Capítulo 20 - Bon apetit


Afena, Distrito 11

Estaba subiendo la montaña cuando se cansó del espectáculo. Se sentó donde estaba y dejó la cabeza a su lado. De repente, el pelo por el que la había estado agarrando le pareció desagradable al tacto. No necesitaba pasearse con eso ya.

Bien. Aún quedaba el otro chico. También quedaba Cress. Y quedaban las dos profesionales a las que había abandonado en el río. Si no se las había tragado el río tendría que matarlas ella. No podía quedar mucha más gente. En un flash, le vino a la cabeza la chica del alcohol. Ella tampoco había muerto.

Afena pretendía contarlos pero le dio pereza. Afena significa la elegida, eso era lo único que sabía con certeza. Era lo único que recordaba con calma de sus hermanos. Hasta el Jefe se lo había confirmado. No había más que hacer.

Afena se levantó, abandonando la cabeza. Le clavó encima uno de sus cuchillos. Realmente sólo necesitaba uno.

Bajó la ladera buscando sus pasos para encontrar de nuevo al chico guapo. Tenía que estar muerto de miedo. Afena no cortaba cabezas por el simple hecho de cortarlas, todos sabían que los Juegos eran espectáculo. Aquello no le había valido ningún paracaídas, pero la elegida no gana haciendo trampas.

Cuando llegó a las galerías vio las huellas que iban ladera arriba, en otra dirección. Afena hizo chasquear la lengua. No le apetecía nada ponerse a perseguir tributos.

En esas estaba cuando recibió un palazo en la espalda. El aire se le escapó de golpe por la boca. Su cuerpo reaccionó como un resorte, girándose antes siquiera de caer, para evitar que le dieran otro golpe. Entonces vio a Cress, pala en mano, preparándose para dar otro golpe. Pero su cuerpo volvió a girar y antes de poder controlarlo, se embaló colina abajo.

—¡Eh! ¡Tramposa! ¡No te vayas! —gritó Cress. Afena sabía que era un poco idiota, con sus actuaciones pretenciosas, pero los Juegos lo habían vuelto tonto.

Afena intentó agarrarse a algo, pero el mundo daba vueltas y el suelo le arrancaba tiras de piel. Intentó clavar el cuchillo en la tierra para usarlo de soporte pero la hoja era demasiado fina y se partió. Soltó el mango inútil antes de que se lo clavara en el ojo.

Por fin derrapó al pie de la colina. Tenía sangre en los brazos y piernas. Tosió un par de veces, intentando recuperar el aliento. Se había dado golpes. Maldito Cress.

Afena intentó enfocar la parte alta de la colina pero algo iba mal. Se apretó las manos contra los ojos, gimiendo de frustración, y volvió a mirar. Pestañeó. El mundo estaba todo repetido, como si cada uno de sus ojos estuviese mirando para un lado distinto. ¿Qué estaba pasando?

Vio un movimiento a su izquierda e intentó evitarlo, pero quizá no era un movimiento. Quizá no había nadie. Había un ruido. Afena decidió cerrar los ojos e ir hacia el ruido. Ya se había entrenado a moverse en la oscuridad. No podría ser más difícil.

Una voz, clara, la hizo sentirse mejor. Si aún oía bien, cuando abriese los ojos vería bien. Era el presentador, Claudius Templesmith, y llamaba al banquete. "Seguid el ruido", les dijo, y Afena supo que aquello era para ella. Era la elegida.

El tacto del suelo cambió. Eran las antiguas calles de la sección de la Cornucopia. Sabía que no había obstáculos entre ellas. El ruido y Afena avanzaban a la vez.

—Bien, bien —dijo Claudius Templesmith— y cuando lleguéis, subid a vuestra plataforma. Afena, la tuya está todo recto.

Con las manos alzadas hacia delante, sin atreverse a abrir los ojos, Afena avanzó. Avanzó con decisión hasta que sus manos tocaron un muro de metal. Lo rodeó. El metal daba paso a un espacio abierto que resultaron ser unas escaleras. Cuando Afena entendió por dónde encaramarse a ellas subió, intentando no dudar. El último escalón no existía y Afena dio un pisotón en el suelo que no estaba calculado. Bien, era hora de abrir los ojos. Vamos.

La luz le penetró los párpados y por un instante sólo vio cielo. Azul, claro, único. Aunque parecía faltarle textura.

Bajó la cabeza con cuidado y miró a su alrededor. No sólo seguía viendo repetido, sino que además las cosas habían dejado de ser nítidas, como si una niebla se hubiese interpuesto entre sus ojos y el mundo.

—No podéis bajar de las plataformas hasta que lleguen los demás, supongo que las habréis reconocido del lanzamiento… Tienen el mismo mecanismo.

Afena se miró los pies. Estaba atrapada y no veía nada.


Jake Russel, Distrito 2

—Teníamos que haberla matado —le dijo Ocean en cuanto Willow salió corriendo.

—Puede —dijo Jake—. Sinceramente Ocean, no sé por qué no lo has hecho, con el arsenal de armas que llevas encima podrías haber usado cualquiera.

