Capítulo 6. De dos en dos


Haciendo amigos

James Finnigan (Distrito 12)

James tenía que reconocer que la cena era maravillosa. Él se estaba poniendo morado e iba a tener la primera comida de su vida con varios platos distintos. Azalea, sin embargo, miraba la sopa de guisantes con algo más que desconfianza: la miraba como si fuera un arma de destrucción masiva, moviéndola con la cuchara y acercándosela a la nariz repetidamente.

Le dio un suave codazo a su compañera, procurando el mínimo contacto posible. Era su enésimo intento de comunicarse con ella. La chica le miró mientras juntaba sus oscuras cejas

—¿Qué estás buscando? —susurró James—. Come. Nos vendrá bien si pillamos algunos kilos.

Se metió una cucharada de sopa en la boca para dar ejemplo. Luego hizo un poco el paripé, simulando que se ahogaba, colocando las manos en su garganta con la lengua fuera.

—Está de muerte —añadió.

Tal vez no debiera bromear con esos temas. Había rumores sobre la familia de Azalea en el distrito. Algo raro le sucedió a su madre, y luego a su madrastra. Las dos terminaron muertas en circunstancias extrañas. Puede que la chica estuviera gafada. Aunque el padre de James también estaba muerto y no fue más que una explosión en la mina. Morirse era bastante fácil en el Distrito 12.

Azalea esbozó una sonrisa mínima e indescifrable, pero decidió probar la sopa, aunque sin entusiasmo. Tal vez tuviera un color demasiado fosforescente para ser guisantes, pero era comida y estaba buenísima.

A partir de ahí se hizo el silencio absoluto. Ellos comían (Azalea ingería cucharadas de sopa con sumo cuidado, saboreándola), Haymitch bebía y Effie había decidido levantarse para dar paseos de un lado a otro de la sala.

—¿Es que nadie va a hablar? —chirrió Effie por fin.

Estaba nerviosa por el hecho de que hubieran causado nula sensación en el desfile. Ya les había explicado su trauma con la asignación de distrito unas cuantas veces. Les había agarrado las manos a Azalea y a él (James tuvo que hacer un esfuerzo mayúsculo para no ser maleducado y soltarla) y había afirmado que confiaba en ellos para cambiar su suerte. Aunque se le resbalaban unos lagrimones oscuros por las mejillas, teñidos de rímel, mientras lo decía, lo que hizo que la afirmación perdiera un poco de efecto.

—Tú, deja ya el whisky y pregúntales algo —le espetó a Haymitch.

Haymitch la miró como dando a entender que ya les había dado por perdidos. Azalea no levantó la vista del cuenco de sopa. James, en cambio, había decidido que prefería morir de una indigestión a morir en la arena, así que engullía cuanto podía. Había pasado de la sopa al guiso de cordero y de ahí a la ensalada de minúsculos tomates sin ni siquiera llenarse. Iba a inclinarse sobre la mesa a por otro pedazo de ese delicioso pan con semillas cuando Effie se interpuso en su camino e hizo que Haymitch soltara el vaso de un manotazo. El whisky se derramó por el mantel anteriormente blanco inmaculado. Haymicth suspiró profundamente, recogió el vaso y lo rellenó con la botella de vino que había sobre la mesa. Ese hombre o bien tenía la paciencia de un santo, o pasaba olímpicamente de ellos. James se inclinaba hacia lo segundo.

—A ver chicos, ¿qué sabéis hacer? ¿Algún talento que no salte a la vista? —inquirió Haymitch hastiado. Parecía que necesitaba una siesta.

James intentó enumerar sus talentos mentalmente, y resultó que eran ninguno. Como esa no era una buena respuesta, dijo:

—Puedo aguantar sin comer varios días.

También podía vestirse con la ropa de sus hermanas durante años porque no había otra cosa que ponerse e ignorar las burlas de todo el distrito, pero no le pareció un tema importante que sacar a colación.

—Eso es genial —se alegró el hombre, dándole unas palmaditas en el hombro—. ¿Y tú, gominolita, sabes hacer algo aparte de comer sopa?

Azalea levantó la cabeza de su cuenco y lo miró largo y tendido. Aunque no le dijo nada. Tenía un aspecto aún más salvaje que el día de la Cosecha a pesar de que la habían arreglado y peinado para el desfile. Su piel brillaba con purpurina negra y James podría jurar que sus ojos, negros como el betún, habían ganado un par de tonos de oscuridad. La mirada que le lanzaba a Haymitch contenía tanto odio que sus iris relucían con una ligera llama rojiza.

Ese debía de ser el talento de Azalea. Hacer que la gente se cagara de miedo al mirarla. Aunque Haymitch no parecía darse por aludido, James barajaba la posibilidad de esconderse bajo la mesa.

Haymitch se atusó una melena ausente en la parte alta de su cabeza. Las manos le temblaban un poco, pero no tenía pinta de estar asustado.

—Pasemos a otro tema —dijo—. Visto que los talentos no van a salvaros la vida mucho tiempo en el estadio, ¿qué me decís de las alianzas? ¿Estáis dispuestos a hacer algún amigo mañana, cuando comiencen los entrenamientos?

Azalea habló por primera vez desde la Cosecha.

—Yo sola.

Su voz sonó fría y ronca, James supuso que por la falta de uso.

Effie, por su parte, no había vuelto a sentarse a la mesa y estaba a punto de darse cabezazos contra las paredes. Sinceramente, ¿qué esperaba de un mentor alcoholizado y dos tributos desnutridos del 12?

A Haymicth parecía importarle entre cero y nada la forma en que hicieran las cosas antes o durante los Juegos, vista su actitud de desinterés total, pero ante la mirada incisiva de Effie dijo:

—Supongo que entrenaréis separados, entonces. Dado que la gominolita se ve capacitada para hacerlo todo sola.

En ese momento la gominolita sacó algo del bolsillo de su vestido y se lo metió en la boca. James no supo lo que era. ¿Se trataría, efectivamente, de una gominola? Y en ese caso, ¿quién se la había dado? James todavía tenía hueco para comerse algún dulce. La chica era todo un misterio. Todo en ella apuntaba a que guardaba algún tipo de secreto oscuro. James pasó la mano por su cabeza pelada y tomó una decisión.

