INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SI

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Amor secreto

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CAPITULO 3

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El anciano Myoga, era viejo pero diligente. Y su primera tarea del día era entrar a la habitación del duque y ayudarlo a vestir en la primera hora de la mañana.

No era difícil, porque el duque ya estaba despierto, ya que sufría de problemas para dormir. Para el viejo Myoga era inercia el planchar las camisas almidonadas y poner a punto los trajes del duque. Siempre se aseguraba de llevar un equipo pequeño de costura rápida en el bolsillo por si estos requerían algún remiendo, lo cual era frecuente, porque las prendas no eran nuevas y estaban desgastadas.

El hombre agradecía que no le hubieran dado la misión de atender a los otros invitados de la casa. Luego de atender a un duque, era difícil hacerlo a alguien de menor categoría.

Myoga atendió al padre del actual duque los últimos diez años de la vida de éste, así que estaba familiarizado con las manías y costumbres de ambos.

Por eso fue grande la sorpresa al encontrar al duque de York aun en la cama y durmiendo profundamente, que ni siquiera oyó cuando él entró.

Myoga temió lo peor y se acercó a revisar la respiración de su señor.

Escuchó la respiración acompasada y tranquila del joven. Su rostro lucía apacible y libre de los tormentos que acaecieron en su vida los últimos años.

El hombre suspiró aliviado, ya que por un momento pensó que al joven le pasaría lo mismo que a su padre, que murió mientras dormía.

Sus problemas para descansar correctamente ya los acarreaba desde antes de casarse con la difunta duquesa, aquella mala yerba a quien Dios se llevó bien pronto.

El ayuda de cámara se debatió por unos segundos entre su deber de despertar al duque o permitir que siguiera durmiendo.

El hombre optó por lo segundo. Ya se encargaría de avisar al señor Hunt y a la señora Swift que se encargaran de que los numerosos invitados desayunen sin necesidad de esperar al duque.

Cayó en cuenta que la habitación olía diferente, quizá de forma suave e imperceptible, pero Myoga lo pudo sentir. Es como si se hubiese difuminado alguna fragancia por la estancia, pero uno de cuidado aroma, que no invadía el ambiente.

Antes de irse, vio la taza de té vacía que el duque se bebió anoche. Recogió los trastes y salió.

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Bankotsu abrió los ojos, estirando sus piernas cuan largo era. Por unos segundos se sintió confuso del tiempo y el espacio. Pero la clara luz que se vislumbraba le dio a entender que ya no era temprano.

Se incorporó velozmente, sentándose en la orilla de la cama. Habia alcanzado a dormir bastante.

Se acercó al cubículo de agua y jabón para lavarse la cara, cuando su puerta se abrió.

Igual, además sentía extraña la habitación, pero no tenía claro que podría ser.

No necesitaba voltearse para saber que era Myoga.

―Su excelencia, espero que hayáis podido descansar

Pero Bankotsu, si bien estaba aliviado, le picaba que sus invitados pensaran que era un holgazán.

― ¿Por qué no me despertó?

―Es que no vi la necesidad de hacerlo. Si a su excelencia le preocupan los invitados, debe saber que todos han sido bien atendidos según dispuso ―contestó el ayuda de cámara―. Para excusarlo esta mañana, hemos dicho la verdad. Que ha pasado la noche trabajando en su despacho.

Luego de la higiene matutina, Myoga se dispuso a ayudar a vestir a su señor.

Ya era demasiado tarde para desayunar solo, habiendo tanta gente en la casa, así que ordenó a su ayuda de cámara, que fuera abajo a pedir que le suban una bandeja.

Tenía planeado salir a cabalgar antes del almuerzo.

Oyó unas risas y se acercó al ventanal.

Fue ahí que la vio.

Kagome Villiers, la joven hermana de su gran amigo. Y pensar que en su momento se habia alejado de ella, por considerarla una fruta prohibida por su edad escasa.

