Ahora tengo que declarar como siempre que los personajes no son míos, pertenecen a la autora Stephenie Meyer y la historia fue escrita por la asombrosa autora pattyrose, yo solo la traduzco.

Y como en cada una de mis traducciones, le agradezco enormemente a mi compañera de armas, mi porrista personal y querida amiga, Erica Castelo. ¡Quién diría que tus jalones de orejas seguirían después de once años! T.Q.M!


Capítulo 11 – La chica a la que no le gusta la maleza

Tres semanas antes de llegar a Londres y antes de que Entrometido se entrometiera en mi vida, la ciudad de Nueva York experimentó un evento climático inesperado.

Esas no fueron las palabras que elegí para el fenómeno, sino el término sumamente dramatizado empleado por los meteorólogos, que habían fallado en su trabajo de pronosticar. No obstante, no podía culparlos por su necesidad de exagerar, por su intento de restarle importancia a su falla al exagerar un aspecto del evento a expensas de otro aspecto. De hecho, ya que estaba en medio de mi propio intento de disimular una falla épica, sentí empatía.

En el caso de los meteorólogos, la exageración se empleó para describir el evento climático inesperado como el advenimiento del Apocalipsis, cuando en realidad, las fibrosas ramas de los árboles, las aceras de concreto, los rascacielos de acero, los techos de alquitrán negro, y cada objeto de por medio en la ciudad estaba lo bastante sobrecargado por una manta de gasa aterciopelada de color marfil para rivalizar con las nubes en el cielo. Lo que es más, todo estaba yuxtapuesto contra un panorama de copos de nieve engañosamente sencillos pero detalladamente intrincados cayendo como una suave cascada del cielo nocturno.

Sin embargo, esa noche tres semanas antes de conocer a Entrometido, me encontraba mirando ceñuda a la vista antes mencionada desde las ventanas de la oficina de Sulpicia Volturi, decorada vistosamente en la esquina del vigésimo quinto piso. Verán, unos días antes, había despertado con la inesperada sorpresa del teléfono de mi novio Marcus vibrando de forma demandante desde el bolsillo de sus pantalones. Al haber echado un pequeñísimo vistazo a escondidas, recibí a cambio una sorpresa exponencialmente mayor—específicamente, que Marcus tenía una esposa de nombre Didyme. Era un nombre bastante singular, y por ello, en los siguientes días se convirtió en una melodía pegadiza, como una de esas canciones cuya letra se queda en tu cabeza, salvo que en mi cabeza, era más parecida a un tambor de guerra, tamborileando en métrica triple.

Didyme, Didyme, Didyme. Didyme, Didyme, Didyme.

Es por eso que había perdido la habilidad de ver belleza en lo inesperado y por ende estaba lista para las insinuaciones de los meteorólogos de que todas las sorpresas deben llevar a la miseria. En mi estado de ánimo, no me interesaba en lo absoluto la belleza invernal.

Didyme, Didyme, Didyme. Didyme, Didyme, Didyme.

En todo caso, me sentí aliviada que con todo el esplendor de oropel en la oficina de Sulpicia Volturi, nunca adivinarías que era temporada de fiestas. No había árbol, ni guirnaldas.

Didyme, Didyme, Didyme. Didyme, Didyme, Didyme.

Y, seguro como la mierda, que no había ninguna decoración navideña o alegre—

"¿Hola? ¿Tierra llamando a Isabella? ¿Entendiste todo eso, o tengo que repetirlo?"

Antes que Sulpicia pudiera humillarme más, enumeré toda la lista de tareas pendientes que ella acababa de recitar a pesar de todas las Didymes danzando en mi cabeza.

Sulpicia arqueó una ceja, una sorpresiva confirmación en sí misma de que estaba impresionada.

"Verás, Isabella. Esa es la razón por la que eres tú la que está aquí, trabajando hasta tarde conmigo, en vez de Tyler o cualquier arquitecto junior. Contigo, no tengo que preocuparme por dramas en el entorno laboral o inquietarme por demandas innecesarias en recursos humanos para un ambiente de trabajo más aceptable."

Didyme, Didyme, Didyme. Didyme, Didyme, Didyme.

La disposición de Suplicia a abusar de mí porque era inteligente y adaptable, y aun así, maleable y dócil era una forma de elogio; al menos, era elogio en su retorcida manera de pensar.

"¿Cómo iba a saber yo que Ben terminaría en el hospital con una úlcera como consecuencia de estar demasiado estresado?" Continuó su queja, agregando una mofa irónica. "¿Qué significa siquiera estar demasiado estresado? ¿Lo sabes? Porque yo definitivamente no."

"Supongo que significa—"

Debí haber sabido que era una pregunta retórica. Sulpicia en realidad nunca quiere una respuesta más allá de una afirmación.

"Solo encárgate de esos planos adicionales antes de que te vayas Londres," ordenó, interrumpiéndome, "Para no estresar con ello accidentalmente demasiado a Ben. Eso es todo."

"Claro, Sulpicia."

Guardé mi laptop en mi bolso y expulsé un suspiro furtivo en protesta por otro proyecto y compromiso conseguido por mi habilidad para manejar chorrecientos proyectos a la vez mientras simultáneamente eludo visitas al hospital provocadas por estrés que le echaría encima a Sulpicia a los administradores de recursos humanos. Y mientras tengo una repugnante letra pegadiza en mi cabeza, no olvidemos eso.

Didyme, Didyme, Didyme. Didyme, Didyme, Didyme.

Haciendo un lado los elogios de mierda y los repetitivos nombres de esposa, mientras mi vida personal se estaba derrumbando, de algún modo había conseguido un momento de epifanía:

Si no me imponía, el mundo me convertiría en un sirviente incapaz de estresarse corriendo de acá para allá; un Atlas que se encoge hasta que sus rodillas golpean el suelo pero nunca se quiebra; una flor ondeada por el viento, asfixiada por la maleza, destinada permanentemente al suelo lodoso.

De acuerdo, quizás esas fueron más exageraciones. Mi punto es, que esa noche, tuve una revelación, ¡un momento, Eureka! A pesar del Didyme, Didyme, Didyme. Didyme, Didyme, Didyme.

Estaba harta de que me mangonearan, de hacer el papel de Bob Cratchit (1) para la Scroogette (2) de Sulpicia, de ser la 'otra mujer' ya fuera accidentalmente o a propósito. Y Sulpicia sería la primera que recibiría los beneficios—o consecuencias—de la nueva y mejorada Isabella Swan, poseedora de carácter.

Me enderecé en mi asiento con una respiración profunda, encontré mis agallas y abrí mi boca.

