Capítulo 8

Cuando Bill vio a Harry salir de la oficina de Stonehook, se sorprendió cuando Harry preguntó por Fleur. No obstante, le confirmó que ella estaba en el edificio y, junto a Harry, fue a buscarla para poder entregarle la carta en persona. La bruja francesa estaba sentada en un escritorio, frente a una pequeña montaña de papeleo, pero su rostro se iluminó por la interrupción. No, como había supuesto Harry, al ver a Bill, con quien definitivamente estaba saliendo por lo que había dicho en su carta, sino al ver a Harry, a quien ella abrazó y le besó en ambas mejillas, saludando exuberantemente. A Bill le dio un beso en los labios inmediatamente y le pidió que los dejara solos un rato, con la instrucción de regresar durante el almuerzo. Harry pasó unos encantadores cuarenta y cinco minutos poniéndose al día con la ex campeona de Beauxbatons. Cuando su rostro mostró compasión al oír sobre la expulsión, él le contó sobre el plan que había tenido, y la sonrisa malvada que cruzó por su rostro dejó en claro por qué había atraído a un hombre como Bill Weasley. Por todas las reprensiones que la señora Weasley les hacía a sus hijos por meterse en problemas, ninguno de ellos podía resistirse a la tentación de hacer una travesura. Excepto Percy, por supuesto, pero él siempre había sido "el diferente" entre toda su familia. La expresión de Fleur era pura picardía, y se inclinó sobre la mesa, apretando las manos de Harry.

—Es tan bueno verte de nuevo, Harry —declaró cálidamente. Él sonrió.

—Es bueno verte también, Fleur.

Aceptaría a todos los aliados, por muy inesperados que fueran estos.

Tal y como había prometido, Bill hizo que Harry regresara a Grimmauld Place un poco después de las dos. Encontraron a Sirius y Remus jugando al ajedrez en la sala de estar, y Bill pidió permiso para retirarse una vez les demostró a los dos hombres que Harry estaba de regreso sano y salvo.

—¿Vendrás a la reunión de la Orden mañana? —Preguntó Remus, sirviéndole a Harry una taza de té de la tetera sobre la mesa. Harry se animó; esa era la primera vez que oía hablar de una reunión.

—No puedo, estoy trabajando —respondió Bill—. Papá me resumirá lo que discutieron —Echó un vistazo a su reloj—. Hablando de eso, será mejor que me vaya. El receso para el almuerzo casi ha terminado —Alargó la mano para despeinar el cabello de Harry—. Es bueno verte, chico. Te veré más tarde. Y recuerda tu promesa —añadió con burla amenazadora. Harry, que había prometido no contarle a ninguno de los padres de Bill sobre relación, se rio.

—Nos vemos, Bill. Gracias por lo de hoy.

Bill se fue, y los dos Merodeadores se voltearon a mirar inmediatamente a Harry con ojos penetrantes.

—¿Entonces? ¿Come te fue? —Preguntó Sirius emocionado—. No parece que Stonehook haya intentado devorarte vivo. Debes haberle agradado.

—Está contento de que los duendes ahora sepan que pueden contactarte a través de mí —respondió Harry—. Aparentemente es ilegal que te contacten directamente.

—Es un dolor en el culo —confirmó el animago con una mueca—- Pero todavía tengo mi anillo y mi libreta bancaria, al menos. Sin embargo, no he visto las cuentas desde antes de ir a Azkaban; me da miedo pensar cuánto de la fortuna familiar gastó mamá en alcohol luego de la muerte de Reg.

—Tu gerente de cuentas me enviará la información en unos días —dijo Harry.

—Fabuloso. Veo que llevas puesto un nuevo toque de brillo, heredero Potter —bromeó Sirius, señalando el anillo de sello. Harry se sonrojó—. También tienes derecho al anillo Black, si es que lo deseas. Probablemente no debería dártelo mientras todavía sea un criminal y todo eso, podría causar un poco de pánico. Pero es tuyo si alguna vez lo quieres.

—Oh, hablando de criminales —Harry dejó su té—, Stonehook dijo que, si bien no puedo acceder a las bóvedas de mamá y papá, ni a sus testamentos, hasta que sea mayor de edad, básicamente dio a entender que hay pruebas de que no eras el guardián secreto allí. Así que, ya sabes. Por si no atrapamos a Colagusano antes de esa fecha. Hay esperanza.

