Es el momento, gente.
Capítulo 21
Harry no se sorprendió cuando finalmente sucedió.
No escuchó mucho sobre los gemelos en las semanas posteriores a la huida de Dumbledore de Hogwarts. Cuando no estaban en clases, estaban en detención o ayudando a distribuir esencia de murtlap a quienes también habían sido castigados por Umbridge. A veces, se quedaba despierto hasta tarde solo para hablar con George, pero a Harry le rompía el corazón ver el dolor y la frustración en esos ojos marrones crecer cada día.
Parecía que con Dumbledore fuera del camino, todos querían mostrar su disgusto sobre su nueva directora. Las únicas personas que realmente disfrutaban de su nombramiento eran su Brigada Inquisitorial; un grupo de estudiantes, en su mayoría Slytherins, a quienes ella les había dado poderes incluso por encima de los prefectos. Gryffindor estaba casi completamente fuera de la Copa de las Casas, por lo que había escuchado. Y el cuerpo estudiantil estaba tomando represalias.
Se utilizaron Surtidos Saltaclases. Todo tipo de pociones se echaron en el té de Umbridge o se vertieron sobre sus pertenencias. Ella y Filch corrían constantemente de un lado a otro por todo el castillo en busca de alborotadores, y su oficina aparentemente tenía un olor constante a estiércol.
Harry lo habría encontrado gracioso, si no fuera por un problema importante: ella culpaba de todo a los gemelos.
No solo con los incidentes que eran fáciles de saber que habían sido causados por sus productos. Cada pequeña cosa suya que fallaba o funcionaba mal, cada hechizo de broma usado, cada palabra grosera pintada en la pared de su salón; en lo que a Umbridge se refería, los gemelos eran responsables de todo.
Al principio no les había importado, había insistido George. Estaban acostumbrados a tener problemas; si mantenía a todos los demás a salvo, estaban felices de asumir la responsabilidad. Pero cuando las detenciones se volvieron tan malas que tuvieron que preparar sus propias pociones para reponer sangre para evitar desmayarse en clase, tuvieron que trazar una línea. Harry podía decir, cada vez que les hablaba, que se acercaba el momento.
Y el último día de abril, finalmente se hartaron.
Harry se había acostumbrado a llevar el espejo consigo en todo momento, sabiendo que probablemente él era el contacto directo más rápido con la Orden que había al alcance. Le había ayudado con diferentes cosas: a atrapar a George brevemente entre clases, tratar de animarlo u ofrecerle apoyo lo mejor que pudo, o usar el mapa para ayudarlo a él y a Fred a evitar a Umbridge. Sin embargo, no había escuchado nada de ellos durante un par de días; la última llamada que habían tenido había sido para decirle que, según los rumores, Filch estaba cerca de conseguir la autorización para traer de vuelta el castigo físico. La mirada en los ojos de George todavía perseguía a Harry en sus sueños; cuando no estaba atrapado en las reuniones de los Mortífagos o en el pasillo del Ministerio, por supuesto.
Una tarde, mientras estaba revisando algunos apuntes de Pociones con Remus, el espejo comenzó a vibrar en su bolsillo. Harry se sintió como si lo hubieran sumergido en agua helada, mientras que, con las manos temblorosas, respondía la llamada. Inmediatamente, supo que había sucedido algo grande.
George no estaba en ningún lugar que Harry reconociera. Era difícil ver gran parte de su entorno, pero sabía que no había ningún lugar con ese papel pintado a rayas en Hogwarts. El cabello de George estaba desordenado, sus ojos desorbitados.
—Harry, lo siento —comenzó, algo sin aliento—. Sé que dije que dejaría el espejo con los demás, pero las cosas se pusieron un poco caóticas y olvidé por completo que estaba en mi bolsillo, y no había tiempo.
—George, más lento —Dirigiendo una mirada preocupada a Remus, Harry se puso de pie de un salto y salió al pasillo para tener algo de privacidad—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estás?
—En el apartamento —le dijo George—. Nos fuimos. Tuvimos que hacerlo, era- era una tortura, Harry, simplemente no- no podíamos soportarlo más. Queríamos quedarnos, cuidar de todos, pero Filch estaba hablando de azotes y apenas hemos dormido en días y la mano de Fred no deja de sangrar, simplemente no pudimos soportarlo más.