—No —se apresuró a decir, para no dar tiempo a Haymitch de cambiar otra vez de tema o que a Effie le diera una contusión cerebral—. Juntos.

De alguna manera se sentía más seguro con Azalea a su lado. Aunque pesase menos que una pulga, aunque la mirada que le estaba echando en ese momento prometiera muerte de muchas y variopintas maneras. ¿Cómo una chica tan pequeña podía dar tanto miedo? ¿O sería cosa suya y nadie más se daba cuenta?

Azalea empezó a encontrarse mal poco después. Su cara, antes de un bonito marrón claro, había empezado a adquirir un matiz verdoso y le daban arcadas.

Se fueron a la cama sin comprobar si a Effie le había dado un patatús y habían tenido que ir a recogerla en ambulancia.

No hagas enfadar a Azalea, se decía James mentalmente. Y con ese pensamiento en la cabeza se quedó dormido.


Jake Russell (Distrito 2)

Todo en el centro de entrenamiento era exactamente como le habían contado que sería. Las armas estaban nuevas, como si las hubieran traído especialmente para ellos y los pisos como si nadie antes los hubiera pisado. Había varios adultos allí para darles consejos en cada estación, y en el otro lado del gimnasio, quietos como estatuas y con la mirada asustada, estaban todos los demás tributos.

Así las cosas, no había que hablar demasiado para saber quienes estaban en la alianza profesional de ese año. Como era costumbre, los tributos del 1, del 2 y del 4 se habían juntado como por inercia. Hacían un grupito curioso, pensó Jake.

El tiempo que habían pasado juntos le había servido para darse cuenta de que Sury no iba a convertirse en su mejor amiga. La noche anterior se molestó mucho cuando le retiró la silla para que se sentase a la mesa. Jake sólo intentaba ser educado, pero Sury volvió a juntarla y a separarla ella misma. Desde entonces parecía que se la tuviera jurada. Bright, por su parte, tenía una sonrisa de chulo plantada en los labios todo el santo tiempo, lo que a Esme, su compañera en el 1, parecía darle por saco y no paraban de pincharse el uno al otro. Para ser sincero, a Jake también le entraban ganas de borrarle la sonrisa de un buen sopapo, pero sabía que tenía que aguantarse. Luego estaba Silvana, que era la hermana de una vencedora y también parecía ir de sobrada. Y por último Torkas, o Fantasma, como quería que lo llamaran, también del 4. A éste había que darle de comer a parte. Antes de entrenar se había empeñado en ir a las cocinas en busca de sangre de algún animalito para embadurnársela por la cara. Al parecer no podía vivir sin sus tatuajes de guerra. Jake había decidido que mejor no llevarle mucho la contraria, aunque le iba a costar. El entrenamiento iba a ser un ejercicio de contención constante. Lo que no le vendría mal, dada su personal tendencia a actuar antes de pensar mucho las cosas.

Había varios supervisores distribuidos por la estancia. Jake sabía que estaban allí para darles consejos en las distintas estaciones de combate y asesorarles en cuanto a plantas, la forma de mantenerse calientes en el estadio o conseguir agua. Pero también para mantenerlos a raya y que no se liara antes de tiempo. Existían ciertas normas que tenían que seguir en los entrenamientos, como no agredir a ningún otro tributo y dejarlo lisiado. Tenía su lógica. Los necesitaban enteros en la Arena y había un historial de trifulcas previas a los Juegos lo bastante grande como para que les pusieran un montón de vigilantes. Los Vigilantes de verdad, las mentes pensantes de los Juegos, se encontraban sobre ellos, en una especie de tribuna, donde comían, bebían y no les hacían ni caso.

Uno de los supervisores se presentó para seguidamente explicarles las normas de convivencia (que consistían en no matarse antes de tiempo) y aconsejarles que pasasen por tantas estaciones como fuera posible durante el entrenamiento. Jake, por descontado, iba a hacer lo que le diera la gana. Para eso llevaba años entrenando.

Los tributos se dispersaron. Brutus, su mentor, le había pedido que estuviera atento a lo que hicieran los otros. Para saber de qué pie cojean, le había dicho. Jake se sentía ansioso por agarrar alguna de sus armas preferidas y ver cómo funcionaban. Pero Brutus también le había dicho que los entrenamientos no eran una exhibición, que intentara aprender algo. Por eso se acercó a la pared de las espadas, un arma que no era de su preferencia debido a que pesaba demasiado. Agarró la que parecía más grande y mortífera por la empuñadura, tal y como Evan le había pedido que lo hiciera. Evan era el mago de las espadas. Jamás podría estar a su altura, no merecía la pena intentarlo.

Bright se decantó por una espada gemela a la que él llevaba entre manos. Cuando quisieron acercarse al lugar delimitado para la lucha de espadas, éste ya estaba ocupado por otra persona. Una chica de pelo largo y negro y piel clara. No tenía ni idea de cómo sujetar la espada y se mordía un labio del color de las cerezas mientras intentaba seguir las explicaciones que le daba el instructor. Jake no pasó por alto que el uniforme de entrenamiento le sentaba como un guante. Y no fue el único.

Bright miraba a la chica del 6 con ojos embelesados.

—Se llama Nevada —le dijo—. Me dan ganas de ir a echarle una mano.

Nevada era simplemente despampanante, parecía la princesa de un cuento. Podría iluminar la habitación entera con esos ojazos azules. Era una pena que no diera pie con bola con la espada.

—Ya, o las dos —dijo Jake—. Tú mismo.

En ese momento apareció un chico delante de ellos. Era bastante alto, no estaba desnutrido y tenía una cara intimidante, con la nariz torcida, posiblemente fruto de un puñetazo bien dado. Alargó una mano grande y curtida hacia ellos.

—Me llamo Arthur —se presentó, distrayéndoles de Nevada—. Aunque prefiero que me llamen Arth. Arth Baker.

—¿Tu eres tonto o te lo haces? —le preguntó Bright a Arth—. Regresa con la chusma de los distritos y no te vuelvas a acercar a nosotros.

Menudo gilipollas, pensó Jake, que no era partidario de ir por ahí humillando a la gente.

—Se me da muy bien hacerme el tonto —contestó Arthur —. Pero he venido para proponeros un trato.

