En attendant l'Aurore
El sonido metálico de las dos espadas chocando era lo único que se escuchaba en la quietud sepulcral del salón, aunque el intercambio fue breve, una de las dos tembló, haciendo que Lucas Addams la soltara, dejándola girar hasta clavarse en el suelo de madera.
—Pubert —dijo, moviendo la muñeca, aun sintiendo la vibración del metal —. Soy muy viejo para esto, además, nunca fui tan bueno, mi mazurka fue un desastre, por eso tu padre es cabeza de familia.
El muchacho respiró profundo, dejando su espada de práctica en el sitio habitual. Lo miró de soslayo: regordete y jorobado, nunca fue realmente una opción para poder entrenar, menos aún para lo que quería hacer.
Quizás Pericles… era igualmente torpe en su técnica, pero era mucho más fuerte.
—Gracias, tío —le dijo, desechando la idea.
El reloj del vestíbulo marcó las seis de la tarde. La cena se serviría en dos horas y no había aún señales de sus hermanos.
Dejó el salón para arreglarse, no podía presentarse a la cena con las rodillas raspadas, seguramente considerarían el chaleco manchado con sangre un buen detalle, pero tampoco tenía intenciones de ahondar en el tipo de negociaciones que había tenido con Merlina.
La habitación seguía como la había dejado cuando se fue a la universidad, Largo la mantenía en el mismo orden, quitando solo el polvo de la cama para dejarlo sobre el resto de los muebles, y se tomaba la molestia de llevar algún bicho que encontraba en el jardín, especialmente cuando sabía que iría de visita.
Miró el techo con sus vigas de vieja madera, las telarañas y los clavos oxidados. Todavía quedaba suspendido un modelo de bombardero que Pericles le había pasado cuando decidió que era tiempo de vivir por su cuenta.
Se quitó el chaleco, que se había pegado a la camisa y esta a su vez con la piel por efecto de la sangre seca. También el pantalón se había ensuciado, de hecho, la sangre había llegado hasta los calcetines.
Maldijo por lo bajo, mientras se dirigía al cuarto de baño. La cañería hizo un ruido infernal, como si las entrañas metálicas de la casa rugieran, pero el agua de la ducha salió caliente prácticamente desde el principio, lo que ayudó a que la costra oscurecida empezara a desprenderse. Pudo ver entonces que la herida había cerrado bien, y se preguntó si el recibimiento más o menos positivo de sus hermanos había producido algún cambio en su cuerpo.
Al menos, Merlina le había dado su palabra, y si ella accedía, tácitamente Pericles estaría asegurado también. Él siempre atendía sus decisiones.
La bañera se llenó rápido, y dado que tenía tiempo suficiente, se sumergió sin poder dejar de pensar en todo, no solo en lo que había sucedido en el último año, sino también en ese día y lo que vendría después, los caminos que se bifurcaban ante el futuro incierto, como decía la abuela.
Escuchó el gemido de Largo al otro lado de la puerta.
—Pasa —le dijo, mientras se estiraba para alcanzar un cigarro.
El mayordomo, agachando la cabeza para pasar por el vano de la puerta, le mostró dos opciones de atuendo.
—El verde.
Largo volvió a gemir, retirándose y cerrando la puerta a su espalda.
Y el torbellino mental regresó.
¿Qué pensaría Largo?
Él había servido devotamente a la familia desde que sus padres lo acogieran, casi al inicio de su matrimonio. Era parte de la familia, no se veía capaz a ningunear su opinión al respecto.
¿Y el tío Lucas?
Cuando se reveló, a modo de carta, la infamia cometida por su padre en España, pareció resistirse a aceptarlo, incluso defendió fervientemente la idea de que se trataba de una mentira hasta el momento en que su padre confesó, y aun así se negó a aceptarlo, intentando torpemente mediar la situación, como si él mismo fuese también uno de sus hijos, desdichado por la posibilidad de verse desamparado ante una familia herida.
El día que le rompió el jarrón en la cabeza, fue el primero en ir a socorrerlo, aullando que la familia no necesitaba otro parricida.
Y luego estaba su propia madre.
Ella no lo aprobaría, con todo, seguía luchando por volver las cosas a su estado original. Siempre apoyaría a su padre sin importar nada.
