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—2—
. Corremos, está hecho.
Y las flores del mal no te dejarán ser.
El que sostiene la llave de una puerta abierta.
¿Alguna vez seré libre?
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Nico le ofreció una mano a Will para ayudarlo a levantarse del piso, el sanador la tomó y el autonombrado Rey de los Fantasmas lo acercó a su cuerpo y lo abrazó de lleno. Solace sollozó contra su hombro otro poco, debido a lo inusual de su relación o más bien, debido a que el rubio pocas veces se permitía mostrar debilidad frente a su novio, solía olvidar lo fuerte que es. A pesar de la apariencia frágil y desgarbada que ofrecía, el hijo de Hades estaba formado por una fibrosa y bien definida masa muscular.
—¡Oh, Dios mío! Ahora tu hermana y Frank creerán que soy un ridículo y patético lastre. —balbuceó contra su hombro con la voz entrecortada, Nico negó y usó sus manos para limpiarle el rostro.
—Has estado bajo mucha presión últimamente, haciendo turnos dobles en la enfermería y supongo que tampoco he sido el mejor compañero de alcoba. —una chica de la cabaña Hermes que venía pasando junto a ellos chilló como si los hubiera encontrado practicando el acto carnal, Will sonrió de medio lado y a medida que se alejaban de las fogatas reprendió a Nico por andar repartiendo esos rumores a diestra y siniestra.
—¿Qué puedo decir? Tu padre fue el que me enseñó la importancia de la gramática.
—No metas a Apolo en esto, por favor.
—Como quieras, pero estarás de acuerdo en que yo tan solo confirmo que compartimos habitación las noches que ninguno de los dos consigue dormir. Que todos los demás crean que retozamos por las sombras entre Sodoma y Gomorra no es mi problema.
—¡Ah, Kayla y Austin seguramente llorarán cuando descubran que sigo siendo virgen!
—¿Y de quién es la culpa?
—¿De que te desmayes durante el ochenta y nueve por ciento de nuestras citas? —cuestionó ganándose un comentario irónico del más bajo.
—Creí que como médico estabas cuidando mi virtud hasta que alcanzara una edad que juzgaras apropiada.
—¿Las palabras virtud y tú pueden usarse juntas en la misma oración?—inquirió enarcando una ceja.
—¡No te hagas el santo, Solace! y ya que tocamos el tema, ¿Sabías que muchos chicos de la cabaña Ares creen que eres necrófilo?
—¡¿Qué yo qué?! —aulló empujando a su novio. —¿¡Por qué diablos pensarían eso!?
—No lo sé, la opinión popular es que parezco más muerto que vivo.
—¡Eso no es cierto! ¡Esos imbéciles no saben apreciar tu belleza perfecta y casi etérea! Para su información, diles que no voy a abusar de mi novio mientras está dormido.
—¿En verdad, sería abuso?
—¡NICO! ¿¡Por qué hablamos de esto en primer lugar!?
—Para poner las cosas en perspectiva y hacer que dejes de sollozar.
—Pff…
—Entonces, volviendo a lo del abuso, yo diría que no habría tal porque según las chicas de la cabaña Afrodita, tengo tal pinta de pasivo que tú, mi querido novio necrófilo, tendrías que hacer todo el jodido trabajo ya sea que esté despierto o no.
—¡Voy a romperte la quijada si vuelves a pronunciar la palabra necrófilo!
—Dios…pero qué temperamento. ¿Cómo podría alguien tan frágil y sumiso como yo manejar a alguien tan violento como tú?
—Dice, el que literalmente ha convocado ejércitos de fantasmas y esqueletos para entrenarse en toda disciplina marcial.
—Te estoy compartiendo la opinión pública. Es gratificante saber que a pesar del tiempo que llevo viviendo aquí, los campistas siguen tardando demasiado tiempo en reconocer mi presencia. Los chicos de Hefesto se han tomado a reto personal la misión de emboscarme y colocar un cascabel en mi cuello.