Vaya, un valiente se había atrevido a acercárseles. Jake sospechaba que Arthur podía ser más listo de lo que parecía. Era el del Distrito 6 y había pasado por la Cosecha con cierta elegancia. Sin ataque de histeria ni gritos desesperados.

Bright entornó la mirada.

—¿Qué clase de trato, Baker? ¿No estarás pensando en unirte a nuestra alianza?

—En eso precisamente estaba pensando —dijo Arthur con total parsimonia. Tenía la voz melodiosa, como la de un cantante. Pero su gesto era serio.

No era costumbre que los profesionales se juntasen con la chusma de lo que su padre llamaba distritos menores. Pero en alguna ocasión había sido conveniente. Tal vez Arth podía aportar cosas al grupo.

Arth se presentó al resto de su grupito de profesionales con el mismo desparpajo. Las chicas lo evaluaron sin decir palabra, mientras Bright se rascaba la barbilla, maquinando algo.

—¿De verdad quieres entrenar con nosotros? —preguntó Bright.

—Por supuesto que sí —asintió Arthur.

—Entonces demuéstranos que no te importa provocar un estropicio —le ordenó Bright a Arthur—. Ve hasta el ring y pégale una buena tunda a ese mocoso del Distrito 12. Seguro que puedes con él, no parece que tenga ni media hostia.

El mocoso del 12 se llamaba James. Jake se había ocupado de apuntarlo en su libreta la noche anterior, mientras repasaba con Brutus la tanda de Cosechas de ese año. No es que se acordara de todos los nombres, pero ese lo recordaba bien por ser pequeño, y tan flaco como un espantapájaros. Por otro lado, Jake no veía la necesidad de matarlo a palos antes de tiempo. Era el típico niño que caería por su propio peso, ¿para qué asustarlo?

A Arth se le había puesto mala cara, pero tardó un instante en sonreír como si nada le apeteciera más. Jake supuso que tanto Bright como Arth estarían al tanto de que era ilegal hacer daño a otro tributo durante los entrenamientos (y a James iba a ser casi imposible no hacerle daño).

—¿Y por qué no pelea contigo, Bright? —terminó por proponer Jake—. Así las fuerzas estarían más igualadas.

Bright lo miró con desconfianza. Le había molestado que le llevara la contraria.

—Mejor que seas tú —dijo el tributo del 1—. Así de paso nos demuestras de qué pasta está hecho el suplente —añadió mirando a las chicas: Sury, su compañera de distrito, Esme también del 1 y Silvana del 4. Fantasma, como quería Torkas que lo llamaran, andaba por ahí haciendo fantasmadas.

A Sury se le iluminó la cara, como si le hiciera ilusión la perspectiva de que alguien lo dejara en ridículo. Razón de más para no rechazar la propuesta.

—Vamos Arth —le dijo al chico—. Cuanto antes empecemos antes acabamos.

Arth Baker fue un contrincante más peliagudo de lo que parecía en un principio. Jake tuvo que recordar todos los buenos consejos que le había dado Evan para tumbarlo en el suelo. Además, estaba claro que Arth había perdido la pelea porque no quería emplearse a fondo. Aun con esas, el chico tumbado en la colchoneta estaba partiéndose de la risa. Posiblemente estuviera loco, pero ¿no estaban todos un poco locos? Jake no se sentía quien para juzgarlo.

—Ha sido divertido —le dijo Arth entre dientes, como si no pudiera controlar las carcajadas. Le tendió una mano para ayudarle a incorporarse y Arth tiró de ella con tanta fuerza que acabaron los dos tirados.

—Entonces, ¿me aceptáis en el grupo? —preguntó Arthur.

Lo hizo de forma tan sencilla que a Jake también le entró la risa tonta. Iban a aceptar a un cualquiera entre los profesionales, lo veía venir. No pudo evitar preguntarse qué habría hecho Evan en ese caso. Él siempre se mostraba partidario de dar oportunidades. Esa era la razón por la que Jake estaba en los Juegos, Evan había apostado por él y había insistido a los profesores hasta hartarles.

Habría que ver cómo reaccionaba Torkas, quien se había autoproclamado el gurú del grupo, con el tema de Arthur. Según Jake, Torkas estaba como una cabra y Brigh parecía un poco inestable, sobre todo cuando estaba con Esme: no hacían más que salirle estupideces por la boca. Esme era demasiado estirada, Silvana un peligro con el arco en la mano (la había sorprendido apuntándolos de forma inconsciente, cuando creía que no la miraban). Y en cuanto a Sury, por alguna razón ella lo odiaba.

Jake no quería amigos en los Juegos, pero no le vendría mal un compañero. Alguien que le cubriera las espaldas, ya que estaba claro que Sury no iba a hacerlo y del resto… bueno, no tenía claro de quién podía fiarse.


Midiendo fuerzas

Silvana Dalton (Distrito 4)

Después de comer, Silvana hizo como que practicaba el tiro con arco mientras analizaba a esos a los que tendría el placer de matar. Se había posicionado de tal manera que no viese a Torkas, que se hacía tatuajes ensimismado en el puesto de camuflaje. Por suerte no había sangre en la sala de entrenamientos. La había pedido, pero le habían dicho que ya tendría sangre en la arena.

En los décimo-octavos Juegos del Hambre, un tributo se había dedicado a beber sangre humana cuando mataba a sus presas. Le habían matado mientras estaba distraído con un cadáver.

Silvana tenía otras cosas en las que pensar. La suerte estaría de su lado. Les echó un vistazo a los niños del año. Los dos del 12 miraban las plantas. El chico intentaba hacer participar a la chica, que se limitaba a asentir o negar con la cabeza sin decir una sola palabra. Silvana se preguntó si gritaría cuando la aprisionase entre sus piernas y la cortase en trocitos.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Imaginarse asesinando tributos la llenaba de impaciencia.

—Dalton 2.0 —escuchó a su espalda. Si no se equivocaba, esa voz y ese mote pertenecían al chico del Distrito 1. Bright—. Vamos a tener que elegir cuál de los dos se queda con el arco si sólo hay uno en la arena.

Se puso a su lado y la imitó en sus gestos. Había escogido una versión más grande del arco de Silvana y tensaba sus músculos de más sólo para enseñarlos.

