Capítulo 4. Libertad
Distrito 3 — Cortina de humo
Faye Sarraceno
Faye le dio una calada de prueba al vapeador. Salió un humo rosa con chispitas doradas. Hizo círculos de humo y las chispas estallaron en arcoiris. Funcionaba.
Miró a izquierda y derecha. No estaban sus compañeras. Se suponía que no podía probar los vapeadores de la fábrica, pero a menudo su cerebro le preguntaba: ¿qué va a pasar? Y era mucho más rápido que meterlo en el simulador de caladas. Más rápido, y más placentero.
En la fábrica no se podía fumar, cosa que era absurda, puesto que se tiraban todos los días entre vapores. Había menos sustancias adictivas en el humo residual, y por eso era más interesante probar los vapeadores que iban al Capitolio.
Aunque los capitolinos parecían cada vez menos interesados.
Faye apuntó los resultados de su prueba y se quitó el delantal mientras se dirigía hacia la salida. Era el último día de la semana, y esa noche habían llamado a todos para salir por la zona de la antigua fábrica de ordenadores. Faye recuperó sus botas de cuero caras y todas sus pulseras, sus anillos y los pendientes. Tenía tres en cada oreja. Por último, recuperó su vapeador personal. Estaba permanentemente regulado en el color de humo negro. Salió de la fábrica en un halo de humo, como si una fábrica en miniatura saliese de la fábrica a escala real.
No tardó en llegar a la zona donde ya estaban acumulándose los jóvenes. Jeff le pasó un botellín. Faye se lo metió en la boca y empinó el codo. Cuando empezó a quedarse sin aire, sacó una exhalación y se metió el vapeador en la boca.
Por fin empezó a olvidarse de las modas capitolinas a merced de las cuales se encontraba su puesto en la fábrica. La fábrica de su padre, que en paz descanse. Debería tener un puesto asegurado ahí. Volvió a beber. En el segundo sorbo, acabó con el botellín. Se acercó a Hannah y empezó una conversación sobre el novio de su amiga.
Llevaban casi dos horas cuando llegaron los Agentes. Jeff y Hannah le señalaron a un grupito de chicas al que se acercaban los dos Agentes.
—Ahí está Megaby —dijo Jeff.
—Luego se jactará de habernos comprado la fiesta —comentó Faye—, conociéndola…
—Añadirá a su reputación de zorra —intentó tranquilizarla Hannah.
Faye decidió que no le dejaría la voz cantante. No después de lo que le había hecho.
Se acercó al grupo con determinación. Megaby flirteaba con el Agente más mayor, Greg. Le iban los viejos.
—¿Qué se te ha perdido por aquí, Greg? —preguntó Faye, interrumpiendo el pestañeo de Megaby. La chica la miró con sorpresa.
—Faye, siempre es un gusto verte —comentó Greg, devorándola con los ojos de arriba a abajo.
—Ya sabes que siempre puedes venir a mirarme.
Faye hizo hincapié en el juego de palabras. Megaby entendió que había perdido la partida y levantó las manos en señal de derrota.
—Como quieras —dijo.
Greg ni siquiera la miró, y Faye le guiñó un ojo y sin tocarle se lo llevó a la zona que antes había sido el cuarto de componentes de la vieja fábrica en ruinas.
No se andaron con remilgos, aunque contrariamente a la primera vez, Faye ya se lo esperaba. Se arrodilló entre las piernas de Greg que ni siquiera se bajó el pantalón. A Greg le encantaba mirarla mientras hacían esas cosas, porque Faye le guiñaba el ojo cuando gemía.
—Si me dejas montarte igual puedo quitar algunas de tus papeletas para mañana —le dijo entonces Greg, interrumpiendo el acto.
Faye resopló. No sabía si creerle. La primera vez se había abierto de piernas porque ninguno de los demás chicos le había explicado que no hacía falta, que los Agentes se contentaban con una felación para hacer oídos sordos a las fiestas clandestinas. Faye lo había pasado mal, aunque no había sido con Greg, sino con un joven Agente que no se preocupó demasiado por su placer una vez que él acabó. Faye era plenamente consciente de las teselas que había tenido que pedir, esas que multiplicaban su nombre en la Cosecha. Esas que Megaby nunca había tenido que usar.