—Yo te pondría otra cosa en el cuello...—comentó mirándolo a los ojos con fuego.
—¡Ah! Ahí está, una reacción verdadera al fin. —se detuvieron en un claro junto al bosque de Dodona, el hijo de Apolo se acomodo contra el grueso tronco de un árbol y permitió que su novio buscara cobijo entre sus formas.
—¿Sabes? Si querías tranquilizarme, no era necesaria tanta charla incoherente y extraña. —aseveró envolviendo al menor entre sus fuertes brazos, aspirando el perfume de sus cabellos que siempre era como campo santo: tierra mojada y flores frescas.
—Esto no tiene que ver con la profecía, ¿de acuerdo? No tendríamos por qué visitar el Tártaro y ya has visto cómo lo hago. —Will asintió a sus palabras, tomándose la libertad de admirar la frondosa copa del árbol donde se resguardaban.
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Fue en este mismo lugar donde los nuevos poderes de Nico se revelaron. Su novio solía ser misterioso y enigmático, Will jamás negaría que esa aura siniestra que lo envolvía formaba parte de las cosas que más le atraían de él, pero aquella noche lo aterrorizó por completo.
Recién terminaban de apagar el fuego de sus hogueras, la noche de teatro fue un verdadero éxito con los hijos de Némesis elaborando los vestuarios y los hijos de Himnos declamando a Shakespeare hasta caer dormidos, los lideres de las cabañas movilizaban a sus campistas, Will repartía obligaciones a diestra y siniestra para que sus hermanos se mantuvieran en sus asuntos y no anduvieran preguntando si pasaría la noche en su cama o en la intimidad de la cabaña trece cuando de pronto Nico se apartó.
Llevaba semanas haciendo lo mismo. Le había preguntado a Dioniso y Quirón, a las Dríades y Sátiros también a los hijos de Hécate y Deméter pero ninguno entendía. No había otra persona en el campamento que escuchara los susurros o viera la silueta femenina y esbelta que él decía ver. Su acción no parecía diferente de la otras noches, Nico caminaría hasta el mismo frondoso árbol colocaría una de sus manos sobre el grueso tronco y después, volvería sobre sus pasos. Will estaba listo para recibirlo con una suave caricia en la mano diestra y un beso que apenas rozara las comisuras de sus labios, pero no regresó.
Sus ojos se nublaron tan pronto rozó el árbol, perdieron todo matiz de color y sus manos se elevaron al cielo en un rictus tan piadoso que a más de uno le hizo pensar qué tal vez, Zeus o Perséfone lo estaban castigando por el simple hecho de estar respirando. Antes de que Mitchell, Connor o Nyssa pudieran llegar a él, Nico habló. Lo hizo con la voz de siempre, pero había algo sumamente doloso en la forma que se expresó. No los miraba a ellos, de hecho parecía que no podía ver, ni concentrarse en nadie más.
Un fantasma.
Una semidiosa de siete años de edad que jamás fue reconocida por su padre divino y que falleció en ese mismo lugar, sus cabellos eran largos y lacios, sus mejillas redondeadas, sus extremidades cortas y de apariencia delicada. En cuanto a la naturaleza de su espíritu, se encontraba furioso, su ira indómita comenzó a lastimar a Nico, heridas como cuchillas surcaron la tierna piel de su rostro, antebrazos y piernas. Will lo llamó a gritos, varios más levantaron sus armas y adquirieron la posición ofensiva, pero Di Angelo los replegó, les pidió que aguardaran mientras su sangre roja como la grana mancillaba los pastos donde se postraba.
Ante la pétrea mirada de todos, el hijo de Hades empezó a razonar con el fantasma, trató de entender quién era y por qué estaba ahí. No pasó mucho tiempo para que los vientos en torno al campamento enloquecieran y varios espíritus más resurgieran. En su mayoría eran niños, jóvenes semidioses de regordetas mejillas y ojos hundidos que en su momento debieron verlo todo con nada más que júbilo y admiración. De los presentes, los más temerosos se llevaron las manos al rostro, cayeron de rodillas y empezaron a repetirse a sí mismos que esto no era real y no estaba pasando.