La había visto muy poco durante estos días de estancia y no pudo apreciarla bien. Anoche la joven no bajó a cenar.

Así que aprovechó para estudiar a la joven.

Ya no era la chiquilla de catorce años que inapropiadamente le había llamado la atención en su momento, ya que ahora era una joven preciosa, de buenas formas y risa contagiosa, a tenor de lo que estaba oyendo.

Recorría los jardines, asomando la nariz a las flores y parecía como si quisiera empaparse de su aroma. Incluso la vio pedir al jardinero que le recortara algunos.

Justamente aquella dulzura e inocencia que vislumbraba hizo que él se alejara hace unos años.

Él podría arruinarla fácilmente con la edad con la que la aventajaba. Se preguntaba que hubiera pensado su amigo Miroku de enterarse de aquel asunto.

Recordaba que cuando quiso huir de aquellas sensaciones, fue que se metió a una vida licenciosa con cuanta dama se mostrase dispuesta.

En una de esas, una experimentada Tsubaki Rivers lo acabó comprometiendo, cuando hizo que su madre los sorprendiera cuando se estaban besando tras una cortina.

Ella lo había tentado, y él hombre que no era ciego ni de piedra, cedió a sus encantos y belleza.

Resultó que la joven, era una perfecta intrigante que no dudó en tenderle una trampa para que los cogieran. Bankotsu no tuvo más salida honorable que casarse con aquella taimada.

Justo precio por su estupidez.

Seis meses infernales de convivencia, donde él hizo lo posible por ignorarla y huir de la mujer.

Hace un año de su muerte y aunque aún debería llevar paños negros por ella, él se rehusaba. Estuvo varios meses de duelo, de cara a la galería, para que no fuera tan patente para otros, que él al fin estaba disfrutando su recobrada libertad.

Y ahora decidió invitar a sus conocidos a pasar unos días en la casa, que disfrutaren la mansión. Sabía que muchos de ellos eran partidarios de Kikyo, su cuñada, empecinados en mostrar las virtudes de la joven.

A los Villiers si les extendió la invitación por la temporada completa.

Necesitaba alguien confiable en medio de tantas falsedades.

No apartó los ojos de la joven que paseaba por su jardín.

Quizá era una señal y que debería atreverse a hacer ahora lo que antes no pudo: conocer mejor a esa muchacha.

Ya no era una chiquilla y parecía vislumbrar una autenticidad que él difícilmente encontraba en esa sociedad londinense.

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Luego del desayuno, donde no tuvo oportunidad de ver al duque, Kagome en compañía de su cuñada seguidas de cerca por Kikyo, pasearon por el precioso jardín, que tenía hasta un invernadero, que casi hizo que la joven enloqueciera de felicidad.

Como una perfumista en potencia, le encantaba encontrar materia prima para nuevas ideas de fragancias que le venían en mente.

Las flores que recortó se los entregó a Sango para que ella los llevara a su habitación, asi podría darles un buen uso más tarde.

― ¿Para qué es eso? ―preguntó Kikyo, quien la veía con extrañeza

Kagome era demasiado sincera para ocultar sus inclinaciones.

―Estudié herboristería y algo del arte de la perfumería. Me encanta mezclar aromas, fragancias y todo lo que venga. Muero por probar lo que alcanzado a juntar aquí ―se explayó Kagome con sinceridad y genuina felicidad de que aquella citadina señorita preguntara.

Pero Kagome era demasiado innocua para percatarse de que el gesto de Kikyo al oírlo solo delataba desprecio ante aquello.

En eso vino, uno de los mozos de cuadra a avisar de que los caballos ya estaban listos para cabalgar.

― ¿También el caballo de su Excelencia? ―preguntó Kikyo, emocionada ante la posibilidad de ir a cabalgar junto al duque y dejar la tediosa actividad de acompañar a las aburridas visitas.