Faye se levantó la falda y Greg tuvo la decencia de chuparle un poco. Probablemente no podría quitarle papeletas y se había sentido culpable. Daba igual, pensó. Los demás le regalarían el resto de la bebida de la noche por haberles librado de la justicia. Megaby no se merecía ningún trato especial. Faye se lo impediría mientras pudiera.
Theodore "Teddy" Sharp
La chica le vapeó en la cara y Teddy sacudió con aspavientos el aire a su alrededor, tosiendo exageradamente.
—¿Qué haces, loca? —le gritó. Por todos los dioses, ¿quién se creía que era aquella bruja descompuesta?
Expulsaba humo negro por los poros de la piel. Así no iba a salir viva de los Juegos, eso estaba clarísimo.
—Para ahora mismo —añadió.
La chica se rio.
La mentora, a la que todos llamaban Majara, se puso en pie y empezó a trazar círculos alrededor de ellos.
—No —decía—, no.
Beetee se levantó a por ella y la sacó del vagón. La chica aprovechó para tirar otra calada de su vapeador. De todos los objetos que podía haberse llevado, escogía ese instrumento del demonio, pasado de moda incluso en el Distrito 3. Él, en cambio, tenía el cuchillo incrustado que le había llevado Mathia a la sala de las despedidas.
"No te atrevas a subir". Sus propias palabras resonaron en su cabeza. Aún sentía el miedo y el alivio. El miedo de pensar que Mathia podía cometer alguna locura imprudente. El alivio al ver que le había hecho caso y se había quedado calladito hasta que la escolta dio por finalizada la Cosecha.
La chica volvió a rodearlo de humo, esta vez con volutas en forma de círculos concéntricos. —¡Que me dejes de humear con tu aliento de paupérrima, perra estúpida! —le gritó Teddy. No estaba en la mejor posición para llamar pobre a la hija del creador de los vapeadores, pero le había puesto nervioso, y se veía a la legua que era desgraciada. De todas formas, todo el mundo sabía que desde que el padre había muerto, la fábrica ya no tenía el mismo prestigio.
Ella sólo contestó riendo, como si el ataque de ira de Teddy le hubiese resbalado en el humo de su vapeador.
Beetee volvió a entrar al vagón.
—Estaría bien que no hicieras eso, Faye. A Wiress le pone nerviosa.
La chica se encogió de hombros y fumó otra vez. Con la exhalación de humo negro, preguntó:
—¿Preferiría humo de otro color? Hay muchas variedades.
Teddy adoptó otra estrategia, y arrastró las palabras con gesto aburrido al decir:
—Por favor, ¿quién eres? ¿La vendedora oficial de los vapeadores?
Faye le miró con una expresión dolida, y Teddy supo que había dado en la herida. Bien, era importante conocer a tus adversarios.
La chica se levantó.
—Pensándolo mejor, creo que prefiero irme con la loca.
Beetee abrió la boca para decir algo pero la chica fue más rápida. La puerta del vagón se cerró de un porrazo.
Teddy conocía a Beetee porque éste conocía a su padre. Habían sido amigos en otra vida, antes de que su padre se casase con su madre, y que naciera Teddy y que muriera su madre.
—Teddy —le dijo. Le llamaba por el mote que se había inventado su padre porque sabía quién era, aunque a Teddy le gustaba pensar que le precedía su reputación—. Siento mucho todo esto.
Teddy no iba a dejarse llevar por el sentimentalismo. Como Fideo, a la que había visto enjugarse las lágrimas.
—Esta noche revisaremos las Cosechas —le decía Beetee.
Teddy cayó en la cuenta que los volvería a ver en la pantalla, a Mathia y a la flaca de Fiora, a la que llamaba Fideo falta de una manera menos agresiva de expresar sus emociones. No quería volver a verles. No quería verse a sí mismo dirigirle la palabra a Mathia, admitiendo en voz alta que el chico le importaba, por muy sabelotodo que fuera. Por muy irritantemente perfecto. Por mucho que le superase en cosas como el examen de entrada a la fábrica de explosivos, que era el más difícil de todos. No quería ver si había conseguido fingir que no le importaban las lágrimas de Fiora.
—... lleguemos al Capitolio ya os contaremos el resto. ¿Tienes alguna pregunta?