El cuerpo de Nico se elevó por los aires como presa de invisibles cadenas y a pesar de las heridas abiertas, de las lágrimas que recorrían su rostro y que le dolían a Will en carne propia, empezó a razonar con ellos.
Almas en pena.
Víctimas de una guerra que según Quirón debió suceder cerca de noventa años atrás. Nico los entendía porque él también se sintió defraudado y abandonado en este lugar, él tampoco halló el consuelo o la protección prometidos y en cuanto se encontró a solas, su instinto primario había sido escapar. Los espíritus que no gozaron de tal privilegio renovaron fuerzas y atacaron con brío, las puntas de flechas, los filos de las espadas, los cuchillos y las dagas no los lastimaban. Entre la bruma del caos y el horror Nico levantó la voz. Reconoció que tenían derecho a expresar su furia, podían lastimar a sus hermanos e instructores, inclusive podían llegar a asesinarlos, pero no les serviría de nada. Sus padres divinos no intervendrían y esas pasiones que envenenaban sus almas no les serían arrebatadas, más pronto que tarde olvidarían su furia, su identidad e historia. No serían nada mejor que una consecuencia de una guerra que jamás fue suya.
Su mejor opción era avanzar. Él los podía ayudar, recibiría toda su confusión, dolor y furia para que su padre los dejara entrar. En el inframundo serían guiados, confortados y acompañados, ya fuera que recorrieran los Campos Elíseos en compañía de otros héroes caídos o que siguieran adelante y lo volvieran a intentar. La resurrección sería para ellos como desechar un lienzo roto y tomar uno nuevo.
Por más que insistieran, Nico no les podía asegurar que no sufrirían en su nueva existencia, pero tendrían nuevos familiares, nuevas amistades y nuevas experiencias donde su destino no estaría ligado a ninguna sangre divina. Un puñado de espíritus se llevó las manos al rostro y sollozó ante la crueldad de sus palabras. —¡Aquel escenario era imposible! ¡Ellos tenían la salvación negada!—
En sus heridas latentes, en la postura trágica de sus cuerpos rotos quedaba claro que la resurrección no llegaría para aquellos que murieron por mano propia. Will sintió sus ojos arder y sus músculos tensarse ante el horror y la impotencia porque él también fue uno de esos niños, reclutado a la tierna edad de siete años sin entender muy bien por qué tendría que renunciar a su hogar y arriesgar su vida. Enfrentarse a criaturas arrancadas de las más crueles pesadillas y morir sino era lo suficientemente fuerte, especial o sagaz.
Él y muchos otros contaron con la fortuna de que no estallara ninguna guerra importante hasta el día en que Percy Jackson apareció en la cima de la colina, pero estos espíritus, estos niños que fueron reclutados con la única finalidad de convertirse en peones de los Dioses, debieron pensar en su confusión y horror que sería una muerte mucho más inmediata y menos dolorosa, tomar un arma y acabar de una vez con su desgracia.
Nico habló de concesiones, su padre Hades era un hombre piadoso, un Dios marcado por los horrores de la guerra que perdió a sangre fría a sus amadas esposa e hija y sin lugar a dudas los dejaría renacer. El pago por su favor era el mismo que ya había mencionado, debían liberarse de todo lo que los retenía en este plano y entregárselo a él.
Antes de que Quirón pudiera objetar, los vientos rodearon a Nico como un huracán, su voz pasó de ser la serena y apacible de hace un momento a convertirse en un grito agónico del más puro dolor. Will gritaba también quería llegar a su lado, pero Sherman Yang no lo dejó avanzar, era suicidio. Las almas, los cuerpos de aquellos semidioses que jamás fueron reconocidos se transformaron en luces, pequeños destellos que desaparecieron en el firmamento dejando solo a Nico y a la niña del árbol.
