Capítulo 4
Harry se había olvidado por completo de las listas de libros y útiles hasta que llegaron las lechuzas la mañana del 31 de agosto. Harry no estaba desayunando con los demás cuando lo hicieron, todos estaban siendo demasiado cuidadosos con sus palabras y acciones frente a él, por lo que se había escabullido, dirigiéndose a la habitación que compartía con Ron después de comer un par de rebanadas de pan tostado con media taza de té. No es que las cosas estuvieran mucho mejor allí; el baúl casi lleno de Ron estaba a los pies de su cama, un marcado contraste con la pila de ropa desordenada con la que Harry había estado viviendo en un esfuerzo por evitar enfrentarse a todas sus cosas de la escuela. Suspiró para sí mismo; cuanto más se acercaba el primero de septiembre, más comenzaba a asimilar que no volvería a Hogwarts, más dolía.
—Las listas de libros están aquí —declaró Ron al entrar, con un sobre en la mano: el único—. Demasiado tarde, también. Por lo general, llegan mucho antes que ahora. El Callejón Diagon va a estar lleno, no puedo creer que lo hayan dejado hasta tan tarde.
—George dijo que es porque a Dumbledore le tomó años encontrar un nuevo maestro de Defensa —dijo Harry, valientemente manteniendo su voz casual—. Me pregunto a quién tendrás. Al menos probablemente no será alguien que esté tratando de matarme esta vez; en realidad, podría ser alguien decente —Pero Ron no parecía estar escuchando. Estaba mirando dentro del sobre abierto, con una expresión de asombro en su rostro— ¿Ron? ¿Estás bien?
Sin decir palabra, el pelirrojo volcó el sobre, y una brillante insignia roja y dorada cayó en su palma.
—Prefecto —dijo Ron, apenas más alto que un susurro—. Yo... Dumbledore me nombró prefecto.
Harry había olvidado por completo que los prefectos eran elegidos en quinto año. Su corazón se apretó incómodamente, un espacio hueco en su pecho.
—Wow. Felicitaciones, Ron, ¡eso es genial!
Ron miró hacia arriba y sus ojos azules se atenuaron.
—Apuesto a que es solo porque no estarás allí. ¿A quién más iba a elegir? ¿A Neville?
—No seas ridículo —argumentó Harry, empujando la pequeña voz en el fondo de su mente que estaba de acuerdo con Ron—. Él nunca me hubiera elegido, he ocasionado demasiados problemas.
—¿Problemas? ¿Dónde? —Los gemelos se aparecieron en la habitación, con sus propias listas de libros en la mano. Miraron entre los dos, luego sus ojos se posaron en la placa en la mano de Ron— Oh, tienes que estar bromeando —espetó George.
—¡Oye! —Ron respondió automáticamente.
—¿Eres un prefecto? Uf, mamá va a ser repugnante —dijo Fred con una mueca—. Pensamos que tenías tus prioridades ordenadas.
—Perfecto Prefecto Ronnikins —susurró George, mientras Fred simulaba tener arcadas. El pecho de Harry se aflojó, una sonrisa tiró de sus labios. George lo miró a los ojos y le guiñó un ojo.
La puerta se abrió de golpe, Hermione entró corriendo con el cabello volando alrededor de su rostro, su propio sobre en la mano. A Harry no le sorprendió en absoluto la placa que sostenía, idéntica a la de Ron. Eso se había esperado desde que estaban en primer año.
—Tengo... oh, Dios mío —dijo, quedando boquiabierta al ver la placa en la mano de Ron—. ¿Tú eres-?
—Prefecto —confirmó Ron débilmente—, sí.
—Oh, wow —La mirada de Hermione se dirigió con culpabilidad hacia Harry, sus pensamientos despejados—. Eso es- eso es increíble, Ron, ¡felicitaciones!
Ron todavía parecía estar en estado de shock. George golpeó el hombro de Harry, inclinándose.