Ocean lo miró entrecerrando los ojos.

—Se te ha caído encima, podrías haberle golpeado en la cabeza con tu propia cabeza, ¿no te enseñaron esa maniobra en el dos?

—Tengo mucho aprecio a mi cabeza —replicó Jake

—Pues haberlo hecho con la sartén.

Jake se ajustó la sartén al cinto.

—Yo esperaba que tú la bombardearas con las piñas para inmovilizarla primero.

—No bromees Jake. Hay que quitarse adversarios de encima. Sólo nos estaba dando charla para entretenernos y la hemos dejado marchar como si fuéramos unos principiantes.

—Bueno, somos unos principiantes, ¿o cuantos Juegos llevas tú en tu haber? Porque para mí son los primeros.

—Estás de un humor muy raro —sentenció Ocean.

—Casi se nos cae el bosque encima, ¿cómo quieres que esté?

Ocean se miró las manos vacías. Jake dio un suspiro y se desató la sartén de su cinturón de armas, ahora sin armas.

—Toma —dijo entregándole la sartén con cierta ceremonia—. Dejaré que la lleves un rato, para que te sientas mejor.

Ocean puso cara de querer arrearle a él con la sartén en la cabeza, pero agarró el instrumento y cerró el puño en torno al mango, como si de verdad pudiera defenderse con él.

—La realidad es que es mejor que nada —dijo Jake—. Sobre todo teniendo en cuenta que acaban de invitarnos a participar en el banquete.

El banquete era todo un evento en los Juegos del Hambre. Tenía lugar cuando ya quedaban pocos tributos con el objetivo de juntarlos y provocar unas cuantas muertes. Aunque siempre lo disfrazaban como la oportunidad de recibir regalos, el banquete era lo que era y Jake ya estaba al tanto.

Según caminaban hacia la Cornucopia (Jake y Ocean ya habían corrido suficiente por ese día) le invadió un intenso olor a flores, más empalagoso que embriagador, para el gusto de Jake. Era tan fuerte que casi resultaba mareante. Pronto descubrieron de dónde procedía semejante aroma. La Cornucopia estaba como si allí nada hubiera pasado, las flores frescas y espolvoreadas con gotitas de rocío se enredaban unas con otras en un círculo perfecto, dejando un pasillo libre para darles acceso. Y en el centro de ese círculo se encontraban las ocho plataformas de despegue, la mayoría de ellas ya ocupadas, excepto tres: las que correspondían a Ocean y Jake y una más.

—Podéis tomar posiciones —dijo la voz de Claudius Templesmith desde la megafonía—, los puestos ya están asignados.

Así era, frente a cada una de las plataformas había una mesa alta y sobre ella, un regalo. El regalo mejor preparado que Jake hubiera visto nunca, envuelto con papel dorado y coronado por un espléndido lazo de seda roja. En el mismo regalo, escrito en letras cursivas estaba el nombre y apellido de cada uno de ellos, no el distrito, sino el nombre de los ocho tributos que quedaban con vida. Y en el centro del círculo, amontonada, había un montón de comida. Un clásico en los banquetes de los Juegos. No habían escatimado en gastos esta vez, porque allí había de todo. Asados y truchas y frutas frescas. Y también un montón de agua.

Ocean y él se colocaron en sus posiciones, el uno frente a la otra. Se percató de que el tributo que faltaba era Silvana Dalton. No podía explicarse que la razón para no estar allí fuera otra a que estaba gravemente herida. Muy gravemente herida, si iba a dejar pasar la oportunidad de estar en el banquete. Aún así, debía de aguantar con vida, pues no habían visto su cara en el cielo ninguna de las noches anteriores. Jake también se dio cuenta, con mucho pesar, de que tampoco estaba Arthur. Había contado mal, deberían ser nueve. Ese cañonazo sí que no lo habían escuchado. Debió suceder mientras se les caían encima los árboles.

El resto habían acudido todos. A la derecha de Ocean estaba Cress Oleander, con los rizos despeinados, las gafas rotas y lo que parecía un instrumento de jardinería en la mano. Una pala. Cerca de Cress, la chica del 7. Sinceramente, por como había salido corriendo tras su encuentro no pensaba que fuera a acudir a la pelea. Y por último Farik Torkacuello, el chico al que dejó vivir en el baño de sangre. Había prometido matarlo si volvían a encontrarse. Aunque Jake no pensaba que volvieran a encontrase. Creía que para ese punto de la partida quedaría vivo únicamente su grupito de profesionales, tal vez con alguna baja, junto a algunos de los tributos más fuertes de los distritos, como Afena, que allí se encontraba también, a la izquierda de Ocean, aunque verdaderamente hecha un cuadro. Tenía la cara tan magullada que parecía un borrón oscuro. Claro que los moretones de la cara de Ocean habían empezado a tomar un matiz negruzco y junto con su oscuro pelo la hacía parecer que se había disfrazado de cuervo. Pensó que ese era un animal que le iba bien a su aliada. Le guiñó un ojo a sabiendas de que Ocean no podía hacer mucho movimiento con la cara así de maltrecha después de los sartenazos. Ella le sacó la lengua. Todavía tenía en la mano su sartén.

