INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SI

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AMOR SECRETO

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CAPITULO 10

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No intercambiaron palabra alguna mientras danzaban por la pista. El duque la miraba como si pretendiera meterse al fondo de sus ojos.

Ella no sabía que decirle.

Se sentía arrastrada y obligada a bailar con un hombre que se forzó a detestar en los últimos meses, siendo que lo había querido por años.

Sentía la mirada de todos en ellos, como si los demás hubieran desaparecido de la pista.

Justamente por eso, Kagome perdió concentración en un momento, y trastabilló, él se apresuró en asistirla, y aunque a ella le dolía, se negó.

― ¿Se encuentra bien?, apóyese en mí y la llevo junto a su familia ―ofreció él

Kagome decidió que era la oportunidad de cortar aquello, y sobre todo irse de ese lugar.

―No es necesario, su excelencia ―haciendo acopio de toda su fuerza para ir por sus medios junto a su hermano y cuñada, antes que él.

Él fue detrás de ella, insatisfecho con su respuesta.

Kagome llegó junto a su hermano y cuñada, quienes habían estado observando el baile.

―Creo que el calor del salón me ha jugado una mala pasada ¿podría adelantar mi marcha?

―Si es lo que quieres, podemos despedirnos ahora mismo.

― ¡No! ―pidió Kagome ―. Tampoco quiero arruinaros la velada, con las pocas ocasiones que tenéis. Dejadme marchar a mí primero…además no podéis dejar al duque aquí solo.

En eso, Bankotsu llegó junto a ellos, haciendo que Kagome se volviera a incomodar con su cercanía, así que antes que Miroku le respondiera, Kagome anunció ―. Despedidme de los dueños de casa, me aseguraré que el cochero regrese por vosotros.

Y se marchó haciendo una reverencia hacia el duque sin mirarlo.

La joven caminó lo más rápido que le permitían los pies. Prefería pecar de descortés que seguir allí y ser víctima del duque.

Al llegar a casa, buscaría su botiquín de herboristería para revisarse el tobillo.

Todo ocurrió tan pronto, que enseguida abordó el carruaje aparcado al costado y en menos de veinte minutos ya estaba llegando a Alcott.

―Regrese y espere a Lord y Lady Villiers ―ordenó al cochero, antes de bajar.

Sango, como su doncella personal debía permanecer despierta hasta que volviera, para ayudarla a quitarse la ropa.

Para Kagome fue un alivio abrir su puerta y encontrarla.

La joven no lo entendió hasta que Kagome se arrojó a sus brazos, buscando consuelo.

―Dios mío ¿Qué ha ocurrido?

Kagome creía que ya no tenía lagrimas para ese hombre, pero un par brotaron sin que pudiera evitarlas.

―Nada…―murmuró la joven ―. Sólo que él ha vuelto.

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Bankotsu vino a Devonhill y aun portaba con él, la vergüenza de sus propias acciones.

Al acabar el baile donde esperaba poder conversar a solas con la señorita Villiers, y del que ella huyó antes de que pudiera concretarlo, los Villiers y él tomaron rumbo a Alcott.

Miroku, su apreciado amigo ni siquiera se atrevió a preguntarle el motivo de su inesperada llegada, y en cambio le ofreció un amable hospedaje que tomaría, más que nada por la oportunidad de cercanía con la joven.

Al acomodarse en la habitación, y luego de que el ayuda de cámara que trajo con él lo ayudase a cambiarse de ropa, Bankotsu se sentó en una de los sillones dispuestos.

Myoga, su antiguo camarero había enfermado y no pudo venir con él.

Venerable y antiguo amigo, sólo él podía tener las agallas de abrirle los ojos, como sólo Myoga pudo hacerlo.

Recordaba con bochorno, que con posteridad al desalojo de la señorita Villiers, él mantuvo una posición agresiva y cerrada con todo lo que tenía que ver con la joven.

Myoga no le dirigía la palabra, salvo para lo necesario. En el fondo, Bankotsu temía a sus juicios de valor. Más que un ayuda de cámara que había servido a su padre y a él mismo, era un portador silencioso y leal de los secretos de la casa de York.

