INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SI
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Amor secreto
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CAPITULO 5
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Al día siguiente, Kagome echó mano de todo el dinero que había traído consigo para que Sango fuera a la tienda a buscar unas camisas nuevas. La pobre doncella tuvo que memorizar la contextura de las camisas del duque para traer unas lo más parecida posible.
Solo alcanzó a comprar cuatro, pero eran suficientes para mejorar significativamente el guardarropa del duque. Antes del té de la cinco, Sango ya pudo dejar el encargue sobre la cama de Kagome, quien se ocupó de almidonarla ella misma y pasarle la plancha.
Para ella sería sumamente sencillo elaborar una fragancia para las ropas del duque. Un aroma masculino a base de incienso, ámbar y romero sería perfecto para él.
Pero Kagome no se atrevía a prepararla. Acarició las prendas como si lo que estuviera mimando era a él.
Esas camisas tocarían la piel y estarían en cercano contacto al duque. Lo único que Kagome tenía en el bolsillo eran unas hojas recortadas de gardenia, que no era un olor puramente masculino. Emulaba a un champiñón mojado, tirando a notas cítricas y frutales.
Fuera de las alusiones aromáticas, para Kagome las gardenias tenían un significado poderoso.
Las gardenias simbolizaban el amor secreto que quemaban con dulzura y pureza. Ella sabía que el duque jamás se fijaría en ella, pero al menos quería poder gritarle su amor, con estas incursiones secretas, provocando cambios diarios en su vida. Pequeños pero certeros, que ella sabía que a él siempre le vendría bien.
No pudo evitar coger unos pétalos de gardenia y guardarlas en el bolsillo de una de las camisas
Ese mediodía, ella misma se encargó de entrar a cambiar las camisas en la habitación del duque. No se quedó como otras veces a recrearse en sueños románticos, sino que se apresuró, porque esa misma tarde había un picnic en el jardín y quería arreglarse para que el duque no la viera tan desarreglada.
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Bankotsu comenzó su día de excelente humor. No sabía si era porque dormía mejor o algo más.
Myoga lo ayudó a vestir y luego salió a hacer una visita de negocios en el club. Se llevó con él a Miroku, porque tenía muchos deseos de poder enseñarle algunas ideas de inversión.
Si bien durante el trabajo estuvo muy atento, no dejaba de pensar en el propio consejo que le había dado a Miroku. Lo de casar a su hermana.
Desde que hubo dicho aquellas palabras, estaba muy arrepentido. Quizá se había apresurado en quitar conclusiones de la señorita Villiers. Debería de reiniciar la observación en ella.
La joven le interesaba y le llamaba la atención. No debería de ser tan tonto en renunciar a ella, sin agotar las instancias.
Sólo por eso decidió que haría acto de presencia en el picnic del jardín, donde además de los Villiers, estarían Kikyo y la señora Longuines que aún permanecía como huésped de la casa. Una reunión de escasa concurrencia, muy íntima que le serviría para proseguir con la iniciativa de intentar conocer más a la hermana de su amigo.
Mentalmente se hacía conjeturas.
En caso de que la muchacha sortease su examinación, y en efecto no era ninguna copia de Tsubaki Rivers, quedaba como tarea en como acercarse a ella.
Fuera de la atracción física y el magnetismo que le producía su discreción, casi no había hablado con la joven y no la conocía en absoluto.
Decidió que no le avisaría nadie acerca de su idea de venir al picnic. Ni siquiera a Miroku.
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La mansión York de Londres se jactaba de tener los jardines más grandes de Grosvenor Square.
La idea de tener un sabroso picnic fue algo que se ideó en la reunión de las damas luego de la cena. Informado el duque, él advirtió que no podría estar, pero dejó ordenes al señor Hunt y la señora Swift de que procurasen máximo esmero en preparar la comida y los manteles. También que los criados más atentos se encarguen de acompañar al grupo.
Kagome se sintió desanimada de comprobar de que el duque no iba a unírseles.
Y tanto que se había arreglado por nada, fijándose en su vestido verde y el sombrero a juego,
Luego de extender el enorme mantel y sacar las canastas de comida, la señora Longuines hizo un inapropiado comentario.
―Supongo que, en las colonias, vuestras diversiones son muy diferentes…
Era un abierto ataque a Kagura por sus orígenes, pero ya había aprendido a neutralizar a aquella mujer, así que tomó aquella grosería con humor.
―Es que tenemos menos tiempo libre, que vosotros los ingleses. Sois muy pintorescos con tanta ceremonia ―sonrió Kagura, aunque luego miró a su marido―. Claro, no es que me moleste, ya que me he casado con uno de vosotros.
Miroku devolvió la sonrisa a su mujer. Ambos estaban acostumbrados a que cada tanto surgiera alguien a atacar a Kagura, y generalmente no por país natal, sino por la harta fortuna de su familia americana.
