INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SI
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Amor secreto
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CAPITULO 2
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La mansión York de la elegante Grosvenor Square estaba atestada de invitados, pero solo un puñado de ellos, eran bien considerados por el dueño de casa.
Los Villiers de Devonhill eran de esos pocos.
Bankotsu Stanley, duque de York desde hace cuatro años, fue hijo único de un hombre cruel y poco dado a los sentimentalismos, a tal punto que el joven casi no se crio con su padre.
La severidad del anterior duque fue celebre, que internó a su heredero en Oxford, donde lo espiaba y cercenó sus libertades, como una enferma forma de control.
Aquella inflexible y rígida crianza, moldearon el carácter de Bankotsu, haciendo que casi se convirtiera en un calco de su progenitor. En Oxford, conoció al único amigo que tenía: Miroku Villiers, un hombre leal y honrado.
Al principio lo vio con desconfianza, pero acabaron por convertirse en los mejores amigos. El viejo duque de York desaprobaba aquella amistad, por considerarla no apta para la posición de su hijo.
Pero Bankotsu acabó rindiéndose ante la transparencia del joven oriundo de Devonhill tan diferente a las otras amistades interesadas que se le acercaban al saberlo heredero de un ducado tan importante.
No había año que no viajase a pasar unas semanas a Alcott. Pero algo ocurrió poco después de ser nombrado duque, a la muerte de su padre.
Como era usual, había viajado a pasar unas semanas a Devonhill, cuando unos pensamientos inapropiados empezaron a hacer mella en su mente con respecto a la hermana menor de su amigo, que era una chiquilla que estaba floreciendo.
Antes de eso, Bankotsu la veía como una hermanita pequeña, pero aquel viraje de pensamientos y sensaciones inadecuados fue suficiente para entender que estaba confundido. Él, un hombre hecho y derecho, con la posibilidad de obtener la mujer que quisiese, teniendo ideas impropias con una chiquilla de catorce años que tomaba forma de una mujer resplandeciente.
La que hace poco era una niña se había transformado en una muchacha.
Bankotsu decidió cortar aquellas ideas de tajo, procurando limitar los encuentros con la jovencita y compartir el espacio, solo el tiempo necesario. Se propuso no dirigirle la palabra, salvo algunas cortesías.
También tomó otras medidas, ya que, al regresar a Londres, se mostró abierto a recibir visitas femeninas. Fue en uno de esos desgraciados acercamientos, en que fue víctima de una mujer oportunista.
Tsubaki Rivers, era hija de un marques arruinado, que no perdió tiempo en darle caza, y aprovechó su estado de confusión, para comprometerlo en público.
Fue así que Bankotsu, quien, desde la muerte de su severo padre, sentía que podía hacer lo que quisiese, entró a una jaula de nueva cuenta, por voluntad propia, casándose forzadamente con la señorita Rivers.
Tsubaki, como todas las mujeres de su familia, era hermosa como un pecado, con un gran parecido a su hermana menor Kikyo. También compartían el afán por la intriga y las trampas.
Para pesadilla de Bankotsu, quien se casó con ella en una ceremonia donde sólo asistieron los padres de la joven, Tsubaki pasó a ser la duquesa de York por matrimonio.
Fue allí que la joven, afloró su verdadera naturaleza.
Era una mujer insufrible que rezumaba crueldad en su trato con los criados, con los proveedores o con cualquier persona que ella consideraba por debajo de su recien adquirida posición.
Era una bruja latosa, con aires de suficiencia que le desgració la vida.
Bankotsu la detestaba, pero más se odiaba a si mismo por haberse dejado atrapar de un modo tan tonto, y con la peor mujer del mundo.
Se volvió aún más huraño e insoportable.
Se sentía avergonzado de llevar a Tsubaki a Alcott y que lo pusiera en evidencia frente a su mejor amigo.
Además, quería evitar encontrarse con la hermana de éste.
Seis meses después de la boda, una tuberculosis fulminante acabó con la arpía de su mujer, causando alivio a Bankotsu, al servicio de la casa y sus propios conocidos.
Él prefirió permanecer en Londres y no retomar sus paseos a Devonhill porque se suponía que aun debía estar de luto por su mujer. Pronto, Kikyo su cuñada pasó bajo su protección ya que su familia no podía hacerse cargo de ella.
Miroku si vino a visitarlo.
Fue recientemente que tuvo la idea de además de invitarlo a él y a toda a su familia a pasar una temporada completa en Londres.
Habia pasado el tiempo y Bankotsu creía ya superaba aquella extraña atracción que sintió en el pasado por la muchachita Villiers, que ahora estaba convertida en toda una mujer. Además, aquella invitación era una especie de disculpa por haberlos tenido tan abandonados, siendo que los Villiers eran personas genuinamente bondadosas.