Silvana disparó la flecha y dio en el blanco. Bright hizo lo mismo en su propia diana.

Al menos no ha intentado partir mi flecha con la suya, pensó ella. Silvana sentía que Bright quería pavonearse, coquetear, y no había nada que odiase más.

—En la arena de los sexagésimo-segundos Juegos no había un solo arco pero la tributo del 4 se fabricó uno con las entrañas del chico del 10.

Silvana estaba acostumbrada a que la gente reaccionase mal a sus comentarios sobre los Juegos, pero Bright sonrió.

—Por suerte no fue con las entrañas del tributo del 1.

Decidió que prefería cuando la gente empalidecía.

Entonces llegó la chica del Distrito 1, Esme. Silvana la había visto por última vez andando por la cuerda floja del centro de entrenamiento como si fuese suelo plano. Le recordaba las advertencias de su madre: te falta equilibrio. Te falta dedicación. Te falta peso.

—Dice Torkas que reunión de alianza.

Silvana frunció el ceño. Qué poco había tardado ese bruto en imponerse en la alianza profesional, cuando ni siquiera se había formado. A los demás parecía darles igual el espectáculo que había montado en el desfile. Se dijo que prefería seguirle a liderar una alianza, el azar hacía bien las cosas. Pauline había confirmado sus sospechas: será difícil que te acepten como líder siendo mi hermana, le había dicho. Mejor síguele la corriente a otro.

Los seis tributos profesionales se reunieron en mitad de la sala de entrenamiento. Silvana necesitaba moverse. Coger una red y estrangular algo. Al chico del 6 que se acercaba, por ejemplo.

—Silvana.

La aludida miró a su compañero de distrito con sentimiento de culpa. Torkas acababa de llamarle la atención. Bright la miró con una sonrisilla de suficiencia en los labios. Silvana se dio cuenta de que se estaba inclinando ante Torkas, delante de la alianza profesional al completo, y no pudo evitar poner cara avinagrada. Bright se rio definitivamente. Silvana sabía que era un libro abierto en esas ocasiones, y no había nada que odiase más.

Te falta entereza.

Intentó calmarse. Quería ensartarle los dos ojos a ese chalado albino. Nunca antes había oído hablar de su tribu absurda. No sabía que había gente en el distrito que seguía otras leyes. Le odiaba por ello. Quizá le decorase con su propia sangre una vez lo hubiese abierto en canal.

—Bien —retomó Torkas, cuando tuvo la atención del grupo entero—. Tú —señaló a Jake, el chico del 2— serás la fuerza bruta. Si alguien se nos acerca le haces una llave.

No se había tomado la molestia de aprenderse los nombres de los tributos, ni siquiera los de la alianza. Silvana se los sabía todos desde que había visto la recopilación de las Cosechas, y los había repasado en el desfile.

—¿Cuál era la de los cuchillos? —preguntó Torkas, imperturbable a la rabia de Silvana.

Esme levantó la mano con desgana.

—Perfecto, serás de media distancia. Y tú con tu lanza —le dijo a la chica del 2, Sury. Después se giró hacia Bright y Silvana, que estaban al lado el uno del otro—. Vosotros seréis los del arco, largo alcance. No me voy a aprender los nombres, seguiréis mis órdenes o moriréis en el intento. He matado a 400 personas, sé de lo que hablo.

Silvana no se podía creer que el Capitolio tolerase ese tipo de tribu asesina. No tenía sentido. Era como ser doblemente profesional en los Juegos. De hecho, dudaba que Torkas hubiese matado a tanta gente. Quizá no sabía contar.

—¿Quién es este? —quiso saber Torkas, refiriéndose al chico del 6, Arthur, que se les había acoplado desde primera hora de la mañana, cuando se enfrentó con Jake antes de que los vigilantes se hubiesen despertado — Silvana no se explicaba por qué no les habían parado.

Alguien favorable le había dado el chivatazo de la supuesta reunión. Torkas le apuntaba con una de las hachas que se había agenciado y ahora eran como sus segundas manos.

—Me llamo Arth, Arth Baker. Me encanta la decoración que te has hecho en la cara, pareces…

—¿Un monstruo? —se adelantó Torkas—. Porque eso es precisamente lo que pretendía. Ser el monstruo de las pesadillas de todos vosotros.

—Desde luego a mí me tienes acojonado —aseguró Arth.

Torkas parecía extrañamente complacido. Silvana se lo apuntó. El tal Arth tenía don de gentes, algo de lo que ella carecía. O tal vez era que Torkas estaba pensando en cómo le quedaría su sangre embadurnada por el cuerpo.

—Bien, ¿qué sabes hacer? —le preguntó, manteniendo su postura de jefe, como les había preguntado a todos a la hora de la comida.

Arth sacó músculo con un brazo. No estaba mal, pero tampoco era impresionante.

—Soy bastante fuerte —dijo—. Bastante más fuerte de lo que parece. En mi trabajo tengo que levantar sacos y sacos de harina.

—Se piensa que le van a colocar los sacos de harina en la arena —apuntó Bright—. Pero es como una lapa. No se separa de nosotros desde primera hora.

Torkas volvió a apuntar al del 6 con su hacha.

—Deforme —Torkas se sonrió a sí mismo ante el apelativo que le había puesto. Silvana supuso que lo llamaba así por la nariz torcida. Ya se estaba cansando de escuchar a Torkas, pero bueno, la flecha en el ojo le dejaría sin habla—. Tú serás nuestro espía. Trabaja con fuerza bruta mientras duran los entrenamientos. En la arena te usaremos de avanzadilla, así nos servirás de escudo.

Arth Baker se encogió de hombros en un movimiento que ni decía que sí, ni que no, ni todo lo contrario. Silvana ya especulaba con el método que utilizaría con Arthur. No tenía que limitarse al arco, también podía ponerse un poco creativa. Además, era guapete. Matar a un chico guapo tenía que ser doblemente interesante.

Torkas seguía hablando igual que si le hubieran dado cuerda.

—Ahora váis a evaluar a los demás. Fuerza bruta, tú analiza a los chicos fuertes. Cuchillos, te tocan las chicas de pelo largo. Lanza, fíjate en los altos. Largo alcance, vosotros dos mediréis a los pequeñajos —. Silvana se acordó de los niños del 12. También había echado el ojo al chico del 8. Tenía que admitir que la idea no era mala. Si tenían que matar a dianas pequeñas y rápidas era mejor saberlo de antemano—. Yo me ocupo de la chica negra.