La mandíbula de Sirius cayó. A su lado, Remus se volvió hacia Harry, sus ojos ambarinos brillaban con esperanza.

—¿En serio?

—No podía decirme legalmente qué hay allí. Pero él fue testigo de la escritura de su testamento —dijo Harry, muy conmocionado al ver la emoción en el rostro de su padrino—. Puede que falten dos años, pero si no te tenemos libre para entonces, estaré en esas bóvedas en el momento en que tenga la edad suficiente. Conseguiré esa prueba y exigiré un juicio. Entonces, el Ministerio tendrá que escuchar.

Sirius se quedó en silencio. Se había apegado a Remus desde el hombro hasta la rodilla, y Harry pudo ver el leve temblor del cuerpo del convicto.

—Si sus testamentos no hubieran sido sellados, ¿podría haber tenido un juicio? —Preguntó. Harry asintió.

—El Ministerio quería confirmar mi tutela, así que los sellaron. Apuesto a que sabían que mamá nunca me dejaría con la tía Petunia. Probablemente tenían una lista de medio metro sobre los posibles guardianes que podrían haberme cuidado en lugar de los Dursley —A Harry le dolía el pecho, lo cerca que había estado de evitar el infierno conocido como Privet Drive. Si tan solo no hubiera habido tanta corrupción y motivos ocultos a la mano. Si no hubiera sido el Niño-Que-Vivió, si Dumbledore y el Ministerio no hubieran querido mantenerlo fuera del mundo mágico hasta que llegara el momento adecuado. Su estómago se revolvió solo de pensar en eso.

—Solo dos años, Pads —murmuró Remus, apretando la mano de Sirius en la rodilla—. Dos años y puedes ser un hombre libre, si es que no podemos hacer que suceda antes.

—Puedo esperar dos años —se atragantó Sirius—. Hasta donde yo sé, no estaré atrapado en esta maldita casa para siempre.

Al ver la mirada afligida en el rostro de su padrino, Harry juró en silencio hacer todo lo posible para asegurarse de que Sirius no tuviera que esperar dos años. No quería tomarse tanto tiempo para deshacerse de Voldemort, si es que podía evitarlo. Y con el Señor Oscuro fuera del camino, Colagusano sería una presa fácil.

Él haría que eso fuera posible. Por Sirius.

La reunión de la Orden del día siguiente estaba programada para después del almuerzo. La señora Weasley llegó al mediodía, se preocupó por Harry e inmediatamente se apoderó de la cocina, murmurando que los tres estaban demasiado delgados. Remus, que estaba a tres días de la luna llena y constantemente hambriento, no tenía ninguna objeción a que la matriarca Weasley cocinara una pequeña montaña de comida, lista para alimentar a cualquier miembro de la Orden que llegara temprano. Muchos de ellos lo hicieron, para sorpresa de Harry. Tal vez sabían que obtendrían comida gratis.

Era extraño que la cocina estuviera llena, pero sin el caos de tener a los gemelos allí. La atmósfera era más tensa, la conversación más tranquila, muchos de ellos miraban a Harry antes de interrumpirse a mitad de una oración o bajar la voz aún más. Eso hizo que Harry pusiera los ojos en blanco: a pesar de haber sido expulsado, a pesar de haberles dicho a todos que estaba tomando un papel activo en la guerra, todavía estaban decididos a tratarlo como a un niño, a mantenerlo ajeno a lo que estaba sucediendo.

—Harry, querido, ¿por qué no llevas tu plato a tu habitación? —Sugirió la señora Weasley, al verlo tratar de escuchar a escondidas una conversación entre Emmeline Vance y Dedalus Diggle—. El director llegará en cualquier momento y querrá empezar pronto. Cuanto menos tiempo esté fuera de la escuela, mejor, considerando estos días.

Harry no tenía ganas de ver a Dumbledore, así que no discutió. Llenó su plato con comida y se puso de pie. Golpeado por un disparo de rebelión ante la ausencia de los gemelos y el recordatorio de su expulsión, pasó junto a Sirius y Remus al salir, agachando la cabeza para susurrarle al oído a Sirius.

—Saldré un rato. Londres muggle. No te asustes si no regreso cuando la reunión finalice.