Bankotsu Stanley era atractivo, de brazos grandes a causa de todo el ejercicio que su padre le ordenaba realizar, y un rostro beneficiado por una belleza masculina coronada con dos orbes azules bien puestos. A pesar de la libertad ganada con la muerte de su progenitor, el actual duque de York nunca pudo quitarse ciertas costumbres tomadas de la época de éste: su padre, a pesar de su fortuna era avaro como un comerciante.
Bankotsu no era tacaño, pero tenía arraigada en la sangre, hábitos y manías en consecuencia, como que era capaz de mantener el mismo guardarropa por años, incluido el calzado. Solo lo cambiaba cuando acababan por romperse. La decoración espartana de la habitación del duque de York se mantuvo tal cual. Bankotsu no introdujo ninguna mejora y tampoco cambió a ningún miembro del servicio de la casa, por ello es que el viejo señor Hunt seguía siendo su mayordomo, y la huraña señora Swift continuaba manteniendo el puesto el ama de llaves.
La casa de York mantenía la rigidez y sobriedad de antaño, ya que su ocupante principal estaba más ocupado con los negocios y el escaño en el parlamento.
Su singularidad le valió convertirse en predilecto miembro del primer anillo del príncipe regente, hombre cansado de adulaciones que veía en el anticuado duque a un hombre sincero y leal.
Bankotsu sabía que su actual viudez lo convertía en objeto de las madres casaderas de jovencitas dispuestas a cazarlo como antaño lo estuvo Tsubaki.
Pero él no estaba por la labor de volver a caer en algo parecido. No tenía ningún interés de renunciar a su libertad.
Cuando los Villiers llegaron a Londres, y pudo reencontrarse con el resto de la familia, Bankotsu se sintió aliviado de que la joven Kagome ya no ejerciera en él, una inapropiada atracción.
Tenía que reconocer que estaba muy bonita, con esa belleza inocente de las campiñas, tan diferente al ardor arrebatador de su propia cuñada Kikyo.
Kikyo Rivers.
Él no era tonto, y sabía que la jovencita lo tenía en rango de visión para ocupar el desgraciado puesto vacante que dejase la anterior duquesa.
El duque meneó la cabeza.
No pensaba darle el gusto a su cuñada y con respecto a la jovencita Villiers, lo mejor era mantener la distancia debida e incluso hasta una fría antipatía.
El anciano ayuda de cámara Myoga, que lo fuera también de su padre, terminó de cepillarle el traje.
― ¿Desea que le arregle las botas, su excelencia? ―preguntó Myoga
Bankotsu meneó la cabeza luego de examinar su calzado. Para él, estaban bien. No necesitaba tanto adorno.
―No es necesario, solo daremos un corto paseo con el barón y su familia. No necesito tanta parafernalia.
Una vez que estuvo listo, Bankotsu cogió su fusta y salió.
Ya los Villiers lo esperaban en el salón para salir, aprovechando la soleada mañana.
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Kagome se aseguró que desapareciera el carruaje que transportaba al duque, a su hermano Miroku, su cuñada Kagura y a la señorita Kikyo Rivers para emprender sus decididas actividades.
No había dormido bien la noche anterior, pensando en las artimañas que utilizaría en su plan de ayuda al duque. Justamente aquel duermevela le produjo que sus ojos amanecieran hinchados, y pudo excusarse en un resfrío temporario para evitar ir al paseo.
Necesitaba que todos ellos se marchan para dar rienda suelta a su plan y volver a escabullirse a la habitación del duque.
Cuando Sango vino a traerle su desayuno, la joven ya estaba levantada y escribiendo a prisa.
― ¿Esta segura que debería levantarse, señorita?
―No estoy enferma ni mucho menos ―replicó la joven terminando de anotar algo para luego doblarlo y entregárselo a Sango ―. Necesito esta lista, una parte podría dártelo el jardinero y otro tanto el boticario.
Kagome sacó unas monedas y se los entregó, ante la sorpresa de Sango, en parte acostumbrada a las excentricidades de su ama.
La doncella le tenía una fidelidad sin límites a Kagome, ya que ella le enseñó a leer y escribir, y por eso la muchacha se había prometido a sí misma que siempre la ayudaría en lo que fuera.
Cuando Sango salió, revisó la lista, y entendió que la señorita Kagome estaba por la labor de fabricar una fragancia ya que pedía hierba luisa, canela, limón y lirio del valle. También un aceite del boticario.
La doncella conocía la afición favorita de su ama: la perfumería.