"En realidad, Sulpicia, primero, me gustaría decir que aprecio la confianza que me has tenido desde que comencé a trabajar en Arquitectura Volturi. Es gratificante saber que valoras mi fuerte estómago y mi habilidad de encargarme de varios proyectos a la vez sin terminar en emergencias."

Sonriendo, hice una pausa para ofrecerle una oportunidad de reírse por mi pequeña broma, para luego asegurarme que valorara más que mi habilidad de permanecer de pie bajo presión.

Scroogette me devolvió la mirada inexpresiva.

"Sí, bueno, como decía, aunque aprecio tu confianza en mí, no puedo evitar encontrar un poco injusto que—"

"Bella, espera un momento." Sulpicia mantuvo un dedo índice suspendido en el aire, para luego ladrar en su móvil. "Didyme, si estás interrumpiendo mis horas de trabajo, será mejor que alguien esté muerto o muriéndose. Sí, son las seis en punto todavía son horas de trabajo, ¿qué quieres? ¿Por qué demonios sabría dónde está Marcus? Tu esposo es jefe de un departamento diez pisos abajo, a propósito, debo añadir, para no tener que lidiar con el drama constante entre ustedes dos. Sabes que si hay algo que odio, es el drama."

Con eso, Sulpicia Volturi—fundadora de Arquitectura Volturi—terminó la llamada. Después devolvió bruscamente su atención hacia donde yo estaba sentada sintiendo náuseas y preguntándome si mi tambor de guerra personal de algún modo consiguió filtrarse en mi mundo tangible.

"¿Decías, Isabella?"

"¿Yo... tú… tú conoces a Didyme?"

"Sí, ella es mi hermana," respondió apresuradamente. "Continúa."

Mi visión se puso borrosa. Mi cabeza dio vueltas. Riachuelos de bilis subían por la base de mi garganta. Ahí quedó ese fuerte estómago que admiraba Sulpicia.

"¿Esa…esa era tu hermana?"

"Sí."

"¿Didyme?" Susurré.

"Es un nombre horrendo, lo sé; no se desliza por la lengua tan elegantemente como lo hace Sulpicia. Oh, bueno. Supongo que gocé de los beneficios de ser la primogénita." Se encogió de hombros para luego hacerme un gesto para que continuara.

"Tú hermana…"

Sulpicia chupó sus dientes. "Isabella, ¿tienes algo que decir, o estamos perdiendo tiempo aquí?"

Me puse de pie. "Sulpicia, yo… tengo que… supongo que debería decirte…"

"¿Qué, Isabella?" Me apresuró, claramente frustrada ahora.

A pesar de mi peligroso predicamento, permanecí inmóvil por un par de segundos, sintiendo repentinamente empatía por el ciervo deslumbrado por los faros de un coche. Sin embargo, en ese momento de inmovilidad, tuve otra epifanía, una que superó la percepción anterior de imponerme antes de convertirme en una flor sin pétalos. Fue esto:

Las sorpresas inesperadas eran como la maleza que salía de la nada solo para envolverte sorpresivamente, atarte, ceñir su agarre si tratabas de escapar de sus enredadas raíces.

"Tengo que decirte que tengo que irme para poder ponerme a trabajar en estos diseños adicionales y tenerlos listos antes de irme a Londres."

Satisfecha, Sulpicia se recargó en silla de cuero blanco y colocó sus manos frente a ella tocando las puntas de sus dedos. "Mañana, infórmale a Ben que he decidido sacarlo de ese proyecto y dártelo a ti. Eso es todo." Después, girándose en su silla, me dio la espalda.

Didyme, Didyme, Didyme. Didyme, Didyme, Didyme.

"Lo haré. Gracias, Sulpicia."

Damas y caballeros, solo llámenme Bob jodido Cratchit.

PRESENTE:

Despierto con un jadeo, momentáneamente petrificada cuando siento algo retorcido como un pretzel a mi alrededor, y en mi estado soñoliento, lo confundo con maleza. Luego escucho la conversación a mi alrededor.

"… no me sorprende que esté tan cansada; llegó a casa a en la madrugada después de caminar por West End con Edward. Pásame esos de encaje, ¿quieres, Rose?"

"Ooh, buena elección, Al. Se va a ver ardiente con esos—no que necesita ayuda viéndose ardiente a los ojos de él. Dios, ¿has visto cómo la mira?"

"Si Jasper no me mirara de la misma forma, por mucho que la amo, sería una puta perra celosa."

"Yo igual con Emmett."

Las risitas susurradas se mezclan con el sonido de puertas de armario deslizándose, con cajones abriéndose y cerrándose, y objetos moviéndose de un lugar a otro. Todo el tiempo, yo permanezco enredada en mis sábanas, rogando que la melodía pegadiza no regrese.

"De acuerdo, Al, ¿qué te parece este grupo de velas aquí sobre la cómoda?"

"Eso se ve perfecto ahí, Rose; proporcionará la suficiente luz titilante y creará la atmósfera maravillosamente para el romance – no que ellos necesiten ayuda en ese departamento," agrega Alice. "Maldita sea. Tendremos suerte si esos dos no han incendiado el departamento para cuando regresemos después de las fiestas."

Comparten otra ronda de risitas. Cuando me río con ellas, Rose echa un vistazo y me atrapa observándolas.

"¡Aleluya, está despierta!"

El colchón entonces se hunde y rebota, los resortes rechinan y efusivos abrazos alocados y besos me flanquean.

"¡Estás despierta! ¡Estás despierta! ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!"

"¡Feliz Navidad!"

Se apartan simultáneamente, ambas todavía riendo. Pero conociéndome bien, solo les toma un momento notar que algo está mal.

"¿Qué pasa, B?"

"Sí, ¿qué pasa?"

Abro mi boca, lista para decirles todo, comenzando con lo que les había ocultado, de lo que me enteré esa espantosa noche hace unas semanas, hasta el hecho de que Marcus me envió un mensaje de texto a primeras horas de la mañana para informarme que está aquí en Londres. Oh, y de la melodía pegadiza.

Pero hay una razón más allá de la mortificación, por la que aunque le conté a mis mejores amigas sobre Marcus siendo casado, nunca les conté que después me enteré que su esposa era la hermana de mi jefa. Esa información ha tenido mi estómago hecho un nudo desde entonces, y cuando mi estómago es un nudo, también lo es el de ellas. Porque somos las Tres Mosqueteras—una para todas y todas para una maldita idiota. Es decir, yo.

