INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SÍ
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AMOR SECRETO
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CAPITULO 6
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Kagome se levantó muy temprano, para ir al establo.
Hace días que no venía a realizar su ritual para calmar a los caballos. Los mozos de cuadra ya la identificaban y conocían de su pequeña afición, pero mantuvieron la discreción, además que los actos de la muchacha ayudaron a tranquilizar al inquieto Rayo azul. No le cuestionarían ni divulgarían sus métodos, siendo que era una ayuda para ellos.
Kagome se puso una cofia abrigada por encima de su vestido, para combatir el fresco de la mañana. La acompañaba Sango, quien cargaba el frasco con el preparado.
La joven Villiers tenía pensado hacer un ritual corto, ya que después de todo, los caballos ya casi no lo necesitaban.
Se extrañó de no ver a los mozos afuera, pero entró igual.
Quedó estática en la puerta al ver que dentro, además del mozo que acomodaba las riendas de Rayo Azul, se topó cara a cara con el duque, quien esperaba cerca mientras el criado terminaba la tarea.
Era demasiado tarde para huir, porque el duque la notó perfectamente.
Kagome no tuvo más remedio que acercarse.
―Su excelencia ―saludó
―Señorita Villiers ―respondió él, sorprendido de encontrarla―. No sabía que le gustaba pasear tan temprano
Kagome tuvo que disimular la profunda turbación que se apoderó de ella. Al menos el sonrojo de las mejillas podría achacarlos al ambiente fresco.
El duque subió al caballo y al ver que la joven se mantenía callada, volvió a dirigirse a ella.
―No aplace sus planes por mí. Es más, cabalgue conmigo ―la invitó
El mozo se apresuró a ensillar el caballo para la joven, quien subió rápidamente ya que el duque con su certera mirada, no daba tregua a mucha decisión.
Sango quedó con el frasco en la mano, aguardando el regreso de su joven señora. Sonreía en sus adentros, porque al ser conocedora de los sentimientos de Kagome por el duque, y que era prácticamente la primera vez que se veían en un espacio, lejos de las miradas de otros.
La joven doncella secundaba a su ama en todo, pero era realista en cuanto a que los sentimientos de su ama eran un imposible de corresponder.
Quizá este pequeño encuentro podría dar cuenta a Kagome de que debía dejar de lado estas ilusiones.
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La casa York de Grosvenor Square se preciaba de tener una pequeña senda en la parte trasera, que se usaba para cabalgar. Toda una joya en el medio de la ciudad.
Era la primera vez de Kagome paseando por la zona. Lo cierto es que la joven no percibía la belleza del sitio, más concentrada y obnubilada en la inesperada compañía del duque, quien galopaba con pericia a bordo de Rayo Azul. Era un excelente jinete, a diferencia de Kagome, quien no era muy diestra.
Se encontraba abochornada de verse sorprendida y en inesperada compañía con este hombre de talante imparable, imposible de ignorar, quien tenía puesta su mirada enfrente con seguridad.
De reojo, podía ver que tenía puesta una de las camisas nuevas que sólo el día anterior ella estuvo almidonando y su sensible olfato pudo percibir la suave fragancia de las gardenias incrustadas. No sabía si él lo notaba.
Cuando se acercaron a los límites del hermoso prado, el duque se quedó mirando el paisaje desde esa esquina.
Fue ahí que Kagome se percató que él estaba admirando la belleza de la primera luz matutina bañada por el rocío de la madrugada reciente.
Ese olor a hierba mojada y de algunas flores silvestres le dieron la sensación a Kagome de que estaba en Devonhill, su pueblo natal.
―Hace veinte años que no salgo de Inglaterra…y han sido contadas la veces que he podido ir fuera de Londres ―comentó él en una inaudita declaración.
Kagome enrojeció hasta la punta de los cabellos, pero no iba a perder oportunidad de cruzar palabras con aquel hombre que observaba el sol de la mañana.
―Su excelencia sabe que es bienvenido en Alcott las veces que desee.
―No sólo por Devonhill…es que todo esto me remonta a la Escocia natal de mi madre, a la que adoraba. Mis deberes no me han permitido dejar la ciudad, así que supongo que estas salidas de sol matutinas me recuerdan mucho a mi niñez en Inverness.
Era un surreal momento intimista. Una declaración que Kagome nunca creyó que oiría, o que al menos nunca pensó que se le tendría la suficiente confianza como para comentárselo.
― ¿Su excelencia nació en Escocia?
El duque meneó la cabeza, girando a ver a la joven a su lado.
―No, pero residí toda mi niñez allí, hasta que madre murió. Siempre quise volver, pero no es algo que se espere que haga un hombre de mi posición.