Después de Afena estaba Sury West, desarmada y con una expresión preocupada en el rostro que jamás le había visto antes. Le miró una vez y echaba fuego por lo ojos, aunque Jake podría jurar que el fuego era algo más lánguido que la última vez que lo había visto, en la Cornucopia. A su lado, el hueco vacío de Silvana Dalton.

—Parece que ya estamos todos —tarareó Claudius Templesmith. Tenía la voz tan melosa como la recordaba. No acababa de entender la razón por la que el Capitolio había adoptado ese tipo de entonación. Una cosa era parecer refinados y otra retrasados mentales—. Aunque lamentamos sinceramente la ausencia de la señorita Dalton. Los mejores deseos de parte del presidente, señorita Dalton, si es que nos escucha.

Sury apretó los dientes ante la mención de Silvana. Mientras Cress Oleander parecía mantener una alegre cháchara con Ocean. Jake agudizó el oído para intentar escuchar lo que le estaba diciendo. Le estaba hablando de la espada. La espada era un tema tabú para Ocean desde que la había perdido.

—Nekko te manda recuerdos —decía Cress.

A lo que Ocean volvió los ojos, pero la tez le empalideció un par de tonos, lo cual era complicado.

—También pregunta por su espada. Gloriosa. ¿La recuerdas?

—¿Gloriosa? —inquirió Ocean. Cress giró el cuerpo para mantener una conversación con alguien inexistente a su lado.

—Así se llama la espada —respondió el chico—. Le parece indignante que la hayas perdido después de haberla usado para asesinarlo. —Cress giró la cabeza de nuevo—. En serio Nekko, odio tener que hacer de intérprete, deberías aprender a ocuparte de tus propios asuntos o largarte por donde has llegado.

—¿E… está aquí Nekko? —quiso saber Ocean, dubitativa.

—Espiritualmente hablando —dijo Cress.

Ocean se puso visiblemente nerviosa. Le temblaba un poco la mano que sostenía la sartén.

—Dile que lo lamento.

—Aja. Nekko, dice que lamenta haberte atravesado con la espada —repitió Cress mirando hacia el otro lado. Jake no daba crédito. ¿Qué tipo de loco era ese y por qué Ocean le seguía el juego? —. Aquí, el de cuerpo ausente, quiere que te comunique que no le importa, que está bien donde está, pero quiere que recuperes su espada cuanto antes.

Ocean asintió con la cabeza.

—Lo intentaré.

Parecía haberse quedado en shock con el asunto de la espada y los fantasmas. Justo cuando Oleander iba a decirle algo a Afena, la voz de Templesmith retumbó de nuevo en el estado.

—Hora de comenzar —anunció entusiasmado—. Como es una ocasión muy especial, el presidente ha querido entregaros unos regalos muy especiales. Sobre todo a aquellos que lo habéis estado haciendo especialmente bien en el estadio. Comenzaremos por Farik y seguiremos el orden de las agujas del reloj. Si a alguno se le ocurre tocar su regalo antes de tiempo… Ya sabéis lo que pasa. Bum.

Templesmith soltó una risita, como si ese bum le hubiera hecho una tremenda gracia.

Farik fue a agarrar su regalo. Intentó quitarle el lazo, pero aquello no funcionaba. El lazo no estaba allí para ser arrancado.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Querido Farik, no te precipites. Has sido muy valiente acudiendo al banquete. Para serte sincero, nadie contaba contigo.

Farik miró hacia el cielo, buscando el origen de la voz.

—Pues claro que he venido al banquete.

—El presidente se alegra de que hayas recordado que viniste voluntariamente a nuestra competición anual.

¿Qué habría hecho Farik? Se preguntó Jake en silencio. También dio gracias por no haber hecho lo mismo que Farik, por su parte, parecía estar hirviendo de rabia.

—Esto no es una competición, es una matanza —espetó mirando hacia arriba, el lugar desde donde se suponía venía la voz. Farik hizo una pausa, pero por la posición de sus labios estaba claro que quería añadir algo más: —¡Y todos vosotros unos asesinos! —gritó por fin.

Jake no supo si se refería al resto de tributos, al público en general o a los organizadores de los Juegos en concreto. Lo que sí tuvo claro es que Farik la había liado parda y que era posible que le partiera un rayo en ese mismo momento.

No fue eso lo que pasó, ya que Claudius, con voz tranquila, instó a Farik a abrir su regalo, el cual no había que desenvolver, sino simplemente levantar. Cuando Farik lo hizo, bajo la caja envuelta con un lazo de seda roja, había una pistola.

Jake no fue el único sorprendido de entre los presentes. No era habitual…. Mejor dicho: era algo inaudito ver un arma de fuego en los Juegos del Hambre. Los Juegos se peleaban a la antigua, con armas blancas o con cualquier objeto que pudiera servir para matar, incluido el propio cuerpo de los tributos o las habilidades que tuvieran para hacer que los otros se cayeran, por poner un ejemplo, por un barranco. Siempre había sido así. Y tenía su lógica si aquello se trataba ante todo de una competición y un espectáculo que debía de durar por lo menos unos días. Jake ahora era consciente de que lo de la competición honorable era parte de la propaganda del Capitolio. Se sentía tonto cada vez que pensaba en lo mucho que le había tomado llegar a esa conclusión. Lo mucho que le había costado: entrar en los juegos.

