Ahora tengo que declarar como siempre que los personajes no son míos, pertenecen a la autora Stephenie Meyer y la historia fue escrita por la asombrosa autora pattyrose, yo solo la traduzco.

Y como en cada una de mis traducciones, le agradezco enormemente a mi compañera de armas, mi porrista personal y querida amiga, Erica Castelo. ¡Quién diría que tus jalones de orejas seguirían después de once años! T.Q.M!


Capítulo 12 – La chica que estaba en medio de una metamorfosis

En mi segundo año de universidad, leí una novela para la clase de literatura sobre un protagonista que lentamente se transforma en un insecto. En este momento, los detalles de la novela se me escapan. Lo que recuerdo es la esencia de la novela: el protagonista abandona poco a poco esas cosas que lo hacen un humano mientras finalmente acepta esas cosas que aceleran su horrorosa metamorfosis. Simultáneamente a la degeneración del protagonista, la gente a su alrededor empieza a ignorar sus necesidades. A fin de cuentas, se olvidan por completo de que el protagonista alguna vez fue humano.

Toda la novela es una gigantesca metáfora, sí; una simbólica analogía sobre la persistente búsqueda del hombre sobre esas cosas que, al final, nos convierten en bestias. También es una advertencia de tener cuidado en quién o qué confiamos mientras estamos en medio de esa búsqueda. Porque cuando ya no eres de utilidad a esas mismas personas, ellos te aplastarán de buena gana como… bueno, como un insecto. Así que, esta es mi esencia:

"Estoy en medio de una metamorfosis."

Edward se ríe entre dientes contra mi boca. "¿Estás debatiendo a Kafka (1), en Navidad, y mientras nos besamos en este sofá?"

"Estoy pensando en voz alta," digo, mordisqueando su labio superior y sonriendo por la agilidad con la que captó esa referencia. "Y mi metamorfosis no es una grotesca, como la del protagonista de esa novela."

"Ahh, de acuerdo, entonces. Gracias a Dios. Caramba, ustedes los estadounidenses hacen las más extrañas conversaciones."

Riéndome entre dientes, vuelvo a ello.

Obviamente, ni yo comprendo mi maravillosa evolución tan claramente como estoy segura que lo haría si mi mente y mi cuerpo no estuvieran de lo contrario ocupados. En este estado de placentera dicha, de total abandono, de extremidades y bocas enredadas y entrelazadas como el brazalete de enredadera inglesa que Edward me regaló en Navidad, mi nivel de entereza mental es ciertamente insuficiente.

Sin embargo, puedo reunir la suficiente claridad para quedar impactada al darme cuenta que soy una mujer que estuvo precariamente cerca a transformarse en un insecto. He estado haciendo el papel de una hormiga obrera atrapada en una colonia controlada por reinas que no tendrían reparos en aplastarme una vez que perdiera valor; el papel de una mujer demasiado solitaria para darse cuenta que, como un insecto, se estaba conformando con migajas de afecto, con tajadas de aprobación y recolectando todo en los lugares incorrectos.

No es un escenario de novela, una mujer en un trabajo sin futuro con una jefa que nunca la apreciará, involucrada con un hombre mentiroso que toma pero nunca da. Aunque quizás no precisamente con esta trama, en algún momento, todos nos quedamos atrapados en alguna clase de rutina. Todos somos larvas en medio de una radical metamorfosis. La interrogante para la mayoría de nosotros es si permaneceremos como hormigas obreras para las supuestas reinas y reyes del mundo, o si nos transformaremos en mariposas de magníficos colores preparadas para volar—primorosas reinas brillando por derecho propio.

Todo esto pasa vagamente por mi cabeza mientras estoy a horcajadas en el regazo de Edward y nuestras bocas se mueven casi en un tándem perfecto, que a las parejas normalmente les toma semanas sino es que meses el perfeccionarlo. Sí, hay una epifanía arraigándose, pero todo está ocurriendo en segundo plano. En el primero plano, sonrío al darme cuenta que el cabello de Edward es del largo justo para que mis manos lo empuñen, agarrando dos puños mientras me meso lánguidamente sobre él. Cuando él acaricia mi cuello y mi clavícula con su nariz, con su lengua cálida lanzándose hacia mi piel sonrojada, mis manos descienden y toman su atractivo rostro, con mis pulgares trazando la barba suave pero espinosa en sus mejillas altas y su mandíbula angular.

"Edward…"

"¿Sí…?"