Kagome sintió una profunda pena, porque veía en los ojos del duque, una profunda nostalgia.
Además, la joven, con sus incursiones clandestinas a la habitación del duque, sabía que la madre de éste ocupaba un punto central muy importante en su vida. El venerado retrato en el centro de aquella habitación hablaba por sí solo cuanto la adoraba y, sobre todo, los recuerdos que venía con ella.
Un hombre tan rico y poderoso, que no podía concebir sus propios planes por culpa de otros. Se decía que el Regente lo tenía como uno de sus asesores más cercanos.
Se sintió más conmovida y lo quiso aún más por eso. Si estuviera en sus manos hacer algo por él.
―Pues cuando me pongo triste, salgo a correr ―manifestó la joven―. El cuerpo pierde agua y no queda lugar para las lágrimas ―sorprendiendo al hombre con aquella revelación, como si cualquier tema de conversación estuviera permitido. Como si no fueran un duque y una invitada con la que no tenía mucha relación.
No podía evitar impresionarse con las palabras de la muchacha.
El duque pareció darse cuenta de su abstracción y de lo inadecuado de su situación, volvió en sí.
―Deberíamos volver ―refirió él―. Aunque tengo que admitir que Rayo Azul ha estado muy tranquilo estos días ―acariciando la cabeza de su caballo.
―Los caballos son los animales más nobles del mundo y también son muy perceptivos. Capaces de percibir estados de ánimo ―comentó la joven
Bankotsu giró a verla.
―Entonces es cierto que conoce de caballos.
―Aunque me cueste ser una buena jinete, tengo buena relación con ellos y con el toque adecuado, puedo amansarlos ―declaró la joven, feliz de tener un tema de conversación en el cual explayarse frente a él.
Pero Bankotsu permaneció silencioso, y luego acabaron apresurando el regreso al establo.
Ella, dócil, obedeció la idea, aunque notó el brusco cambio de comportamiento en él.
Al llegar, el duque ayudó a la joven a bajar, como dictan las reglas a un caballero, pero se fue de prisa del sitio, aduciendo que tenía un compromiso.
Kagome quedó allí, junto a Sango que vino a su ama.
Él se fue tan bruscamente como corto e inesperado fue su encuentro.
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Bankotsu se marchó raudamente. Ni siquiera quedó a conversar con su acompañante matutina.
Estaba nervioso y no le gustaba sentirse así.
Cuando la había encontrado esa mañana, se alegró sinceramente de verla y se mostró contento de dar una vuelta por su preciado parque.
De hecho, se sintió tan bien, que le abrió parte de su alma, contándole cosas que no debería ir divulgando por allí, por ser intimas y personales.
Pero ella le gustaba y deseaba tanto en su corazón, poder crear una atmosfera de confianza y conocimiento entre ambos.
Hubiera querido invitarla a dar un paseo por la ciudad, claro con la venia de su hermano.
Pero cuando la oyó hablar de su habilidad con los caballos, reflotó en él la horrible sospecha que surgió de la acusación que vertiera su cuñada Kikyo Rivers.
Que la joven había ocasionado la caída de Kikyo.
Fue como si el dulce rostro de Kagome fuera inmediatamente sustituido por el de Tsubaki, aquella infeliz que ocultó la negrura de su alma con un rostro angelical.
Angelical como el de Kagome.
Bankotsu llegó a la casa, se sacó los guantes y entregó su capa de montar al criado. Myoga salió a su encuentro.
―Ayúdame a cambiarme. Desayunaré fuera ―le ordenó
El fiel ayudante de cámara no se inmutó con la brusca orden.
Su amo estaba inquieto y era mejor no contradecirlo y apresurarse en cumplir sus órdenes.
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Pese a la destemplada huida de su querido duque, a diferencia de su trato de antes, Kagome no se desanimó.
Cogió el frasco que Sango llevaba en las manos y decidió seguir con su ritual de amansar a los caballos y mientras lo realizaba, no dejaba de pensar en la extraña confesión que el duque le vertiera.
Su mente, siempre amable y predispuesta en procurar lo mejor para el hombre que amaba en secreto no dejaba de conjugar la información valiosa que tenía ahora, acerca de los sentidos de ánimo de su esquivo duque.
Cuando las jóvenes ya se volvían para la casa, Kagome ya había trazado un nuevo plan.
Si estaba en sus manos, el procurar la comodidad de ese hombre, lo haría.
Le murmuró unas palabras a Sango antes de entrar a la casa.
Luego de desayunar, pondría en marcha su idea.
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Corrían con suerte con que su hermano, el barón Villiers estuviera muy ocupado con diversas actividades y no se diera cuenta de los movimientos mandados por Kagome.