Los ojos de Sirius se entrecerraron y abrió la boca para protestar, luego se detuvo y asintió bruscamente. D

—Diviértete, mantente a salvo —murmuró, con la boca apenas abierta. A su lado, Remus le dio a Harry una mirada escrutadora y un breve destello de una sonrisa cruzó por su rostro.

—Los veo en un rato —dijo, como si acabara de decirle adiós a Harry mientras durara la reunión de la Orden.

Harry llegó a su habitación, devorando su almuerzo rápidamente y poniéndose un atuendo bastante casual: una de las camisetas de banda de Sirius, su par de jeans menos holgados y una camisa de franela que estaba bastante seguro de que había sido de George alguna vez. Metió la tarjeta de crédito de Gringotts en su bolsillo, se puso las zapatillas de deporte y, después de pensarlo brevemente, agarró su mochila de escuela, la cual estaba encantada para contener más de lo que insinuaba su tamaño. Su capa de invisibilidad estaba dentro y se la puso sobre los hombros. Moody podría verlo irse, pero dudaba que el hombre dijera algo. Era una de las pocas personas que no trataba a Harry como un niño en estos días.

Salir a escondidas de la casa fue casi ridículamente fácil. Con todos ansiosos por comenzar la reunión de la Orden y esperando la llegada de Dumbledore, nadie notó que la puerta principal se abría y se cerraba sola lo suficiente como para que un chico delgado de quince años pudiera pasar. Se mantuvo la capa puesta todo el camino hasta llegar a la estación de metro que estaba a quince minutos, metiéndose en un baño público para quitársela y guardarla en su bolso.

Cinco minutos y una pasada de su tarjeta de crédito más tarde, Harry estaba en la línea Victoria, en dirección al centro de Londres. Sonrió para sí mismo, agachando la cabeza.

Por primera vez en su vida, tenía dinero y la libertad para gastarlo. Iba a ser un buen día.

En su defensa, Harry no se gastó todo su dinero. Vivía con la esperanza de que aún no había terminado de crecer, por lo que no era necesario un guardarropa completamente nuevo. Pero la posibilidad de comprar calcetines y ropa interior completamente nuevos; jeans y camisas y jerséis que le quedaran; zapatillas que no tuvieran agujeros y botas de cuero suaves que mantendrían sus pies calientes durante el invierno... era casi mejor que la magia.

Nadie cuestionó ver a un joven de quince años comprar solo, no en Oxford Street. Había muchas escuelas que aún habían comenzado su año escolar todavía. Y sabiendo que no era probable que tuviera otra oportunidad para liberarse de Grimmauld Place en algún otro corto plazo de tiempo, Harry la aprovechó al máximo. No se limitó a comprar únicamente ropa, se detuvo en Boots para comprar artículos de tocador y lentes de contacto, e incluso se regaló a sí mismo una pequeña pila de libros de ficción en WH Smiths.

Estaba contento por los hechizos de expansión y de peso ligero que había hecho en su mochila, llenándola con sus compras, disfrutando de la libertad de estar en el mundo muggle. Aquí él no era Harry Potter, no era nadie realmente importante. No era más que otro rostro entre la ajetreada multitud de Londres; un niño aprovechando las rebajas de precios por el regreso a clases.

Aún mantenía su cicatriz oculta, por supuesto. Una de sus primeras compras fue un gorro beanie negro, que tenía la ventaja de cubrir su frente y también esconder el ridículo nido de pájaros que era su cabello. Estuvo casi tentado a ir a cortarse el pelo, pero no podía arriesgarse a que su cicatriz quedara expuesta por un simple corte de cabello. Conseguiría que Ginny lo hiciera cuando volviera a casa por Navidad. La señora Weasley siempre lo cortaba demasiado al frente.

También se dejó comprar algunos dulces; cosas de las que Dudley se había jactado de tener y que Harry nunca había podido probar, comidas muggles que el mundo mágico simplemente no tenía. Compró un poco de chocolate para Remus como agradecimiento por no armar un escándalo por su partida, y una revista sobre motocicletas para Sirius. Casi se compró una de las revistas del estante superior con chicas en bikini en ellas, solo para reírse, pero no se atrevió a llevar eso a la caja registradora con un rostro serio.

Manteniéndose pendiente de la hora, sin saber cuánto tiempo era probable que durara la reunión de la Orden, Harry se quedó afuera todo el tiempo que se atrevió. Finalmente, se dirigió a casa, envuelto en su nueva chaqueta de mezclilla con su cuello forrado de vellón suave. Estaba oscureciendo cuando regresó de la estación a Grimmauld, y sabía que iba a tener problemas, pero no podía preocuparse por eso en ese momento. Había tenido el mejor día de su vida.