—Son una vergüenza, los dos —murmuró, sacudiendo la cabeza con decepción—. Al menos tú tienes la mente en el lugar correcto.
—Me expulsaron —dijo Harry secamente. La sonrisa de George se ensanchó.
—Exactamente. Un hombre de los que me gustan así es.
Harry se salvó de tener que encontrar una respuesta cuando la Sra. Weasley entró por la puerta abierta, cargando una pila de ropa recién planchada.
—Escuché que las listas de libros están aquí. Dámelas, me dirijo al callejón Diagon. Hermione, querida, ¿necesitas algo más que tus libros? Tendré que conseguirle a Ron unos pijamas nuevos, los suyos le quedan al menos quince centímetros más cortos. Creciendo como una mala hierba, honestamente. ¿De qué color te gustarían, amor?
—Cómpraselos rojos y dorados para que hagan juego con su insignia —gritó Fred, despeinando bruscamente el cabello de su hermano pequeño. Lo que siguió fue una explosión absoluta de alegría por parte de la Sra. Weasley: Estaba más feliz de lo que Harry la había visto desde antes de ser expulsado.
—¡Oh, como todos en la familia! —exclamó, besando el rostro de Ron una docena de veces mientras este se volvía más y más rojo.
—¿Qué somos, los vecinos del frente? —George murmuró en el oído de Harry, sus labios rozando su sien. Harry resopló, incluso cuando el calor lo recorrió.
La señora Weasley miró las listas de libros de Ron y Hermione, felicitándola a ella también por su nueva insignia, y luego vaciló cuando se detuvo frente a Harry. Su mano salió automáticamente, y se la metió en el bolsillo con torpeza y con una rapidez como si se la hubieran mordido.
—Yo- ¿necesitas algo del Callejón, Harry, querido? —preguntó en un tono algo estrangulado.
—No, gracias —respondió, permaneciendo firme solo por la gracia del pecho de George presionando contra su hombro—. Estará lo suficientemente lleno, me imagino. No se preocupe por mí —Ofreció una sonrisa que esperaba que no se viera tan falsa como se sentía. Los gemelos acudieron a su rescate, inclinándose y raspando teatralmente detrás de su hermano, llamando la atención de la mitad de la familia con sus fuertes exclamaciones de su condición de prefecto, siguiéndolo fuera de la habitación mientras este le pedía vacilante a su madre una escoba nueva. Harry se quedó solo con Hermione, que se estaba mordiendo el labio.
—Harry —comenzó vacilante— ¿Podrías… estaría bien que yo tomara prestada a Hedwig, para contárselo a mamá y papá? Estarán tan contentos; ser prefecto es algo que ellos pueden entender, ¿sabes?
—¡Sí, por supuesto! —estuvo de acuerdo, odiando lo falsa que sonaba su alegría—. Le encantará el viaje. Creo que ahorita está paseando con la lechuza de Remus.
—Gracias —Hubo un silencio incómodo, antes de que ella continuara hablando— ¿Estás... estás bien, Harry?
—Estoy bien —insistió. Dios, estaba cansado de decir eso—. Mira, felicitaciones, Hermione. Te lo mereces, de verdad.
Sus mejillas se sonrojaron y su sonrisa se ensanchó.
—Gracias, Harry. Yo... ¡Oh, te voy a extrañar! —Le rodeó el cuello con los brazos y estuvo a punto de derribarlo—. Va a ser terrible estar sin ti.
—No, no lo será —la tranquilizó, dándole unas palmaditas en la espalda con cierta torpeza—. Será agradable, tranquilo y normal por una vez —Ella soltó una risita húmeda en su hombro—. Ni siquiera notarás que me he ido luego de la primera semana.
Ella hizo un ruido de desacuerdo, retrocediendo. Había lágrimas en sus ojos de nuevo.
—Escribirás, ¿no? Yo... no quiero que te sientas solo aquí.
