Capítulo 10. Derrumbe.


La alianza profesional

Silvana Dalton, Distrito 4

Esme le estaba lanzando cuchillos a Bright con la clara intención de matarlo. Silvana había estado haciendo algo, algo que le procuraba placer, pero se le había escapado de las manos como un peso muerto.

Se acordó de aquella noche calurosa, sudando sobre el sofá, en la que el televisor había cobrado vida. La casa estaba en silencio, porque su madre dormía y su padre estaba fuera, pescando, o algo así. Cualquier excusa era buena para no ver a su hija mayor en los Juegos. Caesar Flickerman, con voz de dormido, comentaba a toda velocidad las imágenes de la noche. Pauline Dalton, la profesional del Distrito 4, una de las más jóvenes, con sólo dieciséis años, estaba matando a su alianza al completo, y solo era la primera noche.

Silvana había mirado las imágenes, fascinada. Se había puesto en la piel de Pauline y la había visto matarlos a todos, uno tras otro, con la satisfacción instalándose en su interior.

—¡Sí! —había exclamado, en voz alta, cuando el último tributo murió, el profesional del 2 que había luchado hasta su último aliento, aún en sueños.

Silvana había venido a los Juegos buscando esa emoción. Y la había encontrado, cuando el chico del 11, Cress, se topó en su camino.

—¿A dónde vas, pequeñín?

Su pelo rizado le hacía parecer más joven de lo que era. Él había intentado distraerla. Pero ella sabía lo que sentiría a continuación, cuando le hundiese alguna de las armas que había recogido de entre las rosas en alguna parte blanda de su carne. Por eso se tomó su tiempo. Le dejó creer que escaparía. Le puso no una, sino dos zancadillas. Le dio una bofetada cuando seguía agitándose. Optó por el mazo, porque quería saber cómo sonaba un cráneo roto desde tan cerca. Le asestó un golpetazo que le hizo temblar los brazos. Echó la cabeza hacia atrás para disfrutar más.

Pero entonces, a menos de diez metros, Esme le había lanzado los cuchillos a Bright, y una nueva emoción había teñido de negro su recuerdo placentero.

Su corazón latía más deprisa que nunca. Tenía como náuseas. Se había levantado sin darse cuenta, y su cuerpo se había movido solo hasta Esme, que se limpiaba la sangre en la pernera de su traje.

¿Qué había hecho con Cress? Silvana recordaba la satisfacción del golpe, pero ¿acaso lo había vivido, o no era más que un sueño? Ahora pesaba más su corazón, galopando desbocado en el centro de su pecho.

Esme la miraba, inmóvil. Se llevó la mano al arco. Su arco. ¿Se lo iba a dar? ¿Era Esme como Pauline? Desde luego se movía tan bien como su hermana, o mejor. Y Silvana, a su lado, era una profesional de pacotilla. Quince añitos de nada. ¿A quién se le ocurría?

El rugido de Torkas sobresaltó a Silvana. Tan agresivo, tan lleno de odio, como la primera vez que lo había oído, manchando su gloria de blanco. Se olvidó de Esme y miró al jardín de rosas. Su compañero de distrito se estaba abalanzando sobre Sury, hacha en alto. La iba a partir en dos.

Detrás de Silvana, Esme pegó un berrido de frustración y salió corriendo hacia la calle que tenía detrás. Torkas volvió a rugir, embistiendo a Jake. Silvana se despertó del letargo. Torkas era un mal bicho. Si la alianza se hacía añicos, que sirviera para algo.

Echó a correr hacia ellos, rasgando su traje en el proceso, y se tiró sobre los pies de Torkas, sin pensar. Él no iba a ganar. Él no sería Dalton 2.0. Esa era ella. Y pensaba demostrarlo con creces.