―Milady, ha sido imposible domar a Rayo Azul, hoy amaneció especialmente implacable e impaciente. Prepararemos otra yegua para el duque, en caso que le apetezca cabalgar.

―En ese caso ¿! que espera!? Que no ve que su excelencia puede bajar en cualquier momento.

El pobre mozo no tuvo más remedio que hacer una temerosa reverencia y salir corriendo a cumplir la orden de la señorita Rivers, que tenía el mismo aire que la difunta duquesa.

Kagome se quedó algo sorprendida de la acometividad de la joven para con el pobre criado.

Kikyo se alejó luego de aquello. Murmuró algo acerca de prepararse para la cabalgata con su recién adquirido traje de amazona.

Kagura se acercó a su cuñada.

―Creo que me apresuré en sacar conclusiones. Creo que el mal genio es de familia ―luego entregó su sombrilla a Sango―. Suficiente paseo para mí, creo que iré a refrescarme en la habitación ¿me acompañas? Así podremos conjeturar sobre la señorita Rivers.

Kagome rió con la ocurrencia de su cuñada.

―Me quedaré por aquí, quiero ver los mentados caballos de su excelencia.

―Bien, me llevaré a Sango. Ella sabe cómo ayudarme con las tenacillas ―refirió Kagura antes de irse, seguida de la doncella de Kagome.

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Kagome había quedado pensativa luego de oír aquello sobre el caballo del duque. Como siempre todo aquello que tenía que ver con él siempre le llamaba la atención y le preocupaba. Amén de su iniciativa de intentar mejorarle su vida, sin que él mismo lo supiera.

Fue a las caballerizas, y para su fortuna, Kikyo aún no había venido. Tampoco estaban el duque, o su hermano Miroku ni otro invitado. Solo el pobre chico que poco antes fue sermoneado por Kikyo, cepillando caballos.

Con su amabilidad natural, no fue difícil ganárselo y él acabó mostrándole al magnifico ejemplar Rayo Azul que estaba en el establo.

―Es el caballo favorito de Su Excelencia, pero no hubo forma de ensillarlo. Está así desde unos días ―contó el joven decaído―. Si me disculpáis, señorita, iré a preparar el resto de los caballos.

Kagome no necesitó mucho para darse cuenta de que el animal estaba estresado. Nervioso y hasta estresado. A los equinos nos les gustaba los cambios.

Fue cosa de un segundo, pero Kagome salió corriendo de allí a pedir ayuda al jardinero, quien sorprendido le entregó lo que ella quería: lavanda, albahaca y mejorana.

Luego pidió permiso para usar la cocina, pese al espanto de la señora Swift, quien no entendía lo que estaba haciendo aquella jovencita machacando flores y hierbas.

―Estoy elaborando un aroma que espero pueda ayudar a uno de los caballos del establo ―explicó la joven

―Huele delicioso ―comentó una de las ayudantes de cocina.

―Aun así, veo absolutamente fuera de lugar que venga a esta área, señorita Villiers. Si deseaba algo, sólo tenía que pedirlo.

―Dudo que nadie de aquí sea perfumista o que sepa de herboristería ―replicó Kagome con una sonrisa, terminando su aromática labor, que cargó en una botella―. Agradezco vuestra ayuda ―se despidió Kagome, para despedirse tan pronto como había llegado.

Tenía que apresurarse, antes que nadie la viera, pero según su diagnóstico, Rayo Azul necesitaba algo más que mimos para estabilizarse.

Esta especial mezcla que elaboró en pocos minutos era un tranquilizante potente, camuflado de un delicioso frescor que podría servir para aquel menester.

Fue directamente al establo y ninguno de los mozos la vio entrar, ya que todos estaba ocupados preparando caballos.

Rayo Azul la recibió con tranquilidad, y ella se encargó de mimarle y acariciarle. Derramó las hierbas aromáticas en el cubículo del caballo, y el animal poco a poco se fue entregando a las dulces caricias de la joven, que comenzó a susurrarle palabras dulces y darle palmaditas tiernas.