Recordó cómo se dieron los hechos

Fue una tarde, casi tres meses después del desgraciado suceso del retrato. Su cuñada Kikyo Rivers seguía residiendo en su casa, y había cogido ciertos aires que él no controlaba.

Bankotsu, malhumorado se encontraba en su despacho arreglando una documentación.

Myoga entró, sin apenas anunciarse, con el rostro más serio de costumbre.

―Milord, sé que no os corresponde recibirlo, pero he venido a informaros que he decidido dimitir.

Bankotsu levantó la cabeza, soltó la pluma.

― ¿A qué viene eso? ¿acaso tiene problemas con la señora Swift o el señor Hunt?

Pero Myoga no estaba por la labor de la diplomacia, pese a su férrea formación como antiguo camarero de duques.

―Puede tomarlo como una dimisión simple.

Bankotsu hizo una sonrisita burlona.

―Entonces si sabíais que era una simple renuncia ¿Por qué viene con estos menesteres a mí?

El duque creía que siendo duro, podía cambiar la opinión de Myoga.

―En los años que llevo trabajando por y para la casa de York, para la familia Stanley, nunca he visto una actitud como la suya para con una dama ¿Qué habéis hecho, milord?

Bankotsu se puso serio y se levantó del sillón. Nunca nadie le había hablado antes de ese modo.

―Cuidad vuestras palabras, que estáis frente al duque de York, plebeyo.

―Pues no me importa, porque alguien debe ponerlo en su sitio. Habéis cometido un error horrible con la señorita Villiers, una persona dulce y amable que se vio envuelta en una trampa orquestada por víboras que hospedáis en vuestra casa y llamáis familia.

―No me haga perder la paciencia…

― ¡Tendrá que oírme!, a ver si le alcanza la vida para reparar su error. La señorita Rivers ha resultado casi tan magistral como su difunta hermana, iguales en peligro y maldad, ha logrado embaucarlo acusando a la pobre señorita Villiers de algo hecho por ella, para incriminarla. La gran duquesa, su difunta madre estaría avergonzada de usted por caer tan fácil en una trampa.

A partir de ahí, a Bankotsu no le salieron las palabras, y más cuando Myoga comenzó a relatarle la lista de cosas que la muchacha Villiers hizo por él, desde cambiar la fórmula de su té, para quitarle los problemas para dormir, hasta comprarle ropa nueva idéntica para que él no se sintiera incómodo.

Lo de amansar al caballo también fue obra suya.

―No sé qué veía en usted, pero desde luego no la merece.

Bankotsu estaba estupefacto con las revelaciones.

¿Hasta tal punto pudieron verle la cara?

Probablemente hubiera salido ese mismo día para Devonhill, pero en ese instante Myoga cayó al suelo, apretándose el pecho.

Bankotsu se apresuró en socorrerlo. Él mismo lo cargó hasta una de las habitaciones de huéspedes e hizo tocar todas las campanas que trajeran al médico.

El duque estaba avergonzado, abochornado y se sentía culpable de lo ocurrido con Myoga, a quien había llevado al límite.

Myoga fue estabilizado, pero necesitaría mucho descanso.

Fue en su lecho de enfermo, donde Bankotsu le pidió perdón.

― ¿Fui estúpido?

―Tiene que repararlo, milord. Una actitud así hacia una joven inocente causa profundo daño.

Bankotsu decidió que pondría sus asuntos en orden, antes de internarse a Devonhill. Sin avisar a Miroku, porque eso alentaría que la joven huyese.

Fueron esas semanas, anteriores a la marcha a Devonhill, las cruciales para entender a cabalidad las revelaciones de Myoga.

Toda su vida estuvo cambiando día a día, gracias a esa joven y él no supo verlo. Siempre estuvo frente a sus ojos, desde el té que tomaba hasta el aire con ese perfume que aún se respiraba.

Y todo lo hizo ella, una mente asombrosa tan comprensiva y amable. Bankotsu no era tonto y se percató que nadie hacía esto por mera lastima. Un sentimiento más movía a la señorita Villiers.