Aquí es donde me doy cuenta de otra cosa: la textura del rostro recién afeitado de Edward, la forma angular de su mandíbula, y el calor preciso y la forma de su boca ya son inequívocamente conocidas para mí. Lo reconocería con los ojos vendados, con mis manos atadas a mi espalda y con solo mi boca rozando sus rasgos. También son únicos los gruñidos que expele cuando presionamos y tiramos, y mordisqueamos y probamos, y me desconcierta aún más el hecho de que Edward y yo trabajamos con un ritmo exquisito. Es casi como si… bueno, casi como si fuéramos creados el uno para el otro.

"También te amo, en caso de que mi referencia a la metamorfosis no fuera clara. Tú eres mi capullo… mi cálido caparazón…"

La fuerte risa de Edward suena en la habitación, superando a las campanas de Navidad tintineando suavemente en el estéreo. Cosquillea al pasar de mi boca a mi corazón y hasta mis miembros. Su risa—también la reconocería, incluso si no pudiera escucharla, simplemente por las sensaciones que envía a través de mí.

Cuando Edward se aparta—solo lo suficiente para mirarme a los ojos, claro está—él porta una sonrisa ladeada aunque desconcertada.

"Tu capullo," repite sin aliento. "Bueno, aunque me gusta la idea de estar envuelto a tu alrededor, el jurista en mí pide el contexto."

"Tú me haces querer cambiar. Tú me haces querer ser más fuerte," sonrío, clavada en su mirada esmeralda, "de formas en las que nunca lo he sido, en formas que ni siquiera sabía que podía serlo."

Se queda quieto, y por unos segundos, Edward simplemente parpadea. Una mano se desliza por mi cabello, sus dedos descienden y desenredan suavemente los nudos que acaba de crear. Su mirada divaga entre las mechas y sus dedos, guiando unas cuantas hebras detrás de mi oreja. Cuando se vuelve a enfocar en mí, parece aturdido.

"Entonces, ese es el contexto, pero ahora estoy estupefacto."

"¿Por qué?" Me rio entre dientes.

"¿Por qué?" De algún modo, hace que la pregunta repetida suene estúpida, como si la respuesta debería ser francamente obvia. "Amor, ya eres la mujer más fuerte que he conocido en mi vida. El que me digas que yo te hago querer ser más fuerte…"

"¿Cómo soy la mujer más fuerte que has conocido en tu vida?"

Mi tono sugiere mi duda, pero Edward continúa y me da respuestas.

"Bella, sé que quieres con toda el alma a tus padres, y aunque ambos parecen individuos increíbles, en muchos sentidos, me parece que te criaste sola, lo que te ha vuelto adaptable de una forma que ni siquiera pareces comprender."

"¿Cómo?"

"Como la forma en que triunfaste en una de las ciudades más competitivas del mundo, mientras estabas sola, sin siquiera tus mejores amigas cerca de ti."

"¿Triunfar?" Me mofo.

"Sí, triunfar. Por lo que hemos hablado y por tu referencia a Kafka, comprendo que puede que ya no sea el tipo de éxito que valoras, pero de muchas formas, es un triunfo. Lo que es más—"

"¿Hay más?" Sonrío.

"Lo que es más, desde miles de kilómetros de distancia, apoyas a tus amigas en todos sus proyectos, incluso mientras te cuestionas tus propias elecciones de carrera. E incluso, aunque te cuestionas esas elecciones que te tienen poco valorada y explotada, tu brillante talento sale a relucir. Tuviste las agallas de darle a mi abuela una reprimenda," se ríe nuevamente, aparentemente realmente disfrutando esa, "y eso no es algo que se haga comúnmente." Cuando su manzana de Adán sube y baja, se pone serio. "Tu fortaleza me impresiona constantemente, incluso cuando empacas demasiado y luego no puedes levantar tu maleta ni para salvar— ¡Oye!" Reboto sobre su entrepierna, y jadea bruscamente, siseando y agarrando mis caderas para detenerme. "¿Qué estás haciendo?"

"Te estoy enseñando una lección por tomarme el pelo durante un momento tan solemne."

"Todo lo que eso me enseña, es que nunca deje de tomarte el pelo." Me sostiene reclinada sobre su erección, sonriendo de forma lasciva.

Cuando pretendo intentar apartarme—pretendo siendo la palabra clave porque no voy a ir a ninguna maldita parte—Edward se ríe una vez más y me besa decididamente. "Mi punto es, que cuando me dices que yo hago que quieras ser más fuerte…" Resopla y sacude su cabeza, "ni siquiera puedo imaginar cómo sería eso."

Mi corazón se detiene cuando todos esos sentimientos eufóricos y cálidos acumulándose durante los últimos minutos, repentinamente quedan enterrados bajo una fría avalancha de miedo y ansiedad. Edward debe ver o percibir mi abrupto cambio porque sus ojos se entrecierran infinitesimalmente. Pese a ello, la calidez de su expresión permanece, ese asombro al que sigue refiriéndose predominando por sobre su curiosidad. Al echar un vistazo a mi brazalete, sonrío momentáneamente para luego tragar con fuerza, rogando con muchas más ganas que mi siguiente confesión no acabe con su deseo de seguir siendo la enredadera de mi rama, el capullo de mi metamorfosis… el cascanueces de mis terribles aptitudes de bailarina.