Teddy había escuchado a medias, pero ya sabía que Beetee no le enseñaría nada nuevo. La única pregunta que tenía era si habría explosivos en la arena, pero también sabía que Beetee no tenía información para responder a eso. Sin nada más que decir, se cruzó de brazos y se puso a pensar, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no dedicarle un solo pensamiento a Mathia, y aún menos a la Fideo y sus mejillas sonrosadas, llenas de lágrimas.
¿Lloraba porque Teddy había sido escogido, por él, o sólo porque era un amigo de Mathia? Muchas veces había pensado que Mathia y Fiora estaban enamorados, pero no podía evitar albergar la esperanza que esas lágrimas hubiesen sido sólo para él.
Distrito 2 — ¿Los mejores?
Jake Russel
Eran las tantas de la noche, el sol hacía mucho que había desaparecido y lo único que se colaba por las ventanas de la sala de entrenamiento era la luz tenue de una luna blanca, visible a través de la cristalera.
Pero ellos dos estaban iluminados por un foco, justo sobre sus cabezas.
Jake sostenía una espada con ambas manos. Su oponente sólo necesitaba una de ellas y le susurraba las órdenes. Como si encontrarse allí ellos dos solos fuera un secreto.
—Corrige la posición de la espalda —le iba diciendo, mientras caminaba a su alrededor—, equilibra el peso entre las dos piernas, estás cargándolo en la derecha.
Jake se miró las piernas, aunque no hacía falta para saber que Evan tenía razón. Corrigió la postura, si bien dijo:
—¿Podemos pasar a algo que no me provoque una hernia?
La espada pesaba una tonelada. Él prefería las armas que no limitaban tanto sus movimientos, como un buen machete.
—No vas a ganar los juegos sólo con un cuchillo. Tienes que considerar las armas como si fueran un amante distinto, exigente y exquisito, cada una a su modo.
—Demasiados amantes — replicó Jake y lanzó una estocada rápida contra su oponente. La dirigió al lado contrario al que Evan sostenía el arma, pero él fue capaz de bloquearla con un ágil giro de muñeca, tan sencillo como espantar una mosca. Luego le colocó la espada en la garganta. Jake sintió el filo en la nuez y se abstuvo de tragar saliva. Estaba frío al tacto. Casi le gustaba la sensación.
Jake resopló por la nariz. Evan bajó la espada frunciendo el ceño.
—Te precipitas, Jake —lo reprendió—. Siempre lo haces. Actúas primero y luego piensas. Has perdido la posición cuando te has adelantado hacia mi. El resultado: adiós pescuezo.
Jake hizo un solo asentimiento de cabeza.
—Lo pillo. Primero pensar, luego actuar.
Intentaba dar una imagen sosegada, pero estaba hirviendo por dentro. Cada vez que estaban a solas le quemaba la piel con solo mirarlo. Y se preguntaba si no lo estaría mirando en exceso.
Céntrate en la espada, en los Juegos, se dijo. Cada minuto quedaba un minuto menos para la Arena y él necesitaba dar la talla y no decepcionar a nadie de entre todas las personas que podían quedar decepcionadas si no ganaba. Incluyéndose a sí mismo.
Evan todavía estaba evaluando si él era la persona correcta para sustituirlo, si merecía el puesto (él mismo aún se preguntaba si sería la persona adecuada para el puesto). Lo observaba de arriba a abajo, desde la posición de los pies, hasta la inclinación del cuello, con la mirada entornada como la de un búho. Pero Evan nunca llegaba a los ojos. Jake sentía la necesidad de quedarse con esa imagen clavada en la mente, la de Evan tan cerca suyo que casi podía tocarlo, la de su boca entreabierta y su respiración entrecortada por el entrenamiento. Siempre se empleaba a fondo cuando entrenaba con Evan, para demostrarse a sí mismo que podía vencer al mejor (lo que no pasaba casi nunca), pero también porque le gustaba verlo así, cansado, sudoroso, dándole órdenes para que corrigiera la postura.
—Evalúa, piensa, actúa. Ese es el orden —le recordó Evan, al tiempo que giraba la cabeza ante una ráfaga de aire que entraba por una ventana abierta.