Sury luchaba contra Jake y Silvana tuvo que enfrentarse a Torkas. Esquivarle, más bien. Tan de cerca no tenía perspectiva, pero Esme se había llevado el único arco. Empezó a recitar como un motto las palabras de los que la habían hecho llegar hasta allí. Las risas de Pauline, segura de ella. La voz de su madre: "tienes energía para parar un tren".

Tenía todas las de ganar. Torkas era ridículo, con su mísero 8 de puntuación. Por fin, pensó que conseguiría darle, pero sintió el peso de su hacha hundírsele en el hombro. Vio las estrellas.

De alguna manera había acabado en el suelo, y la voz de Sury le obligaba a levantarse y correr, levantarse y correr. No entendía qué había pasado. Sólo recordó a Esme huyendo con su arco. Huye tú también, se dijo, o quizá era Sury. Huye tú también y ya la matarás cuando te la encuentres.

Jake Russel, Distrito 2

Su primera muerte fue un zas de un cuchillo en la garganta, tan simple como rebanar mantequilla. Zas, y Khalida estaba muerta.

Las muertes te acaban pesando.

Eso le había dicho Brutus. Su mentor. Quien se cambió el nombre tras ganar sus juegos por uno más en consonancia. Brutus era como su nombre artístico, en realidad se llamaba Bryan y fue el cuarto hijo de una familia de canteranos, flaco y poco coordinado, hasta que comenzó a entrenarse.

Jake todavía llevaba una sartén en la mano. No sabía qué le había llevado a cogerla. Puede que la idea de dejar a los tributos inconscientes antes de matarlos le pareciera bien. Para que no sintieran la muerte. O al menos no la sintieran tanto. Recordó una conversación con Evan sobre si se podían ganar los Juegos del Hambre decentemente, matando bien y rápido. Evan pensaba que siempre se podían hacer las cosas bien. Jake opinaba que no era tan fácil. No obstante ahí estaba, sartén en mano. Se sentía un poco idiota, pero no tenía intención de soltarla.

El traje ya lo tenía salpicado de sangre. Había comenzado el trabajo con éxito y, si no se equivocaba, había provocado la primera muerte de los Juegos, el primer cañonazo. Eso siempre daba puntos extra. Khalida yacía boca abajo, sobre el charco de su propia sangre. Se alegró de no verle la cara y buscó a su alianza. En la que se había desatado el caos. Esme le había lanzado un cuchillo a Bright, que le había dado en el cuello. No podía decir que lamentara su muerte, pero eso les dejaba con un efectivo menos, y uno de peso. Se suponía que los profesionales se apoyaban en el baño de sangre, se suponía que iban a trabajar en equipo. Por otro lado, Fantasma se había vuelto completamente loco, sus rugidos hacían eco en los edificios colindantes, lo que te podía hacer creer que se trataba de un ejército entero en lugar de un sólo hombre. Si es que se le podía llamar hombre a semejante criatura.

Jake intentó hacer lo que debería haber hecho desde el principio. Convertirse en líder de la alianza.

—Fantasma, baja el hacha —le gritó al ver que se enfrentaba a Sury.

Fantasma le hizo caso omiso. Más bien se tiró contra él. Jake descubrió que ya era demasiado tarde para intentar ser líder de nada. Esquivó a la mole albina a la vez que Silvana se abalanzaba sobre ella.

Sury le tiró un tributo encima, como si intentara desembarazarse de él.

—Remátalo —le dijo.

Era Farik, del 9, que lo miró con sus bonitos ojos angustiados. Parecía que Sury lo estuviera poniendo a prueba. Eso le molestaba. Esa sensación constante de no ser él quien debería estar allí. Sin embargo….

Las muertes te acaban pesando.

¿Qué era esa pesadilla en la que se había convertido la arena? Jake le colocó el cuchillo en la garganta a Farik. Dos pescuezos en una mañana. Las muertes te acaban pesando. Iba a hacer la idiotez del milenio y dejarlo marchar.

Lo empujó hacia delante. El chico trastabilló sobre el suelo y se lo quedó mirando.