Kagome le había enseñado algo de aquel don, pero nunca pudo aprenderlo bien, pese a los buenos oficios de ella, era algo que requería talento innato. Tuvo que pedirle ayuda al cochero para que la llevara al boticario más cercano.
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Casi dos horas después, Sango regresó con el pedido. Kagome ya la esperaba en la habitación con los brazos remangados.
Cogió un cazo y comenzó a mezclar con cuidado aquellos ingredientes que juntas evocaban una dulzura propia del calor del verano.
La noche anterior había decidido que su primera obra seria aromatizar la habitación del duque tan lúgubre y mustia.
Un aroma que combinaba la frescura de las notas cítricas con la intensidad aromática. Para mimetizar la fragancia, usaría las velas.
Cuando el duque durmiera tendría una sensación de bienestar y calma.
Sango la ayudó, pero la única encargada de entrar en la habitación y de rociar el perfume fue ella sola.
Era una tarea demasiado intima, como para compartirla con alguien más, además Sango debía quedarse afuera para vigilar por si venía alguien, o peor, si regresaba el dueño de casa antes de tiempo.
Lo de rociar la fragancia le tomó a Kagome menos de un minuto, pero estar en aquel lugar que era lo más cerca que ella estaría nunca de él, le produjo unos deseos irrefrenables de pasear por la estancia y de empaparse de su esencia de vuelta, como si su ocupante estuviera presente.
Se perdió en el ensueño y olvidó que ella no debía estar ahí.
No supo cuánto tiempo transcurrió cuando vino Sango a zarandearla suavemente.
― ¡Señorita, ha regresado el carruaje del duque!
Eso despertó a la joven, que se levantó presurosa, para salir de la habitación y esconderse en la suya.
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Kagome no bajó, alegando su resfrío. La única que subió a verla fue su cuñada Kagura, quien aprovechó aquel escape para narrar con detalle lo que habían hecho en aquel corto paseo.
―Vosotros los ingleses sois tan aburridos. Creo que te sacaste una buena en no ir con nosotros al paseo. Fue algo soporífero.
Kagome, quien estaba recostada, fingiendo algo de convalecencia, reía ante las ocurrencias de su cuñada. Era claro que Londres no le gustaba nada.
― ¿Acaso su excelencia no es buen anfitrión?
―Es el mejor, y sólo por ese buen hombre, soporto este viaje. Aunque justamente porque le aprecio es que me preocupa ―comentó Kagura
― ¿A qué se refiere?
―Alcancé a oír que le decía a tu hermano que tenía problemas para conciliar el sueño ―Kagura se puso seria ―. Y no es de extrañar, no hace un año que perdió a su esposa y puede que aún se le aparezca en sus pesadillas ―rió lady Villiers
Siempre había evitado escuchar sobre la difunta duquesa, pero ya que Kagura parecía con ganas de hablar, la sondeó.
― ¿Era bonita?
Kagura hizo un gesto con una de sus cejas.
―Tan bonita como malvada. He oído historias truculentas.
― ¿Crees que su excelencia aun piense en ella…?
Aquella extraña e inusual pregunta de su pequeña cuñada llamó la atención de Kagura.
― ¿Qué preguntas son ésas, querida?, ni yo con mi tirantez americana me atrevería a tanto ―rió Kagura levantándose ―. Pediré que te alcen la cena, así te ahorras disgustos en bajar ¿de acuerdo?
Kagome asintió contenta.
Era cierto que anhelaba ver al duque, pero el tiempo la apremiaba y no quería bajar al comedor hecha un espantapájaros, y más si la ponían en plan de comparación con la bellísima y perfecta Kikyo Rivers.
Enseguida le dio pena pensar de esa forma, la tal Kikyo nunca le había hecho daño y llevaba menos de un día de conocerla. Pero era imposible no generar celos o envidia junto a una mujer así.
Se estiró en la cama, cómoda y tan suave. Fue cosa de un momento cuando una nueva idea hizo mella en su mente.
Se levantó de un salto, justo cuando Sango entraba a la habitación con una bandeja de comida.
La doncella, al notar el entusiasmo de su ama, comprendió al instante que su inquieta ama había aunado nuevos planes. Rogaba mentalmente al Altísimo que sea algo que no la metiera en tantos problemas.
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Kagome habia aprendido del arte de la perfumería y a desarrollar su nariz, gracias al ala de su institutriz francesa, quien a la par de las lecciones le enseñaba botánica, herboristería y sobre todo, el arte de combinar fragancias, utilizando el conocimiento previo.
Fue una alumna precoz y diligente, que cuando la señorita Mugler se marchó, lo hizo orgullosa de dejar a su alumna lista para seguir los pasos en el complicado mundo de las fragancias, donde unos pocos sobresalían.
