Lo primero que hace el cuerpo de aurores es cortar el paso de peatones desde Gringotts hasta el emporio de las lechuzas para despejarlo de aquellos curiosos que aún estaban dentro de las tiendas y se asomaban por las ventanas a ver qué ocurría.

El estrecho callejón que había entre la tienda de Madame Malkin y Flourish & botts, aquel en donde Blaise Zabini había desaparecido y Draco Malfoy había muerto, estaba delimitado por cuerdas brillantes que permitían sólo el paso del personal autorizado.

Algunos aurores hacían toda clase de hechizos para detectar magia y encontrar alguna pista, otros interrogaban a los dueños y al personal de las tiendas próximas, mientras que otros hacían control de varita conforme iban sacando una por una a las personas de los locales. Sin embargo, nadie había hallado aún algo determinante.

Draco piensa que, por suerte, se habían tomado la molestia de cubrir su cuerpo sin vida y es que verse tendido en el piso de piedra intensificaba la presión que sentía en el pecho.

—Qué alguien me ponga al tanto de la situación -exige la voz de un hombre que acababa de aparecerse. Draco se voltea al mismo tiempo que todos los aurores, y a juzgar por como lo miraban y trataban, supuso que era el jefe.

Decide acercarse, pues él también quería estar al tanto.

De entre el círculo que se había formado alrededor del hombre, una mujer de mirada severa se aclara la voz. Draco reconoce junto a ella a Neville Longbottom.

—La víctima es Draco Malfoy –responde —Fue asesinado con un Avada kedavra. El examen arrojó que fue recibido en la espalda, dejándolo sin tiempo para defenderse. El último hechizo realizado por el mago fue un tempus.

—Ya se interrogó a Madame Malkin -comenta el antiguo Gryffindor —y aclaró que Draco Malfoy estuvo en su tienda minutos antes junto a Blaise Zabini. La mujer le tomaba las medidas a Zabini ya que trabajaba en un nuevo traje para él y Draco Malfoy se entretuvo probándose unas túnicas. Estuvieron ahí alrededor de una hora.

El hombre escucha atento a sus subalternos, con la mirada fija en el plástico azul que cubría a Draco.

—Supongo que ya dieron la orden de interrogar a Blaise Zabini ¿No? -pregunta.

—Por supuesto –asiente la mujer.

—Hemos realizado hechizos de detección de magia, pero usted entiende que debido al lugar en el que estamos, la carga es muy fuerte para detectar algo. -comenta un hombre del grupo.

—El rastro de una imperdonable siempre es más fuerte. -opina.

—Pero por el momento no tenemos nada.

El jefe de los aurores asiente. Saca la varita del bolsillo de sus pantalones antes de agitarla y realizar el mismo conjuro que los aurores llevaban haciendo hace un rato.

—Seguiremos investigando el lugar -ordena —Es muy poca la información que tenemos hasta el momento, por no decir que es prácticamente nada. Continúen trabajando.

Draco suspira y se voltea. No quiere seguir observando la escena, y es que quizás cuánto tiempo le tomaría a la ineficiente policía llegar a una hipótesis.

Entonces, recuerda a sus padres, quienes en ese minuto se encontraban en casa, probablemente ajenos a lo que ocurría en ese momento.

El deseo de verlos se instala en su pecho así que cierra los ojos con la mente fija en la mansión para aparecerse ahí. Sin embargo, nada ocurre. No siente esa extraña sensación de opresión por todo el cuerpo, ni las cosquillas en el estómago cuando sus pies por fin tocan tierra o siquiera que se haya movido medio centímetros.

Suspira frustrado y parpadea molesto, pero al instante trastrabilla por la sorpresa.

Sí estaba en la mansión, en los jardines en realidad.

Confundido, vuelve a intentarlo. Cierra los ojos nuevamente, pero esta vez imagina la sala principal.

De nuevo, no siente que la aparición haya funcionado, pero cuando levanta los párpados es ahí en la sala donde está.

No había nadie alrededor. Así que camina por el largo corredor hasta la biblioteca, en donde seguramente se encontraban sus padres.

Cada paso que daba hacía que sintiese más nervioso y angustiado, como si temiera encontrarse con algo horrible. Y la panorámica con la que se topa no lo hace sentir mucho mejor.

Narcissa y Lucius estaban sentados en un largo sofá con respaldo alto, el cual tenía vista hacia los jardines durante el día y ahora que estaba oscureciendo a las luciérnagas que volaban alrededor de los claves de hadas.

Su madre tenía un libro enfrente, el que leía con una sutil sonrisa, mientras que su padre estaba inclinado sobre una edición del profeta con una pluma en la mano, resolviendo el crucigrama del día.

A Draco se le cierra la garganta, y de nuevo, sintiendo esas irresistibles ganas de llorar, se sienta en el espacio que había entre los mayores.

Ninguno de los dos percibe su presencia. Ninguno se gira, ni se mueve ni da señales de haber sentido algo extraño.

—Madre, padre –susurra, con la esperanza latente de que al menos, de alguna forma, sabrán que él está ahí, pero no hay ni siquiera un gesto de respuesta.

No llora con fuerzas sino que sus lágrimas caen silenciosas y resignadas por sus mejillas. Le hubiese gustado poder darles un último abrazo, pero ya sabe que no es posible. Estaba reducido a algo mucho menos insignificante que un fantasma, pues al menos ellos eran visibles al resto.

Así que se limita a observarlos.

Mira a su madre, hermosa como siempre, como si jamás envejeciese y a su padre, con el cabello perfectamente peinado hacia atrás y el ceño fruncido.