Silvana miró a su alrededor. Si no recordaba mal, había más de una chica negra. Pero Torkas se dirigió hacia la flaca y alta. Silvana había soñado con ella la noche anterior. La chica peligrosa.

Afena.


Afena (Distrito 11)

El chico blanco se le acercaba con paso decidido. Por supuesto, había llamado la atención del chico más fuerte. Era evidente que se había dado cuenta de que era la elegida.

No recordaba su nombre, pero se había fijado en él. Tenía miedo de tocarle. Estaba segura de que si le ponía la mano encima se quemaría con tanta blancura. Como mínimo le contagiaría su enfermedad. No había mucha gente de piel clara en el distrito, y Afena los llamaba paliduchos, como el otro tributo, Cress. Pero nunca antes había visto a alguien como aquél muchacho, que se había ganado a pulso la apelación de chico blanco. Hasta sus pestañas eran blancas, y no rubias, blancas. El chico del 2 era rubio, pero no el del 4.

Cuando llegó a su lado cogió una espada del centro de entrenamiento y la alzó ante ella. Afena observó las armas que la rodeaban. No había nada interesante. Se hizo con un puñal y un escudo de última moda capitolina, con reflejos de colores en el esmalte. Inclinó la cabeza a un lado y le alzó las cejas como invitación a atacar.

El chico empezó con un ataque directo que Afena paró sin esfuerzo. Le iba a meter su puñal por un hueco en su defensa cuando uno de los vigilantes de la sala vino a separarlos.

—¡Las peleas entre tributos no están permitidas! —dijo el vigilante, que tendría a lo sumo veinte años.

Afena se preguntó si el Jefe habría sido así con veinte años. Respetuoso de las reglas, sermoneando a la gente cuando hacía algo que no estaba previsto. Afena lo conocía desde hacía tiempo ya, cuando murió todo el mundo, o la abandonaron, y él la recogió. Afena recordaba a su tercer hermano, el que se había pasado la vida hablando de los Juegos antes de morir asaltado en la calle justo cuando se suponía que se presentaría voluntario. Le recordaba fanfarroneando, pero también gimoteando, lloriqueando contra la tripita de su hermana mientras exhalaba. No habría tenido madera de voluntario, Afena siempre supo que el destino se lo había quitado de en medio para que no la avergonzase. Después de aquello, sin embargo, Afena no recordaba gran cosa. Sus padres quizá habían dejado de estar, o quizá siguiesen estando. Había buscado comida en las basuras, y el Jefe la había encontrado en esas. Le había pedido un recado algo absurdo, pero siguió pidiéndole recados, arreglándoselas para que volviese a la hora de comer o por la noche y para darle a cambio comida o una cama.

Había sido muy bueno con ella, quizá demasiado. Quizá por eso había querido cobrarse su propia recompensa, sin preguntarle primero.

Lo peor, pensó Afena, es que quizá si lo hubiese pedido…

El joven vigilante la soltó de su abrazo en el lado opuesto de la sala. La había arrastrado sin miramientos lo más lejos posible del chico blanco. Otro vigilante se había puesto en el lugar de Afena y le había propuesto al chico blanco que entrenase con él.

Pero el chico blanco seguía mirándola. Sus ojos rojos eran como destellos de avaricia en mitad del hielo. Afena le sostuvo la mirada y fue el chico blanco quien acabó apartándola.

Afena alzó las cejas, poco impresionada. Esa pelea quedaba pendiente, pero le parecía bien aplazarla.

Había una chica morenita, con los ojos muy juntos, que estaba echando la mano al puesto de nudos. Resultó que llevaba un rato mirando a Afena, porque le dijo:

—Sois como el yin y el yang.

Afena no sabía lo que era eso.

—Es un símbolo antiguo, un lado es bueno pero tiene maldad, es el lado blanco. El otro lado es malo, pero tiene bondad, es el lado negro. Aunque creo que la buena con maldad eres tú.

—No sé hacer ese nudo. Enséñame. Soy la elegida.

La chica asintió, como si hubiese comprendido algo que Afena no hubiese dicho.

—Yo analizo así a los perros. Es muy eficaz. Algunos te hacen caso nada más nacer, y cuando menos te lo esperas hacen algo inesperado. Min me arrancó piel de un mordisco cuando no le di su ración a la hora habitual. Por supuesto que le regañé —aseguró mientras le tendía a Afena una cuerda y deshacía su nudo para volver a empezar—, y no lo volvió a hacer, pero pensé que todos los buenos tienen algo de maldad en ellos. Los perros malos son más fáciles de gestionar. Siempre estás esperando a que te la jueguen y el día que no lo hacen es un día feliz. Aunque yo creo que Kanch no les dará un día feliz a mis padres ni a mis hermanas el día que lo sacrifiquen. Si es que no lo han hecho ya. Tres días quizá sean demasiados para ellos. Las niñas son unas desagradecidas.

Afena escuchaba a medias mientras intentaba imitar los gestos de la chica. Se dio cuenta un poco tarde que tenía un 8 estampado en su traje de entrenamiento. Así podría recordarla mejor. A Afena se le daban mal los nombres y los números, pero algo había que llamar a la gente. También la recordaría por los perros. Los perros habían acompañado a Afena en su búsqueda por las basuras, y les tenía cierto cariño.

Siguieron haciendo nudos un buen rato, hasta que Afena supo recordarlos por su cuenta y asociarlos a un uso específico. La chica se levantó atusándose la ropa, aunque no estaba arrugada. Quizá era la costumbre.

—Bueno, yo me voy a ir al puesto de plantas. ¿Cómo te llamabas? Yo soy Bernese.

—Afena.

—Encantada de conocerte.

—Recuerda que soy la elegida.

—Lo recordaré —añadió Bernese, con una sonrisa sincera en los labios.

Entonces sonó una voz grave, tan grave que a Afena le sorprendió que saliese de la boca de una chica.

—Once, Ocho, soy Siete, no hace falta que recordéis mi nombre. He estado tanteando el terreno por aquí y me parecéis un buen objetivo. ¿Os hace una salidita nocturna? Nueve allí presente está reclutando a los del 10.