Kagome, aprovechó que aún estaban acomodando todo, y decidió acercarse a la parte de las flores.
Parecía la providencia, pero era la zona donde el día anterior estuvo recortando gardenias. De hecho, desde que llegó a Londres, lo único que usaba para perfumarse, eran pétalos de esa flor.
Se acercó a acariciar las olorosas ramas, hasta que sintió una sombra junto a ella. La joven giró y se topó con la señorita Kikyo Rivers, quien la miraba, como si la estudiara. Tanto que incomodó a Kagome.
―Señorita Rivers ―saludó ella, haciendo un gesto con la cabeza, para alejarse.
―Que sepa que no todos estamos ciegos con respecto a sus verdaderos intereses ―siseó Kikyo, haciendo que Kagome se detuviera.
― ¿Disculpe?
Kikyo se giró a ella, manteniendo la voz baja para que sólo Kagome pudiera oírle.
―No se haga la ilusa, que sabe perfectamente de que hablo. Bajo el velo de una ratoncita de campo y una mosquita muerta, se encuentra la mujer que pretende sustituir a mi hermana ¿Qué no le da vergüenza?
Los colores llenaron el rostro de Kagome al verse abiertamente acusada.
―Lo que puede darme vergüenza, no le incumbe a usted, señorita Rivers. Y no pretendo sustituir a nadie.
―Entonces ¿no niega sus intenciones de seducir a mi cuñado? Un caballero que está muy encima de usted.
Kagome, una joven habitualmente dócil y calma, se sintió acorralada por aquellas acusaciones tan explicitas.
En parte, con algo de culpabilidad, porque era cierto que ella se inmiscuía de forma clandestina a la intimidad del duque, pero no del modo artero que denunciaba Kikyo.
―No sé de dónde saca conclusiones tan gravosas, señorita Rivers.
Kikyo sonrió, revelando sus hermosos dientes.
―Puedo oler la desesperación desde lejos ―hizo un gesto hacia donde estaban sentados Kagura y Miroku―. Así como su hermano cazó a una americana por dinero, no es difícil saber que usted está detrás del sillón de la duquesa de York, pavoneando sus escasos encantos para intentar seducir al señor de esta casa, quien los recibió sin saber sus verdaderas intenciones.
Oír aquellas sibilinas e hirientes palabras, que atentaban contra el honor de su hermano y cuñada fueron demasiado para Kagome.
La parte Villiers de su sangre, que era impulsiva y arrebatada se apoderó de la joven, quien le cruzó el rostro a Kikyo de una bofetada.
Tan fuerte que acabó empujándola.
― ¡Santo Dios, que salvajismo! ―el grito de la señora Longuines denotó que su acción había sido vista
Cuando giró, notó que todos las miraban sorprendidos, mientras la señora Longuines iba a ayudar a Kikyo, quien se sostenía el rostro.
Pero la sorpresa de Kagome fue mayor, cuando notó al duque de York entre los presentes.
¿En qué momento había venido?
Se suponía que no iba a estar presente.
Y también la miraba con desconcierto.
Kagome bajó la mano. Si alguien venía a devolverle la misma bofetada que le diera a Kikyo, no le dolería tanto como el estupor en los ojos del duque.
Se arrepintió de inmediato de su acción, pero es que aquella bruja de la señorita Villiers le había provocado, insultando a su familia.
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Unos minutos más tarde, Miroku se había llevado a Kagome a su habitación.
Sus modales no podían ser excusados, y le debía una disculpa a la señorita Rivers.
―Hermano, es que hubieras oído lo que se atrevió a decir de vosotros. Se burló de Kagura y de ti.
Miroku meneó la cabeza. Pese a toda la situación, fiel a su carácter estaba muy tranquilo.
Pero el exabrupto de Kagome no podía dejarlo pasar.
―Nunca he tratado con la señorita Rivers, pero intuyo que será igual de voluntariosa que su hermana. Igual eso no justifica que debas responderle.
― ¡Pero, hermano!
―Mi amigo, el duque de York es un hombre magnánimo, pero aun así le debes una disculpa a su cuñada, por haberla abofeteado en su propia casa, siendo una invitada.
Kagome, aún estaba horrorizada de saber que su querido duque hubiera presenciado aquello.
Seguro ahora la creía una arpía, de esas de cuidado.
Se sentó en el borde de la cama y Miroku, conmovido se acercó a ella. Adoraba a su hermana menor y le aterrorizaba que ella pudiera pasarlo mal.
Además, era seguro que la señorita Rivers le provocó, ya que Kagome era muy tranquila.
Se agachó un poco a su altura, para acariciar los cabellos de Kagome.
―Será mejor que te quedes aquí y esta noche te disculpes con la señorita…
― ¡Ella no se merece nada!
