Capítulo 13. Alianzas singulares y donde encontrarlas
Sin límites
Bernese Inja (Distrito 8)
Bernese despertó por la mañana del segundo día con picor en los ojos y dolor de cabeza. No estaba segura de haber descansado. Se tiró un buen rato explorando los edificios para encontrar comida, y encontró una especie de carnicería en la que colgaba carne seca de los muros. Había conseguido una bolsa (sin cierre) en otro lugar, se había llevado un abrelatas, un cepillo sin la mitad de las púas, un bote de cristal con su tapa y un pañuelo, y en la bolsa metió la carne seca, envolviéndola con el pañuelo. Sabía que necesitaba agua, eso le había explicado Woof y se lo habían repetido en el centro de entrenamiento. Sabía que la calle en la que estaba daba al lugar de los cables y la lluvia. Tenía su bote de cristal.
Los atacantes de Nick también habrían ido por allí, pero no tenía otra. Bernese respiró un par de veces, repitió su mantra: "estás viva ahora" y entró de nuevo. En seguida torció a la izquierda, dispuesta a cambiar de sección, pero anduvo despacio, alerta y con el bote abierto para rellenarlo. En un par de ocasiones echó la cabeza hacia atrás para beber la lluvia. Al menos no hacía frío.
Al cabo de un buen trecho había dejado de llover, el bote estaba lleno, cerrado y en la bolsa, y Bernese se encontraba en otra sección. Estaba segura de que ya hacía tiempo que había pasado el mediodía y ahí se sentó a comer. La carne seca era mejor que nada. Si ganaba, le darían los mismos manjares con los que la habían alimentado en el Capitolio. Casi quería llorar del alivio de pensar en eso. Un pensamiento amargo la asaltó al arrancar la carne con los dientes. Podía considerarse todo lo animal que quisiera, pero era débil a las comodidades humanas. Sus perros no lloraban si pensaban en manjares.
Intentó no pensar en eso, y se echó a andar de nuevo.
No había cambiado de rumbo y pronto divisó una colina enorme y blanca. Parecía otra sección, aunque la única manera de acceder a ella era por un túnel. Algo le pedía que no entrase ahí, y Bernese siempre había confiado en sí misma.
Entonces empezó a escuchar ruidos salir de ahí, sobre todo gritos de alguien. Metió la mano en su bolsa y sacó el cepillo y el abrelatas. Mejor que nada.
Salió del túnel una Willow machacada que parecía haber dejado atrás algún horror del que Bernese prefería no saber nada. Era tan bajita, en contraste con la enorme puerta por la que salía...
Cuando se giró y la vio, su cara asustada se convirtió en una cara de determinación. Quizá habían compartido alcohol blanco y una noche de juegos, pero aquello eran los Juegos del Hambre. Si tú no ibas a matar, te mataría alguien más loco.
Las armas de Bernese eran ridículas pero eran mejor que nada. Willow en cambio era más fuerte, y estaba más desquiciada. Bernese había descansado desde su última descarga eléctrica. Desde su último asesinato.
Blandió el cepillo. Prefería perder eso a perder el abrelatas. Ataca primero con tu arma más débil.
Entonces Willow se puso a reír, de forma histérica.
—¿Con eso vas a atacarme?
Bernese bajó los brazos.
—No veo que tú tengas nada mejor.
Willow se agarraba la tripa con las manos. Bernese se preguntó si tendría que atacarla ahora, cuando tenía la guardia baja. Pero la risa de Willow era contagiosa. Realmente le había caído muy bien. Si hubiese sido del Distrito 8, seguro que la habrían incluído en su grupo de amigos.
—Bueno, si me dejas tu abrelatas te puedo afilar el mango del cepillo, así te peinas y cuando alguien crea que estás distraída, le atacas.
Bernese no consiguió contener un sonidito divertido.
—¡También te has reído! Te propongo un plan, Ocho. Yo te afilo el cepillo y tú compartes tu bolsa conmigo.
Bernese miró su bolsa. Qué ojo tenía la chica. Pensó en hacerse la recelosa y soltarle algún "y tú cómo sabes que tengo algo que compartir" pero ¿para qué? A ninguna parecía apetecerle la lucha. Ya se separarían al día siguiente. Que los profesionales les hiciesen el trabajo sucio.
—Vale, pero tienes que escupir y sellar el trato.
Las cejas pobladas de Willow se catapultaron hacia arriba.
—¿Cómo se hace eso?
Sin soltar el abrelatas, Bernese se acercó unos pasos a Willow y posó su bolsa en el suelo, entre sus piernas, sobre la capa de agujas de pino que cubría el bosque. Se escupió en la mano y se la tendió a Willow.
—Qué asquerosidad —comentó ella. Pero copió los gestos de Bernese sin rechistar. Se escupió en la mano y agarró la de Bernese con fuerza. Bernese le devolvió el apretón.
Cuando se soltaron, Willow se restregó la mano por el traje.
—Espera, monada —añadió, cuando Bernese hizo ademán de juntarse a Willow—, tú también tienes que jurar a mi manera.
Bernese lo pensó. Efectivamente, así sabría que Willow también era de fiar. Willow le hizo hacer un complicado movimiento de manos que acababa con un beso en la mejilla. El calor de la proximidad afectó a Bernese, de una manera inesperadamente agradable. Se dio cuenta de que hacía tiempo que no confiaba en alguien. Le recordó a los besos en las fiestas de baile, en vez de a Nick resistiéndose a morir entre sus manos.