—Voy a escribir —confirmó—. Y no me sentiré solo. Tendré a Sirius y Remus. Y estaré ocupado.
Frunció los labios ante el recordatorio de sus planes para el año.
—Voy a duplicar todos mis apuntes para ti —prometió por lo que tenía que ser la doceava vez—. Con suerte, estarás de regreso antes de que comiencen los exámenes.
A pesar de todo, ella había estado totalmente convencida de que Dumbledore encontraría una manera de anular la expulsión de Harry. Ya llegados a este punto, Harry estaba demasiado cansado para discutir con ella.
—Será mejor que termines de empacar —dijo en cambio—. Lleva esa carta a tus padres.
—Cierto. Sí, por supuesto —Hermione lo apretó en otro fuerte abrazo, luego se escabulló de la habitación, dejando a Harry solo.
Finalmente, miró su baúl cerrado. Realmente debería haberlo revisado antes, podría haberle ofrecido sus libros escolares a Ginny, o algo. Dándole a Ron su caldero y los ingredientes de las pociones. Su caldero ciertamente había visto días mejores.
Pero a pesar de saber que no volvería a la escuela de nuevo, no se atrevía a separarse de ellos. Se dijo a sí mismo que podría necesitarlos el próximo año, la solución para derrotar a Voldemort podría ser una poción.
Por supuesto, si ese fuera el caso, probablemente le pediría a Remus o a alguien que lo preparara, pero no importaba. Esas eran sus cosas. Sus materiales mágicos de estudio. Todavía no estaba dispuesto a renunciar a ellos.
Sin embargo, probablemente debería separarse de ese montón de ropa.
Recordó que pronto se mudaría a la antigua habitación de Sirius de arriba, cuadró los hombros y abrió el baúl, comenzando a empacar sus cosas, listo para instalarse. Esta era la parte fácil, la difícil sería desempacar todo más tarde.
Hubo un golpe en la puerta, y miró hacia arriba, la sorpresa parpadeó en su rostro cuando Ginny entró en la habitación.
—Hola, Harry. ¿Tú... puedo hablar contigo un segundo?
—Siempre y cuando prometas no llorar —le advirtió medio en serio, haciéndola reír.
—Hermione acaba de estar aquí, ¿eh? —fue su sabia respuesta— Lo prometo.
Harry se sentó en el borde del escritorio, haciéndole señas para que entrara en la habitación.
—¿Qué pasa?
Ella jugó con sus manos y lo miró a través de las pestañas.
—Bueno, he estado pensando, esta última semana, y, por supuesto, no va a ser lo mismo sin ti, y no seré tan buena como tú y no hay garantía de que lo logre de todos modos, pero quería intentarlo, solo que no quiero que te enojes ni nada, y lo que estoy tratando de decir es que estaba pensando en presentarme para las pruebas como buscadora este año —Sus palabras fluyeron rápidamente, y se quedó con los ojos muy abiertos cuando Harry se tensó— ¡No quiero que pienses que quiero reemplazarte! Nunca podría reemplazarte, eres el mejor buscador que Gryffindor ha visto en mucho tiempo. Pero el equipo aún necesitará a alguien. Y Bill dijo que me enviaría su vieja escoba si quería probar. Solo pensé, bueno, que iba a hacer la prueba para cazadora cuando Angelina y Alicia se graduaran, pero yo... también me gusta jugar como buscadora. Sin embargo, no lo haré si no quieres que lo haga —agregó apresuradamente—. Eres mi amigo, Harry. No quiero que te enfades.
—Toma mi Saeta de Fuego —Las palabras salieron de la boca de Harry antes de que hubiera terminado de pensarlas, pero no las retiró. Ginny lo miró boquiabierta.
—Disculpa, ¿qué?
