Capítulo 10


Se detuvo allí, y tanto Bella como Edward se volvieron para mirarlo sorprendidos.

Solo le tomó un segundo descubrir qué estaba pasando. Uno de ellos iba a ser tomado para el chequeo.

La idea le produjo náuseas, a pesar de no saber en qué consistía el chequeo, y de repente se aterrorizó de que el momento fuera intencionado. Que de alguna manera su plan o su dispositivo hubieran sido descubiertos.

—Es solo una coincidencia —murmuró Edward por lo bajo, obviamente leyendo su terror silencioso—. No entres en pánico.

Había una garra mecanizada en la parte delantera del vehículo, que normalmente era la forma en que recogían a los prisioneros para el chequeo, para que los guardias no tuvieran que dejar la protección del vehículo y correr el riesgo de un ataque. Pero ya que había barrotes en la parte delantera de esta celda, la garra no podía hacer su deber. Así que en su lugar, los guardias colocaron el transporte junto a las rejas hasta que la puerta del vehículo quedó alineada con la puerta de la celda.

Bastante ingenioso, en realidad. De ese modo, no existía ningún riesgo de ser atacados por los otros prisioneros.

No es que el propio Edward no fuera amenaza suficiente.

Cuando la puerta se abrió, Bella entendió que no era la única que se daba cuenta de esto. Lo primero que vio fue una pistola, una antigua arma automática que era todo lo que se usaba en el Hold, probablemente como precaución contra que los presos consiguieran algún arma más sofisticada. Entonces vio a Aro asomarse.

—Desbloquea la celda —gritó.

Ni Edward, ni Bella se movieron. Todavía estaban entrelazados bajo las mantas, y simplemente estaban mirando la llegada inesperada.

—No tengo ningún reparo en matar a uno o a ambos de vosotros—Aro no sonó malévolo o desagradable. Simplemente una cuestión de hecho.

Con una larga exhalación, Edward se sacó de los brazos de Bella y se sentó en el borde de la cama para ponerse sus pantalones. Entonces caminó para desbloquear la puerta de la celda.

Aro no era estúpido. Se inclinó hacia atrás cuando Edward se acercó, asegurándose que el arma estuviera fuera del alcance de las manos de Edward.

Pero Edward no dio batalla alguna. Ella tampoco lo había esperado.

Escapar estaba casi al alcance de la mano. No iba a joderlo ahora.

Evidentemente, era el turno de Edward para hacerle el chequeo porque estaban atando sus muñecas y pies. Y entonces, para su horror, lo amordazó.

—¿Por qué hace eso? —jadeó, sentándose y apenas recordando tirar de la sábana para ocultar sus pechos desnudos.

—Protocolo —explicó Aro tranquilamente—. Para cuando no podemos usar la garra.

—Oh.

Solo cuando estaba siendo arrastrado a la entrada del vehículo, Edward comenzó a luchar. Estaba tratando de decir algo alrededor de su mordaza, y él se sacudió y luchó contra sus limitaciones.

Aro le dio un duro golpe a su costado, provocando que Edward se doblara brevemente.

—No —gritó Bella—. No. —Estaba tan molesta que comenzó a salir de la cama, olvidando el hecho de que estaba desnuda y que el semen de Edward salía de su vagina.

Aro se volvió hacia ella. Vio que sus ojos se deslizaban hacia abajo para ver su cuerpo, y una nueva expresión apareció en su rostro.

Aunque sólo duró un momento antes de que recuperara su pasividad en los negocios.

Sin embargo, la breve llamarada de calor que vio la hizo sentirse cohibida, y tiró de una de las mantas de la cama y la levantó para proteger su cuerpo.

En ese punto, había descubierto lo que Edward estaba tratando de expresar, así que ella lo explicó:

—La llave. De esta celda. Solo hay una y la tiene él. Creo que quiere dármela. —Sus ojos se movieron hacia el resto del Hold—. De lo contrario, no tendré protección aquí.

Aro lo pensó por un minuto, pero luego debió decidir que era razonable. Fue hacia Edward y tomó la llave él mismo. Después de estudiarla durante un momento para asegurarse de que eso era todo lo que era, se la llevó de regreso a Bella.

Sus ojos sostuvieron los de ella por un largo momento.

—¿Estás bien aquí?

