Capítulo 14

Se sentía como si estuvieran sentados en esa cocina para siempre.

Harry dudaba que alguien pudiera terminar su té antes de que se enfriara. Ron se comió una galleta, pero nadie más tocó su plato, sus ojos se dirigieron al reloj de la pared, a la chimenea, a la puerta; esperando algún tipo de señal indicándoles de que su padre se encontraba bien. Harry se sentó entre Sirius y Remus, quienes tenían sus rodillas presionando cómodamente las suyas debajo de la mesa, sus manos unidas detrás de su espalda. De vez en cuando, Remus levantaba su varita para hacer una ronda de hechizos para calentar el té. Aparte de eso, el trío solo vio a los hermanos llorar y afligirse. Cada vez que sentía que todo era demasiado, cada vez que Harry sentía que se le aceleraba el pulso y que su respiración comenzaba a ahogarlo, George lo miraba desde el otro lado de la mesa y se sentía un poco más tranquilo.

No era como esperaba volver a ver a sus amigos después de tres meses y medio de alejamiento. Harry no sabía qué hacer.

Por fin, poco después de las cinco de la mañana, la puerta se abrió y la señora Weasley entró a la cocina. Harry se congeló. Su rostro estaba demacrado y pálido, varios pelos de su cabellera escapan de un moño desordenado. Todos sus hijos se volvieron para mirarla y ella sonrió forzadamente.

—Va a estar bien —anunció con voz cansada—. Él está durmiendo. Todos podremos ir a verlo más tarde. Bill está acompañándolo ahora.

Hubo un momento de silencio atónito, sus palabras tardaron un segundo en procesarse por completo en los cerebros privados de sueño. Entonces Ginny se puso de pie de un salto, arrojándose a su madre en un fuerte abrazo. Ron se desplomó en su silla como una marioneta a la que le habían cortado los hilos, y los gemelos se giraron para mirarse, con un claro alivio en sus rostros.

Harry no se movió. Las palabras de la señora Weasley resonaban en su cabeza una y otra vez. El señor Weasley estaba bien. Había sobrevivido al ataque de la serpiente. Al ataque de Harry.

Quizás cuando hubiera descansado un poco, pensaría lo estúpido que estaba siendo al actuar como si fuera responsable de las acciones de la serpiente. Sabía que era Voldemort, sabía que solo había sido la conexión de sus mentes lo que lo había arrastrado a él al ataque, pero eso no cambiaba que ahora tenía un conocimiento visceral y de primera mano de lo que era hundir sus colmillos en la caja torácica de Arthur Weasley.

—Hagamos el desayuno, cachorro —La suave voz de Remus interrumpió sus pensamientos confusos. Al otro lado de la habitación, Sirius estaba abrazando a la señora Weasley con fuerza. Harry miró a su alrededor, perdido.

Sí, desayuno. Él podía cocinar. Cocinaba bien.

Se puso de pie y se dirigió a la estufa, calentando las cacerolas mientras Remus sacaba tocino y huevos de la congeladora. Cuando se dio la vuelta para ir a buscar platos, se encontró envuelto en un aplastante abrazo de Molly Weasley.

—Oh, Harry —ella suspiró, el alivio audible, la voz amortiguada contra su hombro—, no sé qué hubiera pasado si no fuera por ti. Arthur no habría sido encontrado hasta la mañana, de seguro. Él... —Ella se interrumpió a sí misma con un sollozo. Harry se quedó allí rígido, dejándola abrazarlo y murmurar sobre lo agradecida que estaba, sobre los problemas en los que Arthur se habría metido si Dumbledore no hubiera sabido y no hubiera inventado una historia para encubrir lo que en verdad había sucedido. Ella lo dejó ir, y Harry estaba más que agradecido cuando se volvió hacia Remus para agradecerle por vigilar a los niños toda la noche. Concentró su atención en la estufa, tratando de bloquear los sonidos de la felicidad de los Weasley, de la gratitud que no se merecía.