Decidieron buscar un lugar más escondido en el que sentarse a comer. Bernese le dio a Willow sus dos armas y la chica se dedicó a frotarlas la una contra la otra mientras arrancaba con los dientes trozos de carne seca. Brillaban, blancos, contra su piel marrón. Se le marcaba el músculo de la mandíbula en su enorme mejilla cuadrada.
—A esto es a lo que me dedico —le contó.
Bernese asintió. Se notaba que se le daba bien. Le recordaba a la manera que tenía su padre de ahuecar la piel con experiencia, sin mirar siquiera lo que estaba haciendo, para sacarle el pelo sin una imperfección.
—Un día le saqué el ojo a un chico con un palo de madera sin pulir. Todo es un arma si le das buen uso, pero claro, era difícil matarme con un cepillo.
—Pensaba distraerte con el cepillo para matarte con el abrelatas.
Willow frotó con más ahínco antes de parar.
—No es mala estrategia.
El silencio se instaló de nuevo.
—Los conseguí en la zona del Capitolio —comentó Bernese.
Willow se paró en seco y la miró de hito en hito.
—¡Claro!
Bernese frunció el ceño.
—¡La arena! —gritó Willow—. ¡La arena es Panem! ¿En qué secciones has estado? Mira, está claro. Esto es el Distrito 7. Mi casa es igual. Me siento como si pudiese encontrar el camino al Edificio de Justicia. ¡Y los Agentes de la Paz son del Distrito 2! —Ante la mirada perpleja de Bernese, Willow le explicó—: el túnel del que salía cuando estuviste a punto de matarme con un cepillo. Me estaban persiguiendo mutos que eran Agentes de la Paz. Con bastones eléctricos horribles.
Le recorrió un escalofrío, y otro similar le subió a Bernese por la espalda.
—¿Qué te ha pasado? —dijo Willow bajando la voz, dándose cuenta de que Bernese hbía perdido el habla.
—La zona siguiente —indicó con su dedo el lugar del que provenía—, no sé qué distrito puede ser pero estaba hecho de cables eléctricos. Bajo la lluvia. Me alcanzó uno muy fuerte.
Willow tragó saliva.
—Los Vigilantes son unos capullos.
Volvió el silencio, pero solo unos segundos, antes de que Willow retomase.
—Más allá del Distrito 2 hay un distrito de hielo. Creo que era el Distrito 1 porque era hielo lujoso. Brillante, árboles hechos de joyas. Casi muero del frío. Ahí dejé a Seis. Espero que se congelase.
Bernese asintió en silencio. Cuando Willow acabó de afilar el cepillo, se levantaron y andaron. Bernese agradeció el ejercicio, y el movimiento, sobre todo cuando escucharon un cañonazo. Willow se dedicó a recoger raíces comestibles, alguna que otra fruta, lo que fuera que reconociese. Dudó frente a unas setas que prefirió dejar donde estaban.
Decidieron pasar la noche juntas en ese lugar, sabiendo lo que lo rodeaba por cada lado, sin ganas de ir a electrocutarse en el Distrito 2, ni en el otro Distrito — Willow opinaba que era el 5, Bernese que era el 3. Tampoco querían acercarse del Capitolio, conscientes de que la Cornucopia estaría guardada por los profesionales.
Se tumbaron en el lecho de agujas de pino, juntas para guardar calor. Bernese montaría guardia primero, y Willow después. Antes de dormir vieron el recuento de muertos. A los cinco del primer día se añadieron Teddy y Nick.
—Vaya. Siento lo de tu compañero —comentó Willow.
—Lo maté yo —confesó Bernese.
Willow, que estaba ya medio dormida, abrió los ojos como platos.
—Alguien se había olvidado de rematarlo. No sé quién pero espero que muera atrozmente. Me lo encontré en el suelo con las tripas… —la frase se le atragantó y Bernese hizo un gesto vago. Willow asintió mientras tragaba saliva. Volvió a murmurar un "lo siento".
Willow se durmió más rápido de lo que Bernese pensaba. La dejó dormir un tiempo largo. Para despertarla, le sacudió el brazo.
—Willow…
Se levantó de un sobresalto, y casi se desnuca del gesto.
—Tranquila. Es sólo el cambio de guardia.
—Hmm —contestó. Parecía que iba a volver a cerrar los ojos, pero Bernese necesitaba descansar.
—Willow. Willow.
—¿Qué?
La noche invadía los ojos de Bernese.
—¿Es verdad que eres una prostituta? —le preguntó, casi sin querer.
Willow soltó una risita medio dormida.
—Me precede mi reputación…
—Es lo que decía Joey de ti.
—Joey tiene miedo de mí, cosa que es absurda, porque él es el que hace combates cuerpo a cuerpo.
Bernese decidió dejarlo ahí, parecía que se había despertado lo suficiente, y realmente se estaba quedando dormida.
—¿Por qué quieres saberlo? —dijo entonces Willow. Se abrieron sus ojos en la oscuridad. Eran claros para ser marrones, Bernese se había fijado, pero de noche parecían negros.
—Curiosidad.
Entonces Willow se acercó más a Bernese y le cogió el labio inferior entre sus labios. Lo succionó, dejando un rastro de saliva. Bernese recordó las tardes cálidas en el 8 con los chicos besándose entre ellos y metió su mano en el pelo de Willow. Si cerraba los ojos, no importaba que fuese una chica.
