Capítulo 16
Los Weasley y Hermione fueron a visitar al señor Weasley después del desayuno de Navidad, y Harry le envió su regalo; un juego de circuitos impresos para principiantes que había encontrado en una tienda muggle, con destornilladores y todo. Con suerte, eso lo mantendría entretenido mientras continuaba recuperándose.
Cuando se fueron, Harry tuvo la experiencia de su primer día de Navidad con Sirius y Remus. Sirius puso un disco de vinilo de canciones navideñas muggles en su tocadiscos en la sala de estar, y bebieron chocolate caliente y comieron las galletas de copo de nieve de almendras y chocolate blanco de Fleamont Potter. Remus tenía la nariz enterrada en el libro de criaturas míticas muggle que Harry le había comprado mientras que Sirius lo llamaba nerd y le arrojaba los frijoles de Bertie Botts, exigiendo que le diera algunos besos.
El animago estaba más alegre de lo que Harry lo había visto nunca, cantando canciones navideñas y arrastrando a Remus y Harry para bailar con él. Eso hizo que Harry se preguntara si Sirius había comenzado a beber temprano, pero Remus le aseguró que el hombre estaba totalmente sobrio, solo que tenía alma de niño. Cada vez que Harry se burlaba de su padrino, este lo amenazaban con darle más regalos de Navidad.
—No creo que sea así como se supone que funcione, ¿sabes? —Comentó Harry. Sirius le sacó la lengua.
—No me importa. Deja de ser un mocoso o te compraré más cosas y no podrás detenerme.
El espíritu de la temporada incluso había logrado que el comportamiento de Sirius hacia Kreacher fuera muchísimo más cordial: Al limpiar el viejo escritorio de su padre en el estudio, había encontrado una foto de Regulus cuando era niño y se la había enmarcado para el elfo doméstico. Los sollozos de felicidad de Kreacher todavía se podían escuchar desde la cocina cada vez que la música se tranquilizaba un poco.
—Espero que deje de llorar antes de que Hermione regrese, o pensará que le he pegado —murmuró Sirius secamente.
Los Weasley y Hermione regresaron mientras Harry, Remus y Sirius estaban preparando la cena navideña más grande que Harry había visto fuera de Hogwarts. Entre la familia de pelirrojos, se encontraba Bill, quien saludó a Harry con una sonrisa.
—Feliz Navidad. ¡Gracias por el libro, por cierto! —Harry le había comprado a Bill un libro muggle sobre historia egipcia. Casi todos los regalos que Harry había comprado para sus amigos eran muggles, tampoco es que tuviera muchas opciones. Cualquiera que recibiera un pedido por lechuza de Harry Potter iría directamente al Profeta, y todos a los que podría haber pedido que fueran de compras para él estaban ocupados o no eran bienvenidos en la mayoría de las tiendas del Callejón.
—Me alegro de que te guste. ¡La piedra de protección es brillante, gracias! —Según la tarjeta, Bill y Fleur la habían encantado ellos mismos. La podía usar en un collar, y si lo usaba haría que todas las fotos mágicas que tomaran de él salieran borrosas y fueran inutilizables.
—¿Por qué no dejas que mamá se haga cargo de cortar esas zanahorias, amigo? —Sugirió Fred, acercándose sigilosamente a Harry—. Le vendría bien un poco de desahogo.
Detrás de ellos, la señora Weasley gruñó.
—Cuidado con lo que dices, jovencito —Luego hizo una pausa, mirando el cuchillo en la mano de Harry—. Oh, trae eso aquí, Harry, querido. Gracias por el regalo de Arthur, está encantado.
Harry le pasó el cuchillo, retrocediendo para colocarse entre los gemelos.
—¿Es algo que quiera saber? —Preguntó en voz baja. La pareja compartió una mirada divertida.
—Papá dejó que su sanador experimentara con métodos de curación muggle. Puntos —aclaró George en voz baja.
—No salió bien —finalizó Fred—. Mamá no se sorprendió.
Harry hizo una mueca. Sí, la dejaría desahogarse con las verduras.
