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La noche del adiós

Woody le hizo una señal a Teddy y el viejo oso de peluche le ayudó a levantar con cuidado el brazo de Andy. Enseguida saltó de la cama y rápidamente fue hacia la puerta entreabierta, deslizándose hacia afuera, corriendo por el pasillo hasta la baranda de las escaleras.

Andy hijo era su responsabilidad, lo amaba con todas sus fuerzas, pero no podía evitar preocuparse aún por Andy padre.

Estaban peleando de nuevo.

—Esta vez es serio —susurró la bailarina de porcelana en la mesa consola del pasillo —. Ha traído un arma.

—¿Un arma? —preguntó Woody.

—Ella no la quiere en casa.

Asegurándose el sombrero, Woody empezó a bajar a saltos los escalones, y mientras más se acercaba, más claras eran sus palabras. Hacía años que llevaban esa rutina. Luego de que el niño se acostaba, se quedaban en la cocina hasta tarde, siempre peleando, aunque no gritaran.

Desde su sitio solo podía ver a Andy, lucía peor que la última vez, se había dejado crecer la barba y su pelo estaba despeinado y sucio, como su camiseta y los pantalones, también los zapatos estaban llenos de barro, todo parecía indicar que había estado vagando otra vez.

—Querías investigar sobre Charles Lee Ray, y lo acepté: recortes de noticias, videos, cartas con presos, ¡¿Sabes cuantos locos tienen nuestra dirección?!

—¡No! No me estás escuchando...

—¡El que no escucha eres tú! El festival de Andy fue hoy, le prometiste que irías, que estarías ahí ¡y te esperó! ¡Le suplicó a la maestra que lo cambiara al final para darte tiempo de llegar! ¡Tu jefe llamó esta mañana! ¡Dijo que ya no es necesario que te presentes! ¡¿En dónde estabas?!

—Yo... encontré la respuesta, la verdad, sé que esta vez...

—Andy, estoy embarazada —la voz de la mujer se quebró —. No puedo seguir con dos empleos.

Él intentó tocarla, pero lo esquivó.

—Hablé con tu madre. Quiere ver a Andy antes de que acaben las vacaciones.

Woody suspiró, resbalando por la pared hasta quedar sentado.

No había absolutamente nada que él pudiera hacer, salir en ese momento y demostrarle que los juguetes podían moverse a voluntad no era en absoluto una opción, no solo iba contra las reglas, pondría en peligro a todos sus amigos y los juguetes del mundo.

Todo era culpa de Good Guy.

Habían pasado muchos años de eso, pero Andy parecía revivirlo a la mínima provocación, y a últimas fechas, estaba convencido de que iba a volver, de alguna manera.

Él esperaba que no. Lo había visto quemarse hasta que el plástico derretido dejó al descubierto la cosa espantosa que era por dentro

Aunque a veces, él también creía escucharlo. Su voz desquiciada, opuesta a la de su caja grabada, su risa maniaca, sus insultos, y ese cuchillo, que esgrimía como varita mágica.

—Cariño, espera... todo esto terminara pronto, lo juro, el hotel Bodega Bay Inn es la clave de todo.

—¿Bodega Bay? ¡¿Estabas en California?!

Andy la ignoró.

—Charles Lee Ray sabía de André Toulon, ¡tengo pruebas! ¡Estuvo en la prisión del condado un tiempo!

Ella solo se detuvo un momento, pero negó con la cabeza y fue escaleras arriba, mientras que Andy se dejó caer en el suelo de la cocina.

Woody lo miró desde su sitio, cuidando de no dejarse ver y pensando bien en lo que sí podía hacer: fue de regreso a la habitación del pequeño, tenía poco tiempo para organizar a todos.

—Estás completamente loco —dijo el Señor cara de papa apenas les explicó su idea—. Él ya no es tu problema, nosotros tenemos que cuidar del niño.

—No lo entienden —replicó Woody —. Creo en Andy, y lo que sea que haya convertido a Good Guy en ese monstruo, sigue existiendo. Todos estos años ha temido que vuelva, y eso es posible hasta donde entiendo.

—¿Y qué piensas hacer? ¡Eres un muñeco!

—¡Igual que él!

—Además, ¿cómo piensas hacerlo? Andy no te suelta ni por un momento.

—Si mamá se va a la casa de la abuela, le dará a Andy algo para hacer y que no la distraiga del volante, Woody puede salir del auto y simplemente creerán que lo olvidó —dijo un pequeño pingüino de hule, moviéndose con cuidado para que su silbato no sonara.