Tomen como ejemplo esa conversación que acababa de escuchar. Como yo, Rose y Alice están en las nubes por lo bien que van las cosas entre Edward y yo. La otra cara de eso es que cuando soy miserable, ellas también tienden a serlo. ¿Imaginen si les dijera lo que les he ocultado?

Y en serio, cuando te detienes a pensarlo, ¿es esa inesperada sorpresa realmente necesaria a estas alturas, mencionar cualquiera de esas cosas y arruinar su Día de Navidad? A decir verdad, ¿por qué arruinar el Día de Navidad para cualquiera de nosotros? Sería prematuro en el mejor de los casos e innecesario en el peor, el provocar que se preocupen al decirles todo ahora cuando las cosas van muy bien para todas nosotras.

El hecho es que después de mi texto de dos palabras para Marcus—todo en mayúsculas y redactado sin ambigüedades— mi teléfono no zumbó por el resto de la noche. En vez de analizar y darle vueltas a ese vergonzoso capítulo hasta la saciedad, quizás sea momento de, simple y discretamente, olvidarlo. Quizás… quizás la maleza sembrada en todo ese inesperado fiasco finalmente ha sido arrancada.

Por lo tanto, estas son las palabras que salen de mi boca.

"Todo está bien, chicas. Yo solo… tuve una pesadilla, pero resulta que todo es absolutamente maravilloso. No tienen idea lo feliz que estoy de estar aquí con ustedes, compartiendo juntas la mañana de Navidad en vez de por Zoom. O sea, ¿qué otro regalo puedo pedir para esta Navidad?"

Todo es cierto, e incluso mientras digo las palabras, siento que se filtran en mis huesos. Cuando Rose y Alice me envuelven una vez más en sus brazos, me invade aún más la calidez cuando las tres nos abrazamos intensamente. Nos separamos unos segundos después, luciendo similares ojos vidriosos y sonrisas genuinas.

"También estamos felices de que estés aquí," dice Rose, limpiando una sentimental lágrima por debajo de un ojo. "Aunque hay un regalo más que puedes pedir para esta Navidad." Hace un gesto sin darle importancia.

"¿Qué?" Pregunto.

"Bueno, ya que preguntas, te daré una pista: tiene la forma de un pepino—"

"Y hasta ahí llegó el momento sentimental," digo con una sonrisa de suficiencia. Mientras tanto, Alice se ríe escandalosamente.

"—y este año—y por lo que se ve, por muchos por venir—" continúa, "vendrá envuelto en una entrometida delicia alta de cabello broncíneo y ojos verdes."

"Y aquí tienes otra pista más," agrega Alice. "Ya lo pusiste duro allá en el aeropuerto JFK, así que sabemos que funciona como ahora va a funcionar como puñetera magia de Día de Navidad."

"Ambas son vulgares y no saben dar pistas sutiles para nada."

Se echan a reír.

"En serio…" Me rio de una a la otra, "¿qué demonios haría sin ustedes dos?"

"Follarías en la oscuridad," Rose bromea, haciendo un gesto con su mandíbula hacia las velas que arregló.

"Y con lencería inadecuada," dice Alice, señalando el precioso conjunto que dejó para mí.

Sacando mi almohada de debajo de mí, la uso para golpear primero a una luego a la otra, momento en el que caemos en estridentes carcajadas.

Y Marcus, Sulpicia y Didyme, Didyme, Didyme quedan completamente olvidados.

Como una hora después, Rose, Alice y yo terminamos con nuestro almuerzo y de intercambiar regalos.

Sonreí cuando abrieron los marcos de Tiffany que les compré, con una foto de nosotras en un alegre día cualquiera. Los marcos lograron llegar debajo del árbol gracias a Edward, que sacrificó el ya escaso espacio para sus piernas y logró mantenerlos a salvo en nuestro vuelo a Londres.

Alice nos diseñó a cada una collares personalizados con una joyera poco convencional aquí en Londres que diseña brillantes dijes vulva rosados que pretendían ser empoderados y feministas. Chillamos como tontas adolescentes cuando los abrochamos alrededor de nuestro cuello. Estuvimos igual de emocionadas por los boletos que nos regaló Rose para ver el renacimiento de la era de la Regencia de una sola mujer en el Teatro del distrito West End en Londres. Para cuando Rose y Alice se fueron a sus respectivos fines de semana largos, estoy llena de anticipación por todo lo que pronto me espera.

Más que nada, estoy ansiosa por ver a Edward.

Me envió un mensaje de texto temprano para decir 'Feliz Navidad' una vez más, aunque le dimos la bienvenida al día de fiesta con un beso a la medianoche bajo las Luces de Navidad de Oxford Street, como lo atestiguan los tabloides que ya publicaron fotos. Él también me aseguró que esta mañana llegaría a tiempo.

Así que, cuando suena el timbre del departamento una media hora antes de lo esperado, mi corazón se detiene—confundido e inseguro de qué hacer con la mezcla de emoción, sorpresa e impaciencia que lo atraviesa repentinamente. Cuando vuelvo a revisar apresuradamente mi reflejo en el espejo, se me escapa una serie de suspiros entrecortados y mi corazón vuelve a latir al triple.

Presiono el botón del intercomunicador. "¿Sííí?" Hay más que un indicio de incontenible deseo siquiera en esa sola palabra, pero no me importa.

Sin embargo, en vez de la voz baja y ronca de Edward, una desconocida e inesperada refinada voz femenina responde.

"¡Oh! Bien, buenos días. ¿Tengo el placer de dirigirme a la señorita Isabella Marie Swan?"

Frunciendo el ceño, presiono el intercomunicador. "Uhm, ¿diga?"

"Disculpe usted, pero desconozco la frase 'uhm, diga' acentuándola con signos de interrogación. ¿Eso significa que usted es o no es la señorita Isabella Marie Swan?"

Esta vez presiono el intercomunicador con un poco más de fuerza. "Significa que lo soy, sí. ¿Quién es?"

"Soy Jane Adams, secretaria de la honorable baronesa viuda Masen, lady Charlotte Cullen, a quién le gustaría solicitar el honor de su compañía para el té matutino de Navidad."

Me alejo cuidadosamente del intercomunicador como si repentinamente le creciera una cabeza—del tipo venenoso. Por unos segundos, me quedo inmóvil. Cuando avanzo otra vez, lo hago con la cautela de alguien temeroso de ser mordido.

Una vez más, presiono el intercomunicador. Jane Adams está en media palabra.

"¿- ola? ¿Hola? ¿Está usted ahí? ¿Hola?"

"Hola, sí. Sí, aquí estoy."

"Ah, maravilloso. Entonces, ¿debería informarle a lady Charlotte que bajará en un santiamén?"