Intentó quitarse esas ideas de la cabeza y centrarse en lo que tenía al lado: a Farik Torcacuello con una pistola en la mano.

—¿Esto qué quiere decir? —quiso saber Farik. Le temblaba la voz, le temblaba la mano. Todo él estaba temblando, lo que le hacía mucho más peligroso. Jake pensó en algo que pudiera usar como escudo, pero no había nada a mano y Templesmith ya había dejado claro lo que pasaba si te movías de la plataforma: bum.

—Ah, querido Farik —se oyó la voz de Templesmith por la megafonía—. Sólo es un recordatorio de lo asesinos que podemos ser todos bajo las circunstancias adecuadas. ¿O acaso ha olvidado alguien lo que pasó durante la guerra? Miles de ciudadanos del Capitolio, niñas y niños como vosotros, murieron en esos terribles días a manos de los distritos. Ese es el motivo por el que todos vosotros estáis ahora aquí. No os conviene olvidarlo.

La guerra había sucedido hacía mucho tiempo. El Capitolio había ganado. Todo el mundo estaba al tanto de que la mente brillante que pensó que los Juegos del Hambre serían una buena idea provenía de aquella época. Pero ahora Jake, se preguntaba, por primera vez en su vida, qué sentido tenía castigar a los jóvenes tantas generaciones después. Se dio cuenta de que para ellos, para los ciudadanos del distrito 2, también era un castigo, no una competición honorable, ni siquiera una forma de demostrar lealtad al Capitolio, sino la forma en que les sometían.

—Dispara —le dijo Claudius Templesmith a Farik—. Eso es lo que tienes que hacer. Una sola bala para que la uses a placer, Farik. Una sola. No podrás quejarte, es un regalo estupendo.

Farik seguía temblando como una hoja. Apenas sostenía el peso de la pistola en su mano. Estaba claro que no era su costumbre sujetar armas.

—Deprisa, Torcacuello —insistió Templesmith—. No tenemos todo el día para estarlo perdiendo. Elige a alguien, apunta y bang. Estarás un poco más cerca de volver a casa con ese muchacho que gritaba como un loco durante la cosecha. ¿No es eso lo que te gustaría?

Farik seguía titubeando. Se pasó el arma de una mano a otra y los miró a todos ellos, pero se quedó con la vista clavada en Afena. Levantó el arma lentamente en su dirección. A Jake le invadió el alivio. Por lo menos no moriría así, de un disparo en medio del pecho. Además, él le había perdonado la vida a Farik. Tenía que recordar eso.

—Tic tac —dijo Templesmith—. Se te acaba el tiempo Farik. Si no puedes hacerlo siempre tienes la opción de usarla contra ti mismo y acabar con todo. ¿No has pensado en eso, jovencito? ¿En acabar con todo? Claro que también puedes acabar con uno de tus enemigos. Piénsalo bien.

Farik plantó el dedo en el gatillo, seguía apuntando a la tributo del Distrito 11, quien entreceraba los ojos para entender qué estaba pasando. De repente, perdió los nervios.

—Ni se te ocurra —le gritó—. ¿No ves que soy la elegida? Soy la elegida y no puedes hacer eso.

Afena no tenía mucha pinta de ser la elegida. Se había llevado unos buenos golpes hacía poco tiempo. Estaba llena de cortes y moretones. Cress Oleanader seguía cuchicheando con gente inexistente y aplaudía ante la decisión de Farik. Otro que se estaba pasando.

Entonces Farik alzó un poco más la mano que sostenía la pistola, justo a la altura de la frente de Afena, y guiñó un ojo para mejorar su puntería. Jake pensó que sería mucho más fácil un disparo en otra parte con más superficie, pero Farik al final subió la mano hacia el cielo y disparó allí. Inmediatamente su plataforma hizo bum, convirtiendo a Farik en pequeños trocitos que volaban por los aires. El cañonazo fue lo siguiente que escucharon en medio de un silencio, por lo demás, sepulcral.

Jake dio gracias porque las plataformas estuvieran lo bastante separadas. Le pitaban los oídos, aparte de eso se sentía entero. Buscó a Ocean y ella también seguía de una pieza, tapándose la boca con la mano para ahogar un chillido.

—Vaya, vaya, una orden tan sencilla y tan mala aprovechada —canturreó Templesmith—. Los que no saben jugar no deberían acudir a los Juegos voluntariamente. Que sirva de ejemplo para el resto. Si el Capitolio os pide que hagáis algo y no queréis acabar como Farik Torcacuello, más os vale obedecer. El Capitolio es vuestro benefactor, quien proveerá seguridad a vuestros padres y hermanos en los distritos, no vuestro enemigo. Recordadlo. Es el turno de Jake Russel.