—Toma mi Saeta de Fuego —repitió—. No la voy a usar. Se siente como un crimen dejar que una escoba como esa se quede en mi baúl y se desperdicie. Se la daría a Ron, pero no creo que ser buscador sea lo suyo. Necesitarás la velocidad más que él —Había visto la forma en que Ron había observado las jugadas de portero en el Quidditch Weekly últimamente. Sabía que había una razón por la que su amigo había pedido una escoba nueva.
—¿Hablas en serio? Harry, no puedo, ¿qué pasa si la estropeo o algo así?, es una Saeta de Fuego, es una de las escobas más caras del mundo, ¡y Sirius te lo dio! No podría hacer eso.
—Sí, puedes —insistió Harry, saltando del escritorio y caminando hacia su baúl. La escoba estuvo en su mano en unos momentos, y se la tendió a Ginny—. Serás genial como buscadora. Gryffindor se merece una buena. Tómala —Él sonrió—. Patea el trasero de Malfoy por mí, ¿ya? No puedo pensar en nada mejor que él siendo vencido por alguien más joven que él, y además un Weasley.
Ginny se quedó mirando la escoba que tenía en la mano, la cual probablemente valía más que todo lo que poseía junto.
—Lo dices en serio —dijo, incrédula. Harry asintió.
—Al cien por ciento. Sé que la cuidarás bien —Sería una tortura tener la escoba y no poder volarla. Prefería eliminar la tentación por completo. Además, quería que Gryffindor ganara la copa, incluso si no podía estar allí para verlo en persona, y sería casi imposible que Ginny perdiera en una escoba como esa.
Lentamente, casi con reverencia, extendió la mano para envolver el mango pulido de la escoba de carreras. Harry se lo entregó a su agarre, viendo la alegría parpadear en su rostro al sentir la escoba en sus manos. Sonrió para sí mismo; sí, ella lo cuidaría por él.
—Solo me la estás prestando —le dijo con firmeza—. No me lo quedaré.
—Por supuesto que no —estuvo de acuerdo—. Puedes conseguir tu propia escoba cuando seas prefecta el próximo año.
Ella hizo una mueca ante eso.
—No me encontrarías ni muerta con una de esas insignias —murmuró, sacando la lengua y haciendo arcadas. Harry resopló. Fred y George estarían encantados de ver que al menos uno de sus hermanos tenía claras sus prioridades—. Pero si consigo una escoba nueva, o si alguna vez la quieres de vuelta, es tuya.
—Puedes pedirla prestada hasta que te gradúes —le prometió. Eventualmente la querría de vuelta, después de todo, era el primer regalo que Sirius le había dado, pero se sentiría mejor sabiendo que iba a ser de gran utilidad—. O hasta que te echen del equipo —agregó con una sonrisa burlona. Ella lo fulminó con la mirada.
—Idiota —murmuró—. Has salido demasiado con Fred y George. Solías tener modales, ¿sabes?
Ambos rieron disimuladamente. Ginny se enderezó, colocó la escoba con cuidado sobre la cama y luego tomó a Harry en un fuerte abrazo.
—Eres el mejor, Harry —Ella era más baja que Hermione, su cabeza metida debajo de su barbilla mientras la abrazaba. Su champú con aroma a fresa le hizo cosquillas en la nariz.
—Serás una gran buscadora —le aseguró—. Con o sin Saeta de Fuego. Pero ciertamente no dolerá.
Ella se echó hacia atrás, con una mirada de determinación en su rostro. Volvió a coger la escoba y luego volvió a mirar a Harry.
—Voy a hacer llorar a Draco Malfoy —le dijo con fiereza. Harry sonrió.
—Espero que me envíes fotos cuando lo hagas.
Ella sonrió con una sonrisa maliciosa digna de un Weasley, se lanzó hacia adelante para besarlo en la mejilla, luego se apresuró a salir de la habitación con su cuerpo acurrucado protectoramente alrededor de la escoba. Harry supo entonces que ella no iba a decirle a nadie lo que había hecho, no hasta que se presentara a las pruebas de buscadores y dejara a todos boquiabiertos.