Ron pasó sigilosamente, dándole una palmada en el hombro con un murmullo de "Nos vemos, amigo" antes de reclamar su ración de comida. Harry dobló un par de lonjas de tocino entre una rebanada de pan, mordisqueando la esquina, con el estómago revuelto. Todo esto era demasiado.

—Solo respira, cachorro —murmuró la voz ronca de Sirius en su oído, una presión reconfortante contra su costado—. Come un poco de desayuno, luego puedes ir a dormir un poco. No dejes que esto te inquiete. Has tenido visiones antes, sabemos qué son. Déjalo pasar como los demás, y alégrate de que este te haya sido útil.

El hombre hablaba racionalmente y Harry trató de creerle. Había pasado tanto tiempo, todas las visiones de pasillos vacíos y puertas cerradas lo habían arrullado con una falsa sensación de seguridad. Incluso las visiones de las reuniones de Mortífagos; solo contenían personas que odiaba, o personas que no conocía, o a Snape. Nunca nada como esto.

Sin querer reventar la feliz burbuja en la que estaban ahora sus amigos, o llamar la atención sobre sí mismo, en caso de que quisieran más detalles sobre su visión, Harry llevó su sándwich de tocino a la mesa.

Afortunadamente, el desayuno fue breve, la fatiga se instaló rápidamente ahora que la adrenalina se estaba agotando. Todos subieron por las escaleras, y Ron pasó por un momento incómodo cuando se dio cuenta de que él y Harry ya no compartían la habitación en la que habían dormido durante el verano.

Eventualmente, Harry por fin estuvo de regreso en su habitación, solo. Se dejó caer sobre el colchón, sin siquiera molestarse en quitarle la bata a Sirius, y cerró los ojos con fuerza. Todavía había una pulsación fuerte detrás de su cicatriz, y cuando sintió que se iba a la deriva, envió una oración rápida a quienquiera que pudiera estar escuchando que Voldemort había terminado por esa noche. No podía tener otra visión tan pronto después de la primera.

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Todos durmieron hasta la tarde. Cuando Harry bajó las escaleras, se sorprendió al ver a Moody y Tonks sentados en la mesa de la cocina con Sirius, Remus y los Weasley.

—No vamos a entrenar hoy, ¿verdad? —preguntó, cuestionándose si había confundido su horario con todo el caos de la noche anterior. No se dio cuenta de la mirada de alarma que le dio Ron.

—No, no te preocupes. Estamos aquí para acompañar a los Weasley a San Mungo —le aseguró Tonks—. Vas a estar libre durante las fiestas navidades, chico.

Harry asintió con la cabeza, sonriendo, aunque la noticia realmente no lo hizo feliz. Por supuesto, la señora Weasley, quien se negó a escuchar sobre lo que los aurores le estaban enseñando a Harry, alegando que todo era demasiado peligroso para un chico de su edad, no querría que él cumpliera con su horario de entrenamiento mientras sus hijos estuvieran allí. No querría que vieran el tipo de magia que Harry podía hacer ahora.

Harry tampoco quería que ellos vieran eso. No necesitaba más señales evidentes de lo diferente que era su vida a la de ellos luego de tan solo unos cuantos meses.

Entonces, se dio cuenta de lo que Tonks había dicho. Él se congeló.

—No puedo ir a San Mungo, ¿verdad? —preguntó, ya un tanto cansado.

—¿Qué? ¡Por supuesto que vienes! —Ron discutió— ¡Salvaste la vida de papá! —Cuando miró a los otros adultos en la habitación, todos tenían el rostro sombrío.

—Se supone que ya no debo estar en el mundo mágico, Ron —señaló Harry—. Habrá demasiadas preguntas si entro solo para visitar a tu papá —Le dio una sonrisa alegre que era completamente falsa—. Dile que le deseo lo mejor, ¿vale? Espero que vuelva pronto a casa. Lo veré cuando lo dejen irse.

