Capítulo 21. A las puertas


Silvana Dalton (Distrito 4)

Ruido. Había un ruido muy potente. Rápido. Un ruido muy rápido. Demasiado rápido. Se iba a caer.

—¡Más despacio! —le gritó a Sury. Estaba haciendo algo que hacía ruido y lo estaba haciendo demasiado rápido.

El ruido paró, y la inquietud se fue. Silvana tenía frío, pero también tenía calor. Le dolía la piel. El brazo era un burruño de molestias.

El banquete se repetía en su cabeza, llenándola de inquietud. La promesa de no ir. La lucidez que le vino de la nada y le hizo levantarse. Levantarse y andar, como si un niño le guiase en un mundo sin referencias. Siguiendo una fuerza que tiraba de ella, como aquella noche acalorada en la que vio a Pauline. Hacia la luz y el humo.

Sury le levantó la cabeza.

—No me toques. No me —y le metió unas pastillas y agua, y le cerró la boca.

—Traga.

Silvana se intentó debatir pero si no tragaba se ahogaría. Se acordó del mar. El mar, salado, y el río, dulce. Sopas de marisco en las que nadar hasta quedarse sin brazo. La serpiente. Torkas. Pauline.

—No me toques —tosió.

El banquete. El discursito de Claudius Templesmith le hacía pesar la cabeza hacia la izquierda y por eso había llegado a ese lado y Ocean Maze había salido corriendo porque Silvana era un enorme muto lleno de brazos y flechas y la niña había preferido correr a esconderse de su ira. Y se había dejado la espada.

—Toma, come. Silvana. Come esto. Vamos Silvana.

—Cállate.

Sury hablaba demasiado rápido, realmente hablaba demasiado rápido y necesitaba que se callase. Si se callaba por lo menos Silvana podría descansar. Descansar porque estaba ya harta. Harta y cansada. Y harta. Estaba muy cansada. Tenía tantas ganas de llorar que estaba muy cansada.

—Cállate.

—Ya me he calla...

—Shh —le chistó.

El humo le había picado los ojos. Por eso quería llorar. Así que sollozó.

—¿Silv...? —un murmullo a penas.

Era el humo, Sury tenía que entender que era el humo. Por eso había cogido la espada. Para cortar el humo.

—Tengo que matar al humo —dijo.

Sury la miró con extrañeza.

—¿Qué estás diciendo?

—¡Sury! —le gritó. No lo entendía—. ¡Tengo que matar al humo! Tengo que matarlo ya. Tengo que matarlo.

El humo era negro y estaba estrangulando a Sury y Silvana le clavó la espada, pero el humo se esfumó.

Entonces llegó el fuego y era negro y estaba quemando a Sury. Silvana intentó cortarlo pero el fuego fundió la espada.

Las lágrimas le hacían picar los ojos.

—Sury, tienes que llamar a Pauline. Ella puede cortarlo. Sury, no te mueras ahora porque Pauline tiene que matarlo.

—Sí, Silvana, tranquila, he llamado a Pauline —le dijo Sury.

Silvana se extrañó.

—¿Has llamado a Pauline?

Una pausa.

—Sí.

Silvana recordó el peso de la espada y el momento en el que entró en la carne. Había sido viscoso. Había opuesto resistencia, como si todas las fibras del cuerpo nudoso de Afena empujasen contra la espada, y Silvana sólo tenía un brazo. Un brazo contra las fibras nudosas. Y luego los huesos habían hecho "crack". Al romperse, retumbaron por la espada, y la sacudida hizo temblar el único brazo de Silvana. Pero empujó más y atravesó una zona blanda, como vacía, y otra zona dura, y luego notó un tope.

En la academia les enseñaban anatomía, y de repente Silvana se acordó de los órganos. El estómago, el hígado, los intestinos. Supo a ciencia cierta que eso era lo que había sentido. No la sangre. Casi no había sangre, y no se veía porque la piel de Afena era demasiado oscura y su traje ya estaba manchado de otras mil cosas. No había sangre y Afena seguía hablando. Seguía viva.

—¡No llames a Pauline! —le gritó a Sury, acordándose de repente. No había que llamar a Pauline, Pauline lo estropearía todo.