—Corre —le dijo Jake—. Hazlo rápido y escóndete bien porque la próxima vez…

—Me matarás —terminó Farik, quien hizo una reverencia de cabeza como dando las gracias y salió pitando.

¿Había algo más que pudiera torcerse ese día? A Jake le temblaba la mano que llevaba el cuchillo. ¿Por qué demonios lo había dejado marchar? ¿Quién lo había visto además de Sury? Farik era un chico guapo pero no significaba para él más que cualquier otro crío de distrito, no más que cualquier otro tributo de la arena. Uno más de los que debían morir para que él no lo hiciera.

Estuvo rápido esquivando la jabalina que le lanzó Sury, quien se había hecho con todas las armas de mango largo que había en la Cornucopia y las tenía amontonadas a su lado, pero no pudo evitar que le rasgara la carne del hombro.

—¿Por qué me atacas? —le chilló—. Estábamos juntos en esto.

La herida picaba y estaba sangrando de forma considerable, pero no iba a morirse por eso. Le había pasado rozando.

—Tu y yo no estamos juntos en nada —contestó Sury de vuelta y le lanzó otra arma. Jake tuvo que irse al suelo para esquivarla. ¿Qué le pasaba a esa chica? Espera… No solo a ella se le había ido la pinza. Al principio no se lo podía creer, pero Fantasma estaba atacando a su propia alianza. Movía sus hachas con movimientos rítmicos y rápidos e iba directo hacia Silvana. Es la única cuerda de tu alianza, pensó Jake. Ve a salvarla. Aunque recordó que venía de una familia de traidores y empezó a tener dudas.

Los tributos de los distritos menores huían en estampida. Habían caído algunos, otros cargaban con suministros, algunas armas, nada significativo. La Cornucopia podía ser de la Alianza profesional, si es que quedaba algo de ella cuando el estallido de Fantasma acabara.

Jake trató de pensar con claridad, de visualizar lo que Evan haría si estuviera en esa arena, en ese baño de sangre.

A la mierda con Evan, pensó al fin. Era él quien estaba en la arena. Él quien moriría en esa arena si no actuaba rápido. No tenía que hacer las cosas como las habría hecho Evan, tenía que ser mejor que él, más listo que él.

Agarró un par de mochilas, recuperó varios cuchillos del suelo y la lanza de Sury y huyó por una de las calles que llevaban a ninguna parte.


Instinto de supervivencia

Nekko Lucistar, Distrito 5

A Nekko el gong no lo pilló desprevenido. Sabía lo que quería y sabía cómo iba a hacerlo. Había varias espadas en la Cornucopia. Lo ideal sería hacerse con un par de ellas, por si perdía una. Colocaría la otra a su espalda con una de las cuerdas que había visto en el suelo. Buscaría a Ocean, la salvaría de cualquier monstruo que pretendiera atacarla y saldrían de allí los dos juntos.

En la cabeza de Nekko, Ocean y él debían de permanecer juntos. Eran un equipo. Eran de casa. Ya resolverían el peliagudo tema de que sólo uno pudiera permanecer vivo. Nekko había subido el listón del optimismo y se los imaginaba a ambos coronados por el presidente, ovacionados en el distrito a su regreso. Sabía bien que aquello no era posible, pero, ¿a qué se dedicaban los héroes más que a hacer posible lo imposible? Se había metido muy en su papel los últimos días. Se sentía preparado para enfrentarse a cualquier criatura que se le pusiera por delante.

Entonces la vio, y fue como si se abriera el cielo con una luz resplandeciente y aparecieran unos querubines con trompetas para anunciarlo. Salió disparado hacia una de las espadas de la Cornucopia. No una espada cualquiera. Era la más bonita, la más grande y Nekko supuso que la más letal de todas ellas. Era una espada especial colocada especialmente para él, por eso estaba encerrada en una jaula de rosales enredados entre sí, por eso sería difícil de conseguir. Nekko no estaba hecho para las cosas fáciles. A él le gustaban las gestas, los grandes retos.

