De todos los colores
Capítulo 2. Manzana verde
Se hicieron el resto de presentaciones. Sarah le agradó a Isobel desde el primer momento. Cordial y divertida, la hizo sentirse cómoda a pesar de que se acababan de conocer. Pero aun más le gustó a Isobel ver que Jess, junto a ella, parecía simplemente feliz. Cuando lo conoció, Jess ya era viudo desde hacía cierto tiempo. No recordaba haberlo visto así nunca, y no podía sentirse más satisfecha de que Jess pareciera haber rehecho su vida. Tali parecía muy contenta también.
Fue muy interesante también poder conocer por fin a los hijos de Jubal. Abi era sociable y curiosa: le hizo a Isobel toda una batería de preguntas, en un creciente interrogatorio, antes de que su padre la detuviera. Aunque más calmado e introvertido, Tyler carecía sin embargo de esa incomodidad social con la que suelen lidiar los chicos de su edad. La saludó con una sonrisa y estrechándole la mano como un caballero.
Tras todos los saludos, los niños no tardaron en irse a jugar mientras los adultos entraban en la cocina para preparar la comida.
—¿Qué traes aquí? —preguntó Jubal a Isobel cogiendo de sus manos la fuente que ella había ido a buscar a su coche, intentando ayudar.
—El postre —contestó Isobel—. Arroz con leche. Una vieja receta familiar. Espero que os guste.
Al entregarle la fuente, tuvo que obligarse a apartar la vista.
Había aceptado la invitación de Jess porque le apetecía poder relajarse con gente en la que confiaba. Hacía mucho tiempo que no podía disfrutar de eso. Procuraba mantener bajo control su entusiasmo, que parecía disparado desde que se había levantado aquella mañana con la perspectiva de pasar aquel precioso día en casa de Jess, entre amigos.
Pero viéndose en la situación, parecía que había subestimado lo que podría suponer tener a Jubal por allí. Desde que lo había avistado en el porche, sus ojos se habían visto poderosamente atraídos hacia él. Isobel se dijo que había sido porque era peculiar verlo con un atuendo más informal, por el llamativo color verde manzana claro de su camisa de manga corta, porque para variar la llevaba con los faldones por fuera... Pero no porque le quedara *tan* bien con ese fresco pantalón color arena. No, no era por eso en absoluto.
Cuando se enteró de que Rina se marchaba a Washington DC, Isobel tenía que confesar que se había sentido muy bien. Su vida acaba de mejorar objetivamente. Saber además que Rina y Jubal lo habían dejado, la hizo incluso *demasiado* feliz. Pero eso nunca lo admitiría ni ante sí misma.
Todo ello casi la había hecho eludir a Jubal, quien en contraste andaba francamente sombrío, por temor a restregarle por la cara su buen humor. Pero no lo hizo. Se tragó su alegría e intentó estar ahí para él. Para su decepción, Jubal se retrajo, como había hecho ya en otras ocasiones cuando pasaba una mala racha.
En parte, Isobel había acudido ese fin de semana con la esperanza de volver a conectar con él, recuperar la cómoda familiaridad que había antes entre ellos. En cualquier caso, hizo un mayor esfuerzo por ser natural y que Jubal se sintiera cómodo estando ella allí. La complacía ver que ya se lo veía más animado que estos días atrás.
—Jess, ¿podemos meter la fuente en la nevera? —preguntó Isobel.
—Claro. Sarah, por favor, ¿puedes hacerle sitio? —contestó Jess, que estaba ya preparándose para freír su famoso pollo frito al estilo sureño.
—Luego habrá que sacarlo un poco antes para que se atempere —explicó Isobel—. La canela se la echamos cuando lo sirva- Oh, ¡maldición! —renegó de pronto.
Jubal se detuvo en su tarea de repartir bebidas para todos, cervezas para ellas, refrescos para ellos.
—¿Qué ocurre? —inquirió algo preocupado.
—Se me ha olvidado la canela en casa —respondió ella alzando la manos, frustrada.
—Bueno, el postre está aquí, tú estás aquí —dijo Jubal divertido—. Seguro que no es tan grave.
Pero la calidez de su tono fue evidente, e hizo sonreír a Isobel.
—No es lo mismo sin ella... —replicó suavemente.
—No te preocupes. Nosotros tenemos —intervino Sara.
Le indicó un armario superior, pero el frasco estaba casi vacío.