Fue una pregunta totalmente estúpida. Nadie podría estar bien en el Hold.

Pero entendió lo que estaba preguntándole. Sus ojos se habían desplazado hacia la gran forma medio animalística de Edward.

—Tan bien como podría esperarse. —Mantuvo sus ojos fríos, a pesar de que sospechaba que Aro estaba siendo tan amable como le era permitido.

Había impedido que fuera violada por los otros guardias ese primer día. Lo recordó.

Con un brusco asentimiento, Aro se apartó de ella y llevó a Edward con grilletes al vehículo. Bella se sintió vagamente enferma cuando las puertas de la nave se cerraron de golpe, pero se apresuró a cerrar la puerta de la celda antes de que se separara.

Aro no torturaría a Edward por diversión, y no lo mataría a menos que Edward peleara.

Debería estar bien.

Fue terrible que el chequeo sucediera justo antes de que escaparan, pero no era el fin del mundo.

Edward estaría de vuelta antes de que apagaran las luces.

Pasó el resto del día acurrucada en la cama. No iba a salir de la celda a la hora de la comida para tratar de conseguir alimentos, aunque de todos modos no tenía hambre.

Si Edward hubiera estado aquí, habría encontrado a Tortoise y le habría dado algo de comer.

Jasper se acercó, de pie fuera de los barrotes, hasta que Bella lo notó y se sentó.

—¿Necesitas algo? —preguntó Jasper, como lo había hecho la última vez. Esta vez, agregó—: Puedo conseguirte algo de comida.

Ella sacudió la cabeza.

—No tengo hambre. Pero gracias.

—¿Estarás bien aquí sola?

—Regresará antes de que se apaguen las luces.

—¿Estás segura?

Se le cortó la respiración porque era un temor que tenía ella misma.

—Por supuesto. Es un chequeo médico. Él estará de vuelta.

Jasper inclinó la cabeza, aunque no parecía convencido.

—Él va a regresar. —Lo dijo como si repitiéndolo fuera suficiente para ser cierto.

—Lo más probable es que lo haga —dijo Jasper—. Si sucede lo peor, y él no regresa, puedo ayudarte. Necesitarás a alguien.

Asintió bruscamente, sabiendo que estaba en lo cierto, sabiendo que si algo le pasaba a Edward, Jasper sería su mejor y única opción. Podría no ser tan fuerte como Edward, pero parecía que lo estaba haciendo todo bien. Todavía tenía su celda, y todo el mundo parecía evitarlo por su regalo. Él no le haría daño.

La idea de follar con él la hizo sentirse levemente enferma, no porque no fuera atractivo, o porque dudara de su virilidad, sino porque no era Edward.

Y la única forma en que estuviera en posición de joder con alguien más era si Edward había muerto.

—Te observo a veces— dijo Jasper en un tono diferente, casi reflexivo. Se puso rígida.

—No eres el único.

Jasper hizo una mueca.

—Si quisiera ver follar, podría mirar en cualquier lugar. Esa no es la razón por la que te miro.

Estaba confundida ahora y genuinamente curiosa. Parecía haber profundidades en Jasper de las que ni siquiera había arañado la superficie y dudó que jamás lo hiciera.

—Entonces, ¿por qué lo haces?

—Porque es muy fácil olvidar en este lugar lo que significa ser humano. Y puedo verlo en ti todavía. —Señaló hacia el rincón de la celda, donde había estado el dispositivo de Edward—. Y hasta él. Me mantiene cuerdo.

Bella estaba extrañamente conmovida por la admisión, por su evidente sinceridad, tan diferente del irónico carisma que parecía ser su comportamiento típico.

—Gracias —balbuceó, sin saber qué más decir.

Se había dado la vuelta para irse, obviamente viendo que la conversación había terminado, cuando lo llamó.

—Jasper.

Miró hacia atrás con una elevación de cejas.

—Mañana. Podríamos usar tu ayuda mañana.

Vio que su rostro cambiaba a medida que procesaba sus palabras, y supo que entendió lo que le estaba diciendo. Miró nuevamente al suelo de la celda donde había estado el dispositivo.

—Aquí estaré. Da la señal.

—Te lo haremos saber.

—Gracias —dijo, justo antes de irse—. Si tengo que quedarme aquí mucho más tiempo, me mataré.