Jake aprovechó el momento de distracción de Evan para desarmarlo, golpeándole la mano que sujetaba la espada con su empuñadura. Lo había pillado con la guardia baja. Bien por él. Luego hizo algo que jamás podría hacer en los Juegos y soltó su propia arma, que apenas causó ruido al caer sobre la colchoneta. Ahora tendrían que pelear cuerpo a cuerpo, Evan Plinth y él. El contacto visual era imprescindible, algo que Evan había estado evitando hasta ahora. Sintió una descarga eléctrica cuando él levantó la mirada desde la espada caída en la colchoneta hasta sus ojos.
—Muy bien, Jake, ¿quieres pelea? Sabes que puede dolerte —le dijo.
—Estupendo —replicó Jake—. Me gusta cuando me duele.
Adoptó una posición de combate y sonrió.
Había sido una constante toda su vida, Evan Plinth, el chico que ya estaba allí cuando él entró a la Academia. Tenían casi la misma edad, no eran más que unos críos aprendiendo a sujetar las armas, pero Evan ya se comportaba como si fuera todo un hombre. Fue su amigo, una especie de mentor y… Nada más que eso. Pero a Jake le hubiera gustado. Todavía le gustaría. Sentía el ambiente cargado cada vez que estaban juntos. Sentía que saltaban chispas.
Aunque los padres de ambos se dedicaban a la minería, la familia de Evan no era como la suya. Jake había tenido una vida sencilla en la que prepararse para los Juegos era lo único que importaba. Le habían educado bien en casa: ganar los Juegos del Hambre significaba el máximo honor para un ciudadano de su distrito, era honrar a sus antepasados guerreros. Era un símbolo de agradecimiento por todo lo que el Capitolio les había dado: una vida digna, trabajo y prosperidad.
La vida de Evan, en cambio, no había sido un camino de rosas. Su familia fue muy adinerada hacía varias décadas, llegaron hasta a vivir en el Capitolio. Incluso allí había una biblioteca que llevaba su nombre. Pero algo les sucedió y tuvieron que regresar al distrito mucho más pobres de lo que se habían marchado. A su regreso, no tenían nada. Aún en esos días seguían sin tener nada, aparte de a la gente del distrito mirándoles de reojo, desconfiando de ellos, sin saber exactamente lo que les había pasado para caer en desgracia y ganarse el exilio del Capitolio. Por eso Evan trabajaba en las canteras además de entrenarse. Por eso era el más fuerte, el más ambicioso de todos ellos. Y por eso, había sido seleccionado ese año en la Academia como representante del distrito 2 en los Juegos del Hambre.
Una vuelta de tuerca del destino hizo que fuera Jake el que acudiría en su lugar. Eso, o que Evan era demasiado decente como para largarse sin más. Sería Jake el que tendría la oportunidad de vencer y ganarse la gloria, sería él quien recibiría los aplausos y los vítores cuando regresara a casa con la victoria en la mano. Sin embargo, no era tan tonto como para no saber que también podía morir allí dentro.
—Morirte no es una opción. Tienes que salir de ese estadio —dijo Evan, como si le hubiera leído la mente.
Jake se había quedado perdido en sus pensamientos el tiempo suficiente como para que Evan lo arrojara sobre la colchoneta con el mínimo esfuerzo.
¿Para asistir a tu próxima boda?, se preguntó Jake. ¿Para verte formar una familia y tener hijos? Aunque no dijo nada de eso. Se limitó a agarrar la mano que Evan le ofrecía para levantarse. No tenía derecho a decir esas cosas, ni siquiera a pensarlas. Ellos no eran nada. Nunca lo habían sido.
La cuestión fue que su amigo había tenido la poca sensatez de acostarse con una chica sin tomar las precauciones necesarias. Eso tuvo unas consecuencias nefastas: niño en camino, boda apresurada y la peor de todas: olvidarse de participar en los Juegos y ganarlos.
Ese era el sueño que habían compartido ambos desde niños: ganar los Juegos. Si había alguien que lo mereciera en el 2, ese era Evan. Jake aún no sabía cómo sentirse con todo lo que había pasado. Pero si tenía que ser sincero consigo mismo, debía admitir que había sido un golpe de buena suerte. No sólo porque tendría la opción de ir al Capitolio y vencer, sino porque Evan se quedaría en casa. A salvo. Evan viviría otro año, muchos más años y él podría ahorrase la tortura de verlo jugarse la vida en la Arena.
Jake sólo deseaba estar a la altura. Hacerlo tan bien como lo habría hecho Evan. Y también olvidarle. Necesitaba urgentemente olvidarse de Evan. Ser mejor que Evan.