—¡Vale! —se apresuró a contestar Sury. Parecía que le daba la razón como a los tontos. Pero era esencial que entendiera.

—Pauline los matará a todos. Los matará a todos. No puedes llamar a Pauline porque tienen estómagos.

—Silvana, cálmate. Pronto te hará efecto la medicina, no te preocupes. Respira conmigo.

—No, no, es por el hígado y por el estómago. Se rompen. Se rom-pen, Sury, SE ROMPEN.

—¡Sí, se rompen! ¡Lo entiendo, Silvana, de verdad! ¡Lo entiendo! Lo entiendo.

Silvana se tranquilizó al ver a Sury tan segura. Quizá lo sabía. Ella había matado a gente. A Willow Birch Clearwater, y a Jake Russel. Y a Torkas. Torkas.

El tributo de los trigésimocuartos Juegos se había comido a sus adversarios. Se había comido los estómagos también. Silvana tenía ganas de vomitar.

—Voy a vomitar.

—¡No! —Sury le puso las manos delante de la boca—. No puedes vomitar, el medicamento tiene que hacer efecto.

—¡Es el estómago!

—No pienses en el estómago. Piensa que ya sólo quedamos cinco y pronto podrás volver a casa. Y podrás matarlos si quieres.

—No, no, no quiero matarlos.

Sury la miró con el ceño fruncido.

—Pero tenemos que matarlos, Silvana.

Silvana se echó a llorar otra vez, porque no podía vomitar. No quería matar a nadie. No quería sentir los huesos y el estómago y la carne resistente. No quería ver la vida en los ojos de los muertos. Se suponía que era fácil. Se suponía que era bueno.

—No llames a Pauline —sollozó—, no llames a Pauline...

Lo repitió todas las veces que pudo mientras Sury le atusaba el cabello y poco a poco se fue quedando dormida.


Ocean Maze (Distrito 5)

Había ciertas cosas que Pat no había querido enseñarle a Ocean, o que sólo le había enseñado a medias. Usar armas en el combate era una de ellas. Sin embargo, sí que le había enseñado los principios básicos del equilibrio y la autodefensa, que incluían una serie de movimientos acrobáticos, como el salto que acababa de dar desde la plataforma al suelo, el mismo que le había permitido salir con vida de ese banquete de locos. Había visto las llamas por el rabillo del ojo. Tal vez estuvieran todos muertos, aunque nadie la había declarado vencedora de los Juegos, así que mejor no hacerse ilusiones.

Pero lo más importante, lo que no podía quitarse de la cabeza, era la forma en que Jake la había traicionado. ¿Por qué lo había hecho? Había tenido mil momentos en la arena para matarla y sin embargo había cuidado de ella. Había sido su compañero, su aliado y tal vez… tal vez esto fuera aventurarse mucho, pero Ocean pensaba que tal vez hasta hubiera sido su amigo. No era tan boba como para no saber que acabarían por enfrentarse. No obstante, un disparo a bocajarro le parecía la manera más barriobajera de hacerlo, la menos honorable. Y estaba claro que a Jake le importaba el honor. O eso le había parecido a ella. Puede que todo fuera una farsa o que los Juegos lo hubieran convertido en un asesino despiadado, como habían hecho con ella misma.

Entonces recordó a Pat hablándole de la tranquilidad de la mente y la nobleza del corazón. Estaba claro que ella no tenía nada de lo segundo. Estaba intentando practicar lo primero mientras seguía corriendo, porque si no lo hacía daría media vuelta, buscaría a Jake Russel y si ya estaba muerto, lo remataría.

Lo curioso es que cuando ya no le quedaron fuerzas para seguir corriendo, cuando necesitó parar y apoyarse sobre las rodillas para recuperar el aire, se puso a llorar como una cría. Esperaba sinceramente que fuera porque necesitaba soltar la tensión acumulada de esos días y no por ese chico. Si llorara por el chico sería terrible y se despreciaría a sí misma.

—Para ya, estúpida —se dijo, restregándose los lagrimones con rabia.