Salió de la bañera solo hasta que el agua se enfrió, y encontró su traje sobre la cama con los zapatos recién lustrados.
Abrió un cajón para sacar un paquete de vendas. Aparentemente estaba bien, pero no quería tentar su suerte y acabar desangrado en el piso, sin oportunidad de concretar su plan.
—Sic gorgiamus allos subjectatos nunc* —susurró mientras se ajustaba el corbatín —. Esta es la única forma.
Cuidadosamente dobló el pañuelo y lo metió en su bolsillo, al igual que el reloj de oro, prendido de su cadena, el mechero y cuatro cigarros. Verificó que su cabello estuviera en orden, para evitar cualquier comentario que distrajera la atención del tema principal. Afortunadamente, la herida que le había hecho Merlina le había provocado una palidez adecuada, y sin más, decidió que ya era tiempo de bajar.
Vio a su madre ordenando los últimos detalles del comedor, torciendo las ramas de hiedra para lograr una caprichosa forma en la que acomodó algunas esferas de cuarzo y velas, lo que le hizo dudar sobre las intenciones que tenía al organizar esa cena, parecía más importante que una reconciliación.
Usualmente, o al menos hasta donde recordaba, la familia cenaba en la cocina, donde la abuela se sentía más cómoda llevando y trayendo ollas. También estaba puesta la vajilla toscana, con los manteles de lino y un camino de hilos de plata.
—Acércate, mi hermoso niño —le dijo, al percatarse de su presencia en el vano de la puerta.
Pubert obedeció, recibiendo un beso en ambas mejillas.
—Gracias —le dijo con una sonrisa auténtica.
Hacía tanto tiempo que no la veía así, que poco le importó lo que se propusiera.
—Tus hermanos ya llegaron —le susurró —¿Cómo los convenciste?
—¿Con una ballesta? —respondió, haciéndola reír.
—Siempre tan clásico.
—Y, ¿en dónde están?
Morticia bajó la mirada, acariciando con la punta de los dedos la tela del mantel que reservaba solo para ocasiones especiales, dejándolo en el mohoso sótano para que las polillas hicieran sus propios patrones de diseño.
—Merlina está en el estudio de tu padre, y Pericles ayuda a tu tío Lucas con algo.
Pubert no pudo evitar el sentirse tenso, no se explicaba cómo su hermana había pasado de no querer verlo a entrevistarse en privado con él, y no se le ocurría qué asunto concreto podrían querer hablar que no implicara el parricidio que tanto temía el tío Lucas.
Entonces, una explosión estremeció la casa, Morticia levantó el rostro, como un felino reconociendo el origen de aquel ruido, y una vez que estuvo convencida que venía de la habitación, precisamente de su cuñado, el gesto alerta de su mirada se relajó visiblemente.
Pubert se sentó, recargando los codos en el comedor.
—¿Aún recuerdas la última vez que estuvimos todos juntos? —preguntó ella, aunque su hijo no estaba seguro sobre si realmente esperaba que le respondiera, y cuando ella siguió, incluso pensó que hablaba consigo misma —. Cuando eras un bebé, a veces me quedaba en tu habitación, tan solo mirándote dormir, y la luna deslizaba en mí, pensamientos de la más abominable locura. Tan hermoso, tan romántico. La idea de estar lejos mis niños era más de lo que podía soportar mi corazón, pero si en ese momento tomaba el hacha del vestíbulo, y los mataba a todos, estaríamos juntos por siempre, en ese mismo momento, por toda la eternidad.
Pubert sonrió, podía imaginarla, más joven en ese entonces, caminando entre un cuarto y otro, arrastrando la cabeza del hacha porque no tenía la fuerza para mantenerla en alto todo el camino, haciendo un ruido sutil con la falda, que acompañaba siempre sus pasos.
—¿Por qué no lo hiciste? —preguntó.
Su madre volvió a sonreír.
—¿Qué clase de madre les arrebataría a sus hijos la oportunidad de llegar a ser lo que están destinados?
El chirrido de una puerta volvió a interrumpirlos, y el ruido de varios pasos los tranquilizó.
Lucas fue el primero en aparecer, con una sonrisa desquiciada de auténtica felicidad, dando saltitos que sacudían la vieja y polvorienta túnica que llevaba puesta.
—Qué elegancia, Morticia —dijo.