Jake se sobresaltó ante la mención de la familia de todo el mundo. Tampoco esperaba escuchar su nombre y el corazón ya le iba lo bastante deprisa antes de ver a Farik explotando en mil pedazos. Para eso había servido que lo dejara vivir en su momento. Para nada. A Jake también le entraron ganas de chillar. Apretó los puños en sus costados, pero se giró hacia el regalo. ¿Qué tipo de broma pesada habría guardado para él? Pensó que había sido discreto con sus pensamientos, pero cuando se trataba del Capitolio, nunca podía saberse.

—No, no arriba —dijo Templesmith—. Abajo, Russel. A tus pies.

Jake miró hacia el suelo. Allí estaba la pistola, justo al lado de su plataforma.

—Nadie pensó que Farik tuviera alguna oportunidad—habló Templesmith—. Pero tú sí, ¿verdad Jake? Siempre estuvo destinada a ser tuya. Nuestro chico del 2, los grandes héroes de los Juegos. Demuestra de qué pasta está hecho. Todavía queda una bala. Alguien ha pagado mucho dinero para que la tengas.

Jake se agachó a por el arma. Sin embargo dijo:

—No es costumbre que haya armas de fuego en los Juegos del Hambre.

—Este es un año muy muy especial —replicó Templesmith—. Esperemos que no desaproveches el regalo que te hace el Capitolio. Elige bien, Jake. Elige con cuidado, a tu mejor oponente. Ya queda menos para que ocupes un puesto entre los honorables vencedores de tu distrito, ¿No es eso lo que te gustaría? ¿Pasar a la historia?

Jake no quería pasar a la historia. Desde luego no así.

—No hay nada honorable en disparar una pistola a bocajarro —dijo entre dientes.

—Considéralo un Juego —le contestó Templesmith, quien al parecer le había oído. Claro que le había oído. El Capitolio podía escucharlo todo y a todos—. Vamos, vamos. No vayas a fallarnos como ha hecho Farik. Todo el mundo espera mucho de ti. Y recuerda, elige bien.

Jake no iba a tener más remedio que hacerlo. Miró a Ocean, la única persona a la que no le gustaría quitarse del medio para llegar a la final. Lo cual era un pensamiento estúpido. Sabía lo mucho que le iba a costar tener que matarla más adelante. Ella gesticuló un hazlo con los labios. Sabía que no le dispararía a ella. Jake bajó la vista hacia la sartén y ella le siguió con los ojos. Era de las pocas que llevaba algo en las manos en esos momentos, el resto estaban completamente desarmados excepto el trastornado que tenía una pala. En resumen, iba a disparar a alguien desarmado y tendría que vivir con ello. Si es que vivía. Jake había intentado hacer las cosas bien desde Khalida. Recorrió a cada uno de sus compañeros apuntándoles con el arma. No. No compañeros, se dijo, contrincantes. Eran contrincantes, no sus amigos. Se centró en Sury West. Sabía a ciencia cierta que ella era peligrosa. Una de las razones por las que seguía vivo era no haberse cruzado con ella. No parecía especialmente herida. Pasó por el loco del 11, quien le devolvió la mirada inclinando la cabeza hacia un lado, como invitándole a elegirle a él. La chica del 7, por el contrario, tenía el miedo dibujado en la cara. Y por último Afena, que se tiraba de las trenzas y se frotaba los ojos con frenesí. ¿No había dicho que era la elegida? Bien, pues que fuera la elegida de verdad.

Empezó a moverse, pero la voz de Templesmith le recordó lo que pasaba si intentaba bajarse de la plataforma: bum.

Jake cerró los ojos por un momento. Su dedo estaba en el gatillo a medio apretar. Se preparó para el sonido de la bala al impactar con la carne. No tenía idea de cómo sería, nunca antes había usado ese tipo de arma. En el 2 no les entrenaban para eso. En el 2… entonces abrió los ojos, hizo un leve giro de muñeca y disparó en dirección a Ocean Maze, su aliada y su gran rival. ¿No era eso lo que había dicho Templesmith?

No pudo soltar el aire hasta que escuchó el ruido de la bala contra el metal. Alzó la vista hacia la chica. En realidad todos la miraban. Había detenido la bala con la sartén, que sostenía delante del pecho. Ocean Maze. Jake dio las gracias silenciosamente a quien fuera que le había enseñado a tener esos reflejos. Hasta casi sonríe. Pero Ocean lo miraba con cara de pocos amigos. Iba a decir algo. Iba a explicarse aunque no supiera si de un momento a otro su plataforma también saltaría por los aires, o la de Ocean, o todas porque a saber cuáles eran los planes del Capitolio en esa edición tan tan especial. Pero lo que pasó fue que Ocean dio un enorme salto por los aires, cayó rodando con la sartén todavía en la mano, cerca de las enredaderas de rosas y huyó corriendo por el pasillo por el que habían entrado. Ni un segundo después la plataforma de Ocean estalló en llamas.

—Otro delicioso giró de los acontecimientos —dijo Templesmith con diversión—. Deprisa deprisa, agarrad vuestros regalos. Y no os olvidéis de la comida, antes de que el fuego la convierta en cenizas. No querríamos ver a más tributos chamuscados.