"Edward… no soy tan fuerte como crees. Tengo que decirte algo."

Él asiente despacio y sonríe. Luego se acerca y roza sus labios contra mi frente.

"¿Te apetece dar un paseo?"

Hago mi confesión mientras caminamos por las calles de Londres, una mano enguantada envolviendo otra mano enguantada. No puedo evitar notar cómo, a pesar de las similitudes entre las ciudades metropolitanas de Londres y Nueva York, el Día de Navidad, son tan diferentes como leones y corderos. Con toda su bulliciosa vitalidad habitual, en el Día de Navidad, Londres es un auténtico pueblo fantasma.

Todos los escaparates, ya sean de moda, de pubs o de negocios, están cerrados. Ni una sola alma sale de las usualmente concurridas estaciones del metro. Oxford Street, que apenas anoche estaba al tope y llena de vida, ahora está vacía salvo por un errante peatón o vehículo. Piccadilly Circus no es un circo. Unas cuantas palomas vuelan en lo alto del cielo gris y se posan en el concreto igual de gris.

Edward y yo bien podríamos ser las últimas dos personas en el mundo.

Cruzamos el Puente Westminster hacia la ribera sur para una vista de la ciudad de Westminster, su abadía y su reloj sin las multitudes habituales. Entre nosotros, el gris Támesis fluye imperturbable.

"Así que, eso es todo," murmuro, con mi mirada en el tranquilo oleaje del río a la deriva en corrientes uniformes.

Está extrañamente tranquilo. Si escucho con atención, casi puede escuchar el tema principal de una de esas películas de Clint Eastwood que a mi mamá solían gustarle, sonando en el fondo. Por el rabillo de mi ojo, creo ver bolas de heno que giran con la húmeda y fría brisa. Cuando miro en esa dirección, es solo una mujer alejándose rápidamente, bien envuelta en ropa de invierno y abrigada contra los elementos, supongo. Cuando de pronto tengo la sensación de ser observada, miro con cautela por encima de mi hombro, esperando a Jack el Destripador en esta ciudad vacía de turistas y locales por igual.

"¿Qué sucede?" Pregunta Edward.

"Creí sentir a alguien detrás de nosotros."

"Probablemente un paparazzi creyéndose astuto," dice él. "Salen incluso cuando nadie más—"

"¿No tienes nada que decir?" Finalmente me obligo a preguntar.

"¿Además de que ese tipo Marcus parece ser un total y completo cretino, y que si lo tuviera frente a mí al puñetero idiota me gustaría darle una golpiza? Sí." Resopla, con su mirada también en el río. "Sí, en realidad, tengo más que decir. Simplemente estoy tratando de encontrar las palabras correctas para esa parte, asegurándome que nada se malinterprete en la traducción del inglés del Reino Unido al de Estados Unidos."

Deteniéndome, me vuelvo para encararlo. "Muy bien, ¿jurista?"

Empieza despacio, sus palabras evidentemente calculadas. Mi corazón late de forma errática e inquieta.

"Estoy… orgulloso de ti."

"¡Oh, vamos! ¡Basta!" Digo con firmeza, arrojando mi cabeza hacia arriba y gruñendo, aprovechando al máximo el hecho de que somos las únicas personas en Londres. "Deja de convertir todo lo que digo en otro ejemplo de mi supuesta fortaleza. Hablo de que, sé que estás enamorado de mí, pero digamos las cosas como—"

Mis palabras son interrumpidas cuando Edward pone una mano enguantada sobre mi boca. Me da una mirada encendida, con sus fosas nasales ensanchadas.

"Maldición, ¿podrías callarte el tiempo suficiente para permitirme terminar, tú, americana exasperantemente impaciente?"

"Pero estás siendo ridículo," me quejo, arrojando mis manos hacia arriba. Al menos, intento quejarme. Las palabras brotan como un amortiguado balbuceo incomprensible, ya que Edward no quita su mano. Bufo ruidosamente y gruño. "Bien." En su mayoría aún es incomprensible, pero el encogimiento de hombros que le acompaña debe expresar mi rendición.

"Gracias," enfatiza melodramáticamente al dejar caer su mano con recelo.

"Lo que estaba tratando de decir antes de ser descortésmente interrumpido, es que estoy orgulloso de ti porque," sisea rápidamente cuando mis ojos se encienden, "Estoy orgulloso de ti porque rompiste esa relación en el momento en que te enteraste que él era un cabrón infiel."