―Pero es lo que te corresponde hacer. Además, solo nos quedan tres semanas aquí, si quieres puedes ignorarla el resto de la estancia.
Pero Kagome tenía una pregunta atascada en la punta de la lengua. El único motivo que la tenía alterada.
― ¿Su excelencia alcanzó a comentar algo?
Miroku meneó la cabeza.
―No lo hizo, pero aun así debes excusarte con su cuñada ¿lo harás? ―preguntó Miroku en tono más paternal.
Kagome no tenía fuerza para oponerse al hermano que tanto velaba por ella, así que asintió.
Miroku se marchó satisfecho. No estaba enfadado con Kagome, ya que creía en sus palabras y era obvio que no fue ella quien inició el pleito.
Kagome quedó en la habitación. Se acercó a los ventanales, que daba a una parte de la escena donde se desarrollaba el picnic. El duque de York estaba presente con el grupo.
La joven suspiró son resignación.
No tenía que ser muy lista para darse cuenta que a estas horas la imaginaba como una niñata caprichosa y odiosa. Acarició el vidrio hacia donde él se encontraba.
Sabía que no debía fisgonear, pero no podía evitarlo. Cada día que pasaba, pese a no compartir palabra, él le gustaba aún más. Querer a un hombre de esa forma era una enorme locura. No tenía forma de saber si se percatado de los cambios que ella introdujo en su habitación.
Pero esperaba en su fuero interno, que él las disfrutase.
Se alejó de la ventana, con algo de pena.
No iba a decepcionar a Miroku y tampoco arruinar el resto de la estancia, así que luego de la cena, durante el té donde estaban las damas, Kagome se acercó a hacer una reverencia a Kikyo a modo de disculpa.
La joven pudo ver el brillo de victoria en los ojos de aquella malvada intrigante. Pero seguiría el consejo de su hermano mayor, la de tomar distancia de aquella mujer.
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―La señorita Villiers se ha disculpado con la señorita Rivers por el altercado del picnic ―informó casualmente, el viejo Myoga mientras ayudaba a abotonar la chaqueta al duque durante la mañana siguiente.
El duque de York tenía una visita al príncipe regente, porque este le había hecho llamar, así que Bankotsu se levantó temprano para alistarse.
Myoga, su ayuda de cámara, generalmente solía informarle de las novedades, durante el ritual de vestirlo. El viejo Myoga le informaba de todos los pormenores domésticos.
Bankotsu intentó disimular su interés mientras su camarero le comentaba ese detalle.
Lo cierto es que aquella reacción de Kagome sorprendió. Y no en malas formas, ya que sospechaba que Kikyo fue grosera a un nivel que empujó a la joven a abofetearla.
A diferencia de lo que Kagome temía, él no había hecho ningún juicio de valor contra la joven. Pero tenía claro que el detalle de disculparse con Kikyo la ennoblecía.
Pero aún se sentía desconcertado con la joven. Myoga le entregó la fusta y Bankotsu salió a hacer su cometido.
Myoga quedó en la habitación del duque, unos minutos más.
Quizá el duque no se percató, pero él, viejo que se las sabía todas, había notado que el guardarropa de su señor se veía y sentía diferente. Y de nuevo ese aroma extraño pero relajante.
Myoga no era tan ciego a las novedades, como el duque. Y notaba perfectamente aquellos pequeños cambios. En efecto, que podría denunciarlos, pero Myoga percibía que aquellos gestos eran unos que buscaban el bienestar de su señor. Sólo por eso, no le contaría al duque sobre su descubrimiento.
La ambientación de la habitación, las hierbas en el té nocturno, la sazón de la comida, el reciente cambio de Rayo Azul, el caballo favorito del duque. Y ahora estas camisas nuevas.
Todo esto era obra de alguien con un genuino interés en el duque. Myoga sonrió de lado. Él no hablaría, ya que no le correspondía meterse en esos menesteres, pero tampoco los impediría.
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Mientras Bankotsu subía al carruaje que lo llevaría a Carlton House, la residencia del Regente en Londres, se quitó los guantes para guardarla en el bolsillo interior de su chaqueta, al meter mano sintió un extraño bulto al fondo.
Cuando lo sacó, se extrañó totalmente.
Eran unos pétalos de una flor blanca que no supo identificar, porque la jardinería no era lo suyo.
Myoga no acostumbraba a almidonar sus prendas con nada floral porque le parecían detalles demasiado femeninos.
―Pero ¿qué es esto? ―murmuró palpando los olorosos trozos de los recortes de una flor que despedía un aroma suave.
Un aroma que él ya había sentido en algún sitio, pero no recordaba de dónde.
CONTINUARÁ
Gracias por su compañía.
Gracias a las hermanas que me comentaron el 4: PAULA, CONEJA Y LITAMAR.
El 6 saldrá enseguida.
Besos.
Paola.