Se besaron con más intensidad. Bernese se sentía medio dormida y a la vez enteramente despierta. Como si tuviese los sentidos más animales alerta. Willow empezó a restregar su cuerpo contra el de Bernese y a Bernese se le escapó un gemido. Willow le contestó con otro. Pronto se abrazaron, pegándose lo más posible la una a la otra, como si estuviesen aferrándose a un ancla al mundo real, el mundo de fuera de los Juegos.
Esto jamás pasaría fuera de los Juegos, pensó Bernese. No así de rápido. No sin explicaciones.
Willow le estaba succionando la piel del cuello, mientras metía la mano entre sus piernas.
Bernese arqueó la espalda y enterró más profundamente las manos en el pelo negro y tan liso de su compañera.
Y como el final de una tormenta, poco a poco las dos se miraron, frenando el ritmo.
—Mejor te dejo dormir, preciosa —le dijo Willow—. Gracias.
—¿Por responder? —inquirió Bernese.
—Parece que aquí no existen los límites. Lo que nos bloquea en la vida real desaparece. Me has hecho sentir libre.
—Y tú a mí.
Y con esas palabras Bernese se durmió, con las piernas y los brazos entrelazados con los de Willow, y la cabeza apoyada en su hombro. Hacía tiempo que no había dormido tan bien.
La vida real
Silvana Dalton (Distrito 4)
La cabeza de Silvana iba a toda velocidad, y esperaba que aquello no augurase fiebre. Se había creado un cabestrillo con lo que habían encontrado en la tienda de comida pija y avanzaba por la maleza del lugar. Le hacía ilusión lo mucho que se parecía al Distrito 4. También le preocupaba. Una Cornucopia capitolina, una sección como el Distrito 4. No podía ser una coincidencia. Estos Juegos tenían el tema del aniversario, y parecía que celebraban Panem. ¿Había doce secciones, además de la Cornucopia del Capitolio, cada una parecida a un distrito? El calor pegajoso se le pegaba a la piel. ¿Cambiaba también el clima?
Bien podría ser. En la arena de los 53º Juegos había una sección por estación. Un reino del hielo y de la nieve, un palacio de la primavera, un hotel del verano y una cabaña de otoño. A Silvana le gustaba esa arena, porque en el 4 no había estaciones. Sólo un infierno interminable y un "invierno" de temperatura agradable.
Este lugar se parecía al infierno, húmedo y aplastante.
—Sury —la llamó.
Necesitaba parar. Se tropezó con una enorme rama. O quizá era una raíz. Tenía la terrible sospecha que aquello pronto se convertiría en un manglar. Esperaba encontrar aligatores como poco.
La pelirroja se dio la vuelta con la lanza en ristre. En ese momento sonó el himno de Panem. Silvana agradeció no tener que pedir que parasen. Señaló el cielo, con la excusa del recuento de muertes.
—De acuerdo —dijo Sury de mala gana. Ella quería seguir, buscar tributos, matarlos, como hacían los profesionales. Si Silvana había contado bien, había siete muertos, y ninguno de ellos había muerto a manos de Silvana. Ni de Sury, de hecho. Lo habían hablado durante su estancia en la casa.
—A Bright lo mató Esme —enumeró Silvana, al ver la carota rubia del profesional del 1. Una parte de ella estaba satisfecha. Otra parte de ella recordaba que Esme se había llevado el arco con la gloria.
Luego aparecieron los dos chicos del Distrito 3.
—Era de esperar. ¿Crees que murieron los dos en el baño?
—¿Después de la que armamos? No lo sé. Tampoco sabemos quién los ha matado.
—Apuesto por Esme —dijo Sury, como si fuese fan de la chica.
—Seguro que fue Torkas —comentó Silvana, más pesimista. Sury le dedicó una mirada avinagrada.
Torkas seguía vivo. Bien.
—A ese chico del 5 lo mató su compañera. Eso lo vi —dijo entonces Sury. Silvana la miró con ojos como platos. ¿Ocean? ¿La muchachita poca cosa? Eso era inesperado. No le había dedicado ni medio pensamiento. Al chico tampoco, en su defensa.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Me acabo de acordar. Estaba ocupada intentando no morir.
Apareció entonces la cara de Nevada, la tributo guapa. Silvana no entendía por qué se habían obsesionado todos con ella. No era la gran cosa. Nadie del 7. De acuerdo.
El niño del 8 tenía que haber muerto en el baño de sangre. Así se lo comentó a Sury.
—Entonces uno del 3 duró más.
¿Por qué tenía que ser todo tan sorprendente?
La que sí estaba era Khalida. Sury ya le había contado que la había matado Jake, aunque después no se había atrevido a matar a Farik.
—Porque es un chico —había añadido, como sabiendo lo que se hacía.
Silvana le había preguntado.
—Jake sólo se presentó voluntario porque su adorado amigo Evan iba a ser padre. Un cobarde de tres al cuarto. Tenía a toda la academia comiendo de la palma de su mano. Y Jake no esperaba otra cosa para sorprenderle. Quiero ver su cara cuando le mate.
Al recordar la conversación, Silvana pensó que quería ver la cara de Sury cuando ella la matase. Tenían armas suficientes. La noche anterior había estado muy débil, pero lo que fuera que llevara la medicina capitolina le había dado fuerzas. Seguía viéndose el hueso por el hombro pero ya no le parecía algo tan horrible. Además, siempre le había gustado la sangre.