Pero antes de seguir pensando en eso, debía finiquitar otro asunto.

Él mismo se encargó de echar de su casa a Kikyo Rivers. La sorprendió con la petición justo cuando la joven se disponía a beber el té en el salón, en compañía de su inefable amiga, esa odiosa señora Longuines.

―Me alegro encontraros a ambas. Me ahorrareis tiempo ―dijo Bankotsu apenas entró a la habitación donde las mujeres departían.

Kikyo le sonrió. Era claro que ya se creía la nueva duquesa de York.

Era hora de desinflarle las ilusiones y de bajarla del caballo.

―Su Excelencia, no esperábamos su compañía.

―Es mi casa y puedo correr en ella cuando quiera. Lo cual no es el caso de ustedes ―replicó él, con pasmosa tranquilidad.

La señora Longuines y Kikyo se miraron sin entender.

―No le entiendo, su excelencia.

―Que no quiero volver a veros, señorita Rivers y eso se aplica desde este momento. Sé que planificó el robo y destrucción del retrato de la venerable duquesa de York, mi madre. Imagino que cualquier otra cosa deleznable que pudo haber acontecido, usted también es culpable. Largaos de mi casa, hoy mismo y tened por desistida cualquier protección que podría ofrecer como viudo de su horrible hermana ―Bankotsu no tuvo miramientos para esto y como las mujeres seguían boquiabiertas, se dirigió a la señora Longuines―. También se aplica a usted, señora Longuines.

― ¡Su Excelencia! ―Kikyo quiso interceder

Pero Bankotsu sacó su vozarrón más potente y la mirada más fría.

― ¿Es que tanto os cuenta entender? He dicho que os larguéis de mi vista y que, por vuestro bien, nunca regreséis o usaré toda mi influencia para haceros desgraciada y que ningún salón os reciba nunca.

Eso cortó cualquier posibilidad de escándalo por parte de Kikyo. Con una demostración de poder como esa, ni ella se atrevería.

Bankotsu ni siquiera las dejó terminar el té.

Kikyo tuvo que empacar y largarse ante la seria vigilancia del señor Hunt y la señora Swift, quienes fueron encomendados por el duque, para vigilar que la joven no se llevase nada que no fuera suyo. Esto lo hizo por el simple placer de humillarla.

Ni siquiera le dio dinero para la diligencia. Ella ya no era problema suyo.

Una vez liberado de Kikyo, se puso en campaña para arreglar sus negocios y terminar unas reuniones en el Parlamento. Debía estar plenamente liberado para su travesía a Devonhill.

En ese ínterin, Myoga se recuperó y fue él quien se encargó de averiguar noticias de ese pueblo.

Lo más notable era un baile que sería ofrecido por el conde, el señor de Devhall, a quien Bankotsu no conocía. Eran detalles, porque lo que importaba era la relevancia de aquella actividad.

Miroku y su familia estarían presentes, porque salvo enfermedad o luto nunca se rechazaba la invitación del conde del pueblo.

Myoga se quedó en Londres, ya que aún no estaba para viajes largos.

Bankotsu decidió hacer una entrada dramática y memorable en el lugar, incluso rayando en la descortesía llegando al sitio sin tener invitación.

Pero era el duque de York, y su sola presencia, marcaba pautas.

Como previó, causó revuelo. Lo mejor es que sí pudo encontrarse con ella e incluso bailaron juntos.

Pero ella rehuía de él y lo veía con desconfianza. No era para menos.

Bankotsu terminó su té nocturno, que no le sabía igual desde que supo que ella le vertía hierbas especiales para mejorarle el sueño.

Ya estaba en Devonhill, la cuestión era buscar una oportunidad de conversar con ella a solas y rogar su perdón.

Pero ahora su mente le traicionaba trayendo a colación otras ideas.

Que no sólo quería disculparse con ella, sino que quería más…

Habia disfrutado todo lo que ella hizo por él, y ahora sentía que deseaba más de eso.

¿Sólo había venido a disculparse?

Sí, eso lo dictaban las reglas para un caballero para él.

