Hasta el lunes a las seis de la mañana, cuenta con el número exacto de siete días para terminar de procesar todo y de traducirlo en palabras que Mokuba no solo sea capaz de entender, sino de asimilar e interiorizar sin que su bienestar psicológico se vea muy afectado. Es un terremoto cuya sacudida puede evitarse al costo de poner en riesgo su relación de hermanos convirtiéndolo en un secreto. Mantener un secreto conlleva hilar una mentira con otra hasta formar un estambre que, como una bola de nieve al caer por una pendiente, comienza con el tamaño de una manzana y crece y crece hasta adquirir el de una bola de demolición.

Es inevitable que lo afecte, sigue razonando él, una situación emocional de la que no le puede proteger. La impotencia le abraza, sin embargo, la iniciativa de adelantarse a la mujer contrapesa su frustración.

Igual de importante considera el momento de la confesión, por eso ha escogido la hora en la cual Mokuba juega su videojuego favorito, justo después de reposar la cena. Juega y juega hasta que la satisfacción de ganar la partida se le transforma en el aburrimiento que con un bostezo cede su lugar al sueño. Logra evadir sus regañinas objetando que él, Seto, es el menos indicado para juzgarlo cuando en altas horas de la madrugada su rostro continúa iluminado por el computador.

Seto termina un paso en el umbral de la habitación, respira hondo y, buscando inspiración para comenzar, enfila su mirar en la partida que Mokuba justo acaba de ganar.

— ¡Yay!

—Felicidades.

El muchacho conduce sus avispados ojos magenta hacia él, adjuntando una sonrisa de orgullo.

—Gracias, hermano. Un poco más y KAI (1) se suma otro puntaje insuperable a la lista de los juegos Arcade.

Vuelve a tornarse frente a la pantalla. Seto en su lugar conviene tomar asiento en la cama.

—Mokuba, ¿podemos hablar un momento?

La Nuez de Adán en su garganta se siente como una piedra que dificulta su respiración. El gesto esquivo más la mirada contrariada de Mokuba suceden al compás ambivalente con que los latidos de su corazón resuenan en sus oídos.

Cuando su pequeño le obedece, cuando al fin llega el minuto cero de enfrentarlo a la realidad, Mokuba vuelve a ser el niño de ojos tristes que asustadizo le sigue los pasos sujetándose a los bordes de su suéter azul, así como él volvió a ser el niño de cuerpo menudo, melena castaña y resplandecientes ojos azules que llegaba sumido en lágrimas a su hogar por el raspón en la rodilla que se hizo al caerse de la bicicleta.

Dimensiona cuán vulnerable se hallan ambos frente a la situación, tanto como lo estaban cuando por primera vez se vieron a sí mismos frente a las puertas del orfanato.

—Hermano, puedo ver tu corazón palpitar por encima de la ropa. Por favor, dime qué pasa.

La taquicardia en aumento no solo le deja sin argumentos para defenderse, también le reprocha estar menos preparado de lo que imaginaba para lidiar con todo.

—Antes, debes prometerme que nada de lo que te diga cambiará nuestra relación ni mucho menos echará por tierra todo lo que hemos construido.

— ¡Por los santos, hermano, ya sabes que sí!

— ¡Promételo!

Hace mucho tiempo desde la última vez que Mokuba había visto ese ligero temblor en los ojos de su hermano mayor, aquel reflejo en vivo del miedo que siempre guardó allí, protegido tras capas y capas de indiferencia.

—Lo... Lo prometo.

—Bien.

Seto busca retomar el control de sus emociones aclarando su voz con una tosecilla cuando reconoce la sombra del llanto en los ojos de su pequeño. No, no le permitirá derramar una mísera lágrima. Debe reunir la fortaleza para los dos tal cual ha vuelto a reunir el aire tras una bocanada.

—Hoy, una mujer se presentó a la oficina proclamado ser nuestra madre.

—Pero nuestra madre...