Probablemente la que se daba cuenta que Kagome tramaba algo era su cuñada, pero Kagura hacía la vista gorda a muchas cosas, fiel a su naturaleza más abierta gracias a sus orígenes americanos.
Sango pudo volver del encargo de su joven ama, casi dos horas después, trayendo un paquete oculto bajo la cofia.
Habia ido a un librero de la ciudad, gracias a la ayuda de un cochero que la ayudó gracias a la propina que Kagome le envió.
A estas alturas, ya Kagome no tenía un centavo más de ahorros, pero la joven sabía que valía la pena.
Fue a su habitación para desenvolver el paquete.
Era una edición de un libro de Walter Scott "Rob Roy".
Fue lo que se le ocurrió a la joven para ayudar al duque en pasar aquella melancolía por la tierra natal de su madre.
En el corazón de esa obra estaba la romantización de las Highlands, que evocaba una visión alimentada por la nostalgia de paisajes dramáticos y personajes misteriosos. Todo ambientado en las poderosas tierras altas escocesas. Leer a Walter Scott era un viaje seguro a aquel país que el duque tanto añoraba.
En la biblioteca, que Kagome se tomó el tiempo de examinar un momento, no encontró ninguna obra suya, así que leer a Rob Roy sería una exquisita sorpresa para el duque.
Sería un acto muy atrevido pero necesario.
El único modo de ponerlo al alcance del duque era dejarlo en su habitación. Y era claro que él se daría cuenta que alguien entró a dejarlo.
Quizá podría tener esperanzas y esperar que él no se preguntara el origen del libro, y se limitara a disfrutarla.
Acarició el lomo del libro y luego sacó del bolsillo de la cofia, un pétalo de gardenia que dejó en una de las paginas, para quitarle el olor a imprenta y que se impregnara de la suavidad etérea de aquel solitario recorte.
― ¿Quiere que lo lleve, señorita? ―preguntó Sango
Kagome meneó la cabeza.
Esa intima tarea solo le correspondía a ella. Correr el riesgo le tocaba a ella, así que tomó su precioso bulto y salió de la habitación, pero al ver que Sango la seguía ―Quédate aquí a buscarme un vestido para la cena.
― ¿No desea que vaya a vigilar las cercanías?
―Es mejor que te quedes a planchar el vestido azul ―la excusó Kagome con una sonrisa.
Sango se tuvo que resignar, aunque no le gustaba dejar sola a su joven ama mientras se aventuraba en algo que consideraba bastante arriesgado.
Kagome entró a la habitación del duque de forma sigilosa, y le sonrió al retrato del centro.
Ella solo deseaba que el hijo de aquella notable dama fuera feliz, con este pedacito de las tierras altas escocesas.
Rozó con sus dedos por última vez el lomo de aquel libro y lo dejó sobre la mesilla junto a otro libro, que era uno de cuentas.
Como la última vez, tampoco pudo quedarse a recrear en el lugar, porque algún criado podría sorprenderla, se apresuró en salir y regresarse a su habitación, para prepararse para la cena.
El duque aun no había vuelto, así que esperaban su regreso para cualquier momento.
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Sango había tenido razón en algo.
Debió haber venido tras su impetuosa ama, ya que sólo así hubiera visto a la sombra que se ocultaba tras uno de los pilares, observando como si Kagome fuera una presa a cazar.
Kikyo Rivers, vigilaba desde las sombras.
Ya esa mañana había desayunado la horrible noticia de que Kagome tuvo un encuentro con el duque. Eso no le gustó nada.
Y ahora que nuevamente se topaba con aquel espectáculo de aquella impertinente paseándose en la habitación de su ex cuñado, fue la gota que colmó el vaso.
Era claro que aquella provinciana ridícula estaba dispuesta a todo. El entrar repetidamente en la habitación de un hombre solo implicaba un intento descarado de seducción y de meterse a la fuerza entre las sabanas del duque.
Kikyo apretó los puños, rabiosa.
Ella no iba a permitir que una ratoncita de campo se adelantase a ella.
Ya estuvo haciendo lo posible por desacreditarla frente al duque, pero eso no bastaba. Tenía que hacer algo más drástico y radical.
Algo que alejase por completo a esa mosquita muerta de esta casa.
CONTINUARÁ
Agradecida por su apoyo en este fic cortito y dulzón. Besitos a nuestra GUEST MISTERIOSA, PAULITA, MONSE, NICKY, LITAMAR, ELSA2082 Y CONEJA. BESOS A LUZ ALVAREZ Y ANAISHA LOPEZ DEL FACE.
Vamos que vamos a completar 12 capis.
Los quiere.
Paola.