Nada más entrar en el jardín descubrió que el traje que les habían puesto no era especialmente resistente. Las espinas rasgaban la tela y arañaban la piel, aunque no era nada que no pudiera soportar. Siguió adelante, abriéndose camino con las manos hacia la parte más densa, en la que estaba su espada. Si se le pasó por la cabeza que aquello podía convertirse en una trampa, decidió ignorarlo. Quería esa espada e iba a tenerla. La espada de un héroe. La espada con la que ganaría los Juegos. Luego se encargaría de encontrar la otra, dos siempre es mejor que una, pero lo primero era lo primero.

Con esa determinación recogió un arma del suelo, una navaja pequeña y negra, un utensilio que podría esconder en un puño. Él sólo lo quería para rasgar las zarzas y conseguir la espada, luego se desharía de esa arma tan nimia e insustancial. La espada gritaba su nombre, le pedía que fuera a buscarla. Cuanto más la miraba más sentía que le estaba llamando.

Tuvo que esquivar la escaramuza que se había montado entre los profesionales. Resultaba que uno había muerto. Una pena, le hubiera gustado matarlos a todos con su espada mágica. A esas alturas, a los treinta segundos de sonar el gong, ya le había puesto nombre. La llamaría Gloriosa y pasaría a la historia igual que Excalibur, que Ascalon, que Durendal y que Cortana.

La visión se le emborronó a su alrededor de lo concentrado que estaba en su objetivo. Pisó charcos de sangre y casi tropieza con un rosal delicado y pequeño que por alguna razón aún no estaba aplastado. Todos los demás tributos estaban dedicados a huir o a matarse entre ellos. Él se sentía protegido, las armas que le lanzaban se torcían hacia un lado, los tributos que se le acercaban retrocedían en su camino. Llegó hasta su espada. Hasta Gloriosa. Empezó a apartar las ramas de espinas con la pequeña hoja que había conseguido. Puede que sangrara de un muslo, puede que alguien le hubiera acertado en esa parte del cuerpo. No le importaba. Seguramente Gloriosa también tuviera poderes sanadores. Seguramente ella le salvaría. Sólo tenía que liberarla. Otro pinchazo en hombro. Esta vez se molestó en sacar un dardo de esa zona. Ya no sabía si lo estaban atacando. Creía escuchar su nombre a gritos, gritos muy reales, no como la llamada de su espada. El cielo se había cerrado y estaba neblinoso, como si fuera a llover. Pero estaba tan cerca de conseguir a Gloriosa que no podía importarle menos. Iba a agarrarla, cuando alguien se la arrebató.

—No —quería gritar. Sin embargo el hilo de voz de su garganta no se parecía en nada a un grito—. No. No, no —cada vez más débil.

Fue como si le quitaran de las manos su dulce favorito, igual que si alguien le robara su regalo de cumpleaños. A Nekko se le humedecieron los ojos. Se le escapó el aire de los pulmones, como si se hubieran vaciado de golpe. Notaba la humedad en el traje, a la altura del estómago. Se puso las manos allí y fue como meterlas bajo el agua. Todo él estaba bajo el agua. Entonces levantó la vista.

Puede que Ocean lo odiara, después de todo.

Faye Sarraceno, Distrito 3

Faye había visto morir a su padre, y con él, su éxito con los vapeadores. Atesoraba la imagen como algo excepcional, incluso mágico. Sí, le había quitado las ganas de ser alegre, había perdido una parte esencial de sí misma, pero al menos lo había vivido. La vida se le había escapado del cuerpo por la boca, y lo primero que le murió fueron las puntas de los dedos.

En medio del baño de sangre, en cambio, parecía que la muerte era omnipresente. No había lágrimas silenciosas, no había respeto, faltaba el espacio del duelo.

Faye sentía las emociones en la garganta. Se suponía que ya se había resignado a morir pero por alguna razón su cuerpo evitaba los golpes.