Efectivamente, cuando cruzó por la puerta principal, fue recibido por una pelirroja furiosa.

—¿Y dónde has estado, jovencito? —La señora Weasley gritó, haciendo una mueca cuando las cortinas sobre el retrato de la señora Black se abrieron, la mujer comenzó a chillar, su disgusto escuchándose por toda la casa.

—¡Oh, entonces lo encontraste! —Dijo Tonks alegremente, asomando la cabeza por encima de la barandilla de la escalera—. Vaya, Harry. ¡Bonita chaqueta!

—Harry, en el nombre de Merlín, ¿en qué estabas pensando? Salir de la casa, ¡solo para comprar! ¡Podrías haberte matado! ¡Podría haberte pasado cualquier cosa!

Harry resistió la tentación de poner los ojos en blanco, mirando a Sirius luchar contra las cortinas sobre el rostro de su madre que gritaba.

—En mi defensa, nadie me dijo que no se me permitía salir —Respondió, un tanto en broma. Por el rabillo del ojo, vio que Tonks se metía el puño en la boca para ahogar una risa.

A la señora Weasley no le hizo gracia, poniendo sus manos en sus caderas, continuó regañándolo.

—¡Por supuesto que no está permitido! ¿Y si te hubieran visto? ¿Y si los mortífagos te hubieran encontrado?

—Si los Mortífagos estuvieran en John Lewis en Oxford Street, creo que tendríamos mayores problemas —dijo Harry encogiéndose de hombros—. No es como si hubiera ido al Callejón Diagon ni nada. Estaba en medio del Londres muggle.

—¡Oh, como si fuera mejor! ¿Y si te hubieras perdido?

—... ¿Me habría subido al autobús hasta la estación de metro más cercana? —Harry negó con la cabeza, desconcertado por la preocupación de la mujer—. Señora Weasley, me criaron como un muggle. Sé cómo moverme por la ciudad, probablemente mejor que en cualquier lugar mágico. Acabo de comprar un poco de ropa, ya que ayer tuve la oportunidad de arreglar mis cosas con Gringotts. Pensé que a los quince años me merecía unos pantalones que mi primo no hubiera usado hasta la muerte —Había un poco más de mordacidad en su tono de lo que pretendía, pero honestamente, todavía no estaba listo para que su buen humor se echara a perder.

—Deja que el muchacho compre sus calzoncillos en paz —comentó Moody, saliendo, cojeando de la cocina. Su ojo mágico zumbó arriba y abajo sobre Harry—. Perdón, bóxeres.

—Eww, Ojoloco —gruñó Tonks, haciendo una mueca.

—¡Es solo un niño! —La señora Weasley giró su mirada hacia el ex-auror—. Harry Potter o no, no debería salir sin supervisión. ¡Ni siquiera le dijo a nadie a dónde iba, podrían haberlo matado y nunca sabríamos dónde buscar!

—Te lo dije, Molly, sabía dónde estaba —insistió Sirius. Harry buscó la revista en su bolso y se la arrojó a su padrino. El rostro de Sirius se iluminó— ¡Brillante! Gracias, cachorro.

La señora Weasley resopló, mirando de adulto a adulto, reconociendo que no tenía aliados allí.

—Bueno, discúlpeme por estar preocupada —replicó ella. Una punzada de culpa apretó el estómago de Harry.

—Señora Weasley, no quise preocuparla —dijo, luciendo apropiadamente culpable—. Todos estaban ocupados con las cosas de la Orden, pensé que saldría y volvería antes de que ustedes terminaran. Luego me dejé llevar un poco. Nunca había tenido dinero muggle; mi tía y mi tío nunca me dejaron tener nada que no fuera de Dudley primero —Excepto por su primer uniforme escolar, que había salido de la tienda benéfica. Todo lo demás que había poseído había sido de Dudley, y solo se le dieron una vez que a este ya no le quedaba o se había desgastado.

La expresión de la señora Weasley vaciló, no inmune al rostro de huérfano triste de Harry.

—No puedes irte así, Harry. Es peligroso ahí fuera. Especialmente sin tu varita.