Incluso si supiera exactamente cuánto tiempo era un santiamén, no bajaría en uno.

"Uhm, ¿no?"

"En inglés estadounidense, ¿eso significa que necesita unos minutos?"

"Significa que ya he tomado el desayuno y café, así que, por favor, dígale a lady Charlotte que digo gracias por la invitación al té, pero no gracias."

Cuando presiono el intercomunicador y no recibo una respuesta inmediata, abrigo la efímera esperanza de que la secretaria Jane ha dejado el edificio.

"Usted está… ¿quiere decir que rechaza la invitación de lady Charlotte?"

¿Qué demonios? Articulo, luego hablo en el intercomunicador, "Sí. Sí, eso es lo que quise decir."

Se produce otra pausa extensa. "Señorita Swan, verá, no es tanto una invitación, más bien es—"

Otra voz, esta igual de refinada pero mucho más autoritaria, interrumpe. "Jane, ¿por qué la demora?"

"¡Oh! Me disculpo, lady Charlotte, pero parece haber algún tipo de malentendido."

"¿Un malentendido?" Lady Charlotte espeta. "¿Cuál posible malentendido podría haber? ¿No le dijiste a la abeja que quería verla aquí abajo en este instante?"

Pongo los ojos en blanco.

"Sí, lady Charlotte, lo hice, pero—"

"Entonces, no puedo entender la naturaleza de este malentendido y la consecuente demora."

"Lady Charlotte, la señorita Swan, erm… la abeja, parece renuente, y estoy intentando—"

"¿Renuente? ¿Renuente?" Lady Charlotte repite como si le fuera extraño que alguien estuviera renuente a tomar té con ella como lo es para Sulpicia el concepto de 'sobrecargar' a sus subordinados. "Jane, no te contraté para intentar; te contraté para hacer. Ahora, si no puedes realizar una tarea tan sencilla como traer a la abeja aquí abajo—"

Gimiendo, suelto el intercomunicador y cierro mis ojos con fuerza. Luego dejo caer mi cabeza contra la pared. Un repaso rápido de mis opciones incluyen:

Maldecir a lady Charlotte a través de la desafortunada Jane Adams;

Llamar a la policía, aunque qué diría – ¿"Una extremadamente irritante y pomposa aristócrata quiere tomar el té conmigo."?

Mandarle un mensaje de texto a Edward para alertarlo de que su alocada abuela acaba de presentarse en mi puerta para tomar el té de Navidad.

Cuando presiono el intercomunicador, alcanzo a escuchar a lady Charlotte todavía despotricando contra su desafortunada secretaria.

"Así mismo, Jane, estoy pensando llamar a la agencia que te recomendó e informarles del pésimo trabajo que estás haciendo—"

"Lady Charlotte, por favor, no culpe a su secretaria por el malentendido. Yo… bajaré en un momento."

"Ah, excelente. ¿Ves lo simple que fue eso, Jane? Ahora, dile a la abeja que la esperaré en la Range Rover," responde lady Charlotte.

¿En qué mierda real me estoy metiendo ahora?

Una llovizna repiquetea y rebota como piedrecitas en la acera cuando salgo del vestíbulo del edificio. La niebla matutina pasa a través de las calles estrechas, envolviendo objetos en una suave bruma. Me toma un par de segundos ver la reluciente Range Rover negra ya que la bruma la oculta. Al dirigirme a ella, choco con una mujer que parece aparecer de la nada, escondida en la niebla.

"¡Ooh! ¡Disculpe, lo siento!"

Ella se detiene y me fulmina con la mirada como si chocara con ella a propósito cuando ella literalmente solo estaba parada ahí, cubierta por la niebla. De cualquier forma, estoy tan ansiosa por terminar con esta mierda de una vez como para empezar una nueva.

Al acercarme, una joven—la desafortunada Jane la secretaria, supongo—sale del lado del conductor de la Range Rover. Ella es más bajita que yo, con cabello rubio recogido en un moño que la hace verse de doce aunque probablemente es de mi edad. Ella porta una falda lápiz negra formal, una blusa blanca de manga larga con una corbata negra, y zapatos de tacón negro. La desafortunada secretaria Jane se mueve para sostener un paraguas abierto sobre mi cabeza y luego me abre la puerta trasera de la Rover.

"Gracias." Le ofrezco una débil sonrisa, no del todo cómoda con la idea de que otra persona no solo me abra la puerta, sino que me proteja de los elementos.

La mirada de Jane permanece fija directamente hacia el frente, apenas dando muestra de haberme escuchado. Tomo asiento, determinada a no decir otra palabra hasta que ella esté sentada, no sea que mi efusiva gratitud provoque otra escena como el incidente del Wassailing de hace unos días. Sin embargo, cuando queda claro que Jane planea permanecer afuera, soy incapaz de mantener la boca cerrada.

"¡Por favor, no espere afuera en la lluvia! Hay suficiente lugar—"

"Abeja, veo que todavía tienes problemas con el concepto de permitir que los asistentes hagan su trabajo," dice lady Charlotte.

"Pero es ridículo que deba permanecer en la lluvia cuando—"

"Nosotros los británicos no nos derretimos con la lluvia. Jane, cierra la puerta detrás de ti."

Jane hace lo que se le ordenó, azotando la puerta del coche en mi rostro. Me vuelvo hacia la vieja bruja, momentáneamente distraída de mi furia por el interior del coche. Es casi del tamaño de mi departamento allá en casa, aunque, con todo cubierto de cuero blanco, ya es más lujoso. Hay botones y pantallas y un montón de cosas modernas, e incluso una mesa cubierta de lino blanco que parece salir de un compartimento oculto. La mesa está entre lady Charlotte y yo, puesta con un juego de porcelana con diseño floral, una bandeja a juego de tres niveles con varios bollos esponjados, sándwiches en miniatura, pastelillos y una pila de servilletas de lino blanco. Cuando el asiento empieza a masajear mi trasero, es hora del té.

"Feliz Navidad, abeja," lady Charlotte me saluda.

"Feliz Navidad también para usted, lady Charlotte. Esta es una inesperada sorpresa."

"Ah, excelente," dice, ignorando que inesperada sorpresa equivale a maldita calamidad en mi opinión. Entonces ella coge una de las servilletas de lino de la mesa, la coloca sobre su regazo y empieza a servir.

"Lady Charlotte, honestamente… no bebo té. Solo bajé para agradecerle la invitación, pero estoy esperando…" Aclaro mi garganta, "compañía dentro de poco y—"

"¿Leche?" La lady pregunta, continuando con la preparación del té y levantando una pequeña jarra de leche.

