En palabras de Mikizo, sus hijos tenían una rutina fácil de seguir. Seto abandonaba la cama rondando las ocho, su desayuno consistía en una solitaria taza de café que no le quitaba más de unos cinco minutos a lo sumo. Se dirigía a la empresa entre ocho a nueve hasta las una de la tarde, hora en la que regresaba por el almuerzo; se reintegraba de nuevo a las dos y la hora de su retorno era incierta. La mayordomía, sin embargo, partía a las siete de la noche no sin antes haber dejado la cena lista y la mansión en perfectas condiciones de higiene.

Seguir el pie a los hábitos de Mokuba era todavía más sencillo. Su hijo menor podía despertarse a la hora de su antojo, pero según Mikizo solía variar entre las diez a once de la mañana. La misma variedad lo caracterizaba en el desayuno, pues un lunes era panqueques con jugo de naranja, un martes, arroz con sopa de miso, encurtidos y pescado, un miércoles onigiris en salsa de soya y de allí al jueves era tan largo y mixto el listado que había que recurrir al etcétera. No todas las veces almorzaba con su hermano, pero siempre lo acompañaba en la mesa hasta que terminara de comer y así marchar juntos de regreso a la compañía.

Setsuko tomó nota mental de los espacios en blanco a su disposición para inmiscuirse.

—Me ha extrañado ver al joven Mokuba partir con el señor Kaiba desde la mañana. No suele hacerlo a excepción de finales de año, cuando la carga de trabajo aumenta por la presentación de los balances, rendición de informes, cierre de año fiscal... Supongo que usted conoce ese glosario de términos mucho mejor que yo.

Ha convencido a Mikizo de aprobar su participación en la cocina teniendo a bien sus recomendaciones con el beneficio agregado de conservar su influencia en absoluto secreto. El senil es su mejor aliado y con sus hijos ausentes, puede llevar a efecto su estrategia con redituable soltura. Seto es quien con mayor fuerza ha sido aplastado por la huella del tiempo, mas no cree que su gusto por la carne, en especial la de res, haya sufrido cambios de importancia. Hizo acopio de sus habilidades para dejar un sabor exquisito al filete mignon con salsa foie gras. Habiéndose robado una copa de vino de la despensa que, de acuerdo a Mikizo, los hermanos Kaiba reservaban para uso exclusivo de los invitados, agregó un toque personal con la inclusión de la salsa romero a la receta,

No sabe cuáles frutos cosechará de su afanosa siembra, no hasta el minuto cero de ver llegar a sus hijos. Luego de servir los alimentos, ve a la mayordomía retirarse a su propio espacio reservado al almuerzo.

—Bienvenidos de vuelta.

—Gracias. —Mokuba es el único en responder a su gesto, aunque con voz apática, ojos esquivos y como si al segundo temiera ser reprendido por su hermano mayor. Seto en cambio no se ha dignado a premiarla con su mirada. Setsuko analiza que a lo mejor han de haber ensayado su comportamiento antes de volver a tratar con ella.

Se arrima en una esquina del amplio comedor, dejándose afligir por la remembranza de la noche anterior. Mas todo atisbo de miedo escapa de su cuerpo al ver a Seto degustar su plato.

—Debemos tomar cartas en su alimentación— dice, como si no hubiera más de diez años quitándole la autoridad para cuestionar sus hábitos—. No puedo permitir que tú, Seto, te dirijas a la empresa con solo una taza de café por las mañanas. Tienes garantizada una gastritis a largo plazo. Y tú, Mokuba... — le falseó la voz al segundo, ella la recompuso de inmediato. Basta de lloros y nostalgias, en exceso los ha padecido ya con esos años antepuestos cual muro de concreto—. No puedes comer a lo loco. Debes llevar una dieta saludable si quieres crecer a la par de tu hermano.

Mokuba le responde gesticulando su enfado con un puchero, mientras en Seto ha reconocido el esfuerzo de tragarse la risa por encima de su empeño a no dejarlo a la vista.

—Una sola noche te ha bastado para darte ínfulas de madre, solo a una mente hueca como la tuya pueden subirle los humos de tal modo que...

—No me las doy, soy tu madre.

— ¡No mientras el resultado de la prueba de ADN no se confirme! — Le grita su muchacho de pelo castaño, a la vez que se pone de pie con sobresalto—. Y en el improbable caso de que fuera positivo, ni Mokuba ni yo te reconoceríamos como tal.

—Exacto, mientras el resultado de la prueba no lo valide o desmienta, no tienes manera de contrariarme. De modo que no tienes mejor alternativa que la de acostumbrarte a lo que implica mi presencia. Me niego a ser un adorno más en esta casa.

Seto se muerde la lengua, engulle con tal ferocidad el resto de su filete mignon que unas gotas de la salsa se riegan en sus comisuras; toma la servilleta encima de la mesa para limpiarse con igual brusquedad al tiempo en que Mokuba, sin dejar de mirarle con los ojos y las mejillas hirviendo por el enojo, se levanta con el plato a medio comer y lo arroja de bruces en la basura.

— ¡Mikizo! ¡Mikizo! —Oye vociferar en el teléfono colgado en la pared de la cocina—. ¡Ven aquí, necesito la taza más enorme de mi helado de chocolate!

El pobre hombre se apresuró a llegar cuando Seto ya estaba en el umbral de la puerta con la intención de marcharse, antes convino dirigir la palabra.

—Mokuba, espero por ti en el auto. Y Mikizo, se superaron con el filete de hoy. Excelente sabor.

Y a Setsuko no le cabe otro gramo de felicidad.