INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SÍ
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AMOR SECRETO
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CAPITULO 7
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Kikyo Rivers era una mujer peligrosa, casi tanto como lo fuera su difunta hermana.
Desde antes que muriera ésta, ella había puesto sus ojos encima del marido de ella.
¿Cómo no envidiar la posición de Tsubaki?
Quien logró cazar al mejorar partido posible.
Kikyo sabía que no había forma de superar eso. ¿Cómo encontrar uno mejor?
Salvo, que ella ocupase el lugar dejado por Tsubaki, pero Kikyo debía ser más lista y procurar que el duque no la odiara, como era claro que si lo hizo con Tsubaki.
Desde el momento que descubrió que esa tal Kagome Villiers aparentemente tenía un plan de seducción al duque, su mente comenzó a cavilar la mejor forma de librarse de esa mosquita muerta. Corría con la suerte de que aparentemente el duque no notaba a la joven.
Pero igualmente comenzó a idear un plan para deshacerse de ella.
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Bankotsu salió esa mañana, con urgencia, acompañado de Miroku.
Habia una sesión de emergencia en la cámara de los lores y apenas tuvo tiempo de alistarse.
Lord Villiers vino para acompañarlo, ya que luego de terminada la que se figuraba sería una aburrida sesión, tenían planeado visitar al abogado del duque, quien estaba preparando unos documentos de inversión.
Bankotsu había convencido a Miroku que invirtiera la rica dote de su esposa americana en unos negocios. Miroku, convencido acabó cediendo porque le tenía una fe ciega a la asesoría que su amigo le prestaba. Parte de las ganancias de aquello se figuraría para el fideicomiso para su hermana.
Bankotsu esperaba que su influjo fuera beneficioso para su amigo. Al hacerlo, también pensaba en aquella jovencita que le resultaba tan misteriosa como atrayente.
Cuestión que se veía profundizada en estos días, por el estado de ánimo que lo inundaba y que no sabía que era. Algo estaba cambiando a su alrededor, no sabía si era su ropa, la fragancia del ambiente o que incluso su caballo haya mejorado su humor.
Pero la sensación se acrecentó y tomó forma real cuando encontró aquel tomo de Walter Scott en su habitación.
No supo si la sospecha o la sensación de invasión a su privacidad lo cogió, pero él estaba seguro de que no tenía ningún libro de aquel autor en la biblioteca.
Podía indignarse o llamar a todo el personal a pedir explicaciones, pero algo le detuvo, aquel aroma suave que había estado desde hace unos días inundando sus fosas nasales y su propio dormitorio. En vez de eso, tomó el libro y lo hojeó con gusto.
Mientras deslizaba en medio de las dramáticas descripciones de las tierras altas que tanto le recordaban a su madre, fue allí que encontró otra prueba viviente de aquella intrusión.
Un trozo de flor. Una gardenia.
Leyó un poco antes de dormir. Estaba decidido a seguir indagando más, pero al mismo tiempo no quería hacerlo.
Habia cierta magia en todo eso y no deseaba inmiscuirse. De todos modos, tenía temprano una salida por una sesión de emergencia en la cámara que lo compelía a descansar antes de los acostumbrado. De emergencia, porque era fuera de temporada.
Luego de acabarse el té nocturno durmió enseguida. Hace días que ya no tenía ese problema recurrente para conciliar el sueño.
Mientras él estaba departiendo en la cámara, dejó a Miroku a proseguir los tramites acordados con el abogado. Él se uniría en cuanto terminara. Esperaban volver a casa, para la hora de la cena.
En eso, su secretario personal el señor Smithers le deslizó una nota.
―Lo he recibido porque dicen que es urgente que usted lo vea.
Bankotsu miró a Smithers, quien era un hombre muy serio y diligente. Éste jamás le pasaría un mensaje intransigente en medio de una sesión.
La nota fue enviada con un sobre con las armas de la casa de York, aunque no tenía remitente ni firma. Era claro que se usó aquella estrategia para que él accediera a ella.
Bankotsu lo extendió discretamente y lo leyó.
Milord.
Si habéis tenido sospechas de irrupciones en vuestros aposentos, sólo debéis venir un día sin anunciaros. Tendréis vuestra respuesta.
No tenía firma, pero había sido lo suficientemente atrevido como para coger papel del despacho.
Pero Bankotsu no podía sentirse molesto por eso, de algún modo sentía que aquello no era del todo mentira.
Ese libro de Walter Scott había aparecido en su habitación de forma inexplicable.