—¡Bah! —Moody ladró, divertido—. No tienes que preocuparte por eso, Molly. El chico es mejor sin varita que la mitad de los aurores que he entrenado usando las varitas que han tenido desde primer año. Puede manejarse solo en una pelea —Se puso una bufanda alrededor del cuello y le dio una palmada en el hombro a Harry—. Mañana por la mañana, a las nueve en punto.

—Sí, señor.

Con eso, Moody se fue, y la señora Weasley pareció desinflarse.

—Bien. La próxima vez, quizás díselo a alguien primero, Harry, querido. Alguien responsable —aclaró, mirando con dureza a Sirius.

Harry sabiamente mantuvo la boca cerrada, sin ofrecer la promesa que le había dicho a Remus también. Contrariamente a la creencia popular, no deseaba morir.

—Entonces, solo voy a... ir a poner esto en mi habitación… —Se calló, avanzando hacia las escaleras y rezando para que la regañina hubiera terminado. Tan pronto como se alejó del primer piso, se escabulló, apresurándose el resto del camino hasta su dormitorio. A salvo en su nuevo refugio, suspiró, arrojando su abultada mochila sobre la cama.

Algún día, él sería capaz de ir a unas malditas tiendas sin la necesidad de ser cuidado por un grupo de guardianes o por la Inquisición Española.

Por primera vez en su vida, Harry tenía un guardarropa lleno de ropa que él mismo había elegido, que realmente le quedaba bien. Se quedó mirando el armario abierto, tragándose el nudo en la garganta. Ahora, esta habitación realmente se sentía como un hogar.

Con eso en mente, se volvió hacia el escritorio de la esquina; la única parte de la habitación que no había tocado para nada más que para limpiar. Era el único lugar que podía albergar cualquier cosa que realmente le importara a Sirius, y Harry se había mostrado reacio a revisarlo hasta ahora. Pero su padrino había dejado muy claro que Harry podía hacer lo que quisiera con el contenido de la habitación. Le habían dado suficiente tiempo, se dijo Harry. No se opondría a que Harry organizara el espacio para sí mismo.

Después de todo, necesitaba un lugar para esconder su Pick & Mix.

Preparándose para Merlín solo sabía qué; fotos de su padre, viejos artículos de broma, cualquier cosa extraña o escandalosa que un Sirius de dieciséis años podría haber dejado atrás en su prisa por huir, Harry abrió el cajón central del escritorio y se quedó congelado.

Había una sola hoja de pergamino encima del contenido del cajón, cubierta con una escritura desconocida. Con el estómago revuelto con inquietud, Harry la tomó y comenzó a leer.

Querido Sirius:

No sé por qué dejo esta carta aquí. Sé que nunca volverás a esta casa, si tienes algo que decir al respecto. Pero no me atrevo a enviártela. Dudo que la hubieras leído si lo hubiera hecho.

Voy a morir pronto. Sé que lo haré. El Señor Oscuro no me dejará vivir una vez que descubra lo que estoy planeando. Solo espero tener éxito antes de que me alcance. Y espero... espero que leas esto algún día y sepas que lo siento.

Siento haber sido tan cobarde. Lamento haber creído esas mentiras que nuestros padres nos inculcaron. Lamento haber dejado que te expulsaran de la familia. Y, sobre todo, lamento haberte dejado creer que te odiaba.

Por supuesto que nunca te odié. Eres mi hermano mayor. Me protegiste de las maldiciones de papá cuando éramos niños, me sanaste las rodillas raspadas y jugaste conmigo cuando me dijeron que estaba siendo una molestia, me consolaste después de mis pesadillas. Yo te idolatraba. Incluso después de que te clasificaran en Gryffindor, especialmente después de que te clasificaran en Gryffindor. Sabía que nunca podría hacer algo para separarme de la familia de esa manera, para destacar tan descaradamente. He sido un Slytherin de principio a fin desde el día en que nací, ambos lo sabemos. Pero eso no hacía que ellos me agradaran. Ojalá hubieras visto eso. Ojalá te hubiera dejado verlo.

Cuando te escapaste, te odié un poco. Solo porque deseaba poder ir contigo. Deseé tener un lugar adonde ir donde nuestros padres no pudieran tocarme. Ojalá todavía tuviera a mi hermano mayor para protegerme. En lo que a ti respecta, yo estaba muerto para ti junto con el resto de la familia. No te culpo ahí.