Al alzar la cabeza sus miradas se encontraron y se engancharon, formando un lazo en el espacio intermedio. Evan todavía sujetaba su mano. Ese era el Juego al que jugaban a veces, cuando Evan se atrevía a sostener los ojos a la misma altura que los suyos. Era en lo único que Evan no era mejor, pues siempre los desviaba primero.
Sólo quedaban unas horas para la Cosecha, luego estaría dentro.
Sury West
—Prométeme que no te presentarás voluntaria, Sury —dijo su padre. Sentado en la mesa familiar y mirándola directamente a los ojos mientras compartían la cena.
Era la enésima vez que le pedía lo mismo esa semana. Sury tosió un poco. El agua que estaba bebiendo se le había ido por mal lugar. Se aclaró la garganta.
—Ya te he dicho que no funciona de esa manera, padre. En el distrito 2 no puedes presentarte voluntario porque te viene en gana. Hay una selección previa entre los mejores de la Academia. Los profesores se lo toman muy en serio.
Su padre había dejado de comer y se frotaba con la mano su barbilla afeitada. Seguía con los ojos clavados en los de ella. Tenía el rictus serio, la mirada arrugada y Sury juraría que le habían estado saliendo más canas en la última semana. Su cabello, antes de un rojo intenso, estaba cada vez más moteado de manchitas blancas.
—Y tú no estás entre los mejores, ¿verdad?
Sury soltó los cubiertos de golpe y resopló por la nariz. Intentando no tomarse aquellas palabras como un insulto. Ella estaba entre los mejores. No sólo eso. Era la mejor, con diferencia.
—Hija, esos modales… —le reprendió su madre.
Como tenía que hacer algo con las manos que no fuera dar un puñetazo sobre la mesa, se alisó la falda del vestido y reposó las manos allí, en su regazo. Se había puesto un vestido porque era el cumpleaños de su madre, aunque sabía que no le quedaban bien. Habían preparado una mesa elegante, con mantel y usando la vajilla que estaba menos desconchada. Su madre había conseguido un pollo para celebrarlo, e incluso habían encendido el horno.
Todo eso cambiaría el año siguiente, cuando fuera una vencedora de los Juegos. Los vencedores eran los únicos que vivían realmente bien en los distritos. Entonces celebrarían el cumpleaños en el salón de su nueva casa, con cerámica nueva y todo tipo de manjares sobre la mesa. Habría una tarta comprada en una pastelería. Y sus padres se tendrían que callar la boca porque Sury habría demostrado ser la mejor. No sólo la más fuerte, sino la mejor hija posible. Mucho mejor que si hubieran tenido un hijo que se acabara convirtiendo en Agente de la Paz. Que era lo que sus padres deseaban cuando su madre quedó encinta. Se lo había soplado su abuela hacía unos años. Aunque ella ya lo intuía. Había encontrado una tacita llena de papelitos con nombres de varones en un armario. Buscó por toda la casa otra tacita con nombres de chica, pero no encontró ninguna.
Cuando estuvo lo bastante tranquila para soltar la mentira, dijo:
—Claro que no padre. No soy la mejor ni de lejos. Hay un par de chicas que me superan tanto en fuerza como con armas. Y por supuesto, todos los chicos son mejores que yo.
—Bien —dijo su padre, aunque la miró entornando los ojos por última vez antes de seguir con la comida.
Se le quedó un sabor amargo en la boca, como si estuviera masticando ácido. No por estar mintiendo a sus padres. Sury estaba a favor de mentir si eso hacía feliz a una persona. Pero había dedicado su vida a demostrar que era mejor, más valiosa y más fuerte que cualquier varón que hubieran podido tener.
Y si no podían creerlo, tendrían que verlo.
Distrito 1 — Apodados
Esme Portman
Esme se despidió de Saf y Jem en el Edificio de Justicia y luego cogieron el tren al Capitolio. Tardaba a penas media hora: la media hora necesaria para ver el recapitulativo de las Cosechas.
Caesar Flickerman les dio la bienvenida con una peluca azul eléctrico que le sentaba mejor de lo que uno podría imaginarse.
Ese año era especial, porque se cumplían 50 años de la llegada al poder del Presidente Snow, y aquella ocasión les traería un montón de sorpresas. Esme lo había hablado con Saf y Jem, y los tres estaban de acuerdo en que quizá había algo como 50 mutos de las últimas 50 arenas, o una arena que fuese una réplica del Capitolio.