Se había cruzado con Joey, el amigo de Teddy, y él había pretendido darle un puñetazo. En vez de dejarse, Faye se había tirado a las rosas y había hecho algo. Algo que había implicado que Joey acabase con arañazos de rosas donde antes no había tenido.

Quizá había sacado fuerzas de ese extraño suelo hecho de tierra y piedra que era capaz de sostener en pie las rosas asesinas. Faye se había puesto en pie inmediatamente, y había corrido más mal que bien hacia la niña del 12, aovillada en el suelo. Por ahí no había profesionales, y había cuchillos.

Fue a coger el más visible pero la mano de la niña se metió entre sus piernas y lo agarró. Faye la miró horrorizada: tenía ojos de asesina. Los mismos que tenían los profesionales. Trastabilló y se pinchó el culo con las rosas. Reprimió un sollozo y se alejó de allí, sin mirar a dónde iba.

Craso error.

Un tremendo dolor le atenazó el brazo. Se agarró con la mano, comprobando que estaba sangrando. Al alzar la vista se encontró con los ojos inyectados en sangre del loco del Distrito 4. No podía quedarse a ver cómo la sangraba para cambiarse de look. Se levantó de nuevo. No había cogido nada más que un trozo de plástico duro. No había comida a su alrededor. Tal vez tenía que huir. Probablemente fuese su mejor opción.

Buscó un camino hacia una de las calles. En aquella, lejana, estaba Teddy, corriendo a esconderse, mirando hacia atrás, gritando algo. Podría ir con él. Parecía saber lo que hacía. Entre Faye y la calle estaban los tributos del 5. La chica le clavó la espada al chico, la espada que él iba a coger, y él le vomitó sus entrañas encima. El estómago de Faye dio un vuelco. Esto no podía estar pasando. No podía ser que el país organizase concienzudamente semejante horror. Faye no podía dejar de mirar al chico del 5, cayendo en su propio vómito de sangre, mientras andaba despacio hacia atrás.

Se chocó contra la espalda de alguien y rebotó. Lo primero que pensó fue que ese cuerpo parecía un muro de huesos. Al reconocer a la chica del 11, se echó a llorar.

Le dolía el brazo. Le dolía la mente.

—Perdón, perdón —empezó a murmurar.

La chica se alzó sobre ella cuan grande era. Faye se tiró al suelo. Quiso gatear, pero el brazo herido era inservible. Intentó apoyar su peso sobre él, de veras que lo intentó, pero le dolía hasta el hombro, cuando la herida sólo estaba en el antebrazo. ¿Por qué le dolía algo que no estaba?

La chica tenía una espada. Le dio en el costado y Faye se revolcó, gritando, pinchándose con las rosas. Megaby tenía un parterre de rosas en su jardín. Jugaban en él, con vestiditos de niñas ricas, arrancando pétalos rojos. Seguro que a las flores les dolía tanto como una espada en las entrañas.

—Per...dón —sollozó, con el aliento entrecortado.

Se miró la tripa. Parecía carne, como la que preparaba la cocinera de Megaby. Faye y Megaby eran de las pocas niñas del distrito que podían permitirse una cocinera, por lo menos hasta que Megaby fue la única.

Había un pétalo de flor rojo en su brazo cetrino. Megaby lo recogió y con él le acarició la punta de la nariz.

—Eres mi mejor amiga de todas.

Siempre hablaba con palabras de más.

Había un pétalo de flor rojo en su brazo cetrino. Faye lo vio.


Cadáveres

Afena, Distrito 11

La arena era una réplica diminuta del capitolio, y había doce calles que salían de la plaza central. La Avenida del Corso llevaba a la mansión del presidente. Estaba allí para presenciar el alzamiento de la elegida.

No había viento, pero Afena estaba acostumbrada al calor. Al poner el pie en el suelo, notó la tierra sobre el suelo duro. Las flores de la Cornucopia se alzaban como centinelas. Lo primero era ser metódico. Un arma, algo de comer, agua, y cuantas más muertes mejor. O eso decía su hermano.