Con "los niños" de regreso, los "los adultos" los expulsaban a todos ellos de la cocina para que fueran a jugar por ahí hasta que la cena estuviera lista. Harry encontraba increíblemente divertido que Bill Weasley, de veinticinco años, todavía contado en el grupo de los niños.
Ron, Hermione y Ginny se sentaron con Harry para jugar con el nuevo juego de Gobstones de Ginny, y le contaron sobre su visita a la Sala Janus Thickey.
—No sabía que los padres de Neville estaban allí —susurró Ron—. Pobre tipo.
—Yo sí —Harry lo sabía desde el año pasado, cuando Dumbledore reveló por qué habían arrestado a Barty Crouch Jr.— ¿Cómo está Neville? Quería escribirle, pero no estaba seguro de si se había quedado en Hogwarts —Hermione no había estado mintiendo por completo cuando les dijo a sus padres que muchos de los de quinto año se quedaron para estudiar.
—Está bien. Le está yendo muy bien en el ED —le dijo Ginny, sonriendo con orgullo—. Él te extraña. Creo que le encantaría saber de ti.
Harry tomó nota mental de escribirle al otro chico durante las vacaciones, ahora sabía que no había posibilidad de que Umbridge interceptara las cartas.
La cena fue muy animada: los Merodeadores y los gemelos la mantenían muy entretenida con los chistes que hacían; aunque la comida estaba libre de bromas, nadie estaba dispuesto a arriesgarse a ir contra la ira de Molly Weasley en navidad. El ambiente se sentía totalmente distinto con la ausencia del señor Weasley, pero él parecía estar en camino a la recuperación, así que eso no arruinó demasiado la alegría. Mirando alrededor de la mesa, viendo a todos sus amigos y a Sirius y Remus sonriendo tan ampliamente, Harry no pensó que nunca hubiera sido más feliz. Esto era mejor que todas sus navidades en Hogwarts combinadas.
Después de la cena y el postre, cuando todos se trasladaron a la sala de estar para descansar luego de una deliciosa comida, Harry se tumbó en el suelo con la espalda contra las piernas de Sirius, quien estaba sentado en el sofá, los pies de Remus metidos debajo de su muslo. La radio emitía una música de fondo, pero él estaba demasiado aturdido por la comida como para prestarle atención. En lugar de eso, simplemente disfrutó del momento, con los ojos medio cerrados, la mano de Sirius jugando distraídamente con su pelo desgreñado. Realmente necesitaba recordar decirle a Ginny que se lo cortara antes de que ella regresara a Hogwarts.
Por primera vez, Harry se alegró de haber sido expulsado. Odiaría tan siquiera imaginarse cómo Sirius se las habría manejado durante los últimos meses, solo, en la casa, especialmente porque solo le había pedido a Remus que se mudara con él por Harry. Su futuro podría ser un poco precario y podría estar perdiéndose muchas cosas en la escuela; pero se había ganado todo esto, y era el mejor sentimiento del mundo.
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Desafortunadamente, cuanto más se acercaba el final de las vacaciones, más parecían recordar Ron y Hermione que tendrían que despedirse de Harry y regresar a Hogwarts muy pronto. Se pegaron a sus costados como lapas, tratando de recuperar el tiempo perdido de todo un año escolar en los últimos diez días que tenían juntos. No había forma de que abandonaran el castillo en Pascua, con sus exámenes tan cerca.
—El ED sería mucho mejor si todavía estuvieras en la escuela, Harry —le dijo Hermione una tarde, cuando estaba tratando de trabajar en sus clases para el grupo de estudio—. Siempre has sido el mejor en Defensa. Apuesto a que serías un profesor fantástico.
—Umbridge se esforzaría el doble en atraparlos si yo estuviera involucrado —señaló Harry con pesar—. Ella me odia.
—No has visto la Sala de los Menesteres, amigo —respondió Ron—. Ella nunca nos atrapará allí.
Harry tuvo que admitir que estaba intrigado por la habitación que habían descrito. Estaba bastante seguro de que era la mismo que Dumbledore había mencionado en el Baile de Navidad; la que está lleno de orinales.