Quirón la reconoció como Alessa O'Brien y comentó que durante aquella sangrienta batalla, las defensas mágicas de campamento cayeron y todo fue desolación y caos, pensó que habían recuperado todos los cuerpos que los habían honrado para que hallaran consuelo, pero evidentemente se equivocó.
Alessa quería que Nico la acompañara, su única condición para olvidar su dolor era que él la guiara y por siempre le acompañara. El hijo de Hades rechazó la invitación, pero el espíritu corrupto por las pasiones más inhumanas insistió en su afán.
—¿A caso no eran estos los mismos semidioses que lo hicieron sentir marginado? ¿No fue su desprecio el que lo orilló a dormitar en las cloacas, comer en los basureros y sumirse en tal oscuridad que terminó por disolverse en las sombras? ¿Por qué los ayudaba? ¿Por qué los acompañaba? Ninguno de ellos lo comprendía, fue por eso que despertó.
Alessa sentía en sus entrañas cómo le temían, denigraban y lo señalaban, de la misma manera en que hicieron con ella. ¿No sería mejor olvidarlos? ¿Cruzar los Elíseos juntos? Nico sonrió, una sonrisa sin emoción que hizo que todo el cuerpo de Will estremeciera. —¿Y si su amor no era suficiente para hacer que se quedara? ¿Y si en lo más hondo de sus adentros, Nico seguía buscando la manera de acabar con todo?— Su novio informó al espíritu sobre la grandeza de su error.
No debía confundir la ignorancia con el temor, ni el recelo con el odio. Lo mismo aplicaba en su situación. Ella era una hija de la locura, procreada por Dioniso y de haber seguido existiendo, la locura inherente en su ser la habría orillado a dañar a sus hermanos. Las pesadillas de las que son presa todos los semidioses le mostraron su futuro y fue por ello que al desatarse la guerra, tomó una daga y acabó con su vida. Infortunadamente, hubo otros aterrorizados niños que al verla imitaron la acción pero ninguno de ellos le guardaba rencor. Los viñedos, las raíces y las hojas verdes de los árboles consumieron sus restos, el Sr. D fue quien lo hizo, intentó consagrarlos a todos, pero se vio impedido por su propio dolor y el remordimiento de no haber podido proteger a los suyos.
Alessa miró al aludido y al reconocerse en sus ojos asintió con un movimiento de rostro, viajó al inframundo escoltada por Dioniso mientras el cuerpo de Nico se precipitaba al vacío, Will lo sostuvo entre sus brazos y comenzó a sanarlo, sus ojos estaban cerrados, su conciencia apagada. No había zona ilesa en él, pero era tanto su fervor, su amor y necesidad de él que rápidamente lo curó, los demás campistas eran presas de sus propias heridas, pero ninguno se atrevió a importunarlos o interponerse entre el Rey de los Fantasmas y su sanador.
Di Angelo durmió durante cinco días con sus noches, tiempo durante el cual William Andrew Solace estuvo a punto de entregarse a la desolación, sus hermanos se vieron en la penosa necesidad de sedarlo para obligarlo a dormir y alimentarlo a través de un catéter de modo qué, cuando Nico despertó lo encontró en la cama de junto y a su entender, la enfermería era tan buen lugar como cualquier otro para apretujarse junto a su novio.
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—Te amo...—afirmó Will rompiendo la apacible calma en que se habían sumido.
—Lo sé...—respondió Nico mirándolo a los ojos con picardía.
—¡No me cites a Han Solo en esta situación!
—¿Por qué no? el contexto parece ser el apropiado.
—¿De verdad? No estamos yendo a la guerra y en definitiva, no nos estamos separando.
—¿Ni siquiera para ir al baño?
—Especialmente durante el baño, debo procurar tu cuerpo en todo momento. Órdenes del médico.