A partir de aquí, Afena sólo se tenía a sí misma. No podía contar con Chaff, y lo sabía. Le había visto demasiadas veces hecho un deshecho en su casa vacía, no lo suficientemente lúcido como para darse cuenta de que Afena se escondía allí del Jefe.

El Jefe estaba en todos sus pensamientos. Él le había proporcionado el último eslabón de su entrenamiento. Muchos de los tributos de allí tenían su corpulencia, pero Afena estaba preparada.

Corrió hacia la Cornucopia, como casi todos los tributos. Sus primeros enemigos fueron los centinelas, esas rosas que parecían tener objetivos. Afena se deslizó entre ellas como se había deslizado entre campos de zarzas, recogiendo moras para los capitolinos. Aquí había un cuchillo, allá una espada. No encontró hoz, que habría sido eficaz contra las rosas. Aunque a juzgar por lo que veía del chico blanco, cortar las rosas no tenía el efecto deseado.

Afena reconoció a la chica alcohólica cuando pasó corriendo por su lado robando una mochila verde. También vio a Cress en manos de una profesional y le deseó que volviese en paz hacia el distrito. Ya iban por el tercer cañonazo. Afena juzgaba que ya había recogido todo lo necesario. Ahora se enfrentaría a su primera víctima.

Frente a ella estaba Bernese, la chica del 8 con la que había hablado una vez. Al verla, la chica cejó en su empeño de recuperar una mochila enredada en las ramas y echó a correr.

Los tributos no iban a venir a Afena, Afena tendría que ir hacia los tributos.

Ya había elegido su objetivo, el niño del 12 que cargaba con su compañera, cuando otro tributo se chocó con ella.

Era la chica del humo.

Al verla, se echó a llorar, pero no huyó. La única batalla que presentó fue mental. Intentó escaparse con todas sus fuerzas, pero a Afena le daba igual. Le clavó la espada hasta que sonó el cañonazo y se quedó inmóvil. Bien.

Siguiente.

No quedaba mucha gente. Había cuerpos sin vida, Afena contó seis. El chico blanco se erguía en mitad del jardín.

—¡Fantasma! —le llamó.

—La elegida —se acercó él. Tenían una batalla pendiente. Él con su hacha y ella con su espada.

Giraron alrededor el uno del otro, con el presidente como único testigo. Quien ganase se quedaría con el botín de muertos y de flores. Quedaba comida al fondo de esa construcción, y quedaban armas. Alguien tendría que defenderlo. Afena sabía que estaba allí para ella.

Levantó la espada, y el chico blanco hizo girar su hacha en la mano.

Y entraron al baile.

El chico se basaba en su fuerza, en sus rugidos, pero Afena no estaba intimidada. Ella era la elegida. Él no era más que un obstáculo en su camino.

Cuanto más luchaba, espada contra hacha, como si fuese fácil, más admiraba Afena el tesón del muchacho. Le había oído hablar de tribus, de arenas de combate, pero todo aquello le había parecido ridículo. Afena sabía a ciencia cierta que en el Distrito 4 también había Agentes de la Paz.

Era más pesado que el Jefe, Afena lo comprobó cuando la aprisionó contra uno de los muros del cuerno, lleno de tierra y pinchos de rosas. Pero era más tozudo, también, y bastaba con darle lo que quería para hacerle perder mano. El Jefe había sabido doblegarla, aunque Afena había conseguido liberarse y asestarle sillazos en respuesta. El chico blanco quería demostrar su fuerza, decapitarla lo antes posible. La impaciencia le cegaba.

Afena cambió su peso y se agachó, agarrándole una pierna a Fantasma y haciéndole perder el equilibrio. Él sólo rugió. Parecía que era su única manera de expresar sus emociones. No debía de ser bueno distinguiéndolas.