Con el corazón en la garganta, Harry hizo callar al pelirrojo con dulzura.
—Oye, oye, está bien. No te culpo por salir de allí, Cristo, has soportado tanto —Las lágrimas en los ojos de George hicieron que el corazón de Harry se rompiera—. ¿Dijiste que estás en el apartamento? ¿El que está sobre la tienda? —George asintió—. ¿Está abierta la Red flú?
—Sí, el tipo vino hace un par de días, ¿qué-?
—Dame dos minutos. Espera. —Harry colgó la llamada y abrió la puerta de la biblioteca para ver a Remus sentado en su sillón con el ceño fruncido por la preocupación—. Voy a salir. Los gemelos- George-
—Entiendo —le aseguró Remus—. Ve. Asegúrate de que estén bien.
Harry le mostró una sonrisa de agradecimiento, luego corrió escaleras abajo hacia la cocina, buscando el polvo flú en el manto. Lo arrojó a las llamas, apenas esperando a que se pusieran verdes antes de entrar.
—¡Número 93, Callejón Diagon! —Gritó claramente. El mundo dio vueltas y pronto cayó en una sala de estar algo vacía con papel tapiz a rayas.
—¡Harry! —Fred se quedó con los ojos muy abiertos al verlo. Estaba parado en la cocina justo al lado de la sala de estar, con un trapo envuelto alrededor de su mano derecha. George estaba sentado en el único sofá de la habitación, pero se puso de pie de un salto ante la entrada de Harry.
—¿Ustedes dos están bien? —Harry preguntó con urgencia, la mirada verde se movió entre los dos.
—Estamos bien —insistió Fred. Definitivamente era una mentira: ya que la sangre ya había manchado buena parte del trapo, y su rostro se veía demacrado por la falta de sueño. George no se veía mucho mejor; tenía un corte en la mandíbula del cual ni siquiera parecía haberse percatado, sangrando lentamente hasta el cuello de la camisa. Ambos todavía vestían sus uniformes escolares, aunque sus túnicas habían sido tiradas junto a una pila de cosas al lado del sofá, luciendo extrañamente empapadas.
Harry fue hacia Fred primero, quitando el trapo y sintiendo náuseas al ver la carne toda magullada y desgarrada en el dorso de la mano. Las palabras "No debo causar problemas" eran tan profundas que llegaban casi hasta el hueso. Comenzó a lanzar todos los hechizos de curación que se le ocurrieron, yendo desde lo básico hasta el que Kingsley le había enseñado específicamente para las heridas infligidas por magia oscura. Eso era lo único que podía hacer: la piel todavía estaba en carne viva y parecía dolorosa, pero al menos había dejado de sangrar.
—George, ¿dónde está la tuya? —Se volvió y buscó con la mirada la mano derecha de George. No se veía tan mal como la de Fred, pero seguía luciendo muy espantosa. George se quedó en silencio mientras Harry tomaba suavemente su mano con su izquierda, lanzando hechizos con la derecha hasta que las heridas comenzaron a cerrarse. Luego levantó la mano, ahuecó la mandíbula del pelirrojo y murmuró un hechizo curativo para el corte allí. Ese desapareció instantáneamente, dejando solo el rastro de sangre en su camisa y cuello—. ¿Estás herido en algún otro lugar?
George negó con la cabeza, aturdido.
—¿Qué- qué estás haciendo aquí?
El corazón de Harry se rompió un poco más. Apretó suavemente la mano de George. Si abrazaba al chico mayor, es posible que nunca lo soltase.
—Estoy aquí para verte, idiota —respondió con una sonrisa a medias.
Por primera vez, notó el par de escobas apoyadas contra la pared, una de las cuales todavía arrastraba una cadena que se veía muy pesada. Tragó saliva con dificultad.
—Haré té. Ustedes dos siéntense, cuéntenme todo.
Mientras él mantenía ocupadas a sus manos temblorosas con la tetera, Fred y George relataron la historia de su fuga. Por como sonaban las cosas, habían usado hasta la última parte de su valentía para burlarse de Umbridge al salir, y ahora la adrenalina comenzaba a desvanecerse.
—Un pantano, ¿en medio del pasillo que va a la clase de Encantamiento? —Harry repitió incrédulo—. Yo- ¿cómo diablos se las arreglaron para hacer eso?