Nos miramos a los ojos mientras la jarra de leche permanece suspendida sobre una taza de té, y nos enfrentamos a una batalla de voluntades. Finalmente, suspiro y agarro una servilleta. Le cederé la batalla porque estoy determinada a ganar la puñetera guerra.

"Claro, por favor, y gracias."

Ella sirve la leche para luego quitar la tapa de un pequeño recipiente de azúcar.

"¿Un terrón o dos?"

"Tres." Le arqueo una ceja.

No se inmuta cuando emplea un minúsculo juego de pinzas para dejar caer tres terrones de azúcar en mi elegante taza de té. Después me da la taza con un platillo y procede a preparar el suyo. Cuando ambos están preparados, lady Charlotte remueve el suyo, mirándome y asintiendo hacia mi cuchara.

Procedo a remover mi té, pero al parecer, hay una forma correcta e incorrecta de hacerlo.

"Abeja, estamos removiendo té, no batiendo mantequilla. Observa." Ella remueve con una gracia que, junto con la opulencia del interior, el asiento que masajea traseros, el tibio calor que ahora emana de dicho asiento, y la música clásica en el fondo, me hace sentir como si estuviera tomando té en el Ritz en vez de en el asiento trasero de un coche. Eso, si puedes tomar té en el Ritz con un dragón que respira fuego.

Cuando termina de remover, saca la cuchara de la taza y la coloca en el platillo. Imitándola, vuelvo a remover para luego sacar la cuchara.

La lady hace una mueca.

"Colocamos nuestras cucharas con delicadeza en el platillo, no dejamos caer cohetes en la inocente población."

Sube burbujeando un inapropiado ataque de risa. Aprieto mis labios, pero mi boca se retuerce.

"Me disculpo. No estoy acostumbrada a tomar té en porcelana china tan elegante, ni a que su preparación sea una forma de arte."

"¿En serio? Nunca lo adivinaría," responde con ironía. Entonces, cuando lady Charlotte bebe su té con delicadeza, sigo su ejemplo, limpiando mi boca justo como ella lo hace, imitando su postura erguida y cómo dobla sus piernas de lado.

"El juego de té fue un regalo del rey George, en agradecimiento por los servicios de la familia durante la Segunda Guerra Mundial."

"Eso es asombroso," digo entre mi aliento, olvidando momentáneamente nuestra confrontación. "Entonces, es como una pieza de historia."

Asiente. "Lo es, sí. Pero nuestra familia siempre ha servido a este país y sus intereses. No es sorprendente."

No digo nada al tomar otro sorbo.

"¿Cómo va tu día de Navidad hasta ahora, abeja?"

"Hasta ahora es placentero." O al menos lo era hasta hace unos minutos.

"¿Ese es un regalo de Navidad?" Mira mi collar, y mi rostro arde como el carbón. Ella se acerca. "¿Qué es exactamente—?"

"Es un aguacate," le digo. "Un brillante aguacate rosado."

"¿Un brillante aguacate rosado?" Repite, aunque, con su acento refinado, suena mucho más ridículo y me veo forzada a tragarme otro ataque de risa. "Nunca he visto uno de esos aquí en el Reino Unido."

"¿En serio? En Estados Unidos crecen silvestres. Y, uhm, lady Charlotte, ¿cómo va su día de Navidad hasta ahora? ¿Recibió algún regalo genial?" Pregunto, desviando su atención de mi aguacate rosado.

"Va tan bien como podría esperarse. En cuanto a regalos geniales, como dices, lady Irina pasó esta mañana personalmente a entregar las más encantadores flores de Navidad para la familia." Da otro sorbo, la serpiente de lengua mordaz.

"¿Ah, sí? Qué adorable." Tomo otro sorbo.

"Una joven maravillosa y detallista," dice con cariño. "Tuvimos una encantadora conversación, en vista."

"¿En vista?" Tan pronto como lo digo instintivamente, quiero retractarme.

"En vista de la forma abominable en que nuestras familias han sido presentadas en los últimos días en esos periódicos que se hacen pasar por medios noticiosos. Sin embargo—Abeja, es té, no cerveza del pub local," corrige porque al parecer, he comenzado a tragar mi té. "Como estaba diciendo, con la falta de respeto y deferencia que nuestra propia generación más joven demuestra hoy en día por nuestras costumbres y cultura, ¿cómo podemos esperar que otros nos demuestren respeto?"

Solo termina tu té, solo termina tu té, recito en mi interior.

"Tomemos, por ejemplo, la costumbre británica del té por excelencia. Pocas tradiciones alrededor del mundo son tan significativas como la tradición de la hora del té."

Se me escapa un resoplido muy poco elegante, uno que apostaría mi cálido y masajeado trasero que no tiene cabida en la tradicional hora del té, y uno que estoy segura que lady Irina nunca emitiría. Cuando intento disimularlo con una tos, lady Charlotte sonríe con suficiencia. Tal vez ella sea una aristócrata de sangre azul, pero no es una estúpida aristócrata de sangre azul.

"Supongo que para alguien cuyo orgullo nacional consiste en una impulsiva y espontánea cultura de vaqueros, una tradición nacida de la habilidad de nuestros ancestros para considerar, para discutir cosas racionalmente en torno a una mesa, para tomarse el tiempo—"

"Lady Charlotte, no es mi intención faltarle al respeto, pero a pesar de lo que pueda creer, no todos los estadounidenses son vaqueros. Sin embargo, nos gusta un buen western. Yeehaw," sonrío.

Lady Charlotte me mira con apatía. "¿Nada te intimida, abeja? ¿No respetas nada?"

"Lady Charlotte, claro que hay cosas que me asustan, que hacen un nudo mi estómago, que se enredan en mí como maleza. Pero los fantasmas de aristócratas no es una de esas cosas."

"Pero no son simplemente fantasmas; eso es lo que no alcanzas a comprender. Ellos son nuestra herencia, para bien o para mal. No," sacude su cabeza, "nuestra historia no es perfecta, pero es nuestra historia, y si no la mantenemos con vida, ¿quién lo hará?"

"Lady—"

"Es lo bastante difícil conseguir que nuestros jóvenes, aquellos que heredarán nuestra nación, respeten nuestra historia. ¿Cómo le enseñas a alguien que viene de un lugar sin noción alguna de tradiciones antiguas a comprender… o continuar con lo que tenemos en alta estima?"

A estas alturas, dejo mi té sobre la mesa, haciendo una mueca cuando la taza traquetea contra el platillo. Entonces, con una respiración profunda, me vuelvo nuevamente hacia lady Charlotte.