Desde que supo que el duque sufría de insomnio, su mente no dejaba de procesar el mejor compuesto para él.
Así que hizo que Sango le buscara valeriana, lavanda y boldo, que ella misma se encargó de machacar.
La idea era arrojarlo al té del duque, para que pudiera beberlo antes de dormir. Realizar la mezcla era sencilla, lo complicado seria que Sango pueda interceptar alguna bebida del duque sin ser detectada por el señor Hunt o la severa señora Swift.
Preparó una bolsita y dio el encargo a Sango. Imaginaba que los hombres luego de cenar irían a fumar, y siempre tras ese ínterin, se servía un té.
Luego de media hora, Sango regresó sudorosa. Procuró escabullirse en dos ocasiones, con tanta mala suerte que no pudo alcanzar a hacerlo.
―Señorita, es imposible ―refirió la doncella, limpiándose el sudor de la frente
Kagome hizo una mueca de decepción.
―Fue sumamente difícil mantenerme escondida tras los escalones, con el temor de ser descubierta ―se excusó la doncella―. De todos modos, hubiera sido en vano, porque su excelencia acostumbra a tomar el té en su habitación donde siempre se deja un servicio.
Kagome se levantó como un resorte al oír eso.
― ¿Por qué no lo dijiste antes? ¡eso hace las cosas aún más simples!
―Señorita, no me atrevería a entrar a la habitación del señor duque, estando él presente en la casa. Además, Myoga, ese viejo ayuda de cámara me da bastante miedo y siempre anda por allí.
Pero Kagome, decidida le arrancó la primorosa bolsilla que tenía en las manos. De todos modos, el entrar en aquella sagrada habitación era algo que le correspondía a ella.
―Quédate aquí.
Se puso un chal por encima y salió rápidamente, mirando ambos lados del pasillo, que nadie la estuviera viendo.
La providencia era benévola con ella, ya que al llegar notó que uno de los lacayos se retiraba con una bandeja vacía. Era claro que había venido a traer la tetera para el duque.
También oyó voces por debajo. Era claro que seguía la sobremesa entre el duque y sus invitados. No subiría nadie, así que le daba margen suficiente para arrojar su preparado en la bebida del duque.
Abrió la puerta silenciosamente y se encontró con la habitación aquella, con la que ya empezaba a sentirse familiarizada. Y más ahora que olía con aquel suave perfume tan tranquilizante y evocante.
Se obligó a concentrarse y buscó la tetera. Sacó la bolsita y descargó las hierbas en el agua caliente, cuidando que las medidas sean las adecuadas según el peso y la altura del duque.
No era difícil para ella hacer un cálculo mental, ya que tenía memorizada la masculina figura de aquel caballero.
Acabada la tarea, tuvo la tentación de volver a arrojarse en aquella cómoda cama de plumas y de acariciar nuevamente los muebles con toda dulzura que le provocaba el saber que él los usaba.
Pero tenía que irse, prometiéndose mentalmente que seguiría procurando el bienestar de su querido duque.
Salió sigilosamente como vino.
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Kikyo consideraba a la mayoría de los invitados y en especial a los Villiers, unos ratoncitos de campo y se aburría en su compañía ya que consideraba que le quitaba tiempo de calidad con el duque de York.
Así que mintió acerca de un dolor de cabeza y subió antes que los demás. Cuando estaba en el último escalón, se ocultó rápidamente tras el pilar cuando notó que la tal Kagome, la hermana del barón Villiers, la que supuestamente estuvo enferma todo el día, pasaba apresuradamente por el pasillo más largo de solteros.
No alcanzó a ver de dónde venía aquella mosquita muerta, pero las alarmas se Kikyo se activaron al percatarse de que la habitación principal estaba al final de aquel mismo pasillo.
¿Sería posible que aquella aburrida viniera de allí?
Kikyo no tenía pensado prestarle atención, pero aquella situación la puso nerviosa. Ella nunca permitiría que ninguna mujer, por más insignificante que fuera, se mostrase frente al duque.
Él tenía que ser suyo.
Kikyo estaba decidida a ser la próxima duquesa de York.
Decidió que ahora tendría ojos extras con respecto a esa muchacha, quizá no era nada, pero no pensaba descuidarse.
CONTINUARÁ
Aquí intentando salir del bloqueo.
Como les comentaba, esta será nuestra última historia del año y sólo tendrá 12 capítulos a terminar cuanto antes, ANTES DE acabar el año.
BESITO A FRAN GARRIDO, LUCYP411, NENA TAISHO.
Les quiero mucho.