—Somos genios, ¿recuerdas? —Dijo George, guiñándole un ojo. Estaba volviendo a ser él mismo, gracias a la taza de té y a que por fin se había sentado—. Sabíamos que teníamos que irnos a lo grande, y, bueno, lo habíamos estado guardando por un tiempo. Es una obra maestra, honestamente Harry, desearía que pudieras verlo —Se animó, sonriendo—. Umbridge estaba furiosa, pensé que iba a sufrir un derrame cerebral.
—Suena genial —Harry le devolvió la sonrisa—. Entonces, ¿qué hizo que hoy fuera el día? —Habían aguantado tanto, ¿cuál había sido la gota que había colmado el vaso?
La pareja compartió una mirada sombría.
—Hermione necesitaba una distracción —comenzó Fred.
—No tengo idea de porqué. Era algo sobre Hagrid; se calló cuando le preguntamos —agregó George.
—Originalmente, íbamos a encender algunos fuegos artificiales y darle a Peeves algunos perdigones de pintura permanente, dejarlo divertirse con ellos…
—Pero luego Filch comenzó a murmurar y a lamentarse por sus permisos para dar azotes, y supimos lo que pasaría si nos quedábamos —George se estremeció. Harry se acercó para apretar su rodilla.
—Así que agarramos el pantano, empacamos nuestras maletas e hicimos nuestro gran escape. Deje también un bonito agujero en forma de escoba en la pared de la oficina de Umbridge —Fred sonrió ampliamente—. Pasaremos a la historia de Hogwarts con eso —dijo con un suspiro melancólico.
Harry le devolvió la sonrisa; a pesar de las circunstancias, se alegraba de que los gemelos dejaran su huella al salir. Deseó poder tener un recuerdo en un Pensadero sobre todo lo que había sucedido. Quizás tendría que pedírselo a Ginny durante el verano; por lo que había escuchado, la Weasley más joven tenía un asiento de primera fila para el caos.
—Suena genial —dijo entusiasmado—. Tal vez la próxima vez se lo piense dos veces antes de meterse con los Weasleys.
Se preguntó qué estaría tramando Hermione, y qué tenía que ver Hagrid con todo eso, pero no tenía sentido torturarse a sí mismo con preguntas ahora. Con los gemelos aquí, no tenía forma de saber nada de lo que estaba sucediendo en Hogwarts.
—Sin embargo, lamentamos lo del espejo —añadió Fred, como si leyera los pensamientos de Harry. George frunció el ceño.
—Sí. Me acostumbré tanto a tenerlo en el bolsillo que se me olvidó por completo hasta que ya estábamos volando sobre Glasgow —le ofreció a Harry una sonrisa de disculpa—. Estoy seguro de que podemos encontrar la forma de dárselo a ellos.
—Quizás —En este punto, no estaba seguro de qué era seguro, y no se atrevía a arriesgar a sus amigos a más de lo que ya se habían enfrentado.
No queriendo insistir en ello, miró a su alrededor. Estaba claro que los gemelos no habían hecho más que dejar sus baúles en un rincón junto a lo que parecía ser la puerta principal, pero era una sala de estar de tamaño decente, con una cocina sorprendentemente espaciosa adjunta y espacio para una mesa de comedor en la que probablemente podían caber seis personas. No era el espacio para una completa reunión familiar de los Weasley, pero era mejor que la mayoría de los apartamentos de Londres. El espacio de los magos era algo maravilloso. Había un pequeño pasillo frente a la cocina, con tres puertas y una escalera de caracol que subía al ático.
—Así que este es su nuevo hogar, ¿verdad? —dijo arrastrando las palabras, mirando deliberadamente el lugar. George se puso de pie de un salto, extendiendo los brazos en un exagerado movimiento de "ta-dá".
—¡Lo será una vez que terminemos de decorarlo! Verdad, Harry; qué terriblemente grosero de tu parte al invitarte a ti mismo así —bromeó—. ¡Ni siquiera nos diste la oportunidad de desempacar! —Había un leve temblor en su tono, y estaba hablando un poco más rápido de lo habitual; estaba nervioso, se dio cuenta Harry con un escalofrío.