Miró a su compañero de distrito, Bright, y le preguntó qué opinaba él. El chico, que no hacía honor a su nombre, porque más que brillar apagaba las luces del compartimento con su presencia, se encogió de hombros.
Caesar lanzó en seguida las Cosechas, comentándolas en cuanto ocurrían.
Esme sonrió satisfecha al verse presentarse voluntaria. Sus piernas firmes andaban con decisión hacia la estrada, y la salvó de un salto con mucha gracia. Horas de trabajar el equilibrio que daban sus frutos. El cámara hizo zoom sobre su sonrisa de confianza, ladeada y sexy, y Caesar comentó la fineza de sus cejas y el contraste hermoso entre sus ojos azules y su pelo negro azabache.
Bright era de lejos menos grácil. Con su pelo oscuro y su cara oscura, se movía como un animal demasiado gordo para su entorno. Se recolocó la gabardina de cuero de tal modo que se le marcara el cuerpo. Le sobraban músculos, o quizá era simplemente idiota.
—Veamos qué nos depara la alianza profesional —dijo Cashmere, la mentora, frotándose las manos.
La chica del Distrito 2, Sury West, tenía también 17 años. Buena cifra. Tenía el pelo corto y rojo y la piel tostada por el sol. En seguida, Bright le otorgó el original nombre de "Zanahoria".
—Naranja y dura de roer —añadió. Esme frunció el ceño. Ella prefería fijarse en la determinación de su mirada.
El chico era rubio de ojos azules, alto y fuerte. Sonrió con calma ante la cámara al pronunciar su nombre:
—Jake Russel.
A Esme le dio mala espina. Había algo en él que no cuadraba, aunque Caesar bebía los vientos por él.
—Éste podría ser nuestra portada. Lo tiene todo, hasta la sonrisa brillante —opinó Bright.
A veces no sólo decía tonterías.
Esme le dio la razón mentalmente cuando calificó a la chica del tres, Faye Sarraceno, de paliducha tenebrosa. Había algo en su ropa negra, en sus baratijas brillantes, o quizá en su vapeador de humo negro, que le hacía parecer más un edificio destartalado que una persona. Esme pensó que moriría pronto, aunque fuese mayor.
El chico, en cambio, ni siquiera tenía la edad de su lado.
—Este rubio de ojos azules tiene menos facha que el anterior —comentó Caesar Flickerman.
Bright le bautizó Teddy Unicejo.
Lo interesante llegó con el Distrito 4. La chica que se presentó voluntaria era hermana de una anterior vencedora. Esme había visto los juegos de Pauline Dalton, la profesional que asesinó a su alianza entera la primera noche. Algunas veces en los últimos meses había considerado esa estrategia. Mejor eso que dejarse engañar.
—Dalton 2.0.
—¡No dejas pasar una! —Esme alabó a Bright irónicamente. El otro le sonrió con suficiencia.
Entonces se sobresaltaron todos al oír el grito gutural del chico del cuatro. Esme se fijó bien en él. Torkas Harald, Torkas Harald. Ése era peligroso.
—¡Oh! ¡Polla brava! —dijo Bright, siguiendo con los motes.
Esme se escandalizó:
—¿Quieres dejar de hacer eso?
—¿El qué? Es bueno para la memoria. Y seguro que es divertido decirles su mote cuando los matas.
El lado más remilgado de Esme había venido para quedarse. Podía entender motes como Zanahoria y Unicejo pero aquél era pasarse. Podía haberlo llamado Albino. Algo menos... más...
Bright se había instalado demasiado cómodamente en el sofá y estaba acercándose peligrosamente de su espacio personal. Esme se apartó de él para analizar a los tributos siguientes. Dos mequetrefes bastante inútiles en el 5. La chica tenía rasgos banales, como la piel marrón de antiguas mezclas, o el pelo largo castaño. Se llamaba Ocean Maze.
—Deberían haberla llamado cable —comentó Bright—, vaya un nombre confuso.
El chico tenía ojos bonitos y ése era el único detalle relevante.
—Nekko, pronto no serás más que eco —echó Bright con una carcajada.
Además de ser grosero, tenía la gracia en el...