Con suerte, ahora no recibiría tres cartas enojadas de las cazadoras por dejar al equipo en la estacada.
—¿Acabo de ver a mi hermana irse de aquí? —Levantó la vista y vio entrar a George con el ceño fruncido.
—Oh, sí, solo quería preguntarme algo —desvió de tema Harry. No iba a arruinar el momento de Ginny.
George tenía una expresión divertida en su rostro, el ceño fruncido no desaparecía del todo.
—Está bien —Le dio a Harry una larga mirada, y Harry trató de no retorcerse. ¿Por qué lo miraba así?— Mamá se fue a al Callejón Diagon. Dijo algo sobre hacer una fiesta esta noche, para celebrar a los nuevos prefectos. Toda la Orden va a estar aquí.
La sonrisa de Harry se desvaneció.
—Está bien —repitió—. Por supuesto que sí. Es una gran noticia. Hay mucho que celebrar.
Los ojos marrones de George lo sabían. Se acercó, alborotando el cabello de Harry en un movimiento que en realidad era más una caricia. Harry trató de no inclinarse demasiado hacia el toque.
—Sabes que habrías sido tú, ¿verdad? ¿Si Fudge no lo hubiera estropeado todo? Seguro que esa insignia era tuya.
—No necesariamente —contradijo Harry, aunque no sonaba muy entusiasmada o interesado–. Además, pensé que ser un prefecto era repugnante —bromeó. George sonrió con la sonrisa que hizo que el corazón de Harry se acelerara.
—No lo sé. Creo que podrías haberlo hecho lucir bien —comentó—. La autoridad puede ser un poco sexy en la persona adecuada.
Las palmas de Harry se sentían húmedas. Su garganta se secó. Tosió.
—Vaya, George, nunca supe que te sentías así por la profesora McGonagall —replicó, tratando de mantener la calma. George parpadeó y luego se echó a reír.
—Oh, me atrapaste —declaró, apoyando un codo en el hombro de Harry—. Es el fuego en sus ojos cuando comienza a gritarme. Me atrapa todo el tiempo —Se abanicó, fingiendo desmayarse.
—Lo que sea que te entusiasme, supongo —respondió Harry. George le dio otro de esos guiños devastadoramente atractivos.
—Y cómo me entusiasma —dijo arrastrando las palabras—. ¿Quieres ayudarnos a Fred y a mí a hechizar las copas para que les escupan las bebidas a las personas esta noche? Tenemos a Moony haciendo el noble deber de distracción —Se veía prácticamente mareado ante la declaración, todavía no se había acostumbrado a compartir casa con dos de sus ídolos.
—Absolutamente.
Eso sonaba como la distracción perfecta.
La señora Weasley estuvo afuera durante la mayor parte del día, y la casa estaba llena del caos habitual que conlleva regresar a Hogwarts por un año más. El retrato de la señora Black se despertaba constantemente mientras los Weasley y Hermione se aseguraban de que tuvieran toda su ropa, libros y cosas, encontrando todas las pertenencias que se habían abierto camino hasta los extraños rincones y recovecos de Grimmauld Place. Los gemelos iban y venían regularmente por la red flu entre Grimmauld Place y la Madriguera para recoger cosas que habían olvidado o traer algunas para sus hermanos.
Cuando Harry se permitió pensar demasiado en todo lo que estaba ocurriendo, Harry sintió un poco de náuseas. Mantener la sonrisa en su rostro cada vez que alguien miraba en su dirección, darle una palmada en la espalda a Ron para felicitarlo por su insignia de prefecto y su nueva Barredora, ver a sus amigos pasar por los mismos rituales preescolares por los que él mismo debería haber estado pasando. Sirius lo atrapó teniendo un momento de melancolía poco después del almuerzo, y lo abrazó con fuerza.