Mientras hablaba, Afena había estado observándola. Tenía la piel suave y color avellana y el pelo largo, negro y liso. Y ahí se acababa todo lo bonito. Su voz era rasposa y tenía la mandíbula cuadrada. Le daba mala espina, como los amigos de su hermano, los que después le asaltaron en la calle por querer presentarse a los Juegos.

Estaba señalando al tributo del Distrito 9, el voluntario, un chico demasiado risueño para ser sincero. Afena sabía leer a la gente. Se había pasado la vida haciéndole los recados al Jefe y tratando con una gran cantidad de personas en el distrito más poblado de Panem. No por nada era la elegida.

La chica siguió hablando.

—Me ha dicho que la azotea del edificio de entrenamiento está abierta. Todo es cuestión de encontrar alcohol, y a juzgar por algunos mentores —miró significativamente a Afena—, seguro que no nos cuesta encontrarlo.

Por supuesto se refería a Chaff, pero Chaff tenía prohibida la ingesta de alcohol hasta nuevo aviso. Afena pensaba esconderle las botellas que encontrase, no proporcionárselas a otros.

Aunque quizá podría dejarlos fuera de combate.

Que se alcoholizasen, Afena tenía muy claras las consecuencias de la ingesta de ese brebaje del demonio. No llevaban ni un día de entrenamiento. Ser la elegida no le impedía ayudar al destino.

—Dejaré las botellas delante del ascensor a la hora del recapitulativo de los Juegos. Cómo las cojas no es problema mío —anunció entonces, interrumpiendo a Bernese que iba a hablar.

La chica del 7 asintió una vez, mirando a Afena con intensidad pese a que era más baja.

—Yo subiré —susurró Bernese entonces, ignorando la batalla de iris que tenía lugar.

Distraída, Afena miró de nuevo a la chica del 8. Estaba sonriendo, como si le hubiesen hecho un regalo.


Eventos Sociales

Willow Birch Clearwater (Distrito 7)

Todo esto podía salir muy bien o extremadamente mal, pero como había dicho Nueve: ¿qué nos van a hacer, matarnos?

Probablemente Johanna tendría algo que añadir. En dos días, Willow había entendido que sabía demasiado poco de los Juegos, o de Panem, que todo esto le venía más grande aún de lo que pensaba. Pero prefería saberlo después, y no antes. Seguía pensando que tenía suerte de tener a Johanna Mason de mentora, pero ya no quería llevarse bien con ella.

Willow bajó la vista de nuevo a sus manos. Mientras todos cenaban, ella estaba usando el cuchillo de mesa para tallar un trozo de tabla de madera que había arrancado de su cama y convertirlo en una herramienta rudimentaria. Algo que le ayudase frente a lo que se proponía.

Joey estaba en el otro extremo de la mesa, con escolta y mentor flanqueándolo. Willow se había dado cuenta de que había oído hablar de ella, o mejor dicho, de Palojo. Era cierto que Willow le había sacado un ojo al muchacho, y con algo aún más rudimentario que la herramienta que se estaba fabricando, pero no era como para necesitar guardaespaldas. En un contexto de los Juegos del Hambre, se suponía que lo mataría en la arena si no lo hacía otro.

Willow tanteó a ciegas el objeto y decidió que estaba listo, aunque si no tenía cuidado se clavaría una astilla. Se lo metió en el bolsillo y se levantó.

—Me voy a mear.

Salió de la sala justo a tiempo: al cerrar la puerta escuchó que se encendía la televisión. Era ahora o nunca.

El pasillo del ascensor estaba milagrosamente vacío. Willow corrió a apretar el botón. Le sudaban las manos pensando que alguien llegaría antes de que el ascensor bajara. Se le aceleró el corazón. Intentó respirar calmadamente, mirando de izquierda a derecha.

Parece mentira que esté más nerviosa por esto que por la cosecha, pensó.

Por fin se abrieron las puertas del ascensor, y ante ella vio no una sino cuatro botellas de alcohol blanco. Ahogó un grito. ¿Cómo? Once se había sobrepasado. Quizá no era tan mala gente como pretendía.

Willow cogió las botellas, las escondió en su cuarto, y volvió a la sala donde todos miraban la emisión, comentando las habilidades de cada tributo junto con Caesar Flickerman.

Dos horas después, cuando todos se hubieron ido (Joey a la cama, Johanna a saber a dónde, Blight a encontrar droga seguro), Willow cargó con las botellas y llamó al ascensor, más tranquila.

Subió y apretó el botón 12.

Pero el ascensor se paró un piso después, y subieron a él los dos tributos del 8.

—¿Trabajas de niñera? —le preguntó Willow a la chica, señalando con el mentón al crío.

Ella se encogió de hombros.

—Cuántos más, mejor es la fiesta, o eso decimos en mi distrito.

Willow dudaba que el chiquillo fuese capaz de soportar el alcohol.

Cuando llegaron al piso 12 les esperaba Nueve, con su sonrisa radiante de chico seductor.

—Por esa puerta. Maraya ya ha subido.

Willow supuso que aquella era Diez, la chica negra que llevaba anteojos.

—¿Esperamos a alguien más? —preguntó Nueve.

—Once nos ha pasado el alcohol, pero no parecía por la labor. Si no has reclutado a nadie más…

—No tuve ocasión de hablarle al chico alto del 6, porque se ha pasado el día con los pros. La chica del 3 parecía mínimamente interesada. Los del 5 se alejaron cuando hablé de ilegalidades.

—Pues a menos que nos hayas traído a la remilgadita pro, o al Fantasma bebe sangre, estamos todos.

—Ni de broma.

—Así me gusta.

Y subieron, siguiendo a los demás, a la azotea del edificio.

Les acogieron las nubes grises, iluminadas por las luces del Capitolio.

—Es la primera vez que veo algo así —dijo el niño del 8.

—Disfrútalo Nick —le sonrió su compañera.

También les acogió Diez (¿María? Willow no se acordaba), saliendo de entre las sombras. Se veía a penas el brillo del metal de sus anteojos. Hasta que sonrió, y una hilera de dientes los saludó.

—Encantada de conoceros —anunció, cruzándose de brazos—, esta vez de verdad.