Caesar siguió con las presentaciones. El distrito 6 parecía un lugar horrible. Entre las chicas salió una belleza de piel oscura y ojos tan claros que eran sorprendentes que se llamaba Nevada. Esme se dijo que la recordaría por ese contraste. Era tan guapa que no parecía tener su lugar entre los tributos. Miraba a todas partes de hito en hito mientras el escolta escogía al chico, como si estuviese esperando algo.
Cuando salió el nombre, Arthur Baker, un chico alto con pinta de matón empezó a reírse. A Esme le parecía una grosería reírse cuando no tocaba.
Cuando el chicote le dio la mano a la belleza, Nevada se puso a llorar.
Esme resopló. Menos mal que no era de un distrito tan penoso. ¡Así eran de fracasados después!
Pero se volvió a remover incómoda en su asiento. Sentía un súbito vértigo que no había sentido desde sus primeros años de seda aérea. Se obligó a respirar. Respirar y analizar. Saldría vencedora de esos juegos y conseguiría lo que ninguno de sus dos padres había conseguido hasta la fecha: recobrar la fortuna.
Bright Mackintosh
Después del bellezón del 6 salió una chica con nariz chata, piel oscura y rojiza y cara cuadrada. Tosca como un palo de madera. Además tenía una expresión congelada en la cara, como si estuviese aguantándose las ganas de cagarse en todo. Los distritos de números altos solían necesitar cagarse en todo. Alguien del público le gritó "Birch Bitch" y a Bright se le quedó. Se lo dijo en voz alta a Esme que era una princesilla remilgada y ponía cara de espanto cada vez que decía una vulgaridad.
El chico fue insustancial. Era alto, parecía algo fuerte, pero nada comparado con el chico del 4.
Bright prefería fijarse en las chicas, era el ritual que tenía en casa con Silver, que siempre les ponía motes. Seguro que lo habría hecho también de haber ido a los Juegos en su lugar. Menos mal que estaba él allí y Silver en casa. La del 8 era una flaca sexy de pelo negro rizado y corto y la cara alargada, a Silver le habría gustado. Iba vestida horrorosa, pero los estilistas cambiarían eso. Lo estropeó todo echando las lágrimas que intentaba contener mientras contestaba a las preguntas.
El chico era un crío y le dio un jamacuco cuando le seleccionaron. No sería difícil matarle. Tampoco agradable. Pero Bright estaba convencido que era mejor matarlos rápido cuando eran así de débiles.
Como no le puso mote, Esme le echó un vistazo de lado, como provocándole. A Bright le recordó a Silver.
Se defendió en seguida:
—Este es fácil, ¡es un crío! —. Y ¿por qué se defendía? Esme era una mala bicha. No era su hermano. No le debía nada, no tenía que parecer nada. Iba a matarla en una semana de todas formas.
Volvió su atención a la pantalla donde una chica curvilínea que sería más guapa si se vistiera con menos recato subía al escenario del Distrito 9.
—Esta es Puedo y No Quiero —se animó Bright, pensando en la carcajada que habría soltado Silver.
Cashmere se rio. Bright respiró. Ya estaba todo controlado.
Llamaron al chico.
Tenía cara de espanto, y miraba a otro, un guaperas que tenía a su lado. Un agente fue a separarlos. Bright ya estaba decidiendo que tenía su interés como rival cuando la escolta pidió voluntarios y el otro chico volvió a salir en pantalla.
—¡Yo! —dijo el guaperas, un chico de ojos claros y rizos negros.
La escolta no cabía en sí de gozo.
—¿Cómo te llamas? —casi le gritó a la oreja cuando el muchacho subió al escenario. El cosechado le miraba con su misma cara de espanto que no había cambiado.
—Farik Torcacuello.
—Dinos, ¿por qué te presentas voluntario? ¡Hace al menos cincuenta años que nadie se presenta voluntario en el distrito 9! ¡Qué regalo para el aniversario del presidente!
Entonces Farik miró al chico cosechado. Los dos se miraron con intensidad como si estuvieran teniendo una conversación no verbal. Bright carraspeó. Se estaba poniendo incómodo hasta él, en su sofá de cuero del tren al Capitolio. Durante un instante fugaz pensó en Atena, y en cómo le tomaba de la mano cuando nadie miraba.