"Lady Charlotte, como hemos aprendido en mi país, la herencia es mucho más que continuar con las tradiciones solo porque es lo que se espera. En los últimos días, Edward ha compartido mucha de su herencia conmigo, y me encanta escucharla no tanto por las tradiciones en sí, sino porque lo han formado en el hombre que es más de lo que usted se da cuenta."

Ella retrocede como si la hubiese abofeteado. "¿Pretendes decirme que conoces a mi nieto, el heredero de la baronía Masen, mejor que yo? ¿Después de qué, conocerse por unos días?"

"Eso no es lo que quise decir."

Su subsecuente sonrisa escurre arrogante esnobismo. "Querida abeja, hace apenas cien años, como la matriarca de esta familia, habría decidido a quién le prestaría atención el heredero a la baronía. En cuyo caso, ni siquiera tendríamos esta conversación."

Auch. Ahora es mi turno de retroceder como si me hubieran abofeteado.

"Puede que ya no tenga oficialmente ese poder," continúa ella, "pero aún soy la matriarca Masen. Quien sea que el futuro barón finalmente elija debe tener el correcto… pedigrí para un día ocupar mi lugar." Todo ese tiempo, me sostuvo la mirada con inquebrantables ojos verdes como los de su nieto, pero nada parecidos.

"Feliz Navidad, lady Charlotte. Gracias por el té."

Dándole la espalda, descanso mi mano en la manija de la puerta, pero entonces…

Entonces me vuelvo nuevamente hacia ella, al parecer tomándola desprevenida. Desaparece la sonrisa de suficiencia de su rostro aunque no lo bastante rápido.

"No vivimos hace cien años."

"¿Disculpa?"

"Dije, que no vivimos hace cien años, lady Charlotte, y es momento de que empiece a arrancar maleza."

"Abeja, no tengo idea de qué peculiar americanismo estás diciendo ahora."

"Sí, usted es la primera baronesa inglesa que he conocido, pero dista mucho de ser la primera persona condescendiente, prepotente y pretensiosa que he conocido. Tenemos montones de esas en Estados Unidos."

Jadeando, agarra sus perlas—literalmente. "Vaya. ¡Yo jamás!"

"Obviamente, pero verá, últimamente, me han intimidado, hablado con altanería y me han hecho sentir inferior personas igual que usted, así que no es especial en ese sentido. Y tiene razón, solo he conocido a Edward por unos días, pero en esos pocos días—"

"¿Te ves como la siguiente señora de Masen Park?" Me interrumpe con una sonrisa irónica.

Cuando sacudo mi cabeza, es más en incredulidad por su atrevimiento que en negación.

"Lo que iba a decir es que en los pocos días que he conocido a Edward, me he dado cuenta que él no es del tipo que recibe órdenes de nadie, mucho menos de alguien que disfraza sus perjuicios como tradiciones."

Las delicadas fosas nasales de lady Charlotte se ensanchan. Si realmente fuera una serpiente, aquí es dónde vendría su ataque letal. En vez de eso, se queda sorprendentemente callada.

"Edward es dueño de sí mismo, quién toma sus propias decisiones basadas en lo que cree que es correcto, no basadas en tradiciones de un montón de hombres muertos hace cientos de años. Usted me mira, y ve una pueblerina torpe y poco refinada muy fuera de su alcance. Y mientras Edward y yo tenemos orígenes completamente diferentes, en el mundo de hoy, son esas diferencias, no nuestras limitadas similitudes, las que tienen el potencial de volvernos grandiosos juntos."

Ella se me queda mirando, sin verse ya furiosa o indignada, simplemente confundida, tal vez un poquitín… perdida. En ese momento, ella es menos la mundana baronesa y más una viejecita, que es la razón por la que, cuando hablo de nuevo, mi voz se suaviza.

"Lady Charlotte, no podía importarme menos el dinero de Edward, su título, su castillo—"

"Es más una casa señorial, abeja," espeta.

"—su pedigrí, o incluso su buena apariencia. Bueno, no, esa última parte es una mentirilla. Me encanta que es caliente como el pecado," sonrío. "Pero es su carácter el que me tiene literalmente cautivada, completamente maravillada y sí, lo bastante interesada como para hacer algo que no he hecho últimamente."

"¿Qué? ¿Beber una adecuada taza de té?"

"No. Hablar por mí misma. Y ahora, que tenga un maravilloso día de fiesta, lady Charlotte, en serio. Disfrute de sus flores de parte de lady Irina. Tengo que ir a terminar de prepararme para la visita de su nieto."

Cuando el timbre suena unos diez minutos después, respondo al intercomunicador con recelo.

"¿Sí?"

Hay un fugaz momento de silencio antes de escuchar su voz y exhalar un consecuente suspiro de alivio.

"¿Bella? Soy yo. Edward."

"Sube."

Tan pronto como lo hago pasar, abro la puerta del departamento. Claro, me hace parecer ansiosa, pero a estas alturas, ¿me importa? Sus pasos resuenan al subir las escaleras, nivel por nivel. El latido de mi corazón va al ritmo de su paso.

Hace una pausa en la parte superior cuando queda a la vista, con su bota Timberland en el rellano, y la otra en el escalón de abajo. Su pecho está agitado, con sus mejillas enrojecidas, pero no crean que es por el ejercicio de subir. Él es un hombre en forma que levanta equipaje sin pensárselo dos veces. No, esto es casi como si estuviera inseguro si debería proceder con ambos pies. Con todo, me contempla con admiración.

"Te ves hermosa."

"Gracias. Tú también te ves genial." Se ve elegante pero despreocupadamente relajado como siempre con su abrigo negro de lana con una bufanda roja tejida envuelta alrededor de su cuello.

"Feliz Navidad," sonrío. "¿Todo está bien?"

Él traga y me ofrece una tímida sonrisa de lado. "Tú dime. Te escuchaste algo… extraña a través del intercomunicador."

Cuando me rio entre dientes, él frunce el ceño, pero el otro lado de su boca ahora se une al primero en la sonrisa. Su pie izquierdo pisa el rellano como impulsado por mi diversión.

"Solo estaba preocupada que—" Me muevo hacia él, riéndome, y él se mueve hacia mí y nuestras bocas se encuentran. Mis manos se deslizan por su cabello y sus manos toman mi rostro, y mordisqueamos los labios del otro, alternándonos el superior luego el inferior hasta que nuestras lenguas se unen a la contienda.

"¿Estabas preocupada?" Me insta, besando mi nariz, rozando su boca contra un párpado cerrado luego el otro.