Pronto Sury les hizo levantarse de nuevo. Le gustaba cazar de noche, al parecer. Por suerte, no sabía moverse por el manglar. Silvana le sacaba ventaja, suficiente como para seguirle el ritmo.
Según sus cálculos, era difícil que encontrasen tributos durmiendo allí. Si de verdad había trece secciones, había de media menos de dos tributo por sección. Si algunos se habían unido, ¿cuál era la probabilidad de que Silvana y Sury se encontrasen con alguien?
Escasa. Silvana no tenía la cabeza para hacer matemáticas, pero la probabilidad era escasa. Sury, en cambio, partía lianas con su machete y le clavaba su lanza a cualquier cosa que no estuviese hecha de tronco.
Estaban cruzando una zona pantanosa cuando se les echó encima una sombra. Sury pegó un berrido.
—¿Qué es…?
Silvana vio como sacaba las garras para agarrarle el brazo a Sury. Era un pajarraco. Tenía un pico enorme y feo y plumas en una cresta que parecían de colores. En medio de la noche era difícil saberlo.
Ahora le habría sido de utilidad un arco. Por ir herida, Silvana cargaba con la comida y Sury con las armas, delante.
—¡Dale con algo!
El pájaro se aferró a su pelo y empezó a tirar, como si quisiese llevarse esas hebras en particular para su nido.
—¡Sury! ¡La lanza! ¡Está justo encima de ti! —le gritó.
—¡Ya... me he dado... cuenta!
Sury soltó todo salvo el machete y empezó a asestar espadazos a ciegas. Si no calculaba bien, se iba a clavar eso en el ojo. Gritaba como los mil demonios. Si alguien (Torkas) estaba cazando cerca, las iba a oír.
—¡Silvana! ¡Haz algo! —le ordenó Sury, con voz de mando.
Silvana se activó de repente. Cogió la lanza con la mano buena, apuntó y ensartó al pájaro. Cayó sobre Sury, que se lo sacudió de encima con violencia. Lo tiró al suelo y le cortó la cabeza con el machete.
—Ya tenemos desayuno.
—Yo no sé si me comería eso. Igual es venenoso. Tiene pinta de ser colorido.
Sury la miró con sospecha antes de aceptar.
—Vámonos de aquí antes de que nos alcance alguien.
Silvana no podía estar más de acuerdo.
Anduvieron aún unas horas, hasta que empezó a clarear.
—Sury, más nos vale descansar —le dijo Silvana cuando no pudo más.
—¡Llevamos dos días descansando, Silvana!
Silvana puso los ojos en blanco. Se notaba que Sury no había perdido la mitad de la sangre del cuerpo.
—Al menos cambiemos de sección.
—¡Está bien! Descansemos. ¿Dónde?
Silvana escaneó el perímetro con abatimiento.
—Vamos a acercarnos a ese árbol. Nos servirá de apoyo.
Se instalaron y Sury se calmó al fin. Aceptó montar guardia la primera. y dejó a Silvana dormir más de la cuenta. Y por fin se durmió.
Silvana esperó un buen rato para asegurarse de que dormía. Cuando Sury hizo un gemidito ridículo, se relajó.
Tenían miles de armas, salvo un arco, pero Sury estaba a menos de un metro de Silvana. No necesitaba ser "larga distancia" para esto. La lanza de Sury, un machete, una hoz, varios puñales de distintos tamaños, cuchillos afilados, pinchos… Se habían llevado más armas que comida de la Cornucopia. Silvana puso la mano buena sobre uno de los cuchillos pequeños. Su hermana Pauline había matado a toda su alianza con una espada y un cuchillo. Silvana no tenía cinco aliados, y tampoco tenía brazo izquierdo.
Se dedicó un rato a limpiarse las uñas con la punta del cuchillo, flirteando con el peligro. Flirteando con la idea de matar a Sury.
Tenía la piel tan blanca, con pequitas de vez en cuando. A Silvana le parecía una piel imposible, aunque para falta de color ya tenían a Torkas. Sury en cambio era bonita. Y la necesitaría para matar a Torkas. Pero la superaba con creces. Silvana no era tonta. Sabía que sus posibilidades acababan de ser reducidas a la mitad, como poco, y un brazo menos le añadía a su falta de equilibrio. Se preguntó qué pensaría su madre. Quizá se arrepentía de haberla entrenado.
Silvana miró al cielo. Estaba clareando. ¿A quién iba a engañar? Su madre había entrenado a sus dos hijas y las había visto partir a las dos a los Juegos. ¿Sería demasiada suerte pedir que volvieran las dos? Gloss y Cashmere lo habían conseguido.
Silvana miró a Sury otra vez. La sangre le palpitaba en el cuello. Un cortecito de nada y sería historia. Estaría un paso más cerca de esos sueños. ¿Quién la estaría mirando ahora, de madrugada? ¿Pauline? Probablemente durmiese con su novio. Su padre estaría pescando. ¿Su madre?
Silvana alzó el cuchillo. Su respiración era pesada. No podía apoyarse en el brazo malo, así que tenía los muslos en tensión, de cuclillas sobre Sury.
Se lo podía imaginar perfectamente. El cuchillo hendiendo la piel como si fuera mantequilla. Sury abriendo los ojos y llevándose la mano al cuello, horrorizada, con la traición en los ojos. Silvana deseaba aquello, ¿o no? Lo quería. Llevaba años buscándolo. Vamos Silvana.
