Un aluvión de recuerdos relampaguea la memoria de Seto. A la velocidad que para él tendría un segundo del tiempo en curso, vuelve a ser el niño de cuerpo menudo, melena castaña y resplandecientes ojos azules que llega sumido en lágrimas a su hogar por el raspón en la rodilla que se hizo al caerse de la bicicleta.

"Está bien, Seto. Mamá ya está contigo".

Le abraza la mujer de abundante pelo castaño con una sonrisa, el único rasgo de su rostro que consigue dilucidar.

—Señora...

No.

Una declaración con la fuerza para depositarlo de bruces a la realidad. No, no hay manera de que esa mujer sea su madre, piensa. Si bien era un niño cuando ella murió y el trauma posterior a la adopción de Gozaburo hubiera opacado la nitidez de los recuerdos durante los primeros años de su infancia, era imposible no ser capaz de reconocer su rostro. De saber por el instinto de hijo, casi tan poderoso como el de una madre, que era ella de solo cruzarse con su mirada.

—Señora, lo siento, usted está confundida. Deme unos minutos, contactaré al hospital psiquiátrico de donde seguro ha escapado. Es lo mejor para usted.

—Por todos los santos, hijo mío, solo mira mis ojos, míralos y verás en vivo el reflejo de los tuyos—. Había una seguridad punzante sobresaliendo por encima de sus lágrimas.

Aunque no lo reconoce, el miedo de mirar allí es parecido al que siente quien mira cuán hondo es el pozo al que puede caer con solo falsear de un pie.

—No, usted no puede ser mi madre. Ella murió hace muchos años — de su voz ha emanado un ligero tono agudo—. Como alguien ya fallecido y como la persona que me trajo al mundo, merece un respeto que usted comienza a pisotear. Si continúa, me temo que conocerá los alcances de mi enojo— sus ojos comienzan a tornarse temblorosos, pero Seto no sabe si se debe a la ira ascenso o al temor de afrontar una verdad—. Así que, por favor, lárguese de aquí o llamaré al psiquiátrico.

—¡Sí, en verdad morí! ¡De cierto estuve en la morgue!— El llanto asciende a un volumen que ocasiona un terrible dolor de cabeza en el de pelo castaño.

—Fue negligencia médica, Seto. En la clínica existía otra mujer que había muerto a consecuencia de un parto. Por asombroso o irreal que suene, poco nos faltó para ser idénticas, de allí que el personal médico confundiera nuestros archivos y entregarán el cuerpo extraviado.

Siguió fundamentando la versión con aderezar el milagro de haber despertado cuando el médico ya tenía en su mano el bisturí para cercenar la carne y extraer así los órganos. Por ser la institución un hospital, los cuerpos de los fallecidos eran transportados a otra instancia médica donde sí se procedía a la autopsia. Nadie había reclamado su cuerpo dada la confusión anterior, así justificó el hecho de que, al despertar, no supiera hacia dónde ir para volver a su hogar.

—Nadie había exigido darme sepultar porque la mujer, pese a parecernos en el físico, era de un mundo con un abismo de diferencia. Ella era de la mala vida.

Al salir de la institución, dijo, descubrió haber sufrido un extraño episodio de catalepsia. Se halló a sí misma en la metrópoli de Tokio sin modo de regresar.

— ¡Suficiente! —Era demasiada información en proceso de conciencia, así como era demasiado el peso del recuerdo de aquel conjunto de voces discutiendo qué opción les generaría mayor beneficio, además de facilitar el cobro del fideicomiso.

Los ojos brillan ante la cercanía de las lágrimas, él se levanta de la silla con violencia. La toma de la mano y le alza de sopetón.

—¡Márchese de aquí!

La mujer aprovecha la cercanía para hacer un rejuego entre las manos que le facilita estamparse a su cuerpo en un abrazo.

—Naciste un veinticinco de octubre a las ocho de la noche por parto natural. Amas los alimentos salados, por eso te gusta la carne, también las golosinas agridulces. —Con cada palabra, Seto siente la sangre tornarse hielo por sus venas—. Dejaste el pañal a los dos años de nacido, detestas que los flequillos castaños te crezcan al punto de asomarse a tu visión, por eso siempre los emparejas a la altura de los ojos, pero dejas al flequillo de en medio crecer a un lado de tu nariz.

La columna vertebral se congela, la voz desaparece de la garganta, el corazón ralentiza los latidos y aquellos ojos azules que se posan frente a los suyos son un espejo donde se ve cuál de gota de agua en la infinidad de aquel horizonte azul.