Vaya grupito habían reunido. Y les sobraba alcohol.

—¡A ver esas botellitas! —dijo Nueve, frotándose las manos.

Willow las posó en el suelo, o mejor dicho, en el techo, y dio dos pasos atrás, como para hacer de ellas el centro de atención del grupo al completo.

—Hagamos un juego —propuso entonces Ocho, la chica—, y así nos conoceremos mejor. El juego consiste en presentarnos a nosotros y recordar a los demás, y luego se va complicando. Primero yo digo mi nombre y distrito, y luego llamo a otro, que dice mi nombre y distrito y su nombre y distrito. Si alguien se equivoca, bebe.

—Pues vamos a abrir la primera botella —dijo Willow, que sabía de antemano que no se acordaría de los nombres.

—Bien, sentémonos, y empezaré —dijo Ocho. Los demás hicieron un corro alrededor de las botellas—. Yo soy Bernese y soy del Distrito 8. Ahora sigue tú —dijo señalando a Nueve.

—Yo soy Farik, y soy del Distrito 9.

—¡Bebe! —exclamó Bernese, tapándose la boca para no reírse—. ¡Tienes que repetir lo que he dicho yo! Ahora el siguiente tiene que presentarnos a mí y a ti antes de presentarse a él.

—Ella es Bernese y es del Distrito 8 —dijo Diez, demostrando que lo había entendido—. Él es Farik y es del Distrito 9. Yo soy Maraya y soy del Distrito 10.

Miró al niño, que estaba ilusionado. Willow, obviamente, tenía que ser la última.

—Ella es Bernese y es del Distrito 8, él es Farik y es del Distrito 9, ella es Maraya y es del Distrito 10. Yo soy Nick y soy del Distrito 8.

Llegó el apocalipsis… pensó Willow.

—Bien. Ella es… Bernés, y es del Distrito 8. Él es Faruk y es del Distrito 9. Ella es María y es del Distrito 10. Yo soy Willow y soy del Distrito 7. ¿Cuántos nombres he fallado?

El niño se echó a reír.

—¡Todos! ¡Y me has olvidado!

—¿Cuántos tragos son esos?

Por lo menos, el juego de Ocho rompía el hielo. Hicieron varias rondas y a cada una se añadía una dificultad. Había que fingir que aquello era una fiesta y que cada uno había traído un plato, luego había que encadenar nombres, y Willow era la que más bebía, seguida de cerca por Farik.

—¡Tengo otra idea! Juguemos a "Si viviera en el Capitolio" —propuso Bernese.

Había que decir locuras, y si alguien lo consideraba horroroso, tenía que beber.

—Si viviera en el capitolio, me pondría injertos de bigote de gato en el mostacho —fue una de las propuestas de Willow. Todos bebieron, así que se sintió satisfecha.

Pero Maraya, que empezaba a estar bien borracha (se acababan de terminar la tercera botella), soltó de repente:

—Si viviera en el capitolio, me reiría de los niños que mueren en los Juegos.

Provocó un silencio incómodo. Y en medio del silencio, otra persona salió de entre las sombras.

—Me preguntaba cuándo tocaríais el temita sensible.

—¡Khalida! ¿Qué haces aquí? —preguntó Farik. Debía de ser su compañera de distrito.

—¿Qué hacéis vosotros aquí? No debería estar permitido. Van a venir Agentes de la Paz y os van a cortar las manos, a ver si así sobrevivís en la arena para hacer realidad vuestros sueños.

—No seas aguafiestas, Nueve —intervino Willow. Se levantó y le pasó un brazo por detrás de los hombros—. Ven, coge un traguito y en seguida te olvidarás del miedo a la muerte. ¡Sólo se vive una vez!

Willow se impresionaba a sí misma, diciendo cosas que no pensaba. Le puso la botella en la mano, pero la chica no la agarró.

—Venga, seguro que te apetece. Es inofensivo.

La chica la miró y Willow le guiñó un ojo. No, si iba a ligar y todo.

—Ahora vamos a hablar de con cuál de los tributos del año nos casaríamos, con cuál tendríamos sexo y a cuál besaríamos. Tú estás en mis tres, ¿te interesa saber en cuál?

La chica desvió la mirada, pero cogió la botella. Willow sonrió.

—¡Tú y la chica del 5!

Al escuchar su risa, Willow se dijo que realmente estaba muy borracha. Mañana va a ser una fiesta…


Estrategias de resaca

Farik Torcacuello (Distrito 9)

Farik era una máquina usando la guadaña.

Tal vez esto fuera una exageración provocada por la resaca.

A Farik se le daba bien fingir que era una máquina usando la guadaña. Había desarrollado una inquietante aptitud para el escaqueo en su trabajo en el distrito. Necesitaba fingir que trabajaba duro en los campos de cereales para que su capataz no estuviera dándole la murga con los objetivos de cosecha del día, por lo que Farik hacía que se movía cuando no se estaba moviendo y su capataz, un hombre tan perezoso como casi todos los hombres, se conformaba con atisbar desde lejos y no iba a comprobar lo que hacía en realidad. La cuestión era que lo tuviera siempre a la vista, pero desde la distancia. Si el capataz iba al cuadrante norte de los campos, allí estaba Farik, si iba al sur, Farik lo daba todo en ese área. Era un trabajo que requería dedicación, delicadeza y estar muy atento. Algunas veces correr de un lado a otro a través de los matorrales que delimitaban los campos cargando con el pesado instrumento y la mayoría fingir una fatiga extrema al final de la jornada. El resultado era que se ganaba el diploma de mejor empleado del mes uno sí y otro no, casi sin mover un dedo. Aquello era un arte.

Después de tanto andar con la herramienta de acá para allá, Farik sí que había desarrollado cierta destreza con la guadaña, al menos para transportarla. El segundo día de entrenamiento vio una guadaña colocada cuidadosamente en la pared de las armas. Era mucho más bonita que las que usaban en el 9, con el mango labrado como si en lugar de ser un instrumento de campo fuera un arma de guerra y la cuchilla formando un arco más redondeado de lo normal.