Intentó recuperar a la chica que se había abalanzado sobre Cress, su primera víctima, dispuesta a disfrutar de verle morir. Antes de que se rompiese la alianza. Antes de que Fantasma y Esme, y Sury, lo echasen todo a perder. Ella había seguido las reglas.
Vaya una Dalton.
Se concentró de nuevo en ese cuello. Apretó el mango de cuero del cuchillo con la mano. Inspiró con fuerza.
Y al ver a Sury removerse se puso de pie de un salto. La pelirroja se sobresaltó.
—¿Qué pasa? —dijo alerta, con otro puñal en la mano.
Silvana tosió.
—Creí oír algo.
—Pensaba… —Sury no acabó la frase.
Silvana tenía el corazón latiéndole en las orejas. No quería que acabase la frase.
Sury se recostó sobre el árbol, comentando que se despertaría, ya que la luz volvía al cielo.
Silvana tenía ganas de llorar.
La alianza de los desmayos
Cress Oleander (Distrito 11)
Cress sintió la luz en los párpados, y una presión en el brazo.
Entre las brumas de la inconsciencia, vio la cara de Maraya, como la había visto por última vez, enmarcada en la oscuridad del pasillo del piso 11 del centro de entrenamiento, con el pelo como una bola por encima de su cabeza. Había humo de fuego a su alrededor, lo que le confería a su piel negra un tonillo rojizo. Una voz le dijo que no podía confiar en ella, pero no sabía por qué.
—Cress.
Era una voz de ultratumba la que le llamaba. Una voz desde Branco Springs.
—Cress.
Se sobresaltó en un segundo, saltando fuera de la cama en la que estaba tumbado. ¿Cama? Oyó un gruñido, seguido de otro. ¿Quién…?
—¡Cress! —una voz intentaba indignarse con voz de recién despertada—. ¿Es que no sabes despertarte como una persona normal?
La voz volvió a adormilarse, detrás de una maraña de pelo negro encrespado.
Los recuerdos se agolparon de repente en la cabeza de Cress. Maraya le había encontrado medio muerto. Le había puesto la mano en el cuello, para "sentir su pulso", según le explicó después, y Cress se había levantado sobresaltado, dándole a la chica un susto de muerte.
A los fantasmas no les gustaba esa expresión, pero a Cress le hacía gracia usarla.
Además, en los Juegos del Hambre era aún más cínica.
Y entonces se había acordado de que estaba en los Juegos del Hambre y había intentado pensar en cómo matar a Maraya. Ni siquiera tenía cordones en los zapatos para estrangularla.
Maraya le contó después que había estado pensando en voz alta. Se había puesto la cabeza entre las manos como si le pesara mucho. Cress recordaba dolor. Pero poco a poco habían entablado una conversación. Cress le había preguntado a Maraya que si iba sola, y ella le había dicho que estaba con Adrien.
Ahí estaba él, tendido en el lado derecho de la cama cuán largo era, durmiendo de forma un poco más pacífica que Maraya, que era un desorden de telas arrugadas.
Cress soltó un suspiro divertido al recordar que había temido que Adrien estuviese por ahí con intención de matarlo a la primera de cambio. Cuando se lo encontraron después inconsciente en el suelo, Cress se dio cuenta de que de verdad no tenía que haber sentido miedo.
Maraya se había buscado una alianza de mierda, si alguien quería su opinión, aunque Cress no solía dar su opinión ni aunque se la pidiesen. Un tipo sin dedo, sin sangre, desmayado en el suelo, y un escurridizo hipócrita sin armas desmayado en el suelo. Sí, eran altos, sí, eran mayores, pero de poco les iba a servir.
—¿Tienes debilidad por los desmayos? —le había preguntado a Maraya entonces. Ella se había reído.
En la cama, Adrien se desperezó. Lo hizo sin rechistar, un instante estaba tumbado, y al instante siguiente estaba de pie, escaneando el cuarto como para decidir qué hacer a continuación.
A Maraya en cambio había que sacarla de la cama a la fuerza.
Ayer, le había dicho que siendo tres tenían más posibilidades, aunque lo único que habían conseguido había sido llevar a Adrien a una de las casas abiertas de un callejón que tenía cama y ahí se habían instalado desde entonces. Habían hecho excursiones a diferentes edificios, buscando comida. Maraya volvió diciendo que había visto a una de las profesionales en una tienda con comida, pero que no había querido ir por allí. Había encontrado otra tienda que tenía bollos y panes y había traído la comida de vuelta para sus dos enfermitos.
Habían pasado el día escondiéndose, deseando que Afena y Torkas no pasasen por ahí. Estaba confirmado que ninguno de los dos estaba muerto aún.
El día anterior, Maraya había querido ir a recuperar armas en la Cornucopia, pero Cress la había disuadido contándole la historia de Afena y Fantasma.
En su lugar, le habían vendado el dedo a Adrien mientras Cress le contaba la historia del fantasma sin dedos que le había estado visitando día sí y día también hasta que le encontró las flores que buscaba para su tumba florida. Adrien le había escuchado con interés, y Cress pensó que se parecían, que podrían haber sido amigos, en otra vida.
Maraya había aceptado que descansasen con la condición de que la siguieran a la Cornucopia al día siguiente. Sólo había habido dos muertos el segundo día, y sinceramente, Cress no sabía si aquello era bueno o malo. Había intentado no pensar en esa gente a la que había conocido, para que no le visitaran sus fantasmas.