Se concentró en inspirar y expirar, dejando que su respiración se acompasara con los latidos del pecho. Poco a poco se fue calmando. Se recordó que fue Jake quien le había dado la sartén. A la postre, eso había sido lo que le había salvado la vida, una maldita y aparentemente inútil sartén. La sartén y los buenos reflejos que tanto había practicado con Pat en su gimnasio destartalado. Si no fuera por Pat ya se habría muerto ocho veces en los Juegos del Hambre. Aunque si no fuera por a Jake también estaría muerta. En cualquier caso, lo odiaba. Mejor tener eso en cuenta y no olvidarlo. Necesitaba odiarle para poder enfrentarse a él, si es que seguía vivo.

La arena cada vez parecía más esmirriada, observó mientras caminaba de acá para allá, dando vueltas. No acababa de decidirse sobre volver al lugar en el que había tenido lugar el banquete. Hizo y deshizo el mismo camino tres veces, hasta que lo vio de espaldas, metido en lo que quedaba de un río. Tenía quemaduras recientes en un lado de la cara, y su espada. Jake tenía su maldita espada, Gloriosa. A Ocean le invadió una furia asesina. Quería la espada y quería a Jake. Ese fue el primer pensamiento que se le vino a la mente. Enseguida lo corrigió por: quería su espada y quería hacerle daño a Jake por lo que le había hecho. Se acercó a él por detrás. Guardaba la karambita en el bolsillo. No había tenido motivos para usarla hasta ese momento, ni siquiera Jake sabía que la llevaba. Se la había quitado a Nekko después de matarlo. La sacó y abrió la cuchilla. Espero a que su respiración se relajara un poco más, hasta que logró controlarla y que resultara inaudible, entonces le colocó a Jake la karambita en el cuello.

—Volvemos a encontrarnos —le dijo.

—Disfrutas demasiado colocándome pinchos en la garganta —replicó Jake.

Ocean notó cómo le subía una especie de ardor por la cara y se le extendía hasta llegar a las manos. Estaba furiosa.

—Has intentado matarme —le chilló al oído mientras le inmovilizaba un brazo en la espalda y tiraba de su cuello hacia atrás—. De entre todas las opciones, has intentado matarme a mí.

Las mejillas de Jake se tiñeron de un rojo brillante.

—De entre todas las opciones, sabía que tú podías parar la bala —replicó Jake tragando saliva—. Siempre supe que podías hacerlo. Ese banquete era una trampa. Y esta postura es muy incómoda, por cierto.

Ocean no estaba por la labor de atender a razones. Sujetó el brazo de Jake por detrás con una rodilla y fue a por el otro para que le hiciera compañía. Le gustaba tenerlo así, a su merced. Por otra parte, Jake parecía dispuesto a dejarse hacer lo que ella quisiera.

—¿Y si no la hubiera detenido? —preguntó.

Jake trató de encogerse de hombros, algo complicado en su actual postura.

—Son los Juegos del Hambre.

Ocean perdió los papeles y le arreó un golpe en el estómago.

—Ay —profirió el chico— ¿no ves que estoy malherido? Además, te he conseguido la maldita espada.

—Son los Juegos del Hambre —repitió Ocean.

Entonces le profirió una bofetada en la parte de la cara que no tenía quemaduras antes de alcanzar la espada. Jake seguía sin oponer resistencia, por lo que la colocó en su pecho.

—Debería matarte ahora mismo. Me has disparado.

—Hazlo si puedes —dijo Jake—. Ya no queda tanto para la final, ¿por qué retrasarlo? No esperes que me esté tan quieto más adelante.

Ocean retiró la espada.

—¿Vas a perder la oportunidad de matarme? —quiso saber Jake

—Cállate imbécil.

Jake se incorporó del suelo. Tenía una mejilla enrojecida por la bofetada y la otra un poco chamuscada. Debían de picarle ambas.

—Me llevaré la sartén —dijo.

—No vas a ganar los Juegos con una sartén —replicó Ocean.

Jake señaló los cuchillos de hoja curva que llevaba en el cinturón.

—Para mi también había un regalo, aparte de la gracia de la pistola.

—¿De quién era el otro cañonazo? —preguntó ella.

—Afena.

Ocean sonrió. De entre todos los vivos en el Banquete, Afena era quien más le asustaba.

—¿Fuiste tú?

—Trabajo en equipo de los despojos profesionales. Ahora tenemos que ir a por ellas. Yo creo que nos han echado de la cornucopia para acondicionarla. Deberíamos volver allí.