—Bien pensado, Squeeze —respondió el vaquero.

—Todo esto es una muy mala idea.

—Chicos, solo necesito que cuiden de Andy por unos días, cuando vuelva, todo regresará a la normalidad. ¡Incluso mejor!

—Si eso es lo que quieres —dijo Slinky, poniendo su cuerpo entre Woody y el resto de los juguetes que no estaban muy de acuerdo con el plan —, eso es lo que haremos.

—¡Tu plan no tiene pies ni cabeza! —insistió el Señor cara de papa, contoneándose para ir de vuelta a la caja de juguetes, junto con algunos más.

Woody no pudo evitar el suspirar.

—Sargento —dijo, llamando a los soldados que Andy había escondido bajo la cama porque no había encontrado el bote para guardarlos cuando su madre se lo pidió —. Necesito que me ayuden.

Con la tropa organizada detrás de él, volvió a aventurarse fuera del cuarto. Las luces de la casa ya estaban apagadas, salvo por la de la recámara principal, donde pronto pudieron percatarse que seguía la discusión. No obstante, con todo el barrio en silencio, debían de ser más sigilosos aún para llegar hasta el sótano.

Un grupo de soldados se puso pecho tierra y se arrastró por debajo de la puerta. El espacio era estrecho, pero siendo tan pequeños, no tenían ningún problema.

El sargento ordenó a otros deslizar un par de cordones de zapato, una horquilla, una liga y un trozo de cinta adhesiva.

Woody observó en silencio. Ese bote de soldados de juguete era uno de los mejores regalos que había recibido Andy.

A todos los chicos los quería, todos tenían características únicas para jugar, pero fuera de eso, siempre era bueno contar con tropas leales y eficientes.

Escuchó algunos golpecillos al otro lado. De pronto, la perilla empezó a moverse, y aunque requirió algo de esfuerzo, la puerta finalmente se abrió.

Woody la sostuvo para que no hiciera ruido, entraron y con cuidado volvieron a cerrar.

La tropa avanzó. El comisario alumbraba el camino con la pequeña lámpara de mano. Eran tan pequeños que no hicieron sonar ningún peldaño de la vieja madera, pero al llegar al piso de cemento sin acabado, las botas sí resonaron un poco.

Examinaron el sitio. Aunque era grande, estaba mayormente vacío.

—Estar fuera de la habitación sin supervisión es considerado una falta grave —dijo The Velveteen Rabbit con su fuerte acento inglés. El elegante conejo, edición especial, que había recibido de regalo la mamá de Andy por parte de una tía, colgaba por las orejas junto a la lavadora.

—Tranquilo, solo necesitamos una información.

Respondió Woody.

—El comisario está a la cabeza de la cama de Andy—dijo el Sargento con formalidad, pues el mismo puesto tenía el peluche, aunque en el cuarto de la madre de Andy no había demasiados niveles jerárquicos al ser menos los habitantes.

El conejo solo refunfuñó, dejándolos seguir con su inspección.

El escritorio que buscaban estaba al fondo, detrás de las escaleras, con un anaquel de herramientas separándola del sitio de lavado y planchado.

A Andy hijo le daban miedo las escaleras del sótano, por lo que sus padres habían acordado que ahí sería el sitio para que Andy padre dejara sus investigaciones, en otra estantería. Los libros de recortes estaban junto al escritorio, y sobre este, vieron una vieja mochila.

—¡Es esa! —exclamó, trepando por la silla.

Dentro había un cuaderno, y apenas subieron, los soldados empezaron a pasar las páginas mientras él alumbraba.

—Hotel Bodega Bay Inn —decía la última —. Mamá dijo que eso estaba en California. ¿Qué tan lejos está?

Los soldados sacaron un mapa que estaba también en la mochila, lo desplegaron en la mesa y aunque tardaron un poco, consiguieron descubrir en dónde estaba la casa, mayormente por lo que Woody podía recordar de las veces que había salido como el juguete de compañía en paseos familiares. Por su parte, el hotel que decía Andy no tenía mayor complicación, lo había marcado con rojo.

—Lo más importante es que mamá se vaya primero, para que me dé tiempo de salir de auto y meterme en la mochila de Andy.

—¡Entendido! ¡Señores, hay que dispersar el contenido! ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya!

Poco a poco, los soldados separaron las cosas, de modo que por la mañana perdiera tiempo buscándolas, mientras tanto, Woody revisó la caja de herramientas, sacando una navaja de precisión.

Él no tenía el tamaño o la fuerza para blandir un cuchillo carnicero, pero esa navaja serviría bien.


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