Por fin, Farik respondió, con una sonrisa seductora:
—Para demostrarle a mi padre que no tiene razón, y porque me apetece.
—¿Estas contento de marcar así la historia de tu distrito?
Farik le guiñó un ojo antes de contestar, hacia la cámara:
—¡Nos vemos en la arena!
Parecía que le hablaba a los demás tributos, o al público. Bright se sintió ofendido. Ese chico tenía algo más detrás de la cabeza, algo que tenía que ver con el otro.
—Tengo curiosidad por saber cómo vas a llamar a este... —comentó Esme.
Bright decidió no mojarse.
—Ya es "el Voluntario" para todo Panem.
Esme se rió entre dientes y Birght comprendió que se había perdido algo.
Pasaron el diez sin pena ni gloria. La chica negra llevaba gafas, cosa que a Bright le parecía absurdo… pero claro, los chicos de los distritos pobres no elegían ir a los Juegos, como testimoniaba el grito que pegó Maraya Newman. El chico era otro de ojos claros y pelo oscuro, y tenía más músculos que el Voluntario. Musculitos y Gafotas. Se preguntó si, en casa, Silver no les habría puesto los mismos motes.
En el once, Bright se enderezó en su asiento. La chica parecía dispuesta a matar a todos, y había algo en sus ojos vacíos que le dio un escalofrío. Se imaginó estrangularla con sus largas trenzas.
Escogieron a otro Gafotas de chico.
—Bueno, a la chica del 10 la llamaré Gafitas, así distinguimos.
—Eres insufrible —comentó Esme. Bright se rio.
—Bueno, y apuestas a los del doce, yo digo que se van a acabar llamando Carne de Cañón uno y Carne de Cañón dos. ¿Qué opinas Esme?
Esme estaba mirando con pena a la pantalla. Habían cosechado a una niñita. Bright estaba de acuerdo, pero nunca lo diría en voz alta. Esas cosas sólo las sabía Atena, la única que conocía algo de su conciencia.
Alguien tenía que haberle ahorrado ya el sufrimiento a esa Azalea Rune. Los del doce siempre daban pena. La niña tenía 14 años y el niño 15, y los dos estaban en los huesos. Cuando llamaron al niño, éste se rió.
—Además están de la olla antes de tiempo. La gente de ese distrito debería entrenar voluntarios sólo por eso —dijo Esme.
Bright se quedó callado, no fuera a ser que se rompiese la imagen que acababa de crear. En el fondo de su corazón, asintió como en un murmullo. Menos mal que estaba aquí él y no Silver, ni Atena.
Los había abrazado en la sala de despedidas, pero por encima, diciendo simplemente "hasta luego". Sus padres se habían tomado la molestia de pasar a saludarlo, pero sin demasiada preocupación. Su madre, con su sonrisa cínica tan tétrica, le había dicho que no quería sentimentalismos. Bright no era un sentimental ni por asomo. Su padre le había dado una palmada en la espalda. Pagaba la academia y no daba su opinión, así había sido siempre.
Silver había vuelto a aparecer y Bright le había sonreído. Había ido a decir algo, pero su expresión cambió repentinamente, y le soltó:
—De verdad, Bright, tu sonrisa se parece cada vez más a la de mamá, mejor guárdatela para los demás tributos en vez de agredirme con ella.
Y se había ido. En otra ocasión, Bright le habría tumbado de un puñetazo. Pero ahora era un tributo de los Juegos y le vigilaban de cerca los Agentes de la Paz. Y Silver había sabido pegarle la cuchillada en el momento adecuado.
Respiró hondo y se levantó del sillón de cuero.
—Bueno, bienvenidos al Capitolio. ¿Lista para la orgía, Esme?
Tuvo la satisfacción de verla atragantarse con su propia saliva.
¡Este es el final de la primera parte!
Muchas gracias a Gato, a Alpha, a Dani, al Jefe y a Cath por estos últimos tributos. Os dejamos apostar por alianzas ahora que los conocéis a todos.
Para lo de adivinar quién ha escrito a quién, os voy a dar una última pista: hasta ahora nos los hemos dividido por distritos. A partir de ahora... la cosa quizá cambia. Os dejamos en ascuas hasta entonces.
Ya sabéis que nos encantan los reviews y ni siquiera hace falta que sean largos. ¡Nos vemos la semana que viene para la verdadera aventura!
Rebeca y Gui