Intentó rebanarle el brazo en contrapartida pero Afena le desvió el golpe y se dio a si mismo en el muslo. La miró entonces con ojos hambrientos. Sin conmiseración, Afena le metió la mano en la herida y él gritó.

Así que sí sabía proferir otro tipo de sonidos.

Fantasma le agarró la muñeca y se sacó la mano de Afena de la herida, sin miramientos. Reprimió un alarido. Afena se subió a su pecho para aprisionarle. Fantasma se revolcó y acabó sobre ella. Afena le pegó un rodillazo y el chico blanco cayó sobre ella con todo su peso. Normal que hubiese conseguido quitársela de encima. Así que desde abajo, Afena le agarró del cuello y bloqueó el codo contra el suelo arenoso. Él le enseñó los dientes, y Afena le sonrió antes de rodearle el cuerpo con las dos piernas y darle un puñetazo en la cara. Así, consiguió ponerle de espaldas en el suelo por segunda vez.

—Aliémonos —le susurró el Fantasma casi sin voz—, y que… la nuestra sea la batalla final.

Se estaba quedando sin aire. Afena encontraba que llevaban demasiado poco tiempo luchando. Le habría gustado que durase más.

Al final, soltó el agarre.

Cress Oleander, Distrito 11

Cress sentía el sabor a vómito en la boca y oía campanas en su cabeza, como si su cerebro estuviese agitándose en ella. Le dolían las costillas de lo mucho que le latía el corazón. No, no había muerto a manos de la profesional. No se estaban acabando los Juegos, no. Seguía en ellos, tumbado boca arriba en ese suelo incómodo y quizá en la sangre de alguien. Pensar eso le daba ganas de echarlo todo. Pero se quedó quieto.

Había cámaras sobre él. No podía llorar.

De repente le vino un recuerdo absurdo a la mente. El día en que uno de los chicos de su pandilla, uno que sí había sacado las calificaciones para control de plagas, se sentó en su sofá en el callejón de Branco Springs, al lado de su chica, y le pasó el brazo por los hombros.

Ese día, Cress se había reído, y luego le había contado con una voz glacial cómo un fantasma podría venir a soplarle en la nuca si no se movía. Eso, cuando en realidad habría querido partirle la cara.

Las lágrimas se le escaparon de los ojos, aunque lo había hecho todo por contenerlas. Tenía tierra en la cara y Cress cerraba los ojos con fuerza para que no se le metiera.

La sola idea de moverse le atenazaba las entrañas. Oía gritos, ruido de metal entrando en la carne, risa.

Eso no eran lágrimas, eran un reguero constante. Sus brazos estaban en un mal ángulo, y se le estaban cansando. ¿Por qué no había podido caer en otra postura?

En algún momento tendría que levantarse, pero la batalla inicial, el famoso Baño de Sangre, no parecía acabar nunca.

Parecía que habían pasado horas.

Oyó la risa característica de Torkas, el loco de la sangre. Más gritos. Ruidos del Fantasma. Cress se atrevió a abrir un ojo y vio a la profesional del 2 salir corriendo con la que casi le mata mientras le gritaban "puto loco".

Cress volvió a cerrar el ojo. Se estaba quedando a solas con Torkas. ¿Remataría a los muertos?

—¡Fantasma! —le gritó alguien, más alejado de Cress.

—La elegida —ronroneó él.

Era Afena. Esos dos se tenían ganas desde que los habían separado en el centro de entrenamiento. Y chocaron, arma contra arma. Cress escuchó la pelea. Sólo se les oía a ellos, con las voces resonando en la réplica de la Avenida del Corso. Quizá sólo quedaban ellos. Cress deseó que se mataran el uno al otro y le dejasen a él como rey y señor de la cornucopia.

Después se dio cuenta de que tendría que defenderla.

