INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SI
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AMOR SECRETO
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CAPITULO 8
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Desde que se embarcó en un viaje frenético desde Londres a Devonhill, Kagome no tuvo un solo descanso.
Al llegar a Alcott se arrojó a dormir en su habitación, pero más que eso, se puso a llorar lo que no pudo en el carruaje.
Tuvo que mentirle a Miroku.
Su cuñada Kagura, en cambio sí que sospechó que algo andaba mal, pero Kagome se puso en sus trece para no develar nada. Ni siquiera se despidió de nadie.
Para la hora de la cena de ese día del desastre, Kagome ya se había puesto en marcha a Devonhill, en compañía de Sango.
Kagura prometió alcanzarle en unos días, porque Miroku estaba muy ocupado y le era imposible dejar los negocios. De todos modos, el barón Villiers tenía pactado volver a Devonhill en unas tres semanas.
La única que sí estuvo allí para despedirle fue la señorita Kikyo Rivers, con una sonrisita burlona, lo que confirmaba la sospecha de que fue ella quien estaba detrás de la trampa.
El duque había vuelto a la sesión, así que no se encontraron.
En la seguridad de su habitación de Alcott, Kagome no dejaba de rememorar la triste sucesión de hechos que la condenaron a la ignominia del duque. Aun le dolían los brazos, a pesar de los días transcurridos.
Pero más le dolía el recordar las horribles palabras y la mirada llena de vilipendio que él le dispensó.
Esa imagen tan lejana de la que ella tenía en su memoria y que atesoraba como dulzura.
Se levantaba de la cama y se vestía con algo cómodo que se pudiera poner sin ayuda de Sango. Pensaba poner en práctica el mismo consejo que ella le diera a Bankotsu días atrás en aquella cabalgata matutina.
―El cuerpo pierde agua cuando corres, y no queda nada para las lágrimas…
Y salía a correr en una dolorosa travesía, que le servía de desahogo. Y aprovechaba de hacerlo, ya que cuando Kagura llegase, tendría que explicarse y la joven no tenía ganas.
Sango le traía té y diversas flores que le enviaban desde el invernadero.
En otras ocasiones, Kagome estaría encantada de experimentar con ellas, pero ahora apenas se sostenía a sí misma.
Ya no buscaba revancha por todo el asunto, porque se daba cuenta que sería imposible de pelear contra alguien como Kikyo Rivers, que era claro que deseaba al duque para ella misma.
Cuando Kagura llegó, al menos ya no lloraba, pero no podía disimular que todo estaba bien, pero su cuñada americana se guardó de atosigarle con preguntas.
La esposa del barón Villiers no era tonta. Para ella era claro que había sufrido un desliz o una desilusión en Londres. No era capaz de imaginar la identidad del probable galán.
Tampoco era algo para divulgarle a su marido, porque comenzaría a hacerle muchas preguntas y sería dramático. Pero la mujer entendía que lo mejor que podía pasarle ahora a su pequeña cuñada era cumplir un pequeño duelo para quitarse aquel dolor.
Además, Kagura tenía una idea en mente con respecto al porvenir de su cuñada. Sea quien sea que haya desilusionado a Kagome, era alguien que no la merecía. Merecía algo mejor.
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Bankotsu nunca había sido tan duro con una mujer en su vida.
Pero la furia y la rabia lo ganó en aquel instante,
Cuando él volvió de la sesión para la hora de la cena, se encontró con Miroku que se disculpaba en nombre de su hermana, que tuvo que irse con unas excusas que Bankotsu sabía eran mentiras, porque él la echó con ignominia y con una fiera crueldad.
Pero es que no podía perdonar su atrevimiento de tocar algo sagrado como el retrato de su madre.
Ese era el problema de las muchachas con rostro de ángel y actitud de seda, que guardaban un alma negra, capaz de lo peor para sus propósitos. Lo peor es que sin mucho esfuerzo lo estaba logrando, porque la muchachita le gustaba y le llamaba la atención.
El duque se sentó en el sillón de su despacho. Estaba sólo y había estado bebiendo.
Transcurrieron unos días de aquel desgraciado encuentro donde pilló a aquella muchachita hurgando en su habitación.
Si bien su amigo Miroku seguía de huésped en la mansión, la esposa americana de éste ya se había marchado a Devonhill para acompañar a su cuñada.
No podía entrar en su habitación sin sentirse terriblemente desolado. Y no estaba seguro si era por la ausencia del retrato o por la decepción sufrida.
Y además no aguantaba ver la mirada juzgadora del viejo Myoga, su ayuda de cámara, que parecía juzgarle mientras ayudaba a vestirle.
Pero Bankotsu no estaba por la labor de permitirle una opinión. Echar a la muchachita de la casa había sido lo correcto y no cabía vuelta atrás.
Esperaba no volver a verla, porque temía que volviese a cautivarlo.