—¿Sabes si el profesor Dumbledore ha hecho algún progreso en tratar de anular tu expulsión? —Preguntó Hermione—. Sería genial si pudieras volver pronto.
—Hermione... —Harry suspiró, pasando una mano por su cabello—. Dumbledore no está tratando de anularla, y yo no le he pedido que lo haga.
Sus ojos marrones se agrandaron. —¿Qué?
—Compañero —dijo Ron, riendo torpemente—. Tienes que volver. Es Hogwarts.
—Lo sé, y lo extraño. Los extraño —admitió Harry—. Pero… me gusta estar aquí. Sí, es un poco aburrido casi nunca salir de casa. Pero puedo ir al mundo muggle cuando realmente necesito salir. Y puedo usar mi magia como quiera ahora, incluso si eso significa que no tengo mi varita —Todavía había momentos, especialmente cuando acababa de despertar de una visión, en los que se apresuraba a buscar su varita automáticamente y volvía a sufrir la pérdida—. Estoy aprendiendo muchas cosas interesantes. Cosas útiles. Cosas que necesitaré cuando luche contra Voldemort —No les había contado a sus amigos sobre los horrocruxes. No quería preocuparlos.
—Pero… tienes quince. No querrás pelear con él pronto, ¿verdad? —Preguntó Ron. Harry se encogió de hombros.
—He visto El Profeta —estaban tratando de encubrirlo, pero la página de obituarios hablaba por sí misma—. Cuanto antes pelee con él, menos gente muere.
—Pero dijiste que la próxima vez que pelearas con él, ese será el final —La voz de Hermione tembló—. No puedes estar preparado para eso, Harry.
—Todavía no —estuvo de acuerdo—. Pero no estoy tan lejos como probablemente crees que estoy.
—¿Por qué no puedes enseñarnos lo que has estado aprendiendo? Pelearemos contigo —dijo Ron con determinación. Harry negó con la cabeza.
—No es tan simple. No pueden practicar aquí, y no es una lista de hechizos que quieran llevarse a la escuela consigo, no con Umbridge.
—¿No es...? Harry, ¿estás aprendiendo magia oscura? —Hermione susurró en estado de shock.
—Algo. No puedo esperar que los Mortífagos jueguen limpio —Estaba repitiendo las palabras de Ojoloco—. Pero incluso las cosas que no lo son no están exactamente en los exámenes TIMOS.
—Desearía no tener que tomar los malditos TIMOS —murmuró Ron—. Apuesto a que no has preparado una poción en meses.
—He preparado un poco —dijo Harry. Pociones curativas y cosas por el estilo—. Estoy pensando en aprender a preparar matalobos para Remus, pero tendría que conseguir que Snape me enseñe, y todavía no tengo nada con lo que hacer un intercambio con él—Severus Snape no ofrecería sus servicios libremente, especialmente a Harry Potter. Ron se veía un poco verde alrededor de las branquias.
—¿Le pedirías a Snape que te enseñara? ¿Estás loco? ¡No puedes extrañar tanto sus lecciones!
No, Harry no extrañaba la clase de Pociones de Snape. Pero no odiaba elaborar una poción tanto como lo había hecho en una habitación llena de Slytherins que constantemente intentaban hacerle fallar. Y si era para ayudar a Remus, mucho mejor.
—Pero Harry... si no vuelves y consigues tus TIMOS, ¿cómo conseguirás un trabajo? —Preguntó Hermione preocupada—. He estado revisando los folletos de charlas vocaciones que nos dio la profesora McGonagall, y no hay nada allí que no requiera al menos un conjunto básico de calificaciones aprobatorias de TIMOS.
Harry dudaba que Hermione reaccionara demasiado bien al saber que una vez que cumpliera diecisiete años y obtuviera su herencia completa, no necesitaría trabajar ni un día de su vida si no quería. Probablemente ese no era el tipo de respuesta que estaba buscando.
—Encontraré algo. Una vez que mate a Voldemort, quien sea que se convierta en ministro después de Fudge probablemente me dejará conseguir una varita de nuevo. Entonces siempre puedo hacer los exámenes en el Ministerio —Sería extraño volver a usar una varita. No estaba seguro de poder hacerlo.