Sacaron a Maraya de la cama a rastras, cada uno tirando de una pierna. Se mantuvo hecha una furia hasta que comió pan.
—Tengo un mal despertar —comentó como quien no quiere la cosa mientras se ponía sus gafas. Habían reposado junto a las de Cress (que estaban sucias, cosa que a Cress le sacaba de quicio) en la mesita de noche del cuarto. Si es que tenían todo lo que quisiesen y más.
—Tienes un horrendo despertar —respondió Cress. Normalmente se lo habría ahorrado pero hacer bromas le hacía sentir bien, como si estuviese en Branco Springs con el brazo alrededor de su chica y no en los malditos Juegos del Hambre. Adrien se rió por lo bajini.
Una vez equipados, dejaron a Maraya sacar la cabeza y mirar a derecha y a izquierda, y salieron hacia la Cornucopia.
Tuvieron que callejear un poco, siempre al abrigo de los edificios, y dejando que Maraya, que se había convertido en su líder, mirase por las esquinas antes de girar. Cress se sentía mejor que lo que había estado en los dos días de los Juegos. Estómago lleno, sin asesinos a su alrededor. Lo único que le preocupaba era encontrarse de frente con su querida compañera de distrito. Habría preferido llevarse con ella igual que Adrien y Maraya, pero no se podía tener todo en esta vida, ¿no?
Las calles del sucedáneo de Capitolio parecían calles normales a simple vista, pero no se veía bien por ellas. Tardabas en entender en qué sentido estabas andando. Si venían profesionales de frente, quizá no los veías venir.
Bueno, Cress no estaba seguro, era la primera vez que se fijaba.
Por fin llegaron al final de la calle principal. Ahí estaba la plaza central, el palacio del presidente, el jardín de rosas lleno de armas, y todo vacío.
Maraya puso un pie en marcha y entonces sonó un ruido. Entre sus dos piernas empezó a elevarse una especie de muro metálico.
—Qué cosa más curiosa —empezó a comentar Adrien.
Maraya tuvo la presencia de apartar sus pies de ahí, dejándose caer del lado de su alianza. El muro subió y subió hasta encerrar la Cornucopia entera.
Y entonces empezó a desplazarse hacia ellos.
—¿Cómo…? —preguntó Adrien.
Cress no podía estar más de acuerdo. Al girarse para intentar recular vieron que la calle por la que habían venido se había cerrado.
—¡Busquemos una abierta! —gritó Maraya—. ¡Alguna tiene que haber!
Cress obedeció, echando a andar deprisa, y después correr en círculo alrededor del muro móvil. Atisbó una calle abierta.
—¡Ahí! ¡Por aquí!
Adrien y Maraya le alcanzaron al poco tiempo y juntos se metieron por la calle. El muro móvil les perseguía con la insistencia de un alma intranquila. Cress se estaba quedando sin aire, a la mierda su día ideal.
El muro se paró a unos metros del final de la calle que recorrían.
Ahí empezaba otra sección.
Más ovejas
Maraya Newman (Distrito 10)
—¡Otra vez aquí no! —Se lamentó Maraya nada más ver el sitio.
Eran de nuevo las verdes praderas que se parecían a las de su propio distrito. Aunque su distrito ni mucho menos se limitaba a tener verdes praderas. También estaba el barrio de los mataderos en el que los regueros de sangre corrían como arroyos por las calles. Ella visitaba bien poco ese tipo de lugares. No le gustaba escuchar el lamento de los animales ni mancharse los bajos de los pantalones de rojo.
—Hay ovejas —señaló Cress con un dedo hacia el fondo, donde la pradera continuaba, e incluso parecía atravesarla algún tipo de fuente de agua. Era un paisaje muy bucólico, como sacado de un libro de pastorcillos. Pero Maraya estaba segura de que la sangre de los mataderos aparecería por alguna parte. El lugar lo había diseñado gente del Capitolio.
—Muerden —le recordó Adrien, mostrándole a Cress el dedo desaparecido. Parecía bastante recuperado después del incidente del desmayo. Dormir les había hecho bien a todos.
—Parecen pacíficas —dijo Cress—. Tenía la esperanza de verlas más de cerca. Nunca he visto una.
—Si quieres confraternizar con mutos, tú mismo —dijo Maraya—. Pero atente a las consecuencias.
Cress se quedó mirándola, parecía estar meditando las consecuencias. Ese chico siempre miraba de forma extraña cuando lo hacía fijamente, como si no terminara de ver bien y necesitara enfocar guiñando un poco un ojo. Por suerte sus gafas, igual que las de ella, habían sobrevivido más o menos enteras a los dos primeros días de los Juegos. No quería imaginarse lo mal que se podía poner la cosa si además de ser la alianza de los desmayos fueran la alianza de los que no ven tres en un burro.
—Podríamos usar una para la cena —propuso Cress alegremente.
Maraya no sabía si estaba bromeando. Era difícil saberlo. Pensó en el humeante guiso que hacía su madre y le dieron arcadas al imaginar a un muto allí dentro en lugar del sabroso cordero.
—Pues te morirás sin ver una oveja de cerca —sentenció—. Nada de ovejas y nada de mutos. Sigamos por este camino y a ver dónde nos lleva.