El calor estalló en su estómago cuando la situación comenzó a calmarse, su preocupación se desvaneció ahora que había visto por sí mismo que los gemelos estaban, en su mayoría, en una sola pieza. Estaban fuera de Hogwarts; abandonando su último año de escuela, dando un gran jódete a los ÉXTASIS y listos para comenzar a trabajar en su tienda.
Su pulso comenzó a acelerarse, las yemas de los dedos hormigueaban.
—¿Oye, Fred? —comenzó casualmente, mirando al gemelo más cercano a él—. ¿Te importaría darnos un minuto?
La sonrisa que se deslizó en el rostro de Fred fue positivamente escandalosa, su expresión increíblemente alegre.
—Tienes razón, amigo. Voy a- eh, a bajar y comprobar qué tipo de productos ya tenemos reservados.
En segundos, se fue, sus pasos se desvanecieron en las escaleras hacia la tienda. Harry se puso de pie lentamente, mirando a George. Podía escuchar los latidos de su corazón en sus oídos. El pelirrojo lo miraba con atención, con una mirada marrón chocolate tratando de ocultar la cautelosa chispa de esperanza.
Harry dio tres pasos a través de la habitación y lo besó.
Todo lo que había mantenido reprimido en los últimos nueve meses -desde hace más tiempo, incluso-, de repente se precipitó a través de él como una explosión, cada nervio cantando mientras tiraba de la cara de George hacia la suya, la lengua deslizándose entre los labios entreabiertos. Él necesitaba más. Continuaron caminando, George tropezó mientras Harry lo empujaba hacia atrás hasta que su espalda golpeó la pared con un ruido sordo; el beso no se rompió ni por un segundo. Harry se apretó tanto contra él que era como si estuviera tratando de convertirse en una parte de él, arqueándose hacia él, gimiendo suavemente cuando la mano de George se enterró en su cabello, inclinando su cabeza para un mejor ángulo. Harry deslizó ambas manos por las costillas del pelirrojo, una moviéndose hacia su trasero, y con un poco de magia disimulada los ayudó a mantener el equilibrio. Levantó los pies de George del suelo, las manos agarrando sus muslos, sujetándolo contra la pared justo a la altura adecuada para que Harry obtuviera la ventaja.
Su cabeza daba vueltas, todo dentro de él gritaba el nombre de George. Uno de los fuertes brazos del pelirrojo se curvó detrás de su espalda y lo acercó cada vez más. George dejó escapar un débil gemido que fue directo a la polla de Harry, ya rígida contra el interior del muslo de George, obteniendo en respuesta la dureza de este presionando contra su estómago.
Solo se separaron cuando el oxígeno se convirtió en un problema, jadeando mientras se separaban, la nariz de George se deslizó contra la mejilla de Harry cuando Harry presionó un rastro de besos en la mandíbula del pelirrojo. A estas alturas tenía una mano sosteniendo el trasero del pelirrojo, ahuecando su rostro con la otra, y dejó que su pulgar acariciara el pequeño conjunto de pecas en la sien de George.
—Hola —saludó sin aliento, incapaz de evitar que la amplia sonrisa se extendiera por sus labios. Dios, en serio había necesitado eso.
George lo miró, parpadeando como un búho. Miró hacia abajo, donde sus piernas todavía estaban cerradas alrededor de las caderas de Harry, el brazo de Harry apenas se esforzaba sosteniendo su peso.
—Eso fue tan caliente que creo que podría morir —graznó, con las pupilas dilatadas—. ¿Estás…? Joder, Harry, solías ser escuálido —Inclinó la cabeza para darle otro beso, tarareando suavemente.
—Me he mantenido ocupado este año —susurró Harry en respuesta cuando se separaron de nuevo, sonriendo. Gracias al entrenamiento de auror, el escuálido Harry Potter se había ido. Nunca sería tan fuerte como George, con sus músculos de años como batidor, pero ahora tenía muchos músculos en sus flexibles extremidades. Era lo suficientemente musculoso como para levantar a su novio, quien era más alto, y golpearlo contra una pared, aparentemente. Era bueno saber eso.
La expresión de George se suavizó, una sonrisa aturdida cruzó su rostro cuando se encontró con los ojos vidriosos de lujuria de Harry.
—Oye, precioso —dijo, y el corazón de Harry casi saltó de su pecho ante la mirada cariñosa en el rostro del pelirrojo—. Es tan bueno verte.