"Edward, debí haber sabido que era un cabrón infiel desde el principio," susurro vergonzosamente. "Todas las señales estaban ahí, y simplemente cerré los ojos a ellas porque me sentía… porque me sentía sola. Y porque me sentía muy sola, sus excesivas atenciones me halagaron mucho más de lo que deberían. E incluso después de enterarme, me sentí muy tentada a—"

Edward alcanza mi mano y la aprieta con fuerza. "¿Puedo, por favor, terminar, mi amor, sin tener que recurrir a cubrir tu boca con mi palma? Si ese era un paparazzi, nuestra primera plana acaba de ser publicada, y odiaría proporcionarles más material."

"Adelante," exhalo.

"Quizás debías haber visto las señales. Quizás cerraste los ojos a ellas—"

"¡Su esposa era la hermana de mi jefa!" Siseo. "O sea, ¿qué clase de idiota no—?"

"Maldita sea, Bella."

"¡De acuerdo, de acuerdo! Continúa," digo a regañadientes.

Se ríe entre dientes y me atrae a él, deslizando sus brazos alrededor de mi cintura y sacudiendo su cabeza.

"Tan impaciente. Esto es lo que estoy tratando de decir. Estoy orgulloso de ti porque a pesar de cómo te equivocaste—y ahí lo tienes, no voy a minimizarlo solo porque te amo y a pretender que no te desviaste—retomaste el rumbo aun cuando fue, por tu propia admisión, intensamente difícil. Sintiéndote o no sola, mi Bella," él traga, "llegaste a tener sentimientos por el idiota egoísta, y yo puedo… identificarme con lo difícil que es salir de una relación que se ha vuelto cómoda, que mantiene la soledad a distancia y con la tentación de regresar a esa comodidad incluso cuando sabes que estaría mal."

"¿Irina?" Pregunto, sintiendo más que una pizca de celos irracionales.

"Irina," confirma.

"¿Qué hubiera pasado de no haberte conocido, Edward, y darme cuenta de cómo se siente el verdadero amor, y después volviera a casa y le permitiera volver a pesar de la excusa que inventara para no dejar a su esposa? ¿O si hubiera seguido intentando ocultar la verdad de mi jefa y convirtiera una situación de trabajo ya miserable a algo aún peor?"

"Ahí lo tienes, dejándome nuevamente estupefacto al hablar tan abiertamente de amor," sonríe. "Bella, ¿qué pasaría de no haberte conocido y por lo tanto, cayera de vuelta en mi propia zona personal y profesional de confort? Me refiero a que, ¿quién consiguió convencerme, en cuestión de días, que a pesar de creer toda la vida que un estúpido título significa que no puedo o quizás que no debería, que si quiero escribir mi propio libro de historietas, debería hacerlo?"

"Bueno, puedes y deberías hacerlo," le digo con total naturalidad.

"Como un jurista que trata con lo que es, y no con lo que podría haber sido, creo…" – las puntas de sus dedos trazan el contorno de mi boca— "que los hechos pertinentes aquí son que sí te alejaste del maldito cabrón, y luego… me conociste a y te enamoraste de ." Su sonrisa engreída me hace reír entre dientes. Él está convencido que yo soy el premio, y realmente, ¿quién soy yo para desengañarlo?

"Bella, lo que podríamos o no haber hecho en otras circunstancias es irrelevante. ¿Si una persona puede ser condenada por sus malas elecciones, por qué no debería ser elogiada por las correctas? Como tú misma lo dijiste, estás en medio de una metamorfosis, y son tus elecciones las que te han llevado ahí. Eso es todo."

"Eso es todo, ¿eh?"

"Sip."

Espero a que me mire a los ojos. "¿Sabes lo que pienso?"

"¿Qué es lo que piensas, mi contradictoria americana?" Sonríe con suficiencia.

"Pienso que ambos estamos en medio de una maravillosa metamorfosis. Y pienso que fue muy afortunado para mí enamorarme de semejante jurista objetivo, que al mismo tiempo, lo recorre una gran vena creativa. Edward, puede que en Inglaterra haya barones por montones," digo bromeando, utilizando su terminología, "pero tú eres único en tu clase."

"¿Lo soy?" Sonríe, acercándose e inclinando su cabeza.

"Mmm. Eres un barón inglés—"

"En realidad, soy un heredero de la—"

"Y yo soy, en términos de tu abuela, una 'estadounidense común'," me echo a reír, imitando el acento elegante de lady Charlotte. "Sin embargo, tú me entiendes, y creo que ese es el factor pertinente. Y ahora, vamos a darle algo a esos paparazzi—"

Eso es lo más lejos que llego antes que la boca de Edward—no su mano—cubra la mía.