Un elfo viejo que estaba en la familia desde que Draco tiene memoria cruza el umbral de repente. Remueve nerviosamente las manos y carraspea para hablar.

—Un par de aurores necesitan de su presencia, amo y ama Malfoy. –su vocecita aguda recorre como un escalofrío por todo el cuerpo de Draco quien inmediatamente comprende el motivo de la visita.

Sus padres, a punto de recibir la noticia, intercambian una mirada de confusión y pasa de todo por la mente de ambos menos lo que escucharán a continuación.

Es su madre quien se dirige al elfo:

—Recíbelos y llévalos a la sala principal. Estaremos ahí en un momento. –ordena la mujer. El elfo asiente y realiza unas cuantas reverencias antes de salir disparado a cumplir la orden de su ama.

El matrimonio se incorpora alisando sus túnicas.

—¿Qué crees que quieran, Narcissa? –cuestiona el hombre, curioso, mientras atraviesan el umbral con Draco pisándole los talones.

—Espero que nada que te involucre a ti, Lucius –responde la mujer. Mantiene su semblante severo pero su tono de voz indica que lo dice en broma. Su marido no se ríe, pero rueda los ojos y continúa caminando junto a su mujer.

En efecto, en la sala había dos aurores. El jefe de la brigada que se había aparecido junto a los que investigaban la escena del crimen y la mujer que le había hecho el reporte a este mismo. En cuanto ven al matrimonio ingresar a la sala, se levantan de sus asientos, sus rostros se tornan serios y sus cuerpos rígidos. Seguramente y a pesar de la experiencia, aún no se acostumbraban a comunicarles a las personas que sus familiares han fallecido.

Se saludan brevemente y mientras toman asiento es Lucius quien hace la pregunta.

—¿A qué se debe la visita? –cuestiona. La mirada arrogante de su padre siempre había resultado un poco intimidante, quizás por eso los aurores vacilan un instante, como si pensaran en que decir primero.

—Mi nombre es Reece Lehner y soy el jefe del departamento de aurores actualmente –el matrimonio asiente y Lehner prosigue —Y traigo lamentables noticias.

—¿Cuáles? -inquiere la mujer, con un tono duro mientras intercambia una rápida mirada con su esposo. Draco imagina que sus padres deben pensar que todo se trata de una nueva investigación sobre exmortífagos, y es que su padre apretaba con demasiada fuerza la cabeza de su bastón, señal de que estaba molesto.

—Hoy a las 18:45 horas el cuerpo de su hijo Draco Malfoy fue hallado sin vida producto de una maldición asesina -el tono profesional del hombre escondía cierto lamento en su voz. —Lo sentimos demasiado. En este minuto nos encontramos haciendo de todos nuestros esfuerzos para encontrar a los culpables.

Draco se incorpora y vuelve la vista hacia sus padres. Ambos congelados, mirando atónito a los aurores.

Draco piensa que su padre se levantaría de un salto, furioso contra el auror, prometiéndole mil maldiciones si eso se trataba de una broma, mientras que su madre, igual de molesta, exigiría pruebas. Pero se equivoca. Los mayores no reaccionan, no dicen nada por lo que parecen ser minutos enteros mientras los aurores se remueven incómodos en sus asientos.

Finalmente, un sollozo de Narcissa corta el silencio pleno que se había instalado en la habitación.

—¿Qué?

—No lo repitas –advierte Lucius al auror para que no repitiese la noticia por segunda vez. Estira el brazo y envuelve la mano de su esposa con la suya. —¿Dónde fue encontrado? ¿Están seguros de que es él? -Se incorpora para dar un par de pasos hacia los aurores —No quiero que vuelvas a repetir esa mierda hasta no estar completamente seguros de que se trata de mi hijo.

—Sé que es una noticia terrible -interviene la mujer —Pero necesitamos que vengan con nosotros, por favor. Necesitamos hacerles unas preguntas que serán de mucha ayuda para la investigación. - Y luego de un suspiro, sabiendo que lo que sea que salga de su boca será menos alentador cada vez, agrega —Además, necesitamos que reconozcan el cuerpo.

Esas palabras son suficientes para que Narcissa vuelva a soltar un pequeño sollozo. Sin decir ni una palabra y con los labios fruncidos, se incorpora y sale veloz de la sala. Draco alcanza a ver claramente como las lágrimas comienzan a caer copiosamente por sus mejillas y se siente horriblemente impotente al no poder hacer nada, al no poder comunicarle de ninguna forma que, pese a todo, él se encuentra bien.

—Les pido que se retiren –ordena Lucius, con la vista en la puerta por donde había desaparecido Narcissa.

—Pero…

—En un momento nos apareceremos en el departamento de aurores, ahora necesitamos un momento a solas. –responde tajante, y a Draco se le quiebra el corazón cuando nota que a su padre se le quiebra la voz antes de terminar la oración.

La última media hora es uno de los momentos más difíciles que Draco ha atravesado alguna vez. Su muerte, para él, ya era lo de menos. Lo que realmente le dolía y lamentaba era ver como sus padres se hundían en lágrimas mientras intentaban buscar alguna explicación para que lo que escucharon fuese una maldita confusión.

Draco entonces se acerca a ambos e intenta hablar nuevamente, esperando que el fuerte deseo de poder transmitirles que estaba bien y que los amaba fuese suficiente. Sin embargo, no funciona y se da cuenta de que lo único que podía hacer era sentarse junto a ellos, aunque jamás se enterasen.