Se había fijado en las calles que salían en forma de radios de la plaza central. Tendría que huir hacia allí. Torkas y Afena estaban ocupados, era realmente un buen momento. Si cualquiera de los dos sobrevivía, probablemente verificase que los muertos estaban muertos. Cress conocía a fantasmas muy detallistas que habrían contado que no habían sonado tantos cañonazos como cuerpos ahí tirados.

Pensó en Branco Springs. Pensó en el spray verde. Pensó en su chica.

Vamos Cress, mueve el puto culo.

Vamos Cress.

Vamos. Cress.

Abrió los ojos. El cielo brillaba azul sobre su cabeza. Los ruidos de la lucha se habían alejado. Giró el cuerpo para ponerse de lado — esencial para evitar que alguien se tragase la lengua, cuando parecía que se estaba muriendo. En su cabeza sonó el gong. Qué dolor. Siguió girando y se puso sobre las manos y los pies, a la vez que uno de los dos luchadores estampaba al otro contra el muro de la cornucopia.

Cress no estaba muy lejos del borde del jardín, la profesional le había puesto la mano encima en cuanto pisó el parterre de rosas. Gateó hasta allí.

Una vez fuera, todo pareció menos horrible. Afena y Torkas se revolcaban como amantes por el suelo. Cress se fue recto, despacio, intentando no hacer ruido. Cuando se dio cuenta de que lo estaba consiguiendo, intentó andar más rápido. Intentó correr. La calle se fundía en negro ante él, pero algo habría allí al fondo, ¿verdad?

La cabeza le pesó de repente, como si la campana de su cabeza se hubiese caído contra sus ojos. Cress puso la mano en el muro. No podía seguir. Veía mal. Parecía que un peso muerto había reemplazado sus pensamientos. Un peso demasiado grande para sus hombros.

Había una puerta un metro más lejos. Cress tardó una eternidad en alcanzarla, adosado contra la pared. La abrió y se desplomó dentro de la sala. Antes de perder el conocimiento, pensó que había alguien allí.


Y aquí damos por terminado el baño de sangre. Ha sido una odisea, calculamos matar a algunos que luego no han muerto, y dejar con vida a algunos que al final han muerto. La sexta muerte prevista se ha escapado al capítulo siguiente así que nos hemos quedado con cinco muertos para este baño de sangre terriblemente desastroso.

- Khalida Rye, "Puedo y no quiero", según Bright, Distrito 9 (de VNMN). La mató Jake. Primera víctima. Esperemos que esté contenta reunida con su hermana. Su prometido puede irse a tomar por el culo. Es un símbolo de la injusticia de los Juegos.

- Nevada Minardi, Distrito 6 (de Hueto). La mató Bright. Si os causa curiosidad su inspiración, podéis stalkear imágenes de Raudha Athif. Cumplió su sueño de ir al Capitolio de una forma brutal y desagradable. Intentó ejercer sus dotes manipulativas hasta el final.

- Bright Mackintosh, el de los motes, Distrito 1 (del Jefe). Le mató Esme. Un gran aliado a la hora de hacer que los tributos nos sean más familiares. Estaba condenado desde antes de existir, pero ha sido una delicia tenerle.

- Nekko Lucistar, espadachín, Distrito 5 (de Seni). Le mató Ocean. La traición está de moda, aquí todos se pelean, distrito contra distrito. Tu sueño espadachín no pudo ser. Casi mejor eso que vivir la decepción día tras día. Adiós y gracias.

- Faye Sarraceno, la del humo negro, Distrito 3 (de Alpha). La mató Afena. Quizá una de las muertes más tristes de escribir. Se rebeló hasta el último segundo, y contra si misma. Nos quitamos el sombrero.


Bien, y ahora que hemos dicho todo esto, un anuncio: por descanso del personal, no habrá capítulo la semana que viene. El capítulo 11 se publicará el 9 de octubre. Sí, lo sentimos mucho, pero nos alcanza el muto. Matar a gente está volviéndose más duro de lo que habíamos planeado. Pero no os preocupéis, que las cosas van por buen camino. Un camino de rosas jejeje

Gui y Rebeca