una especie de pavoneo que dejaba claro que estaba acostumbrado a obtener lo que quería.
Definitivamente era un hombre de mujeres, por eso le había llamado Player.
Había esperado que estuviera muerto antes de que terminara la primera noche, ya que su ropa era mucho mejor que la de cualquier otra persona y porque los hombres de aquí tomarían su confianza como un desafío.
Se sorprendió cuando siguió viéndolo, todavía con su ropa, nunca golpeado. Luego reclamó su propia celda, no una buena, pero mejor que nada, y nadie intentó quitársela. Estaba en buena forma, pero de una manera delgada. No era tan grande como Edward o James. No había forma de que pudiera haberse enfrentado a algunos hombres de aquí con fuerza bruta.
Se preguntó cómo estaba sobreviviendo. Su celda estaba frente a la de Edward y de ella, y nadie parecía molestarlo. No parecía haber hecho amigos o alianzas, o haberse entregado a sí mismo como amante de algún alfa que pudiera protegerlo.
Ya que tenía tanta curiosidad, a veces lo observaba cuando estaba sola en su celda, y estaba en su rango de visión.
Él era algo extraño. No tenía sentido.
Esta mañana, Player no había ido a por la comida a prisa. No lo hacía siempre, aunque claramente lograba comer lo suficiente para mantenerse saludable. Parecía más como si no se molestara. Ahora, estaba en su celda, sentado en su cama, recostado contra la pared con los ojos cerrados.
Como si la hubiera sentido mirándolo, abrió los ojos y la miró a través de la distancia.
Este hombre no era como la mayoría de los demás animales en el Hold, pero no tenía ni idea de qué o quién era.
Después de un minuto, se levantó y caminó hacia ella.
Cuando llegó a los barrotes de la celda, le dedicó una impresionante sonrisa, que literalmente hizo que su aliento se detuviera.
—Supongo que no puedes prescindir de una de esas mantas.
Se encontró descendiendo a por una automáticamente antes de que se controlara a sí misma. ¿Qué coño? El que él tuviera una buena sonrisa no significaba que perdiera su mente por él.
—No creo que a él le gustara eso.
Nunca decía el nombre de Edward donde cualquiera pudiera oírlo. Se lo había dado a ella como un gesto de buena voluntad. No se lo había dado a nadie más.
—Probablemente no. ¿Pero se enteraría siquiera? —De nuevo, el hombre era tan encantador y persuasivo que solo quería agacharse y darle lo que él quería.
—Sí. Lo haría.
—¿Qué ha hecho para merecer tal lealtad? —Esto parecía más una auténtica pregunta que una estratagema para convencerla.
Se encontró con su mirada firmemente, notando que sus ojos eran de un sorprendente verde vivo.
—¿Tú qué crees?
Él suspiró.
—La mejor celda. La mejor mujer. Podría estar celoso.
Edward le había dicho cómo había tomado esta celda del prisionero que la había tenido cuando llegó. El hombre había sido fuerte, tan fuerte que Edward había sido gravemente herido después de la pelea, pero lo había golpeado y le había quitado la llave. Moriría antes de renunciar a ella ahora.
—No me atrevería a desafiarlo, si fueras tú —dijo.
Player se rió.
—Soy demasiado inteligente para eso.
Probablemente lo era. Tal vez era así como había sobrevivido tanto tiempo, cómo lo había logrado. Algún tipo de afilada inteligencia y capacidad de persuadir a la gente para que se pusiera de su parte.
Había funcionado en ella, tan fácilmente que fue casi aterrador. Este hombre podía parecerse más a un jugador que a un guerrero, pero había algo peligroso sobre todo él.
Estaba a punto de contestar cuando Edward apareció de la nada. Lanzó un golpe hacia el otro hombre, pero Player se escabulló fuera del alcance de su puño en el momento justo.
Fue realmente rápido, eso era seguro.
—Aléjate —murmuró Edward, apuntando una mirada intimidatoria en su dirección.
El hombre retrocedió, pero le dio a Bella un descarado guiño que consiguió hacer gruñir más a Edward.
Quiso reírse. Realmente quería reírse. ¿Quién diablos era ese tipo después de todo?
—¿Qué estaba haciendo? —exigió Edward, entrando en la celda y cerrándola por detrás de él.
—Solo hablando. Creo que estaba aburrido.
—Mantente alejada de él. Hay algo incorrecto en él.
—¿Qué quieres decir? —Había detectado algo extraño, pero se preguntaba si Edward podría haberlo entendido mejor—. ¿Qué no es correcto?
—No lo sé. Sin embargo, he escuchado rumores. Nadie lo desafiará.
—¿Por qué no?
—No vale la pena mi tiempo. —Le dio a Bella una mirada significativa—. A menos que intente tomar lo que es mío.
Ella tragó, sintiéndose un poco excitada por las palabras, pero se las arregló para decir:
—Bueno, protegí tus mantas por ti, así que creo que están a salvo.
Eso le ganó casi una sonrisa.
Notas:
1: Tortuga.
2: Ladrón.
3: Jugador