"Entra, y te lo contaré todo."

"No puedo creer que tuviera las agallas de presentarse aquí," dice Edward, sacudiendo su cabeza y pasando los dedos por su cabello agitadamente. "Es decir, ¿cómo siquiera se enteró dónde te estabas quedando?"

Le ofrecí un encogimiento de hombros. Ni siquiera le he contado toda la historia, meramente que su abuela se presentó para tomar el té en su Range Rover a lo Reina Elizabeth.

"¿Fue ofensiva?"

Una vez más, me encojo de hombros. Estamos sentados lado a lado en un sofá de dos plazas, con el árbol de Navidad frente a nosotros y las ventanas con vista a Londres detrás de nosotros.

"Ella fue… lady Charlotte."

"Ugh." Arroja su cabeza contra el respaldo, y me echo a reír, inclinándome hacia adelante para poder verlo a los ojos. "Lo lamento muchísimo, y esta noche, yo—"

"Edward," digo, mordiendo mi labio vacilante, "no solo no necesito que te disculpes, sino que para el final de la hora del té, dije un par de cosas que puede hayan sido un poco… rudas, sobre todo al hablar con una viejecita."

Él arquea una ceja, sus ojos buscando en los míos, luego se ríe entre dientes. "Bueno, no puedo decir que esté acostumbrado a que se refieran a mi abuela como una viejecita ni a escuchar empatía en el tono de nadie al hablar de ella." Deslizando una mano alrededor de mi nuca, me acerca a él, nuestras bocas casi tocándose. "Ey, no te arrepientas por defenderte de ella. Dios sabe que amo mucho a mi abuela, pero es una vieja arpía que necesita más regaños de los que recibe. El hecho de que tú realmente le dieras uno…" Una vez más se ríe entre dientes, y el sonido vibra contra mis labios como una brisa de verano, "es una de las muchas cosas que te hacen tan malditamente perfecta." Su diversión desaparece. "Pero si ella te insultó—"

"¿Podemos dejar de hablar de tu abuela, por favor?" Sonrío, rozando mis labios con los suyos.

Y al igual que las tres personas ignoradas antes que ella, lady Charlotte es relegada al olvido.

Tomo su rostro entre mis manos y profundizo el beso. Poniéndome de rodillas para un mejor ángulo, me cierno sobre él y él rodea mi cintura con sus manos, situándome de lado en su regazo. A partir de ahí, solo pasa un momento antes que tenga una pierna a cada lado de sus muslos, a horcajadas sobre él, mi vestido subiéndose. Por unos gloriosos momentos, él me mira con una abierta admiración que me calienta por todas partes. Él se acerca, pero cuando sus ojos bajan a mi cuello, se detiene, sus ojos entrecerrándose con curiosidad.

"¿Qué es eso?"

"Es un regalo de Navidad de Alice," sonrío.

"¿Es una…?" Sus ojos encuentran los míos, y cuando asiento, se ríe entre dientes.

"Interesante."

"Tu abuela también lo encontró interesante."

"Por favor, no hablemos de mi abuela en este momento," me suplica, separando mis labios con su cálida lengua. Nos besamos con el abandono de niños jugando en un día cálido de verano, con el hambre de leones de caza, con la urgencia de dos personas que han sido separadas por días en vez de horas. Sus pulgares acarician las comisuras de mi boca, caricias dulces. Me siento sobre su regazo, olvidando dónde termina él y yo empiezo, y gimo y él gruñe, y—"

"Te eché de menos, Bella," gruñe contra mi boca cuando me aparto para respirar.

"Solo han pasado unas horas desde que estuvimos juntos," susurro.

"No me importa."

Beso su mandíbula mientras él besa la punta de mi nariz. "Yo también. Yo también, Edward."

Cuando me estiro para volver a encontrar su boca, él me mantiene a raya.

"Hablando de regalos, tengo algo para ti."

"Lo sé. Puedo sentirlo."

Edward me ofrece una risita gutural. "Eso no, mi traviesa americana."

Él me levanta de su regazo y me coloca junto a él una vez más, estirando un brazo para meterlo en el bolsillo de su abrigo abandonado. Cuando saca una cajita de regalo envuelta y me la da, mis ojos se abren como platos.

"¡Edward, no tenías que darme nada!"

Mi gran sonrisa probablemente niega mis palabras, así como la forma en que reboto alegremente en mi asiento mientras sujeto la caja en mi regazo. Está envuelta en un bonito papel verde y atada con un listón de terciopelo blanco.

"Nadie dijo que tuviera que regalarte algo, mi chica americana, más bien quería hacerlo—muchísimo. Tiene un significado." Susurra las últimas palabras cerca de mi oído, provocando que se erice cada vello de mi cuerpo.

A pesar de mi entusiasmo inicial y mi curiosidad, jugueteo con la caja, acariciando la envoltura de papel, enredando el listón en mi dedo, todo sin desenvolverlo en realidad.

Mientras tanto, la pierna de Edward rebota arriba y abajo. Después de un minuto, gime y estira su mano hacia la cajita como si fuera a reclamarla. Chillando, la mantengo fuera de su alcance y me rio.

"¡Detente!"

"No pareces interesada en abrirla."

"¿Tal vez si me permites abrirla antes de decidir?"

"¿Así es como funcionan las cosas en Estados Unidos, amor? ¿Abres un regalo antes de decidir si lo quieres?"

"¡Estoy asustada!" Admito con una risita nerviosa.

"Maldición, Bella, no es una bomba ni un anillo de compromiso de un millón de libras—todavía no."

Mi corazón explota. En serio, siento que el órgano revienta y filtra su contenido en cada hendidura de mis entrañas—de la forma más cálida y maravillosa. ¿Quién diría que un corazón explotando podría sentirse de forma tan increíble? ¿Quién diría que una inesperada sorpresa…?

"¿Todavía no qué?" Digo tomándole el pelo, tratando de permanecer desenfadada mientras por dentro, estoy envolviendo para regalo la última pieza de mi corazón, mientras cada principio erróneo que creí haber aprendido en los últimos años se reorganiza. Hay una epifanía diferente a cualquier otra a punto de estallar como fuegos artificiales. "¿La bomba o el anillo?"

"Eres la criatura más exasperante…" Sacude su cabeza. "Te diré qué; en este momento, me inclino más hacia la bomba que el anillo."

Lo miro con el ceño fruncido, pero ese corazón reventado en cierto modo se acelera desenfrenadamente.

"Mis palmas están sudando de nuevo," sonrío, levantando una mano para su inspección.