—¿A qué te refieres con quien sea ministro después de Fudge? —La frente de Ron se arrugó en confusión.
—Quiero decir que no hay manera de que Fudge permanezca en el cargo por forma en que ha estado manejando esto —explicó Harry—. O Voldemort lo matará, o una vez que la verdad salga a la luz, tendrá que ceder a la presión y retirarse. Incluso si tengo que hacerlo yo mismo —Fudge había puesto en peligro tantas vidas con su negativa a admitir la verdad. Harry no lo dejaría seguir siendo ministro, listo para tropezar con la próxima crisis a la que se enfrentaría el Mundo Mágico—. Miren, chicos, sé que es difícil de imaginar para ustedes, pero ya no estoy exactamente siguiendo el camino educativo tradicional. Eso no significa que nunca llegaré —Tenía planes con Fleur que se estaban poniendo en marcha lentamente, planes que podrían cambiarlo todo—. Soy joven y los magos viven años. Las personas reciben educación en el hogar todo el tiempo y toman exámenes en cualquier etapa de su vida. Solo tengo... otras prioridades, ¿comprenden?
—¿Crees que te dejarán ser auror? Ya que te has estado entrenando con Kingsley y con todos ellos —Ron sonaba esperanzado. Harry hizo una mueca, era algo en lo que había pensado. Los tres tutores de aurores opinaban firmemente que Harry había superado a sus aprendices semanas atrás. Si el Ministerio entraba en una nueva administración, Harry sabía que Kingsley le conseguiría un puesto en el segundo que Harry mencionara algo sobre ser auror.
Pero no estaba seguro de querer pasar el resto de su vida persiguiendo magos oscuros.
—Quién sabe, amigo —dijo en su lugar.
—Sería genial si pudiéramos pasar juntos por el entrenamiento de aurores. ¡Podríamos ser compañeros! —Dijo Ron con entusiasmo, sus ojos se iluminaron. Harry no tuvo el corazón para decirle que ya había hecho la mayor parte del programa de entrenamiento de aurores. Los bits no burocráticos, al menos.
Eso era otra cosa sobre ser un auror. El maldito papeleo.
—Quizás —Mantuvo su tono evasivo. No quería romper el corazón de sus amigos—. Descubriré la situación de Voldemort, primero. Podría llevarme un poco de tiempo —Le gustaba pensar que terminaría antes de que sus amigos se graduaran, especialmente con el ritual que Bill y su equipo habían encontrado, pero… el camino de ser Harry Potter nunca fue fácil—. Simplemente, no te decepciones si las cosas no salen como esperabas, ¿vale? —Ni siquiera estaban considerando la probabilidad de que muriera durante la pelea con Voldemort. Apreciaba su confianza y no le gustaba pensar en ello, pero... era consciente de la posibilidad.
—Supongo —murmuró Hermione, después de un largo período de silencio—. Siempre pensé que los tres nos mantendríamos unidos, ¿sabes? A través de todo. Exámenes, graduación, todo lo demás... pensé que lo afrontaríamos todo juntos.
Harry se acercó y le apretó la mano.
—Oye, mira, solo porque no estoy en la escuela no significa que todavía no estés atrapada conmigo —le dijo, sonriendo levemente—. Simplemente estoy tomando un camino diferente. Eventualmente, todos estaremos en el mismo lugar —Una vez que terminara la guerra, y se graduaran, y los tres estuvieran descubriendo la vida adulta y sus trabajos y todo lo demás que implicaba—. Todavía estaré allí. Y míralo de esta manera; una vez que la maldición de la posición de profesor de defensa golpee a Umbridge, el año que viene conseguirás a alguien menos jodido y podremos escribirnos entre nosotros todo el tiempo.
Hermione no pudo contener la risa, incluso cuando le dio una mirada de regaño.
—La posición no está realmente maldita, Harry.