—Hay más en la despensa—informó Jess haciendo amago de ir a buscarlo.
—Voy yo —dijo Isobel viendo que tanto Jess como Sarah tenían las manos ocupadas.
Jess gesticuló hacia una puerta de la cocina
—A la derecha, arriba. Sobre las latas de fruta en conserva.
La despensa era un espacio anexo a la cocina apenas mayor que un cuarto de escobas, con estanterías a los lados y abarrotado de cosas. En el suelo había cajas, sacos de legumbres y cosas así.
Isobel localizó rápidamente lo que buscaba: estaba dentro de un cajón de plástico sin tapa, junto con un montón de botes de otras especias. Intentó alcanzarlo sin sacar el cajón pero apenas llegaba. Isobel se empinó, echando de menos el habitual tacón en sus zapatos, y que las sandalias que llevaba ahora, no tenían. Tocó el tarro con la punta de los dedos, tiró un poco del cajón, se estiro un poco más; logró cogerlo por la tapa. Y entonces el cajón empezó a vencerse sobre su cabeza. Lo detuvo con la otra mano, pero quedó en precario equilibrio.
—¡Ayuda, por favor! —pidió intentando no ser demasiado alarmante.
Jubal apareció apenas dos segundos después, justo cuando a Isobel se le escurría el cajón y justo a tiempo para sujetarlo y que no le golpeara a ella en la coronilla. Tan veloz fue, que Isobel no llegó a ser consciente de que lo tenía detrás e, intentando evitar el golpe del contenedor, giró sobre sí misma. Chocó de bruces contra el pecho de Jubal. El empellón hizo tropezar los pies de él con un saco de patatas que había en el suelo, cayendo hacia atrás y su espalda golpeando contra la estantería que tenía detrás.
—¡Ouch! —se le escapó a Jubal.
Pero frenó su caída. Durante un par de segundos Isobel se quedó muy quieta, asegurándose de que no terminaban en el suelo y de que Jubal aun tenía la caja levantada sobre sus cabezas. Y entonces se dio cuenta de que había terminado reclinada por completo sobre él. Curiosamente lo primero que notó fue el fresco tacto del algodón de su camisa verde en las palmas de las manos, y el firme torso que había debajo. Y de pronto la sensación del cálido cuerpo de Jubal en estrecho contacto con el suyo fue evidente... y absolutamente abrumadora. Estaba claro que él no podía moverse; estaba inclinado hacia atrás, sostenía el cajón en alto y Isobel lo tenía atrapado contra la estantería con su peso. La miró desde su mayor altura. Parecía tan sin aliento como ella, pero bien podría haber sido por el golpe. Su aroma la envolvía, su cuello expuesto y al alcance de la boca de Isobel. La tentación de aprovecharse de la situación fue casi irresistible.
Casi. Y de pronto se sintió terriblemente avergonzada de sí misma por siquiera haber considerado algo tan invasivo e impropio. Con el corazón desbocado y notando que el rostro le ardía, Isobel se retiró y carraspeó.
—Fuf... Lo siento. ¿Estás bien? —preguntó sin atreverse a mirarlo. Mientras, intentó ayudar, e ignorar sin éxito que el resto del cuerpo también le ardía. Él permanecía sin habla.
—¿Estáis bien los dos? —sonó como un eco Jess desde la entrada.
—¿Qué ha pasado? —se interesó Sarah asomándose también.
—Nada, nada —contestó Isobel—. Que casi nos caemos.
Jubal se aclaró la garganta y pareció volver por fin a su ser.
—Sí, vaya susto —dijo medio riendo mientras recuperaba la vertical con ayuda de Isobel y volvía a colocar el cajón en la estantería—. Primero esto se estaba cayendo y luego hemos tropezado, se me ha ido el cuerpo hacia atrás... En fin —soltó él risueño y de algún modo nervioso, a juzgar por su forma de hablar rápida y atropellada—. La que hemos estado a punto de liar, ¿eh? —concluyó, mirándola a ella específicamente.
Isobel apartó la cara, muy abochornada. ¿Lo había dicho con doble sentido? No recordaba haber deseado nunca tanto que se la tragara la tierra.
—Bueno, pero ya tengo la canela —dijo fingiendo un aire triunfal.
Salió de la despensa esquivando a Jubal con torpeza. Y se perdió completamente la expresión encendida e incrédula que su reacción había provocado en él.
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