—Gracias, Lucas.
Detrás de él entraron Merlina y Pericles, que solo tomaron sus sitios apenas dirigiéndole una mirada, y con gritos y amenazas por haberla hecho ir de la cocina al comedor, la abuela y Largo llegaron por el otro lado llevando las ollas de hierro abollado, quemado por los años que habían estado al servicio de la familia.
Y finalmente, su padre.
Llegó al comedor con un aire melancólico, distante y apagado. Se detuvo un momento en el vano, mirando la escena al frente, como si temiera romperla con su presencia.
Todos le miraron, expectantes, hasta que finalmente dio el paso al frente.
—Buenas noches, familia —dijo.
Morticia le incitó a tomar su lugar a la cabeza de la mesa y así lo hizo mientras que ella se sentaba a su lado, ofreciéndole la mano para que la sostuviera.
Los tres muchachos, incluso Lucas, miraron el gesto con suma atención, pero sin pronunciar palabra, mientras que la abuela apenas bajaba el rostro para mirar por sobre sus gafas, sirviendo cucharadas del primer brebaje, espeso y humeante.
—Toma, mi niña —dijo, sirviendo a Merlina —. Tu favorito.
Merlina miró su plato, estoica como siempre y después devolvió la vista hacia su abuela, que seguía dándole golpes a algo que se agitaba en el interior de la olla.
—Parece que le faltó un poco.
—Yo digo que está bien —dijo Pericles, empezando a picar el contenido de su plato —, aún puede salirle algo de sangre.
—No tienen idea de lo feliz que me hace ver a toda la familia junta —dijo Morticia, contrariando el tenso ambiente que aún se respiraba —, sobre todo porque tengo algo muy importante que anunciar. Bueno, tenemos.
Ambos intercambiaron miradas.
—¿Van a tener otro hijo? —preguntó Merlina apresuradamente.
Morticia miró a su esposo, que solo se aclaró la garganta.
—Bien, hijos. Su madre y yo hemos hablado mucho sobre lo que ha pasado en nuestra familia, ha sido difícil, pero en todos los años que hemos estado juntos, lo que hemos hecho bien, es resolver cualquier dificultad que se interponga.
Nadie parecía entender lo que estaba sucediendo, las posibilidades se habían multiplicado por cientos, y Pubert no pudo evitar el buscar la mirada de Merlina, que se había entrevistado a solas con él, intentando que le diera una pista sobre las intenciones que guardaban, pero ella no hizo un solo gesto, claramente sabía lo que vendría y había levantado un muro helado a su alrededor para que nada pudiera perturbarla.
Quizás las sospechas que tenían desde que se reunieron en su casa esa misma mañana estaban bien encaminadas, pero, aun así, resultaba todo demasiado extraño, impredecible, y lo que fueran a decidir podría hacer tambalear los planes que él mismo había hecho.
—Hemos decidido renovar nuestros votos —dijo Morticia, dejando que su marido le besara el dorso de la mano.
Lucas empezó a reír histéricamente, mirando a todos, golpeando con los pies el suelo y con los cubiertos la mesa. Toda la tensión que había estado guardando finalmente salía, y no había más que hacer que dejarlo ser.
—Y también, queremos pasar una temporada en Francia, visitar las catacumbas de Paris.
—Las ruinas de Notre Dame.
Morticia suspiró, invadida por un creciente deseo.
Merlina levantó el rostro, y Pubert no pudo sino notar cómo las venas de su rostro se acentuaban, y el pulso en su cuello se volvía tan evidente, tanto que, si en ese momento le hacía un corte, la presión la desangraría rápidamente.
El muchacho bajó la mirada.
De todo lo que podía esperar, ese era el mejor panorama, y eso lo envalentonó.
—Papá —dijo, intentando sonar como el hijo abnegado que siempre había sido, aunque su voz en realidad fue más como un susurró maldito, como el de un espectro que anuncia una próxima desgracia, e incluso con el volumen bajo, el tío Lucas lo escuchó, acallando su risa histérica de golpe, abriendo los ojos, tanto que parecía que podrían salirse de su cara.
Pubert buscó contacto visual con el hombre al que más había admirado en todo el mundo, y al que deseaba salvar de la desgracia que sus acciones habían acarreado.