―Solo necesitabas un poquito de este aroma, que a ti debe parecerte delicioso. La albahaca junto a la lavanda y mejorana, ayuda a estimular tus sentidos, Rayo Azul.

Unos minutos después, Kagome dejó al animal completamente calmado y relajado. Listo para una nueva jornada.

La joven sonrió con satisfacción, ya que además de amar a los caballos, ella lo estaba haciendo por el duque, para que pudiese galopar tranquilo. Decidió que, por la tarde, regresaría al establo con más de su mezcla aromática para ayudar al resto de los caballos.

No le apetecía cabalgar, pero se pondría cerca, para ver si el duque bajaba a hacerlo.

Decidió ir a su habitación, a por su sombrero.

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Los ojos oscuros de Kikyo brillaron la ver a aquella muchachita en aquel extraño ritual con esos caballos.

Era claro que conocía del tema.

Kikyo la odió aún más por eso, como siempre que se cruzaba con alguna joven de su misma edad que tuviese algún talento que ella no.

Habia ido a ver si su caballo estaba listo, cuando se topó con aquella escena. Podría haberse mostrado, pero permaneció a oscuras observándola.

Se escondió hasta que Kagome se marchó, con esa sonrisita feliz en el rostro que tanto le mosqueaba. Era una mosquita muerta, una ratoncita de campo que pretendía colarse a los ojos de Su Excelencia. Pero ella no le permitiría.

Decidió guardarse lo que vio.

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Bankotsu se acomodó los guantes, seguido de Miroku, con quien estuvo conversando luego de haber desayunado en la habitación.

―En verdad, me siento avergonzado. Me siento como una de esas ancianas que comen en su habitación ―refunfuñó Bankotsu

―Pero pudiste descansar, que es lo que vale ―agregó, jovial Miroku.

Cuando ellos llegaron, ya Kikyo estaba presta para salir.

Bankotsu se mosqueó un poco al verla tan pronto.

Sabía que era su cuñada, pero tampoco quería verla todo el tiempo y menos pensar en sus intenciones que eran más que patentes.

Miroku se percató, pero se abstuvo de hacer comentarios. Bankotsu recientemente le había confesado que su matrimonio con Tsubaki Rivers fue horrible.

Y parece que todos se habían puesto de acuerdo en que Kikyo podría ser la perfecta sustituta.

El mozo trajo a Rayo Azul, quien estaba dócil y muy tranquilo.

Bankotsu no esperaba que su caballo favorito estuviese listo tan pronto. Los días anteriores había estado nervioso y reacio a recibirlo.

Kikyo llegó junto a él, a bordo de su yegua con una sonrisa.

Era claro que pensaba hacer el ejercicio matutino con él y Bankotsu no pudo negarse.

― ¿Solo usted? ¿la señorita Villiers o alguien más no quiso sumarse? ―preguntó él, algo incómodo de ir solo con ella.

―Nadie ha dicho nada, su excelencia.

Finalmente, no tuvo más remedio que emprender el paseo, teniendo a la joven Kikyo a su lado.

Los jardines de la casa York tenían una importante extensión y podía permitirse aquel lujo, vedado para muchos londinenses, de pasear a caballo en su propia casa.

Bankotsu iba silencioso, y a su lado, Kikyo cabalgaba a la par de él. En un momento dado la joven se adelantó hacia donde estaban los árboles que marcaban el final de los linderos de la propiedad.

Bankotsu estaba demasiado concentrado hasta que el grito de la joven lo despertó, y galopó hacia ella.

Lara, la yegua de Kikyo había hecho algún movimiento que produjo que Kikyo cayera, con cierta suerte porque cuando Bankotsu llegó a ella, la encontró colgada de las riendas a punto de caer al suelo.

Por supuesto, él se apresuró en rescatarle de aquello e hizo una rápida revisión si detectaba alguna lesión. A simple vista no se veía nada.

