La otra Atenas

Atenas, Grecia. Marzo, 28 de 1982. Por: Arianna Syrigos

Se estima que el Partenón fue construido ente el 447 a.C. y el 432 a. C. Desde entonces, ha servido para rendir culto a Atenea, patrona de la ciudad, pasando por iglesia bizantina, iglesia latina y hasta mezquita musulmana, para finalmente volver a su origen, de una manera simbólica, recibiendo la adoración de cientos de turistas que fantasean con la gloria que pudo tener en sus años dorados.

Algunos estudios arqueológicos han podido descifrar parte de su diseño, publicados tanto en libros de especialidad como en postales para toda ocasión, y así, el mundo se ha hecho a la idea de que los atenienses aún vestimos túnicas y coronas de laureles, mientras recitamos poesía en honor a la diosa de la sabiduría.

Pero incluso esa estampa sería infinitamente mejor que la que se ha estado formando en los últimos meses.

La oleada de violencia que recorre la ciudad, los pueblos aledaños y sacude los cimientos de las buenas familias que por generaciones han ocupado las casas de la histórica zona, no ha hecho más que aumentar ante la incompetente mirada del gobierno que niega cualquier relación entre las víctimas.

¿Es que Atenea nos ha abandonado? ¿Ha retirado el don de la sabiduría a los dirigentes por considerarlos indignos?

Justamente, mientras redactaba el borrador de la columna de esta semana, mi abuela, venerable mujer octogenaria, me recordó una historia que ya me había contado de niña.

Y es que cuentan los rumores, entre los pueblos cercanos a Atenas, que la Acrópolis que visitan los turistas no es la real, que es solo el reflejo caído en desgracia de una ciudad que aún existe en nuestros días, en las que no vale la ley del hombre, sino de la Diosa.

Esta ciudad, en la que se rendiría culto a Atenea como se hacía en tiempos antiguos, estaría habitada por jóvenes poderosos, cuyos puños pueden desgarrar los cielos y la tierra, y que, a su orden, saldrían de los templos para proteger al mundo del mal.

En estos días de incertidumbre y temor, un pensamiento así se convierte en arma de doble filo, porque, aunque nos aviva la esperanza de que sin importar que las autoridades miren a otro lado, existiría la posibilidad de que los malvados reciban su justo castigo, esa ausencia, esa inacción, el tiempo que pasa dejando a los inocentes a su suerte, solo nos hace pensar que, en esta tierra, la diosa nos ha olvidado.

Por ahora, solo nos queda aceptar que, aparte de la que admiran los turistas, la única otra Atenas que hay, es la que se hunde en el miedo.