–Podemos disfrazarte —sugirió Fred.

—Puedes fingir ser uno de nosotros —coincidió George—. Nos turnaremos para visitar.

Esta vez, Harry no tuvo que fingir una sonrisa.

—Gracias por la oferta, pero está bien. Vayan a ver a su papá. Pasaré el rato aquí —Podría encontrar algo que hacer, si no se le permitía entrenar. Seguramente habría algunos libros en la biblioteca que aún no había leído, excepto los que le arrancarían las manos si lo intentaba.

—Lo siento, Harry querido —dijo la señora Weasley, luciendo desolada—. Sé que a Arthur le encantaría verte, pero es demasiado arriesgado, ¿entiendes?

—Absolutamente. Está bien —El mundo mágico tenía que creer que él estaba en el mundo muggle, enfurruñado y sin varita y completamente alejado de la magia una vez más—. Los veré a todos cuando regresen.

Ninguno de los niños Weasley parecía emocionado por dejar a Harry atrás, pero estaban demasiado ansiosos por ver a su padre como para oponer resistencia. De pronto, solo quedaron Harry, Remus y Sirius en la casa una vez más. Harry apenas podía creer que hace veinticuatro horas habían estado horneando una tormenta de nieve en la cocina, los dos Merodeadores lo deleitaban con historias de los abuelos Potter.

—¿Quieres batirte en duelo? —Sirius le preguntó, recostándose en su silla. Harry tragó saliva con fuerza.

Merlín, sí.

Remus insistió en que comieran algo primero, pero no se resistió después, siguiéndolos hasta el salón de baile en el que Harry solía entrenar. Sirius miró a su alrededor y luego se rió entre dientes.

—Hay más marcas de maldiciones en el suelo de las que recuerdo —comentó—. Ya veo que has estado ocupado aquí.

—No todas son mías —se defendió Harry. El animago soltó una carcajada.

—Oh, lo sé. Esa ha estado ahí durante años, yo tenía doce. Padre quería ver si realmente era lo suficientemente valiente para Gryffindor —Sus labios se convirtieron en una sonrisa amarga y retorcida. Se subió las mangas de la camisa, palmeando su varita— ¿Listo?

Hicieron una reverencia y empezaron.

Fue un sentimiento liberador, batirse en duelo con personas que no estaban tratando de matarlo, pero que tampoco se estaban reprimiendo. Harry había descubierto la sensación luego de su expulsión; no hace mucho, pero la amaba. La magia zumbó de las yemas de sus dedos mientras esquivaba y devolvía el fuego, la varita de Sirius se volvió borrosa. Los dos no se batían en duelo a menudo, y Sirius estaba claramente un poco oxidado desde que había dejado de ser un auror, pero al mismo tiempo Harry podía ver lo que el hombre debió haber sido alguna vez.

Tener un duelo con Sirius siempre era interesante: Él no se apegaba a la magia ofensiva habitual, ni siquiera tenía un encantamiento o transfiguración que se inclinara a su estilo como algunos duelistas de los que Kingsley le había hablado. En cambio, era tan probable que te golpeara con una maldición para romperte un hueso como con un amuleto para cambiar de color, o algo que hiciera que todo tu cabello se convirtiera en tentáculos. Cuando terminaron, Harry reclamando la victoria luego de haber lanzado con su mano izquierda una maldición asfixiante, ambos se encontraban magullados y ensangrentados, y la ropa de Harry se había convertido en un traje de mucama francesa, con tacones de aguja y todo.

—Mantenme fuera de tus pequeños juegos de dormitorio fetichistas si no te importa, Pads —bromeó Harry, haciendo una mueca cuando puso demasiada presión en su tobillo roto—. Dios, ¿cómo es que las mujeres usan estas cosas?

—Por lo general, no con los huesos rotos —respondió Remus.

—Veo que no tienes ningún comentario sobre los juegos de dormitorio pervertidos.