Paseamos maravillosamente ahora que todos los posibles impedimentos a nuestra relación han sido aniquilados en una mañana de día de fiesta. Volviendo a cruzar el Puente Westminster, paseamos por St. James Park como si nos perteneciera. Sin nadie—además quizás de unos cuantos millones de personas a través de las redes sociales—que nos juzgue, nos paramos en las bancas y nos besamos y tomamos tontas selfies. St. James Park conduce a Green Park, donde paseamos por las calles laterales de Knightsbridge y sus preciosas casas residenciales. Rose y Alice me envían un mensaje de texto para ver cómo estoy, y cuando les escribo un mensaje en respuesta, Edward me dice que Emmett y luego Jasper también se están comunicando con él.

"¿También Jasper?" Sonrío con curiosidad.

Edward sostiene su teléfono y lee en voz alta: "¡Edward, Natividad feliz, correligionario! Te apuesto a que sé qué te concedieron para Navidad."

Sacudiendo mi cabeza, me rio. "No me sorprende que se lleve tan bien con Alice. Ella quiere saber si ya he desenvuelto mi pepino inglés."

Edward aprieta sus labios para evitar estallar en carcajadas. "Vamos a dejarlos con la duda, ¿quieres?" Dice al volver a guardar su teléfono en su bolsillo.

Aunque estaba furioso al escuchar las noticias de que Marcus estaba en Londres, le aseguré a Edward que me había hecho cargo de Marcus y que no nos molestaría. Cuando me pide su número de teléfono, le digo, "De ninguna manera." Edward inteligentemente lo deja.

En cuanto a Sulpicia, ahora sé que cuando vuelva a Nueva York tengo que decirle la verdad, por mi propia paz mental. También tengo que decirle que estoy harta de ser su Bob Cratchit. Lo que sea que suceda después de esas revelaciones, lo enfrentaré, y saber que voy a lidiar con ello, que pase lo que pase, tengo a mis chicas… y ahora, también tengo a Edward para apoyarme, es un tremendo peso que desaparece de mis hombros. Cómo manejaremos él y yo esta relación a larga distancia es un asunto totalmente diferente. Pero es algo que también manejaremos—juntos.

Durante la última media hora, nos hemos paseado por las tranquilas calles laterales. Entre mi monólogo interno y el de Edward, y mi conversación y risa, me asusto un poco cuando tira de nuestras manos entrelazadas y hace que me detenga nuevamente, parado frente a mí.

"¿Qué?" Le sonrío.

Hace un gesto hacia un lado, y su subsecuente sonrisa tiene un matiz de timidez. Hace frío afuera, sí, y nos hemos besado en el camino, pero sus mejillas están totalmente en llamas.

"Uh, bueno, mi departamento está aquí."

Mis ojos recorren la calle de casas adosadas de estuco blanco de la época georgiana perfectamente conservadas y conectadas en forma de medialuna, todas con balcones de hierro negro. Cuando mi mirada vuelve a Edward, me ofrece un gesto algo cohibido encogiéndose de hombros.

"Ha… uh… ha estado en mi familia desde principios del siglo XIX, aunque actualmente solo ocupo el piso superior."

"¿Me trajiste a tu casa, Edward?"

Su manzana de Adán sube y baja. "Yo… Bella, desde el día que te conocí, desde que te quedaste dormida y babeaste mi hombro, para luego despertar y que conversáramos de todo y nada… te he imaginado en mi departamento, caminando y riendo con tu ruidosa risa americana, sentada en el sofá conmigo mientras hacemos maratón viendo la televisión y charlamos, deambulando en la cocina mientras bebemos—"

"¿Té y sándwiches de pepino?" Sonrío.

"Iba a decir 'una cerveza o dos', pero sí, té y sándwiches de pepino sirven. ¿Por qué, no?"

Levantándome de puntillas, rodeo el cuello de Edward con mis brazos. "Edward, esto significa mucho para mí, que me trajeras a tu casa. Hablo de que, ya sé que no tienes nada que ocultar, pero más que imaginarme en todos esos lugares que mencionaste, hacer que suceda…"

Sus manos rozan mis caderas y sus pulgares se entierran en mi trasero. Incluso sobre mi abrigo de lana, el calor de su toque hace más que encenderme. La calidez de su aliento, cuando se acerca a mi oído, hace que se ericen los vellitos de mi nuca.

"¿Puedo confesarte algo más?" Me dice al oído entre su aliento.

"Sí," le susurro en respuesta. "Por supuesto. Siempre."