—Espera. ¿Así que has vuelto a dejar escapar tributos?

—Ha sido para darle emoción. Aparte, quería recuperar tu espada. La tenía Silvana Dalton. Tal vez no haya sido la maniobra más inteligente, pero es lo que he hecho.

—¿Quiénes quedamos?

—Sury y Silvana, la petarda del siete, tú y yo. ¿Vamos?

—Espera.

Se acercó a él hasta dejar pocos centímetros de distancia entre ambos. Era ahora o nunca. Ocean respiro hondo. En realidad, no era ahora o nunca, pero dudaba que Jake estuviera tan dócil más adelante. Se lo había dicho otras veces, confiaba en ella. Lo estaba demostrando otra vez, parado delante, sin hacer nada. Entonces dijo:

—Gracias por traerme la espada.

—De nada —contestó Jake—. Pensé que era importante para ti. Te pusiste frenética cuando la perdimos.

No quería irse todavía. De pronto tenía miedo. Miedo a morir, miedo a vencer, miedo de perder a Jake de vista para siempre. Todo eso teniendo en cuenta que bien podía haberla matado un rato antes.

—Si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias, ¿crees que habríamos sido amigos? —le preguntó.

—Ni por asomo —contestó el chico. Luego Jake le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

Ocean cerró los ojos por un momento. Era suficiente. No tenían el lujo de permitirse gastar el tiempo con tonterías. Estaban en los Juegos del Hambre y ya tenía ganas de volver a casa. Eso, o terminar con todo. Se sentía agotada. No quería desperdiciar fuerzas pensando cómo podrían haber sido las cosas en otra vida y en otro mundo que no fuera Panem. Respiró hondo un par de veces más para relajarse y sujetó la espada con fuerza, ahora con una sola mano. Entonces abrió los ojos.

—Vamos.

—Espera —la detuvo Jake esta vez—. Tal vez necesitemos un plan.


Willow Birch Claerwater (Distrito 7)

Willow no conocía insultos suficientes para sí misma. Por otro lado no podía hacer otra cosa que avanzar. Se había tomado la manzana y había bebido agua. Tenía la sensación de que era lo último que comería.

Las calles de la sección del capitolio eran cortas. Willow se había aventurado hasta una zona que tenía placas fotovoltaicas gigantes y había dado media vuelta. ¿Para qué enfrentarse a los horrores de la arena si los tributos ya eran horribles? El fuego de la Cornucopia había menguado y a un lado de la plaza se habían instalado Dos y Cuatro. Cuatro deliraba. Sería la fácil de derribar. Por lo tanto tenía que alejar a la otra. La Willow que había sido hasta ayer habría llorado de oír lo que estaba pensando. Matar a la chica débil. Y luego a la chica que no era débil. Dos profesionales de Academia y una pobre carpintera venida a menos.

Si no moría hoy… No. No podía pensar eso. El plan era simple. Atraer la atención de Dos, que se levante, y abalanzarse, cuchillo curvo en mano, para matar a Cuatro. Y luego rezar porque Dos tardase mucho en volver.

No sabía cómo distraerla. Dejarse ver era una opción, pero una opción estúpida. Y si tardaba demasiado, los Vigilantes se encargarían de que la vieran.

Le dolía el pecho de lo mucho que le latía el corazón. Cuatro llevaba unos minutos calmada y Dos empezó a mirar a su alrededor. ¿Por qué seguía cuidando de ella? Tendría que matarla. Aunque por sus pintas iba a morir sin la ayuda de nadie. Lo que Willow estaba planeando era piadoso, a fin de cuentas.

Dos se levantó, le echó un vistazo a Cuatro, y se dirigió hacia la Cornucopia de flores quemadas. Quizá pensaba encontrar algo de comida. Cada cierto tiempo miraba hacia Cuatro, dudosa de lo que hacer.

Willow sabía reconocer una ocasión, pero estaba un poco lejos para llegar con rapidez hasta Cuatro. Además, era mejor esperar a que Dos se alejara. Con la frecuencia con la que miraba atrás, tendría apenas seis segundos para matar a una persona. Willow estaba convencida de que seis segundos no bastaban. No podían bastar.