Pero la cercanía de la joven, el saberla que dormía a pocos metros de ese lugar, la fascinación que sentía por la joven crecía a cada instante.

Como si quisiera descubrirla, explorarla y conocer que más podría esconder un alma como la de ella.

Ella era como un pajarillo frágil.

Y él había sido tan ciego e ingrato, que con su grosería le había cortado las alas.

Tuvo el impulso irremediable de levantarse, sin palmatoria para que nadie lo viera y salir afuera. El pasillo no era tan largo como en su mansión e inmediatamente se sintió un estúpido.

Él ni siquiera sabía cuál era la habitación de la muchacha. Amén que sería un asunto sumamente difícil de explicar si era descubierto, poniendo en jaque la reputación de una joven de bien como ella.

Volvió a la habitación.

¿Cómo es que pasaron cinco meses desde que él la echara de su casa y ahora no podía esperar un minuto de la ansiedad?

¿Qué clase de hombre adulto, hecho y derecho era?

Se arrojó a la cama, esperando dormir y así poder encontrarla en el desayuno.

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El desayuno en Alcott solía servirse a las diez de la mañana y era bastante copioso.

Cuando Miroku se acomodó, Bankotsu bajó al salón. Aun se veían ojeras por la falta de sueño adecuado.

Algo de culpabilidad le ganó cuando su amigo lo saludó efusivamente e invitándole a unirse a la mesa.

―Me alegra tanto que vinieses, en este momento me servirías de consejero. En realidad, estoy muy nervioso ―mencionó Miroku, mientras cortaba parte de su desayuno.

Bankotsu, quien estaba decepcionado por no haber encontrado a Kagome en la mesa, viró junto a su amigo.

―Sabes que puedes contar con mi consejo, siempre que sirva ―ofreció él

―Supongo que podré hablar de eso, siendo que mi esposa ni Kagome están aquí ―refirió Miroku, mirando por todas partes.

Bankotsu ya se estaba poniendo nervioso con la mención de la joven.

―Mi esposa ha invitado a su hermano, el heredero de su padre, mi cuñado Inuyasha Robertson y ella insiste en presentarle a Kagome. Cree que es hora de concretarle un matrimonio adecuado y que mejor que con su propia familia.

Bankotsu tragó saliva, pero intentó disimular.

Sinceramente esperaba algún pedido de asesoramiento financiero, no una de tinte familiar como ése.

No esperaba oír tal cosa.

¿Un pretendiente para Kagome?

La sola idea le sonaba terrible.

―Es un buen muchacho y nunca más tendría que preocuparme del porvenir económico de mi hermana. Aunque lo más probable es que tenga que mudarse. Pero si todo resulta, he decidido aceptarlo ¿Qué te parece? ―preguntó Miroku, de nuevo.

Bankotsu bebió un trago de té y se aflojó el pañuelo del cuello, que con tanto esmero le había anudado el sustituto de Myoga.

No tenía derecho a ventilar ninguna opinión en contra. Ni siquiera conocía al pretendiente, pero estaba seguro que nadie era lo suficientemente bueno para ella.

― ¿Y ella que opina de todo esto? ―atinó a preguntar

Miroku frunció la boca.

―Mi hermana es una joven que ha pasado unos meses sumergida en cierta melancolía, y mi esposa insiste en que eso se remedia con un buen compañero y cambio de aires. Así que yo creo que ella estará de acuerdo.

Bankotsu esperaba alguna respuesta más reticente, pero en el fondo comprendía el contexto de todo.

La pobre de Kagome estuvo tan triste, que todos lo notaron. Peor, tuvo que guardarse su dolor para ella sola.

Y él tuvo la poca delicadeza de forzarla a bailar, cuando seguro ella lo detestaba.

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Kagome sabía que no podía encerrarse durante todo el día, pero se mantendría fuera de la vista de ese hombre.

Por la tarde, decidió que bebería su té en el invernadero, mismo sitio donde estaban sus flores favoritas y se mantenían varios botellones donde solía experimentar perfumería.

En ese lugar, era imposible toparse con él.

Sango le hacía compañía, cuidando para llevarse el servicio de té cuando terminara.