Reforzaba eso cada que pillaba algún pétalo perdido de gardenia entre sus camisas, o cuando con el correr de los días, el suave aroma que aun envolvía su habitación comenzaba a disiparse.
En su rabia, aun no asociaba aquellas fragancias con ella. En su mente, eran obra de otra persona.
No de una mujer como ésa.
¿Era posible que Kikyo Rivers, su cuñada fuera la causante de todo eso?
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Unas semanas después, Kagome quien había adelgazado y ganado cierta palidez en su particular duelo, comenzó a dar señales de pretender salir de vuelta al mundo.
Comenzó a pasear de nuevo por los jardines y descubrir las nuevas opciones que le mostraba el jardinero. Volvió a visitar el invernadero y preparó un ramo hermoso para el salón.
Sango se alegró de volver a verla interesada en sus antiguas actividades, todas esas que perdió cuando ese hombre sin corazón la acusó sin razón de un crimen que ella no cometió.
Como la única conocedora del secreto, se alegraba de acompañar silenciosamente a su joven ama en este nuevo resurgimiento.
Kagome le había pedido que trajera una cesta y que pidiera al cochero que tuviera listo el coche, que irían a hacer una visita corta a unos kilómetros de ahí.
Vio a su ama, recoger las gardenias y cargarlas en la cesta.
Por un momento, Sango tuvo miedo que su ama volviese a su calamitoso estado ya que sabía que la joven asociaba esa flor con los recuerdos del duque.
Pero Kagome estaba tranquila.
Subieron al coche y se dirigieron a unos kilómetros antes de la entrada al bosque, donde estaba el acantilado de Devohill.
―Espere aquí ―ordenó Kagome al cochero
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Su corazón estaba roto, pero tampoco podía dejarse derrotar.
Kagome estaba enamorada de Bankotsu, el duque de York. Pero en estos momentos lo más sano y práctico para todos, era que ella lo dejara ir.
Y fue una decisión muy difícil. Complicada de tomar.
Pero él le había dicho que no deseaba volver a verla. Además de haberla arrojado de la casa con el peor de los desprecios, creyéndola de forma automática, causante de una situación que no fue provocada por ella.
Lloró mucho para tomar aquella necesaria decisión.
Debía dejarlo ir.
Es por eso que fraguó un viejo ritual, que había leído en un libro.
Que, para despedirse de un amor, cabría comenzar a deshojar pétalos de la flor que le recordaba a la persona y arrojarlos al viento. Que se fueran lejos. Con la corriente del acantilado.
Que no se quedara para seguir atormentando su entristecido corazón.
Si, de todos modos, no volvería a verlo en esta vida.
La muchacha se acercó a la orilla, cogió la cesta que Sango le facilitó y que la miraba con preocupación.
Kagome no pudo evitar que unas lágrimas salieran de ella, al comenzar su ritual.
Cuando el viento comenzó a llevarse los pétalos, tan lejos como quisiera que se llevaran su amor.
Tan fácil de decir, pero tan difícil de hacer.
―Debo dejarte ir…por favor déjame.
Luego de vaciada la cesta, Kagome se arrojó a los brazos de Sango. Habia convivido con sus sentimientos durante tanto tiempo, que era complicado pensar en ella como algo pasado.
La joven doncella acuñó a su ama, y luego con cuidado la alejó de la orilla.
Era hora de volver a casa.
Ya nada tenían que hacer ahí.
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La felicidad de Kikyo Rivers fue indescriptible.
No solo se deshizo de una competidora, sino que logró ensuciarla frente a los ojos del duque. Era cierto que se había arriesgado mucho con aquella mentira, pero el carácter de Kagome era demasiado dócil y campestre. No iba a ponerse en plan de detective y aparentemente era lo suficientemente lista para entender que no podría pelear con alguien de armas tomar como ella.
Ahora quedaba lo realmente difícil.
Seducir al duque no era algo fácil y más que era claro que detestaba todo lo que le rememoraba a Tsubaki.
Aun no había alcanzado a dilucidar del todo cuales fueron las auténticas actividades de Kagome, pero a tenor de las evidencias que encontró en su habitación desocupada, tenía relación con la perfumería.
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Kagura Villiers cogió papel y tinta.
Y se dispuso a escribir una carta que haría un largo viaje.
No sólo sería una carta de saludo a su familia, los acaudalados Robertson de Boston, sino una invitación muy especial a su hermano, su querido Inuyasha.
A quien no veía hace dos años y que seguía soltero. Esperaba que no se hubiera comprometido sin avisarle, porque siempre tuvo planes para él.
Ya era hora que un heredero americano, obscenamente rico pasara por Devonhill.
CONTINUARÁ
Gracias queridas, como prometí actualizaciones rápidas.
Besito a mis comentaristas del 7 MONSE, NICKY, LITA MAR, RODRIGUEZ FUENTES
Nos vemos prontito con el 8
Los quiere, Paola.