Sirius, sin aliento incluso después de que Harry había anulado la maldición, soltó una carcajada y agitó su varita, devolviendo el atuendo de Harry a la normalidad.

—No hagas preguntas para las que no quieras una respuesta, chico —Se miró a sí mismo, haciendo una mueca. Había un gran corte en el lado izquierdo de su camisa, la sangre empapó la tela—. Realmente espero poder arreglar eso. Me gusta esta camisa.

Entre los tres, se curaron y volvieron a la normalidad en poco tiempo: Sirius se había asegurado desde el principio de enseñarle a Harry todos los hechizos médicos y curativos que supiera, insistiendo en que terminaría pareciendo Ojo loco si no aprendía a sanarse a sí mismo.

—Te estás volviendo bueno con tu mano torpe —lo felicitó Sirius, sacando el dobladillo de su remera reparada para comprobar si había agujeros o parches finos—. ¿Y ese hechizo de estornudos, te lo enseño Kingsley?

—Tonks —corrigió Harry, radiante de orgullo—, ella dice que no hay muchas personas que puedan seguir lanzando hechizos si están estornudando tanto, y la mayoría no conoce el contra hechizo, aunque tú sí lo sabías.

—Solía lanzárselo a Snape durante las clases de Pociones —explicó Sirius sin arrepentimiento.

Haciendo una mueca ante una salpicadura de sangre en la pared, sin saber de quién de los dos era, Harry maldijo cuando su hechizo de limpieza apenas hizo mella en la mancha.

—Ay, espero que Kreacher pueda sacar eso.

Kreacher apareció, sorprendiendo a los tres, y miró la pared manchada de sangre con los brazos cruzados. Luego, chasqueó los dedos y la pared volvió a estar impecable.

—Kreacher es un elfo de los Black —declaró solemnemente, mirando a Harry—. Kreacher es bueno limpiando sangre.

Desapareció una vez más. Hubo un largo e incómodo silencio.

—Bueno —dijo Remus finalmente, aclarándose la garganta—. No puedo criticar esa lógica, supongo —Consultó su reloj—. Los Weasley van a llegar a casa pronto.

Sirius se acercó sigilosamente a Harry y le dio un codazo en el hombro.

—¿Estás bien, cachorro?

—Eso creo —Su cabeza se sentía más clara, de todos modos. Había menos zumbidos debajo de su piel—, gracias por esto.

—Parecía que lo necesitabas —Sirius le sonrió—. Ve a darte una ducha, toma una siesta o algo así; vamos a preparar la cena en un momento. La casa va a estar llena esta noche —Parecía emocionado por la idea. Harry no podía culparlo; Grimmauld se había estado sintiendo un poco solitaria, incluso con los tres. Y al menos Harry podía salir a caminar por el mundo muggle de vez en cuando. Sirius a veces también venía como Padfoot, pero no era lo mismo que andar por el mundo mágico con dos piernas.

—¿Seguro que no quieres que te ayude a cocinar? —Antes de que las palabras pudieran terminar de salir de la boca de Harry, notó la forma en que Remus miraba a Sirius y arrugó la nariz—. No importa. No hacer preguntas para las que no quiero una respuesta. Estaré en mi habitación, no olviden los encantamientos silenciadores.

—¡Así se habla, muchacho! —Dijo Sirius, golpeándolo en la espalda y dándole un fuerte empujón hacia la puerta. Harry huyó de la habitación antes de que los dos pudieran empezar a ponerse juguetones.

Esa era otra razón por la que no se batía en duelo con Sirius tan a menudo. Dependiendo de dónde estuvieran en el ciclo lunar, ver a Sirius pelear ponía a Remus inexplicablemente cachondo, y ahora que no estaban tratando de ocultarle cosas a Harry, no eran ni remotamente sutiles al respecto.

Había algunas cosas que Harry simplemente no quería ver nunca.