—Se te permite estar triste por eso, cachorro —murmuró—. Nadie te culpará. Independientemente de lo que le gritaste a Dumbledore la otra semana, esperar lo peor no hace que sea menos doloroso cuando sucede.
Harry soltó un bufido evasivo, pero se inclinó hacia el abrazo de su padrino.
—Sabes, cuando regresaste por primera vez después de tu juicio, y descubrimos que habías sido expulsado... yo estaba feliz —confesó Sirius—. Y me odié por eso.
—¿Qué quieres decir?
—Harry, has sido lo mejor que le ha pasado a mi vida desde el día en que naciste. Pensar en ti fue lo único que me mantuvo cuerdo todos esos años en Azkaban. Tenerte este verano, aunque sea por un tiempo… temía tener que enviarte de regreso a la escuela, conformarme con enviar alguna carta cada cierta cantidad de semanas cuando se sintiera lo suficientemente seguro para hacerlo. Como dije, no tengo más que malos recuerdos de esta casa. Tenerte cerca lo ha hecho soportable. No quería perder eso. Pero eso fue egoísta de mi parte, y realmente nunca pensé que se haría realidad. Así que cuando lo hizo... Merlín, me sentí tan culpable como no te lo imaginas —Sacudió la cabeza y besó el cabello de Harry—. Te mereces volver a la escuela, cachorro. Pasar tiempo con tus amigos, ir a clase y hacer exámenes y hacer travesuras. Besar gente en la torre de Astronomía y escabullirte a las cocinas y jugar quidditch. Cosas normales de adolescentes. No estar atrapado en esta horrible casa vieja con tu padrino convicto fugitivo y su mejor amigo hombre lobo, preparándote para luchar sin varita contra el mago oscuro más poderoso de todos los tiempos.
—Tendría que pelear contra él incluso si estuviera en la escuela —señaló Harry—. No es como si mis años anteriores hubieran sido normales.
—Pero has tenido la oportunidad de la normalidad, incluso entre todas las peleas —razonó Sirius—. Yo solo… te mereces la mejor vida que puedas tener, Harry. Mereces seguir en la escuela y tener tu varita mágica. Es terrible que el Ministerio te la haya quitado como parte de su propia agenda. Es solo que... odio que una parte de mí se alegrara por eso. Debería querer lo mejor para ti, como un padrino de verdad.
—Eres un verdadero padrino —insistió Harry, abrazándolo por la cintura—. Sí, voy a extrañar la escuela. Ojalá no me hubieran expulsado. Es una mierda que mis amigos vuelvan sin mí. Pero de todas las cosas que me entristecen, la cual en la que puedo pasar más tiempo contigo no es una de ellas.
Sirius suspiró, su frente pegada al cabello de Harry.
—Eres más sabio de lo que deberías ser a tu edad, ¿sabes? —Se quejó—. Solo... Yo te cubro la espalda, pase lo que pase. Tu magia sin varita, cualquier otra cosa que tengas bajo la manga; estoy totalmente a favor de cualquier infierno que quieras plantear de ahora en adelante. Eso nunca cambiará, cachorro. Solo quiero que recuerdes que incluso si te estamos dando la carga de un adulto, se supone que eres un niño —Besó la cabeza de Harry, poniendo fin al abrazo—. No crezcas demasiado pronto, ¿ya? Odiaría verte perderte a ti mismo en esta maldita guerra. Ya has perdido suficiente.
Un nudo se formó en la garganta de Harry, y él intentó tragarlo.
—No lo haré —juró—. Pero necesito hacer todo lo que pueda para mantener a la gente a salvo. Esta guerra- esta guerra termina conmigo, me guste o no. De una manera u otra. —Si moría, la guerra terminaría, porque Voldemort habría ganado. No podía permitir que eso sucediera.
—Moony y yo estaremos contigo, para lo que sea que nos necesites —le aseguró Sirius—. Podemos comenzar tu entrenamiento tan pronto como estés listo. Mañana, incluso, si quieres.