Aquí, él rueda los ojos y me quita la caja mientras yo me rio con ganas. "Tú y tu sudor por el pánico. Dame, deja que yo lo haga antes que añadas babear a la combinación."

Me acerco, observando con atención cómo tira lentamente de un extremo del listón.

"No puedo creer que te estoy abriendo mi propio regalo."

"¡Apresúrate!"

"Oh, ahora ella está impaciente." Sin el listón, desenvuelve el papel con exagerado cuidado, asegurándose que no haya ni una sola ruptura o rasgadura.

"Lo estás haciendo extremadamente lento a propósito."

"Con toda seguridad lo estoy haciendo," suelta una risita.

Cuando ya quitó el papel y el listón, Edward sostiene una caja verde decorada con lindas ramas amarillas y flores. El nombre 'Alex Monroe' está impreso con letras negras en la caja. Rose y Alice son grandes fans de la elegante marca de joyería en Inglaterra conocida por crear piezas artesanales inspiradas en la naturaleza.

Cuando miro a Edward, de pronto se ve tan dulcemente ansioso, muy inseguro de su regalo.

"¿Puedo hacer el resto?"

Edward asiente sin decir nada mientras le quito la caja. Levantando la tapa, encuentro una capa de papel de seda que envuelve un delicado brazalete con dos tonos. Es dorado, con una enredadera color esmeralda retorciéndose en torno a él y diminutas hojas doradas y esmeralda brotando de la enredadera de una forma caprichosa.

"Edward…" Digo entre mi aliento.

"¿Puedo?" Edward pregunta al tomar el brazalete y abrocharlo alrededor de mi muñeca. "Se supone que es una rama fuerte con enredadera inglesa envuelta a su alrededor." Traga grueso. "Hay una antigua leyenda medieval en torno a la enredadera inglesa, donde un caballero de Cornualles llamado Tristan se enamoró de una princesa que desembarcó en nuestras costas inglesas. Su nombre era Isolde. Desafortunadamente, Isolde estaba prometida al rey Mark," sonríe Edward, con sus ojos aún en el brazalete, "y cuando Tristan e Isolde murieron, el rey Mark hizo que los enterraran en tumbas distantes para que incluso en la muerte no estuvieran juntos. Sin embargo, una enredadera creció en cada una de las tumbas y una hacia la otra…" Dice Edward, sus ojos nuevamente miran a los míos, "por lo que a pesar de la distancia—"

"Permanecieron juntos," terminé de decir.

Edward asiente.

"Esa es una… historia triste," me rio entre dientes.

Edward se ríe con timidez, sus ojos una vez más posándose en el brazalete. "Lo es. Me disculpo."

Toco su mejilla, esperando a que me mire a los ojos. "¿Se supone que nosotros somos Tristan e Isolde?"

Sacude su cabeza. "No. Su final fue bastante macabro, como señalaste. Pero nosotros somos… o más bien… siento como si yo fuera la enredadera inglesa…"

Él es la enredadera—el adhesivo. Pero la enredadera… la enredadera es otra forma de maleza. Y como sé muy bien, puede tomarlo a uno por sorpresa y de forma desenfrenada, de forma inesperada, apretando su agarre y nunca dejándome escapar de sus raíces retorcidas…

"Edward, ¿me estás diciendo que estás enamorado de mí?"

Él está perplejo.

No es que tenga yo problemas para admitirlo primero. Es solo que me ha sorprendido esa explosiva epifanía, la más grande de mi vida:

No todas las sorpresas inesperadas son malas. No todas las ataduras son maleza que aplasta el alma. No es necesario escapar de todos los agarres.

De modo que cuando abro la boca para introducir la pregunta con una admisión, porque sé cuál será su respuesta, él aplasta mi boca con la suya, me besa con urgencia, luego con dulzura, después con urgencia, luego con adoración.

"Y la forma en que acabas de preguntar eso," se ríe entre dientes contra mi boca, "es otra razón por la que la respuesta es sí. Sí, mi chica americana, estoy locamente enamorado de ti."


(1) Bob Cratchit es un personaje de la literatura universal, cuya historia se narra en "Un cuento de Navidad" (1843) de Charles Dickens. Cratchit es el fiel escribiente del Sr. Ebenezer Scrooge, protagonista de la historia. A pesar de su pobreza, Cratchit mantiene el espíritu navideño hasta el final. lo cual le permite disfrutar estas festividades al lado de su numerosa familia.

(2) Scrooge en femenino.


¡Awwwww, Dios mío! Aquí el charco derretido de Alexandra escribiéndoles, como dije antes, esto dos me matan. Entrometido es un amor, ¿verdad? Pues bien, él ya se declaró enamorado y nosotros sabemos que Bella también lo está, la pregunta es, ¿qué pasará ahora? Ella tiene su trabajo en NY, él en Londres, van a tener que encontrar una forma de hacerlo funcionar. Pero viendo los obstáculos que ya están superando, no cabe duda que encontrarán la forma. ¿Y qué les pareció ese encuentro con el dragón? Es evidente que trató de intimidar a Bella, con toda su supuesta refinación, modales y tradiciones, pero lo bueno es que al fin Bella decidió defenderse y lo hizo excelentemente, le calló la boca a la vieja jejejeje. ¿Pero será ese el único intento de la abuela? Ya lo veremos. Espero que hayan disfrutado del capítulo y como siempre, esperaré ansiosa por sus reviews para saber qué les pareció y así leer pronto el siguiente, no olviden que sus reviews es el único pago que recibimos por hacer esto para su diversión.

Muchas gracias a quienes dejaron su review en el capítulo anterior: Vianey Cullen, Paola Lightwood, Terevlz, claribel cabrera, Alice569, somas, Cassandra Cantu, paupau1, Tecupi, Cherryland, MichelleGutierrezs, NarMaVeg, Lupita Pattinson Cullen, Maryluna, Cinti77, kaja0507, Isis Janet, Lizdayanna, JessMel4, Car Cullen Stewart Pattinson, Adriu, BereB, alejandra1987, Noriitha, Rosiichita, Ali-Lu Kuran Hale, Sully YM, kasslpz, Adyel, Liz Vidal, EriCastelo, Aislinn Massi, Lady Grigori, bealnum, Bertlin, AnnieOR, Mio1973, Missannie L, mrs puff, E-Chan Cullen, DobleRose, Mafer, Idrt12, Tata XOXO, Lectora de Fics, injoa, Manligrez, PRISOL, saraipineda44, y algunos anónimos. Saludos y nos leemos en el próximo, espero que muy pronto, pero no lo olviden, DEPENDE DE USTEDES.