Por el otro, le picaba que hubiera alguien tan al pendiente de sus asuntos personales. Tuvo la sospecha que podría tratarse de Myoga, ya que él, al ser su camarero tenía acceso completo al sitio.
Pero él no sería de modo alguno.
Muchas ideas le vinieron a la mente y con ella la tentación latente, pero no iba a dejar un compromiso tan importante, en aras de un chisme de alguien que no mostraba su cara.
Arrugó la nota, haciéndola añicos.
Iba a seguir con lo suyo, procurando coger atención, pero cuando Smithers volvió a deslizarle otra nota, sus manos fueron más veloces que sus pensamientos.
Cogió la nota con avidez.
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Kikyo había tomado un gran riesgo. Primero robando papeles con escudos del despacho y segundo desembolsando propinas suficientes para mozos que pudieran servir de mensajeros.
Tuvo que enviar dos en un escaso lapso de tiempo.
Primero envió una más sutil, delatando lo que ella ya sabía, pero que deseaba que él sorprendiese. Como, por ejemplo, en estos momentos, de forma descarada, esa tal Kagome estaba en las habitaciones del duque haciendo quien sabe qué y su criada cómplice cuidaba los alrededores.
Por eso es que Kikyo se atrevió a elaborar una segunda nota, más contundente e incisiva. No en vano, había escuchado lo que su hermana decía del duque y la joven sabía cuáles eran las prioridades de aquel hombre.
Sabía que podría esperar una irrupción en un momento a otro, así que cogió toda la autosuficiencia y altanería propia de las Rivers y se dirigió hacia la zona donde esperaba Sango, aquella insolente criada personal de Kagome.
La muchacha palideció al verla.
― ¿Qué hace usted aquí?
La joven balbuceó unas palabras, totalmente descolocada, lo cual fue aprovechado por Kikyo.
―Que yo sepa, una criada no tiene nada que hacer en el ala del señor duque, más bien debería estar trabajando, lo cual no veo que sea el caso.
―Señorita Rivers, es que mi señora me encomendó hacer unos ejercicios ―mintió Sango, sacando la excusa, debajo de la manga.
―Es una atrevida, este sitio no es apto para gente para usted. Vaya a la cocina y espere allí ordenes de su señora, pero despeje esta área. Recuerde que ella es una simple invitada y yo soy la hermana de la difunta duquesa ―ordenó Kikyo, de modo soberbio para que la pobre Sango ya no tuviera dispensas de las cuales tomarse.
―Señorita Rivers, es que yo…
―¡He dicho que se largue! ―rugió Kikyo con más fuerza.
Aquella sirvienta debía salir de ahí y dejar a merced a su infeliz patrona.
Sango no tuvo más remedio que irse, y más porque los gritos de Kikyo alertaron al señor Hunt, el mayordomo quien vino, y fiel a las reglas, él mismo escoltó a la doncella de la invitada a la cocina, ya que no supo explicar donde se encontraba su señora para que fuera junto a ella.
El señor Hunt, un snob rígido y duro, fue feliz sacando a la pobre de Sango del lugar.
No les tenía mucho aprecio a las inconvenientes amistades de su señor, ya que consideraba al barón Villiers y a su familia, bastante insuficientes para estar a la par de un gran duque.
Cuando se quedó sola, Kikyo quedó sola mirando la gruesa puerta, aquella maldita puerta que solo debía empujar y descubrir qué demonios es que lo estaba haciendo aquella estúpida de Kagome Villiers.
Caminó unos pasos, animada por la poderosa curiosidad de pillar a esa pequeña Kagome en algo indecoroso; es que no podía ser algo menor que eso.
Pero se contuvo, procurando algo de sangre fría. No vendría ser ella, quien arruinara su propio plan. Decidió ocultarse en una esquina alejada y esperar como una depredadora a su presa.
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―Mis sueños nunca son lo que parecen…porque tú eres un sueño para mí…
Kagome tenía ambos brazos sobre la cabeza y se recostó en la cama del duque teniendo estos pensamientos ensoñadores sobre el hombre que amaba y al que sólo podía acceder de forma clandestina y secreta.
Tenía una profunda emoción que no podía exteriorizar a nadie más que no fuera la pobre de Sango.
Le enardecía el saber que el duque estuviera usando la ropa que ella había comprado, bebiendo el té con el brebaje que ella misma cortaba, que cabalgara a su caballo con más tranquilidad.
Aunque oculta con la bergamota natural de la habitación, Kagome sentía el olor de las gardenias. Sentía su sello en la habitación.
No era ajena que el libro de Walter Scott que ella seleccionó ya no estaba en el lugar, Kagome creía que era probable que él la hubiera llevado con él.