—Odias el exceso de pelo, te provoca comezón, hubieras preferido nacer lampiño, por eso a la mínima seña de una barba corres a tomar la rasuradora. Tienes una blancecina cicatriz en la rodilla producto de una caída en la bicicleta que tu padre te regaló en tu cumpleaños. Cuando supiste que estaba embarazada de un niño, fuiste quien escogió el nombre porque se oía bien junto al tuyo. "Seto y Mokuba", además de parecer una abreviación y juego de palabras del mío, "Setsuko". Tu juego favorito, por cierto, es el ajedrez, y tu pieza favorita es el Rey, porque al ponerlo en "Jaque" se demuestra que se ha ganado usando la inteligencia.

— ¡No, no, no! —Grita en el rostro contrario, es tanta la fuerza que tuerce sus cuerdas vocales que se le infla la vena de la garganta y unas pequeñas gotitas de saliva salpican hacia fuera—. Mi madre... No... ¡En el hipotético caso de que lo fuera, ¿dónde estuvo todos estos años?!

—Perdida en Tokio, encontré un asilo de ancianos. Allí hubo gente buena que me ayudó a regresar a la semana de ocurrida mi supuesta muerte. Cuando lo hice, me enteré de que ese poco lapso de tiempo bastó para que tu padre decidiera mudarse. Era como si tuviera que volver a comenzar la vida que perdí en aquel episodio de catalepsia. Tuve mil trabajos a la vez e hice de todo por encontrarlos, un todo que, cuando al fin pude dar con alguien que daba muestras de conocer el paradero de tu padre, resultó en que había muerto en un accidente automovilístico. Cada vez que avanzaba un paso hacia delante, alguna tetra del destino me obligaba a reclinar hacia atrás.

Ahora se defendía relatando la odisea que fue controlar su instinto asesino al enterarse de que los enviaron al orfanato de cuarta en aras de adueñarse del dinero del fideicomiso. Encontrar el orfanato donde les habían acogido era la aguja en el inmenso pajar.

—Otra vez volvió a suceder, otro paso que creí hacia delante, pero que resultó ser hacia atrás. Gozaburo Kaiba te había adoptado, y yo no lo supe hasta que tu fotografía copó todos los medios de comunicación como el hijo que ese señor nunca quiso confirmar sino hasta la fecha, por ser tú de humilde procedencia.

Ella vuelve a servirse del impacto que causa en él tales revelaciones para mullirse una vez más a su cuerpo.

—Cuando me plantara frente a ti, no quería ser una pobretona que necesitara tu dinero para sobrevivir y por eso te hiciera una escena de telenovela donde se da la coincidencia de que la madre aparece justo cuando el hijo ya es millonario. Por eso, en el tiempo desde tu ascenso como CEO de la corporación, no hice más que seguir trabajando hasta tener mi propio negocio y generar mi propia marca de perfumes caseros. Mi propuesta de negocios es verdadera, Seto.

—Mamá... —No sabía esa palabra oculta allí, entre sus cuerdas vocales. Era tanto el tiempo sin pronunciarla que se sintió irreal. Más lo ojos allí presentes, de nuevo enfrentados a los suyos, sí eran reales—. No, no...

—¡No, Seto! No soy la arribista que estás pensando, no estoy aquí porque quiera un porcentaje de tus ganancias en esta empresa y por eso, después de todo este tiempo, sucede que aparecí por coincidencia justo cuando la corporación pasa por su mejor momento económico. No te aferres a ese argumento para dudar de mi palabra, porque precisamente por eso, porque te conozco, es que he esperado el tiempo necesario para tener mi propio dinero y no tener necesidad de mendigar por el tuyo.

— ¡De ninguna manera! —Le aleja con un empujón que la deposita en el suelo—. ¡La única manera en la que le puedo reconocer como mi madre es...!

—Si me someto a una prueba de ADN, lo sé.

Seto la mira ponerse de pie, secarse las lágrimas con fuerza.

—Estoy dispuesta a todo por mis hijos. Esta vez no voy a permitir que se me escapen de las manos. Hazla, Seto, puedes agendar el día y la hora, ahí estaré, pero solo con una condición.

Ella toma su silencio y sus labios temblorosos por toda respuesta.

—Déjame vivir un mes con Mokuba y contigo, es más de un día, más de una semana, pero menos de año. Solo después de haber convivido con ustedes por ese tiempo, destaparemos el resultado. Es eso o atenerte a que todos los días, sí, los trescientos sesenta y cinco días del año, yo venga aquí, a esta misma oficina, pasando por encima de quienquiera, a decirte lo mismo. Si eso no te convence, al menos hazlo por orgullo, Seto. Por el orgullo de comprobar que tú tienes el control incluso de la razón, como siempre buscas reflejarlo en tu pose adusta cada que los reflectores de las cadenas televisivas apuntan hacia ti.

—El próximo lunes a las seis de la mañana, en el laboratorio asociado a la Corporación. Hasta entonces, no te atrevas a siquiera mirar de reojo ni a Mokuba ni a mí.