Se dio una ducha rápida para lavarse el sudor y la sangre que sus hechizos no habían limpiado, luego regresó a su habitación, leyendo un libro de ficción muggle. Estaba progresando bien a través de la pequeña pila de libros que se había comprado él mismo, solo las insinuaciones de Remus de que podría obtener más para Navidad le impidieron agregar más a su colección.

El tiempo pasó rápidamente mientras Harry estaba absorto en su libro. Tan rápido que se sorprendió cuando alguien llamó a su puerta y se asomó una mata de cabello rojo.

—Oye, tú —saludó George, mirando alrededor de la habitación—, así que este es tu nuevo dormitorio, ¿eh? Me encanta lo que has hecho con el lugar.

El pelirrojo solo había visto fragmentos del cuarto gracias a sus llamadas al espejo. Ya no era una habitación lúgubre con papel tapiz verde oscuro y decoración deprimente; ahora tenía tranquilas paredes de color gris azulado y una alfombra mullida con motivos geométricos en el suelo.

—Es casa —declaró Harry felizmente, sentándose en la cama y doblando sus rodillas. George se sentó en el otro extremo de la cama individual—. ¿Cómo está tu papá?

—Oh, despierto y riendo, tratando de convencer a su sanador de que pruebe algunas cosas raras muggle en su herida —George transmitió con una sonrisa—. Él envía su amor y le dice que te agradezca por haber despertado la alerta.

—Me alegro de que esté bien. ¿Cuándo puede volver a casa?

—No estoy seguro todavía. Hay algo en el veneno que impide que la herida se cierre, por lo que la vigilan y tratan de controlar el sangrado. Creo que una vez que se detenga, lo dejarán ir.

El estómago de Harry dio un vuelco. Todavía podía recordar la sensación de que sus colmillos soltaban ese veneno.

—Sabes lo que estaba haciendo en el Ministerio tan tarde, ¿no? —Supuso George, con los ojos marrones fijos en los de Harry.

—Sí —Harry ni siquiera trató de mentir—, pero no puedo decirte. Lo siento.

—No se lo digas a Ron. Está desesperado por saber qué está pasando realmente. Parece que todos estos años de ser el mejor amigo de Harry Potter le han dado el gusto de buscar información —Había algo ilegible en su rostro, y eso hizo que Harry se sintiera incómodo.

—¿Qué quieres decir?

George les explicó las orejas extensibles y lo que habían oído decir a Moody. Él pensaba que Harry estaba poseído.

El estómago de Harry se convirtió en plomo.

—¿Ron piensa eso? ¿Tú lo crees? ¿Que yo... que estaba poseído al atacar a tu padre?

—No lo hago —aseguró George rápidamente—. Seré honesto, no tengo idea de lo que está pasando por esa cabeza tuya. Pero no pareces asustado o confundido, así que apuesto lo que sea a que sabes lo que está pasando —Harry no confirmó ni negó, pero George lo tomó como confirmación suficiente—. Y no puedes decírmelo.

—Es muy peligroso —Ya era bastante malo que los cuatro, él, Sirius, Remus y Bill, supieran acerca de los horrocruxes. Definitivamente no se lo iba a decir a nadie más. Incluso si los dejaba pensando que estaba siendo poseído por Voldemort.

—Tú y tus secretos, Potter —murmuró George con cariño, con los ojos brillantes—. Todas estas cosas de las que nunca hablas.

Un escalofrío subió y bajó por la columna de Harry, su pulso se aceleró.

—George, yo…

—No —George lo calló—, no es algo malo. Guardarás tus secretos hasta que estés listo. No te voy a obligar a nada —Su mano estaba encima del edredón, a centímetros del pie de Harry. Luego se rió entre dientes—. Debo admitir que es una forma un tanto dramática de traerme aquí temprano —bromeó—: Tener a mi padre atacado por una gran serpiente sucia.

La tensión disminuyó en los hombros de Harry, no sabía realmente que estaba allí; si George podía bromear al respecto, estaban bien. Todo estaba bien.