Las palabras fueron ligeras, casi despreocupadas, pero Bella sospechó que eran ciertas.

El resto del día pareció prolongarse sin piedad, y su razonable calma ante la partida de Edward gradualmente se transformó en un ansioso temor.

¿Qué le estaba pasando? ¿Qué le estaban haciendo? ¿Le estaban haciendo daño? ¿Cuándo iban a traerlo de regreso?

No podía hacer un seguimiento de las horas en su mente, tan bien como lo hacía Edward, de modo que no podía predecir el momento exacto en el que las luces se apagarían como lo hacía él. Sin embargo, estaba segura de que se estaba acercando.

Iban a devolvérselo esta noche, ¿verdad?

Estaba empezando a tener pesadillas sobe ellos manteniendo a Edward durante la noche cuando una voz fuera de la celda la sobresaltó.

—Bella. ¡Permíteme entrar!

Saltó de la cama al oír la voz de Edward y tropezó para desbloquear la puerta.

Solo cuando lo dejó entrar tuvo la oportunidad de mirarlo.

Se veía terrible. No había ningún daño evidente en su cuerpo, pero estaba cojeando y encorvado. Su cara parecía tensa y agotada.

Lo agarró y lo abrazó.

—Edward, ¿estás bien?

—Sí. —Su murmullo bajo no fue convincente, y él se liberó de su abrazo.

—¿Qué te hicieron?

No respondió. Sólo sacudió la cabeza y cojeó hacia el baño. Cuando salió, se lavó las manos y la cara en el lavabo y permaneció inmóvil en medio de la celda.

—Edward, dime qué sucede —suplicó, sintiéndose impotente, asustada y abrumada.

Él se frotó la cara.

—Estoy bien. —Esta vez, parecía estar haciendo un esfuerzo por sonar convincente.

Pero Bella todavía no estaba convencida.

En lugar de exigir respuestas, sus ojos se desbordaron de simpatía.

Lo rodeó con un brazo y lo empujó hacia la cama.

No se resistió. Cuando se metió en la cama, se puso de costado, sin mirarla. Pareció cerrarse sobre sí mismo.

Ella hizo un sonido ahogado en su garganta y presionó su cuerpo contra su espalda, envolviendo sus brazos alrededor de él. Acarició su pecho, odiando lo tensos y rígidos que se sentían sus músculos.

Él había entrado completamente en modo defensa, y no tenía idea de lo que le habían hecho para que lo hiciera.

Presionando besos en su hombro y la parte posterior de su cuello, murmuró palabras tontas tranquilizadoras, rozando y acariciándole tanto como pudo. La luz se había apagado, dejándolos en la oscuridad, pero no paró de tocarlo.

No era remotamente sexual, y no iba a convertirse en eso. Pero la sensación en sus entrañas y en lo profundo de su pecho, hinchada, abrumadora, era tan fuerte como la excitación física. Se sentía tierna, protectora, casi maternal. Quería cuidarlo. Quería hacerlo sentirse mejor.

Y no tenía ni idea de cómo podía hacerlo.

Así que siguió acariciándolo y besándolo suavemente hasta que su cuerpo comenzó a relajarse por fin. Su respiración se ralentizó, pasó a ser espesa y ronca. Y, finalmente, se dio la vuelta en sus brazos para que él pudiera abrazarla tan apretada como lo estaba abrazando.

Intensamente aliviada por estas señales de que se estaba recuperando, Bella se acurrucó contra su pecho.

—¿Puedes decirme qué te hicieron? —le susurró en la oscuridad, finalmente.

Una de las manos de Edward se enredó en su pelo, sosteniendo su cabeza contra su hombro. Su otra mano, acariciando la parte baja de su espalda, y se detuvo cuando respondió.

—Ahora no. Intentaré decírtelo mañana.

No lo empujó más. Sabía que quería decir lo que había dicho. Quería decírselo, pero no estaba psicológicamente preparado para abrirse hasta ese punto todavía, no después de que sus defensas comenzaran a desmoronarse.

—Muy bien —murmuró, presionando otro beso contra su piel, saboreando la picadura salada de él. Incluso olía distinto, como si lo que le hubieran hecho hubiera afectado el aroma primario y natural de él. Odiaba el cambio y quiso que oliera a sí mismo otra vez—. Solo duerme ahora. Nos preocuparemos por todo lo demás mañana.