—Yo… mañana iba a pasar el día limpiando mi nueva habitación —admitió Harry. Quería algo que no le recordara a Hogwarts de ninguna manera, algo bueno en lo que pudiera concentrarse—. Si todavía te parece bien que me mude allí.
—¡Por supuesto que sí! —Sirius se entusiasmó, animándose—. Suena como una gran idea. Creo que he recordado el contra hechizo del encantamiento de presencia permanente que usé. Aunque si quieres mantener esos carteles, no tengo ningún problema —le guiñó un ojo cuando Harry se sonrojó—. Pero tengo la sensación de que no son de tu preferencia más que de la mía propia.
Automáticamente, la mente de Harry proyectó un cabello rojo, ojos traviesos y hombros anchos y fuertes. Sus mejillas se sonrojaron. Sirius rio disimuladamente.
—Ustedes los Potter y sus pelirrojos —bromeó, alborotando el cabello de Harry—. Debe ser de familia o algo así.
—No somos... él no es... —No eran nada, él y George. Podrían serlo. Harry lo sabía. Lo sentía, aquello que estaba sucediendo entre ellos. Pero no eran nada. Ahora no era el momento.
—Pff, bien podrían serlo —insistió Sirius, poniendo los ojos en blanco—. Felicito tu elección, cachorro. Buen joven Merodeador que has encontrado por ti mismo. Habría vuelto loca a tu madre y ella lo habría amado por eso.
Eso hizo sonreír a Harry.
—No es mi chico —intentó decir en una última protesta, por débil que esta fuera.
—Es como si lo fuera —respondió Sirius—. Oh, eso me recuerda —se enderezó, metiendo la mano en el bolsillo de sus jeans—. Te iba a dar uno, cuando pensé que regresarías a la escuela, para que pudiéramos mantenernos en contacto. Pero ahora, bueno, estoy seguro de que encontrarás un mejor uso para ellos.
Le tendió un par de pequeños espejos, completamente idénticos. Harry frunció el ceño con curiosidad.
—Son espejos gemelos. James y yo solíamos usarlos cuando estábamos en castigos separados. Simplemente di el nombre de la persona que sostiene el otro y aparecerá en el espejo para que pueda hablar con ella —los presionó en las manos de Harry, guiñando un ojo—. Quédate con uno, dale el otro a uno de tus amigos. Te evitará hacer correr a la pequeña Hedwig con una docena de cartas a la semana.
Harry miró los pequeños espejos inofensivos, una leve burbuja de esperanza subiendo a su pecho. Había pensado con certeza que no podría ver a ninguno de sus amigos hasta Navidad como muy pronto.
—Esto es increíble —dijo entusiasmado— ¡Gracias, Sirius!
—No hay problema, chico —dijo Sirius, luciendo complacido—. No dejes que Molly los vea, ¿vale? No son cien por ciento legales.
Harry sonrió, guardándolos en su bolsillo.
—Entendido
—Así que les daremos a tus amigos una buena despedida y luego sacaremos a todas las mujeres sexys de las paredes, ¿ok? —Declaró Sirius, aplaudiendo. Luego le guiñó un ojo—. No quiero poner celoso a ningún pelirrojo ahora. Escuché que tienen un infierno de temperamento.
Harry empujó el hombro de Sirius, frunciendo el ceño cuando el rubor regresó a su rostro.
—Idiota —murmuró, dándose la vuelta. Sirius se rio.
—¡Te quiero, cachorro! —llamó dulcemente. El paso de Harry vaciló por un segundo, una calidez inundó su pecho que no tenía nada que ver con la vergüenza. Nunca le había dicho eso antes; mucho menos tan fácilmente, dejando las bromas de lado.
No podía culpar a Sirius porque una parte de él se alegrara por la expulsión de Harry. Una parte de Harry también se alegraba.