Willow Birch Clearwater, Distrito 7

Willow levantó la caja: tres de sus armas, las que había diseñado ella. Si lloró, sus lágrimas se evaporaron en el humo. El diablo está en los detalles. Calculó la distancia de la plataforma al suelo y se tiró de allí, con toda la intención de huir de la escena.

Entonces se acordó de la comida.

—Mierda.

El fuego, todos esos tributos por matar, y la posibilidad (demasiado real) de morir allí, y entonces. Pero no podía seguir huyendo de los Juegos del Hambre. Tarde o temprano te acaban comiendo. Sin pensarlo más, echó a correr hacia la comida, sabiendo a ciencia cierta que pronto se cagaría en todos sus ancestros. No quería hacer esto, no quería hacer esto.

Derrapó en la comida y cogió sin mirar, un paquete, otro paquete, con los ojos llorosos por el humo. Al menos así no olía las rosas. Uno de los peces se le escapó de las manos. Lo abrazó todo de la forma menos galante posible y se dispuso a huir de allí cuando alguien — Once — le dio un palazo en la espalda que le quitó el aire de los pulmones. Se le cayó la comida al suelo embarrado. Ya no sabía dónde estaba arriba y dónde estaba abajo, pero pronto el abajo le vino al encuentro de la mandíbula. Si antes no tenía aire, ahora tampoco tenía cara.

—Bernese te manda recuerdos. Dice que igual Joey sí tiene razón de llamarte puta.

A la mierda toda la gente, Willow se giró sobre sí misma para enfrentarse a ese chico, y para alejarse de las llamas. Aún tenía el cuchillo curvo y el doble-hoja. El punzón sangrante debía de estar ensartado en un trozo de pan de los que había empezado a carbonizarse a su alrededor.

—Ni siquiera muerto se entera el muchacho —masculló. Once tenía la pala en ristre y Willow le arañó con el cuchillo curvo. Le hizo sangre.

—¡Eh! —se quejó Once.

A Willow le dio igual. Él mismo lo había dicho: ya había matado a alguien, aunque nunca pensó ser capaz. Bernese se iba a salvar y Willow se aseguró de que no lo hiciera. Si eso no es matar… Ya era hora de rellenar todos los prejuicios de la gente. ¿Querían que fuera la Birch Bitch? Pues iba a serlo. Por primera vez en su vida se iba a prostituir, y no para un hombre salido asqueroso, y tampoco por dinero, sino para el maldito presidente y el maldito Panem, por la mísera recompensa de poder seguir haciéndolo. Malditas ganas de vivir.

Arañó otra vez.

—¿Cómo te llamas, Once? —jadeó. Él le dio en el costado antes de contestar.

—Cress.

Willow se agarró por instinto antes de soltarse. Esto estaba yendo demasiado despacio. No había tiempo de conversar. No había tiempo de arañar. Ese chico tenía que soltar ya su maldita pala.

Sin manos no puede agarrar una pala.

Le agarró de la muñeca y le pegó un tajo en la parte interior. Cress empezó a gritar. La sangre le caía a borbotones. Willow le pegó en la mandíbula con la empuñadura de doble filo, y, en el último momento, le dio al mecanismo. La hoja surgió, veloz, y se le clavó en el cuello.

—Muere, Cress —le dijo Willow. Era extraño darse cuenta de que por primera vez no había tenido que hacer un esfuerzo para recordar un nombre, y sabía que no se había equivocado al pronunciarlo. Lo que hace la atención, pensó.

Entonces se dio cuenta de que le dolía la pierna. Tenía la pernera del pantalón en llamas. Se lanzó al suelo, restregándose contra la tierra, y antes de irse de allí alcanzó uno de los trozos de pan y una manzana a medio cocer. Necesitaba fuerzas para ir a por los demás.


Sury West, Distrito 2

¿Qué demonios había pasado allí? ¿Una pistola en el banquete, plataformas de lanzamiento saltando por los aires junto con el tributo que sujetaba la pistola? ¿el cobarde de Jake Russel siendo incapaz de hacer lo que tenía que hacer? Bueno, esto último a Sury no le sorprendía tanto. Lo que le hacía menos gracia era estar rodeada de fuego. Destapó su regalo y no le extrañó encontrar allí una lanza. Qué ingeniosos eran los Vigilantes. Habían creado un mecanismo que hacía subir los regalos desde alguna parte para que pareciera que sólo podían ocupar el espacio de la cajita dorada. Sury ya se estaba acordando de Enobaria por no enviarle su arma predilecta. Pero allí estaba, preciosa y perfecta, una lanza de mango extensible que relucía de lo nueva que estaba. O bueno, relucía por las llamas que se reflejaban en el metal, que por cierto, estaba bastante calentito.