—Uh, cinco profesores en cinco años dicen lo contrario —replicó. Ron se rio—. Yo también me siento fuera de lugar, chicos. Pero eso no significa que deba escuchar todos los chismes del castillo. Si pudiera escribirles, no me gustaría saberlo. Me gustaría saber cómo va su semana, qué clases les están dando demasiada tarea y qué tipo de travesuras para romper las reglas están haciendo sin mí. Si se han estado besando con alguien —Ambos se sonrojaron—. Ginny me contó todo sobre ese chico, Michael Corner —sobre todo, para decirle cuánto tiempo le había llevado convencer a Michael de que secretamente no le gustaba Harry.
Normalmente, mencionarlo hacía que Ron frunciera el ceño.
—Necesita quitar sus mugrientas manos de mi hermana —murmuró. Hermione puso los ojos en blanco y Harry resopló.
—Mira, ese es el tipo de cosas sobre las que me estarían escribiendo —dijo—. No todas esas otras tonterías. Solo… tómense lo que les he dicho con calma, ¿ya?
—Entonces... ¿no quieres mis apuntes? —Hermione resopló.
—No te ofendas, Hermione, pero no, realmente, realmente no los quiero —ella le dio un golpe en el brazo, mordiéndose el labio para dejar de reír a través de su expresión de enojo.
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Después de esa conversación, las cosas mejoraron, pero todavía era difícil para Harry acostumbrarse a estar rodeado de gente nuevamente. Pensó que Remus también estaba sintiendo lo mismo; el hombre lobo pasaba más y más tiempo en su habitación y en la de Sirius, alegando agotamiento por la luna llena. Harry, por otro lado, prefería la biblioteca. Su habitación era el primer lugar donde la gente lo buscaría, y Ron era tan increíblemente alérgico al concepto de estudiar en navidad que se negó a poner un pie en la biblioteca o dejar que Hermione se escondiera allí.
A veces pasaba el rato en la habitación de los gemelos, los ayudaba con hechizos y cosas para sus productos o simplemente se sentaba y miraba cómo funcionaban su genio, o sus explosiones, según el día. Pero incluso eso no disuadió a Ron.
Así que Harry inventaba una excusa para ir a buscar a Sirius, o ver cómo estaba Remus, y se escabullía a su sofá favorito en la biblioteca para escuchar el walkman que Sirius había modificado para funcionar con magia, o leer sus libros, o simplemente sentarse en silencio por un rato.
Fiel a su palabra, Remus le había comprado un montón de libros muggles para navidad, incluyendo varias obras de fantasía antiguas de las que nunca había oído hablar. Muchos de ellos fueron heredados de la propia colección de Remus, desgastados y viejos; algunos con pasajes subrayados o pequeñas notas en los márgenes de un Remus adolescente. Harry había estado asombrado al descubrir que un par provenía de la colección de libros de su madre, rescatada por Remus después de su muerte, o prestada a él y olvidada antes de que pudieran ser devueltos. Esos nunca salieron de su habitación, fueron puestos en un lugar privilegiado en su estantería, donde a veces los sacaba solo para mirar la pulcra "Propiedad de Lily Evans" escrita en la portada interior.
Estaba leyendo uno de los favoritos de Remus, un libro sobre un ángel y un demonio que reemplazó al Anticristo, cuando escuchó el crujido de la puerta.
—Tu escondite se está volviendo predecible —dijo George a modo de saludo. Harry dejó caer su libro sobre su pecho, sonriendo.
—Es curioso, eres el único que alguna vez me encuentra —respondió. Eso hizo sonreír a George: apartó los pies de Harry del extremo del sofá y se sentó—. ¿Me necesitas para algo?
—Nah, solo quería sentarme un rato. Puedes seguir leyendo si quieres —ofreció George. Harry negó con la cabeza. Ahora tenía cosas más interesantes que hacer.
—¿Ya empezaste a empacar? —Preguntó Harry, sabiendo que la señora Weasley había comenzado a recordarles gentilmente a sus hijos sobre su inminente regreso a Escocia. La expresión de George se volvió terca.
—No. Pensé en no molestarme. Es difícil querer volver cuando Umbridge dirige el lugar.