—Quiero retarte —dijo finalmente —. Antes de su boda, antes de que se vayan.
Las palabras cayeron como plomos sobre los hombros de sus padres, sus hermanos y los dos fieles asistentes, Dedos y Largo, tampoco esperaban eso. Solo la abuela, que inútilmente había tratado de disuadirlo no se sorprendió, solo se encogió en su sitio, dejando escapar un suspiro.
Ella podía entender las motivaciones del muchacho, pero él no parecía estar demasiado consiente de lo que significaba, especialmente para el resto del clan.
—Quiero retarte —continuó, poniéndose de pie, sacando de la manga de su camisa la daga que siempre llevaba consigo —, a una mazurka, por el honor de ser la cabeza de familia.
Por respuesta, su padre también se puso de pie, con toda la dignidad que no había podido demostrar hasta entonces, soltando la mano de su esposa, manteniendo la mirada del más joven de sus hijos.
—Acepto tu reto, Pubert Addams. Como sangre de mi sangre tienes derecho.
Entonces, tomó la hoja de la daga, haciéndose sangrar para sellar el trato.
—Y como lo dicta la tradición, será en presencia de toda la familia. ¡Largo! —llamó al mayordomo —¡Envía las invitaciones a todos los miembros! ¡No te olvides de ninguno!
Y diciendo eso, dejó el comedor sin apenas haber probado bocado, por lo que Pubert se sintió en la obligación de hacer lo mismo.
—¿Es que cambiaste de parecer?
La voz de Merlina lo detuvo en el pasillo.
—¿Quieres matar a nuestro padre, pero con la bendición del clan?
Pubert negó con la cabeza.
—Quiero salvarlo —le dijo —. En el momento en que lo venza, yo seré el cabeza de familia a los ojos de los demás.
Merlina levantó una ceja, único vestigio de que su rostro no era de porcelana, y que tampoco era el genio prodigioso que a veces pretendía ser.
—El resto del clan no sabe nada de lo que ha pasado aquí, pero es cuestión de tiempo antes de que lo sepan, en cualquiera de sus versiones, ¿y sabes lo que significaría?
Ella comprendió su punto.
—Le darían la espalda.
—Y los parientes de mamá podrían reclamar su cabeza, especialmente del que pretendía casarse con ella. Lo desmembrarían como hicieron con el tío Sarmiento. Como cabeza de familia no puede indultarse a sí mismo, en cambio yo, puedo perdonarlo.
—Entonces te resulta conveniente su idea de irse a Francia.
Pubert asintió.
—No esperaba eso, pero incluso así sería mejor.
Merlina le dio la espalda, al no encontrar otra alternativa que la que había propuesto.
La familia Addams tenía una larguísima historia en la que había creado sus propios rituales y paradigmas, que habían sobrevivido a lo largo de los siglos, entrando en desuso solo cuando en un consenso así se decidía, como la tradición de asesinar a todo tercer hijo que pudiera romper el equilibrio que simbolizaba la familia de dos padres y dos hijos.
—Hay otra cosa que tienes que considerar —le dijo, antes de que se encerrara en su habitación.
—¿Qué?
—Hay tres pasajes a Francia, los vi en el despacho.
Pubert suspiró.
—Pero eso ya lo esperábamos, ¿no?
La muchacha apretó los puños con fuerza. La decisión estaba tomada y no había nada que pudiera hacer al respecto.
—¿De qué hablaste con papá?
—No rompas tu promesa, Pubert —dijo Merlina, evitando responder, dejándolo solo.
Comentarios y aclaraciones:
*En la película del 91, Morticia lleva a Lucas al cementerio para hablarle sobre la familia Addams y le dice eso, Sic gorgiamus allos subjectatos nunc, el lema de la familia, que significaría: Nos tragaremos a aquellos que quieran criticarnos.
Esto iba a ser un one shot, pero por casualidades del destino vi la nueva película (la animada de 2019), de ahí sale lo de la mazurka, y las noticias del remake de Burton (que espero con amor y locura, pese a que Anjelica Huston & Raul Julia estarán siempre en mi corazón con su versión) y pues una cosa llevó a la otra, y he aquí un segundo capítulo, sé que habrá un tercero y espero que eso sea todo.
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Mismo nombre: Kusubana Yoru, misma imagen de perfil.
¡Gracias por leer!