—¿Qué puedo decir? —Harry respondió, sonriendo—. Te extrañé.

—Encantador —dijo George, guiñando un ojo—. De todos modos, vine aquí por una razón, antes de que me distraigas. La cena está lista —Se puso de pie y luego extendió una mano— ¿Vienes?

Harry la tomó, dejándose poner de pie. Estaba apenas a centímetros de George, y el pelirrojo alto apretó la mano de Harry, la soltó y luego se agachó para besarlo en la mejilla. Cuando se apartó, ambos se sonrojaron.

—Gracias por salvar a mi papá, Harry.

—En cualquier momento —fue la respuesta sin aliento de Harry.

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Ahora que todos habían visto por sí mismos que el señor Weasley estaba fuera de peligro, la casa estaba mucho más relajada: los estudiantes de Hogwarts se deleitaban por haber salido varios días antes.

—Debería haberle dejado una nota a Hermione —se preocupó Ron, apuñalando un pudín de Yorkshire—. Se volverá loca por no saber a dónde fuimos todos en medio de la noche.

—Estoy segura de que McGonagall o alguien se lo habrán dicho —aseguró Ginny. Luego sonrió diabólicamente—. ¿O simplemente estás triste por no haber podido despedirte como es debido?

Ron se puso rojo como una remolacha y Harry escondió una risita detrás de su taza.

—¿Todavía no hay progreso allí, entonces? —preguntó en voz baja, mirando de reojo a George. George negó con la cabeza.

—Ni siquiera cerca. Estoy bastante seguro de que están peleando más que nunca, sin ti como amortiguador —Hizo una pausa, mirando contemplativamente a su hermano pequeño—. A menos que eso sea lo suyo.

—Eww, asqueroso —se quejó Harry.

Remus hizo todo lo posible y preparó el postre, sacando un pastel de manzana y moras una vez que la mesa estuvo libre de su plato principal.

—¿Quieres helado, cachorro? —preguntó. Harry asintió, convocando la golosina congelada de la despensa. Ron y Ginny lo miraron parpadeando.

—Olvidé que podías hacer eso, amigo —comentó Ron. Harry no dijo nada, preguntándose qué habría dicho Ron si hubiera visto el duelo de Harry antes.

—Por supuesto, Arthur no estará en casa para Navidad —le estaba diciendo la señora Weasley a Sirius, ambos en una parte más alejada de la mesa—. Pero con un poco de suerte, lo tendremos de regreso para Año Nuevo. Muchas gracias de nuevo por acogernos para las vacaciones. ¡Es muy fácil llegar al hospital desde aquí!

Estaba muy lejos de la aceptación a regañadientes que había tenido cuando originalmente decidieron organizar la Navidad en Grimmauld, cuando Harry se negó a estar sin sus padrinos. Pero Sirius amablemente no dijo nada y le dio una palmada en el brazo.

—¡Estamos felices de tenerte aquí, Molly! Cuantos más, mejor.

Después de la cena, todos se dirigieron a la sala de estar, que en realidad era habitable ahora que Sirius, Remus y Harry habían pasado algún tiempo redecorando y Kreacher había dejado de pelear con ellos por eso.

—Sabes que no estás poseído por Voldemort, ¿verdad, Harry? —Preguntó Ginny sin rodeos, una vez que todos se sentaron frente al fuego—. Yo lo sabría si lo estuvieras. Recuerdo cómo era —Ron hizo una especie de ruido ahogado.

—Lo sé, Gin —aseguró Harry—, pero me alegro de que no estén de acuerdo con Ojoloco.

Para crédito del ex-auror, no parecía particularmente molesto por la perspectiva de que Harry estuviera poseído. Solo le había dicho que se mantuviera alerta y que no se oxidara durante las vacaciones.

—Me alegro de que esté resuelto, entonces —declaró Fred, aplaudiendo—. ¿Alguien quiere jugar Snap explosivo?