—Pero tienes que hacerlo —suspiró Harry.
—¿Yo? —George respondió con una ceja levantada. A Harry le dolía el corazón. Tenía tantas ganas de decir que no, que no tenía que hacerlo; en su lugar podría decir que se joda la escuela y pasar el rato con Harry.
—Al menos hasta que consigas el local —Sería difícil seguir encontrando buenas razones después de eso, pero Harry estaba decidido a intentarlo.
George resopló. —No eres divertido, Potter —declaró—. Se supone que debes decirme que me convierta en un desertor como tú.
—¿Lo soy ahora? —Harry trató de burlarse, pero no pudo contenerlo—. Sabes que no puedo pedirte eso, George. A ninguno de ustedes.
—Ojalá lo hicieras —murmuró George—. Lo haría si lo pidieras. En un instante.
—Lo sé —Y esa es exactamente la razón por la que Harry no preguntaría—. Solo piensa en todas las cosas con las que puedes atormentar a Umbridge una vez que regreses. Todas las cosas nuevas que has hecho en las últimas semanas.
Eso hizo que George sonriera, pero fue breve. El pelirrojo suspiró, pasando una mano por su cabello mucho más corto. Ginny había estado ofreciendo cortes de pelo todo el día, después de que Harry lo mencionara. Se veía bien, su mandíbula más afilada, incluso con una pizca de barba incipiente en sus mejillas. Los nervios de Harry se encendieron de deseo.
—Creo que no sería tan malo si no fuera por ella —admitió George—. Pero todos sus Decretos de enseñanza, y la forma en que ella habla de ti… La única gracia salvadora es que sé que estás bien al estar lejos de ella. Ella no puede lastimarte —Apoyó una mano en el tobillo de Harry, con el pulgar acariciando distraídamente la piel desnuda. Cuando miró a Harry, sus ojos marrones estaban oscuros—. Sé que no hablamos de eso. Nos hemos acercado, pero no lo haré. Ni siquiera ahora. Yo solo… —Sus labios se arquearon—. ¿Está bien que diga que espero que "algún día" sea pronto?
En ese momento, justo allí, Harry casi se rindió. Solo la idea de tener que despedirse de George nuevamente dentro de unos días le recordó lo mucho peor que se sentiría si lo hacía.
—Solo si está bien que yo también lo diga.
George sonrió y eso rompió un poco el corazón de Harry. Entonces, de repente, el chico más alto se estiró en el sofá, inclinándose hacia Harry.
—George —dijo Harry alarmado, congelándose. George lo hizo callar.
—Relájate, dije que no lo haría. Te di mi palabra —Lentamente, se acostó, moviéndose hasta que su cabeza descansó sobre el pecho de Harry, su cuerpo encajado entre el de Harry y el respaldo del sofá. Harry estaba seguro de que George podía escuchar cómo su corazón prácticamente saltaba de su caja torácica. Instintivamente, se movió para ponerse cómodo; una mano descansaba en la cadera de George, mientras que la otra cedía a un impulso de años y se hundía en el ardiente cabello rojo. Era tan suave como había imaginado—. Ahí vamos —suspiró George, con los ojos entornados—. Es Navidad. Piensa en ello como un regalo tardío.
—¿Para ti o para mí? —Preguntó Harry, arqueando una ceja. George resopló.
—Para cualquiera. Para ambos —restregó su nariz en el suave material de la sudadera de Harry—. Solo cállate y abrázame, Potter.
Fue un abrazo completamente inocente. Platónico, casi fraternal. Pero Harry dudaba que George se acostara así con alguno de sus hermanos, excepto tal vez con Fred. El pelirrojo levantó una mano para que descansara sobre el pecho de Harry, al lado de su rostro, sobre el corazón de Harry. Harry jugó con los mechones cortos de cabello en la parte de atrás del cuello de George, sintiéndolo estirarse como un gato.
No estaban cruzando ninguna línea. Doblando alguna un poco, quizás. Pero no era algo que no pudieran volver a vivir, algo que no odiarían perder una vez que George regresara a la escuela durante los próximos seis meses.
Era perfecto.