"Siempre," repite, "también me gusta el sonido de eso." Luego se aparta y me mira a los ojos. "Durante los últimos días, te he imaginado más que caminando y riendo por mi departamento, más que sentada en el sofá y viendo la televisión, más que deambulando en la cocina." Cuando hace una pausa y traga, espero. "Te he imaginado despertando a mi lado, con tu cabello hecho un desastre desordenado y tus ojos oscuros gloriosamente cansados por una larga noche de hacer el amor. Quiero el calor de tu cuerpo grabado en mi cama. Quiero que la marques, que lo hagas de tal forma que la única manera que alguna vez vuelva a sentir calor en ella sea si estás acostada junto a mí."

Nunca arruinaría este momento mencionándolo a él; Jesús no. Pero vamos, no puedo evitar que mi mente se dé cuenta de las diferencias aquí. Con él, siempre terminábamos en mi casa. Él siempre encontraba una razón o excusa por la cual no podíamos ir a su casa. La dura verdad es que siempre y cuando él me follara, no podría importarle menos dónde lo hiciera.

Edward quiere que marque su cama, que convierta su espacio… en el mío.

"¿Te parece bien, entonces? ¿Fui demasiado atrevido?"

Echo mi cabeza hacia atrás y me rio. Cuando lo miro a los ojos, está sonriendo, una sonrisa que se hace más grande cuando tomo su mano y lo llevo hacia la entrada de su majestuosa casa adosada.

"Edward, eso me parece un excelente plan."

A pesar de su ubicación de clase alta, el departamento de Edward es tan modesto en su magnificencia como su dueño. Las paredes son de un suave color gris, con la mayoría de los muebles en varias tonalidades del color, no obstante, unas cuantas cosas esparcidas aquí y allá—almohadones rojos, un escritorio azul, una silla tapizada en amarillo, rompe la monotonía y mantiene todo en el ámbito de las líneas fluidas y limpias en vez de aburridas. Los ventanales del piso al techo dejan entrar la luz del día de la ciudad—también gris, pero, ¡oh, Dios mío, las vistas!

Edward me da cortésmente una gira, tomando mi mano todo el tiempo, su voz nerviosa por la emoción como si realmente quisiera que me guste. Cuando llegamos a su recámara, me detengo en la entrada mientras la admiro.

"Esto no es lo que esperaba."

"¿Qué esperabas?"

Está rodeada por más de esos ventanales del suelo al techo—aquí, cubren dos paredes enteras. La habitación está pintada más de un color marrón grisáceo que el gris básico, y está escasamente amueblada con un pequeño escritorio de castaño en una esquina, una silla blanca tapizada en otra esquina, una pequeña chimenea de ladrillo a lo largo de una tercera pared y luego, en la parte central… está la cama.

La cabecera y el marco son del mismo color castaño del escritorio, y el edredón es blanco esponjoso y vaporoso.

"Esperaba una gigantesca chimenea que ocupara toda una pared y coloridos tapices en el techo y los pisos de piedra."

"Acabas de describir la recámara del rey Enrique VIII en Hampton Court."

"Estuve ahí hace unos días con Liam," me rio entre dientes. Entonces trato de hacer una mueca por mi torpeza de mencionar a Liam mientras estoy en la recámara de Edward.

Pero él simplemente resopla y me toma en sus brazos, rozando suavemente sus labios contra los míos.

"Con Liam, ¿eh?"

"Pensé que no te habías dado cuenta de eso."

Se ríe. "Está bien. Estuviste en Hampton Court con él. Estás aquí conmigo."

"Cierto. Edward, este departamento, toda está casa adosada está construida para la aristocracia, pero al mismo tiempo, es muy normal, muy moderna."

"¿Qué esperabas?" Sonríe, "¿Una casa construida por una familia de aristócratas que han vivido desde la época normanda, inmortales haciéndose pasar por descendientes de la familia original cuando en realidad, son un montón de hombres lobos, zombis y vampiros?"

Cuando me sostiene la mirada significativamente, solo me toma unos segundos darme cuenta de lo que está hablando.

"¡Tú historieta!"

"Sí," sonríe. "¿Qué piensas?"

"¡Creo que es una gran idea! ¿Quién está mejor capacitado para escribir una serie de historietas basadas en la aristocracia que tú? Y ya tienes a tu aristocrática abuela chupasangre en la que basar tu personaje más aterrador. Por favor, nunca le digas que dije eso."

Edward se ríe y se ríe, guiándome hacia atrás a la cama. Cuando mis rodillas tocan el colchón, él me empuja hacia atrás, luego se cierne sobre mí hasta que tiro de él hacia abajo.

"Deja de jugar. Nos hemos demorado bastante."

"¿Ah, sí?"