Le conmovía profundamente el sentir que podía significar una mejora en la vida de él.
Aunque nunca supiera de quien se tratara o que si siquiera notara aquellos cambios.
La joven se incorporó y miró el hueco vacío donde otrora estaba el retrato de la madre del duque.
Cuando entró, fue sorprendente para ella no verlo en su sitio. Supuso que su propietario pudo habérselo llevado, para hacerlo limpiar o arreglarlo.
Se acercó al área vacía, sonrió rememorando la amable sonrisa de aquella dama, rozando con sus dedos el hueco.
Pero el repentino sonido de la puerta abriéndose de forma impetuosa, y que la persona más inesperada se hubiera materializado en el lugar, la paralizó.
El duque, con todo el aspecto de haber hecho una carrera estaba en la puerta, mirándola atónito y desconcertado de encontrarla en su habitación.
Kagome, del susto y vergüenza que se apoderaron de ella, retrocedió unos pasos y un frasco de líquido fragante cayó al suelo haciéndose añicos. Era el que ella usaba para airear la habitación.
― ¿¡Que hace aquí!?
Kagome balbuceó unas palabras. No había forma alguna de explicar tamaña vergüenza, lo mejor era intentar huir, aprovechando que él se movió de la puerta, así que cuando iba a correr, él la detuvo por el brazo.
―No se irá de aquí hasta decirme que demonios hizo con el retrato de mi madre ¡responda! Que no tengo mucha paciencia ―exigió él, en un gesto que ella no le hubiera imaginado nunca
Además de algo que ella no tenía ni idea, porque el retrato no estaba cuando ella llegó.
Pero las palabras le costaban en medio de todo su bochorno.
―Esto ha sido un error, le aseguro que…―quiso decir ella, pero él volvió a apretarle el brazo derecho aún más fuerte.
― ¿Acaso quiere huir? ¿para esconder su evidencia?
Y en un doloroso gesto, él prácticamente la arrastró por el brazo hacia el ala de invitados donde estaba la habitación de ella.
Kagome ni siquiera pudo desasirse del agarre, él era demasiado fuerte y grande. Además, en el pasillo no estaba nadie ¿Dónde estaría Sango?
―Es que no sé de qué evidencia habla…si me suelta podría explicar ―trataba de decirle ella
Al llegar a la puerta de la joven, él lo abrió de una patada, sin importarle para nada ninguna regla de cortesía y empujó a Kagome dentro. Estaba casi fuera de sí.
La muchacha se masajeó el brazo lastimado, no sólo por el dolor físico, sino porque nunca imaginó que el hombre que ella llevaba amando tanto en su corazón, fuera el que se lo provocara.
―Yo podría explicar…
Pero él no la oía ni miraba. Sus ojos quedaron sobre la mesilla que estaba cerca de la chimenea. Eran restos del marco del retrato desaparecido y en el hogar llameante aun, se vislumbraban algunos remanentes de lo que acababa de quemarse.
Él se acercó, con la mirada cristalizada y lo reconoció.
Lo que se había roto y quemado allí era el retrato de su madre.
Kagome también se acercó detrás y lo recordó. Ella conocía los detalles de ese retrato y se llevó las manos a la boca, horrorizada.
Él estaba furioso, pero, aun así, ella fue capaz de vislumbrar una lagrimilla solitaria que salieron de los ojos de él.
Ella no entendía lo que estaba pasando, pero él sí.
Colérico, giró a mirarla de vuelta.
―No la quiero aquí ―siseó
Kagome negó con la cabeza.
― ¡Esto es un error, su excelencia!
― ¡Ningún error!, me alertaron desde antes acerca de usted, pero no quería creerlo ―bramó él ―. Su hermano es un hombre bueno y no tiene idea de la clase de mujer vil y manipuladora que tiene por hermana ¿pensó que yo era un partido fácil gracias a su carita de ángel y modales de seda? Usted es igual o peor a la mujer con la que me casé ―Bankotsu apretó los puños ―; No quiero volver a verla, salga de mi casa e invente algo para hacerlo, porque no permitiré que abochorne al buen Miroku.
Kagome estaba anonadada. Nunca nadie le había hablado con palabras tan duras y estilándole una mirada de desprecio y hasta de repulsa.
Sus manos y su cuerpo comenzaron a temblar. No pudo abrir la boca para defenderse ante tamaña acusación de la cual ella no sabía nada.
En eso, Sango entró a la habitación y se horrorizó de ver a su ama en un estado calamitoso, a punto de sofocarse.