Esperó un poco más, ya más cerca del cuerpo inerte de Cuatro. Para más seguridad, cogió también a doble-hoja, una de sus primeras creaciones, y miró hacia la Cornucopia. Ya no veía a Dos. Tenía que actuar antes de perder el factor sorpresa.

Miró sus cuchillos y se decidió por cuchillo curvo. Sin pensar más se abalanzó sobre Cuatro. Tenía el brazo negro y la cara pálida. Y así de fea iba a morir. El cuello era lo que más sangraba, probablemente lo más certero, así que Willow le puso a cuchillo curvo en el cuello y tiró, con fuerza.

Entonces pasaron dos cosas a la vez.

Primero, escuchó la voz de Dos, gritando, y no supo si fue antes o después de tirar del cuchillo. Segundo, Cuatro abrió los ojos y le clavó las uñas en el brazo. Pero Willow tiró igual, porque las uñas de Cuatro eran débiles y tenía los ojos llenos de fiebre.

—¡Silvana! —gritaba Dos.

La sangre surgió de su cuello y las roció a las dos. Silvana boqueaba mientras se desangraba. Willow dudaba que esa imagen se le fuese nunca de la cabeza. Pero tenía que prepararse para la llegada de Dos, rabiosa. Tenía que despegar los ojos de la cara de Silvana. Pero la profesional seguía boqueando, aferrada cada vez más fuerte a su brazo. ¿Cómo era eso posible? Willow se sacudió pero Silvana le había rodeado las piernas con las suyas, lo que la hizo tropezar.

Por fin se separó del cuerpo al sonar el cañonazo, pero por la fuerza utilizada se tambaleó hacia atrás. Aterrizó de culo. No había registrado eso, que una mole de carne se le tiró encima. Dos.

—¡Puta! —le gritó.

¿Qué esperaba esa chica? ¿Vivir felices para siempre con su noviecita?

Willow le pegó un rodillazo y Dos le devolvió un puñetazo. Willow no creía que lo de ver las estrellas era una expresión literal hasta que le ocurrió. El dolor era como un punzón hasta el centro de su cuerpo. Willow agitó sus cuchillos sin mirar, intentando clavárselos en la carne a Dos, que le daba con los puños allá donde podía. Le hundió uno en el ojo, pero Willow la hizo sangrar. Dos le inmovilizó la mano izquierda y se la retorció sin miramientos, haciéndole perder a cuchillo curvo. Willow gritó, sabiendo lo que iba a venir. Le iba a robar el arma. Intentó darle con doble-hoja, sacándole el mecanismo antes de tiempo. Le rajó la costilla, atrasando unos segundos el momento fatídico.

Gritó más y más, dándose fuerzas para separarse de ella lo justo. Dos alcanzó a cuchillo curvo y Willow le dio un puñetazo en la cara antes de levantarse de mala manera e intentar correr. Pero Dos le alcanzó del tobillo y tiró de ella. Willow se comió la tierra.

Quería quedarse tumbada y dejar de luchar. Pero su cuerpo reaccionaba antes de que ella se lo pidiese. Daba un golpe aquí y allá, evitaba el cuchillazo, que le quemaba la piel a estocadas.

Entonces vio la punta de su arma y Dos se la clavó en el ojo.


A/n: nuestras disculpas para empezar por el retraso. Las navidades son una época complicada, así que no voy a prometer nada para la semana que viene. Sólo diré que a esto le queda un suspiro). Hoy nos toca despedirnos de dos concursantes muy queridas por todos (empezando por nosotras).

-Silvana Dalton. Gracias a Silvana por ser una delicia de narrar y un gran ídolo de masas. Gran ejemplo de que quien la sigue no siempre la consigue pero no hay que dejar de intentarlo. La vida no es justa, pero tú evolución nos ha encantado. Nosotras y Sury te echaremos mucho de menos. Muchas gracias a Soly por enviarla.

-Willow. Lo intentó como pudo pero su última idea fue un verdadero suicidio. Su personalidad testaruda y malhablada fue una de las más interesantes de los juegos y su ficha, la mejor. Cuando vimos lo que nos envió Sel pusimos todo nuestro dinero en su casilla, pero mira, ni con esas. Sel, podrías dedicarte a hacer fichas profesionalmente. Muchas gracias por Willow.