― ¿No se lastimó? ―le preguntó Bankotsu

La joven se acurrucó a él, parecía nerviosa y comenzaba a echar lágrimas.

―No sé qué pudo pasar, su excelencia. Usted sabe que soy buena jinete…

―No siempre se puede tener días buenos ―la calmó él, algo engorroso que ella se hubiera arrimado tanto a él. Por un momento tuvo la sensación de que se trataba de la arpía de su ex mujer.

Finalmente logró alejarla un poco para acomodar a Lara, mientras Kikyo arreglaba su traje.

―Deje a la yegua allí, mandaré a alguien a buscarla. Suba a mi caballo, que yo voy a pie ―ofreció Bankotsu.

Ella aceptó desganada, porque había tenido la ilusión de ir ambos sobre Rayo Azul lo que le hubiera dado libertad de realizar otros movimientos.

El hombre ayudó a subirla y cogió la brida de la yegua, mientras Kikyo procuraba que el desánimo no la ganara.

Fingió estar confusa.

―Le agradezco a su excelencia que me acompañe. Aunque aún no me explico lo que pudo ocurrirla a Lara, ella es muy mansa ―giró a ver a la yegua que quedó pastando, a la espera que viniera el mozo a por ella.

Como Bankotsu no le replicó, Kikyo decidió seguir con su malvada alocución.

―No quiero tener el atrevimiento de pensar de que la señorita Villiers tuvo algo que ver con esto. Ya estuvo antes en el establo y pasó varios minutos con los caballos. Lara es muy dócil y la señorita Villiers es alguien con bastantes conocimientos de estos animales; la gente del establo puede confirmarle que ella estuvo en las caballerizas. Tengo miedo que haya asustado a Lara.

Aquella declaración tomó de improviso a Bankotsu.

¿Cómo vino a relucir la señorita Villiers en todo esto?

Kikyo lo notó y se apresuró en añadir.

―Imagino que pudo ser accidental. No imagino a la señorita Villiers con malas intenciones.

Sonrió al notar que el duque lucía desencajado. Pensativo.

Al llegar a las caballerizas, los mozos se apresuraron en coger a Rayo Azul y ayudar a bajar a la señorita Rivers.

―Mandad a alguien que busque a la yegua que ha quedado. Revisadla porque ha tenido un arranque violento ―ordenó el duque y luego se dirigió a Kikyo―. Adelántese a la casa y pida a la señora Swift que ayude a revisarla que no esté herida.

Kikyo hubiera querido quedarse, pero no tuvo más remedio que cumplir el pedido del duque.

De todos modos, su pequeño y eficaz veneno ya había sido desatado.

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Cuando el mozo le confirmó que la señorita Villiers estuvo un poco más temprano por el establo, y que de hecho había estado con los caballos haciéndoles un ritual, a Bankotsu no pudo caerle peor la confirmación.

¿Acaso la señorita Villiers no era la buena persona que aparentaba?

Y justo que esa mañana pensó que sería buena idea conocerla mejor.

Pero le asustaba el hecho de que pudiera tener que ver con la caída de Kikyo.

Procuró calmarse.

Kikyo no se había lastimado, sólo asustado y nada le aseguraba que la joven hubiera tenido que ver con la caída de su cuñada.

Decidió que el asunto acabara allí mismo. Los Villiers eran sus invitados y Miroku era su mejor amigo. No podía acusarle por una simple sospecha.

Quizá fue un malentendido.


CONTINUARÁ

Gracias amigas PAULA NATALIA, FRAN GARRIDO, NICKY, LITAMAR, ELSA2082, Coneja, Evvnev que me ha pillado, que aquí he vuelto a Kagome una perfumista.

Justo cuando Bankotsu pensó que podría ser buena idea conocer a Kagome, viene Kikyo a sembrar prejuicios, por pura maldad.

Intentaré actualizar más rápido. Promesa.

Les quiere PAOLA.