—No es que me esté negando a las delicias de una ducha compartida, pero creo que exageras. He estado practicando el rito de liberación y al menos, ya no pierdo la conciencia por días completos.
—¿Y qué pasa con el resto de ti? Cuando los liberas compartes sus historias y pena. La locura de la que intentaba salvarte Dioniso no tiene que ver únicamente con tu travesía por el Tártaro, ¿cierto? —inquirió mirándolo a los ojos con una mezcla de adoración, ternura y temor.
—Estás en lo cierto, pero créeme cuando te digo que la mayoría de esas cosas se desvanecen mientras duermo. En cuanto al resto de mi...—comentó tratando de no sonar demasiado patético. —Depende de ti.—Will lo miró a los ojos como si no creyera una sola de sus palabras, pero lo cierto es que lo hacía.
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Días después de concluida la batalla contra Gaia, cuando los dos aún trataban de comprender la naturaleza de su relación, Nico le confesó que hasta ahora, todo lo que había hecho, batalla tras batalla, misión tras misión, lo había hecho por amor.
No podía odiarlo puesto que le prometió a Bianca que no guardaría más rencor, tampoco podía olvidarlo porque cada que cerraba los ojos atraía a sus memorias sus rasgos varoniles y apuestos: la piel ligeramente bronceada, los ojos verdes como las tormentosas aguas del mar, los cabellos desordenados y negros, esos que se moría por acariciar. A pesar del sabor amargo que estas palabras instalaron en el interior de Solace, Will se descubrió a sí mismo asintiendo con comprensión.
Fue en ese instante, en la relativa intimidad de la enfermería que el hijo de Apolo entendió que él también había actuado por amor. Colocarse un pésimo camuflaje para integrarse a la primera línea de defensa, no era para olvidar los horrores del parto de Mellie, sino porque quería volver a verlo a él, hacer lo que fuera por él.
Nico di Angelo ya lo había marcado durante la batalla de Manhattan con la espada estigia en alto, la determinación en su mirada y el valor en su voz, gritando a sus enemigos que regresaran al inframundo sin compasión. Puede que ninguno de ellos se diera cuenta de lo que hacía, pero Perséfone, Deméter y Hades dieron un giro completo a la guerra, les permitieron renovar fortalezas, proteger a sus caídos y eso incluía abrir paso al héroe que los recompensó solicitando al mismísimo Zeus que reconociera a todos los semidioses por igual.
No obstante, aunque Nico se esmeró en construir su cabaña, no se quedó. ¿Cómo podría hacerlo? Cuando la persona que más quería en su corazón comenzaba a escribir su historia de amor con alguien más.
Will no tuvo muchas palabras de consuelo en ese momento, si tuviera que ser honesto consigo mismo y sus sentimientos, diría que en ese momento, lo único que pensó fue que Di Angelo ahora estaría interesado en Jason Grace. No se enorgullecía de ello, pero no por nada los había separado en más de una ocasión. Su inconsciente debía saber algo que su consiente apenas lograba aceptar. Tenía celos, envidia de que su único valor como guerrero fuera su cualidad de sanador, pero tal vez, si era paciente y constante, él pudiera aliviar su corazón y así fue como sucedió.
Entre más se reunían ya fuera en la enfermería, los campos de entrenamiento o durante las cenas y los almuerzos más se convencía de que lo quería, según Austin y Kayla las miradas y sonrisas que le dedicaba no dejaban nada a la interpretación, las semanas se convirtieron rápidamente en meses, Leo envió aquel pergamino confirmando que estaba vivo y sin más otra de las personas que sagradamente habitaba en su corazón se marchó.
Will no hubiera querido ser un oportunista en todo esto. Es sólo que dolía, ver la desolación en sus ojos, el abandono en su cuerpo. Comenzó a acompañarlo durante las noches sin decirle nada en concreto, para encontrarlo tan solo tenía que seguir el rastro de la hierba seca y las flores marchitas. Sorprendentemente, una de las primeras cosas que mencionó Nico en relación a Grace, fue que el hijo de Zeus le sugirió ser honesto con sus sentimientos, sentimientos que lo involucraban a él.