En respuesta, capturo su boca y Edward estira un brazo sobre mí. Las persianas a lo largo de las paredes con ventanales empiezan a bajar, bañando la habitación en una suave oscuridad. Nuestros labios se separan solo para tirar de nuestras camisetas por encima de nuestras cabezas. Él desabrocha mi sujetador y me ayuda a quitármelo. Bajo su cremallera, y él se baja al tiempo sus pantalones y su ropa interior. Ambos desabrochamos mis botones, y luego con unas cuantas respiraciones pesadas y una larga mirada maravillada, Edward se acomoda entre mis piernas y se introduce en mí.

Él gime contra mi cuello como si se sintiera aliviado, emitiendo palabras apagadas entre su aliento que suenan como, "Todo tiene sentido," pero no puedo estar segura. En vez de preguntar, juego con su cabello suave, deleitándome en este solitario momento reverencial antes de empezar con empeño. Porque también hay belleza en este momento.

Después, Edward levanta su cabeza, con su mirada oscura y fiera, y yo aseguro mis piernas alrededor de sus caderas y mis brazos rodean sus hombros cuando él empieza una serie de estocadas largas y profundas.

"Edward… Edward…"

"Bella…"

Nuestras bocas se encuentran con los besos tiernos pero erráticos de dos personas en medio de una pasión apabullante. Cuando arqueo mi espalda, él envuelve un pecho con su boca, luego el otro y yo acuno su cabeza y juego con su cabello. Cuando se aparta e incrementa el ritmo, me sujeto de sus hombros. Y cuando el calor de nuestra fricción llega hasta lo más profundo de mi centro, grito, resistiendo hasta el último momento. Edward me sigue de cerca.

Después, con nuestros corazones acelerados latiendo uno contra el otro, Edward está acostado sobre mí, su cuerpo caliente y húmedo mientras reparte un puñado de dulces besos en mi sien, mi frente, mis ojos y mi boca. Una y otra vez. Incluso cuando sale y se quita de sobre mí, me acerca a su costado, abrazándome con fuerza.

"Mmm. Ahora mi cama está calientita," sonríe.

"De nada," digo. "Sé cómo estos inviernos ingleses pueden penetrar tus huesos."

Edward me ofrece una risita ronca. "Aunque ahora realmente tenemos un problema. ¿Cómo se supone que me separe de ti después de las fiestas, incluso si es solo por un par de semanas hasta que yo pueda ir de vacaciones? ¿O tú puedas venir aquí? ¿O hasta que resolvamos…?"

Toco su mejilla, incapaz de responder porque es un problema que se vuelve cada vez más serio con cada minuto que pasa. En vez de eso, hablamos de temas más sencillos, compartimos más ideas para su historieta hasta que lo siento ponerse duro de nuevo y su historieta se vuelve en lo último que pensaríamos. Poniéndome a horcajadas en sus caderas, él sujeta mi cintura y yo curveo mis manos en sus hombros mientras hacemos el amor una vez más antes de que exhaustos, nos quedemos dormidos en los brazos del otro.

Y así sin más, cuando despertamos unas horas después, hemos cumplido los deseos de Edward: su cama está acogedoramente cálida, desperté despeinada y mis ojos están felices pero cansados.

Pasamos el resto de la noche y el siguiente día festivo después de Navidad, el día de la caja (2), en un estado de dicha total, medio desnudos. Vemos programas navideños en la televisión, enviamos mensajes de texto a nuestros amigos de ida y vuelta, y reímos al ver las nuevas fotos y artículos de nosotros sobre nuestra breve riña y subsecuente prolongada reconciliación. Ahora se refieren a mí como una 'bella pero torpe princesa estadounidense'. Comemos mucha comida para llevar, o comida a domicilio como la llaman aquí. Y, por supuesto, entre todo eso, hacemos el amor.

La mañana después del día de la caja, abro mis ojos en la mañana gris y encuentro a Edward acercándose a la cama en traje y con corbata.

"Llevas mucha más ropa de la que has traído puesta los últimos dos días," digo adormilada, "y aunque te queda maravillosamente bien, no estoy segura de cómo sentirme al respecto."

Se pone de cuclillas frente a mí y me besa con dulzura. "Surgió un asunto de último minuto, y tengo que ir a la oficina por unas horas. Debería estar de vuelta al mediodía."

"Mm," gimo. "Tal vez debería irme—"

"No. Por favor, no lo hagas," dice entre su aliento. "Quiero decir que, sé que tendrás que irte eventualmente y regresar primero al departamento de Rose y Alice, y luego a Nueva York, pero… me gustaría que hablemos y planeemos algunas cosas primero, si no te importa."

"No me importa," sonrío. "Está bien, estaré en casa, desnuda y despeinada, cuando regreses."

"Me gusta como suena eso," dice. "Ahora, vuelve a dormir, mi chica americana. Todavía es muy temprano."