Sury pensó de inmediato que si su regalo era una lanza, el de Silvana tenía que ser un arco y unas flechas. No le gustaría terminar carbonizada, pero tenía que conseguírselo. Tal vez eso le diera fuerzas y consiguiera levantarle el ánimo. Aunque sinceramente, no tenía ni idea de cómo lo iba a usar con ese brazo inútil que se le había quedado. Pero seguía viva y eso era lo importante para Sury. No sabía en qué momento habían cambiado sus prioridades en los Juegos. No entendía por qué ahora deseaba con tantas ansias mantener a Silvana con vida el máximo tiempo posible. Tal vez porque en ella veía una verdadera rival, más que en ningún otro tributo, masculino o femenino, que hubiera acudido a los Juegos. Admiraba su fuerza de voluntad para seguir viva, admiraba que no se hubiera rendido ni siquiera estando a las puertas de la muerte. Quería luchar con ella en la final, o al menos que ella aguantara para estar presente. Silvana se lo merecía, merecía cumplir esa pequeña parte de su sueño. Su destino debía tener algo más preparado para ella aparte de pasarse los Juegos agonizando. No sabía por qué le importaba, pero le importaba muchísimo mantener a Silvana con vida hasta ese último momento. Sury no era una ingenua, sabía que luego tendría que matarla, pero eso era lo de menos. Todo el mundo recordaría sus nombres: Sury y Silvana. Por eso no la había dejado acudir. Era demasiado peligroso y ella estaba demasiado débil. Necesitaba un poco más de tiempo para recuperarse. Para su sorpresa, Silvana había accedido sin presentar mucha pelea. Lo que daba muestras del mal estado de la situación.

Con las llamas lamiéndole la piel de la cara y la tela del traje, corrió hacia la plataforma en la que debería haber estado Silvana y destapó su paquete. Para su decepción, allí no había ningún arco, sino más medicinas. Sury soltó un improperio. Su amiga no necesitaba que le alargasen la vida, necesitaba un arma para luchar, ella se encargaría de llevar sus fuerzas hasta el último de los límites. Sury esperaba que al menos fuera más fuerte que los anteriores, que le hacían que la fiebre bajara pero no conseguían exterminar la infección.

Se le quitó de la cabeza Silvana en cuanto vio a Jake Russel, ahí plantado, sin hacer nada provechoso, como era su costumbre. Le habían regalado un par de cuchillos a juego, de hojas curvas, letales si sabías hacer un buen uso de ellos. Servían tanto para partir a una persona por la mitad en las distancias cortas, como para lanzarlos y que regresaran a tu mano. Sury no pudo evitar ir a por él. El banquete era tradicionalmente sangriento. En ese había habido muchos fuegos artificiales y poca sangre para su gusto. El humo le dificultaba la visibilidad y ya le costaba distinguir si Jake estaba huyendo o se acercaba para enfrentarse con ella. Temía arrojar su lanza por si erraba y la perdía, por lo que se aproximó un poco más hasta que algo se le echó encima.

Sury comenzó a verlo todo desde el suelo, la mancha negra que la aprisionaba con un agarre increíblemente fuerte para lo delgada que era, las trenzas que le caían sobre la cara, las llamas a su alrededor cerniéndose sobre ellas. Afena la sujetaba al suelo con su propio cuerpo, tanteándola como intentando entender su cuerpo. Sury había perdido la lanza con la caída. Sus manos oscuras estaban llenas de sangre reseca.

—A él le corté la cabeza, y a ti te arrancaré el hígado —le dijo inclinando la cabeza hacia su oído, donde acababa de meterle el dedo unos segundos atrás. Tenía la voz rasposa por el humo.

—Cuanta fanfarronería —replicó Sury, que aprovechó para darle un cabezazo.

La chica se quedó aturdida por un momento pero enseguida fue a por su cuello. Sury captó su mano y le mordió un dedo tan fuerte que llegó hasta el hueso. Ese fue uno de los consejos de Enobaria: si te quedas sin armas, usa los dientes. Se atragantó con la sangre y empezó a toser, lo cual fue una distracción terrible. Los ojos le lagrimeaban, Afena le dio una bofetada con la mano abierta que le torció la cara hacia un lado. El dedo le colgaba de la otra mano, pero con la buena intentó recoger la hoz que había soltado brevemente para estrangularla.

Sury evaluó sus recursos. Buscó su lanza, pero lo que se encontró fue a Cress Oleander dándole un palazo a alguien. Había una espada a los pies de la plataforma de Ocean Maze. Sury miró hacia arriba de nuevo y vio a Afena con la hoz en la mano. Iba a morir, la iban a partir en trocitos, le sacaría el hígado y hasta puede que se lo comiera. Se agitó desesperada, no podía dejar que una escuchimizada chica de distrito acabase con ella. Encontró las fuerzas para mover una pierna y arrear a Afena una patada en el estómago. Afena hizo el mismo ruido que si le hubieran pegado un pellizquito y ni se inmutó.

Le dio otra vez, pero Afena tenía buen agarre, y le acercó la hoz a su cuello. Sury se rebanó las palmas de las manos intentando pararla. Y entonces la espada de Ocean atravesó el costado de Afena hasta la mitad de la hoja. De pronto había sangre por todas partes. Silvana apareció entre la cortina de llamas que les rodeaban. Llevaba el pelo suelto y su cara iluminada por las llamas la hacían similar a un espectro escarlata. Sury no sabía si gritar de la emoción o hacerlo de miedo.