Kagome estaba haciendo unas mezclas de hierbas olorosas con un poco de aceite de coco.

Quería elaborar una barra de jabón perfumado con aroma personalizado, para Kagura.

Le costaba concentrarse, pero echaba mano de toda su profesionalidad como perfumista para cumplir el capricho de la esposa de su hermano.

―Creo que a Lady Villiers le gustará su regalo ―mencionó la fiel doncella, viendo a su ama trabajar.

Kagome asintió.

Sango no era tonta, sabía que Kagome estaba en ese estado por la visita de ese caballero.

Cogió la bandeja y decidió buscar más té y algún pastelillo que ayudara a mejorar el humor de la joven.

Kagome quedó de espaldas, mezclando y oliendo, insatisfecha de no encontrar aun el punto justo para el perfume del jabón que buscaba.

Al cabo de unos minutos, unos pasos tras suyo delataron que Sango había vuelto.

―Sango ¿serias tan amable de ir a pedirle a la cocinera un ramito de oliva?

―No soy esa persona, señorita Villiers, pero con gusto iré a por su encargo ―la voz aterciopelada tras su espalda hizo que Kagome girara rápidamente, haciendo tambalear cosas de la mesa.

La muchacha se topó frente a frente con el duque de York.

Esto debía ser una broma de mal gusto.

Se apresuró a hacer una reverencia formal y bajar la cabeza para no ver los ojos de ese sujeto.

―Su Excelencia, no me atrevería.

El hombre traía en sus manos un bulto que le extendió.

Cuando ella miró de reojo, se sorprendió de ver que se trataba de aquel ejemplar de Rob Roy que ella le había dejado en su habitación en Londres. Una situación tan lejana ya para ella.

―Sé que usted me lo dio y quiero devolvérselo.

―No me queda más que ofreceros una disculpa por todo esto ―pidió ella, totalmente creyente que el hombre venía a por más.

―Es que quien vino a rogar su perdón soy yo ―apeló él, haciendo que ella alzara la mirada con los ojos abiertos de la sorpresa―. Sé que usted no es culpable de aquellas cosas horribles que le dije ese día que nunca me perdonaré ―miró sus manos―. Y la he lastimado de un modo tan impropio de un caballero, que me llena de vergüenza. Que sepa también que la persona que la inculpó ya no vive en mi casa y nunca regresará.

Kagome no sabía que decir, al toparse con tan inesperada declaración.

Pero el hombre estaba decidido a continuarla.

―También sé que es usted el alma tan generosa que ayudó a hacer transiciones más llevaderas para mi vida y es por eso que…

― ¿Qué? ―preguntó Kagome, expectante por las siguientes palabras de él, ya que la miraba como si quisiera beberse su rostro.

― ¡Señorita Villiers! ―la voz chillona y alegre de Sango les interrumpió.

Cuando la doncella entró se extrañó de encontrar al duque, le hizo una reverencia educada y fría como corresponde a un hombre de su posición, y pasó por su lado.

En realidad, era portadora de grandes noticias.

―Lady Villiers la manda llamar, es que el carruaje que trae al señor Inuyasha Robertson se ha adelantado, así podréis estar todos para recibir al caballero―le pidió a Kagome

La muchacha se soltó el delantal, cruzó unas miradas con el duque que había quedado con la palabra en la boca y salió corriendo con Sango.

No es que muriese de ganas por las visitas, es que necesitaba salir del invernadero, mismo donde acababa de ocurrir la declaración más extraña de su vida.


CONTINUARÁ

GRACIAS HERMANAS, Y SOLO QUEDAN DOS CAPITULOS.

BESUQUE A MIS ULTIMAS COMENTARISTAS PAULA, NENA TAISHO, FRAN GARRIDO, LITA MAR, RODRIGUEZ FUENTES, ANNAISHA, GUEST, NICKY Y BINVENIDA A TERECHAN 19 Y SASUNAKA DOKI.

ACTUALIZARÉ BIEN PRONTO, DENME PAR DE DIAS PARA NO HACER EL OTRO CAPITULO TAN CORTO,

BESOS,

PAOLA