—A ti también —Era incluso mejor sentirlo, abrazarlo, besarlo. A Harry le gustaría hacer mucho más que eso—. ¿Cuál es la puerta de tu habitación?
George movió las cejas lascivamente.
—Tranquilo, ahí —bromeó, luego se rio entre dientes—. Supongo que nos lo hemos ganado. La primera a la izquierda.
Con la esperanza de volver a ponerse de pie, George gritó cuando Harry lo apartó de la pared y lo llevó hasta la puerta del pasillo. Un solo pensamiento hizo que la puerta se abriera de par en par, y lo único que Harry notó de la habitación era que tenía una cama, una doble, con una sábana blanca que la cubría, y se alegró por eso mientras arrojaba a George al colchón y se apresuraba a unirse a él, sentándose a horcajadas sobre las caderas del pelirrojo.
—Eres mucho más juguetón de lo que esperaba, Potter —jadeó George, inclinando la cabeza hacia atrás mientras Harry chupaba contra el hueco de su garganta. Sus grandes manos tiraron de la camisa de Harry, arrugándola por la espalda y subiendo la piel desnuda debajo, las uñas desafiladas arañando los hombros de Harry. Harry, frustrado por la corbata roja y dorada de George bloqueando su camino, hizo desaparecer la molestia y comenzó a trabajar en los pocos botones de la camisa que no estaban obstruidos por su jersey.
—He estado pensando en esto desde hace mucho tiempo, Weasley —replicó Harry, retrocediendo para tratar de quitarle la prenda a George. El pelirrojo le ayudo a quitársela, luego sonrió maliciosamente y tiró de la parte de abajo de la camisa de Harry hacia arriba, por encima de su cabeza. Harry estaba contento de haberse puesto lentes de contacto para un duelo con Moody esa mañana; no había anteojos que se enredaran en la tela, y podía sacar los brazos de las mangas y arrojarlos al otro lado de la habitación. Sonrió a George, que tenía los ojos muy abiertos, sus manos se movieron inmediatamente para subir por el pecho de Harry.
—Mierda —jadeó con voz ronca. Entonces, lo siguiente que Harry supo fue que estaba siendo volteado, su espalda golpeando la sábana mientras George enredaba sus piernas juntas, sonriendo triunfalmente—. Si te pudieras ver. ¿Acaso no eres un espectáculo para los pobres ojos, ahí mismo? —Se inclinó, haciendo un camino de besos por el esternón de Harry, moviendo los dedos sobre los pezones marrones y duros, y sonriendo burlonamente contra la piel bronceada por el jadeo que produjo. Harry estaba perdido ante el toque del pelirrojo, su polla presionando dolorosamente contra la cremallera de sus jeans, la cabeza echada hacia atrás con lujuria. Cuando George se incorporó un poco para ajustar sus caderas, Harry se estiró, pasó una mano por la parte delantera de su camisa blanca y vio cómo los botones se abrían uno por uno, revelando una pecosa y pálida piel, con una fina capa de pelo rojo brillante. Cuando la camisa se abrió por completo, Harry se sentó para quitársela, manteniendo a George en su regazo. La posición los presionó juntos en la entrepierna, y las chispas estallaron detrás de los párpados de Harry, su cuerpo inundado de placer. Era glorioso, mejor que cualquier cosa que se pudiera haber hecho a sí mismo, pero no era suficiente, y agarró los hombros de George y lo besó agresivamente, empujándose contra él.
—Espera —jadeó George, y, en un movimiento que requirió un poco de esfuerzo, ambos estaban acostados, George encima de Harry, una pierna entre las suyas para que Harry pudiera sujetar sus muslos alrededor de George y frotarse contra él, buscando esa fricción perfecta. George estaba haciendo lo mismo, la dureza presionando contra la cadera de Harry, jadeos bajos y gemidos entrecortados saliendo de sus labios. Sintiendo que la presión aumentaba, Harry buscó a ciegas el rostro de George, agarró su mandíbula y tiró de él para darle un beso doloroso justo cuando cada nervio de su cuerpo explotaba de felicidad, su columna vertebral se arqueaba y su mano libre se enroscaba alrededor de la parte posterior del cinturón de George. George soltó un grito, se puso tenso cuando su propia liberación lo golpeó, sus dedos se clavaron en los hombros de Harry.