Afena, Distrito 11

No era igual que el dolor de un golpe, una espada ensartada en el costado. El pánico amenazó con atenazarle la garganta.

Uno no se muere de un espadazo en el costado, decidió Afena. Era, quizá, la voz de su hermano.

Afena significa la elegida.

¿Pero la elegida de qué? ¿La elegida para no ver nada? ¿La elegida para el espadazo en el costado? ¿La elegida de qué? ¿¡La elegida de qué!?

Ya no sabía lo que estaba haciendo. Estaba matando a alguien, probablemente, como siempre en los Juegos. Había que matar a la gente, pero había mucha gente. No dejaban de aparecer de entre los arbustos, por los pasillos, y Afena lo había hecho todo como tenía que ser: la habían seleccionado, se había entrenado, había comido y había matado, ¡había montado espectáculo! Y aún así los malditos tributos no dejaban de aparecer.

Le dolía la tripa, como si la espada hubiese llegado hasta allí. Probablemente era el caso.

Su hermano, moribundo, le había contado lo que era.

—Te meten una cosa en el cuerpo y ya sólo te la saca la muerte. Pero tú eres la elegida, Afena. Tú nos vengarás a todos.

¿Tú nos vengarás a todos? De repente, la idea de no ser la elegida de los Juegos del Hambre, sino de otra cosa distinta, se le hizo insoportable. Y tenía una espada en el costado. Quizá era la elegida de uno de los chanchullos de su hermano, esos líos en los que se estaba metiendo siempre. Sus peleas de calles. ¿La elegida para reconquistar el barrio?

—La elegida —dijo. La saliva caía roja en las dos caras de la profesional.

Seguía viendo doble, como el sentido doble de la elegida. La elegida para su hermano el inútil, el que se había dejado matar para que nadie supiera que era un mentiroso. La elegida para sus sueños estúpidos.

Quería llorar. Necesitaba digerir todo aquello, pero ya no tenía estómago para digerirlo, estaba atravesada por una espada. Si no era la elegida de los Juegos del Hambre, entonces ¿qué era? ¿Qué iba a pasar?

Sintió un tirón en las entrañas. Un chico tiraba de la espada.

—No —le dijo. No. Necesitaba pensar. Necesitaba tiempo—. ¡Espera!


Sury West, Distrito 2

Tan pronto como distinguió a Silvana ésta cayó al suelo derribada por Jake Russel, que no perdió un instante: agarró la espada ensartada en Afena y tiró de ella, aunque la chica le imploró que no lo hiciera. Su cuerpo se cayó encima de Sury mientras que Jake salía corriendo.

Sonó el cañonazo.

Sury quería gritar a Silvana por el descuido, estaba a punto de tener una pataleta. Pero estaba tendida en el suelo, y Sury se levantó a por ella.

—Has venido —dijo Sury en su lugar con tono calmado.

Silvana sonrió débilmente.

—No podía perdérmelo —miró a Afena con los ojos brillantes—. ¿La he matado yo?

Sury no lo sabía. Había pasado deprisa. Jake Russel había sido quien había tirado de la espada.

—Pues claro. También me has salvado la vida.

—No volverá a pasar —dijo Silvana. Intentó subir la mano para quitarse las gotas de sudor que le caían sobre los ojos, pero el brazo volvió a caer inerte—. Hace mucho calor en este sitio.

Sury estaba segura de que si le pusiera un termómetro a Silvana lo reventaría de fiebre. Por otro lado, o se movían o acabarían calcinadas. Tenía que sacar de allí a Silvana. Luego le daría la nueva medicina. Y después buscarían a Russel. Ya era hora de comenzar el final de la partida.


¡Y hasta aquí el capítulo de hoy! Esperamos que os haya gustado nuestro banquete. Para la ocasión, hemos empezado a jugar con el órden de los povs.

Nos despedimos en esta ocasión de:

-Farik Torcacuello, con el que el Capitolio ha decidido jugar. Adiós Farik, gracias por alegrarnos la vista con tu guapura y vete a darle un beso fantasma a Kanan, que va a llorar por ti hasta que se le acaben las lágrimas. Le salvaste, y a ti te han salvado incontables veces, pero esto sigue siendo una distopía apocalíptica (puesto 8). Gracias a Marta por crearlo.

-Afena. La elegida. La pobrecita, que acaba de expresar por primera vez lo más profundo de sus emociones. En el fondo tenía miedo. Gracias por darle miedo a todos los tributos y ser mala como nadie (puesto 7). Gracias a Mitsuky por mandárnosla.

-Cress Oleander, el enterrador grafitero de los fantasmas. Has cambiado el spray por la pala ¡y no ha sido mala opción! Al final quedan muchos duros, tenías pocas posibilidades contra tanto sádico (puesto 6). Gracias a Alpha por darle vida.

Ya sólo nos quedan cinco vivitos y coleando, a ver para cuántos capítulos nos dan...

¡Hasta la semana que viene!

Gui y Rebeca