Aun así, lo hecho, hecho está. Hiciste lo que tenías que hacer para sobrevivir y prosperaste. Tomaste todo ese coraje de Gryffindor y le dijiste a la familia por dónde se podían meter sus creencias de sangre pura. Siempre he estado muy orgulloso de ti por eso.

Pareces feliz, ahora, por lo poco que sé de tu vida. Escuché que Evans- lo siento, Potter ahora - está esperando. Estoy seguro de que serás el padrino, y estoy seguro de que malcriarás a ese niño por completo. Tienes a tus Merodeadores y te estás abriendo un camino a través del departamento de aurores. He escuchado mucho sobre eso, por supuesto. Estás poniendo un freno a las cosas para el Señor Oscuro.

Ojalá pudiera hablar contigo una última vez, pero no soy tan tonto como para creer que escucharías todo lo que tengo que decirte. Aun así, no puedo morir sin al menos intentarlo.

No puedo morir sin decírselo a alguien.

El Señor Oscuro tiene un horrocrux. Espero que solamente sea uno. No puedo imaginar que nadie esté tan demente como para hacer más de uno. Es el relicario de Salazar Slytherin. Lo sé porque pidió el uso de un elfo doméstico para esconder el relicario en un lugar seguro, y estúpidamente ofrecí a Kreacher como voluntario para el trabajo. Pobre, pobre Kreacher. Sé que nunca te ha gustado, pero ni siquiera tú le desearías lo que tuvo que pasar bajo el cuidado del Señor Oscuro.

No puedo seguir a un hombre que dividiría su alma, que usaría una magia tan repugnante. Incluso antes de eso, he tenido... dudas. Ser un mortífago no es la oportunidad política que me hicieron creer. No me gustan los muggles, no los quiero cerca de mí o de los míos, pero eso no significa que quiera pasar las noches torturándolos.

No quiero matar ciudadanos mágicos talentosos y perfectamente sanos solo porque no estén de acuerdo con el loco con el que tontamente he metido mi suerte. No nos quedarán más que cenizas y granadas, a este ritmo. Ni siquiera los squibs; el Señor Oscuro también los quiere muertos.

Soy el único que sabe sobre el horrocrux. Creo que el Señor Oscuro esperaba que Kreacher muriera completando su tarea, pero le ordené que regresara a mí sin importar nada. Preparé el antídoto para la Pócima de la desesperación, curé a Kreacher y me lo contó todo.

No puedo permitir que exista una magia tan oscura en el mundo. No puedo permitir que el Señor Oscuro permanezca inmortal. Si hay una posibilidad, alguna posibilidad, de que alguien pueda vencerlo, él no puede tener su magia repugnante escondida para mantenerlo a salvo. Sé dónde está, sé cómo superar sus protecciones. Lo conseguiré y lo destruiré.

De todos modos, ese es el plan. Kreacher tiene instrucciones si no regreso; si no puedo, destruirá el relicario. Si alguna vez encuentras esta carta, habla con Kreacher. Asegúrate que lo haya logrado. Sea amable con él; ahora es el único amigo que me queda.

O moriré en el intento, o moriré cuando el Señor Oscuro descubra lo que he hecho. Pero con un poco de suerte, cuando yo muera volverá a ser mortal. Mi vida no vale mucho estos días, pero al menos puedo hacer esto.

Lo siento, Sirius. Lamento no ser lo suficientemente valiente para contarte todo esto en persona. No sé qué me asusta más: la posibilidad de que no te importe, o la posibilidad de que te importe, y tratarás de convencerme de que no lo haga. Tengo que hacer esto. Para compensar todo lo que ese monstruo me ha hecho hacer.

Lo que sea que me aguarde en la otra vida, espero que algún día me permita volver a verte y disculparme por todo. Para abrazar de nuevo a mi hermano mayor.

Te amo, Sirius. Espero que tengas una vida fantástica.

Atentamente,

Regulus

La carta revoloteó del agarre inerte de Harry, flotando hacia el escritorio. Los ojos de Harry se posaron en ella, sin verla en realidad, con el corazón en la boca. Las palabras le quemaron la mente.

¿Qué demonios era un horrocrux?

-0-

Mentiría si digo que no solté unas cuantas lágrimas mientras traducía la carta de Regulus. Dios, en serio no puedo evitar amar a ese personaje.