El camino parecía conducir al arroyo que se divisaba a lo lejos. Por suerte iban dejando a las ovejas muto a su izquierda y alejándose paulatinamente de ellas. Estar cerca de una fuente de agua era una de las pocas cosas que le habían parecido útiles de entre todas las que su mentora le había dicho a Maraya que hiciera. Según le contó la mujer, en sus Juegos muchos tributos murieron a causa de la deshidratación. Por otro lado, mentora no le había especificado que consiguiera algún arma, pero ella sabía que eso era lo que tenían que hacer. Lo de la Cornucopia había sido un fiasco, en el que Maraya había descubierto que odiaba que los planes le salieran mal.
Tenía la impresión de haber aprendido a tomar las riendas de su vida en los Juegos del Hambre. Maraya se dio cuenta de que su vida en el distrito había sido un camino de rosas, tan fácil como pedir aquello que deseaba para que sus padres se desvivieran por conseguirlo. En la arena las cosas había que ganárselas. Y Maraya era consciente de no ser la más fuerte, ni las más rápida de entre los tributos. Pero tenía otros dones: era lista y, más importante aún, tenía el don de la persuasión. Algo con lo que había nacido. Sabía manipular a la gente y sólo algunos se le resistían. El pedorro de Eddie, del grupo de amigos de Alana, era un claro ejemplo de esos últimos. Todavía no había descubierto si podía manipular a Cress, pero de momento hacía todo lo que ella decía.
Los condujo hasta un riachuelo de aguas cristalinas. No recordaba haber visto algo así en el 10 durante sus diecisiete años de vida, aunque supuso que de alguna manera había que hidratar a todos esos animales.
—Podéis lavaros la cara, pero no bebáis —dijo Maraya.
—Vaya, hoy estás en disposición de fastidiarme —se quejó Cress, quien ya había llenado sus dos manos con agua y se las estaba llevando a los labios—. Parece perfectamente potable.
—Y las ovejas perfectamente comestibles —contestó Maraya—. Pero sorpresa, son mutos.
Caminaron por la orilla durante buena parte de la mañana. Maraya estaba empezando a pensar que lo hacían en círculos y que el arroyo en realidad era una especie de circuito de agua, cuando vieron una silueta a lo lejos.
—Alto —dijo Maraya—. Tenemos compañía.
Los tres se ocultaron de inmediato tras los olmos más cercanos. Observaron a la silueta moverse de acá para allá. Maraya juraría que se estaba desnudando, aunque estaban demasiado lejos para darlo por sentado. Lo que estaba claro es que se trataba de otro tributo. Se quitó los zapatos.
—Voy a echar un vistazo —anunció a sus amigos en voz baja. Estaba aprendiendo a contener su impulso natural de dar gritos. Los otros dos contestaron con sendos asentimientos de cabeza.
Era bastante complicado avanzar sin hacer ruido con la tierra llena de las hojas secas que iban desnudando los olmos que bordeaban la orilla. Le pareció curioso el cambio de temporada con respecto al Capitolio, pues allí el clima era claramente primaveral, mientras en esa sección todo indicaba a que estaban en otoño. Según se fue acercando, oculta de árbol en árbol, pudo ver al espécimen en cuestión con el que compartían distrito: era Jake Russel, del 2, efectivamente en paños menores. Estaba lavando algo, su ropa supuso ella, en el agua del riachuelo, poniéndolo perdido de sangre.
Maraya dio marcha atrás ipso facto, en cuanto recordó como ese tipo había matado a Khalida sin miramientos en el baño de sangre. Llegó hasta sus compinches y les dijo:
—Media vuelta. Hay un profesional en las inmediaciones.
Eso hicieron. Caminar por donde habían llegado. El problema era que cuanto más se alejaban del profesional más se acercaban a las ovejas. Se encontraban en una encrucijada. Estaban rodeados. Maraya piensa. Frenó en seco para hacer precisamente eso.
—¿Cuál es el plan Maraya? —quiso saber Adrien. Desde el incidente del dedo, su compañero no hacía nada sin preguntarle antes.
—¿Por qué lo preguntas?
—Estas poniendo cara de tener un plan. Se te arruga la nariz
—Estaba poniendo cara de pensar que sería una estupenda jefa. Cuando vuelva al distrito tendré que ver si mis padres me encuentran algún puesto como jefa de algo. Tal vez incluso pueda encontrarlo yo misma.
—Y tu talento como vencedora será dar órdenes —convino Adrien. Le gustaba que estuviera de acuerdo con ella en lo de volver al distrito —. Saldrás en la tele del Capitolio dando órdenes a todo el mundo. Incluso al presidente. Podrías despedirlo ya que estás, y poner a otro que dé menos miedo.
Maraya se ajustó las gafas. Se le había torcido una patilla en algún punto de sus idas y venidas y ahora se le caían sobre un prominente pómulo de su piel oscura.
—Me gusta cómo piensas. El plan es el siguiente. Volveremos por donde hemos venido. Esperemos que el profesional descarriado del 2 siga allí. Vamos a robarle alguna de sus armas, ya que, según he comprobado, tiene suficientes para montar un ejército él solo.
Adrien puso cara de no gustarle la idea, sin embargo la aceptó sin rechistar. Cress les seguía de cerca sin decir ni pío. Como harían sus subordinados cuando fuera jefa de algún sitio. No había desechado por completo la posibilidad de ser influecer en el Capitolio, pero suponía que podría combinar esos dos empleos cuando ganara los juegos. Se sentía optimista. Habían sobrevivido dos días, lograrían sobrevivir unos cuantos más.