Despierto con mi teléfono sonando y contesto sin revisar el identificador de llamadas. Probablemente es Rose o Alice o Edward.

"Hola."

"Isabella."

La voz se parece algo a la de Sulpicia, pero no exactamente. Aun así, es quién asumo que es.

"¿Sulpicia?"

"No. Soy Didyme. ¿Reconoces mi nombre?"

Mi corazón se detiene. Repentinamente, el tambor de guerra empieza su furioso y nauseabundo ritmo en mi cabeza.

Didyme, Didyme, Didyme. Didyme, Didyme, Didyme.

Sentándome abruptamente, sostengo las mantas alrededor de mi cuerpo desnudo como si me viera repentinamente expuesta, como si las persianas no estuvieran cerradas y en vez de eso, todo Londres pudiera ver mi vergüenza.

"Sí, sabes exactamente quién soy, ¿no es así?" Sisea antes de que pueda hablar.

"Yo—"

"No te molestes en intentar negarlo o mentir para zafarte de esto. También sé quién eres."

Didyme, Didyme, Didyme. Didyme, Didyme, Didyme.

"Yo—"

"Y sé lo que hiciste para asegurarte que Marcus te siguiera a Londres."

"¿Qué? No. Yo no—"

"Escúchame, tú pequeña mentirosa—" Se detiene, e inhala audiblemente antes de continuar. "Tú y yo vamos a hablar."

"Didyme, mira, lamento lo que… pasó. De verdad que sí. Pero creo que es mejor si no—"

"A menos que quieras que contacte a todos los tabloides entusiastas de Londres y les diga exactamente lo que su nueva y bella pero torpe princesa estadounidense'," escupe las palabras, "quiere de su querido y joven barón, te reunirás conmigo en este momento."


(1) Franz Kafka fue un escritor bohemio en lengua alemana. Su obra, una de las más influyentes de la literatura universal, es una de las pioneras en la fusión de elementos realistas con fantásticos, y tiene como principales temas los conflictos paternofiliales, la ansiedad, el existencialismo, la brutalidad física y psicológica, la culpa, la filosofía del absurdo, la burocracia y las transformaciones espirituales.

(2) El Boxing Day es un día festivo en Reino Unido. Se celebra anualmente el día después de Navidad, el 26 de diciembre. Durante este día se promueve la realización de donaciones y regalos a los pobres.


¡Ups! *se retira silenciosamente de puntillas para evitar la revuelta* Recuerden que no fue mi idea dejarle aquí, y por supuesto que sé que estarán ansiosas por saber qué pasará ahora, ¿cómo es que Didyme dio con Bella? Bueno, ya lo veremos en el siguiente, y aunque no les aseguro que lo leeremos hoy, si puedo decirles que haré todo lo que pueda para subirlo mañana, pero… ya saben qué tienen que hacer. Hay mucho qué decir de este capítulo, y espero que me digan qué fue lo que más les gustó. Pero obviamente, el que por fin pudieran estar juntos fue unos de los momentos cumbre de este capítulo, una de ustedes mencionó en su review lo mucho que disfruta de las reflexiones de Bella y la verdad es que yo también, como esa de la metamorfosis, cómo estaba permitiendo que las malas elecciones en su vida la convirtieran en una insecto, pero ahora, empieza a tomar el camino correcto. Lo malo es que parece ser demasiado tarde, ¿lo será? ¿Qué es lo que querrá Didyme? Bueno, ya lo veremos. Como siempre esperaré ansiosa sus reviews para saber qué les pareció y así poder leer pronto el siguiente.

Muchas gracias a quienes dejaron su review en el capítulo anterior: Paola Lightwood, somas, Cinti77, Jade HSos, Tata XOXO, kaja0507, Aislinn Massi, Cherryland, alejandra1987, injoa, paupau1, Tecupi, jupy, AnnieOR, Missannie L, Rosiichita, bealnum, Vianey Cullen, roseemetal, Maryluna, E-Chan Cullen, Isis Janet, Lauguilln, aliceforever85, Car Cullen Stewart Pattinson, Manligrez, Ali-Lu Kuran Hale, kasslpz, rosycanul10, Maya, MichelleGutierrezs, BereB, Cassandra Cantu, Sully YM, Lectora de Fics, EriCastelo, Adyel, JessMel4, NarMaVeg, Mio1973, Adriu, Lupita Pattinson Cullen, PRISOL, tulgarita, Noriitha, Lady Grigori, DobleRose, Liz Vidal, sarapineda44, Bertlin, Mafer, Idrt12, Lizdayanna, nelsy, y algunos anónimos. Saludos y nos leemos en el siguiente, espero que muy pronto. DEPENDE DE USTEDES.