Se desplomaron el uno contra el otro, George todavía cubría mayormente a Harry, y Harry dejó que sus ojos se cerraran y su cabeza descansara contra el colchón, sintiendo el peso del pelirrojo encima de él como todo lo que se había perdido desde Navidad. Había un lío que se enfriaba rápidamente en sus bóxers, pero no le importaba. Pasó suavemente los dedos por la espalda de George y por su cabello.
—Vaya —suspiró George, retrocediendo para mirar a Harry a los ojos, asombrado.
—Sí —asintió Harry. Sus extremidades se sentían como gelatina, el calor inundaba sus venas, la piel de George se pegaba a la suya por el sudor. No sabía que podía llegar a sentirse tan bien. Él sonrió lánguidamente—. Fue una buena bienvenida a casa, ¿verdad?
George lo miró fijamente, luego soltó una carcajada, enterrando su rostro en el cuello de Harry.
—Eres una absoluta maravilla —declaró en un susurro tan asombrado y afectuoso que hizo que el corazón de Harry se sacudiera. Se rio entre dientes, el sonido vibrando contra la garganta de Harry—. Merlín, Harry, podríamos haber estado haciendo eso desde Navidad. Desde el verano.
Harry pensó en cómo podría haber sido eso, si hubiera dejado de lado la precaución y hubiera descubierto este paraíso absoluto cuando llegó por primera vez a Grimmauld Place.
—Si hubiera sabido cómo se sentía esto y luego tuviera que dejarte volver a la escuela, creo que podría haberme matado —respondió con sinceridad. George se movió para mirarlo, con una mirada de complicidad.
—Sí. No te equivocas —Con una mueca, se sentó ligeramente—. ¿A dónde arrojaste mi varita?
—Ni idea —Harry adivinó cuál era el problema y agitó su mano, haciendo desaparecer el desorden en sus pantalones. George saltó ante la sensación, luego sonrió.
—Conveniente —Retrocedió un poco, apoyándose en una mano mientras su mirada hambrienta recorría el cuerpo de Harry. Sus labios se arquearon—. Ni siquiera te tomaste el tiempo de ponerte los zapatos, loco.
Harry miró sus pies calzados únicamente con calcetines, luego sonrió tímidamente.
—Quería verte. Había esperado lo suficiente —Ni siquiera había pensado en sus zapatos cuando terminaron de hablar a través del espejo, solo quería llegar a George lo más rápido posible y asegurarse de que estaba bien.
Los ojos de George se suavizaron, su mano libre se extendió para acariciar la mejilla de Harry.
—Sí —Se mordió el labio tentativamente—. Podemos hablar de eso ahora, ¿no? ¿Puedo decir algunas cosas?
Harry pensó que después de lo que acababan de hacer, las líneas se habían cruzado bien y de verdad.
—Podemos hablar de eso —confirmó. Suspiró con sentimiento de culpa—. Siento haberte hecho esperar, yo solo- —Fue interrumpido por un beso firme, los dedos de George se curvaron alrededor de su mandíbula.
—No te atrevas —murmuró el pelirrojo contra sus labios—. Yo también estaba esperando. Estuvimos en la misma página todo el tiempo. Incluso cuando fue difícil. Incluso cuando no quería esperar —Apartó el cabello de la frente de Harry, y sus ojos no se detuvieron ni por un segundo en la cicatriz que el mundo entero se ansiaba e impacientaba por solo echarle un vistazo. Estaba demasiado concentrado en los ojos verde esmeralda de Harry—. Estoy absolutamente loco por ti, Harry Potter.
No fue una sorpresa. Los ojos de George, sus acciones, habían estado diciendo tanto durante meses, incluso cuando su voz estaba en silencio. Pero al escucharlo en voz alta por primera vez, el corazón de Harry tartamudeó.
—Estoy completamente obsesionado contigo, George Weasley —respondió, con esas palabras que habían estado sentadas en su pecho desde la Copa Mundial de Quidditch, por lo menos.
George le sonrió, inclinándose para darle otro firme beso.
—Me alegro de que hayamos arreglado eso, entonces —declaró.
Harry le devolvió la sonrisa. Estaba tan feliz que pensó que podría explotar.