—Sí, lo sé, por eso no debemos permitir que esto nos sobrepase. Es demasiado absurdo, aunque le debo el reconocimiento de haber sabido implantar la semilla de la duda.

Seto resume su encuentro con la misteriosa mujer. A medida que avanza el relato, los ojos de Mokuba estiran, se turban y se aguan.

—Lo que más me crea conflicto es la parte donde afirma no regirse por la vanidad. Se preparó para ser juzgada y cuestionada por mí cual si fuera yo un juez en la corte y ella la parte acusada, así lo dejó entrever con su discurso. Eso me mueve a pensar que no es más que una impostora, incluso teorizo que en realidad es la supuesta mujer de la mala vida con la que se confundió su cadáver. Ese teatro que ha montado limpiando su imagen de usurera es un recurso pobre cuyo único objetivo es despistarnos. La condición que impuso a la prueba ADN es una estrategia para ganar tiempo.

—¿Quieres decir que su plan es adueñarse de nuestra fortuna?

—Analízalo, Mokuba, es el único camino en el que se cruzan todos los razonamientos lógicos. Ha maquinado aprovechar ese mes para que nos encariñemos con ella, para que creamos que es nuestra madre y así el resultado de la prueba de ADN pierda su valor: ¿para qué arruinarnos la felicidad con un papel desechable? Y, además, ¿qué crees tú que hará cuando, en su calidad de madre, adquiera derechos sobre las ganancias de la Corporación?

—¿Planear nuestra muerte o algo así?

—Exacto, así quedaría como la madre sufrida que pierde a sus amados hijos, pero que de la noche a mañana puede hasta bañarse con el dinero. Para hacerse con el éxito jugará con nuestros sentimientos, con nuestra nostalgia, con lo duro que fue para nosotros la infancia. Por eso no debemos permitir que se salga con la suya.

— ¿Qué haremos, entonces, hermano?

—Jugar su juego hasta que ella misma se enrede con su propia telaraña de mentiras.

— ¿Y si resulta ser cierto, Seto? ¿Y si resulta que ella sí es nuestra madre? Esa madre que tanto nos amó, esa madre que tanto amamos, esa madre que lo dio todo por nosotros al punto de dar su vida por la mía.

"Naciste un veinticinco de octubre a las ocho de la noche por parto natural. Amas los alimentos salados, por eso te gusta la carne, también las golosinas agridulces. Dejaste el pañal a los dos años de nacido, detestas que los flequillos castaños te crezcan al punto de asomarse a tu visión, por eso siempre los emparejas a la altura de los ojos, pero dejas al flequillo de en medio crecer a un lado de tu nariz."

La respiración se le detiene por una milésima de segundo.

"Odias el exceso de pelo, te provoca comezón, hubieras preferido nacer lampiño, por eso a la mínima seña de una barba corres a tomar la rasuradora. Tienes una blancecina cicatriz en la rodilla producto de una caída en la bicicleta que tu padre te regaló en tu cumpleaños. Cuando supiste que estaba embarazada de un niño, fuiste quien escogió el nombre porque se oía bien junto al tuyo. "Seto y Mokuba", además de parecer una abreviación y juego de palabras del mío, "Setsuko. Tu juego favorito, por cierto, es el ajedrez, y tu pieza favorita es el Rey, porque al ponerlo en "Jaque" se demuestra que se ha ganado usando la inteligencia."

—Si en verdad lo es, el amor por sus hijos le guiará hacia la manera de sobrepasar nuestro pensamiento y cualquier obstáculo que incluso nosotros, sus mismos hijos, le impongamos. Es lo que una verdadera madre haría.


(1)

El manga nos cuenta que antes de la ascensión de Yugi como el Rey de los Juegos, Kaiba era quien poseía el título bajo el sobrenombre de "KAI", que figuraba en la cima de todas las listas de records más altos en diversos juegos. Sin embargo, a medida que avanza la historia no solo se descubre que "KAI" es en realidad "KAIba", sino que, además, es Mokuba quien juega hasta

conseguir todos esos récords bajo el sobrenombre de su hermano.