El duque seguía allí, mirándola acusadoramente como si la estuviera golpeando con la mirada.
―Prepare el baúl de su señora. Se van hoy mismo de aquí ―cercenó el duque, antes de salir, airadamente del lugar dando un portazo.
Kagome cayó al suelo, horrorizada.
¿Era una pesadilla?
Tenía que serlo.
El hombre de sus sueños y que le inspiraba las mejores fragancias no podía ser ése.
La pobre de Sango intentaba contener a su ama, pero Kagome no la escuchaba.
―! Pero su excelencia debe saber que usted es inocente!
Kagome, quien derramaba amargas lágrimas, se sentó sobre la cama, meneó la cabeza.
―Quiere que me vaya…y que lo haga de tal modo que no incomode a mi hermano…
― ¡Pero es injusto!, todo ha sido una trampa de alguien
Kagome se limpió las lágrimas.
―Nosotras no podríamos pelear contras las intrigas de mujeres de ciudad. Perderíamos. Hemos perdido.
La joven miró la chimenea donde humeaba el otrora retrato de la madre del duque.
Sango, no estaba por la labor de darse por vencida así que hizo ademán de correr hacia afuera, a buscar al duque, pero Kagome la detuvo.
Eso sería meterla en más problemas.
―No deseo que esto se haga público y que por culpa, se inicie una disputa entre mi hermano y el duque. De todos modos, el pobre de Miroku no podría ganarle a un hombre poderoso con poder de hundirlo ―adujo Kagome, tragándose un sollozo.
―Pero, señorita… ¿Qué haremos?
―Nos iremos, es lo que quiere el duque. Regresaremos a Devonhill.
― ¿Qué le diremos al barón?
Kagome giró a ver hacia la ventana, donde justo el duque también salía a coger el carruaje.
Ella se escondió antes de que él pudiera verla.
En un minuto, su castillo de fantasías se había derrumbado.
Giró hacia donde la esperaba Sango.
―Le diré a Miroku que añoro demasiado Alcott y temo resfriarme con la temperatura de aquí. No quiero que él corte su visite por mi culpa.
Sango, triste por los hechos comenzó a arreglar la ropa de su señora.
¿Pero que podían hacer ellas ante la mente intrigante que maquinó semejante hecho?
Kagome, en un impulso cogió las tres botellitas de fragancia que estaban sobre su mesilla y los arrojó por la ventana.
En un pequeño cazo con agua estaban los pétalos de gardenias. También acabó en el suelo, con las flores desperdigadas, en un ambiente pesado con dos mujeres apesumbradas.
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Kikyo sonrió maquiavélicamente al ver que el duque volvía a marcharse, hecho una furia.
Alcanzó a escuchar los reclamos de éste al sorprender a esa mosquita muerta en su habitación.
El asunto salió mejor de lo planeado, ya que no esperaba que el duque acabara echando a su potable rival.
El duque abandonó la sesión en la que estaba, luego de recibir una nota contundente, que fue la segunda que envió. Y que ella sabía que sería efectiva.
Su Excelencia.
Es mi deber informarle que la señorita Villiers es alguien de cuidado.
Pretende cazarlo, y tiene el plan de remover de su mente, los recuerdos de todas las damas importantes de su vida, incluida su excelentísima madre.
Es una manipuladora nata y cruel. Temo que haga algo irreparable porque no es alguien de cabales.
El anónimo surtió efecto, porque el único punto débil del duque es el recuerdo de su madre.
Cualquier cosa que atáñase a ella, lo haría venir.
Y lo hizo en tiempo justo para sorprender a Kagome dentro de su habitación y para echarle la culpa de la destrucción del retrato.
Kikyo sonrió al recordar, que ella misma se encargó de arrastrar aquel y meterlo a la habitación de Kagome, sacarlo del marco y arrojar el valioso papel al fuego de la chimenea ardiente de ella.
Sango, aun aislada por el señor Hunt, no vendría a impedirle nada.
Ya estaba hecho.
Habia quitado a Kagome Villiers de la partida.
CONTINUARÁ-
Perdón, hermanas, parece que el receso de navidad fue un poquito más largo de lo habitual. Pero he vuelto para retomar las prontas actualizaciones ya que este fic tendrá 12 episodios.
¡Que boludo este Bankotsu!
FELIZ AÑO NUEVO QUERIDAS.
BESOS A PAULA NATALIA, MONSE, NICKY, LITA MAR, ELSA2082, CONEJA, RODRIGUEZ FUENTES por su ultimo comentario.
Los quiere
Paola.