Le apetecía exhibirse un poco, hacer unas poses con ella, igual que hacía en los campos cuando sabía que Kanan estaba mirando y se sacaba la camiseta, se limpiaba el sudor de la frente con la prenda y se aseguraba de que el sol incidiera en sus músculos desde el ángulo correcto. Le gustaba provocar a Kanan con esa clase de juegos. Eran momentos para ellos que solían terminar con los dos revolcándose detrás de un arbusto.

Tuvo que sacudirse los pensamientos de Kanan. Lo había abofeteado con fuerza en la mejilla antes de marcharse de la sala de visitas del palacio de justicia, llamándolo cabrón mentiroso y sin decir una palabra más. ¿Pero qué esperaba? ¿Que se quedará cruzado de brazos mientras se lo llevaban los agentes camino del Capitolio? Él mismo había dicho que se presentaría en su lugar si se diera el caso, había dicho….

—Farik Torcacuello, baja de donde estés subido. El mundo real te requiere.

Era Joey, un chico del Distrito 7, que le había parecido cerrado como un cajón al que hubieran echado la llave cuando lo había conocido el día anterior. Willow le había dicho que se uniría a los profesionales antes que pasar rato con ella, así que no había sido invitado a la salida nocturna. Farik había insistido hasta la saciedad para que le hablara después de verlo hacer un juego de manos con una baraja de cartas en la hora de la comida. No tenía muy claro qué hacía una baraja de cartas en la sala de entrenamientos. Era difícil de usar como arma asesina, aunque seguro que alguno de los profesionales conocía la manera de rebanarte el pescuezo con ellas. La cosa es que Joey las manejaba como si en lugar de dos manos tuviera catorce. Además era fuerte y con la típica pinta de chico rudo del Distrito 7, la barba incipiente y el pelo castaño oscuro le hacían resaltar sus bonitos ojos azules. Si no hubiera estado completamente colado por Kanan se habría fijado en él.

El que estaba al lado de Joey era Teddy. Un mandón de tres al cuarto, sobre todo porque venía del Distrito 3 y que curiosamente era el más pequeño del trío que habían formado. Fue Teddy quien los reclutó esa mañana y, después de presentarse, como quien no quiere la cosa, comenzó a darles órdenes.

—Farik, sube la cuerda, necesito saber qué tal va la fuerza en tus brazos.

—Joey, ve a lanzar cuchillos y no muevas el culo de allí hasta que le aciertes al centro de la diana.

—Los dos, id a aprender un poco sobre plantas, necesitamos conocer todo lo que haya comestible en el estadio.

Quizá si los sentidos de Farik no hubiesen estado embotados las cosas habrían sido distintas. Hacía más de cuatro horas que se había levantado, pero el más mínimo ruido seguía pareciéndole exageradamente molesto. Seguirle el rollo a Teddy casi era un alivio que le permitía no pensar.

Farik no sabía si eso significaba que había hecho amigos, algo que parecía imposible en su propio distrito. No podía negarle a Teddy las dotes de mando y a él le daba un poco lo mismo estar haciendo una cosa que otra. También prefería estar acompañado antes que solo, pasara lo que pasase en la arena, ese gimnasio ya le resultaba territorio Comanche. No sabía qué pensaría Joey de todo esto, pues parecía que las órdenes de Teddy a él le entraban por un oído y le salían por el contrario y hacía lo que le daba la gana. Pero a ojos de los demás ellos estaban juntos. Se habían sentado juntos en la hora de la comida y habían susurrado acerca de sus habilidades.

—Cosas que explotan —había mencionado Teddy. Se le había iluminado la cara con sus propias palabras y había un destello en sus ojos azules al explicarles el trabajo que hacía en la fábrica.

Farik había tomado nota mental de no estar cerca de Teddy si encontraba materiales susceptibles de explotar en el estadio. O por el contrario, estar a su lado. Todavía no sabía si aquello era una alianza.

Joey, para variar, se quedó callado como una tumba a la hora de mencionar sus destrezas. Daba igual. Todos lo habían visto hacer trucos de manos y la anchura de sus hombros dejaba claro que no se trataba de un enclenque cualquiera. Y en cuanto a él, bueno, estaba a punto dar una exhibición con el uso de la guadaña cuando le habían interrumpido, pero sobre todo era guapo. O al menos eso le decía Kanan, quien seguramente no fuera nada objetivo al respecto. ¿Debería de haberlo mencionado?

Farik se olvidó del asunto y prestó atención a sus nuevos colegas con una sonrisa en los labios.

—Siempre dispuesto cuando se me requiere —dijo lo mismo que le habría dicho a su capataz cuando intentaba hacerle la rosca.

—Eso espero —replicó Teddy—. Ha llegado el momento de hablar sobre estrategias.

—¿Estrategias? —inquirió Farik. Joey hizo como que miraba para otro lado.

—Es lo que haces cuando no eres tan gilipollas como para no tener planes —contestó Teddy—. Sirven para que las cosas no te pillen desprevenido.

—Vaya, ¿quién iba a imaginárselo?

Joey le echó una mirada que contenía una silenciosa risa mientras Teddy fruncía el ceño.

Idiota presuntuoso, pensó Farik. Pero le siguió el juego. Tal vez fuera contraproducente compartir sus habilidades con otros para ganar algo de ventaja en la arena, pero estar más solo que la una también lo era y te llevaba a pensar en exceso. Farik no quería sumirse en la desesperación antes de tiempo. Sus mentores eran tan viejos que en cualquier momento podían palmarla, temía que no iba a planear muchas estrategias con ellos.

Farik se acordó de Khalida, su compañera de distrito. La buscó por la sala con la mirada. Por alguna razón se sentía responsable de ella por ser de casa, aunque no le hubiese avisado de la fiesta nocturna. Sin embargo, parecía que podía apañárselas bien sola. Estaba de cháchara con Willow, la compañera de Joey, quien le mostraba cómo usar unos raros instrumentos de madera.

—Perfecto, estrategias —dijo—. ¿Quién empieza?

Como si Teddy les fuera a permitir aportar algo.


¿Os estáis divirtiendo? Si es así dejádnoslo saber en un hermoso review. Los reviews son como los regalos de los patrocinadores que llegan desde el aire en la arena.

Sentiros verdaderos capitolinos apoyando en la encuesta a vuestros tributos favoritos.

Nos vemos la semana que viene con más y mejor.

Rebeca y Gui