Se acercaron sigilosamente al punto en el que se encontraba Jake. Antes de llegar Maraya les susurró su plan para el gran hurto. Éste implicaba que ella les guardaría las espaldas mientras los otros ejecutaban la maniobra. No tenía muy claro cómo guardarles las espaldas con las manos vacías, pero ese era otro tema.
—Cress, tú tienes que distraerlo. Haz algún ruido. Imita a un fantasma. Dile que eres la voz de su conciencia. Haz lo que quieras, pero corre a esconderte inmediatamente después. Eres muy delgado, cualquier árbol te servirá para ese cometido —Maraya miró a Adrien. Éste ya tenía cara de circunstancias—. Adrien, eres el más fuerte de todos nosotros. Tu trabajo será robarle las armas. Cuantas más mejor. Si le quitas alguna mochila sería perfecto. Es posible que contenga pastillas potabilizadoras y podamos beber el agua del río.
—¿Por qué yo? —se quejó Adrien.
—Ya te he dicho que eres el más fuerte. Eres el único con posibilidades de enfrentarte a él cuerpo a cuerpo.
—Vaya, gracias por la confianza —dijo Crees.
Maraya no sabía por qué estaba poniendo a Adrien en peligro, si era el que más le importaba de los dos. Pero el plan era el plan. Y tenía que ser práctica.
El plan salió catastróficamente mal.
El tributo del Dos se había descalzado y estaba metido en el río hasta las rodillas, aseándose. Fue un momento perfecto para que Crees ejecutara su maniobra de distracción. Pero en la academia del 2 debían entrenarles bien el oído y la visión periférica. Jake salió del agua cuando comenzó a escuchar los ruidos que hacía Cress, que estaba imitando lo que Maraya pensó que podía ser un urogallo. Se puso a buscar como loco la procedencia de ese gorjeo que claramente no procedía de ningún animal. Pero enseguida pilló a Adrien intentando robarle los suministros y se olvidó de la lamentable imitación de Cress. Rápido como una bala, agarró uno de sus cuchillos, inmovilizó a Adrien por la espalda y le puso la hoja en el gaznate.
—¿Me habéis tomado por un idiota? —le preguntó.
Crees salió de su escondite, agarró una lanza del suelo y una de las mochilas, luego echó a correr. La cara de Adrien se había puesto lívida, una hoja en blanco. Al verlo, lo que le entró a Maraya fue una furia tremenda. Adrien podía ser tan grande como Jake Russell, pero carecía de su técnica y estaba desarmado, en su vida sólo se había preocupado del bienestar de su padre y de los animales a los que cuidaba. Hasta hace poco a Maraya le importaba un pimiento que las cosas fueran justas. Ya no era así. Algo había cambiado en ella y no le parecía bien que Adrien muriera a manos de un profesional que se había pasado la vida entrenando para acabar con vidas inocentes. No le parecía bien que muriera porque ella le había enviado derechito hacia el peligro. Maraya no lo pensó más, salió de su escondite y saltó sobre el tributo del 2, encaramándose a su espalda. A éste le pilló por sorpresa y soltó a Adrien de golpe, dejando caer el cuchillo con el que le amenazaba al suelo. Maraya estaba enganchada a su cuello. Bien podría estrangularlo y sería un peligro menos con el que lidiar. Apretó los brazos en torno al cuello del chico, que era mucho más grande que ella, mucho más fuerte que ella. Aunque Maraya nunca había sido una enclenque. Tenía las piernas enredadas en torno a su cintura. Jake comenzó a dar bandazos intentando quitársela de encima, pero Maraya seguía estrujando los brazos en torno al enorme cuello del profesional, que intentaba gritar algo, aunque la voz le salía débil por la falta de aire. Jamás había puesto tanto empeño en nada de lo que había hecho en su vida. Maraya apretó y apretó mientras Jake Russell intentaba usar los brazos para soltarla. Comprobó cómo Adrien se incorporaba y buscaba más armas alrededor. Vio a Cress por el rabillo del ojo, lanza en mano. Y al instante sintió como Russell atrapaba la lanza al vuelo, la rompía en dos y rugía de ira. Maraya también rugió, mejor que el otro ya que nadie intentaba ahogarla, e hizo más fuerza con los brazos alrededor de su cuello. Jake se movía como si ella fuera un peso pluma, y no lo era, intentando soltarla. Al final Jake tropezó contra una roca en las inmediaciones del arroyo, trastabilló y cayó hacia atrás, golpeando a Maraya fuertemente en la cabeza, dejando caer todo su peso encima de ella.
Maraya cerró los ojos con el impacto. Se había dado un buen golpe. El chico que tenía encima la estaba aplastando. Se preparó para moverse en cuanto se incorporara, pero se sentía un poco mareada, la cabeza le daba vueltas. Entonces notó como el peso de Jake desaparecía y él gritaba algo a pleno pulmón.
—¡Ocean! —chillaba. ¿Estaba llamando a alguien de su alianza? Cress había dicho que la alianza profesional se había hecho añicos. Que se habían ido cada uno por su cuenta o en grupos de dos—. Ocean, me vendría bien algo de ayuda.
Maraya abrió un ojo. Tenía a una chica alta, de pelo castaño y piel bronceada cerniéndose sobre ella. Sujetaba una espada con ambas manos.
A/n: un día más en la arena (o uno menos, depende de cómo se mire). Cómo podéis ver hemos cambiado el formato a cuatro pov por capítulo. Menos tributos, menos pov, esa es la lógica.
Hasta la próxima semana, que viene movidita.
Gui y Rebeca