Solace ni siquiera lo podía creer aunque una parte de él debía reconocer que dos meses atrás, su corazón se llenó júbilo cuando lo llamó y Di Angelo lo reconoció. No pensó que recordara su nombre, después de todo apenas si se pasaba por el campamento, pero sucedió. Nico di Angelo reconoció a William Solace y Gaia, Octavio, los ejércitos romanos apostados a menos de tres metros de ellos, podían irse al carajo.
Volviendo a la parte importante, Nico lo miró a los ojos y aunque aún estaba tratando de asimilar el libertinaje propio de la sociedad moderna, admitió que tenía sentimientos por él. Los describió como un revoloteo de mariposas esqueléticas en su estómago, mismas a las que trató de asesinar entrenando hasta vomitar, pero las muy malditas se mantuvieron férreas. Sus amigos, Jason, Percy, Annabeth y Piper creían que sus sentimientos podrían ser correspondidos y si era así, nada lo haría más feliz que invitarlo a salir.
Will chilló de emoción y se lanzó a sus brazos, ignorando la parte en que el menor detestaba el contacto físico, pero como solía sucederle cuando estaba con él, el hijo de Hades lentamente se relajó y devolvió el abrazo.
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—Tú eres mi voluntad, la luz en mi oscuridad…—aseveró arrancándolo de sus pensamientos, las mejillas de Will rápidamente se inundaron de llanto, Nico maldijo a voz en grito e invirtió la posición de sus cuerpos. —¡Maldición contigo, Solace! ¡Estoy tratando de tener un momento aquí y lo único que consigo es hacerte llorar!
—Lo siento…
—No tienes que disculparte por lo que estás sintiendo, pero debes entender que tengo que ir.
—No lloro, ni me disculpo por eso.
—¿Entonces por qué?
—¿Desde cuando dirías que me amas? —inquirió refugiándose en el calor de su pecho, Nico necesitó un par de segundos para asimilar lo que estaba sucediendo. Su confesión, el hecho absoluto e innegable, de que justo ahora, todo lo que hacía, lo hacía para permanecer junto a Will.
—No lo sé, supongo qué desde que descubrí que me sentía tan a salvo contigo que desapareció mi espada estigia como suele suceder con las demás armas encantadas y se introdujo en el anillo que me obsequio Hades o quizás sucediera cuando me acompañaste a conseguir ese lagarto para los Troglos, también pudo ser mucho antes porque tú sabes, has tenido tantas oportunidades para abandonarme, asesinarme o violarme (no necesariamente en ese orden) y sigo aquí.
—¡NICO! —objetó dándole un codazo en las costillas, pero sin apartarse realmente de su lado.
—¿¡Qué más quieres que te diga, Solace!? Se supone que hagamos todas estas cosas juntos como cualquier otra pareja de semidioses y sin embargo, me dejaste recorrer a solas la jodida Torre de Nerón.
—¡Mis hermanos me necesitaban y tú...! Bueno, pues tú, puedes…
—Claro que puedo conducirme solo sobre cualquier campo de batalla, pero eso no significa que me guste hacerlo. ¿Vas a venir conmigo al Campamento Júpiter o no?
—¿Me lo pides como tu novio o como tu compañero de armas?
—Sin ánimo de ofender pero tu nueva hermana, esa pequeñita adorable de doce años, maneja el arco mucho mejor que tú.
—¡Mentira!
—¿Seguro que no eres hijo del Dios de la Ira?
—¿Y tú no serás hijo del Dios de la Discordia?
—Tienes tanta suerte de que me resultes verdaderamente apuesto.
—Lo mismo digo de ti, mi Señor de las Tinieblas.
—¿Algo más que desees añadir a la conversación, William Andrew Solace?
—Llévanos a tu cuarto y te mostraré cuánto te amo.
